Viajes de campo y ciudad
Por Laura Acero
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Viajes de campo y ciudad - Laura Acero
rodante.
2015
CHAPINERO, marzo 17
Esta mañana nos trajeron el carro del taller. Por fin, ya con el niño de dos meses, podemos empezar a usarlo. Es curioso: nosotros, que preferimos caminar, o la bici, terminamos con un Renault 4 para movernos con el hijo por la ciudad. No estamos seguros de que nos guste la idea, ya bastantes carros tiene Bogotá como para añadirle uno más.
Pero ahí está. Y es tan viejito. Igual que la casa, tan vieja y llena de cosas. Y eso que dejamos los libros en el antiguo apartamento. No cabrían acá, apenas si hay espacio para la cuna, la bañera, los juguetes… ¿Qué será cuando Hiku empiece a caminar?
CHAPINERO, abril 12
Después de cinco días intensivos recogiendo los libros perdidos, las donaciones sorpresa y los que estaban secuestrados en casas ajenas, parece que ya hay una buena colección: poesía, novela, cuento, teatro, informativos, libro álbum. Hay muchos títulos que no recordábamos que teníamos. Ayer pintamos las cajas de cartón del trasteo pasado, así que ahora estamos metiendo los libros, bien organizados, en el baúl del R4. Esto pinta bien: una biblioteca ambulante, algo así.
LA CALERA, mayo 24
Hoy dejamos al niño con Ana y nos fuimos hasta Choachí buscando una casa que estuviera en arriendo, pero no encontramos nada; al contrario, vimos en las tiendas del pueblo avisos de
Se busca casa para
pareja joven con un hijo,
preferiblemente afuera del pueblo
y que tenga espacio para huerta
y nos dio risa pensar en cuántos, como nosotros, están pensando en salir de Bogotá, sobre todo para darle una infancia diferente a sus hijos.
De regreso, antes de llegar a Bogotá, tomamos un desvío que decía «La Calera». No sabíamos que había otra forma de llegar que no fuera por la calle 85, y cuando nos dimos cuenta estábamos en Santiamén, pasando el peaje. Por el camino vimos hartas casitas.
Tenemos unos amigos que viven por ahí, según nos han contado. Nos acordamos cuando vimos el letrero de «Red de los Verjones». La vereda se llama así, El Verjón. Es helada, más fría que acá en La Calera.
Un cafecito y seguimos hacia Bogotá.
CHAPINERO, junio 15
El carro no deja de dañarse. Hemos intentado tres veces subir con los libros a La Calera, pero siempre pasa algo: se vara por la calle 82, se cuelga en la subida de la Séptima… La última vez decidió apagarse sin remedio saliendo de la bomba de gasolina. Y cada desvarada es dinero que no tenemos, ¡es desesperante!
Ayer estábamos decididos a venderlo o devolverlo cuando encontramos en YouTube un capítulo de «Los puros criollos» que Santiago Rivas dedicaba al Renault 4, «el amigo fiel», como le dicen. Es cierto, hemos creado un lazo afectivo con esas cuatro latas desbarajustadas y ya no hay nada que hacer. Además, se ve hermoso lleno de libros. Es un sueño.
Entonces no lo vamos a vender. No aún. Mañana tenemos una salida a Chía.
PARQUE NACIONAL, septiembre 26
¡Hemos sobrevivido a tres semanas de reparaciones! Al menos el carro se vara siempre frente a un montallantas o un taller. Es de miedo pensar que hubiera podido dejarnos en Chía, en la montaña o yendo hacia Fusagasugá. Yo sospecho que el carro tiene vida propia.
Ahora estamos en la mitad del parque, justo frente al Reloj. Nunca habíamos tenido tantos lectores al mismo tiempo. Esto de «Lectura bajo los árboles» tiene sentido cuando se ve a tantas personas disfrutando del sol, y nosotros acá, prestando libros. Dos días de fiesta para la lectura. Ojalá mañana esté igual de bonito que hoy.
CHAPINERO, septiembre 27
Son las 11:00 p. m. y seguimos despiertos. Qué día tan largo. Esta mañana, de nuevo en «Lectura bajo los árboles», la Valija de Fuego, Diente de León y otras editoriales amigas nos donaron libros. Varias personas intercambiaron los libros que traían por algunos nuestros y le tomaron fotos al carrito.
En la tarde, Santiago Rivas se acercó a saludarnos y se puso a hojear los 100 poemas mexicanos en papel revolución. Aprovechamos para contarle que nos gustó mucho el especial de «Los puros criollos» sobre el Renault 4. Luego, un montón de gente lo rodeó para tomarse fotos y hasta ahí llegó la conversación.
La cosa es que, desde que salió del taller, el carro andaba sonando raro, un tacatacataca que no sabíamos qué era. Como a las 7:00 p. m., después de salir del parque, agarramos la calle 26 hacia la casa, y pasando por debajo de la Caracas ¡tassss!, ¡se descachó el carro! ¡La llanta delantera izquierda salió volando! El niño iba tomando teta; nosotros solo vimos chispas. Un taxi atropelló la llanta a toda velocidad… Y ahí estábamos: descachados en la calle 26 con avenida Caracas, desolada y con olor a orines.
Esperamos a mi papá, que llegó en nuestro rescate, y a la grúa. Luego, a ver cómo entrar el carro al garaje de la casa —de a poquitos: empuje, corra el ladrillo, empuje, ruede el tronco, empuje, corra el ladrillo…—. Acabamos de terminar. Estamos acá, contemplando esta hermosa luna roja. Es difícil ver el cielo en Bogotá: las nubes —o el smog, quién sabe— lo tapan, las luces encandilan y no dejan ver las estrellas. Al menos hoy no está nublado. La luna se torna rosada, redonda como una naranja.
UNIVERSIDAD NACIONAL, octubre 22
Hoy armamos una jornada de trueque de libros en la Nacho, la universidad, a ver si movemos un poco nuestra caja de libros para llevar a La Calera y a Chía en estos días. Abrimos el carrito frente al edificio de Sociología y llegaron estudiantes, profesores, trabajadores… En la cafetería tienen ahora una «Nachoteca», banco de libros con títulos para intercambiar y copias, así que además hicimos buenos intercambios.
A eso de las 5:00 p. m., casi a punto de cerrar, nos encontramos con una amiga del parche que vivía en El Verjón. Ahora los chicos del parche están viviendo en Tenjo, desde hace como un mes. Le preguntamos a Nata si tenía el dato del dueño de la casa o de alguien de la vereda, pues, la verdad, no nos disgusta para nada la idea de vivir en el páramo. Nos pasó el número de un señor Fabio, que siempre sabe de casas en arriendo por allá. Vamos a llamarlo en estos días.
Ahora disfrutamos un café mientras hojeamos la colección de libros de la Nachoteca. Hay buen teatro y buenas cosas de poesía, además de los títulos académicos. Afuera, en el Jardín de Freud, donde todavía se reúnen los chicos a parchar después de clases, suena buena música, se escuchan buenas conversaciones y huele sabroso… Qué buena cosa es parchar en la Nacho, la casa.
PUEBLO DE USME, diciembre 13
Hoy está haciendo un sol increíble. Mientras anoto en este diario, don Genaro, un campesino como de setenta años, recita sus poemas aquí, en la mitad del parque de Usme Pueblo. Aquí también tenemos parqueado el carrito, justo frente a la iglesia.
Hace unas semanas nos mudamos al Verjón. Finalmente encontramos una cabaña a unos cuarenta minutos caminando desde el kilómetro 11, donde para el único SITP —uno de esos buses azules del sistema integrado de transporte de la ciudad— que sube hasta ahí. Hace mucho frío en la noche, pues ahora es verano y el cielo está despejado, pero, eso sí, el sol es muy fuerte en el día.
Poco a poco nos acostumbramos a las tareas cotidianas: desyerbar la huerta, revisar la manguera del agua —que viene desde la quebrada—, alimentar a Pecas, la perrita que nos dio la Su cuando supo que estábamos viviendo en el campo, controlar el retamo, calentar agua para el baño del niño, arreglar la casa… Todo preferiblemente antes de las 10:00 a. m., porque si no la insolada es brutal.
Tampoco tenemos internet ni señal de celular, lo que hace muy complicada la comunicación —y el trabajo, que casi siempre llega por el correo electrónico o las redes sociales—. Sin embargo, qué tranquilidad, qué silencio en la noche. ¡Y en el cielo se ven las estrellas todas!
Isol, una biblioteca comunitaria amiga de aquí de Usme, nos invitó a esta pequeña feria del libro. Alrededor del carrito, los niños se congregan y se sientan a leer un rato. Saqué el cuatro llanero y me puse a cantar con ellos. Hicimos varios intercambios y recibimos donaciones increíbles: ¡una familia nos donó Quién pasó por aquí! Valió la pena el tiempo de recorrido —cuatro horas ida y vuelta, atravesando toda la ciudad por la avenida Caracas— para estar este buen rato cantando y leyendo con Hiku y los niños.
PARKWAY, diciembre 19
Hoy dejamos el carro parqueado en una esquina, pero bajamos las cajas de libros y las pusimos en toda la mitad del Parkway, como a dos cuadras de la calle 45. La gente se acerca con recelo a los libros y uno que otro nos ha preguntado qué precio tienen algunos títulos. Siempre les resulta una sorpresa que solo los prestemos: entonces les brillan los ojos —a la mayoría—, se sientan un rato a leer y terminan preguntándonos si recibimos donaciones. Así es que hemos recibido al menos unos cincuenta libros durante estos meses y ha sido todo un trabajo organizarlos. Intentamos no recibir libros de texto, pero a veces nos llegan, así como llegan novelas y enciclopedias de las viejas, y eso no es tan fácil de mover.
En casa tenemos los libros que no sirven para prestar durante las salidas del carro, pero estamos pensando en montar en la vereda una «Biblioteca libre» o algo así, para que esos libros se muevan más. Ojalá el tiempo nos dé para tantos sueños.
EL VERJÓN, diciembre 28
Hace unos días estuvimos explorando la vereda con la prima Ale, que vino a visitarnos desde Buenos Aires, donde vive desde hace como dos años. Nos había llamado la atención un tipi — una de esas chocitas indias que tienen forma de cono— que se ve desde la casa, en un terreno que queda a dos casas de la nuestra, así que cogimos camino hacia allá, pero dando un rodeo grande, pues queríamos ver la región desde un risco que también se ve desde acá. Fue toda una expedición: llegamos hasta el risco después de atravesar muchos matorrales y vimos ahí mismo cómo la quebrada forma un pozo perfecto para bañarse, aunque helado, eso sí. Intentamos devolvernos pasando por la casa del tipi, pero una barrera terrible de retamo espinoso nos impidió el paso y terminamos picadísimos.
Dejamos el paseo hasta ahí, pero justo hace dos días, hablando con la partera que recibió a Hiku nos preguntó si no habíamos ido a visitar a Ari. Ari es justamente la vecina del tipi, y la partera recibió a dos de sus hijos cuando vivía por acá.
Nos animamos y bajamos —sin el carrito— a saludarla, y vimos que la