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Renovador extremo de la dicción hispánica, esforzado labrador de disonancias perfectas, minero capaz de hallar un gesto poético donde no había una veta visible, Deniz presiona la sintaxis de cada verso al extremo de lograr un brinco semántico que resignifica la palabra y que es un volver a empezar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 nov 2015
ISBN9786071632715
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    Vista previa del libro

    Erdera - Gerardo Deniz

    (2005)

    ADREDE

    (1970)

    Joaquín Mortiz (Las Dos Orillas), 1970.

    Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Lecturas Mexicanas, cuarta serie), 1998.

    A Octavio Paz

    O voyageur dans le vent jaune, goût de l’âme!…

    Poemas

    (1956, 1958, 1962)

    El otoño pastoreaba grandes ríos, acumulaba esplendores en los

    picos, esculpía plenitudes en el valle de México…

    I

    Húmedo nido de tibia piel

    (tu piel, del color de tu piel;

    que no se puede acariciar sin que acaricie;

    que, compasiva, me adormece),

    eres la mitad del mundo, todo no,

    y tienes nombre,

    pero tu nombre es nada,

    como la otra mitad del mundo.

    Escribir palabras tuyas

    (tu oreja, interrogante diminuto;

    tu pelo, fruto absurdo de una selva)

    y esta voz es humo,

    porque estás hecha de muchas palabras,

    pero no eres ninguna.

    Que la noche poblada de infinitos

    —los únicos infinitos que nos van quedando—

    borre las cicatrices

    como borran las olas

    la pisada en la playa.

    Que nos sorprenda el sol

    con las alas caídas,

    con los ojos cerrados,

    mordiendo, sin saberlo,

    un puñado de tierra.

    II

    No conoces

    la noche en vela más allá de tu sueño,

    acorde prolongado, cristal duro.

    Quiero verte mirar, isla desnuda,

    la estela del día en la noche,

    líquido resplandor que se desdice,

    pregunta que escapa y cae al pozo

    y el pozo no rebosa,

    que sombra sobre sombra sólo es sombra,

    Quisiera verte verme, sentirte buscar, muda,

    y sólo hallar ceniza ante tu puerta,

    arenas, dunas, todo un mar nocturno

    que tiene cuatro puntas, como un pañuelo,

    y te empaña tantas noches, sin borrarte.

    III

    Ver morir tu mirada como animal sin tacha

    que pide al sueño y confía,

    cierra luego los ojos

    y el cielo se hace suyo para siempre.

    Escucharte vivir en tu presencia entera,

    fruto perdido, canto de lo oscuro

    que desciende y se hunde

    —derroche de ondas—

    en el agua limpia del instante en reposo.

    Pero no saber nunca

    si la sombra tan sombra que te cubre

    es el cielo que duerme

    o tan sólo la huella de un cielo que se ha ido.

    IV

    Sueña el bosque en voz baja,

    narra tu historia.

    La vida del bosque

    es sueño suspenso a ras de tierra.

    Húmeda tierra,

    precio oscuro de la eternidad.

    Tu vida es soplo que aviva a la noche.

    Al reverso de la medalla

    se dilata una ribera de gacelas y caimanes.

    La madrugada hiela rejas en el campo;

    ágiles trompeterías son el solo recuerdo

    de la noche que escapa y galopa a lo lejos.

    Alienta una vez más en la misma sombra en que naciste,

    vibra de nuevo, deshecha arquitectura,

    puerta a imperios con muros de agua,

    horizonte de vértigos y palmas;

    vibra, pro y contra de la noche,

    surco abierto en el tiempo.

    El follaje se afila y palidece

    en la falsa tiniebla de la mitad del cielo

    y en tus ojos naufragan pedazos de la luna.

    Bajo este atroz silencio

    de inmensidad que se sabe perdida,

    cuando la luz se rehaga

    un pájaro romperá sus alas en el aire amarillo.

    V

    El nudo se ha deshecho, la amarra se soltó:

    nunca antes sucedió de esta manera. Ahora

    algo antiguo cruzará poco a poco la memoria;

    sin eco, puerta a puerta, paso a paso,

    despacio, callará. Queda bien poco, puede ser el silencio

    contemplando en silencio tan en vano

    como entonces.

    ¿No sabías? Ahora

    hay un nombre de menos, hay ventanas

    que nadie sabrá abrir.

    Tú perduras, raíz enamorada;

    algo más, algo antiguo contigo quedará.

         VI

    (ANUAL)

    —Espero —¡sólo esta noche!—

    redobles de lejanía,

    añoranza de multitud,

    retorno sin retroceso.

    —No esperes más. Tratamos vanamente

    de existir sobre una hilera

    de puntos suspensivos.

    Dóblate en ti misma, no te dejes ahogar

    por la hiedra traidora de la duda sin fin.

    Dóblate a la sombra,

    táctil abanico, quilla de nave

    encallada en el aire.

    —Ascienden las pupilas

    de un tigre joven.

    Tres jirones han hecho del cielo,

    tres sombras se cobijan

    al abrigo del rayo.

    —(Dos sombras nuestras

    y una sombra de todos, ante todo.)

    Mira a tus costados,

    en tu ribera sola las arenas.

    —A tu espalda se apaga

    en la estrella penúltima

    un fulgor que no viste.

    —En mi laberinto

    murmuran cien puertas de secreto.

    Sobre las aguas —visión angélica—

    la procesión que sigues

    muerde su cola.

    Y nadie te acompaña con tu arena

    y llamo esta noche a tus ventanas

    y no te das cuenta.

    —Escapa sin reproche,

    corta el camino al viento,

    mella sus filos dobles.

    —Ya la última estrella

    tiembla, acosada en su círculo.

    Hieren tus pies cristales rotos.

    (1955)

    DE MAYO

    Tant pis! vers le bonheur d’autres m’entraîneront

    Par leur tresse nouée aux cornes de mon front.

    1

    Me amanece la noche tan distante

    —sabida pero infiel—, que mi manera

    pregona, arrebatada, la ceguera

    que hasta ayer le negó verse delante

    de un cielo singular y equidistante

    indeciso entre el tacto y la quimera,

    como si alguna urgencia le pidiera

    cobrar abismo o retornar triunfante.

    El metal que se templa en la mirada

    y el ancla confiada en su firmeza

    devuelven la ternura enmascarada

    y al filo de su mundo paralelo

    trastornan el sitial de la certeza

    sin menguar el alcance del consuelo.

    2

    Cuando tu luz silvestre se desboca

    por cumplir un horóscopo sin fecha

    hay un tiempo de eclipse que aprovecha

    la brizna de impaciencia que le toca.

    Nunca sabe el amago de tu boca

    del afán acechando la cosecha,

    ni el gesto a medio hacer jamás sospecha

    el carnaval sin riendas que provoca.

    Y cuando, ya sin voz, alzas apenas

    tu frágil desnudez, hiedra y azoro,

    el apremio tenaz dora tus venas

    y los cinco sentidos van a una

    tropezando, como un inerme coro

    abrumado de fases de la luna.

    3

    Por el rumbo cabal de la semana

    opones al temblor de cada paso

    el reloj suficiente del retraso

    y una tregua tan húmeda y temprana

    como la lluvia hostil de la mañana

    que antes de pronunciar el cielo escaso

    debe sobrevivir a campo raso

    con ademán de víspera lejana.

    Pero aunque desvaída o cenicienta

    retrocedas al clima postergado,

    no olvidas que el desvelo sólo aumenta

    el reproche tardío de la espuela,

    y para propiciar al tiempo airado

    concedes un mohín, y el tiempo vuela.

    4

    Llevo por arboledas y balcones

    al elogio en su jaula de cristales

    haciendo resonar las iniciales

    que sin pensar te quitas y te pones.

    Porque vivir de pan y de ocasiones,

    de premuras y yemas vegetales,

    se me vuelve un derroche de vocales

    huérfano sin sabor y sin razones.

    Y por probar fortuna te dibujo

    la oreja a ojos cerrados, consecuencia

    de aquellos sobresaltos que produjo

    mientras ya no sé qué me ibas cantando

    y yo tendí la mano a la impaciencia

    y cumplí mi deber, ya no sé cuándo.

    5

    Alientas en el cáliz de la ofrenda,

    queja final de arroyo poseído,

    y eres un suelo afín, estremecido

    talismán del ahínco sin enmienda.

    Quisieras conducir a la leyenda

    por el mustio remanso del olvido,

    pero basta el despojo consabido

    para entregarte atónita a la senda

    en que aprietas los párpados de día

    y te pueblan espigas con la sombra:

    no importa que tu voz no sea la mía

    pues ante la justicia de tus dientes

    nada se compadece ni se nombra,

    todo en fervor se trueca, y tú lo sientes.

    6

    En el desorden pruebas el reposo

    mermándome las horas y el sustento

    que alborea en las galas de un portento,

    ventana al extravío, azar hermoso.

    Ese equilibrio, alado y generoso

    océano de acerado movimiento,

    ese musgo total que en un momento

    responde al desafío presuroso,

    tienen también ingenuas coyunturas,

    grises encrucijadas repentinas

    donde abrevas alarmas y blancuras.

    Entonces no predico en el desierto:

    cómplice de las últimas esquinas,

    abandono en alguna el desacierto.

    7

    Ni un punto guardaré para la ira:

    el último latido va primero;

    ante el siniestro lujo venidero

    la dimensión absorta no respira.

    Todo es un cuerpo a cuerpo que delira,

    un castillo de naipes pendenciero,

    el tobillo derecho que prefiero

    si esa orilla del río más me admira.

    Al rescate de sílabas arteras

    multiplica otra vana cabalgata

    el rigor estival de las afueras

    en su cerrado alcance. Y entre tanto

    suena el cerco de gallos que desata

    la inmerecida estirpe del quebranto.

    DE RUINA

    … que a ruinas y a estragos

    sabe el tiempo hacer verdes halagos

    1

    Sumisa condición, la semejanza

    cede a la libertad que la aprisiona

    y al perder pie su tránsito perdona

    en imperio mortal muerta asechanza,

    aquel puntual ensalmo de la danza

    invadido por días sin corona,

    y piedra coronada que abandona

    cualquier empedernida remembranza

    entre un débil mentir de capiteles

    donde el afán concluye en obediencia

    al sospechar postreros timoneles

    que el vasto pasmo del laurel consuma

    para ser en inútil permanencia

    ocio de luz y término de bruma.

    2

    Guarda el mármol su hueco desafío

    como acecha el verano en la espesura

    mientras la tarde cálida madura

    hasta el alba de manso escalofrío.

    Sólo la hiedra puebla su vacío

    y al silencio devuelve sin premura

    el ajeno prestigio que murmura

    olvidado en la estela del navío.

    Insiste la materia dislocada

    tras el discurso del cristal agudo,

    pero al hielo implacable consagrada

    acampa la piedad en la ribera,

    y más acá del salmo y el escudo

    ensaya el sueño su quietud primera.

    3

    Luto gentil al orden despojado

    concede palmo a palmo la maleza,

    suma de acierto y húmeda destreza

    sobre tanto fulgor equivocado

    que probó los reparos y el cuidado

    en el trance letal de la torpeza,

    hasta volver a medias la cabeza

    y sufrir la quietud a su costado

    celebrando la trama silenciosa

    del castigo sensible que la espina

    impone y guarda, por igual celosa,

    para vestir de redes sin sentido

    el mineral esmero de la ruina

    a sus hábiles artes sometido.

    Postergados

    DISCURRE EL AUTOR ACERCA

    DE LAS VELEIDADES DE LA FORTUNA AL GUSTAR

    UN CALAMAR ADEREZADO, QUE SE ATREVIÓ

    POR LA BAHÍA DE VIGO Y ASÍ TERMINÓ

    SU EXISTENCIA DE MÍSERA MANERA

    Este que veis aquí, color siniestro,

    testimonio es de mar y lejanía

    y a quietud sometido todavía

    a la noche sirviera de maestro.

    Hábil en nados y en la huida diestro,

    el azar lo llevó por la bahía:

    sin conocer el sol, y en compañía,

    es hoy, como al azar, regalo nuestro.

    Sirva de norma a quien persigue en vano

    riqueza o prez, acaso merecida,

    este ejemplo al alcance de la mano

    y sepa que no vale maña o fuerza:

    no habrá rigor que al mar ponga medida

    ni a la suerte hay tiniebla que la tuerza.

    EMU

    Dromiceyo sutil que en tu plumaje

    pusiste los matices del discreto,

    si una codicia ruin te impone asueto,

    no sufre del encierro ese ropaje.

    Perdiste de camino el equipaje,

    el monotrema breve y recoleto,

    hojas con aromático esqueleto

    en marsupios de sólido linaje.

    Para el Procusto implume que te mira

    no cuenta la cadencia de tu paso

    che va dicendo all’anima: sospira;

    busca sólo una vil categoría

    y dentro te abandona, en error craso,

    viviendo casi por analogía.

    RECORRE UNA TEMEROSÍSIMA ESPELUNCA

    Y EN TANTO RACIOCINA SOBRE SUS ORÍGENES

    ES ENVUELTO POR NUBES DE BERGANTES

    Llevó la Creación ritmo tan presto

    que algo de oscuridad salió sobrando

    y decidió en seguida el alto mando

    cubrir de tierra aquel error molesto.

    Soportado el umbral de olor funesto

    se va a ninguna parte tropezando

    hasta hallar un inglés que está esperando

    saber para qué sirve todo esto.

    Cada día discurren a su lado,

    confundiendo ignorancia con orgullo,

    las mustias teorías del enfado;

    creen haber descubierto un río seco

    y en mareas de brea su murmullo

    desdibuja el vitriol que dice el eco.

    DÍPTICO

    1

    Plegado del Chihuáhuida al servicio,

    convertida en escoba su ballesta,

    Campéchida sufría la funesta

    irrisión que precede al sacrificio.

    Con prudencia buscó tiempo propicio

    y elevó al Colifunto una protesta.

    El despojo feroz fue la respuesta,

    perdióse la esperanza de armisticio.

    El Catoblepas supernumerario

    salió a gatas envuelto en la oriflama

    a buscar en seguida un vulnerario.

    Quedó la hueste acéfala escuchando

    al Monórquido invicto que en la rama

    pasó la noche entera estridulando.

    2 (Ibis)

    Aunque seas barril jaletinoso

    con tu jeta de gárgola mal hecha,

    te aseguro que el sebo te aprovecha

    para ser un científico glorioso.

    Si te quitan el sueldo generoso

    no tienes que temer la vida estrecha:

    por el culo te metes una mecha

    y sirves de candil a algún curioso.

    Llevas un contrapeso, y no es por nada:

    un objeto —¿será diestro o siniestro?—

    te arrebató tu suerte desdichada,

    pero con gran primor vitrificado

    lo porta tu colega el ambidiestro

    en el lugar del ojo colocado.

    DÍPTICO

    1

    The absence of an accumulation of infarcts

    to the weekend is of particular interest in

    view of the fact that practically the entire

    population of Finland takes a hot bath

    every Saturday night.

    Acta Med. Scand. (171, 401)

    Estaba Väinämöinen un buen día,

    en el verso cien mil del Kalevala,

    comiendo arenques a la funerala

    y a todos los presentes les decía:

    "Que os bañéis o que no, no es cosa mía

    —y tampoco diré que es cosa mala:

    en este mundo quien no cae, resbala—,

    pero guardaos bien del agua fría."

    Atendió el finougrio a su padrino:

    evita repeluznos y respingos

    salvado del infarto serpentino.

    Desde aquella paremia no es frecuente

    que al cisne luctuoso los domingos

    se le avinagre el buche con la gente.

    2

    —¡Corre, Atenea, que se va la gente!

                      A. REYES

    Quandoque bonus dormitat Homerus.

                      Q. H. FLACO

    ¡Alfonso, corre; que despierta Homero!

    (porque a ratos dormita, es bien sabido)

    ¡no te vaya a encontrar entretenido

    hilvanando un soneto cicatero!

    Mira que tu eutrapelia es lo primero

    y, aunque pasa de miope el muy bandido,

    guarnecido

    puede anegar de hieles tu sendero.

    Estos señores de la vieja Grecia

    no son muy de fiar, te lo aseguro,

    y más vale evitar la peripecia,

    no sea que te cause cualquier daño

    y te veas acaso en más apuro

    que un finlandés en sábado y sin baño.

    CASI ANÓNIMOS

            (1963)

    VEDI NAPOLI E POI MUORI!

    Detrás de tu virtud no es poca cosa

    ese blasón que vence al adjetivo;

    permite que con cálamo votivo

    me adentre en alabanza fervorosa.

    Lo confieso, doncella cosquillosa,

    ardo por declinarlo en posesivo

    y si de sus mil casos salgo vivo

    juro no hablar del sol ni de la rosa.

    Verás con cuánta sílaba lozana

    podemos adobarlo si te pones

    a probar la gramática italiana.

    ¿Ignoras las nociones generales?

    Mejor: antes de entrar en inflexiones

    te impondré las labiales y dentales.

    TRATTATO DE GLOSAS SOBRE CLÁUSULAS

    Y OTROS GÉNEROS DE PUNTO EN LA MÚSICA

    DE VIOLONES NUEVAMENTE PUESTOS EN LUZ

    He compuesto un nutrido repertorio

    para el rabel que siempre te acompaña;

    deja que lo descubra y te lo taña,

    primero en mixolidio, luego en dorio.

    No rehuyas el ímpetu amatorio

    del estro encabritado si te baña,

    a tu noble instrumento mucho daña

    vegetar etiolado y sin holgorio.

    Es hábito feliz del virtuoso,

    para lograr muy suaves arabescos

    untar de una resina el arco airoso.

    Cubre el que en tu rabel, doncella altiva,

    derramará sus dones principescos

    —¿será mucho pedir?— con tu saliva.

    PROYECTO DE PLAN QUINQUENAL

    PARA DEMOSTRAR LAS VENTAJAS

    DEL MATERIALISMO DIALÉCTICO

    Que Lysenko ilumine mi camino

    y con su biología demostrada

    nos conduzca a la Síntesis buscada:

    injertar dos melones y un pepino.

    La Tesis es de bulto peregrino

    —teen-ager y burguesa, ¡casi nada!—,

    la Antítesis de firme encaminada

    para que no desbarre y yerre el tino.

    ¡A gatas, compañera! ¡qué conquista!

    ¡qué embestida frontal al reaccionario!

    ¡cómo late el realismo socialista!

    (El premio Nobel sigue nebuloso;

    tal vez no pase nada extraordinario,

    pero ¡qué experimento tan sabroso!)

    Estrofa

    (1963, 1966)

    ¡Oh inteligencia, soledad en llamas…!

    What seas what shores what granite islands towards my timbers

    And woodthrush calling through the fog

    My daughter.

    Agua acerada y tan alta arquitectura en orgullo

    frágil y sabido, sí, oculta la sentencia

    entre un desconcierto de pájaros marinos. Donde muerden las olas

    sitio de la conciencia, Babel endurecida. Escucha y mira

    el león en el risco, rigor sin tacha,

    amo de la palanca, magnánimo en los límites, escuchando y mirando

    hielos a la deriva, Antártida en fuga y todo lo palpable

    en cadencia.

    Frente al mar, de mañana, la orilla

    asomará sin prisa en la noche del tacto. Será la recompensa

    tal vez trasunto o dejo, descenso acaso de alas,

    trenzas a medio deshacer —el cuello al lado—

    o contorsión bien puesta, cuando los huesos un instante

    aciertan con su sitio favorable. Se abrieron las ventanas

    a motivos de espuma deslumbrada, aderezo amargo: mediodía,

    cuando las sombras entran en las cosas

    por este rumbo de caminos arrobados, red o polvo, y el sol

    visita la elocuencia de los cuarzos,

    los módulos opacos de la piel, presa rendida

    a la sombra de vastas migraciones. Tierras de litoral

    donde quebrando el vuelo pacta la cetrería

    con el mar y sus conchas gastadas: se levantan banderas, sobresalto

    de la caballería llegada al precipicio,

    métrica en vilo y atrevido velamen desplegado

    acechando los soplos del deseo —cuando el fruto

    alcanza su virtud y no termina el canto que la anuncia

    y en la tierra mojada descubre su oficio ya cumplido,

    o esas estrellas nulas entre tantas

    derriba de repente un despertar de fuego.

    Tierra adentro,

    por mesetas que cubre el destierro

    marcha también el toro al bautismo, también se ofende al sol

    —oh vanidad de plumas a mitad de la estrofa—

    en los polos precisos de su imperio.

    Los navíos con luces

    (las barcas ya volvieron de las Islas, salieron a la pesca)

    pasaron muy despacio. Del norte baja el viento

    y es áspero y añejo como lengua del Cáucaso, serpiente entre los cólquicos

    otoñales —y estuvo el sol incierto al obstinarse

    anoche tras la torre de Leandro. Tú, ciudad de ciudades o antigua diosa, plata

    de elásticas espaldas impacientes, relámpago la garganta,

    sobre un ponto de rencores, sobre nudos de dureza

    hasta las tierras altas del trueno a todas horas,

    hasta los bosques anchos

    con bestias malolientes que descubre el deshielo

    —en su marfil reposa el terremoto—

    y suenan los tambores con el hueso —nieve también que carga de blandura

    los cuernos complicados de los renos.

    —No,

    no basta, madrugada, la jauría rabiosa monte abajo;

    tormenta de verano, hiere el rayo la brújula dormida y el lodo

    despierta en aguas dulces, invade

    honduras de plomada, la memoria, los ritos abolidos

    cabalgan otra vez desde la lluvia al alba

    y es un desplome de arcillas

    el escarmiento alzado por un cabello sólo. Queda siempre el fragor

    y acrimonia del mar al cuerpo sometido cuando el aire divulga

    la concordia violenta de las alas,

    un sordo persistir sobre el lomo del sueño

    o el empuje del humo encarcelado

    entre esgrimas de luces, entre linajes de aire, siempre más alto, sí,

    hasta que asome lejos

    la línea azul del mar anclado en la mañana,

    metal de pez y gloria de materia enrarecida

    que no gobierna el sol mientras perdura

    detrás del orbe fiel de la pupila, insidiosa sustancia

    gemela del mirar y en el barro enconada.

    Ya va por las afueras

    la luz de leche floja sobre la cal insomne,

    en las tapias que miran frente a frente a la aurora —y nadie sabrá nunca,

    nadie nunca sabrá cuán frágil es la suerte

    cuando esa aurora dura, cuando el guerrero avanza

    y un enjambre de dardos sirve al día de espuela

    por que marquen sus cascos las arenas con lunas

    y pueda descubrirse sobre la tarde inquieta

    sin tiempo para pesar ni sitio para medir, y el viento

    sin pedirlo —¿qué queda? La pólvora mojada,

    mínima atalaya del sentido, paisaje intolerable

    para el boceto a lápiz o la sagacidad de los que saben;

    pero la tierra al fin

    sólo asoma en las zanjas abiertas para las reparaciones

    indispensables. El cansancio husmea las ventanas

    con la sed de los musgos desecados;

    hienden los cielos ácidos mitologías caballunas, zodiacos

    sarnosos, látigos de aridez hasta los estanques tibios,

    hasta los sedimentos de hojas muertas:

    no más gotas de lluvia en tus mejillas, a su hora,

    hija de fuentes cegadas, ojos de agua vencidos. La lima del polvo

    abrasa los escudos y la ciudad se enciende.

    ¿A qué pedir ahora el olor de la hierba herida?

    Y detrás de estos ojos está el risco.

    Vacación y desquite

    (1966)

    TARDE

    Tal por las estaciones del discurso se aquietan las palabras con los picos entreabiertos, una a una,

    la sensitiva unánime del bosque tocada por la hoguera

    se agazapa taciturna soñando nubarrones presentes. Los helechos impávidos,

    las corolas que gimieran acaso al menor roce,

    mustias de savia pegajosa que se adensa y se angosta:

    es un caer de ángeles la hora, un cegar con resina

    los sentidos; y el déspota verano de vapores y plomo

    reverbera en los ojos rasgados de la tarde y el pasmo en la piel

    es como el limbo doloroso y tierno de esas hojas tan grandes —oh ineptos,

    tacto sin yemas, nariz sin alas,

    al vislumbrar las hijas de los hombres.

    Como pájaros tristes en el calor del día.

    (Oiseaux tristes)

    FALENAS

    Y en los vasos empañados un gusto distante como en frío crisol del alba. Qué afán incurable de hojas secas en las luces, ahí arriba,

    de antifaces marcados con polen y ceniza

    de otra lumbre. Del susurro a las pausas, toda la noche

    un quehacer inacabable —jirones cobrizos, zozobra rumbo a las grandes lluvias

    siempre posibles.

    Dijera el día

    en qué cortezas o sinsabores,

    en qué ciudades hindúes devoradas hace siglos por la selva

    son a las alas oscuras clemencia los derroches del sol egoísta, y al rumor

    medida cierta este lance de espaldas que empieza.

    (Noctuelles)

    DUDA

    Mercurial,

    suma de alboradas en la frecuentación del silencio,

    ciervo cercado de rigor y bruma

    y de esa envidia que al caer la noche,

    mientras se oyen todavía los niños afuera,

    se pone en la garganta —el pájaro vuela en círculos, desciende,

    y al llegar tiende las garras anhelantes—, desde cualquier retorno,

    desde quién sabe qué amistad.

    Porque creerlo es fácil, sí,

    aun en estas fechas que a veces huelen como el agua de flores que se tiran, como el agua

    del manglar, fría en lo hondo y que se pudre sin prisa. Feliz lenguaje

    y la paciencia de la lluvia en los cristales, esta certeza de climas y de floras

    o la figura hermosa de muchacha huesuda sacudiendo sus sandalias

    en la playa.

    HUELEDENOCHE

    Terrestre la noche abierta en tantos lagos redondos

    (comparten sin saberlo las cosas del cielo)

    y ahora también, de pronto,

    en esa flor de las afueras,

    esa flor hecha casi de aire,

    aroma sólo y que tal vez no existe

    —o es la vocal más honda, ya silencio; es un monarca débil recorriendo a tientas

    la quietud de su reino amenazado

    —carencias del idioma y erosiones despacio,

    escándalo del sueño cuando el pezón despierta en la punta

    de la lengua bajo su túnica de pétalo marchito.

    Ante las fronteras pernocta el mar y por su piel salada discurren ciertos signos,

    dédalos de algas pardas.

    Cosas son de lo oscuro.

    SIESTA

    O salir sin hacer ruido al golpe del día, a palpar la humedad que vive en los muros, detrás de trepadoras y tallos volubles,

    quemarse pies y manos con barandales blancos y baldosas muy secas,

    mirar desde abajo una ventana de hotel igual a tantas mientras en este minuto dejado solo la brisa reacia sigue vuelta hacia el mar

    —y por este mar se va hasta Borneo—,

    ni las velas respiran y llegan despacio al puerto

    las supersticiones de la tarde.

                          Dejar aquí

    en trance vegetal el cargamento de géneros y frutos

    empedernidos, sargazo de sal y penumbra, los talones fríos,

    entre ese olor a pintura nueva en los rincones

    y a cedro inmortal en el armario —prosodia que al sol desconoce. Y ahora

    apartar despacio de la piel el oído

    con un sonar de espuma en la ribera.

    Por las terrazas desiertas, infinitivos clavados como insectos pacíficos.

    DUERMEVELA

    Y ante el foro negro de la bahía y su círculo de constelaciones obedientes

    cuánto rumor en una vasta ausencia de palmeras (y está el sitio opaco de la ravenala),

    el vaivén y su gemido en el cuero acre de barcas sin luces, una larga

        retórica en pilas y estrídulos

    —las cosas incesantes

    al pie de la ventana. No lloverá esta vez,

    ni el viento trazará sobre el flanco del agua sus renglones huidizos,

    mas será una ley de licores pausados en todas las frondas,

    gutación y ligamaza en las estancias abiertas,

    como la ofrenda que fermenta en el templo a oscuras.

    Por el hilo de araña del descenso

    llega otra vez a la almohada el perfil seguro.

    AUGURIO

    Abre en la espuma prisiones instantáneas

    y es caudal de nuevo y deshielo de ayer adolescente: las piezas que más valen

    (no hay rey aquí)

    —cuerpos de hoja caediza; pero al poema que vendrá

    (oh minoica, oh perfectible),

    un desplome solemne de nubes tramontanas hacia la ciudad calada de gris y sordina. Todo se ha puesto lento

    y azaroso (así vuela el pelícano a su escollo manchado de cales).

    En arena de memoria sigilada durarán mucho los rastros, en una nieve conversa,

    y como la oruga de primavera que es un San Sebastián volviendo del martirio, rama adelante,

    por dentro procesiones,

    procesiones.

    SENTIMENTAL

    Mientras en el telar caliente de la lluvia se labra un manto de barro para el mundo

    y de las azoteas a lo negro, allá abajo, escurren castos vocativos (mañana

    habrá hojas y mangos por el suelo, en el camino;

    agua oculta en lugares que nadie descubre —tibia ya— hasta muy entrado el día)

    —en la cercanía malva de unos labios esa fragancia de Damasco quemada por Tamerlán, y dura aquel barrio de nombres

    positivistas —y lo es el nombre mismo

    con que vuelves los ojos de almendra oscura

    y levantas las cejas tú conmigo:

    —Navegar es necesario.

    IMPENITENCIA

    ¡Pájaros, cifras de hierro inmóviles sobre la gran ciudad deshabitada del mediodía!

    Tiran fuerte desde arriba y en el sedal tendido canta el la;

    el tiempo se pone al pairo, convertido en carraca portuguesa.

    (Buscar lo fresco, buscar lo suave, como la ropa transparente de la muchacha que se levanta; como la ropa tibia aún,

    en desorden sobre tu cama.)

    El día escupe el anzuelo y en el mar están las olas

    —bultos de semidioses amando a ciegas bajo el agua,

    y encima la curva opulenta del avión de las doce, con su radio vector

    barriendo áreas iguales en tiempos iguales.

    Cuando volvamos con arena en las costuras

    no rescataremos nuestra engorrosa porción de eternidad

    ni consumaremos una inoportuna coincidencia de los opuestos,

    pero aceptando con poco esfuerzo toda dualidad, sumisos a esta barata finitud —ni siquiera enamorados, sobre el rectángulo de almidón, en el cuarto apresuradamente oscurecido a medias,

    gozaremos de la manera más vil.

    Con un espejo en la derecha y un limón en la izquierda van saltando

    las horas viudas a la pira del sol.

    EXORDIO

    ¡Cuerpo como un hermoso códice de Bizancio: cuántos escolios por murmurar en tus pliegues húmedos,

    tendida sobre la sábana —así la recensión panatenaica en el pupitre alejandrino—,

    marcarte despacio con los dientes los primeros obelos en la piel,

    acechando variantes en tus soberbios decúbitos de virgen necia,

    entornados los ojos, y como nuncios in partibus infidelium

    las manos!

    INTERSECCIÓN

    1

    Como si tu materia fraguara despacio,

    con sacudidas leves desciendes en sueños los escalones precarios de la madrugada,

    en nuestros brazos la saliva secreta que deja el agua del mar

    —en esa arista breve entre tus pechos—:

    ahora está la almohada dolorosamente fresca ante tus párpados morenos

    y en la bahía las luces de boya misteriosas que vimos encenderse.

    Despertarás a medias y en la hora salomónica,

    en voz baja, al principio, como si alguien escuchara,

    de nuevo los largos gerundios, un rumor impagable de caballos llegando de lejos,

    y más alta que nunca —¡ah, más corta que nunca!— la algarabía de pájaros a deshora cuando tiembla la tierra

    —oh naufragio del rostro en una cabellera.

    Así Algol en el cielo.

    2

    Tal sería también contigo,

    contigo que duermes en tu largo camisón de soltera

    (y en torno del orbe de calor y aliento gira el satélite asiduo del deseo).

    Aun contigo sería esta ley taciturna con que nunca contamos.

    3

    El lunes los amigos gratulatorios ante la estela recién puesta en la plaza

    o la crónica asiánica de tres días.

    (Toda la noche trabajan las olas contra el castillo de arena en la playa de Naxos.

    Vencen siempre.

    Tal sería también contigo,

    pero antes—)

    NEVERÍA

    Cónclave de relapsos mudando de pluma en este friso de vindicta pública, ¿bastarán las anáforas?

    Gran física es el tuteo salobre de las cosas del puerto (cosas que se mueren de calor, ya lo sabes; el mundo ahora

    no pasaría por el anillo de ’s Gravesande).

    —O hacia el mar en calma una precipitación de Ícaros (y en las plantas esos matices rojizos, como entre nalgas de novias provincianas);

    buscando sin urgencia las costillas sobre el ejemplo de la blusa, qué negocios

    (al sol como un dios del sudor),

    sí, que negocios de falenas de anoche,

    de esas manchas selenitosas que ascienden en silencio por las uñas,

    de razones superfluas y sublimes como búhos a pleno sol. ¿A quién no desvela

    la mayúscula del Hombre? ¿quién no ha dejado,

    discurriendo sobre la familia Kallikak,

    que sus bebidas perdiesen las espumas?

    El mar vendimiador de ojos.

    Antistrofa

    (1967)

    Para César Rodríguez Chicharro, veintiséis años después

    Como un vino feroz entre las cosas o un gran deseo de hembra,

    como la luna sobre las islas que piensa el bonzo errante,

    por la tarde que guarda en ánforas selladas el poema,

    la niebla al acecho entre los pinos,

    qué inminencia del canto palpando su flagrante desnudez:

    cosas con lumbre, cosas con tetas, cosas cubiertas de liquen;

    reconocer el relincho del caballo de Godiva, así el amante saliva de la amante

    —así también los charcos erizados por la lluvia en la ciudad obtusa,

    animal doméstico y blando en el atrio del monte,

    lago de yesca y alcoholes, pobre mar sin Magallanes,

    momento de aves planas las veletas: ni lección rota en espuma,

    ni insectos con tabacos fugitivos —aquí y ahora,

    en cualquier nimbo gris es la estación sin duda menos vasta que un designio de dioses

    —no importa que el oficiar sea poco ortodoxo—,

    pero al oírla llegar se avivan colmenas de votos y preces:

    que siga siendo la muchacha flaca y puta, llegue y regale

    —en la cama, en la alfombra, bajo el pavorreal al bañarse—

    escorzos para mejor saber el clima que aumenta hasta los dientes,

    sésamo que entreabre lacas rojas de caracol salado

    a la noche total de nectarios y espádices,

    la noche toda agosto —allí la riña tumultuaria

    de tantas potestades sin sentido: Cazador, Cinosura,

    imagen, paloma de huesos huecos que sostiene el azar

    sobre el largo desdén con que el río se entrega hasta la encordadura

    de la cascada entera. —Poesía la llamarán, oh indecisa

    mordiéndose los labios cada pocas palabras. Y será si perdura

    —dilatados alcances de mañana—

    nervio y olfato como la tarde tras la lluvia

    o cuando es ley el viaje pero dudoso el rastro —acaso el suroeste

    una vez más, o algunas, moviendo su tibieza bajo el agua que surcan coros punitivos,

    y las tripulaciones la cubrirán de brea, y el mar mismo ha de anegar sus sílabas escasas

    en un pecho viscoso. Rumbo será, no más, y tal vez

    para nadie. Vuelve a casa, donde la fiesta humea,

    a tus prestigios de victoria áptera, espasmo de unos cuantos. Duda siempre:

    hay que pesar tus faldas, adolescente torpe; difícil archipiélago

    de estigmas estivales, fruta verde que derribó el granizo sobre la hierba nueva;

    credo en tu axila, piñón en tu sexo,

    largas manos para cubrirte el vientre mientras en tu piel duran los caminos rojizos de ir vestida;

    y tu menstruo es modesto. Cuando el viento cede

    y la ciudad como un tifus muy logrado establece en todas sus buenas obras

    ese halo urinario del cemento reciente;

    cuando retorna como un cometa puntual la confianza de aún no haber dicho nada,

    el mundo —al menos éste— se vuelve una tela de juicio, y el Ser

    la hipóstasis de un verbo auxiliar, la Historia

    tan discutible como al penúltimo empalado sobre el Bósforo, y la Poesía

    un mercado de sustancias pegajosas. Y así son, en efecto. Lo demás: buenaventura, cópula,

    razonable placer al vislumbrar una estrella entre el follaje

    —incluso al recordarla— y la costumbre grecolatina de mentir. A veces la fractura es conminuta

    o la urgencia del chancro entrega alas y caduceo al que pensaba hacer otra cosa. Pero ésas son

    incidencias, aunque a menudo costosas; también cuesta el lenguaje,

    que no es, con todo, sino lo mismo pero mal puesto,

    efusión gratuita que escala de cuando en cuando cierto rigor aparente

    porque lo llamen sereno o algo peor —pues ahí está,

    entre otras, la Fe. Las montañas diversas y siempre suburbanas,

    dentadas por árboles lejos —allá el día reclina la sien

    al conseguir repetirse sin nombrarse—, son estables como la injusticia

    y a su diestra permanecen. Ningún mártir podrá

    lo que un siglo en la brisa o un periplo de hormigas llevándose los granos uno a uno. Pero eso es la paciencia

    —y más, la certidumbre

    edificando a solas castillos improbables y desiertos, armerías de aire

    donde afila sus lanzas el alba deshabitada, casi idéntica; luego,

    en la terraza abierta, ante el trono de un emperador que no ha de llegar nunca,

    el grillo cante y por la pauta complicada de los fosos corra

    el azogue sin fin del no saber. Entre una grima de vajilla rota,

    la Doctrina inútil con sus mirras, inútil con sus profetas, inútil con sus almuédanos,

    inútil como acercar la mano hasta una luz muy fuerte

    y verla traslúcida y roja y atroz. Sosiego

    por los senderos curvos de la elipsis,

    línea de piedras blancas sobre el trébol —oh falso meridiano

    encaminado al neuma de las proas en el atardecer,

    juglar o Jerjes con

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