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Sansueña: Antología poética
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Libro electrónico301 páginas1 hora

Sansueña: Antología poética

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Sansueña reúne una selección minuciosa de la trayectoria poética de Washington Benavides que cronológicamente abarca la producción desde 1959 hasta 2000, incluyendo así poemas de El Poeta, Las milongas, Hokusai, Fontefrida, entre otros. A cargo de Diego Techeira, estudioso de su obra, la presente antología es un vasto panorama del que volviera el canto popular un arma de resistencia contra la dictadura en Uruguay y que escribiera la letra de los máximos exponentes de la milonga uruguaya, como Alfredo Zitarrosa.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 abr 2019
ISBN9786071642288
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    Sansueña - Washington Benavides

    cotidiano.

    DE

    EL POETA

    PROPÓSITOS DE CONVALECENCIA

    Debo dormir con ganas,

    como quien hizo un mundo y se cansó.

    Debo comer el alimento

    que me vuelve de yerba y de cordero.

    Debo beber el agua

    como quien besa el rostro de la mujer amada.

    Debo sentirlo todo

    como el despierto oído de una iglesia

    (Una vez, sentí el trueno de un suspiro

    en su nave desierta)

    Y no debo morir.

    Debo perder la vida.

    SAN FRUCTUOSO

    La barca de Noé naufragó en estas sierras…

    Y la lluvia fregándome el cuerpo,

    pertinaz y solícita.

    Todo un desperdicio de luz,

    chorreando en las aceras

    como miel derramada.

    Mariposas azules de neón, libélulas rosadas,

    ranas verdes y eléctricas,

    toda una zoología y toda una botánica

    nacida de la lluvia y de la noche.

    Alta.

    Alta la iglesia de San Fructuoso,

    con su torre de zócalos azules

    y anchas cruces de un limón subido

    — cruces ácidas y amarillas — .

    Alta, la iglesia invade el país de la lluvia

    y los vientos nocturnos.

    Nadie le da importancia a su trabajo,

    ni el sacristán, ni el Padre, ni los santos

    de piedra o de madera…

    Como una espada, enhiesta…

    En una cruz que acaba en pararrayos

    — concesión al progreso terrenal —

    la iglesia de San Fructuoso

    golpea con su torre

    al aire espeso de demonios,

    a los vientos del norte

    curiosamente antropomórficos…

    Mientras la lluvia cae sobre la hoja verde

    de la madrugada…

    AÑO NUEVO

    Es la fiesta de un dios —diosero, diosito —

    o de un daimon apenas.

    Le circunda una alegre hecatombe

    de corderos,

    libaciones espesas

    de vinos bermellones

    o sobremesas dulces de licores foráneos…

    Los héroes familiares

    afilan los cuchillos

    y ordenan la pólvora expansiva

    de los niños.

    Las atareadas madres

    logran prodigios con El Gorro Blanco,

    y navegan la paz de los manteles

    las domésticas lunas de los platos…

    Y toda una comedia de misivas y flores

    hace sudar carteros

    ensordece teléfonos

    y desgonza las alas talares de Mercurio.

    Dios, diosero, diosito,

    el año nuevo,

    nuevito.

    Y mientras la tormenta da una maleza de agua,

    un bosque líquido, un acuario,

    y los clubes sociales trenzan el pelo de los bailarines,

    dios, diosero, diosito,

    el primero de enero

    pone una marca inútil en el infinito.

    Pero soltad petardos y besad la pareja.

    Porque de alguna forma hay que manifestarse

    en esta nadería que llamamos: la vida.

    NO ARMARÉ UN ARCOÍRIS

    No armaré un arcoíris.

    Dejaré la esperanza

    la providencia

    que se abre con la facilidad

    de un paraguas…

    No achataré la nostalgia

    tras los cristales

    de mi ventana.

    En el dominio de la lluvia

    no he de pensar que siempre

    que llovió,

    paró.

    Llueve y debo vivir

    bajo esta lluvia categórica.

    Afuera está la tierra morada

    y empapándose,

    debo sentirme tierra.

    Que el arcoíris duerma

    en su perchero,

    yo debo andar envuelto

    en aguaceros,

    contrariando la furia

    y engarzando en el tiempo

    un animal de amor,

    un hombre,

    un simple hombre con su miedo a cuestas,

    que, trabajosamente,

    logra su tarea.

    Sí, amigo,

    con mucho miedo a cuestas,

    en medio de la lluvia

    prosigo mi tarea.

    La realidad es ésta:

    la esperanza es un tren

    que siempre llega tarde,

    y tus ojos pescados

    y tus piernas inválidas

    hacen de tanta vida

    sólo una dulce muerta…

    Yo me voy en lo fuerte de la lluvia,

    tú, si quieres, espera.

    ME EXONERAS DE GRACIA

    Me exoneras de gracia

    y hablas de contrabando

    si me sale la vida

    por los poros

    y traigo los zapatos embarrados

    y el corazón colgado

    de la luz…

    No —me dices— no es cierto,

    ésa es lección de un libro

    o una pose.

    Me quitas todo, el único

    ejemplar de una lágrima

    que leo a solas

    y a ratos con el alma.

    Pero claro, no es cierto,

    es un humor apócrifo

    y mezquino…

    Tendré en mi saco todas las palabras

    (pero una me falta)

    alicaído vengo

    y manirroto.

    Yo nací con el santo de espaldas.

    LA SEQUÍA SEDIENTA

    Ya después que mi vista

    se ligó con mi labio

    y te aspiré desnuda

    clavo de olor morena

    y te lloré en mi nombre

    por tu amor santiguado

    sigo mirando un rosa

    un malva, un solferino

    tacto fríos volúmenes

    y aspiro tufaradas

    yo que esperé el diluvio

    sin lugar en la barca

    contemplo la sequía

    la sequía

    sedienta.

    DE

    POESÍA

    EL VIVO POZO

    Si soy un viejo pozo,

    ¿cómo salir afuera

    y darme al claro gozo

    de la que nunca espera?

    Voy en mi sombra, rengo.

    Y si la luz me llama,

    perdido, me detengo…

    (Yo habité en una llama.)

    CUARTA CASA

    Aquí la rosa falta, no el verdín.

    Las azules paredes desconchadas

    agitan como ángeles sus muñones de alas.

    Casa de vecindad, mejor que casa.

    Paredes de roídos colores nacionales

    donde el ladrillo muestra

    su sonrisa de enfermo.

    ¿Y cómo penetrar en esta casa

    si es como penetrarnos alma adentro?

    Allí está Perico,

    que remedia zapatos ajenos.

    Y Amaranto,

    que albañilea muros

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