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Raz de marea: Obra poética (1975-1992)
Raz de marea: Obra poética (1975-1992)
Raz de marea: Obra poética (1975-1992)
Libro electrónico362 páginas2 horas

Raz de marea: Obra poética (1975-1992)

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José Luis Rivas, el poeta, mueve con mano maestra la variedad infinita de elementos que nombra y que lo acompañan siempre en los ritos de vida que celebra. Brazos de mar y el trópico como telón de fondo, como paisaje, como orden y como caos. En esta obra se reúne buena parte de la obras poéticas del autor.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 jun 2022
ISBN9786071674821
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    Raz de marea - José Luis Rivas

    ADVERTENCIA

    Este volumen reúne, con la sola excepción de Luz de mar abierto,* el conjunto de la obra poética de José Luis Rivas, desde 1975 hasta 1992. Aquí han sido recogidos, integrándolos en secciones, algunos materiales inéditos y textos que habían aparecido en diferentes revistas y suplementos literarios del país.

    México, 1992

    Para

    ALBERTINA y para JUAN

    Dársena del adiós, pámpanos y tormentas…

    SILVIA OCAMPO

    I

    ECCE PUER

    [1975-1981]

    …fresca de risa

    [1981]

    ornamento

    CON vuelo ligero,

    grácil,

    va sorteando

    espinas de rosal por el codillo

    de una rama,

    y como prendedor

    se posa,

    nuncio de mayo,

    una libélula morada.

    LAS muchachas esparcían el estío de sus menstruos

    por los rincones de aquellas cuatro paredes levantadas

    con barro y zacate

    y la casa se apretujaba

    de bestias y alimañas atroces,

    y el espacio sin luz

    se hinchaba

    poco a poco

    con el aroma del hueledenoche.

    Y el pensamiento esbozaba,

    estrujaba

    y volvía

    a dibujar

    la abrupta silueta del insomne …

    ¡EN LOS techos afilan sus picos las aves de lluvia!

    Sus agujas obcecadas bajan en menudos

    sorbos por el canalón …

    ¡Y una sed,

    ávida de estrías,

    muere

    ahíta

    en el desgañitadero

    de los tordos!

    ¡LLOVÍA a cántaros de cal y un olor a leche de ordeño

    bajaba de las dehesas del alba!

    ¡Pero he aquí que serpientes sigilosas escurrían

    por las verdecidas zanjas!

    Yo, dormido en un mar de felpa,

    me enteraba de cuanto afuera sucedía

    sin tener que asomarme

    porque el granero

    no tenía puertas.

    En el patio, lo sé,

    las pollas disputaban a los gallos

    una lombriz

    sacada de algún charco.

    De los hornos d e barro,

    las negras humaredas se trenzaban

    como lianas

    sinuosas

    al amor de las brumas

    y los hombres abrían con zapapicos,

    en una falda del cerro,

    mínima cascada

    que se abatía

    haciendo chasquear

    sus raudales

    de ramas pequeñas,

    plumas lavadas

    y enérgicas pezuñas.

    PORQUE carretas pesarosas

    haladas por bueyes

    lanzan al extravío

    de una remota esquina

    el maniatado gato

    de su pregón

    o lo arrojan al río

    dentro de un saco muy ceñido

    (a una de cuyas puntas

    se amarra

    precavidamente

    el designio final

    de la plomada) .

    ¡Pero he aquí

    que el gato tal

    (siempre por ensalmo)

    vuelve a casa

    ileso

    el mismo día!

    Y las carretas,

    envueltas

    en el pesado vapor

    de la infancia,

    clavan la vista

    en el rugoso suelo,

    queriendo adivinar

    (¡sólo adivinar!)

    la línea inicial

    del aciago enigma

    a cuyo margen

    dóciles

    se encaminan …

    Y con un pregón

    (¿o con un maullido?)

    cercenan

    la lúcida cabeza

    del insomne.

    ERA aquel tiempo que se sacude las enseñanzas

    no deseadas, ¡plumaje inquieto al que hostiga una

    brizna de zacate!

    Y los horarios podían ser frutos tardíos,

    llamaradas u hogueras insalvables…

    Pero no importaban,

    y como no teníamos tiempo

    para pensar en ellos,

    bajo una andanada fresca de risa

    perecían

    como las hojas del puan

    bajo la lluvia.

    Ecce puer

    [1975-1977]

    ornamento

    ASÍ que apunta el alba,

    movedizo

    irisado

    asomando a los claros

    de la barda de adobes

    (entre la madreselva de fragante encaje)

    reparte su saludo

    el picaflor.

    Para Manuel y Elia

    ALBOR de nupcias.

    Por la montaña un mirlo

    muy lento, cruza…

    Maitines

    CIMA del puan…

    presidiendo la misa:

    ¡un cardenal!

    TROMPO

    Para Emilio Hinojosa Carrión

    SI EL cordel

    con maña lo despide:

    corazón ovillado

    que se deshace en vértigo.

    La cebolla de madera

    se desfleca sin fin

    hacia un lecho de amor

    mientras zumban las alas

    de invisible libélula.

    Repuesto ya del vértigo

    que te arrebata

    como a un trompo,

    iah corazón que danzas

    serenísimo

    antes de enloquecer,

    caer borracho

    de la palma de la mano

    y ganar otra vez

    el quicio de la puerta!

    DETRÁS del monte,

    ya en picada, rabea

    el papalote.

    Muda invernal

    OJOS de niño

    calan tu piel: montaña

    bajo estola de armiño.

    ROMPE la marejada

    en el ancón: el trueno

    escampa en la resaca.

    ENTRE las rojas ascuas

    mi corazón

    se muda en salamandra.

    BOTÍN

    A José de la Colina

    DELANTE de tus ojos

    tuerce el arroyo

    soflama azul

    en ademán de sierpe

    y en tu bolsa

    de colegial

    late un doral cautivo.

    UN sapo salta…

    Tirado de la lengua,

    el charco chasca.

    ESCARBAS de rodillas

    al pie del hormiguero

    (ese pastel

    de tierra que esponjaste

    con unas gotas de limón

    por levadura).

    Una vez exhumado

    y puesto en pie de nuevo

    el soldadito plúmbeo

    enfrenta solitario con su máuser

    una legión de hormigas …

    DON DE RESBALAR

    ES LA lluvia, ya suelta, lo que miras desmelenarse por la enrejada ventana de madera.

    Todo en el patio es blando: se alarga o se ahonda, contagiado de vuelo en remolino o de caída serpenteante.

    En el corredor, una niña morena hace girar su chal, tomándolo de una punta. Sus muñecas se doblan con dulzura: oleadas de vértigo, ráfagas de esparcido jaspe.

    Un limpio desgranarse de las tejas al caño y, luego, al canalón.

    Corro de cuentas por las zanjas; cintas, arillos, fluentes cañamazos.

    El moho se retiñe; se hinchan los arcos de madera.

    La caudalosa lluvia y su desembocadura estricta en el pico de los cántaros; greda roja donde el cerro se duele de sus heridas.

    Rápidos, sucesivos goterones acribillan de nuevo la tierra cálida. En mezcla, polvo y vaho se elevan a tenor de los impactos, del corredizo pespunte de los picos de agua entre una y otra teja.

    Aves de luz cenicienta vuelan por la claridad marchita, apenas fúnebre. Un espacio en clausura.

    Salir entonces a la calle sembrada de charcos. Los pies desnudos halados por tirante impaciencia, don de resbalar por los taludes…

    Los blancos pantalones, arrollados arriba de la rodilla, que toman el color caqui fragante del tepetate húmedo.

    Los truenos restallando su rebenque sobre crudos lomos rugientes. La cortina fundida a su espesura, en nupcias hacia lo compacto.

    Asombrosa tapia, vano anhelo ante la reja.

    San Isidro Labrador,

    quita el agua, pon el sol…

    II

    TIERRA NATIVA

    [1982]

    A mi padre

    Al fin y al cabo cada quien es como es su

    tierra y su aire.

    Cada quien es como el cielo es bajo o alto,

    el aire pesado o claro

    y cada quien es según haya o no viento allí.

    Es eso que los hace y lo mismo las artes que ellos hacen

    y el trabajo que hacen y la manera en que comen

    y la manera en que beben

    y la manera en que aprenden y todo.

    GERTRUDE STEIN

    I. La estación de los muertos

    ornamento

    There’s no exit, none,

    No place to corre to, and you’ll end where you are,

    Deep in the centre of the endless maze.

    EDWIN MUIR

    TAMBIÉN enero es un mes cruel; esparce

    con su hisopo fúnebres escarchas, la fusta

    de sus ráfagas flagela

    los brotes primerizos de las plantas, luye

    las ataduras del paisaje,

    que se desploma como un féretro marchito;

    enquista las pasiones

    y amortaja con la escayola de sus vendas rígidas

    el cadáver de la inquietud.

    Sinon l’enfance, qu’y avait-il alors qu’il n’y a plus?…

    Aquel domingo

    de camino a La Magdalena

    vimos

    desde el auto de Andrés

    cómo el sol trasmutaba en oro

    el tapiz de la nieve

    que cubría las faldas del Ajusco.

    No se me ocurre nada acerca del invierno…

    De niños, los dos íbamos de paseo todas las tardes por la ribera.

    A mitad del camino hacíamos alto;

    nos arrollábamos los pantalones arriba de la rodilla

    y, ya descalzos,

    nos metíamos en la ciénaga

    a cortar juncos, lirios acuáticos y carrizos;

    y a desguindar los nidos de las aves silvestres.

    Caminábamos luego un tramo igual,

    aproximadamente,

    hasta avistar la antigua fábrica de tejas y ladrillos.

    Esa vez volvíamos muy tarde;

    las bandadas de tordos nos sobrevolaban

    cuando oímos surgir al otro lado de los herbazales

    un cacareo obsceno y repentino

    Nos detuvimos en seguida,

    y sigilosos volvimos al pantano.

    Según nuestra costumbre,

    antes de entrar en la espesura fresca de los tules,

    nos descalzamos.

    Aunque el lodo nos daba a la rodilla,

    nos fuimos internando paso a paso

    hasta ponernos a cubierto tras un macizo de espadañas.

    Separamos con tiento

    aquella palizada de cilindros de seda,

    y entonces vimos

    un par de gallaretas retozando en el fango .

    Bajo los rayos últimos del sol

    la hembra deslizaba su sombrío plumaje;

    la cola recogida y casi en línea con el lomo ceniciento.

    El macho la seguía muy de cerca, batiendo el cieno con sus alas poderosas.

    Cuando lograba emparejarse,

    y estaba a punto de aferrarla con el pico,

    la hembra con un ágil giro se escurría …

    El macho comenzaba luego a nadar en círculos

    cada vez más ceñidos;

    la cola enhiesta, el cuello tenso como un arco,

    y la cresta, abultada, parecía larga y sin aliño.

    U no tras otro los rechazos se siguieron,

    hasta que el macho, exhausto y aburrido,

    se olvidó de su presa,

    mientras la hembra se ocultaba airosa en medio de los juncos …

    Al tiempo de acosarla el macho profería un grito

    obsceno y

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