Centenario “La suave Patria”, otra lectura
Las horas: todas hieren, la última mata. Así decía una inscripción, común en los viejos relojes: Vulnerant omnes, ultima necat. La hora definitiva estaba por caer sobre el cuerpo de Ramón López Velarde (1888-1921) una noche como ésta, hace 100 años. Hace 100 años… y unos días.
La historia se ha contado muchas veces, y ante el centenario de su fallecimiento las miradas de numerosos escritores han vuelto a revolotear sobre su lecho mortuorio. El poeta no se habría imaginado la cantidad de ojos invisibles posados en las ramas, adivinando desde afuera lo que pasaba dentro, en un cuarto indeterminado de una casa cualquiera sobre la Avenida Jalisco, en la colonia Roma.
Muerte consagratoria, porque es sabido que el presidente Álvaro Obregón ordenó, editada por el Departamento Universitario–, cayendo así la pesada losa de la celebridad nacional sobre sus restos. Desde que el adjetivo “nacional” cayó en las sienes del poeta, ha tenido que soportarlo, motivo por el cual se ha convertido en centro de largas y numerosas polémicas, en lugar de tenues tertulias poéticas (¡él las habría preferido!).
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