En grado de tentativa: Poesía reunida, I y II
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En grado de tentativa - Francisco Hernández
EN GRADO DE TENTATIVA
POESÍA REUNIDA
VOLS. I Y II
EN GRADO DE TENTATIVA
POESÍA REUNIDA
En grado de tentativa
POESÍA REUNIDA
VOLUMEN I
FRANCISCO HERNÁNDEZ
POESÍA
Primera edición, 2016
Primera edición electrónica, 2017
El autor es creador emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Diseño de la colección: León Muñoz Santini
Imagen de portada: Marcos Castro. Cortesía Galería Arróniz Arte Contemporáneo
D. R. © 2016, Almadía
Monterrey, 153; 06700 Ciudad de México
Tel. (55) 5264-1423
nformacion@almadia.com.mx
D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica
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Comentarios:
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Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-5086-3 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
SUMARIO
Dramatis personae, por Christian Peña
POESÍA REUNIDA [1974-1994]
Gritar es cosa de mudos (1974)
Portarretratos (1976)
Cuerpo disperso (1978)
Textos criminales (1980)
Mar de fondo (1982)
Oscura coincidencia (1984)
En las pupilas del que regresa (1990)
Moneda de tres caras
[1996-2003]
Última voluntad (1996)
Mascarón de prosa (1997)
Antojo de trampa (1999)
Soledad al cubo (2001)
Óptica la ilusión (2002)
Diario invento (2003)
Índice general
A mi nieta Sofía Hernández Sibaja
Corro al jardín que está detrás de la casa.
Subo al peral cubierto de nieve
Y ensayo el aullido de los lobos
VASKO POPA
DRAMATIS PERSONAE
CHRISTIAN PEÑA
En un ensayo dedicado a su compatriota W. B. Yeats, el poeta irlandés Seamus Heaney señala:
Al leer a Yeats, nos encontramos bajo el influjo de una voz que ofrece simultáneamente expansión y contención […] La expansión obedece a la confianza de que la mente ocupa el lugar que le corresponde y dentro de ella cabe imaginar grandes distancias y recorrerlas a voluntad. La contención está presente por la sensación de que una fuerte presión emocional e intelectual topa contra límites formales y hace fuerza dentro de ellos.
Creo que la expansión y la contención son características primordiales en la poesía de Francisco Hernández. La expansión es el viaje al centro de sí mismo que deriva no en la autentificación de la voz, sino en el andar interminable y colmado de preguntas, propio de la extranjería. Durante ese viaje, Hernández ha descrito con señas particulares y ficticias al sinfín de personajes que forman parte de su drama y que, más allá de ser una galería de retratos, son las notas de una bitácora hallada en el corazón de las tinieblas, el álbum de lo familiar puesto en negativos, el dramatis personae de su memoria. El poeta emprende este peregrinar, pidiendo referencias, preguntando direcciones, calles y nombres en diferentes lenguas, quizá para encontrar el camino de vuelta a su eje, aunque, lo sabe de antemano, eso no sucederá: es el precio de errar en busca de la palabra. La contención, por otra parte, está presente en la manera en que ahonda en la lengua hasta encontrar la sonora oscuridad del hueso
, hasta dar con las heridas profundas de la superficie, el escalofrío de lo cotidiano. En la presión emocional e intelectual
que la mirada de Hernández ejerce sobre las cosas más a mano se concentra el asombro y lo terrible en contadas palabras, se realiza un ajuste de cuentas con lo que creemos conocido.
La poesía de Francisco Hernández ocupa desde hace tiempo un lugar insustituible en nuestra tradición. Desde los comienzos de su obra — que, por ahora y con En grado de tentativa, suma más de una veintena de libros— podemos atisbar obsesiones que serán exploraciones a fondo a través de los años y las páginas. Elaborar un registro detallado de dichas obsesiones supone una tarea interminable; sin embargo, quisiera detenerme en algunas que considero esenciales. La enfermedad, por ejemplo, ha acompañado a Hernández desde sus primeros poemas y alcanza una temperatura altísima en el libro Mar de fondo, publicado en 1982, abriendo paso a la fiebre y al delirio. Mar de fondo cuenta la historia de un hombre postrado en la cama como en una balsa a la deriva, mientras atestigua cómo el río y el tiempo crecen y ahogan el recuerdo de un pueblo a su paso (La cama es un esquife que flota sin gobierno, un féretro / que chocará en segundos contra un iceberg
). Debido al tono y ritmo de la prosa, esa cama nos recuerda por instantes la cama en la que Juan Carlos Onetti escribió su relato El pozo, postrado y afiebrado en un cuarto de dos por dos. En el cuarto donde Hernández padece las dimensiones del infierno, el poeta plantea la atmósfera de sed y terrible belleza que estará presente en gran parte de su obra:
Cierro los ojos. Me arrastra el sopor hacia los territorios de la fiebre y, mecánicamente, limpio mis dedos pegajosos de semen en la trama del mosquitero.
Oigo a lo lejos el mundo de mi madre, su andar entre las brasas, su diálogo con el rencor que le acompaña: hablan de mi padre, de la mujer que tiene, de su risa, que suena como tromba de flores pisoteadas.
Con el silencio fijo en el vacío pienso en los tigres de Mompracem, en las redondeces de Paura, en un jonrón con tres hombres en base.
Afuera está la herida pero no quiero salir a su encuentro: debo continuar enfermo siempre, sin tener que bajar a tierra, sin enfrentarme a nada ni a nadie, ni siquiera a las piernas de Paura ni a un campo de beisbol ni a la luna llena del espejo.
Hoy, apunto en el cuaderno de bitácora, empieza el fasto de los grandes viajes.
Y el ave Roc emerge a los pies de mi lecho.
Francisco Hernández encarna en varios de sus libros, ya sea en pequeñas o grandes dosis, la figura, no del poeta maldito
, sino del hombre enfermo. El poeta maldito abraza —y en ocasiones propicia— escenas de una vida extrema donde cada caída tiene dimensiones épicas, donde cada derrota es un himno de gloria entonado a coro por todo un estadio. El hombre enfermo, en cambio, sobrelleva su condición y busca discretamente un alivio sin testigos ni ovaciones, un malestar puesto sobre la página como un testimonio y no como bandera. La fiebre y el delirio padecidos en Mar de fondo son los primeros síntomas en la poesía de Hernández; más adelante, la depresión y la epilepsia (Mi vida con la perra y La isla de las breves ausencias) serán el mal de raíz. La memoria es también un padecimiento en sus versos. Dicho por él mismo: Sólo con medio cerebro se recuerda. La otra mitad no duele
. No es una casualidad que Hernández lleve tatuada en el antebrazo izquierdo la inscripción Poesía: lo cura
. La poesía como enfermedad y sanación. Pienso en una frase atribuida a sir William Osler, la cual pone el acento sobre el tatuaje que suele asomarse sutilmente bajo la manga de la camisa de Hernández: No preguntes qué enfermedad tiene una persona, sino a qué persona elige una enfermedad
. Poesía: lo cura
, la tinta sobre la piel, el grabado en la piedra, el juego de palabras que va en serio, el eslogan aforístico; la poética, vamos. Así de puntual. Así de firmado con sangre:
HASTA QUE EL VERSO QUEDE
Quitar la carne, toda,
hasta que el verso quede
con la sonora oscuridad del hueso.
Y al hueso desbastarlo, pulirlo, aguzarlo
hasta que se convierta en aguja tan fina,
que atraviese la lengua sin dolencia
aunque la sangre obstruya la garganta.
El origen, el pueblo natal y la muerte son también obsesiones que llevan al poeta a transitar por el desvelo y su respectiva carga de somníferos. Pero hay una figura que se relaciona con todos estos temas y que, al tocarlos, hecha sombra y luz sobre ellos; una presencia que atraviesa de polo a polo el cerebro del poeta y a la que intenta descifrar, retratar, dibujar con los ojos cerrados en el muro de sus lamentaciones. Me refiero al padre. El padre es la primera cara en la moneda poética de Francisco Hernández. El padre: el cazador y la sombra, el fantasma con bifocales y el caballo odioso. El padre: los errores y la negación como herencia.
EL CAZADOR
Ibas a la montaña en busca de jaguares,
tapires o faisanes.
Siempre te acompañaba la mujer de otro.
En mis sueños te veía raudo por la playa,
eludiendo tenazas de cangrejos azules.
Ahora caminarás desnudo por la noche sin término.
Ojalá te encuentres con los ojos
de todos los animales que mataste.
Faustino Hernández Valencia, el padre, nació en 1911 y murió en 1984. Fue dentista y quien lo acercó a los libros. Tal vez cuando Francisco era niño contemplaba con asombro y miedo los instrumentos dispuestos sobre la mesa: el espejo bucal, el taladro, el eyector de saliva; el material quirúrgico con el que su padre aliviaba y causaba dolor. El trabajo del dentista era procurar una sonrisa saludable a sus pacientes. El trabajo del padre era ahogar los gritos. La carcajada oscura; el humor negro también característico del poeta. ¿Sabemos nosotros algo de extraer muelas sin anestesia? ¿Sabemos algo de esos oficios — escribir y tapar caries— que se aprenden sin ir a la escuela, así, por la mera observación, hasta llevarlos a la maestría? ¿Sabemos algo de empezar imitando a García Lorca y a Neruda o limpiando la vasija de los escupitajos? ¿Sabemos algo sobre dejar durante la noche un diente bajo la almohada y encontrar a la mañana siguiente la foto de un muerto? ¿Sabemos qué se hace con un padre que eclipsa el mundo con su sombra? ¿Sabemos qué se hace con un padre que se pone bata blanca para ir de cacería?, ¿sabemos cómo se quita esa sangre?, ¿cómo no parecernos a él?, ¿sabemos qué se hace con su ropa cuando ha muerto? En Odioso caballo, el libro más reciente de Hernández, se lee:
La dentadura de mi padre
avanza hasta donde duermo.
Sube a mi cuello de postura infantil,
para después morderlo sin hacer caso
de mi grito.
Manchada por gotas de sangre,
la cuna es una paila hirviendo.
Mi madre regresa y la dentadura
se sumerge otra vez en su vaso de agua.
Fragmentos de Bartók, tocados
por Keith Jarret,
salen de una cajita de música.
Mi madre se despide. Primero me persigna.
Después acaricia mi calvicie prematura.
En las pupilas del que regresa —preámbulo fundamental para la escritura de Moneda de tres caras—es un poemario en el que se desarrolla con precisión y terror el tema del padre descrito anteriormente, además de ser el lugar de los primeros avistamientos de retratos literarios escritos por Francisco Hernández. Allí, Silvia Plath mete la cabeza en el horno para huir del invierno, Roberto Juarroz camina por la playa de la mano de Roberto Juarroz, y Ramón López Velarde, de pie y en sueños frente al océano, Vive otra vez la angustia que sintiera en la pila bautismal
. Allí también aparece otro personaje de su drama, un lugar que tiene nombre y rostro, San Andrés Tuxtla; obsesión descrita desde sus primeros versos (Por el ombligo transparente
) y personaje principal en más de uno de sus poemas (Cuaderno de un retorno al pueblo natal
, al interior de Imán para fantasmas). Hernández siempre volverá a ese lugar que lo vio morir; siempre vivirá una suerte de Retorno maléfico
para reencontrarse con la casa derruida donde pasó la infancia, con el río que ahoga los sueños de las mujeres, con el jardín de su madre:
¿Quién regresa ahora que vuelvo retornado?
¿A dónde regreso? ¿No es cada vuelta al punto de partida
una isla rodeada de redundancias por todas partes? […]
Descubro a mi madre con su piel ya enferma
y una sola palabra suya pone en movimiento
aquel lenguaje repleto de cáscaras jugosas
y de ceremonias donde el descorazonado era el viento.
Pero ni ella puede ayudarme a reconocer
el miedo de quien vuelve.
Faustino Hernández Valencia, San Andrés, la enfermedad…, así, pues, antes incluso de decirnos que su libro capital era una moneda de tres caras, en la obra poética de Hernández ya había otras tantas girando en el aire.
La trilogía germánica
que conforma Moneda de tres caras exhibe una propuesta estilística donde el poema largo de corte narrativo desencadena un orbe de seres reales y ficticios para dar pie a la poesía que experimenta con la experiencia. Lo sabemos: en De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios, Habla Scardanelli y Cuaderno de Borneo están delineados con carbón algunos de los momentos de la vida de Robert Schumann, Friedrich Hölderlin y Georg Trakl, está retratada la historia de su genio; sin embargo, debo decirlo, cada una de estas caras es también una cruz: la música y la melancolía, el tormento amoroso del alter ego, el hambre de una isla más allá del destierro. Moneda de tres caras es también las tres cruces que Francisco Hernández acuñó a conciencia. La cruz en el sentido más coloquial de la palabra; el muerto que se nos sube, el costal de heridas y huesos que acarreamos de una página a otra; el odioso caballo que cargamos, tal y como el guerrero Hatakeyama Shigetada, dibujado por Hokusai. ¿Nacimos para echarnos caballos a la espalda?
, sigue preguntándose el poeta casi veinte años después de la publicación del libro. El dramatis personae que Hernández evidencia en Moneda de tres caras no es un listado de personajes con biografías extremas, sino la afinidad azarosa —fáustica en varios casos— entre el poeta y ellos. No se trata aquí del retrato o la biografía, no se trata de los acentos sobre la tragedia ni del apunte culterano: se trata de ser afectado e infectado por la palabra, la música o el trazo de alguien más, se trata de tatuarse la obra de alguien más en los huesos y, entonces sí, aceptada la afrenta, aceptado el duelo, tomárselo personal y escribir. Se trata de personajes personales, por llamarlos de algún modo. Guillermo Rousset Banda apunta en el prólogo a Personae de Ezra Pound: Las paráfrasis y versiones, que no traducciones, de Pound son personas, poesía de caracteres: mediante la auténtica fusión con el personaje, recreación de cierta situación o cierto estado de ánimo, adopción intencionada de cierta perspectiva peculiar para exponer un carácter
. La traducción de un sufrimiento parecido al suyo, la adopción de un temperamento y la aproximación a una obra puesta sobre el microscopio (La poesía es un método de análisis, un instrumento de investigación
, apuntó Jorge Cuesta) son algunas de las herramientas con las que Hernández acuña su moneda.
ESCRIBE SCARDANELLI
Prohíbe al llanto diluir la fuerza de los deseos más íntimos. Trae contigo tijeras para cortar de raíz hasta el otoño si es preciso.
Le he ordenado a mi lengua convertirse en río para que en sus ondas sumerjas tu cabello. Le he dicho transfórmate en montaña para subir a ella y en esquila, con el fin de escucharla antes de los sermones.
Si una serpiente te rodea los tobillos, no imagines el vértigo de la caída: es mi lengua.
Cuando el banquero Gontard te dé un lienzo que se anude a tu cuello, no creas en la liberación por asfixia: es mi lengua.
Impide la presencia de la duda. Corta esa prolongación rosada si te oprime también el pensamiento.
Córtala, písala, muérdela. Arrójala sin miedo a la gavilla de poetas callejeros.
No importa. Porque a mi voz, al no ser músculo de agradable temperatura, no podrás silenciarla ni en la más jubilosa de tus ensoñaciones. ¿Por qué habrías de privarme de alabanzas?
Deja a Scardanelli lo único sagrado que los dioses le dieron.
Mi lengua tiene vida propia.
Después de muerto he de seguir cantando.
La presente recopilación de la obra de Francisco Hernández, En grado de tentativa, permite comprobar que la moneda que el poeta lanzó hace ya más de veinte años tiene una sola cara y una sola cruz: Hernández mismo. Dicho de otro modo, cada vez que el poeta arroja la moneda al aire, ésta cae de canto. Francisco Hernández no es sus personajes, pero sus personajes sí son él. Ésa es su cara, la real e imaginaria. Como en El hacedor
, de Borges, el poeta se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincia, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara
.
Francisco Hernández sabe que la voz es una vieja promesa de la poesía. La voz como la verdad del poeta, como esa olla de oro encontrada bajo un puente, esa moneda de cambio para entrar al Olimpo, esa voz, esa manera de contar el mundo anteponiendo al yo sobre todas las cosas es una broma gastada. No, en poesía no hay voz, sólo ecos; resonancias de una lengua amada o repudiada hasta el cansancio. No hay voz, no hay yo; apenas las facciones imprecisas de hombres que se sobreponen al silencio y, en ocasiones, lo atenúan con un balbuceo hermoso aprendido en el insomnio y la desesperación, rumiado en la ansiedad de nombrar lo irreconocible e irreconciliable. Balbucear
, que no decir
; interrogar, que no afirmar; tendencia a enmudecer
, como lo definió Celan. La poesía de Hernández es un eco en las generaciones de poetas que le preceden. Su estilo es cercano al de un altoparlante con distintas salidas de audio, cada una con un filtro distinto. Octavio Paz dijo alguna vez sobre Jaime Sabines que solía tocar dos o tres cuerdas de una manera extraordinaria. Tratándose de Francisco Hernández, pienso que no sólo toca más de un cuerda, sino más de un instrumento; ocupa más de un lugar y se mete en la piel de más de un individuo al momento de escribir sus poemas, de hacer su música. En palabras de Bernardo Soares: Mi alma es una orquesta oculta: no sé qué instrumento tañe o rechina, cuerdas y harpas, timbales y tambores, dentro de mí. Sólo me reconozco como sinfonía
.
Establecer un presunto dramatis personae que delinee los múltiples personajes que aparecen y reaparecen en la obra de Francisco Hernández es una idea a la que no puedo resistirme. Estoy seguro de que cada lector encontrará los que le sean más afines o inesperados durante el viaje a través de sus páginas. Sirva, pues, este pequeño ejercicio como la introducción antes de que el telón suba y comience la obra:
DRAMATIS PERSONAE
Estos personajes personales, entre otros, son los que se dan cita en la obra del poeta; Vidas imaginarias, las nombró Marcel Schowb; Vidas minúsculas, las llamó Pierre Michon; monedas de la cara, les dice Francisco Hernández. En la autobiografía de Yeats, en los papeles dispersos que decidió reunir y publicar, precisamente, con el título Dramatis personae, el poeta irlandés escribió: Toda mi vida he estado obsesionado con la idea de que el poeta debe conocer todas las clases de hombres como si fueran él mismo, que debe conjugar la mayor realización personal posible con el mayor conocimiento posible de la palabra y circunstancias del mundo
. Francisco Hernández encarna la idea que obsesionaba a Yeats. Su poesía es también la autobiografía de un hombre habitado por muchos otros hombres; no exalta una voz, sino que traza sutilmente la infinidad de ecos que conforman su existencia: la memorable puesta en escena que lleva por nombre Francisco Hernández.
CHRISTIAN PEÑA
Ciudad de México, 30 de marzo de 2016
POESÍA REUNIDA
[1974-1994]
A Rosabertha, Edgar y Omar,
nuevamente como antiguamente.
Contra toda verdad he de quererte,
equilibrio infernal. Nací desnudo:
sólo contigo venceré a la muerte.
ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ,
La poesía
Gritar es cosa de mudos
[1974]
Con su casco abollado de general prusiano viene mi hijo por la tierra pateando su esperanza, durmiendo sus crespones, volando aves sin alas, adoptando hormigas, eructando canciones, amasando su miedo, naufragando crepúsculos, destripando corceles, violando líquenes, lavando luciferes, cavando su amor viene y yo no tengo nada que decirle:
GRITAR ES COSA DE MUDOS
Carajo, esto es el acabóse.
Aunque ignoro si sea el momento exacto
—uno nunca sabe
cuándo cerrar la boca o cuándo unas palabras graves
nacerán en la frente— pero a dar curso vengo
a todo lo que se está ahogando dentro y fuera de mí:
las escamas infantiles,
el sabor de miseria,
la impasible visión de los espejos.
Bajo el viento abro el tercer postigo.
Veo cómo las hojas se espuman y se esfuman;
veo caballos del alba pasar a tumbos
sobre el lomo del río;
niños sin frazadas; árboles huecos
que cayeron del cielo;
gritos hundidos dentro de sí mismos: los veo ser
descubiertos
por luciérnagas y alertados por un perro de aguas
que conoce años ha la suerte de los náufragos.
¿Y?
Ahora yo, oteando tu cadáver a última hora
vestido con ropa limpia, oigo el triste silbato
que me obliga a bajar apresuradamente de la cubierta
para oler el aceite que te untaron en las orejas.
En tu garganta hay címbalos,
peces que no conocían la superficie del mar.
Y ahora yo el desterrado lluevo sobre los cirios,
doy vueltas y vueltas a tu cuerpo sin sangre
y me detengo.
Como si entrara a una librería desconocida
hojeo tus párpados en busca de la última palabra
cuyo significado te dolía.
¿Quién se cortó la lengua ante el espejo?
¿Quién no desea comprar una sombrilla
si ya han anunciado la tormenta de mierda?
Sin responder a los crespones
que la nostalgia anuda a mis zapatos
y que cada mañana que se pudre veo,
voy al encuentro del viejo español que hace estallar
el iris de las niñas cuando tose o habla.
Mis huesos, sin otra cosa que calor,
se van agazapando en las esquinas.
Mis cabellos cuelgan de la levadura
de los árboles, mis duelos se nutren en el plato
del vagabundo y llego ante él sin vísceras.
Con el pellejo temblando como gelatina
me empotra en la pared: lo escucho.
Sólo su nombre retuerce mi ocio y me reanima.
Pero yo, siempre yo por debajo de todo,
sigo pensando que gritar es cosa de mudos
y que escuchar es intercambiar ecos
con barcos fantasmas o con muertos
que han perdido la esperanza de vengarse.
POR EL OMBLIGO TRANSPARENTE
Regreso porque entre tanto
se me olvida mucho.
Porque ya nada vive fresco debajo de mis párpados
y los nombres acostumbrados
se me diluyen en la lengua.
Porque es necesario volver a caminar por el dorso
de mi padre el anciano; dormir con los oídos abiertos
para cristalizar los ligeros tumbos del río,
el paso de los caballos sobre las piedras huecas,
la vaguedad del ciclón bajo la puerta cerrada.
Vuelvo para sentir el mareo del mar y a comprobar
que nunca finaliza.
Regreso a ver zopilotes girar sobre mi cabeza
recién cortada, mientras despiden su hedor
a contadores públicos.
Regreso a ver gente de corazón verde.
A beber aguardiente bajo las alas de los árboles,
a estrechar la mano del amigo muerto, a zambullirme
en el único lodo que me reconoce,
a fumar tristeza cuando
una hilera de peces luminosos me pone al tanto
de los días que vienen.
Vuelvo a buscar el ombligo transparente donde la criada
colgaba mis camisas,
vuelvo por la última parte soleada de mi ojo,
vengo a hacer el amor y a deshacerlo,
a reconstruirme con minuciosidad, a repararme,
porque ante la esperanza de la muerte
y el zumbido de la tormenta
sólo se puede ser útil cuando se está completo
o extraviado.
ÁNGELA O DEMONIO
Para Jaime Turrent
ángela davis
militante
27 años
de dónde sacaste ese sombrero de las alas anchas ensortijado
capucha de cornilargo sin el fierro del amo
de dónde de qué tam-tam raptaste
tus chinos que juegan al tobogán
indistinta indiscriminadamente
con las palabras pesadas de
kant
proudhon
drumgo
clutchette
y las del capital y las de todo lo demás que
asimilaste lejos de donde los negros
son el principal blanco en movimiento
ángela davis
tu nombre me sabe a birmingham
a pastel de ciruelas dinamitado dentro del horno
ángela davis
discípula de marcuse el loco y del garrote
pantera con cuerpo de filósofa
me da pena confesar que hasta hoy te amo locamente
a través de los alcaldes de watts
de las prostitutas de woolworth
a pesar de tu infancia prodigiosa
y de los barrotes de papel
que te fatigan
ángela davis
hoy te escribo esta carta
con mi lengua herida apoyada
en tus hombros de cantera
ah si las palabras se deformaran
al escribirlas como cuando las gritas
te juro que no hay ningún blanco
cualquiera que sea la parte del mundo
donde el huracán haya barrido su cuerpo destrozado
que te ame como yo ángela o demonio
lo triste es que para nada servirán
tus teorías condenadas o las mías tan cobardes
como gatos de rico
falsas y mugrosas como los detergentes
en que mis compañeros purifican su espíritu
ángela power
black davis
de una vez por todas subiré a tus ojos achicados
no sé si por el llanto o por la oscuridad
o por el amor de dios muerto a balazos
allí flotando esperaré
el cambio de guardia de tus lágrimas
allí esperaré el día del juicio
acompañado por mi propia pantera
ella me ayudará a recorrer tu cuerpo
que tiene capacidad
para un millón de almas
adiós
amada
bomba
hermana
soledad
es la hora del ángelus
y me da tristeza
no poder acostarme contigo
A PABLO NERUDA
Pensando en los linderos
de mi amante amarilla,
arañando su ágil superficie
con mis manos de minero incapaz,
me entero de que tu voz de tren
ha reventado en la estación llorosa
de los cobres.
Voy a cerrar tus párpados
para sentir tu savia de llamas diminutas.
Voy a entreabrir tu boca
para escuchar el mar lejano.
En las horas terribles que nos cercan
sabré de tu aletear de viudo
y comenzaré a buscar en mi tristeza
las insistencias
de tu materia fértil.
Joven y Pablo y Neftalí correoso,
tu amor de vuelo limpio
nos nutre ahora
desde otra latitud aún más cercana.
CETUS
Quizás en el momento
en que el amor no cubra,
el sol ya silenciado se desdoble
sobre las aguas emplumadas que te brotan
por dentro.
Quizás de un solo golpe de tus lobos marinos
me recojas la frente y la bandera,
o muerdas mi diente unicorniado
con el viento de los chorros de espuma.
Quizás al descubrirte botar entre las sábanas
sin previo catalejo ni ojos avizores,
mi lengua de piel roja, por tatuada amorosa,
se entumezca para después remar
de orilla a orilla.
Tal vez mi arpón se desvíe de tus lomos
o penetre sin fuerza o se resbale,
quizás tu coletazo no me alcance.
Yo he jurado atraparte bajo la luz del faro,
fumar la pipa de la paz con tus huesos
y sin lugar a brumas, liquidarte.
ESTACIÓN DE ATOCHA, 13:00 P.M.
desde la sala estrecha
el tren hace su boquete al cielo
ladrillos diminutos se ven franqueados
por panes enmohecidos
pero bajo la umbría caminan esposados
dialectos y el ronquido profundo de los pitos
triste el sueño que se arrastra por los caminos
triste el recogedor de basura que por segundos
me encarcela en su ballena de lata
campanadas de humo sobresaltan mis fiestas silenciosas
pisadas de cerveza secan al sol mis labios
una niña rosada que fue anciana en la guerra
come patatas suspira
y se ríe de mi cara de sobrio
por mi cabeza de naranja el tren
por mi lenta mirada de maquinista el pablo
el duende vigoroso de callejas y escudillas
el gran cuerpo visual de manos mitológicas
¡vedlo arrastrar sus testículos de chivo!
¡vedlo saltar entre los huecos horizontes
y sobre la rabia bufa del ventero!
con largas rectas vías la mujer teje a su pequeño
un gorro para la lluvia
los moros mascan burlones la sequía
SÍMIL
de una calabaza negra
sale el insomnio:
es la parte nocturna
de la soledad
PECHO DE OLAS, CONSTELACIÓN DE GRUPAS
pozo de aguas negras
donde abrevar el ansia
aerolito muerto de sed
en gota suelta
manto de agua
que te sale al paso
pecho de olas
donde nutrir mis zarpas
constelación de grupas
tus grutas despobladas
amor que no te tengo
y que me sacia
ahogado en el acecho
de tu escama
pez vampiro
chupo tu agua
tu sudor
tu estancia
LOS SIGNOS DE LA BRÚJULA
A Ezra Pound
Alguien le ha regalado una isla
al viejo pastor de ojos curtidos.
Quizá con este último presente
— no por eso el más hospitalario —,
quede lleno hasta el techo
su sombrero de fieltro
y su bastón
encuentre mediodía en que apoyarse.
La agonía frente al mar
siempre es dichosa.
El tifón orienta los signos de la brújula.
Hay brisas
y cantares
para escuchar
rastros de naves,
para cortar la sal que preserva al silencio
y el antiguo engaño de los pelícanos,
que nada guardan en el pico abultado.
El vaho de los perros se queda en las cornisas
de las catacumbas.
La marea es parte de los movimientos
que no pueden calcarte.
Sin embargo, sin miedo, sin tarea, has de cabalgar
sobre los dioses militantes
con tu hacha en la mano,
con el enebro en los pliegues de la bufanda;
con la incansable zarigüeya al hombro
has de buscar
la vida torrentosa de los ahogados,
el paladar letrina
de fatuos detractores
y una nueva,
ruidosa
ocupación
a tu eco sin palabras.
Ancestro de la ira, malamado Neptuno de la Tierra,
tu nombre tañe,
tañe,
tañe,
tañe por la tarde
en oro brusco.
APONTAMENTO
Estoy en una pensión de Lisboa
recordando Tabaquería.
Anuncios luminosos respiran
en las almenas de un castillo.
Por el recuadro de la ventana
el sol nocturno se desdobla
para bruñir el gobelino todo silencio.
Por el recuadro de lo pensado
las estatuas verdosas
sueltan puños de sal en ojos de turista.
Al fondo, sin recuadro,
monstruos creados por viejos navegantes
pasan desflorando leyendas hacia el Barrio Alto.
En el ventanal de mis oídos,
el escape de los esclavos
rumbo al cuartel de esclavos,
el concierto de los mudos contra el aire
y en la calle poblada como axila,
el domingo que anuncia un exceso de producción
en la obra del cadáver
más requerido por España.
Lisboa lisiada, nado en tu fado.
Tanto tiempo inventándote
para que naufragaras en la playa
donde la ausencia emerge.
Pessoa Fernando,
tanto sueño buscándote
para encontrarte al fin en cada esquina
con tu cirrosis de dos pisos,
el diario en cabestrillo
y los ojos vueltos con tristeza
hacia donde dos marineros
se orinan entre sí.
ACOTACIONES Y DEUDAS
Para Juan Manuel Torres
Hoy la tranquilidad ha vuelto por mi casa
y ha sido azotada con benevolencia.
Mi casa, mi renaciente fábrica de angustias,
parece un largo cuerpo sin ventanas
desde donde las pesadillas son botadas al mar
sin escampavías, ni agua dulce, ni grumetes.
En las paredes salitrosas, el silencio ojival
pone a secar sus telarañas y sus herrumbrados
motores de hélice; en el lecho del foso
que la divide, niñas y niños ciegos juegan a respirar,
a esconderse las lágrimas, a horadar
el himen de la miseria
con los filosos pelos de sus orejas.
Quizá por mis continuas acotaciones y deudas
me decapiten en la plaza principal de mi casa.
(El sopor es del pueblo y el pueblo no
está acostumbrado a soportar.)
Así que el verdugo que ha cogido mi mano es verdadero,
encapuchado trae el corazón y la piel es boca reseca
de rumores y la luz se desnuda en pleno invierno
y el cuello se me empluma de filos y mi casa,
mi anciana casa desierta, es incendio que huye
bajo el tropel del aire.
Mi casa, señores, es un bajel encandilado
con la peste a bordo.
Su número no existe en las cartas de navegación,
sus leones rampantes fueron blanco de monterías
y hasta el momento de escribir estas líneas
ningún guerrero o paje, delfín o capitán de fragata
han visto su huella proyectarse.
Luego, estoy a vuestro servicio.
Al fin que ya sabéis dónde encontrarme.
ACTO SEGUIDO
"desde el fondo del océano
una mirada dulce de peces boquiabiertos
hará ondear tu herrumbrada cota de malla
y los mechones resecos de tu cabello
acto seguido
plegarás tu desencanto y tus dudas
verás cómo los lugares nunca antes visitados
posan sobre tu tienda
resultando harto conocidos
y con pocos placeres que ofrecerte
de las tabernas saldrán asesinos
que llevan tu rostro incrustado sobre el suyo
saldrá el perro que imita tu presuntuoso
acento provinciano
y la más noble de las rameras será crucificada
por esgrimir tu aliento y venerarte
sólo entonces
comprenderás el sentido equivocado del verbo
y la amargura de los vientos brumosos"
Quien así hablaba era un niño pequeño,
hermoso y turbio como jamás había visto.
En el sitio donde debería estar su ojo derecho,
una placa de oro resplandecía.
De su ombligo colgaban un erizo y el pico roto
de un pájaro marino.
En su mano izquierda — cubierta por completo
de suave vello negro— portaba un gran estandarte
con la efigie de Antonius Block.
Me dio la espalda de pronto, sin decir una palabra más.
Corrió,
corrió gritando entre los escombros
por su inmensa desventura y la de todos nosotros
y meó hacia el cielo una luminosidad vaga,
como de alba lluviosa.
De mis ojos, brotó la sangre infatigable
de los solitarios.
De mi cuerpo y alma,
la sensación de que nada había acontecido
y de que nada
volvería a acontecer en el tiempo restante.
SÍNTESIS
Cada vez que era sometido
al potro de torturas
recordaba su infancia.
No por la humillación y la impotencia,
sino por la docilidad
que nace del martirio.
Cada vez que era sometido
al triste invierno de los fosos
recordaba su trayectoria en la tierra.
No por la soledad y el hambre,
sino por el sentido inútil de la esperanza.
Portarretratos
[1976]
FADE IN
Lo de menos era empezar
con un autorretrato.
Pero, francamente, no tengo cara
para hacerlo.
PARA EL ÁLBUM FAMILIAR
Cuando yo muera,
amor mío,
dulce amada,
júrame que sobre tu piel
que palidece
sólo se proyectarán
películas
de gangsters,
de cowboys
y de vampiros.
POSTAL DE PARÍS
Si tienes la suerte de haber leído
a Hemingway cuando joven, luego él
te acompañará, vayas adonde vayas,
todo el resto de tu vida, ya que
Hemingway es una fiesta que nos sigue.
INSTRUCCIONES PARA PERDERSE DE VISTA
I
despierta cuando sientas
que alguien tira de los anzuelos
que se han enganchado
a tus párpados
II
mira hacia la negrura
con los ojos en blanco
III
corre de un labio a otro
IV
respira como la piel de tigre
a punto de
V
arroja tus córneas contra el espejo
y suelta una carcajada
del tamaño de una lágrima
EL QUE FUE
La frustración de no poder realizar
un retrato de Henri Michaux
desapareció al leer esta frase
del propio Michaux:
Desde hace años he dejado de depender
de mis rasgos. Ya no habito esos lugares.
GRAFFITTI
Ahora que estamos cada vez más hartos
de mi sueño
tienes el rostro de todas las mujeres que
conozco de vista
de los diálogos tuyos y míos que sin
querer imaginamos
cada martes cuando inventamos que estamos
vivos cada lunes
PATRICIO REDONDO
va y viene con una palabra en la mano
juega al ajedrez y tira las piezas
cuando pierde
se baña poco pero trabaja mucho
con la ayuda de Platero
da clases de aritmética
las tormentas le recuerdan
la guerra de España
es cascada su voz
su mano explosión en la cara
a veces le tengo miedo
pero no me avergüenzo
temo también al río cuando crece
y al ciclón
patricio tiene el pelo blanco
y la frente alta
no toca la flauta
pero todos lo seguimos
a donde va
EL SUEÑO Y LA VISIÓN
Edgar Bruno despertó
y dijo:
soy niño
y sé que nunca
escribiré como Borges
pero él está ciego
y sé que nunca
lo dejaron ser niño
INSTANTÁNEAS
considera:
esto no es una orden pero un grano de azúcar
se disuelve en tu lengua
✱
la oscuridad es amarilla por dentro
✱
el viento trae un cuchillo en la cintura
✱
la lluvia escupe
✱
tus senos diminutos nunca empiezan
✱
la flor que veo desaparece cuando la pienso
✱
sacio mi sed en balde
✱
tu cuerpo una mano vacía
RETRATO DEL DESEOSO
Lezama Lima liras
fronterizo a Viñales
y la ninfa candela
que en sus labios pasea
es el sol berbiquí
de la noche altanera
Lezama Lima frascos
donde anidan perdices
y su lúdico paso
de animal constelado
entrecana bigotes
sobre ojeras feraces
Lezama Lima cielos
en su acuario fecundo
y su limpia embestida
de semental en celo
desdobla las magnolias
de los invernaderos
Lezama Lima sueños
con su lengua de esparto
y al modelar la flama
de su muerte secreta
larga vida sin Dánae
por su frente despierta
POSTAL DE MADRID
vino la muerte
y se llevó los ojos de picasso
decorados por él mismo
era domingo
las caras iban tristes
y volvían interrogantes
en toda españa flotaba
una honda preocupación
por los resultados del futbol
SOLARIZACIÓN
a las 2.15
de la tarde
después de 1, 2, 3, 4, 5, 6 tequilas
el sol es
un papalote
de niño
ebrio
FATA MORGANA
todo el placer consiste
en ver tu rostro como un cuerpo
como un brazo de mar abandonado
en una calle pintada de blanco
REVELACIÓN I
niño
hombre
bosque
pregunta
qué es un cazador furtivo
uno
dos
tres
disparos
dos
dan
en el blanco
bosque
REVELACIÓN II
cierra dios
su paraguas:
amanece
RADIOGRAFÍA
este poema huele a esperma
a sudor de negra
a pantalón traído de la tintorería:
al amanecer
sabe a vodka con hielo
a camarón gigante
o simplemente a madres:
es más ligero que el sexo de una hormiga
pero no se puede amplificar
ni humedecer
dada su calidad de combustible
TRANSPARENCIA
aquella tarde
¿o fue un atardecer?
el río se ahogó
dentro
de Virginia Woolf
la volvió
de pronto
transparente
ALTO CONTRASTE
I
de tus axilas brotan poemas ciegos
de tus axilas brotan poemas ciegos
como murciélagos de una cueva
en el fondo del mar
II
bastará con mirarte
para que tus pechos se agiganten
y de ellos desciendan
los elefantes de Aníbal
para pisotearme
B. B.
brigitte
bella brigitte
flotas casi desnuda por Saint-Tropez
con ardores de permanencia voluntaria
te pegas a los sueños
como insecto a la luz
tu boca de mamá dora mis trigos
tu aliento me oscurece
pon tu mano de estrella en mi bragueta
siente latir por ti mi corazón
RECOPILACIÓN TARDÍA ANTE EL ESPEJO
Para Antonio Castañeda
como río que zumba entre la hondura
como galope terso y subterráneo
como vasto oleaje sepultado
como silbo asediado por campanas
como lagar sin pies y sin espuma
como viento escanciado por follajes
como rayo de sombra a contraluz
como turpial ascendido por un tigre
como batalla a muerte o sed feroz
como rosa de escamas aterida
como brasa que sufre entre los dedos
como roja paloma invertebrada
como lied que deambula por el huerto
como en un frágil dédalo sombrío
como si nadie oyera su gemido
como aguda palabra desvalida
como esplendente pez encuadernado
como arcángel de niñas fugitivas
como limpio estandarte de la ira
como la piel acuosa del incendio o
como río que zumba entre la hondura
RETRATO HALLADO EN UNA BOTELLA
nació en boston a principios de 1809
desapareció en baltimore
a finales de 1849
se le busca por verter horror en el espíritu
por llevar un puñal
enterrado en la espalda
por los 32 dientes de berenice
por los ojos de annabel lee
por conversar con momias por la casa de usher
por la carta robada y el infundio del globo
por incendiar ciudades en el fondo del mar
por esconder un gato en el abrigo
por su vasto corazón de poeta
por haberle dado un sentido más puro
a las palabras de la tribu
PORNOGRAFÍA
las lenguas se bifurcan
en busca de resquicios
las piernas se entrelazan
y flotan en la sombra
los pelos se destejen
bajo una enredadera secreta
los poros manan
su espuma inconfundible
la saliva reposa
en los labios de la estatua
desde la luz lejana
la inercia nos contempla
el ojo lucha entonces
hasta horadar los cuerpos
de memoria
DAGUERROTIPO
mi amor
por ti
es una
e i
a ó
m r
g
c n
i
de pájaros
muertos
a pedradas
Y PENSAR QUE PUDIERON
(Fragmento encontrado en un
libro de José Emilio Pacheco)
la tarde era gris rata
y López Velarde agonizaba
sin miedo de morir
cuatro futuras glorias nacionales
armados con violetas
llegaron presurosos
a filtrarse en su paz
él ya no pudo hablar
pero lloró diminutivamente
ante la ofrenda
si en vez de flores
hubieran llevado
la instamátic
de entonces
hoy tendríamos
una foto invaluable
aún no marchita
ZOO
Grrrrrrrrrrrrrrrrrr…
Tú eres una mona desnuda
cuando no estás vestida.
Eres la más inteligente de las monas.
Tu terso pelaje fraccionado
es de color oscuro y habitualmente
y contra la costumbre, te desplazas
sobre dos de tus delgadas patas.
Guffjj…grr.
Para comer frutas y raíces utilizas
tus manitas negras y cuando recibes demasiadas
visitas te vuelves arisca, grrruñes,
haces señas obscenas y la movilidad
de tu expresión es menos comunicativa.
Eres una hembra joven, codiciada por todos.
Pronto tendrás tu primera cría y serás
la grandiosa atracción de los domingos
de algodón de azúcar y sol brillante.
Yo soy un gorila albino
que se ha enamorado de la inmensa
libertad de tus ojos que evocan
selvas cálidas y húmedas.
LESBIA
esta noche oh dulce lesbia mía
no basta con sentir: por eso aparto
las hebras de tu lacia cabellera
y arrobado contemplo cómo esculpes
el reptar de mi verga entre tus labios
FADE OUT
Cuando era niño
yo quería ser
un poeta maldito
¿tú a qué jugabas?
Cuerpo disperso
[1978]
DE LA JAULA VACÍA
de la jaula vacía
voló el canto
el poema es un canario
emplumado de palabras
¿cómo decir que el canto escapa
de la jaula sólo para ser atrapado
por el silencio?
hasta que canta
se hace visible
el pájaro en la jaula
el ojo es la jaula de una voz
que se libera en la mirada
el silencio
es un canario aprisionado
dentro de una palabra
de una boca a otra
escapa
el canario de la lengua
canta nueva york
en su jaula de basura
el canto de nueva york es el fuego
los chorros de las mangueras
son los barrotes que lo encierran
central park
canario verde
que cree cantar
en las arterias
de una piedra de humo
el canario no canta
canta el canto
el canto no termina
cierra el canario su memoria
jaula vacía
canto enjaulado
en la jaula vacía canta el silencio
su sombra
el canto mudo
del canario
en la gran jaula
truena el canto emplumado
del relámpago
dentro del canto
vuela el silencio en círculos
como tigre enjaulado
que se alimenta de canarios
DESNUDEZ
DESNUDEZ
Hojas de acanto te cubren.
Tu desnudez es lo contrario de una flor cerrada.
De entre tus dientes brota una lenta
emanación de yedra.
De la última semilla que pronuncias
Nace en silencio un roble de cien años.
Sólo donde pisas vuelve a crecer la hierba.
Solo, donde respiras, vuelve a soplar el aire.
Hojas de acanto te cubren.
Ojos de canto te descubren.
MÚSICA DE MAHLER
Para Ana María y Gabriel
despierta
el primer día del mundo
se afilan las navajas
del esqueleto
se desangra
la parte sumergida
del témpano
así no hay mar que valga
ni fauna que florezca
ni color definido
para la piel desnuda
silencio
un viento blanco y duro
estrella lo vertical
del cementerio
el agua conducida
golpea con terquedad
el corazón dormido
silencio
rojos chillantes
dentro de caracolas
linternas
en la mano del fantasma
crines de la victoria
en boca de la luz
silencio
nada como tu claroscuro
para la muerte o la inocencia
silencio
como si fuera
el último día del mundo
se hace polvo
la mente de la música
en mis manos
LAS ÚLTIMAS PRESENCIAS DEL INVIERNO
Faltan dos o tres ráfagas de viento
para que la noche se derrumbe
sobre el jardín y la acacia.
El fresno gigantesco se contrae.
Ha mordido su piel un ácido de sombra.
El cielo de cemento abre sus piernas
para darle cabida a tus relámpagos.
Un cedro acaricia los muslos de un olivo.
Las últimas presencias del invierno
silban en la hojarasca su silencio.
Llega la oscuridad completa después
de las tres ráfagas.
Sé que vas a pedirme que te ordeñe
porque te has puesto tu vestido de novia.
Abro la ventana, se apaga la bombilla
y pasa volando un cuadro de Chagall.
APUNTES PARA UN RETRATO
DE FRANCIS BACON
cara rosada redonda enmascarada
de águila gris que emerge
por el cuello nevado de la tortuga;
ojos que han perdido de vista su mirada
lluvia que cae al abismo de los paraguas
y sobre el pelaje tríptico del Mono;
aliento desgarrador de cerdas
ceño recóndito que se intercala en el azogue
de seis retratos insubordinados;
sombras cruzan a la velocidad de la luz
miradas se afeitan en el dorso del reflejo
labios que a la pureza dan la espalda;
pasos desangrados por los escalones
gritos amanecidos con la boca cerrada
dientes que trituran bocas escalones y pasos;
águila gris
nieve rosada
cuello de llama
que en pupilas se vela
o se desenmascara
PENSAMIENTOS CONGELADOS
gárrulas mujeres eritreas
cruzan las losas de florencia
me escupe un macetón
sus tulipanes rojos en casa de rodin
—gracias
(rilke limpia mi rostro
con su pañuelo)
brancusi es ahora una presencia
de gorro blanco
celebremos el escupitajo del cielo
mi hijo con fiebre tiembla y sueña
con un parque holandés
de pensamientos congelados
perla el sudor
ostra la frente
cae a puños el sol
sobre la puerta
DOMINGO
Me gustan los animales domésticos
De la casa de fieras de tu alma.
TRISTAN TZARA
Además de ratas, hay niños en el parque.
Yo quisiera como ellos estar bajo la claridad
y correr de un muslo a otro sin previo itinerario.
Pero estoy como las ratas, a la sombra,
y cuando muerdo
una rebanada de jicama muerdo una pequeña
mariposa blanca.
Por mi pelaje fluye la sangre mineral del bosque.
Los pájaros me ven y levantan el vuelo de un bostezo.
En el agua podrida del estanque las nubes son los restos
de algún incendio recientemente naufragado.
El calor es azul, como el domingo,
y una gran gota de sudor
cruza mi vientre recordándome el beso
de una joven muerta.
A lo lejos, los nauseabundos muros de Mixcoac
son azotados por el mar.
Estoy tan solo, que cualquiera diría que estás conmigo.
Pasa un avión tan cerca,
que se lleva tus últimas palabras.
Pero aún así la ciudad es un miserable tragafuego
que impide el vuelo de las corolas amarillas.
¿En qué páramos estarás diseminando tus orgasmos?
Me río de quienes pasean a sus amantes y a sus perros
porque yo no tengo perro ni amante que me ladre.
Sudo miles de gotas de calor.
¿Caminaré al anochecer sobre las aguas frescas?
Husmeo entre los caños y me encuentro con una niña
que ha pasado toda su vida a la intemperie.
Busco en tu mirada perdida y me encuentro
con un sueño
que se insola bajo la protección de tu memoria.
Más allá de la línea del horizonte, alguien le venda el
cráneo a la locura.
La libélula escapa de mis labios y eso significa
que ha llegado el momento de macerar
la carne de la mosca.
El amor es lo que estos niños felices desconocen.
Lo contrario del amor es una realidad olvidada
en lo más amoroso de nosotros mismos.
Limpio mis uñas y mi rabo en la huella que dejan los
que aman.
Estoy tan solo, que cualquiera diría que regresaré
a roer las entrañas de los animales domésticos
de la casa de fieras de tu alma.
Pero no.
No regresaré nunca.
Desde mi madriguera veo cómo el sol descubre los
cristales de la tierra y cómo un pequeño de cabellera
oscura le arranca los ojos a un gorrión.
BAJO EL VOLCÁN
¿Qué hago aquí?
¿Qué hace esta mosca helada
frente a mí
como una muchacha desconocida?
El cadáver del viento
cuelga
de las ramas del árbol.
Las campanadas pasan
en formación perfecta.
No canta nadie.
Nadie vuela tan alto
como las hormigas.
Lowry debería estar aquí,
bajo el volcán,
emborrachándose de tedio.
El mar, el mezcal, los comisarios,
no están más lejanos que tú.
Lentamente, las hormigas
van subiendo a mi cuerpo.
Huele a cocina
y a silencio hecho polvo.
Al atravesar mi lengua,
la luz me recuerda el sabor
de tu sexo olvidado.
Somos lo que sueña
La Mujer Dormida.
HACIA TU VULVALUZ
escribo sobre tu ojo
en blanco
ves lo que miran
mis palabras
como erección
de bosque subterráneo
irrumpe
con sus cantos cifrados
un álamo
en el centro
de tu alcoba
pira bajo tu sombra
sacude nidos
aguanoche
hormigas
te abrasa saviamente
te penetra
desvía su tronco
hacia tu vulvaluz
hachazo hendiendo
la hendidura blanda
dentada
clorofílica
o nudo irreanudable
de vetas tetas vellos
gritos verdes vergas
ramas limbo lames
gineceos
jineteos
sudas uñas
gimes copas axilas
llanto llano
que es aire vaina fruto
leña tallo
maríntima corteza
cortesana
de frescos castaños
muslos
que aserrados
se espigan
por la calma humedad
del sementerio:
en un cerrar de ojos
te ciegas
me siegas
y borras
lo que escribo
PENÚLTIMO HOMENAJE
A JOSÉ LEZAMA LIMA
ENTRE VOCES ULULANTES
Y ANIMALES DE NIEVE
PRIMERO
Sobre restos de luz a la deriva, el mar deja caer cristales
y la precisión lanceolada de sus horas.
Espumas de sal habituadas al abandono trazan círculos
semejantes a reinos más allá de la arena sin huellas.
Al filo de la nada y el viento corre un espejismo tan
claro, como la sombra de las gotas de lluvia que estalla
en el sol.
Hay bajeles humeantes en la piel de los tumbos.
Alas que caen fulminadas por el amor terrestre
de los peces.
Un caracol se acerca a los sentidos y sólo se percibe la
tristeza de oleajes en ruinas.
El día y la noche desaparecen. La brisa deja de respirar.
El mar, tranquilamente, se contrae, naufraga
y se evapora.
SEGUNDO
Toda puerta se abre cuando escribimos dormidos.
El sueño es la vida más pura que nos resta y es una luz
de aceite que se empluma para interponerse entre
nuestra fatalidad y el agua.
Cuando despliega sus ojos majestuosos, dos filos
le brotan en la espalda: si llueve, uno de ellos semeja
incandescencia de voces maternales; si acompañados
nos sorprende, el otro es una alegría súbita, como la flor
imperfecta del relámpago.
Las caricias rasgan los foques del sueño más profundo.
No hay labio que no sueñe con el zarpazo
de una lengua insomne.
Por eso amor y dolor se agrandan con la noche y todas
las puertas se cierran cuando despertamos.
TERCERO
A la merced del cierzo y del voraz jardín desmemoriado,
crece la velintonia.
Asombra su luz íntima varada en la corteza. Duele su
voz ligera en medio de las brumas de un destierro sin
alas. Su huella transparente se renueva en el muro.
Sus límites de infancia medran sin término:
musgo en el dedo cortado de la estatua.
Como tormenta de cal finísima y primera, la nieve
le separa del mundo.
Pero hay señas de brazos que en el tronco perduran y en
sus ojos azules se descubre el envés de la delicia.
Su savia de palabras germina en la aridez del claustro.
La soledad y el guiño de la muerte se alondran
en sus ramas.
CUARTO
Cuando la pregunta ¿qué tal de resonancias? estalla en
lo más incendiable del cañaveral, el cuerpo entra en las
aguas bajo lluvia plateada de meteoros.
Su descenso es una lentitud amarillenta y porosa,
idéntica a la del fruto que cae de la rama a la tibieza
dejada por el gato en la otomana de mimbre.
El contorno de los moluscos resulta ligeramente atroz
a esa hermosura, pero si una sola burbuja reconstruye
o asfixia, llorar encuentra su preciso sentido bajo el agua.
Entonces el recuerdo de la carne se pasea desnudo por
la lengua, la brazada inmóvil cruza el túnel naranja de la
espuma y el huracán de lo profundo aviva las hogueras
que esperan por la voz y los labios del suicida.
QUINTO
La superficie del almohadón constante es un mar
congelado donde se inscriben las erecciones de
lo que soñamos.
La vigilia es la casa inesperada de los ángeles. El sueño
pertenece a quienes perfuman sus cuerpos bajo una
llama tersa que no vino a buscarlos.
Lo soñado despierta a sus caminos cuando nuestros
cabellos rasgan la piel intocada de la caricia, la boca
nunca succionada del beso.
Lo que nos sueña es un floreo de sábanas de lino
cristalizado por el sudor de las ingles, que son los
portafaroles de las pesadillas.
La mano que borra las huellas de la almohada sueña con
los demonios bordados en el traspatio de
la palma enemiga.
La mano que se posa en el vello de la insomne fue
lasitud antes que brillo milenario y se tiende hacia
los oleajes que la desean para no tocar lo que se acitrona
en el aire.
SEXTO
A Guillermo Fernández
Nada le acerca tanto como el grito del pino en la
montaña, como el vuelo distante que nunca se detiene
en el tacto enjaulado por una mano blanca.
Su piel es el reflejo donde la ausencia se contempla;
es el viento que sangra en los racimos de la memoria; es
un invierno que se derrama sobre los linderos del trópico
como el verano sobre la flor podrida de la infancia.
Nadie ha visto su rostro pero la luz se deslumbra con su
cuerpo dormido.
Nadie ha tocado las líneas de su espalda, pero la mirada
lo busca en la sombra transparente de los ciegos.
Su nombre se desvanece junto a la huella
de los grumetes en la playa.
Su corazón se pierde a borbotones entre los pasadizos
de las mañanas florentinas.
El recuerdo de su voz es un puente
que corre bajo el agua y es un olvido
inmenso que se clava donde la nada se disuelve.
SÉPTIMO
Sabes que no miras lo que ves, porque tus ojos son
únicamente lo sombrío dejado por el vendaval en el
mantel polvoso, en lo que tiene de abandono aquello
que nos observa desde la visión.
Lo que no ves resulta el combate nocturno que inicia la
cigarra contra el girasol bajo el degüello de las granadas.
Lo que sin ver te mira corre por la tersura del durazno
acodándose en el pensamiento redondo de tu imagen.
El ramo que te vigila desde su vaso sabe que has
olvidado tu primer recuerdo entre los párpados
translúcidos de la oscuridad completa.
Tus manos están llenas de élitros para el silencio: giran
sin recorrer los pétalos caídos y se detienen sobre el
pequeño resplandor del fruto donde el cristal se astilla
sin saberlo.
¿Miras así porque tu reflejo se aproxima a la hoja en
blanco que es un sediento témpano de hielo?
Callas así porque cuando se cierren los ojos de las
cosas, no podrás contemplar tu repentina desaparición.
Textos criminales
[1980]
EL HALLAZGO DEL CUERPO
Estoy seguro.
Ella sabía que aquella noche yo intentaría asesinarla. Sin embargo, su rostro no reflejaba ningún signo que pudiera parecer angustioso o terrible. Cenamos en silencio.
Al terminar, subió a la recámara alegremente, como niña que se dirigiera al parque de diversiones. Terminé mi copa de coñac y la seguí. Trepé de dos en dos los 48 escalones de mármol hasta llegar al pasillo, lo recorrí sin hacer ruido y pronto me encontré ante la puerta abierta.
Ahí estaba, esperando. Su sonrisa era una mezcla de ingenuidad y perfidia. Su opaca desnudez ahora brillaba como la luz de una linterna. En la sien derecha se había dibujado una estrella roja.
Bajo la pequeñez de sus senos tenía adherido un diagrama de los usados en los campos de tiro. En la mesita de caoba, junto a la lámpara, un recipiente con líquido verdoso, una jeringa y un revólver. En la cabecera, ya preparada con su nudo corredizo, una gruesa cuerda y a su lado, sobre el almohadón, un hacha de carnicero y algunas piezas de mi instrumental quirúrgico.
Me acerqué, devolviéndole la sonrisa. La tomé en mis brazos, crucé la habitación y la dejé caer por la ventana.
poseerte en lo más enrojecido
del amanecer
es como soñar con un crimen
y despertar
con tu cuerpo cercenado
en las manos
si mi vida fuese un vampiro
pequeño y aleteante
lo sacaría de su féretro
y lo pegaría a tu cuello
para que lucieras
eternamente pálida
como el más bello monstruo
de Tod Browning
a mano armada
y mientras recorro
tu espalda
con mis labios
me asalta
el pinche slogan
que no podía
escribir
atravesada
por un alfiler
en tu vientre aletea
una mariposa negra
lanzo la palabra búmerang
y no regresa
tomo la palabra válium
y no duermo
invoco la palabra luzbel
y no aparece
aspiro la palabra oxígeno
y me asfixio
camino la palabra morgue
y te recuerdo
dibujo la palabra puente
y se derrumba
escribo