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De marras: Prosa reunida
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Libro electrónico1242 páginas31 horas

De marras: Prosa reunida

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A cargo de Fernando Fernández, esta selección reúne las poco difundidas narrativa y ensayística de Gerardo Deniz, así como textos ya publicados y algunos rescatados de revistas o periódicos. De marras agrupa entonces más de quince títulos de la obra en prosa de quien por nacimiento se llama Juan Almela, además de varios inéditos. En estas páginas se pueden encontrar títulos insignes como Alebrijes, Red de agujeritos, Carnesponendas, Paños menores. Una amplia selección que permite completar el claro perfil, ya trazado por la antología poética Erdera, de un polifacético Deniz, quien se interesaba tanto por la filología, la química, las mujeres como por, desde luego, la poesía.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 jun 2016
ISBN9786071634078
De marras: Prosa reunida

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    De marras - Gerardo Deniz

    Fotografía: Elsa Almela

    Gerardo Deniz (Madrid, 1934 - Ciudad de México, 2014) fue poeta, prosista y traductor. Mejor conocido por su seudónimo que por su verdadero nombre —Juan Almela—, exploró múltiples facetas de su creatividad, desde la química y la música hasta la filología y la poesía. En 1942 su familia se exilió en México, donde Deniz permaneció el resto de su vida. Recibió el Premio Xavier Villaurrutia en 1992, el Premio de Poesía Aguascalientes en 2008 por el conjunto de su obra y la Medalla Bellas Artes en 2014; también fue miembro del Sistema Nacional de Creadores. Colaboró en diversas publicaciones periódicas como Vuelta, El Semanario Cultural de Novedades, Viceversa, Pauta y La Gaceta del FCE. De su obra destacan los libros de poesía: Adrede (1970), Gatuperio (FCE, 1978), Enroque (FCE, 1986) y Grosso modo (FCE, 1988), y los títulos en prosa: Alebrijes (1992), Anticuerpos (1998), Visitas guiadas (2000), Paños menores (2002), Carnesponendas (2004), estos cinco últimos incluidos en la presente edición. En 2005 el FCE publicó Erdera, un amplio volumen de su poesía reunida.

    LETRAS MEXICANAS

    De marras

    GERARDO DENIZ

    De marras

    PROSA REUNIDA

    Selección y prólogo

    FERNANDO FERNÁNDEZ

    Primera edición, 2016

    Primera edición electrónica, 2016

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    Las fotografías del autor que aparecen en Varietas delectat y Niño Gerardo Deniz de la O

    pertenecen a la familia Almela.

    La fotografía que abre México, 1910 fue tomada de 100 Years of Erotica: A Photographic Portfolio

    of Mainstream American Subculture from 1845-1945, de Paul Aratow, Ten Speed Press, 1999.

    Por Paños menores

    © 2002, Gerardo Deniz

    © 2002, Tusquets Editores México

    D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3407-8 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    SUMARIO

    Agradecimientos

    Presentación, Fernando Fernández

    I. LIBROS PUBLICADOS

    Alebrijes

    Anticuerpos

    Visitas guiadas

    Paños menores

    Carnesponendas

    IMDINB

    Red de agujeritos, Gerardo Deniz en Viceversa

    II. TEXTOS DISPERSOS EN OTRAS PUBLICACIONES

    La Gaceta del FCE

    Vuelta

    El Semanario Cultural de Novedades

    Revista de la Universidad de México

    Lectura de El Nacional

    Revista Milenio

    Biblioteca de México

    Mester de maxmordonía

    Antología poética de Alfonso Reyes

    Viceversa

    Raíz de Tinta

    Letras Libres

    Tierra Adentro

    Más sobre Miret

    III. PROSA INÉDITA

    Bibliografía

    Índice

    Agradecimientos

    El autor de la selección y la presentación de este libro desea agradecer su apoyo a las siguientes personas: Josefina Rodríguez viuda de Almela, Laura y Elsa Almela, David Olguín, Tomás Granados Salinas, Adriana Romero Nieto, Eduardo Mateo Gambarte, José Homero, Pablo Mora, Ana Castaño, Fabio Morábito, Eduardo Lizalde, Malva Flores, Fernando García Ramírez, Cynthia Ramírez, Patricia Nieto, Mario Lavista, Luigi Amara, Rodrigo Castillo, Fernando Rodríguez Guerra, Eduardo Menache y Roxana Dávila. También, y muy especialmente, a David Huerta, por las valiosas sugerencias hechas después de leer el texto de presentación.

    Presentación

    FERNANDO FERNÁNDEZ

    UN APERITIVO DE FRUTOS SECOS

    A la pregunta de cómo comenzó su interés por la escritura de relatos, Gerardo Deniz respondió en un cuestionario publicado al aparecer Alebrijes (1992), su primer libro del género, que desde siempre los había escrito. El poeta, que aquel año iba a cumplir 58 años, abundó así en el tema: "Diversas páginas de mis primeros libros [de poesía] Adrede y Gatuperio proceden, por ejemplo, de un largo relato mío, prehistórico. Claro, al igual que con todo, la mayor parte de lo escrito lo fui tirando oportunamente a la basura. No obstante, aunque limitado a la última década, o así, están guardadas muchas páginas, muchísimas, entre autobiográficas y literatúricas [sic]. A continuación, refiriéndose siempre a la escritura prosística, confesó que tenía distintos proyectos y múltiples intenciones, al grado de describir aquel primer libro nada menos que como un aperitivo de frutos secos".¹

    Seis años antes, en respuesta a otro cuestionario, había dicho algo parecido: En prosa escribo —y tiro— sin cesar y cada vez más. Reflexiones, recuerdos, análisis —70 páginas escarbando en un sueño, p. ej.—. Más abajo: [...] a veces me entretengo en darle forma de cuento a algún pasaje o en pulir algo hasta dejarlo presentable. A lo sumo, regalo de ello un par de copias por ahí, pero el destino habitual de estas páginas es, tarde o temprano, la basura.²

    Un aperitivo de frutos secos: cuando se echa un vistazo a la prosa reunida de Deniz no puede sino pensarse que el tiempo le dio ampliamente la razón. De entrada, resulta notable que ocupe un volumen un poco más extenso que el de su poesía reunida (Erdera, 2005), unas 100 páginas más. Pero acaso más notable sea el que, si bien De marras complementa, ahonda y corre en paralelo a sus poemas, como uno esperaría en principio, las más de las veces representa un orbe independiente y autónomo. De ninguna manera es eso que algunos narradores llaman, quizás no sin alguna arrogancia, prosa de poeta; hay un vigor, una originalidad y un sentido del mundo y el lenguaje genuinamente prosísticos que compiten sin ninguna desventaja con el cuerpo que hasta ahora ha sido central en nuestra valoración de su trabajo. Y hay, sobre todo, una enorme riqueza, más allá de la cantidad de las páginas que abarca: la del género de los materiales que la componen, la de la amplia lista de los recursos narrativos de que echa mano su autor y la de su inmensa diversidad temática.

    TRES DECISIONES FUNDAMENTALES

    Si bien el proyecto de reunir su prosa se originó en los meses inmediatamente anteriores a su muerte, ocurrida el 20 de diciembre de 2014, por lo que ya no pudo verlo terminado, Gerardo Deniz participó en tres decisiones fundamentales: dio título al conjunto, decidió el criterio del orden de los textos y dejó fuera algunos materiales. Aunque es bueno no olvidar la resistencia general del poeta a explicar nada —a que alude en la Advertencia de Visitas guiadas, libro recogido en este volumen—, es posible decir algunas cosas sobre la expresión que sirve de título a esta prosa reunida y el sentido que arroja sobre los trabajos que aparecen en ella, y lo mismo haremos, más abajo, con cada uno de los títulos que la conforman. Si como adverbio, marras, palabra que según la Real Academia de la Lengua proviene del árabe, señala algo pasado (antaño), la expresión de marras es una locución adjetiva que se refiere a lo que es conocido sobradamente. El diccionario se sirve de estos ejemplos: Ha contado mil veces el episodio de marras. Vino a verte el individuo de marras. No es aventurado decir que en el caso de Deniz se trata de un recurso para señalar una referencia a la obra propia, como cuando tituló una plaquette con el nombre de Op. cit.,³ obra citada en latín: lo reunido en aquel fascículo, parecía decirnos su autor, tenía algo de alusivo y de contextual, quizás hasta de repetitivo. En otras palabras, para ubicar plenamente su contenido había que acudir a la obra que fue citada con anterioridad, aquélla de la que ya hablábamos. Muy al tanto de volver a pisar una y otra vez terrenos propios, ese de marras tiene que ver con la consciencia de volver a lo expresado previamente. Pero el diccionario consigna un tercer uso en la expresión lo de marras, locución sustantiva de uso coloquial, como la define, que se utiliza "para designar despectiva o humorísticamente algo consabido por el hablante y el oyente, ahorrando la necesidad de mencionarlo explícitamente" (las cursivas son mías), que casa bien con la ironía, dirigida incluso a sí mismo, característica de nuestro autor.

    Por último, fuera ya del ámbito del significado, la frase de marras guarda cierta relación con la voz vasca erdera —todo aquello que no es vasco y, por extensión, lo que está fuera, podemos decir, de un cuerpo, de un conjunto o de una realidad determinados; dicho de otra manera: lo que resulta ajeno respecto de alguna otra cosa—, palabra que Deniz usó para titular el volumen de su poesía reunida: al menos al oído, esta palabra y aquella expresión comparten una naturaleza gruesa, si se puede decir de este modo, cruda, algo áspera, y ninguna de las dos parece estar relacionada con el lenguaje poético, o no al menos con el que era común hasta antes de que se iniciaran los grandes cambios en la poesía y las artes en el siglo XX. En de marras hay algo de libresco, quiero decir de cultura leída, y aunque la Academia la marque como de uso coloquial, suele utilizarse menos en la expresión oral que en la escrita.

    QUÉ REÚNE Y DE QUÉ MANERA

    De acuerdo con la voluntad de su autor, el corpus narrativo de Deniz que se presenta reunido aquí por primera vez ha sido dividido en dos grandes partes: por un lado, la prosa que el poeta mismo juntó y publicó en forma de libro (siete títulos a lo largo de 20 años, entre 1992 y 2012); por el otro, los materiales que, si bien aparecieron en diversos lugares (diarios y revistas nacionales, e incluso una que otra antología), nunca fueron recogidos editorialmente y por lo tanto estaban dispersos hasta el día de hoy. Como verá quien se asome a las páginas que siguen, hay de todo en ellas: relatos, varios géneros de evocaciones y memorias, crítica, anotaciones de lectura y comentarios al margen, semblanzas, poemas en prosa, reflexiones sobre la propia poesía, pies de foto, diálogos teatrales, respuestas a diversos tipos de cuestionarios, parodias, un singular género de texto inventado por él llamado literales, las palabras que dijo al recibir un premio, las entregas para las tres columnas que mantuvo con fortuna diversa en ese mismo número de publicaciones periódicas, un par de prólogos, recreaciones mitológicas e incluso algunos inéditos.

    Cada una de las dos partes está armada de manera cronológica; en el caso de los libros, el asunto no necesita aclaración; en el de los textos antes no reunidos, hemos organizado los materiales por publicaciones, aquéllas en las que vieron originalmente la luz. Al final, adosados a la segunda parte, incluimos tres inéditos: primero, una verdadera curiosidad: un texto escolar de 1948 en el que un jovencísimo prosista de 14 años, inscrito en el Colegio Luis Vives, escribe sobre los esquimales; las afirmaciones que hace las ha sacado mayormente de las novelas de aventuras que ha leído y que cita con toda propiedad en una serie de casi 30 notas que conducen a algunas obras de escritores como Julio Verne, Emilio Salgari o Rudyard Kipling.

    El segundo inédito es un largo texto del género de los que entregaba a sus amigos, según contaba él mismo en una de las citas de más arriba, por cierto en fotocopias a veces casi ilegibles de apretadas cuartillas mecanografiadas, y que escribía, al principio, sin la pretensión de que se publicaran, o al menos no de inmediato. Bibliografía de un poeta recién casado —en cuyo título hay una evidente alusión al Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez— es un recorrido minucioso por las lecturas que hizo antes y después del 24 de abril de 1961, fecha de su matrimonio con Josefina Rodríguez Campa, madre de sus hijas Laura y Elsa —recorrido que llega hasta marzo de 1965—. Escrito en dos partes, la segunda de ellas titulada Otro trecho, el texto resulta interesante porque muestra las lecturas de Deniz de los años inmediatamente anteriores a la escritura de la parte esencial de su primer libro de poemas. No menos que eso, es interesante porque da detalles de sus desencuentros finales con el ámbito científico institucional, hecho que fue determinante para la aceptación definitiva de su vocación poética.

    La sección de inéditos concluye con una suerte de adenda escrita para uso de su amigo Pablo Mora, "Suplemento ad usum Pauli Morae", que tiene la intención de añadir algunos comentarios acerca de los procedimientos de Ramón López Velarde, poeta sobre el que Deniz escribió un extenso artículo aparecido en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Curiosidades velardianas (1985), y al que ya le había hecho un añadido en la revista Vuelta, Más curiosidades velardianas (1988), el primero de ellos firmado como Gerardo Deniz y el segundo como Juan Almela, todo lo cual está recogido en la segunda sección de De marras.

    Durante algunos años, Deniz contempló con seriedad el proyecto de dar a conocer algunos de sus textos en prosa como Juan Almela, su verdadero nombre. En el cuestionario más antiguo de los dos que cité más arriba, que es de 1986, ya había advertido que eso podía suceder: Desde hace tiempo, lo confieso, me rondan las ganas de lanzar al ruedo también al literatillo Juan Almela; a lo mejor lo hago un día de éstos, a ver qué pasa [...] Por supuesto, ni de lejos me propongo cultivar ‘otra personalidad’ ni nada por el estilo: uno de los hechos más establecidos del mundo es que todo lo que escribo será bueno o malo, pero es inequívocamente mío.

    No sólo lo dijo: desde la segunda mitad de los años ochentas y hasta poco antes de la aparición de su primer libro de prosa, firmó diversos trabajos literarios con su nombre real, por ejemplo cuando publicó los relatos Ascenso y Alebrijes en Vuelta (abril de 1987 y septiembre de 1988, respectivamente), o uno de los Literales, el que parte de una cita de Karl Jaspers, en El Semanario Cultural de Novedades (marzo de 1990), y eso a pesar de que en la entrega misma en la que aparece este último texto concede una larga entrevista como Gerardo Deniz. Al final, sin embargo, cuando hubo de entregar Alebrijes a la imprenta, acabó recurriendo a su seudónimo.

    ALEBRIJES

    Es significativo que la primera publicación en forma de libro de los trabajos en prosa de Deniz haya sido tardía, en un autor que fue ya tardío desde la primera vez que se dio a conocer como poeta, al menos en comparación con el desarrollo común de sus congéneres en México. Si Adrede (1970), su primer libro de poemas, apareció el año que cumplió 36 años, el primero de prosa no salió, como ya dijimos, sino cuando empezaba a acercarse a los 60. Significativo, quiero decir, de los largos rodeos que dio antes de instalarse definitivamente en la literatura, primero en la poesía y después en la prosa —sin que eso supusiera, desde luego, abandonar la escritura de poemas—.

    Aquel primer libro, Alebrijes, incluye un par de relatos en los que aparecen esos simpáticos animalejos de la artesanía mexicana que Deniz describe como seres adragonados y multicolores de cartón piedra [...] cada uno de los cuales constituye [...] un ejemplar en su género.⁵ En el primero de los relatos, un grupo de necrófilos asiste a una tétrica velada en el Chopo, en los últimos días en que ese edificio hizo las veces de Museo de Historia Natural de la Ciudad de México, tal como Almela lo conoció de niño y lo visitó durante años; en el segundo, una grieta pavorosa abierta en el centro de cierta ciudad amenaza con la destrucción de la urbe: un alebrije protagoniza esos relatos —e incluso, en el segundo caso, pone remedio a la situación, de acuerdo con la naturaleza de aquellos seres consagrados al bien común, como los describe nuestro autor—. Si Deniz vio esos cuentos como el corazón de su primer libro al grado de llevarlos a figurar en su título, la serie, que en palabras de Pablo Mora representa el punto de partida revelador de un cuentista en sentido estricto de la palabra,⁶ es un estupendo muestrario de sus recursos e intereses como narrador. Por esa razón resulta fructífero ver su contenido con detenimiento.

    La frase inaugural del libro, la que abre el primer relato, titulado Necroforia —palabra que significa algo así como portación del muerto—, es una buena presentación de esos intereses y recursos: Cuando Fulgencio, aún joven, murió de asco, Tomasa —la viuda— y sus pocos amigos, tan pobres como él, lo vistieron con su único traje y afrontaron la situación con realismo. El relato trata de un hombre paupérrimo que muere, como se va viendo, y sus familiares, al verse sin recursos para trasladarlo, deciden llevarlo como si estuviera vivo en un viaje en metro rumbo a la estación Mictlan —estación que no existe en la realidad y que ha sido bautizada de esa manera por ser el nombre de la región de los muertos en la mitología náhuatl—: la situación absurda, el ritmo de la narración, el sentido de la ironía y la presencia del humor representan perfectamente al Deniz prosista.

    Pero en ese libro aparecen otros recursos que, con el tiempo, Deniz no hará sino llevar a su máximo desarrollo. El segundo relato, Braulio, tiene como punto de partida la cita de un par de investigadores que consignan que entre 1965 y 1970 desapareció la única persona ocupada sin remuneración de la industria de la fabricación de chicles. El dato, extravagante en sí mismo, fascina al Deniz acostumbrado a recrearse en las situaciones absurdas de este mundo mongoloide y pendejo, como lo llama en algún poema, mucho más cuando provienen de las instituciones o las autoridades que se dedican a administrar el conocimiento. El dato lo invita, primero, a imaginar cómo procede esa industria y a continuación a elucubrar sobre las maneras en las que pudo desaparecer aquel último trabajador no remunerado, en un final abierto con cuatro posibilidades que se exponen de manera eslabonada y sucesiva. Es notable, por poner un solo ejemplo del tipo de imaginación que prefiere Deniz, el estado en el que llegan a la fábrica las masas irregulares del chicle, entre las que vienen hojas, palos, piedras, latas de cerveza vacías y, con frecuencia, animales diversos, vivos: insectos, gusanos, lagartos, serpientes, uno que otro mico de noche.

    Un caso distinto es el que está detrás de Circulación cerebral. Sotie. Nunca se cansó Deniz de fustigar a José Emilio Pacheco, si bien por escrito lo hizo sólo en un puñado de textos que vieron la luz en forma de libro en Anticuerpos —título al que me referiré más abajo y que también forma parte de esta prosa reunida—. Pacheco, en No me preguntes cómo pasa el tiempo, volumen que reúne la poesía que escribió entre 1964 y 1968, dio a conocer a dos poetas apócrifos a quienes adjudicó biografías y poemas; de la vida de uno de ellos, llamado Fernando Tejada, Deniz entresacó ciertos datos específicos, principalmente el que naciera en Tulancingo, Hidalgo, participara en el movimiento estudiantil de 1958, fuera a Europa a estudiar circulación cerebral y, finalmente, el que su muerte ocurriera en Florencia en circunstancias no aclaradas.⁷ La referencia funciona como la pieza maestra que permite entender el relato, en realidad una sotie, como se anuncia desde el título,⁸ que parodia algunas actitudes que a nuestro autor le parecían inseparables del pensamiento y la imaginación de una de las figuras más exitosas y premiadas de la literatura nacional.

    Para entender a fondo el relato ¡Capturado! Homenaje a la lucidez, hay que saber que el crítico Evodio Escalante hizo una lectura de los poemas de Deniz a partir de una visión excesivamente rígida de la poesía. En ese trabajo, que acaso pretendía más provocar que intentar la reflexión o el entendimiento, y que su autor no dejó de matizar en un ensayo posterior, Escalante escribió entre otras cosas que, al no ser propiamente poesía la de Deniz, por estar sustentada en ingeniosidades, enigmas y retruécanos, su obra estaba condenada al desierto de los signos.⁹ A Almela ese señalamiento le vino como anillo al dedo porque le permitió manifestarse, a partir de entonces con una referencia concreta, como radicalmente ajeno al paisaje poético y literario —y la cosa llegó tan lejos como para llamar Erdera al conjunto de su poesía reunida—. A lo largo de los años afirmó, cuantas veces le fue posible, que lo que él hacía no era poesía, como ya habían probado —añadía irónicamente— algunas autoridades del tema. (El lector de este libro encontrará ese género de comentario, aquí y allá, y es conveniente que esté prevenido al respecto.)

    Pero si reaccionó de esa manera, en cierto modo provechosa, la más memorable de sus respuestas al artículo de Evodio Escalante está en este relato: Deniz se imagina convertido en una alimaña grotesca, un cacomixtle (Bassariscus astutus) que ha sido capturado por un personaje llamado Cuitlayo —que sale a escena acompañado por un par de criados que tienen los nombres de Sempronio y Pármeno, como los que hablan en La Celestina—, y que lo va acusando, de manera magnificada por la lupa paródica, de todos y cada uno de los reproches que aparecen en el artículo de marras. Así, Deniz arroja sobre sí mismo, con crueldad si es necesario —el cacomixtle, por ejemplo, tiene un hocico repugnante—, todos los dardos que a su vez le ha dedicado el crítico. El texto de Escalante es notable dentro del conjunto ensayístico dedicado a la obra de Deniz siquiera por ser el único de signo negativo de los que se han publicado; no menos que eso, porque revela los reparos que un estudioso de la poesía pudo plantear a un autor como el que ahora reunimos, y no cualquier estudioso sino uno preparado y sensible. En particular se antoja reproducir la frase con la que Deniz alude a sus relaciones con la revista de Octavio Paz, a las que no deja de referirse Escalante: Ni cuando en los aniversarios de la revista maldita lo hacían bailar sobre un barril, a son de zampoña, se había sentido tan sobajado.

    También en Alebrijes puede leerse por vez primera una de esas singulares narraciones —a propósito de un pasaje de Karl Jaspers, en este caso— que nuestro autor llama literales, que han sido ya comentadas por Pablo Mora¹⁰ y que no consisten más que en llevar hasta las últimas consecuencias de la literalidad ese tipo tan ampliamente extendido de metáforas a las que acudimos al expresarnos. Deniz volvió al ejercicio en diversas ocasiones, y tanto este texto como seis más aparecieron reunidos en Carnesponendas, su libro de 2004, a partir de citas de Ramón de Campoamor, Adolfo Salazar, José Enrique Rodó, Amado Nervo, Martin Heidegger y Otto Mayer Serra. Pablo Mora los describe diciendo que en ellos, el pasaje citado —algunos de sus ingredientes— se materializa, a través de la ficción o la parodia, cobrando o revelando una realidad distinta. Los epígrafes, sintomáticamente, proceden de dos literatos prolíficos y cinco pensadores eminentes y se refieren a actividades o expresiones ‘espirituales’ del hombre.¹¹ Para José Homero se trata de una especie de escenificación, de exhibición —en sus dos sentidos, denotativo y connotativo de la propensión a la metaforicidad, al dislate, a la fantasía, lo que en cierto modo sugiere una imaginación de niño—. A este último comentario, hecho en el primero de los cuestionarios citados en esta presentación, Almela contestó que conoció esa experiencia infantil y que la empezó a cultivar intencionalmente, para rematar diciendo: Continúo en ello.¹²

    Los demás cuentos de Alebrijes ofrecen otras vertientes del narrador Deniz: en Ascenso ensaya una versión irónica del mito de Orfeo y Eurídice para burlarse del matrimonio; en Diálogo del exilio, dos de los meteoritos que descansan en el vestíbulo del Palacio de Minería platican animadamente sobre su viaje galáctico; en "Colmo. In Memoriam", el autor, que cuenta en tercera persona su muerte y su llegada al mundo de ultratumba, se encuentra allí con un viejo conocido que en vida no dejó de manifestarle una intensa envidia, sentimiento que acabó traspasando los límites de la muerte física. En este relato es interesante descubrir a Octavio Paz bajo el nombre de Augusto Lozano —Lozano era, como todo el mundo sabe, el segundo apellido del autor de Libertad bajo palabra—, a quien el recién fallecido había mandado sus poemas con éxito, como le ocurrió realmente a Deniz, cosa que el envidioso nunca creyó sin que por eso dejara de intentar algo parecido, con muy distintos resultados. En un cuento más, Experimentum crucis, un crítico demuestra de manera científica la relación que hay entre el fondo y la forma en la literatura: toma un verso por ambos extremos y lo estira hasta romperlo, con el resultado de que sus partes se vuelven ilegibles, cosa que prueba que el fondo y la forma están, en ese caso, mal compenetrados.

    ACOPIO DE PARTICULARES

    SUSTANCIAS REACTIVAS

    No en balde el segundo libro prosístico de Deniz se llama Anticuerpos (1998). Primero de sus volúmenes misceláneos, recoge 36 trabajos de dimensiones irregulares y temas diversos. El título, que procede de la química orgánica, una de las disciplinas más queridas de Deniz —a la que dedicó intensas e inacabables lecturas, en particular en sus años de juventud—, se refiere a los anticuerpos con los que nuestro organismo responde a la aparición de elementos extraños. En este sentido, el título señala la inclusión de algunos de los textos más reactivos de Deniz, si los puedo llamar así, ya sea porque son el resultado directo de sus reacciones a determinados estímulos o porque producen las más vivas reacciones en quienes se enfrentan a ellos por primera vez.

    Pero antes de decir algo sobre esos trabajos hay que advertir que el libro incluye también algunos de sus ensayos más entrañables e incluso elogiosos: nostálgicos, sobre algunos lugares perdidos —la vieja colonia San Rafael, en la que el narrador vivió parte de la infancia y la adolescencia, o la biblioteca Franklin, en la que en buena medida acabó de formarse como lector—; dotados de su entusiasmo sobrio, lleno de razones por partes iguales intelectuales y vividas, acerca de algunos de los personajes que más admiró: Verne, por supuesto, cuya imaginación se proyectó sobre su manera de ver la realidad a lo largo de toda su vida; Georges Dumézil, uno de los principales conocedores de la mitología en el siglo XX, a quien tradujo y con el que mantuvo correspondencia epistolar; el científico Linus Pauling, uno de sus héroes, como lo llama en el ensayo que dedica a su figura; Antonio Gómez Robledo, de quien Deniz decía que era uno de los escasísimos mexicanos de su tiempo de los que podía afirmarse que sabía de lo que hablaba; perplejos y gozosos, sobre ciertas lecturas —como las que dedica a la Gazeta de Antonio de Alzate, el lejano familiar de sor Juana Inés de la Cruz que encarnó una peculiar Ilustración mexicana...—; apasionados, sobre algunas de sus convicciones más arraigadas —como el texto en que cuestiona la supuesta relación entre música y poesía, y señala la infinita superioridad de aquélla sobre ésta—.

    Y desde luego, sus reacciones, propiamente los anticuerpos que trabajaban en su interior ante las que le parecían estupideces, farsas e imposturas del medio cultural, y que tan bien representó en palabras e imágenes ya en tiempos relativamente tempranos en el poema Cultura.¹³ Sin duda una de las reacciones más sintomáticas es la que se desarrolla en la serie que dedicó a José Emilio Pacheco, y a la que aludí en párrafos anteriores, en particular los dos ensayos que vieron la luz en las revistas Milenio y Viceversa.¹⁴ El primero de ellos es su comentario al artículo que Pacheco publicó en la revista Proceso para defenderse de los ataques de José de la Colina; el segundo, un despiadado análisis de un poema de Pacheco.¹⁵ No es necesario abundar en esos textos, más allá de decir que son inusitados para el medio literario mexicano y quizás para cualquier otro; también, que nunca fueron respondidos: tal fue la impresión que causaron que el silencio que produjeron se prolonga hasta el día de hoy. Pero no sólo los anticuerpos de Deniz reaccionan contra ese escritor: Freud, al que leyó con admiración en sus años formativos, no tiene una suerte diferente, y ni siquiera el exilio político español, al que Juan Almela pertenecía, y que influyó tan positivamente en tantos ámbitos en México, pero que fue, en sus palabras, responsable de una funesta influencia sobre las editoriales del país.

    LOS OTROS LIBROS

    Otra perspectiva original de su obra narrativa es la que representan sus comentarios a sus propios poemas, y que organizó en unos textos que llamó primero prosas o prosas pertinentes, cuatro de los cuales fueron publicados al final de su antología Mansalva (1987).¹⁶ En el prólogo del libro que acabó reuniendo el conjunto, Visitas guiadas, Deniz describe esos textos, originados con frecuencia a petición de algunos lectores interesados, como listas de ingredientes o, cuando más, cierta ‘puesta en escena’, prescindible a fin de cuentas que el lector podría —puede— deducir con poco esfuerzo, por su cuenta, o sustituir por visiones suyas igualmente válidas. Treinta y seis trabajos de ese género se publicaron en Visitas guiadas (2000). Como es el único de los libros de prosa de Deniz que tiene un prólogo suyo, me limito a apuntar que la más terrible de esas visitas, como describió una de esas prosas —la que se refiere al poema Allanamiento de violeta—,¹⁷ que en el año 2000 prefirió que permaneciera inédita, ha sido reintegrada a su lugar por voluntad de su autor, y así aparece ya en la segunda edición del libro, publicada por la Dirección General de Publicaciones del Conaculta en 2015.

    Importa consignar la aparición de Fiat (2001), traducción al italiano de relatos de Deniz que están en otros títulos, aunque a la fecha de su publicación en la lengua de Dante algunos de ellos todavía no hubieran sido recogidos en forma de libro en español. No me detengo más en él ya que los textos que lo componen están, en sus versiones castellanas originales, en los diversos libros reunidos en De marras.¹⁸ El relato que da título a Fiat es el literal concebido a partir de una cita de Nervo y está en el posterior Carnesponendas.

    En 2002 la dirección literaria en México de Tusquets Editores, a cuyo cargo estaba el poeta Julio Hubard, invitó a Deniz a reunir parte de sus trabajos en prosa. Nuestro autor seleccionó entonces algunos textos entresacados de lo que para entonces había publicado en prensa, en años recientes o incluso anteriormente, pero que no había aprovechado en Anticuerpos. El resultado fue Paños menores (2002). Ésta fue la única vez que una editorial española se interesó en el Deniz prosista y no es posible decir que el interés haya llegado lejos: el libro, que sólo apareció en México, prácticamente no tuvo eco. (En poesía hubo un intento de dar a conocer a Deniz en España cuando Ave del Paraíso publicó Fosa escéptica, también en 2002.) Paños menores, que abre con una foto en la que se ve al niño Juan Almela, en Ginebra, trepado a un árbol —imagen que Deniz acompaña de un comentario—, está conformado por 32 textos que abordan los temas más variados, del relato de un desengaño amoroso a los orígenes de su pasión por la química y la biología; de una conferencia sobre el exilio, que leyó en España en 1992, a una amplia carta explicativa de sus intereses musicales; de una confesión de voyeurismo doméstico que se desarrolla a partir de sus lecturas platónicas, a su idea del deporte en el umbral de la Olimpiada de Sydney. El título alude a que se trata de trabajos que funcionan como islas que dependen del continente de una obra mayor, pero también, y acaso sobre todo, al hecho de que muestran a su autor, digámoslo así, en ropa íntima, desnudando pasajes de su vida, afectos y desafectos, ideas creadas y lugares comunes, obras literarias y musicales, episodios de la infancia y de la juventud y situaciones misteriosas o ridículas.

    Su siguiente libro, Carnesponendas (2004), fue armado —entre otras razones— con la idea de cumplir con el compromiso de mantenerse escribiendo y publicando, contraído con el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, institución que durante largos años —y hasta el mismo mes de su fallecimiento— le otorgó una beca mensual. Apareció con el prólogo de Pablo Mora al que me he referido. (Por no convenir a los intereses de esta prosa reunida, hemos dejado fuera los prólogos no escritos por Deniz que acompañaron algunas ediciones de sus libros: Pablo Mora, en este caso, y quien esto escribe para la primera de Red de agujeritos y la segunda de Visitas guiadas.) En Carnesponendas se publican, además de algunos textos inéditos hasta entonces, dos que ya no lo eran para entonces ni siquiera en forma de libro, cosa que se explica porque la propuesta original de nuestro autor incluía la extensa narración IMDINB, que los encargados de la colección universitaria en la que iba a publicarse rechazaron por considerar que no tenía la calidad suficiente.¹⁹ Al verse en la necesidad de alcanzar un cierto número mínimo de páginas, Deniz retomó un par de trabajos de Alebrijes, Braulio y Ascenso. Es en Carnesponendas, como dijimos más arriba, donde aparecen juntos sus literales; también se publica en él una supuesta página apócrifa del Evangelio, siempre en clave irónica, en la que Jesucristo, que está crucificado pero aún no ha muerto, sufre por la idea de que trepen por la cruz unos de esos insectos llamados cara de niños (Stenopelmatus), que han surgido al pie de ella. Por último, pueden leerse en este libro dos textos autobiográficos en los que está presente de manera relevante el tema sexual; como nos hace notar Mora, uno de ellos incluye una puesta en prosa de uno de sus poemas.²⁰

    El rechazo de los editores universitarios propició que IMDINB se publicara, dos años después del incidente, en edición aparte.²¹ Por extraños caminos contamos con un testimonio del propio poeta sobre ese relato, una fantasía satírica sobre cierto Instituto Mexicano de Desarrollo Integral de la Niña Bien en el que un grupo de muchachas selectas son instruidas en las artes de la adivinación y los misterios astrológicos. Y es que, no se sabe bien cómo, Deniz tenía la idea de que el rechazo se había debido a la postura de un miembro del consejo editorial de la colección, quien supuestamente tildó el relato de antifeminismo, por el tratamiento que se hace en sus páginas de la figura femenina. No valdría la pena ocuparse del pequeño asunto si no fuera porque Deniz dictó a sus editores una nota al respecto, en la que usa esa palabra, antifeminismo, y que resulta útil ya que describe para nosotros, aunque sea de manera sucinta, la naturaleza y las intenciones del relato. Firmada con sus iniciales y reproducida en las solapas de la edición de IMDINB, la nota tiene un defecto de origen que comprueba que fue dictada y no escrita:

    Es un hecho —y no estimulante sino grotesco— que hemos entrado en nuestro tercer milenio llevando a cuestas un cargamento vergonzoso de superstición. Cunden astrologías, alquimias y otras curiosidades que fueron divertidas en siglos pasados, pero representan una ridícula mezcolanza con otros discutibles productos de esta época. // Este cuaderno, donde [sic] ha habido lectores secretos suficientemente estúpidos como para descubrir nada menos que antifeminismo —pues al parecer el feminismo limpio está condenado a la tontería—, no pretende ser sino una sátira ingenua orientada a unas cuantas manías de ayer y, por desgracia, parece que de siempre. GD.

    Cuando preparábamos el índice de esta prosa reunida, Juan Almela comentó su interés en devolver a su lugar este texto, por cierto uno los menos conocidos y explorados de toda su obra ("Me gustaría regresarlo al principio de Carnesponendas"); por respeto al criterio impuesto por él mismo, al final optamos por publicarlo en el orden y en el lugar en los que apareció originalmente.

    El último libro de Deniz fue Red de agujeritos. Gerardo Deniz en Viceversa (2012). Este volumen reúne las cuatro decenas de artículos breves que publicó entre 1994 y 2000 en forma de columna mensual en la revista de ese nombre. El título proviene del famoso pasaje del Anónimo de Tlatelolco, de 1528, en el que están descritos los últimos días del sitio de Tenochtitlan; en uno de los momentos más dramáticos, el padre Ángel María Garibay traduce: Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe, y era nuestra herencia una red de agujeros. Con el uso de la frase en irónico diminutivo, Deniz critica los excesos a los que ha llevado la idealización del pasado mexicano indígena, que forma parte del corazón más sólido del discurso del poder público, así como de no pocos escritores y académicos. La crítica aquí implícita alude a la supuesta naturaleza poética de algunas lenguas, en este caso el náhuatl. Como algunos de esos textos ya habían sido recogidos en el anterior Paños menores, hemos reproducido, siempre en el orden en que aparecieron en la revista, los que quedaron sin recopilar en aquel libro. Este pequeño volumen quizás sea una de las mejores puertas para entrar a la obra de Deniz, ya que su formato regular ayuda a estandarizar y dar continuidad a los temas siempre heterogéneos de su interés.

    DENIZ, COLABORADOR PERIÓDICO

    Y OCASIONAL

    El hecho de que Deniz mantuviera una columna a lo largo de los años fue más bien anómalo en su vida de escritor: si sus colaboraciones en un puñado de revistas y suplementos no fueron pocas, tampoco puede decirse que hayan sido precisamente continuas. Lo que parece desprenderse de una peculiaridad de su carácter: jamás figuró como parte del consejo editorial de ninguna publicación ni participó en presentaciones o mesas redondas, ni mucho menos estampó su firma en manifiestos colectivos de ningún género, como si no tolerara actividades que comprometieran ni siquiera mínimamente su individualidad. Con todo, Deniz tuvo todavía otra columna, si bien de vida más breve, en Biblioteca de México, la revista dirigida por Eduardo Lizalde, esta vez dedicada en exclusiva a hablar de cierto género de sabihondo característico del mundo de las editoriales, en el que nuestro narrador pasó más de media vida. De Mester de Maxmordonía, que es como se llamó aquella columna, acabaron apareciendo 11 entregas (nótese que la serie incluye una presentación del enigmático Diccionario de Tolhausen, que se menciona en diversos lugares de su obra narrativa y poética). Más adelante hubo un intento de establecer otra serie periódica, ahora en la revista Letras Libres, pero el proyecto se interrumpió casi de inmediato —salieron sólo tres entregas—.²² Es verdad que no están representadas en este libro todas las publicaciones en las que colaboró Gerardo Deniz. Por ejemplo, de cuando en cuando entregó artículos a Pauta, la revista de música de Mario Lavista, de la que fue secretario de redacción su amigo Luis Ignacio Helguera; todo lo que allí apareció debió de ser importante para él porque no dejó nada sin recoger en forma de libro —y por lo tanto está en la primera parte de De marras—.

    Las publicaciones iniciales de Juan Almela aparecieron firmadas con su nombre real en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, la primera de ellas en mayo de 1968, una reseña del libro Biología de los virus de Kenneth M. Smith que él mismo acababa de traducir.²³ Eso quiere decir que la creación de su seudónimo no fue una idea automática que acompañara a la decisión de darse a conocer. Por eso resulta importante fijar la circunstancia y el momento exactos en que se decidió a lanzarlo, no sólo porque entonces nació públicamente ese Gerardo (como se llamaba su abuelo materno y estuvo a punto de llamarse él), seguido de aquel Deniz (que suena a todo y a nada —y menos que nada, a lo que es: la palabra turca que significa ‘mar’ —);²⁴ también es importante porque supuso la aparición pública de una visión de la realidad cargadamente crítica e irónica, que fue la que mostró y defendió a lo largo de toda su obra.

    Los periódicos acababan de dar a conocer la fotografía de Eddie Adams tomada en Vietnam del momento en que un jefe policiaco dispara a la cabeza de un enemigo preso; cuando Almela la vio, decidió dirigir una pequeña carta a la dirección de la revista Siempre! Publicada el 21 de febrero de 1968 (núm. 765), la carta dice así:

    Sr. Director: la fotografía que trajeron anteayer todos los periódicos, de un noble jefe guerrero metiéndole una bala en la cabeza a un vietcong, me ha entusiasmado. La he intercalado en mi libro de horas. Después de tanta pornografía que estraga el alma, da gusto contemplar una escena que reafirma nuestra confianza en los valores inmutables del espíritu. Atentamente: Gerardo Deniz. San Antonio 36-6. México, D. F.

    Alguien en la revista estuvo a la altura del asunto: entendió el tono y las intenciones de la carta al grado de que la publicó bajo una cabeza que dice: Edificante.

    La segunda sección de este libro abunda en notables trabajos que no encontraron lugar en los volúmenes independientes que en su momento publicó Gerardo Deniz. Y, como en sus libros misceláneos, hay de todo, en general por los caminos y en las formas que hemos adelantado en la somera descripción de los títulos que armó él. Si por decisión de su autor no incluimos su primera publicación en La Gaceta, ni tampoco alguna otra de esa época,²⁵ De marras incluye un buen ejemplo de ese género de textos iniciales en la reseña que dedicó a la aparición del primer volumen de Mitológicas de Lévi-Strauss, Lo crudo y lo cocido, recién traducido por él.

    Tanto en La Gaceta como en Vuelta o El Semanario Cultural de Novedades, Deniz publicó algunos de sus trabajos en prosa más importantes. Si en La Gaceta salieron sus Curiosidades velardianas, en Vuelta dio a conocer su disquisición sobre las fuentes de la poesía de Saint-John Perse,²⁶ y en el Semanario divulgó un par de textos en los que puso en duda el helenismo de Alfonso Reyes —y que el lector encontrará con sus títulos originales de El griego de Reyes y Septante Doomsday de don Alfonso—. Pero en la revista y el suplemento que dirigían respectivamente Octavio Paz y José de la Colina hizo además las veces de tertuliano, y cierto número de pequeños textos responden a estímulos que estaban en el aire de la redacción de esas publicaciones: noticias del día, cuestionarios y polémicas.

    La segunda parte de De marras contiene, además, ensayos sobre algunas figuras o personajes determinantes o simpáticos para nuestro autor, que aparecieron en diversas publicaciones periódicas: Alí Chumacero o la Celestina, en el primer caso; Julio Torri, en el segundo. Tal como haría con su retrato infantil en Ginebra, recogido en Paños menores, en la vieja revista Milenio comentó una fotografía pornográfica tomada en México en el año emblemático de 1910, y la idea de escribir sobre algunas imágenes todavía lo volvió a tentar cuando comentó en la revista Tierra Adentro un par de fotos de las niñas con las que tuvo amistad en sus años infantiles junto al lago Léman.

    También en la parte complementaria de este libro los lectores encontrarán las palabras que leyó al recoger el Premio Xavier Villaurrutia, que le dieron en 1992 por su libro de poemas Amor y oxidente (Vuelta, 1991), compartido con otro escritor —decisión ésta que resultó polémica—; el título del texto, Asaz desagradables palabras al final de la ceremonia, es la frase que utilizó la periodista Margarita Michelena, quien estuvo presente en la premiación, para describir el pequeño discurso del poeta.²⁷ Unos años más tarde, hacia 1996, el Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) le pidió una serie de textos para su colección de libros infantiles, y de ahí salieron los relatos mitológicos titulados Los días primeros y algunos habitantes (breve mitología del mundo y la creación).²⁸ Por otro lado, su respuesta al cuestionario sobre la vodka formó parte de una Guía del buen bebedor elaborada por la revista en cuyo apartado la hemos colocado, y tres años después, en el año 2000, apareció en el libro de ese mismo nombre, coordinado por Hernán Lara Zavala.

    De marras incluye asimismo los dos trabajos que Deniz entregó a Luis Ignacio Helguera para ser publicados en su Antología del poema en prosa en México (1993); en el segundo de ellos, Estrigiforme, dejó con todo propósito sin acento la palabra buho —que él no ponía—; sin embargo, quien cuidó la edición de ese libro, conforme a la maxmordonía más clásica, asestó al ave la tilde que recomienda la Academia —es curioso pero la posibilidad de que eso suceda está mencionada en la frase final del texto—; así, todas las veces que aparece en el poema, la palabra fue reproducida con acento: búho. Para esta edición hemos procurado que lo vuelva a perder.²⁹

    LECTURAS ESENCIALES

     (MÁS CINCO LIBROS DE CABECERA) 

    No está de más echar un ojo a lo que nuestro autor contó por escrito sobre sus lecturas, en particular las prosísticas, y más específicamente las literarias, ya que el testimonio nos permite hacer un intento de ubicación del Deniz narrador. Para ello contamos con una fuente directa, fechada dos años antes de la aparición de Alebrijes.³⁰ A la pregunta de cuáles eran los libros que conformaban su biblioteca más personal, respondió que toda ella estaba llena de títulos atroces con frecuencia en inglés —aunque, según aclaró, los iba a citar en español— como La naturaleza del enlace químico, Derivados naturales del fenantreno o Manual de zoología. Este género de materiales (y más, infinitamente, artículos de revistas científicas que libros), contó en aquella ocasión, representaron fácilmente tres cuartas partes de mis lecturas entre los 15 y 30 años —trecho decisivo de la vida. A continuación dijo que siempre había sido hombre de relecturas y enlistó las cinco obras que más había releído a lo largo de los años para decir de ellas que constituían sus auténticos libros de cabecera: "Viaje al centro de la Tierra y 20 000 leguas de viaje submarino, de Verne; La guerra de los mundos, de Wells; El figón de la reina Patoja y Los dioses tienen sed, de Anatole France. A pesar de que la lista está conformada exclusivamente por novelas, que describió como legado de su infancia y adolescencia, contó que aborrecía ese género. Si quieres verme palidecer de horror", escribió,

    amenázame con la lectura en unas páginas de cualquier novela magistral. Balzac, Tolstoi, Dostoievski, Proust, Joyce, Mann, Kafka, Cela. Mientras más psicológica sea la obra, mientras más analítica, filosófica y profunda —y larga—, más intensa será mi reacción. Después de unos años heroicos de empeñarme en sacar algo en claro de aquellos mamotretos de tedio encuadernado, a los 22 de mi edad rompí relaciones con la novela, para siempre, salvo por los títulos que ya cité y unos cuantos más (la Celestina, el Persiles, el Gordon Pym, El desierto de los tártaros). El cuento, por el mero hecho de ser más breve, tiene una gran ventaja, aunque, asimismo, casi siempre me fastidia.

    Después mencionó los títulos de algunos libros que fueron cruciales para él:

    La historia de la filosofía occidental, de Russell; partes del Archipiélago malayo, de A. R. Wallace; La agonía romántica, de Praz; El budismo, de Conze; la primera parte de la Sociedad abierta, de Popper; La música moderna, de Adolfo Salazar. Desde luego, en plena vigencia, la obra indoeuropeística de Dumézil. Retorno sin cesar a vidas de algunos compositores —Ravel, Debussy, Bartók, Prokofiev—. Hay además casos singulares. Nadie se imaginaría cuánto frecuento a Gómez Robledo, de quien —salvo por nuestro amor a la Divina comedia— vivo en las antípodas [...] Releo de modo casi enfermizo —no sé por qué y comprendiendo cada vez menos— Las ciencias de la cultura, de Cassirer, que es para mí una fantasmagoría prendida con alfileres de cajón de sastre. Un libro sobre chiflados y chifladuras —Fads and fallacies—, de Martin Gardner; otro acerca del ferrocarril Orient Express... De los Grandes Nombres, baste con Dante, recién citado. Agregar a Sófocles sería ya exagerar.

    Deniz no dejó de anotar en esa ocasión la cantidad de libros de otro género, especialmente importante para él: un metro y medio de obras de consulta y referencia cotidianas, además de varias gramáticas, en las que se había clavado largamente. Respecto a los diccionarios, se limitó a mencionar un viejo Larousse manual que me remonta a mis cinco años y con el cual sigo pasando buenos ratos. Además,

    el primer volumen de Les Langues du monde y una obra alemana parecida, más chica. Un pequeño atlas histórico, algunas guías de estudios clásicos, de germanística, de diversas lenguas. Durante largos años tuve a mi alcance la Británica, por la cual navegaba sin fin, descuidando mi trabajo (en detrimento de la maduración política de nuestra América). Mapas y mapas, y hasta planos de ciudades, me han rodeado siempre, en libros, en atlas, sueltos.

    Luego se refirió a la literatura mexicana:

    Entre los prosistas nacionales, más bien Reyes que Torri (y casi nadie más). De las prosas de Torri, cinco páginas me agradan y el resto me es indiferente. Con Reyes lo que me ocurre es que lo hojeo largamente, leyendo un trozo aquí, un apunte allá, un artículo acullá. Tal vez no haya yo recorrido nunca un libro en prosa de Reyes del principio al fin. Quizás lo haya logrado en algún caso acumulativamente, a fuerza de leer fragmentos. Para acabarla de amolar, escritos cuya calidad reconozco no me interesan, en tanto que por verdaderas frioleras he pasado cinco veces.

    Por último, habló de quien llamó su prosista preferido, cosa que pensaba, dijo aquella vez, desde hacía 17 años (el testimonio es de septiembre de 1990): Pedro Fernández Miret. En bachillerato estuvimos en la misma clase. Fuimos inseparables entre 1949 y 1954. En 1955 nos apartamos sin sombra de disturbio. En aquel tiempo ni nos pasaba por la cabeza escribir nada. Sólo volví a verlo una tarde, 31 años después. La importancia que daba a la obra de Miret se refleja en esta prosa reunida, que incluye hasta cinco textos sobre su viejo colega, publicados en fechas muy diversas: un par de evocaciones del pasmoso talento que el joven Pere, como lo llamaba, tenía con el lápiz, la segunda de ellas originalmente para acompañar una serie de dibujos de su autoría; una presentación para uno de los cuentos que prefería de entre todos los de Miret, El narrador (1987), y en sección aparte, en fin, los prólogos a las segundas ediciones de los libros Esta noche... vienen rojos y azules (1997) y La zapatería del terror (2010). En los años noventas, Deniz empezó a escribir un libro sobre el tema, que no pudo atender como hubiera querido, digamos que hasta llegar a las varias centenas de páginas que estaban contempladas en su plan original (Tengo unas ganas locas de aplicarme siquiera un par de meses a cierto bodrio acerca de los cuentos de Miret, cuya elaboración suspendí hace mucho, declaró en septiembre de 1990);³¹ lamentablemente, aquel trabajo quedó inconcluso.

    DENIZ: NITIDEZ Y EMOCIÓN

    Entre otras cosas, este libro magnífico es una invitación al placer de la lectura y un reto a la inteligencia y la cultura de los lectores presentes y futuros; no menos que eso, un catálogo de narraciones vivas y desengañadas, con frecuencia gozosas, de cuando en cuando melancólicas o rientes, e incluso alguna vez abiertamente subversivas. Y es su riqueza, como escribí más arriba y los lectores habrán podido darse cuenta después del vistazo que hemos echado sobre su contenido, una de las características que mejor lo definen. Acaso faltaría decir algo sobre el género de prosista que es Deniz; se ha escrito muy poco sobre ese asunto y este volumen representa también una seria invitación para empezar a hacerlo. Me limito a plantear uno de los posibles puntos de partida de esa discusión: la notable capacidad que tiene su prosa para transmitir, con sobriedad y nitidez, lo que él llamaba sus mundos: sus temas y sus experiencias, sus conocimientos y sus atisbos, sus felicidades y sus desengaños, todo ello cargado siempre de humor, de entusiasmo, de ironía, de ternura o de repulsión... Aunque representa un esfuerzo por reunir la máxima prosa posible, este libro es sólo el primer paso para el establecimiento de la bibliografía definitiva de la narrativa de Gerardo Deniz. Por supuesto que puede tener inexactitudes, errores y aun omisiones: así se hacen las obras reunidas en ausencia —o presencia relativa— de su autor. Como sea, esta propuesta inicial de conjunto aspira a no ser defectuosa en exceso y pretende, sobre todo, dar una idea lo más precisa posible de la extraordinaria prosa de un escritor excepcional.

    I. LIBROS PUBLICADOS

    Alebrijes

    Necroforia

    Cuando Fulgencio, aún joven, murió de asco, Tomasa —la viuda— y sus pocos amigos, tan pobres como él, lo vistieron con su único traje y afrontaron la situación con realismo.

    Las posibilidades tradicionales parecían escasas; al grado de que bastó un rato de conversación, entrecortada por hondos suspiros, para persuadir a todos de que sólo había una: el endeudamiento casi de por vida. Aun aparte de eventuales problemas de cementerio, los simples gastos de ataúd y traslado de Fulgencio serían ruinosos. Entonces decidieron preparar café y pensar más despacio.

    El proyecto de llevar el cadáver por la calle tuvo que ser descartado. Habría que atravesar nueve ejes viales y el Periférico. El único vehículo imaginable era la camioneta del vecino repartidor de piñatas, pero tendrían que esperar el domingo, y era martes.

    Fue entonces cuando el primo Galo, recién llegado al velorio, sacó del bolsillo un papel arrugado con el plano de la red del metro, que le habían regalado el otro día, y propuso un plan que al principio fue recibido con escepticismo. A un par de calles de la vecindad donde se hallaban estaba la discreta estación de metro Aconcagua, y en el extremo de la línea la terminal Mictlan, reino azteca de los muertos. Después de una noche entera de razonamiento cartesiano, al amanecer hubieron de convenir en que no existía otro recurso y decidieron preparar el quinto café, ya casi agua caliente.

    Eran las nueve de la mañana cuando, pasado el congestionamiento de público, un grupo de personas llegó con decisión a la entrada de la estación Aconcagua. Modestos, no iban apiñados; cinco o seis incluso hacían lo posible por parecer ajenos, mientras repartían ojeadas inquietas y hacían a los demás señas misteriosas.

    En el centro iba Fulgencio, sostenido en vilo por dos amigos vigorosos. Para que pareciese que era ciego, le habían puesto unos lentes negros, trabajosamente conseguidos, y llevaba un bastón bien sujeto a la mano, vendada. Aparte su inercia, tal vez excesiva, no tenía tan mal aspecto.

    Esperaron un momento solitario e hicieron descender a Fulgencio resbalando sobre los talones, con notable soltura. Una vez abajo, lo apoyaron en la pared, para tomar un respiro, y se le cayó el sombrero. Tomasa lo recogió y se abanicó con él. Uno de los dolientes, fingiendo esperar a alguien, emprendió una lenta inspección circular por la estación. A la vuelta estaba el policía, solo, manifestando una indiferencia que casi se antojaba sospechosa.

    Acababa de llegar un convoy y se acercaban algunas personas. El espía hizo una señal y varios rodearon a Fulgencio, sin ostentación, mientras pasaba la gente. Deliberaron en voz baja mientras tanto. Se decidió no buscarle plática al policía, cuyo aire era poco prometedor, sino recurrir directamente a los dos niños de la vecindad, que esperaban jugando impacientes a mitad de la escalera, debidamente aleccionados.

    A un gesto, descendieron rápido. El mayor llevaba debajo del brazo una gallina inmovilizada dentro de una jaula estrecha de palos blancos. Era evidente que el policía no los dejaría pasar con ella, y sabían bien cómo complicar el problema para distraerlo. Sin embargo, llegaron al torno de entrada, se detuvieron, dejaron la gallina en el suelo, simularon buscar y hallar sus boletos y no les quedó otro remedio que pasar al fin, sin que el policía hiciese caso de ellos. Ya del otro lado de la barrera, el menor tuvo una ocurrencia luminosa. Llamó al policía con un silbido y, señalando a su acompañante:

    —¿Verdad que no puede pasar con el animal?

    A pocos metros, el amigo vigilante de Fulgencio se acercó a un individuo vestido de negro que miraba con desaprobación al difunto.

    —¿Lo conocía usted desde hace mucho?

    El individuo fúnebre no se preocupó por entender.

    —Ciego y además borracho —dijo despacio—; es el colmo. Seguro que van a querer que pase, y luego ahí están los accidentes. No se puede tolerar.

    El mayor de los niños hacía valer ante el policía el hecho de que había ya pasado el torno con la gallina sin que se le dijera nada. Como el argumento era bueno, ponía al policía de pésimo humor.

    El grupo echó a andar con Fulgencio. El amigo vigilante notó con angustia que era demasiado visible que el cadáver de Fulgencio no movía las piernas y que el bastón se agitaba demasiado, por mano bienintencionada del amigo de la derecha. Otra vez se acercaba gente en sentido opuesto.

    —Mire nada más, ¡ese hombre está inconsciente, lo van a matar! —exclamó el tipo tétrico.

    Al fiel espía sólo se le ocurrió señalar hacia un pasillo vacío, con mano temblorosa.

    —¡Pues fíjese en lo que viene por allá! —balbuceó.

    Cuando menos, la artimaña distrajo al criticón unos instantes, mientras Fulgencio pasaba el torno dando una extraordinaria vuelta sobre sí mismo. Cuando el policía giró, sorprendido por la inesperada fila de gente solemne y apresurada que entraba, vio a Tomasa atascada en el otro torno. Sin soltar al niño, que se debatía, le advirtió en voz muy alta:

    —No funciona, señorita, pase por donde los demás.

    Los que llevaban al muerto oyeron algo a sus espaldas y aceleraron. Una señora que caminaba a su encuentro dio un ligero grito al ver a los tres precipitarse sobre ella y que al de en medio volvía a caérsele el sombrero. De atrás llegó la voz indignada del individuo de negro.

    —¡Policía! ¡Llevan a un borracho, a un drogado, a un...!

    El espía fiel, desesperado, se le colgaba del cuello, le hacía cosquillas, lo besaba. El policía, en su desconcierto, soltó al niño, que huyó con su compañero y la gallina; viraron hacia el andén. El policía dudó y echó a correr tras ellos, mientras el furioso, detenido por la barrera de entrada, seguía clamando.

    —¡Pero mírenlo! ¡Lo van a matar!

    El amigo fiel se esfumó. Los niños trotaron por el andén buscando un camino. Aterrados, los portadores de Fulgencio no tuvieron más remedio que bajar a toda prisa la escalera interior que llevaba al lado opuesto de la estación. El cortejo callaba. Tomasa los alcanzó, sin saber tampoco qué decir.

    —¡Corran, corran!

    Los talones de Fulgencio volvían a deslizarse por muchos peldaños. Nadie se detuvo ya; continuaron de frente, ahora en subida, arrastrándolo sin miramientos. Todos iban atemorizados. La poca gente que encontraban quedaba muda. El ascenso de la otra escalera fue terrible, pero lo lograron y por fin desembocaron, exhaustos, en el andén contrario. Fulgencio conservaba los lentes oscuros puestos. Por el andén de enfrente, el policía frenético perseguía a los dos niños y a la gallina, que asomaban y desaparecían por lugares inesperados. A Fulgencio no parecía importarle nada. Llegó el metro, casi vacío. Quienes llevaban al muerto se abalanzaron a la puerta más cercana, agotados. Los demás los imitaron, denotando intensa inquietud. Aquel tren iba en la dirección que no era.

    En el asiento, Fulgencio se mantuvo erguido, con cierta rigidez digna y una pierna muy estirada. A su lado, un amigo del alma, jadeante, se le aferraba al brazo, sin mirarlo. En el vagón era fácil diferenciar a los dolientes, por sus caras de espanto, y a los pasajeros previos, por las expresiones intrigadas.

    Tomasa, de pie, se acercó oscilando a su difunto compañero y, en un alarde de aplomo,

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