Johann Moritz Rugendas: memorias de un artista apasionado
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Johann Moritz Rugendas - Efrén Ortiz Domínguez
Johann Moritz Rugendas:
memorias de un artista apasionado
Efrén Ortiz Domínguez
Johann Moritz Rugendas:
memorias de un artista apasionado
Efrén Ortiz Domínguez
* * * * * *
© 2013, Efrén Ortiz Domínguez
© 2013, Luna Libros SAS
© 2014, de la edición electrónica:
Luna Libros, eLibros Editorial
Calle 97 No. 16-50, apto. 403
Bogotá, Colombia
Tel. (571) 218 4533
www.lunalibros.com
catalinagonzalez@lunalibros.com
Calle 74 A 22-31, of. 311
Bogotá, Colombia
Tel. (571) 345 0122
www.elibros.com.co
info@elibros.com.co
ISBN 978-958-58199-8-6 (epub)
ISBN 978-958-58199-7-9 (azw)
ISBN 978-958-57388-7-4 (impreso)
Diseño de colección y de cubierta: Hugo Ávila
Ilustración de cubierta: Selva virgen cerca de Manqueritipa (detalle),
Johann Moritz Rugendas, grabado del libro Viaje pintoresco en el Brasil, París, 1835
Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra
sin permiso expreso de los editores.
Hecho en Colombia - Made in Colombia
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Catalogación en la publicación -
Biblioteca Nacional de Colombia
Ortiz Domínguez, Efrén
Johann Moritz Rugendas [recurso electrónico] : memorias de un
artista apasionado / Efrén Ortiz Domínguez. –
Bogotá : Luna Libros : eLibros Editorial, 2014
Recurso en línea. – (Serie biografías. América)
Incluye datos biográficos del autor. -- Incluye bibliografía
ISBN 978-958-58199-8-6 (epub) -- 978-958-58199-7-9 (azw)
1. Rugendas, Juan Mauricio, 1802-1858 - Crítica e interpretación
2. Pintores alemanes - Siglo XIX I. Título II. Serie
CDD: 927.5943 ed. 23 CO-BoBN– a943436
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Contenido
Prólogo
Los salvoconductos de un artista
I
La aventura de un artista al aire libre
II
Exploradores, viajeros y poetas...
El descubrimiento romántico del paisaje
III
Memorias de un amante apasionado.
El periplo chileno
IV
La mirada del artista en mitad del desierto
Epílogo
El pintor viajero vuelve a casa
Bibliografía
El autor: Efrén Ortiz Domínguez
Para Jean Franco, Margarita Pierini y Darío Jaramillo,
viajeros de y por diversas latitudes,
con todo mi afecto
Prólogo
Los salvoconductos de un artista
Más de doscientos años nos separan de la fecha de nacimiento de un artista europeo que, no obstante su condición de extranjero, ha dejado una impronta indeleble en la cultura de Latinoamérica. Hace dos siglos, el 29 de marzo de 1802, nace en Augsburgo, Alemania, Johann Moritz Rugendas, precursor y maestro de la escuela paisajística latinoamericana, quien a través de una cantidad incalculable de apuntes, grabados y óleos, guardó para la memoria contemporánea los paisajes, tipos y costumbres de un continente en plena emergencia. En efecto, la estancia de Rugendas en Brasil, México, Chile, Perú, Bolivia, Argentina y Uruguay se traduce en una vasta obra gráfica constituida por más de cinco mil dibujos, setecientos óleos y trescientas acuarelas, dispersos principalmente entre la Colección Gráfica del estado de Baviera, la Biblioteca Iberoamericana de Berlín, la Universidad y la Casa de Arte de Kiel, el Museo de la ciudad de Augsburgo, el Museo Nacional de Historia de Chapultepec, el Museo de Bellas Artes de Santiago, así como en colecciones particulares y galerías de los países que formaron parte de aquel singular periplo estético. Se trata, sin lugar a dudas, de la obra gráfica de mayores dimensiones efectuada por artista alguno en el siglo XIX, la cual, para fortuna nuestra, puso a resguardo una imagen nítida de los años formativos de los países de América Latina.
Por tal motivo, resulta obligado un homenaje que invoque los avatares de su existencia, que recorra nuevamente sus itinerarios, que recupere los motivos que alimentaron su creatividad y que haga patente a las generaciones jóvenes su aporte esencial a nuestra historia y a nuestra cultura. Transcurridos dos siglos, Rugendas sigue siendo el maestro que nos enseñó a mirar el paisaje, el viajero ilustre que ofreció al mundo nuestra imagen, el cronista que guardó, para la historia, la vida cotidiana de nuestros ancestros. En consecuencia, ganó para sí el derecho a ser considerado como uno de nuestros primeros artistas gráficos, además de ser iniciador de la mirada romántica en la pintura de Latinoamérica. En efecto, los aportes del pintor viajero a la estética romántica son invaluables. Su obra recrea la grandeza del pasado prehispánico y su herencia, el asombro y el deleite que produce la contemplación del paisaje americano, el exotismo que preside las escenas costumbristas del campo y la ciudad, rasgos inherentes al romanticismo.
Al festejar el bicentenario de nuestra emancipación de la metrópoli española, su importancia es de un valor inusitado: en el marco de la reflexión contemporánea acerca de nuestros países, sus héroes, sus emblemas y sus procesos históricos, emergen paradójicamente no cual sombras sino como protagonistas en la configuración de nuestra identidad histórica y cultural. Luego del derrumbe de las múltiples fronteras que constreñían nuestro pensamiento, nuestra vida cotidiana, nuestras relaciones con el mundo, ellos, los primeros artistas, científicos, pensadores y viajeros tuvieron oportunidad de adentrarse por terreno virgen para convertirse en testigos del accidentado alumbramiento al mundo moderno de una nueva región y una nueva cultura. Y son ellos, esos sujetos a quienes nuestros tatarabuelos miraban como extraños y les llamaban de manera indistinta gringos
o ingleses
, quienes hoy nos hacen ver y sentir lo que somos: un continente con personalidad definida.
Las naciones y su identidad no son, como suponemos, realidades per se, no existen de una manera más o menos independiente; más bien se trata de construcciones mentales, de conceptos trazados a lo largo de la historia por sujetos que comparten un mismo imaginario. De acuerdo con Benedict Anderson, se trata de comunidades imaginarias
, resultado de la asimilación colectiva de emblemas, alegorías y representaciones que fungen como enlace para las sociedades, en tiempos y espacios precisos. Las naciones son entidades abstractas, pero los individuos las viven, les otorgan sentido, unidad y coherencia en función de ese algo en común
que perciben como factor de homogeneidad. Si las pequeñas localidades identifican a sus miembros mediante su inserción en las relaciones de parentesco o en la jerarquía social, las comunidades territoriales más amplias trazan sus fronteras y delimitan sus afinidades atendiendo a caracteres que definen a sus miembros como integrantes de grupos más amplios cuyos lazos y rasgos comunes son producto de la historia.
En la creación de esa homogeneidad, el arte juega un papel de primordial importancia al instaurar motivos comunes, que la colectividad identifica como propios. Una apariencia de naturalidad
y de tradición
recubre entonces estos productos, de origen individual, para imprimirles su carácter representativo de grupos mucho más extensos. Irónicamente, muchos de esos emblemas, signos o motivos nacionalistas –parte fundamental de la identidad de un país– nacieron en el siglo XIX y tienen como progenitores a Jean Baptiste Debret (1768-1848), Edouard Pingret (1788-1875), Auguste Raymond Quinsac de Monvoisin (1790-1870), Emeric Essex Vidal (1791-1861), Jean Baptiste Louis, barón de Gros (1793-1870), Daniel Thomas Egerton (1797-1842), Carl Nebel (1805-1855), James Gay Sawkins (1806-1878), Ferdinand Bellermann (1814-1889) y Johann Salomon Hegi (1814-1896), entre tantos otros artistas.
Como pintores viajeros
conocemos a un grupo de artistas europeos que entre 1821 y 1860 producen una obra plástica de la cual proceden estereotipos, símbolos y emblemas hoy considerados expresión típica de nuestra identidad cultural. Efectivamente, los catálogos de sus obras, aunque en versiones de tiraje limitado, casi para coleccionistas, nos devuelven la mirada de estos pensadores y artistas de la centuria anterior. Constituyen un banco de imágenes cuya importancia no solo radica en haber pintado trozos de nuestra historia cotidiana, de nuestro paisaje y nuestra gente, sino también, en el terreno sociológico, porque muchos de los personajes, tipos, emblemas, alegorías y símbolos con los cuales aludimos a nuestra identidad, proceden de sus cuadros: charros, gauchos, chinas, huasos, en efecto, son personajes y prototipos de extracción popular cuya vigencia emblemática se promueve como factor de identidad a partir de los cuadros producidos por estos artistas extranjeros. Finalmente, marcan una impronta en el terreno de la estética porque acuñan un paradigma de arte romántico cuya influencia habrá de derramarse no solo sobre la plástica latinoamericana, en formación, sino también sobre sus propios coterráneos, los artistas académicos europeos. Una significativa muestra de cuadros de pintores costumbristas americanos, avanzado el siglo XIX, habrá de retomar no solo las figuras, sino también los modos de representación, el colorido, las convenciones fisonómicas, entre otros rasgos, acuñados por los creadores extranjeros, de allí que hayan fungido, implícita o explícitamente, como canon. Litografías, acuarelas y apuntes a tinta o crayón de tales artistas, plasman imágenes y estereotipos con los cuales aludimos a los orígenes de nuestra nacionalidad.
La obra de Johann Moritz Rugendas es tan importante y trascendental para el continente, y sobre todo tan fecunda, que con justicia Federico Hernández Serrano lo ha llamado el Humboldt de la pintura en América
(12). La aseveración parecería exagerada, si no diese constancia de esa minuciosidad con la que el pintor alemán se detiene a examinar las costumbres de los diferentes estratos sociales, los tipos étnicos, la vegetación, las panorámicas que ofrecen el campo y las ciudades de nuestros países. A la par de este interés inusitado hacia la naturaleza, fruto de las enseñanzas de Herder, la curiosidad por el clima, los paisajes y los tipos guiaron sus pasos por diversos países, plasmándolos en apuntes y cuadros que constituyen una herencia afortunada. Cuatro libros fundamentales, Viaje pintoresco en el Brasil (París, 1835), México y los mexicanos (Darmstad, 1850), El Perú romántico del siglo XIX (Lima, 1975) y Tipos y vestimenta de Chile (Santiago, 1837) constituyen una referencia histórica, etnográfica y estética obligada para quien desee entender las sociedades latinoamericanas pero, también, entenderse a sí mismo como miembro de una comunidad cultural.
Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es una suma mermada por infinitas restas
, ha dicho Sergio Pitol (25); pero uno también está en los libros que ha escrito, en la pintura que ha trazado sobre el lienzo, la melodía que tararea y las calles que ha recorrido, real o imaginariamente, como si detrás de cada paso o de cada rasgo, fuesen quedando diseminadas las trazas de tales derroteros. Y cuando uno investiga la vida de un hombre como este, emergen cual huellas fantasmales, sobreimpresas, al lado de nuestras propias huellas; por ello, escribir su biografía pareciera, en realidad, el acto de realizar anotaciones en un diario. Esa es la sensación que deja en mí un cuadro del pintor cuyo camino se entreteje con los paisajes de mi infancia, con las calles de mi ciudad, con el interior del restaurante donde los domingos suele hallarse a Pitol en amena tertulia. Entonces, pienso, toma sentido la frase aquella que nuestro Premio Cervantes tomara de boca de E. M. Forster: Todo está en todas las cosas
(11). Miro el cuadro –prosigo– y nuestros pasos se entrecruzan sin importar el signo de los tiempos: un hálito de intemporalidad baña el paisaje. Y pienso: ¿es la historia, acaso, un ensueño? Los caminos del pintor viajero más célebre del siglo XIX se entrecruzan con los míos por los senderos de la hacienda del Mirador, por los callejones xalapeños que miran de frente hacia el cofre de Perote, por los muelles de Valparaíso y, quizás algún día, también por las colinas cafetaleras del Brasil. La figura de Rugendas está detrás de la familia de mi tío Adalberto Sartorius, de mis coincidencias temáticas con los jardines y paisajes de Alberto Ruy Sánchez, de la conversación con Darío Jaramillo. Hay tantas resonancias mutuas, que escribir una biografía, su biografía, me parece un acto de sinceramiento ante un amigo de antaño. Por eso, cuando el poeta colombiano me propuso escribir esta semblanza, comencé por preguntarme… ¿Qué tanto de mí hay en la vida de Rugendas? ¿Por qué ha permanecido a mi lado desde hace tantos años? ¿Qué me ha llevado a coleccionar sus catálogos, a describir sus cuadros, a visitar los sitios aludidos por sus apuntes y lienzos? ¿Qué más puedo decir que no esté ya impreso de manera brillante en las páginas de Tomás Lago o Pablo Diener? Y entonces me propuse escribir una historia que narrara las múltiples sumas que hay entre el célebre pintor de Augsburgo y yo, es decir, la historia de las confluencias entre un pintor europeo decimonónico y cualquier habitante anónimo de Latinoamérica, en los albores del siglo XXI.
Al revisar la extensa bibliografía precedente, hallé muestras de un entusiasmo similar: una biografía en términos formales como la escrita por Lago (1998) –y que conozco merced a la generosidad de Susana Zanetti– que cuenta avatares y circunstancias en orden lógico, con una precisión histórica envidiable. La aventura estética de Rugendas por Brasil, México y Chile tiene en Pablo Diener su mejor exégeta (1996, 1994 y 1992); la precisión del dato, la ponderación justa hacen de ella una investigación cuyas páginas hacen brotar evidentemente el entusiasmo de sus lectores; es un apasionado conocedor de la obra y tiene la virtud de comunicarnos y hacernos partícipes de esa pasión. Con tales antecedentes, parecería infructuoso emprender un nuevo intento sin incurrir en el peligro de la paráfrasis.
El sendero que toman estas páginas aspira a contar con la exactitud histórica del escritor chileno pero también con la mirada entusiasta del investigador brasileño. La apertura de la red y la posibilidad de realizar consultas a distancia en archivos, bibliotecas y galerías de lugares distantes, ofrece nuevos datos que enriquecen el legado de ambos investigadores; la proximidad geográfica con los itinerarios del pintor viajero permite que miremos con nuevos ojos lo que, para los demás, es arte, a secas
, si se me permite una expresión a todas luces malsonante; además, y de manera especial, la certeza de hallar nuevos lectores en otras regiones del hemisferio constituye una tentación a la que