Poesía completa (1964-2012)
Por Elsa Cross
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Elsa Cross
Elsa Cross (México, 1946) es poeta, ensayista y traductora. Su Poesía completa (1964-2012) abarca numerosos títulos, de los cuales seis recibieron premios importantes. En los últimos años obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia (2007), el Premio Universidad Nacional (2009), el Premio Roger Caillois (París, 2010), la Medalla Bellas Artes (2012), el Premio Poestate (Lugano, Suiza, 2015) y el Premio Nacional de Artes y Literatura (2016). Han aparecido libros suyos de poesía en ocho países. Es maestra y doctora en Filosofía por la UNAM, donde es profesora titular de Filosofía de la Religión y donde ha publicado también varios libros de ensayo y traducción.
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Poesía completa (1964-2012) - Elsa Cross
2012
NAXOS
NAXOS
le entregó un hilo que él ató
a la entrada del laberinto…
OVIDIO, Metamorfosis, 8. 2
Partes imperceptible y mudo. Como furtiva ráfaga rompes la claridad incierta de mi día.
Teseo súbito, veo que te disuelves detrás del laberinto en que me dejas.
Me has dado la sed, el viento y la arena que se escapa entre mis dedos: testimonios de tu estar intenso y repentino.
Yo me pierdo otra vez, me confundo en los últimos resquicios del peñasco, intocados y oscuros, reducidos a su oquedad irremisible.
Percibo a mis espaldas la grave reiteración del mar en sombras, la ausencia de gaviotas. Y te aguardo callada, frente al desierto incesante, temblando como un desdibujado contorno de espejismos.
LAMENTACIÓN
Toi qui te meurs, toi qui brûles de chasteté
Nuit blanche de glaçons et de neige cruelle!
MALLARMÉ, Hérodiade
En horas inagotables y vacías largamente he visto sucederse la luna, inútil en su esplendor y en las noches en que debe ocultarse. Con qué dureza llega su palidez lasciva a tocar las ropas 15 que me cubren, la habitación toda, sórdida y transparente, como mi lecho de virgen.
Qué ansia de nombrarte. Son a veces mis palabras como un río que perdiera su cauce. Y los que no entendieron de palabras verdaderas han de repudiarnos. Caerán sus amenazas a un pozo sin fondo. No oiremos los ecos.
Sol que estás, incesante, llega a mí. Quiero arder bajo tus rayos, conocer el más secreto de tus brillos. Ah, la descubierta transparencia de estos muros. Odio la blancura que les ha sido impuesta, odio su helada claridad de celda. Roca sin vida, flor de invernadero soy, ceniza de lamentaciones.
Escasos han sido los días señalados a tu encuentro. Qué innombrable dulzura sujetar tu cabeza, beber de tu aliento las palabras no dichas. Amor de cabellos negros y mirada triste; niño temeroso de la luz sufriendo en las tinieblas.
Han de inclinarse aún horas vacías e inagotables. Ay de los que aman sin poder eclipsarlas.
NOCHE
Siento que en vano he conocido aquello que te nombra, que no tendrá un cauce mi dolor acumulado. Te amo como al esplendor de cada día, y he visto desgarrarse la quietud que anticipa tu presencia.
Sólo existirán seres mutilados y lacios, máscaras de torpes gesticulaciones, de muecas sin sentido. Nada tendré fuera de ti.
Poseo tus palabras, todas las formas de mi ser habitas. Descubro tu rostro imprevisto en torno a cada instante de tu beso, en la tibia avidez de tu caricia. Tu beso contiene la noche.
Pero vuelve un vasto caer de silencios, y temo el dilatarse de una soledad desconocida; temo despertar triste a tu lado; temo la imagen de otra plenitud imperturbable.
NOSOTROS
Esa protesta sería ahogada una vez y otra. Nosotros sólo teníamos pocos años y un impulso de lucha que siempre terminaba en un llanto de furia e impotencia. Ellos tienen la fuerza y es difícil seguir cuando se sabe desde antes la derrota.
Los cobardes desertamos y poderosamente nos fue envolviendo la riqueza de una música polifónica, las líneas o los matices de un cuadro, un libro de lectura interminable. Era un afán desesperado de evasión.
Sin embargo, yo sé que cada vez que pasa a nuestro lado un hombre con la mirada perdida y triste, vuelve a nosotros la antigua inquietud, y con el remordimiento un débil deseo de regresar definitivamente algún día.
EL ARTESANO
No he construido nuevas herramientas ni pude traer desde el pantano todo el barro que necesité para modelar mis vasijas, mis retablos y las pequeñas figuras alegres o sombrías.
De nadie aprendí este oficio. Mi padre era labrador. Pero más me gustó siempre ir dando la forma que yo quisiera a un trozo de tierra humedecida. De mis propias manos hice salir jarrones que después he pintado de varios colores, arcángeles de alas espesas y el rostro de Antonia cuando lo vi por primera vez. Es ésta mi forma de labrar la tierra.
Pero al tiempo de los hijos fue preciso volver a cultivar el campo.
Una vez quise vender a otros los objetos que yo fabricaba. Muchos lo hacen así y de eso viven. Yo conozco la débil materia de sus piezas, su belleza quebradiza, pero mis cosas nunca se vendieron: eran caras y estorbosas
dijo la gente y se fue a distintos lugares a comprar esas jarras relucientes y frágiles.
Después del trabajo, cuando no estoy fatigado, doy vida a un pequeño candelabro, o lleno de formas y colores la cadera circular de una vasija. Los dejo allí, los siento imperfectos, mal pulidos por mis manos inhábiles.
Todos los días voy cerca del pantano y acarreo agua durante muchas horas para regar la siembra. Y nada más miro el barro de lejos, y maldigo, y me devuelvo a mi campo, pensando, viendo los cerros que rodean el valle.
EL TRAYECTO
Para Lilia Cruz-González
Casi concluye otro ciclo de las estaciones. Dejé atrás, ondulando en la tierra, los restos de una piel más hermosa y más frágil. Me despojé de ella con una violencia tan desacostumbrada, que pude apenas cuidar de no arrancarme al mismo tiempo los ojos y sobre todo los colmillos. Ésta es la tercera vez que cambio de pellejo y ha sido la más dolorosa. Adivino que con mi nueva piel —por ahora fuerte pero de colores poco interesantes — podré resistir mejor la intemperie del largo suelo que estoy atravesando para no perecer.
Los horizontes vistos a lo lejos acumulan ríos, valles y senderos, árboles con cientos de ramas entre el verde de los matorrales y el cielo. Pero al tiempo de cursarlos es sólo una inmensa planicie devastada lo que hay frente a mi corazón voraz. Plantas esporádicas resucitan un mismo tono polvoriento. Y las posibles presas, alimento para mi espíritu, hace muchos días que han emigrado sin darme yo cuenta al lugar a donde ahora me dirijo.
Sintiendo el presagio de las primeras tormentas acelero mi paso y arrastro conmigo necios estorbos, de lo que es difícil deshacerse. Pero confío en que pronto aparecerán indicios de algunos animalillos, y que al término del trayecto el largo horizonte revestirá nuevamente su esplendor.
Sólo cuando me detengo a descansar un poco cuento con algo de tiempo para añorar mi otra bella, inútil, cómoda piel de tintes violáceos y las presas que estaban justamente al alcance de mi lengua.
1964-1965
VERANO
En los espejos polvorientos del verano
ha caído la sombra
GIUSEPPE UNGARETTI
1
Hoy iremos en busca
de esa fugitiva plenitud.
No mires el vacío que nos circunda.
Al desnudarse de color el cielo
seremos un instante
raíces anudadas
de un eucalipto antiguo.
2
Esta noche de campo,
los grillos olvidados en la hierba,
esas linternas silenciosas
como presagios,
fue el comienzo
de una breve jornada sin medida.
3
Apenas te he visto ayer,
apenas ayer he mirado tus ojos.
No conozco tu nombre.
Pero quienquiera que tú seas
—casi podría decirlo—
yo te amo.
4
Vemos simplemente
el tranquilo paso
del viento de verano.
Y cae sobre tu perfil
la clara intención del plenilunio.
5
Para reconstruirte
bastaría volver la mirada
a un jardín oscuro y húmedo
—hiedra adosada al muro,
entrelazados ocres y violetas—,
bastaría danzar
en el borde de un abismo.
6
El territorio, tu cuerpo.
Y sea mi tiempo
la duración de tu caricia.
7
Mirar la incandescencia
de tus ojos inmóviles
— cordero, adormecida paloma—,
mirar tu gesto sencillo,
tu cabeza
parecida a la inocencia.
8
Contando las horas de la noche,
viendo brillar interminable
la lluvia entre los pinos.
Triste niña, amiga de estas cosas.
Perdida niña.
Te creía sepultada para siempre.
9
Algunas veces
el viento va arrastrando cierta voz.
Pasa, mueve sólo los cabellos, las hojas
o deslava la sonrisa.
Hoy trajo el viento
una intensa voz de soledad.
10
Qué puedo recibir de ti,
si no desciñen tus manos
el rostro cubierto de la noche.
No vengas al abismo
que indeciblemente me sustenta.
Márchate, joven de claro semblante.
No mires la derrota que cultivo
como las delgadas flores de invierno.
Desnuda quiero estar
en esta inagotable certidumbre.
11
Los largos días de verano
—vuelo de gorriones,
movimiento de ramajes y luces,
anchas banquetas derritiéndose—
bien pudieron estar señalados
con piedrecitas blancas.
12
Hay un solo silencio que me habita.
En cuerpo y alma.
De dimensión mayor que tus palabras.
13
Si hoy vinieras conmigo
—en octubre
son las últimas hojas amarillas—
mi paso habría de ser más lento
y tal vez
no mirara los árboles siquiera.
14
Para la primavera
(largo ha sido este invierno, oscuro)
tal vez haya flores azules y violetas
y la noche quizá sea más clara.
15
Con cada crepúsculo
—aun cuando te vayas—
tus ojos volverán a tener
el color de la miel.
16
A dónde ir
si en cada sonido,
si detrás de todos los momentos
del día
algo dejaste.
17
Si tú te vas,
nada,
quizá, sino mi amor a secas
sobreviviéndote
deseando —fuego del infierno— consumirse.
18
Si tú te vas,
queda el amor conmigo,
queda el fuego,
conmigo lo que tú
de ti mismo no conoces.
Quede también el infortunio.
19
Si tú te vas,
—amor, que no suceda—
que algo venga a mí
más fuerte que tu imagen,
venga a mí
algo parecido a la muerte.
20
De tan honda,
de tan triste,
sin saberlo
cerró de golpe tu mirada
otros ojos humanos y amantísimos.
21
Cae el desamparo azul de la mañana.
Qué hacer de tanto caminar a solas,
de tanto extraviar pisadas y palabras.
22
Todo ha sido
como el día que sostiene su danza,
su equilibrio
a la orilla del alba
para después caer.
23
Ese día te vi morir
con el crepúsculo.
La noche fue creciendo ensimismada,
el viento se alejó
como una nave.
El mismo vuelo largo.
24
Abrir las manos.
Que ruede hasta el infierno
este afán de volar
llorado en una celda,
esta visión luminosa
del desierto.
25
El paseo de cipreses.
Las mismas casas de entonces
y las flores.
El mismo aire ligero.
Hoy recuperé todo esto.
Hacía mucho tiempo
que no miraba el sol.
26
Tendida
exhausta
sin más que el aire
sobre mi cuerpo fugitivo.
27
Y le miraste arder
claro y sumiso
CARLOS PELLICER
Es distinto
el trayecto de la noche.
Entre este fuego
y tu inconsciencia,
la luz abismal del mediodía.
28
Blancas sábanas, quietas
sobre el cuerpo desnudo.
Amanece.
Es tu nombre un estremecimiento
y amarte vuelve a ser
una larga costumbre.
29
Al pie de un eucalipto,
lecho de hierba y polvo,
fuimos
todo el fuego del sol
en un instante.
30
De las dormidas aguas del estanque,
del fuego acumulado de ocho soles,
de tu intacto corazón y el mío
se alejan
los últimos vestigios del verano.
México-Roma, 1966
HERENCIA
EL PADRE
Sentir bajo el techo y los muros sólidos
que ningún mal podía penetrar en esa casa,
ni siquiera un ladrón.
Sentir como un timón en manos firmes;
ninguna vuelta en falso,
ningún sacudimiento.
Paz, abundancia
y el júbilo al retorno de sus viajes,
los regalos extendidos sobre la mesa.
Y el regalo de su presencia.
Nada turbó la placidez
de ese redondo sol de cada día.
SUEÑO
Anoche, padre,
soñé que de muy alto,
de un cielo sobre pájaros y nubes,
azul sin más abierto,
se desprendía tu avión.
Como un cometa.
Como un débil relámpago de humo.
Anoche, te soñé morir.
Caído sin piedad sobre la tierra,
ni una palabra última,
nadie a quien contaras tu terror inmenso.
También anoche, desperté de pronto
y vi un largo horizonte de tristeza,
y sentí que todavía
no hemos conversado suficientes veces,
que nunca caminamos con calma por un parque,
y recordé muchas cosas
que tengo que decirte.
París, noviembre de 1966
PASEO
Vertical el sol y el color en las cosas.
¿La región más clara y más abierta?
Hoy sólo llega un viento tibio
y aunque digan que no se llama cielo
el cielo es cielo y está además azul.
Cecilia va en carrito, de paseo,
con su vestido blanco,
con su sombrero
y sin zapatos.
Día de gran conocimiento y emociones fuertes.
Ve Cecilia pasar a un paletero
pulsando cinco pequeñas campanadas,
ve a un perrito gris que se le acerca
y después de un rato Cecilia le sonríe
y le dice adiós agitando las manos,
oye desde la esquina una marimba,
conoce dos pájaros tomando el sol
en el canto de una cerca
y sobre el pavimento
la sombra de una mariposa.
1968
PLAYA WASHINGTON*
Para mis primos Toñín, Javier y Benito Rivera
Nunca sabré
cuando miro las transparencias de aquellas vacaciones,
si el azul de ese cielo era real
o un defecto de revelado.
No sabré si estuvimos en verdad bajo ese azul heráldico,
cielo que se incendiaba
mientras rodábamos por la arena,
cuesta abajo,
desde un médano alto,
y éramos sólo una banda de pequeños monos.
Al amanecer, en la playa desierta,
el agua que se filtraba
por los hoyos de los cangrejos
era como un gozo colándose
hasta el fondo del corazón.
¿Qué pequeña criatura miraba desde allí
tan sólo el cielo, el mar,
como el sitio de donde no quería irse nunca
para volver a las calles,
las educadas maneras de caminar por ellas,
la escuela donde se desaprende a vivir?
¿Qué criatura me mira todavía
desde ese fondo,
y quiere como cangrejo caminar hacia atrás
para volver a aquel instante de vuelo suspendido
entre el cielo azul cobalto y la arena?
TRASPATIO
Para Benito
En el traspatio, pusieron un columpio para ti.
Allí jugabas, corrías, cuidando de no volcar los tiestos.
Helaba en invierno.
Las hojas de los papayos amanecían quemadas,
y Blasa siempre resbalaba
al acercarse a la cisterna.
Una vez llevaron un cordero,
negro, te miraba desde sus ojos azules.
Tu acariciabas sus cuernos pequeños,
pensando que era un regalo para ti,
una sorpresa,
y por eso estaba oculto en el traspatio.
Entre sueños, lo oíste balar toda la noche.
Al despertar quisiste llevarlo contigo,
pensabas en ponerle algún nombre,
cuando hallaste al carnicero degollándolo.
Cuando trae la noche un aire amargo
a veces recuerdas todavía sus balidos.
COFRE
Garra de león las patas.
Crece el tallado hasta la cerradura,
flor de lis oxidada.
Dentro, fotografías
y el vestido de una novia amarillenta
esperando entre esferas de nafta
la noche de bodas.
Cuando su muerte
se consignaron en el diario de la casa
doscientos pesos a la curandera,
tantos menos de médico, santos óleos,
lápida y cruz y misas gregorianas.
Tal vez Francisca salió del purgatorio.
"Gastos hechos durante la penosa enfermedad
de nuestra madre" —
dos puntos, rasgos precisos, números perfectos: 1894.
Después, los descendientes
repudiaron las pertenencias de Francisca:
misal de pastas de marfil
y otros elementos de piedad,
retratos varios,
mantelerías de lánguidos encajes,
labores de bordado abandonadas,
cajas pequeñas,
espejos,
amuletos.
En el fondo, envuelto en terciopelo,
el instrumento de un suicidio
que no alcanzó a consumarse:
madera finlandesa, hoja breve y aguda.
Ninguna nota explicativa.
En estuche de metal,
atadas con listones de seda,
las cartas del amante.
Seiscientas veintidós.
Grave descuido perdonarles la necesaria consunción,
pequeño fuego que no purificó
el prestigio de la señora Francisca
en la memoria de los vivos.
Un amante holandés.
Quién lo dijera.
1967
RETRATO
Para mi tía María Isabel Lamarque
Mi tío José tiene casi noventa años.
Vive solo, va de cacería
y condimenta perdices y conejos.
Lo visitaba a menudo
y oíamos discos a lo largo de la tarde.
— ¡Ese sinvergüenza de Vivaldi! —decía,
sirviendo más tequila.
Ama también el jazz
y gospels que oyó en Bâton Rouge.
Fabrica sus cigarros
mezclando tres tabacos diferentes,
habla mal de algunos profetas de la Biblia,
y su puerta está franca por las tardes
a viejos pescadores pobres que son sus amigos
y llegan para decirle del mal tiempo,
de que los peces huyen a otra parte,
mientras el tío les invita un trago.
Les da consejos hablando muy despacio;
conoce los hábitos de animales y de plantas
y sabe preparar una poción
para la picadura de los coralillos.
Mi tío platica sus grandes cacerías
cada vez que lo veo,
cambiando algunos énfasis,
aumentando cantidad y número de presas,
describiendo inquieto la mirada y la lágrima
del último venado que mató hace cincuenta años.
Ha olvidado el francés
aunque conserva acentos y nostalgias.
Defiende su soledad,
rechaza hospitalidades de las hijas.
Mi tío se cuenta sus recuerdos,
limpia su rifle,
toca la flauta dulce.
—Tengo buenas relaciones con el mundo,
me dice, y pienso que quiero mucho al tío
y me duele verlo viejo,
saber que tal vez se muera pronto.
Febrero, 1970
HERENCIA
Por toda herencia
John Samuel recibió la maldición paterna,
un cuerno de pólvora y una biblia.
Nadie recuerda ya cuál fue su muerte.
Se sabe ciertamente
que llegó a Nueva Inglaterra con su padre
y vivió algunos años en amistad con él.
Pero John Samuel fue rebelde
y no toleró la calma de su casa.
Se dice que estuvo con Laffitte, el pirata,
en puertos, mares y pillajes,
que las tormentas cambiaron la textura de su rostro.
Fue también un comerciante de maderas
próspero y honorable.
Se dice que llegó a la Martinica
y tomó a una negra por esposa,
Lydia Foy la bella, la elegante,
y tuvieron un hijo apacible y sencillo
y se amaron para siempre.
Se habla de migraciones y regresos,
de días enteros en oración y penitencia.
Desde Nueva Orleans
John Samuel desafió la ira de la gente
pero nadie puede decir de qué manera.
No se ha hablado de fechas.
No se recuerda ya qué sucedió primero
ni cuál de estas empresas lo llevó a la muerte.
Se sabe sin embargo
que hasta su hora última
guardó la pólvora y la Biblia.
Pero nada se ha dicho de su elección definitiva.
Extraña gente mi tatarabuelo.
Hombre sabio y extraño fue también su padre.
Otro descendiente conserva los objetos
en una polvosa buhardilla,
pero la herencia la he alcanzado yo,
íntegra y terrible.
Y heme aquí,
venerando la memoria del viejo John Samuel,
titubeando aún.
1969
PUERTO BAGDAD*
Bajo los médanos cambiantes,
un ciclón dejó al descubierto
unos cuantos maderos,
un timón:
restos del puerto sepultado
bajo otro ciclón, hace cien años.
Bagdad es ahora sólo una playa límpida.
El puerto se ha olvidado
(¿quién le puso Bagdad
a un pueblo hecho de troncos?).
Se ha olvidado el trajín de las goletas,
los desembarcos;
se han perdido los nombres de la gente,
como serán olvidados nuestros nombres
a la vuelta del día,
nuestras pálidas hazañas.
Como Puerto Bagdad
una rivera inexistente hace encallar los sueños,
acoge nuestros naufragios,
amores y furores,
troza como un madero la más fiel de las memorias.
Todo lo vuelve un montón de trebejos
que la resaca del tiempo
deja de pronto al descubierto
o se lleva a la deriva.
* Antiguo nombre de la actual Playa Bagdad, antes también llamada Lauro Villar, a 40 kilómetros de Matamoros, Tamaulipas.
* Puerto ubicado en la playa de Matamoros en la desembocadura del Río Bravo. Desapareció hacia 1889.
AMOR EL MÁS OSCURO
Pero cum folhs vuelh enfolhetir
Quar encaus so que no vuelh cosseguir
[Pero como loco quiero enloquecer
Porque persigo aquello que no quiero obtener]
AIMERIC DE PEGULHAN
I
Aquí comienzo a amarte,
en estos muros clarísimos,
en esta ciudad cálida al tiempo de las lluvias.
(¿Dónde estás ahora,
esta primera tarde que pienso en ti?
¿Dónde estás, ignorándolo todo?)
Aquí te descubro
inalcanzable y triste.
Dime qué pasos te trajeron a estas tierras,
cómo abandonaste tu gracia de elegido,
tu ministerio de humildad;
qué suplicios te agobian desde entonces
que violentan tu rostro
y vierten en tu voz la nostalgia y la ira.
Dime en qué forma eres vulnerable
o ganas la lucidez en un momento.
Qué caminos dejaste,
qué expiación te vence y te despoja,
qué caminos seguiste para llegar aquí,
desconocido y hermoso,
donde yo te amo.
II
Viene la melancolía del principio,
días de incertidumbre y sueño.
Vienen sólo distantes tu risa y tu perfil
y abarcan mi deseo
y me vuelcan a tu rostro,
a tu vehemencia contenida.
Ya siento de algún modo
tus manos previstas de ternura
conduciéndome,
olvidándome,
dejando a medias para siempre mi destino.
Sé que otra vez me cercará la calma,
la soledad llena de amor,
tu nombre.
Quiero pronunciarlo tantas veces
como días tendré después para perderte en la memoria.
Pero qué lograría apartarme
si muestras la misma angustia que sustento,
la soledad de idéntico linaje,
la imperfecta voluntad de amor.
Para reconocernos
baste la oscura nostalgia socavándonos,
baste nuestra olvidada condición de amantes,
vocación de locura,
celda,
fuego.
Maldigo desde ahora
tu cuerpo cerrándome el abismo.
Sean el tedio y la tristeza,
sea apacible y humana tu mirada.
En este momento te amo para siempre
y van mis pasos hacia ti
para cumplir tu voluntad.
III
A la desventura voy.
Algo en mí cada día te reconstruye
y me devuelve tu imagen.
Algo me lleva al lugar prohibido
en que te encuentras,
sitio que jamás debió tocar mi pensamiento.
Qué maleficio me extravía
y me oscurece todos los caminos.
A la desventura voy
y no quiero virtud que me confunda,
no quiero fortaleza ni mesura
que me aparten de ti.
Sean desoídas mis palabras
y viéndote
me sea dada tu menor ausencia.
IV
En mi sueño llevabas
alto cuello blanco, sombrero
y un abrigo oscuro colgado de los hombros.
Tenías una actitud discreta y contenida
como si te inquietara
una ruptura grave.
Más allá de toda vista y preferencia,
más allá de palabras
aparecías hermoso,
inmensamente,
hermoso hasta el prodigio.
Sin embargo,
no había historias en el sueño.
No había siquiera sueño
de tan igual tu gesto reverente.
(Tal vez he exagerado.
Debo aclarar también que sueles sonreír
y siempre tienes palabras cálidas y justas.)
Pero decíamos,
tampoco en el sueño acontecía nada
sino tú,
irresponsable,
desquiciando la calma del durmiente.
V
A tantos días de no verte,
tratando en los rincones
de olvidar tu nombre;
a tantos días de pregonarme sola
entre hechos contundentes
y razones adustas;
a tantos días de suscribir
formales pactos de renuncia,
sinceros propósitos de enmienda;
a tantos días de buscar sosiego,
a punto ya de recobrarme
me declaro perdida,
y cercándome,
tu ausencia me enciende,
me colma
y me sustenta.
VI
Si al estar lejos me conviertes
en dócil materia de una hoguera,
en sustancia para devastación y sacrilegio,
muere con tu cercanía
el peligro latente.
No suscitas sino veneración tranquila,
no delatas entonces
sino una dulce voluntad para el consejo.
En nombre de qué fidelidad oscura
transformo tu ser en la memoria,
lo edifico
a semejanza e imagen del deseo.
VII
Cuando lo sepas quisiera ver tu cara.
Porque vas a saberlo
aunque no te lo diga
ni leas estos poemas.
¿Cambiará algo entonces?
Es imposible
que no adviertas aún mi turbación:
tanto desorden de miradas,
tanta avidez
registrando el más breve de tus gestos.
¿Y nada modifica tu indolencia?
Ah, íntegro varón, que Dios te guarde.
Pero voy a aclararte
en nombre de esta cólera
y a manera de agravio,
que si tanto te amo
es seguramente por error.
Has de saber
que nunca me gustaron ojos desteñidos
ni maneras solemnes,
menos aún cabello lacio y bien peinado
(y de la solemnidad líbrame Dios, libérame).
También has de saber que eres
demasiado sencillo para mi soledad,
demasiado humano para mi deseo,
demasiado lineal
para la arquitectura de este laberinto.
Pero ya basta: pido una disculpa.
Ocurre tal vez
que sólo seas un poco distraído.
Vendrá entonces de ti
el reconocimiento
o una sincera frase paternal.
VIII
No bastaron austeridades ni rigores,
no bastó dividir
en labor humilde y voluntaria
mi conciencia.
Qué materia oponer
a esta devoción sin límite ni nombre.
Privilegio del débil, la locura.
Y yo, elegida para amor y sumisión
maldigo el signo que me habita.
Calcíname por siempre,
mala fiebre,
acábame,
destruye la lucidez de este delirio.
IX
Nada te apartará de mí
y nada me dará consolación:
tu ausencia se construye también sobre el quebranto.
Pero ni el más sabio entre los besos
aumentaría el deseo,
la locura que no quiero nombrar.
Amor el más oscuro,
el que no alcanzará perdón ni penitencia.
¿En qué olvido cayeron los viejos ruiseñores,
las palomas de todos los mensajes?
¿Quién desde entonces persiguió enloquecido
aquello que no quería alcanzar?
Amor el más amargo,
expiación en sí mismo,
el que lo tuvo todo
y todo lo conoce.
Pero di si ha de bastarnos
el fuego que muere con el alba,
la débil consunción.
Amor el más soberbio,
el que no acercará por un instante
lo que fue dispersado.
Junio de 1968
LA DAMA DE LA TORRE
Para Juan Tovar
MONTSEGUR
BAJO LOS TILOS ESTA NOCHE
Nadie más en los alrededores de las ruinas.
Amor me solo:
Las palabras finales del conjuro.
Tiempo para diluirlas en distintos silencios,
¿qué abismo engulló la última sílaba?
Una ciudad apenas.
Casas con el tono del durazno,
calles demasiadas veces recorridas
(bajo los tilos esta noche).
La inminencia flotaba en frases inconclusas,
en sueños sólo descifrables antes de despertar.
Largo crepúsculo.
Tiempo a los pájaros
uno a uno
de atravesar los campanarios
y desaparecer.
Largo crepúsculo.
Tiempo a las monedas
de brillar todavía
en el fondo musgoso de algunas fuentes.
Una ciudad apenas
para testimoniar las palabras perdidas:
existían allí.
Tú existías allí.
Recuerdas lo demás, la última frase:
"… ni el tiempo ni la voluntad
podrán destruir nunca".
Extranjero, sobre piedra grabaría tu muerte,
sobre mi alma tu desolación,
sobre mi carne tu ternura.
Tu voz quedó girando
en la espiral del caracol marino.
Largo crepúsculo,
tiempo para contar una historia y olvidarla.
Fue ese verano
con sol a medio cielo
reverberando en los tejados rojos,
con viento cálido
devorando el ruido de