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Poesía completa (1964-2012)
Poesía completa (1964-2012)
Poesía completa (1964-2012)
Libro electrónico807 páginas7 horas

Poesía completa (1964-2012)

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Esta Poesía reunida compila la trayectoria de Elsa Cross desde Naxos (1966) hasta sus más recientes poemas (2001) en la que quizá sea la más completa recopilación de la obra poética de la autora. Se incluyen, además, los poemarios Amor el más oscuro (1969), La dama de la torre (1972), Canto malabar (1987), Jaguar (1991), Poemas de la India (1993), Urracas (1995), Ultramar. Odas (2002), entre otros: versos que forjaron una sólida obra y una carrera en constante evolución.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jun 2013
ISBN9786071614391
Poesía completa (1964-2012)
Autor

Elsa Cross

Elsa Cross (México, 1946) es poeta, ensayista y traductora. Su Poesía completa (1964-2012) abarca numerosos títulos, de los cuales seis recibieron premios importantes. En los últimos años obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia (2007), el Premio Universidad Nacional (2009), el Premio Roger Caillois (París, 2010), la Medalla Bellas Artes (2012), el Premio Poestate (Lugano, Suiza, 2015) y el Premio Nacional de Artes y Literatura (2016). Han aparecido libros suyos de poesía en ocho países. Es maestra y doctora en Filosofía por la UNAM, donde es profesora titular de Filosofía de la Religión y donde ha publicado también varios libros de ensayo y traducción.

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    Poesía completa (1964-2012) - Elsa Cross

    2012

    NAXOS

    NAXOS

    le entregó un hilo que él ató

    a la entrada del laberinto…

    OVIDIO, Metamorfosis, 8. 2

    Partes imperceptible y mudo. Como furtiva ráfaga rompes la claridad incierta de mi día.

    Teseo súbito, veo que te disuelves detrás del laberinto en que me dejas.

    Me has dado la sed, el viento y la arena que se escapa entre mis dedos: testimonios de tu estar intenso y repentino.

    Yo me pierdo otra vez, me confundo en los últimos resquicios del peñasco, intocados y oscuros, reducidos a su oquedad irremisible.

    Percibo a mis espaldas la grave reiteración del mar en sombras, la ausencia de gaviotas. Y te aguardo callada, frente al desierto incesante, temblando como un desdibujado contorno de espejismos.

    LAMENTACIÓN

    Toi qui te meurs, toi qui brûles de chasteté

    Nuit blanche de glaçons et de neige cruelle!

    MALLARMÉ, Hérodiade

    En horas inagotables y vacías largamente he visto sucederse la luna, inútil en su esplendor y en las noches en que debe ocultarse. Con qué dureza llega su palidez lasciva a tocar las ropas 15 que me cubren, la habitación toda, sórdida y transparente, como mi lecho de virgen.

    Qué ansia de nombrarte. Son a veces mis palabras como un río que perdiera su cauce. Y los que no entendieron de palabras verdaderas han de repudiarnos. Caerán sus amenazas a un pozo sin fondo. No oiremos los ecos.

    Sol que estás, incesante, llega a mí. Quiero arder bajo tus rayos, conocer el más secreto de tus brillos. Ah, la descubierta transparencia de estos muros. Odio la blancura que les ha sido impuesta, odio su helada claridad de celda. Roca sin vida, flor de invernadero soy, ceniza de lamentaciones.

    Escasos han sido los días señalados a tu encuentro. Qué innombrable dulzura sujetar tu cabeza, beber de tu aliento las palabras no dichas. Amor de cabellos negros y mirada triste; niño temeroso de la luz sufriendo en las tinieblas.

    Han de inclinarse aún horas vacías e inagotables. Ay de los que aman sin poder eclipsarlas.

    NOCHE

    Siento que en vano he conocido aquello que te nombra, que no tendrá un cauce mi dolor acumulado. Te amo como al esplendor de cada día, y he visto desgarrarse la quietud que anticipa tu presencia.

    Sólo existirán seres mutilados y lacios, máscaras de torpes gesticulaciones, de muecas sin sentido. Nada tendré fuera de ti.

    Poseo tus palabras, todas las formas de mi ser habitas. Descubro tu rostro imprevisto en torno a cada instante de tu beso, en la tibia avidez de tu caricia. Tu beso contiene la noche.

    Pero vuelve un vasto caer de silencios, y temo el dilatarse de una soledad desconocida; temo despertar triste a tu lado; temo la imagen de otra plenitud imperturbable.

    NOSOTROS

    Esa protesta sería ahogada una vez y otra. Nosotros sólo teníamos pocos años y un impulso de lucha que siempre terminaba en un llanto de furia e impotencia. Ellos tienen la fuerza y es difícil seguir cuando se sabe desde antes la derrota.

    Los cobardes desertamos y poderosamente nos fue envolviendo la riqueza de una música polifónica, las líneas o los matices de un cuadro, un libro de lectura interminable. Era un afán desesperado de evasión.

    Sin embargo, yo sé que cada vez que pasa a nuestro lado un hombre con la mirada perdida y triste, vuelve a nosotros la antigua inquietud, y con el remordimiento un débil deseo de regresar definitivamente algún día.

    EL ARTESANO

    No he construido nuevas herramientas ni pude traer desde el pantano todo el barro que necesité para modelar mis vasijas, mis retablos y las pequeñas figuras alegres o sombrías.

    De nadie aprendí este oficio. Mi padre era labrador. Pero más me gustó siempre ir dando la forma que yo quisiera a un trozo de tierra humedecida. De mis propias manos hice salir jarrones que después he pintado de varios colores, arcángeles de alas espesas y el rostro de Antonia cuando lo vi por primera vez. Es ésta mi forma de labrar la tierra.

    Pero al tiempo de los hijos fue preciso volver a cultivar el campo.

    Una vez quise vender a otros los objetos que yo fabricaba. Muchos lo hacen así y de eso viven. Yo conozco la débil materia de sus piezas, su belleza quebradiza, pero mis cosas nunca se vendieron: eran caras y estorbosas dijo la gente y se fue a distintos lugares a comprar esas jarras relucientes y frágiles.

    Después del trabajo, cuando no estoy fatigado, doy vida a un pequeño candelabro, o lleno de formas y colores la cadera circular de una vasija. Los dejo allí, los siento imperfectos, mal pulidos por mis manos inhábiles.

    Todos los días voy cerca del pantano y acarreo agua durante muchas horas para regar la siembra. Y nada más miro el barro de lejos, y maldigo, y me devuelvo a mi campo, pensando, viendo los cerros que rodean el valle.

    EL TRAYECTO

    Para Lilia Cruz-González

    Casi concluye otro ciclo de las estaciones. Dejé atrás, ondulando en la tierra, los restos de una piel más hermosa y más frágil. Me despojé de ella con una violencia tan desacostumbrada, que pude apenas cuidar de no arrancarme al mismo tiempo los ojos y sobre todo los colmillos. Ésta es la tercera vez que cambio de pellejo y ha sido la más dolorosa. Adivino que con mi nueva piel —por ahora fuerte pero de colores poco interesantes — podré resistir mejor la intemperie del largo suelo que estoy atravesando para no perecer.

    Los horizontes vistos a lo lejos acumulan ríos, valles y senderos, árboles con cientos de ramas entre el verde de los matorrales y el cielo. Pero al tiempo de cursarlos es sólo una inmensa planicie devastada lo que hay frente a mi corazón voraz. Plantas esporádicas resucitan un mismo tono polvoriento. Y las posibles presas, alimento para mi espíritu, hace muchos días que han emigrado sin darme yo cuenta al lugar a donde ahora me dirijo.

    Sintiendo el presagio de las primeras tormentas acelero mi paso y arrastro conmigo necios estorbos, de lo que es difícil deshacerse. Pero confío en que pronto aparecerán indicios de algunos animalillos, y que al término del trayecto el largo horizonte revestirá nuevamente su esplendor.

    Sólo cuando me detengo a descansar un poco cuento con algo de tiempo para añorar mi otra bella, inútil, cómoda piel de tintes violáceos y las presas que estaban justamente al alcance de mi lengua.

    1964-1965

    VERANO

    En los espejos polvorientos del verano

    ha caído la sombra

    GIUSEPPE UNGARETTI

    1

    Hoy iremos en busca

    de esa fugitiva plenitud.

    No mires el vacío que nos circunda.

    Al desnudarse de color el cielo

    seremos un instante

    raíces anudadas

    de un eucalipto antiguo.

    2

    Esta noche de campo,

    los grillos olvidados en la hierba,

    esas linternas silenciosas

    como presagios,

    fue el comienzo

    de una breve jornada sin medida.

    3

    Apenas te he visto ayer,

    apenas ayer he mirado tus ojos.

    No conozco tu nombre.

    Pero quienquiera que tú seas

    —casi podría decirlo—

    yo te amo.

    4

    Vemos simplemente

    el tranquilo paso

    del viento de verano.

    Y cae sobre tu perfil

    la clara intención del plenilunio.

    5

    Para reconstruirte

    bastaría volver la mirada

    a un jardín oscuro y húmedo

    —hiedra adosada al muro,

    entrelazados ocres y violetas—,

    bastaría danzar

    en el borde de un abismo.

    6

    El territorio, tu cuerpo.

    Y sea mi tiempo

    la duración de tu caricia.

    7

    Mirar la incandescencia

    de tus ojos inmóviles

    — cordero, adormecida paloma—,

    mirar tu gesto sencillo,

    tu cabeza

    parecida a la inocencia.

    8

    Contando las horas de la noche,

    viendo brillar interminable

    la lluvia entre los pinos.

    Triste niña, amiga de estas cosas.

    Perdida niña.

    Te creía sepultada para siempre.

    9

    Algunas veces

    el viento va arrastrando cierta voz.

    Pasa, mueve sólo los cabellos, las hojas

    o deslava la sonrisa.

    Hoy trajo el viento

    una intensa voz de soledad.

    10

    Qué puedo recibir de ti,

    si no desciñen tus manos

    el rostro cubierto de la noche.

    No vengas al abismo

    que indeciblemente me sustenta.

    Márchate, joven de claro semblante.

    No mires la derrota que cultivo

    como las delgadas flores de invierno.

    Desnuda quiero estar

    en esta inagotable certidumbre.

    11

    Los largos días de verano

    —vuelo de gorriones,

    movimiento de ramajes y luces,

    anchas banquetas derritiéndose—

    bien pudieron estar señalados

    con piedrecitas blancas.

    12

    Hay un solo silencio que me habita.

    En cuerpo y alma.

    De dimensión mayor que tus palabras.

    13

    Si hoy vinieras conmigo

    —en octubre

    son las últimas hojas amarillas—

    mi paso habría de ser más lento

    y tal vez

    no mirara los árboles siquiera.

    14

    Para la primavera

    (largo ha sido este invierno, oscuro)

    tal vez haya flores azules y violetas

    y la noche quizá sea más clara.

    15

    Con cada crepúsculo

    —aun cuando te vayas—

    tus ojos volverán a tener

    el color de la miel.

    16

    A dónde ir

    si en cada sonido,

    si detrás de todos los momentos

    del día

    algo dejaste.

    17

    Si tú te vas,

    nada,

    quizá, sino mi amor a secas

    sobreviviéndote

    deseando —fuego del infierno— consumirse.

    18

    Si tú te vas,

    queda el amor conmigo,

    queda el fuego,

    conmigo lo que tú

    de ti mismo no conoces.

    Quede también el infortunio.

    19

    Si tú te vas,

    —amor, que no suceda—

    que algo venga a mí

    más fuerte que tu imagen,

    venga a mí

    algo parecido a la muerte.

    20

    De tan honda,

    de tan triste,

    sin saberlo

    cerró de golpe tu mirada

    otros ojos humanos y amantísimos.

    21

    Cae el desamparo azul de la mañana.

    Qué hacer de tanto caminar a solas,

    de tanto extraviar pisadas y palabras.

    22

    Todo ha sido

    como el día que sostiene su danza,

    su equilibrio

    a la orilla del alba

    para después caer.

    23

    Ese día te vi morir

    con el crepúsculo.

    La noche fue creciendo ensimismada,

    el viento se alejó

    como una nave.

    El mismo vuelo largo.

    24

    Abrir las manos.

    Que ruede hasta el infierno

    este afán de volar

    llorado en una celda,

    esta visión luminosa

    del desierto.

    25

    El paseo de cipreses.

    Las mismas casas de entonces

    y las flores.

    El mismo aire ligero.

    Hoy recuperé todo esto.

    Hacía mucho tiempo

    que no miraba el sol.

    26

    Tendida

    exhausta

    sin más que el aire

    sobre mi cuerpo fugitivo.

    27

    Y le miraste arder

    claro y sumiso

    CARLOS PELLICER

    Es distinto

    el trayecto de la noche.

    Entre este fuego

    y tu inconsciencia,

    la luz abismal del mediodía.

    28

    Blancas sábanas, quietas

    sobre el cuerpo desnudo.

    Amanece.

    Es tu nombre un estremecimiento

    y amarte vuelve a ser

    una larga costumbre.

    29

    Al pie de un eucalipto,

    lecho de hierba y polvo,

    fuimos

    todo el fuego del sol

    en un instante.

    30

    De las dormidas aguas del estanque,

    del fuego acumulado de ocho soles,

    de tu intacto corazón y el mío

    se alejan

    los últimos vestigios del verano.

    México-Roma, 1966

    HERENCIA

    EL PADRE

    Sentir bajo el techo y los muros sólidos

    que ningún mal podía penetrar en esa casa,

    ni siquiera un ladrón.

    Sentir como un timón en manos firmes;

    ninguna vuelta en falso,

    ningún sacudimiento.

    Paz, abundancia

    y el júbilo al retorno de sus viajes,

    los regalos extendidos sobre la mesa.

    Y el regalo de su presencia.

    Nada turbó la placidez

    de ese redondo sol de cada día.

    SUEÑO

    Anoche, padre,

    soñé que de muy alto,

    de un cielo sobre pájaros y nubes,

    azul sin más abierto,

    se desprendía tu avión.

    Como un cometa.

    Como un débil relámpago de humo.

    Anoche, te soñé morir.

    Caído sin piedad sobre la tierra,

    ni una palabra última,

    nadie a quien contaras tu terror inmenso.

    También anoche, desperté de pronto

    y vi un largo horizonte de tristeza,

    y sentí que todavía

    no hemos conversado suficientes veces,

    que nunca caminamos con calma por un parque,

    y recordé muchas cosas

    que tengo que decirte.

    París, noviembre de 1966

    PASEO

    Vertical el sol y el color en las cosas.

    ¿La región más clara y más abierta?

    Hoy sólo llega un viento tibio

    y aunque digan que no se llama cielo

    el cielo es cielo y está además azul.

    Cecilia va en carrito, de paseo,

    con su vestido blanco,

    con su sombrero

    y sin zapatos.

    Día de gran conocimiento y emociones fuertes.

    Ve Cecilia pasar a un paletero

    pulsando cinco pequeñas campanadas,

    ve a un perrito gris que se le acerca

    y después de un rato Cecilia le sonríe

    y le dice adiós agitando las manos,

    oye desde la esquina una marimba,

    conoce dos pájaros tomando el sol

    en el canto de una cerca

    y sobre el pavimento

    la sombra de una mariposa.

    1968

    PLAYA WASHINGTON*

    Para mis primos Toñín, Javier y Benito Rivera

    Nunca sabré

    cuando miro las transparencias de aquellas vacaciones,

    si el azul de ese cielo era real

    o un defecto de revelado.

    No sabré si estuvimos en verdad bajo ese azul heráldico,

    cielo que se incendiaba

    mientras rodábamos por la arena,

    cuesta abajo,

    desde un médano alto,

    y éramos sólo una banda de pequeños monos.

    Al amanecer, en la playa desierta,

    el agua que se filtraba

    por los hoyos de los cangrejos

    era como un gozo colándose

    hasta el fondo del corazón.

    ¿Qué pequeña criatura miraba desde allí

    tan sólo el cielo, el mar,

    como el sitio de donde no quería irse nunca

    para volver a las calles,

    las educadas maneras de caminar por ellas,

    la escuela donde se desaprende a vivir?

    ¿Qué criatura me mira todavía

    desde ese fondo,

    y quiere como cangrejo caminar hacia atrás

    para volver a aquel instante de vuelo suspendido

    entre el cielo azul cobalto y la arena?

    TRASPATIO

    Para Benito

    En el traspatio, pusieron un columpio para ti.

    Allí jugabas, corrías, cuidando de no volcar los tiestos.

    Helaba en invierno.

    Las hojas de los papayos amanecían quemadas,

    y Blasa siempre resbalaba

    al acercarse a la cisterna.

    Una vez llevaron un cordero,

    negro, te miraba desde sus ojos azules.

    Tu acariciabas sus cuernos pequeños,

    pensando que era un regalo para ti,

    una sorpresa,

    y por eso estaba oculto en el traspatio.

    Entre sueños, lo oíste balar toda la noche.

    Al despertar quisiste llevarlo contigo,

    pensabas en ponerle algún nombre,

    cuando hallaste al carnicero degollándolo.

    Cuando trae la noche un aire amargo

    a veces recuerdas todavía sus balidos.

    COFRE

    Garra de león las patas.

    Crece el tallado hasta la cerradura,

    flor de lis oxidada.

    Dentro, fotografías

    y el vestido de una novia amarillenta

    esperando entre esferas de nafta

    la noche de bodas.

    Cuando su muerte

    se consignaron en el diario de la casa

    doscientos pesos a la curandera,

    tantos menos de médico, santos óleos,

    lápida y cruz y misas gregorianas.

    Tal vez Francisca salió del purgatorio.

    "Gastos hechos durante la penosa enfermedad

    de nuestra madre" —

    dos puntos, rasgos precisos, números perfectos: 1894.

    Después, los descendientes

    repudiaron las pertenencias de Francisca:

    misal de pastas de marfil

    y otros elementos de piedad,

    retratos varios,

    mantelerías de lánguidos encajes,

    labores de bordado abandonadas,

    cajas pequeñas,

    espejos,

    amuletos.

    En el fondo, envuelto en terciopelo,

    el instrumento de un suicidio

    que no alcanzó a consumarse:

    madera finlandesa, hoja breve y aguda.

    Ninguna nota explicativa.

    En estuche de metal,

    atadas con listones de seda,

    las cartas del amante.

    Seiscientas veintidós.

    Grave descuido perdonarles la necesaria consunción,

    pequeño fuego que no purificó

    el prestigio de la señora Francisca

    en la memoria de los vivos.

    Un amante holandés.

    Quién lo dijera.

    1967

    RETRATO

    Para mi tía María Isabel Lamarque

    Mi tío José tiene casi noventa años.

    Vive solo, va de cacería

    y condimenta perdices y conejos.

    Lo visitaba a menudo

    y oíamos discos a lo largo de la tarde.

    — ¡Ese sinvergüenza de Vivaldi! —decía,

    sirviendo más tequila.

    Ama también el jazz

    y gospels que oyó en Bâton Rouge.

    Fabrica sus cigarros

    mezclando tres tabacos diferentes,

    habla mal de algunos profetas de la Biblia,

    y su puerta está franca por las tardes

    a viejos pescadores pobres que son sus amigos

    y llegan para decirle del mal tiempo,

    de que los peces huyen a otra parte,

    mientras el tío les invita un trago.

    Les da consejos hablando muy despacio;

    conoce los hábitos de animales y de plantas

    y sabe preparar una poción

    para la picadura de los coralillos.

    Mi tío platica sus grandes cacerías

    cada vez que lo veo,

    cambiando algunos énfasis,

    aumentando cantidad y número de presas,

    describiendo inquieto la mirada y la lágrima

    del último venado que mató hace cincuenta años.

    Ha olvidado el francés

    aunque conserva acentos y nostalgias.

    Defiende su soledad,

    rechaza hospitalidades de las hijas.

    Mi tío se cuenta sus recuerdos,

    limpia su rifle,

    toca la flauta dulce.

    —Tengo buenas relaciones con el mundo,

    me dice, y pienso que quiero mucho al tío

    y me duele verlo viejo,

    saber que tal vez se muera pronto.

    Febrero, 1970

    HERENCIA

    Por toda herencia

    John Samuel recibió la maldición paterna,

    un cuerno de pólvora y una biblia.

    Nadie recuerda ya cuál fue su muerte.

    Se sabe ciertamente

    que llegó a Nueva Inglaterra con su padre

    y vivió algunos años en amistad con él.

    Pero John Samuel fue rebelde

    y no toleró la calma de su casa.

    Se dice que estuvo con Laffitte, el pirata,

    en puertos, mares y pillajes,

    que las tormentas cambiaron la textura de su rostro.

    Fue también un comerciante de maderas

    próspero y honorable.

    Se dice que llegó a la Martinica

    y tomó a una negra por esposa,

    Lydia Foy la bella, la elegante,

    y tuvieron un hijo apacible y sencillo

    y se amaron para siempre.

    Se habla de migraciones y regresos,

    de días enteros en oración y penitencia.

    Desde Nueva Orleans

    John Samuel desafió la ira de la gente

    pero nadie puede decir de qué manera.

    No se ha hablado de fechas.

    No se recuerda ya qué sucedió primero

    ni cuál de estas empresas lo llevó a la muerte.

    Se sabe sin embargo

    que hasta su hora última

    guardó la pólvora y la Biblia.

    Pero nada se ha dicho de su elección definitiva.

    Extraña gente mi tatarabuelo.

    Hombre sabio y extraño fue también su padre.

    Otro descendiente conserva los objetos

    en una polvosa buhardilla,

    pero la herencia la he alcanzado yo,

    íntegra y terrible.

    Y heme aquí,

    venerando la memoria del viejo John Samuel,

    titubeando aún.

    1969

    PUERTO BAGDAD*

    Bajo los médanos cambiantes,

    un ciclón dejó al descubierto

    unos cuantos maderos,

    un timón:

    restos del puerto sepultado

    bajo otro ciclón, hace cien años.

    Bagdad es ahora sólo una playa límpida.

    El puerto se ha olvidado

    (¿quién le puso Bagdad

    a un pueblo hecho de troncos?).

    Se ha olvidado el trajín de las goletas,

    los desembarcos;

    se han perdido los nombres de la gente,

    como serán olvidados nuestros nombres

       a la vuelta del día,

    nuestras pálidas hazañas.

    Como Puerto Bagdad

    una rivera inexistente hace encallar los sueños,

    acoge nuestros naufragios,

    amores y furores,

    troza como un madero la más fiel de las memorias.

    Todo lo vuelve un montón de trebejos

    que la resaca del tiempo

    deja de pronto al descubierto

    o se lleva a la deriva.

    * Antiguo nombre de la actual Playa Bagdad, antes también llamada Lauro Villar, a 40 kilómetros de Matamoros, Tamaulipas.

    * Puerto ubicado en la playa de Matamoros en la desembocadura del Río Bravo. Desapareció hacia 1889.

    AMOR EL MÁS OSCURO

    Pero cum folhs vuelh enfolhetir

    Quar encaus so que no vuelh cosseguir

    [Pero como loco quiero enloquecer

    Porque persigo aquello que no quiero obtener]

    AIMERIC DE PEGULHAN

    I

    Aquí comienzo a amarte,

    en estos muros clarísimos,

    en esta ciudad cálida al tiempo de las lluvias.

    (¿Dónde estás ahora,

    esta primera tarde que pienso en ti?

    ¿Dónde estás, ignorándolo todo?)

    Aquí te descubro

    inalcanzable y triste.

    Dime qué pasos te trajeron a estas tierras,

    cómo abandonaste tu gracia de elegido,

    tu ministerio de humildad;

    qué suplicios te agobian desde entonces

    que violentan tu rostro

    y vierten en tu voz la nostalgia y la ira.

    Dime en qué forma eres vulnerable

    o ganas la lucidez en un momento.

    Qué caminos dejaste,

    qué expiación te vence y te despoja,

    qué caminos seguiste para llegar aquí,

    desconocido y hermoso,

    donde yo te amo.

    II

    Viene la melancolía del principio,

    días de incertidumbre y sueño.

    Vienen sólo distantes tu risa y tu perfil

    y abarcan mi deseo

    y me vuelcan a tu rostro,

    a tu vehemencia contenida.

    Ya siento de algún modo

    tus manos previstas de ternura

    conduciéndome,

    olvidándome,

    dejando a medias para siempre mi destino.

    Sé que otra vez me cercará la calma,

    la soledad llena de amor,

    tu nombre.

    Quiero pronunciarlo tantas veces

    como días tendré después para perderte en la memoria.

    Pero qué lograría apartarme

    si muestras la misma angustia que sustento,

    la soledad de idéntico linaje,

    la imperfecta voluntad de amor.

    Para reconocernos

    baste la oscura nostalgia socavándonos,

    baste nuestra olvidada condición de amantes,

    vocación de locura,

    celda,

    fuego.

    Maldigo desde ahora

    tu cuerpo cerrándome el abismo.

    Sean el tedio y la tristeza,

    sea apacible y humana tu mirada.

    En este momento te amo para siempre

    y van mis pasos hacia ti

    para cumplir tu voluntad.

    III

    A la desventura voy.

    Algo en mí cada día te reconstruye

    y me devuelve tu imagen.

    Algo me lleva al lugar prohibido

    en que te encuentras,

    sitio que jamás debió tocar mi pensamiento.

    Qué maleficio me extravía

    y me oscurece todos los caminos.

    A la desventura voy

    y no quiero virtud que me confunda,

    no quiero fortaleza ni mesura

    que me aparten de ti.

    Sean desoídas mis palabras

    y viéndote

    me sea dada tu menor ausencia.

    IV

    En mi sueño llevabas

    alto cuello blanco, sombrero

    y un abrigo oscuro colgado de los hombros.

    Tenías una actitud discreta y contenida

    como si te inquietara

    una ruptura grave.

    Más allá de toda vista y preferencia,

    más allá de palabras

    aparecías hermoso,

    inmensamente,

    hermoso hasta el prodigio.

    Sin embargo,

    no había historias en el sueño.

    No había siquiera sueño

    de tan igual tu gesto reverente.

    (Tal vez he exagerado.

    Debo aclarar también que sueles sonreír

    y siempre tienes palabras cálidas y justas.)

    Pero decíamos,

    tampoco en el sueño acontecía nada

    sino tú,

    irresponsable,

    desquiciando la calma del durmiente.

    V

    A tantos días de no verte,

    tratando en los rincones

    de olvidar tu nombre;

    a tantos días de pregonarme sola

    entre hechos contundentes

    y razones adustas;

    a tantos días de suscribir

    formales pactos de renuncia,

    sinceros propósitos de enmienda;

    a tantos días de buscar sosiego,

    a punto ya de recobrarme

    me declaro perdida,

    y cercándome,

    tu ausencia me enciende,

    me colma

    y me sustenta.

    VI

    Si al estar lejos me conviertes

    en dócil materia de una hoguera,

    en sustancia para devastación y sacrilegio,

    muere con tu cercanía

    el peligro latente.

    No suscitas sino veneración tranquila,

    no delatas entonces

    sino una dulce voluntad para el consejo.

    En nombre de qué fidelidad oscura

    transformo tu ser en la memoria,

    lo edifico

    a semejanza e imagen del deseo.

    VII

    Cuando lo sepas quisiera ver tu cara.

    Porque vas a saberlo

    aunque no te lo diga

    ni leas estos poemas.

    ¿Cambiará algo entonces?

    Es imposible

    que no adviertas aún mi turbación:

    tanto desorden de miradas,

    tanta avidez

    registrando el más breve de tus gestos.

    ¿Y nada modifica tu indolencia?

    Ah, íntegro varón, que Dios te guarde.

    Pero voy a aclararte

    en nombre de esta cólera

    y a manera de agravio,

    que si tanto te amo

    es seguramente por error.

    Has de saber

    que nunca me gustaron ojos desteñidos

    ni maneras solemnes,

    menos aún cabello lacio y bien peinado

    (y de la solemnidad líbrame Dios, libérame).

    También has de saber que eres

    demasiado sencillo para mi soledad,

    demasiado humano para mi deseo,

    demasiado lineal

    para la arquitectura de este laberinto.

    Pero ya basta: pido una disculpa.

    Ocurre tal vez

    que sólo seas un poco distraído.

    Vendrá entonces de ti

    el reconocimiento

    o una sincera frase paternal.

    VIII

    No bastaron austeridades ni rigores,

    no bastó dividir

    en labor humilde y voluntaria

    mi conciencia.

    Qué materia oponer

    a esta devoción sin límite ni nombre.

    Privilegio del débil, la locura.

    Y yo, elegida para amor y sumisión

    maldigo el signo que me habita.

    Calcíname por siempre,

    mala fiebre,

    acábame,

    destruye la lucidez de este delirio.

    IX

    Nada te apartará de mí

    y nada me dará consolación:

    tu ausencia se construye también sobre el quebranto.

    Pero ni el más sabio entre los besos

    aumentaría el deseo,

    la locura que no quiero nombrar.

    Amor el más oscuro,

    el que no alcanzará perdón ni penitencia.

    ¿En qué olvido cayeron los viejos ruiseñores,

    las palomas de todos los mensajes?

    ¿Quién desde entonces persiguió enloquecido

    aquello que no quería alcanzar?

    Amor el más amargo,

    expiación en sí mismo,

    el que lo tuvo todo

    y todo lo conoce.

    Pero di si ha de bastarnos

    el fuego que muere con el alba,

    la débil consunción.

    Amor el más soberbio,

    el que no acercará por un instante

    lo que fue dispersado.

    Junio de 1968

    LA DAMA DE LA TORRE

    Para Juan Tovar

    MONTSEGUR

    BAJO LOS TILOS ESTA NOCHE

    Nadie más en los alrededores de las ruinas.

    Amor me solo:

    Las palabras finales del conjuro.

    Tiempo para diluirlas en distintos silencios,

    ¿qué abismo engulló la última sílaba?

    Una ciudad apenas.

    Casas con el tono del durazno,

    calles demasiadas veces recorridas

    (bajo los tilos esta noche).

    La inminencia flotaba en frases inconclusas,

    en sueños sólo descifrables antes de despertar.

    Largo crepúsculo.

    Tiempo a los pájaros

    uno a uno

    de atravesar los campanarios

    y desaparecer.

    Largo crepúsculo.

    Tiempo a las monedas

    de brillar todavía

    en el fondo musgoso de algunas fuentes.

    Una ciudad apenas

    para testimoniar las palabras perdidas:

    existían allí.

    Tú existías allí.

    Recuerdas lo demás, la última frase:

    "… ni el tiempo ni la voluntad

    podrán destruir nunca".

    Extranjero, sobre piedra grabaría tu muerte,

    sobre mi alma tu desolación,

    sobre mi carne tu ternura.

    Tu voz quedó girando

    en la espiral del caracol marino.

    Largo crepúsculo,

    tiempo para contar una historia y olvidarla.

    Fue ese verano

    con sol a medio cielo

    reverberando en los tejados rojos,

    con viento cálido

    devorando el ruido de

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