Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Cancionero de la emoción fugitiva: Una antología general
Cancionero de la emoción fugitiva: Una antología general
Cancionero de la emoción fugitiva: Una antología general
Libro electrónico796 páginas10 horas

Cancionero de la emoción fugitiva: Una antología general

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

En este volumen de la serie Viajes al siglo XIX de la Biblioteca Americana dedicado a Francisco A. de Icaza se incluyen muestras de las mejores incursiones en la poesía, la ensayística y la crítica literaria y social del autor. Como parte de la serie, continua con el objetivo de la colección: ofrecer a un público amplio una muestra representativa de la producción poética, diplomática y crítica de Icaza y servir como introducción a su variada y rica obra y a las transformaciones histórico-culturales que la hicieron posible.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2016
ISBN9786071643575
Cancionero de la emoción fugitiva: Una antología general

Lee más de Francisco A. De Icaza

Relacionado con Cancionero de la emoción fugitiva

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Cancionero de la emoción fugitiva

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Cancionero de la emoción fugitiva - Francisco A. de Icaza

    BIBLIOTECA AMERICANA

    Proyectada por Pedro Henríquez Ureña

    y publicada en memoria suya

    Serie

    VIAJES AL SIGLO XIX

    Asesoría

    JOSÉ EMILIO PACHECO

    VICENTE QUIRARTE

    Coordinación académica

    EDITH NEGRÍN

    CANCIONERO DE LA EMOCIÓN FUGITIVA

    FRANCISCO A. DE ICAZA

    CANCIONERO DE LA EMOCIÓN FUGITIVA

    Una antología general

    Selección y estudio preliminar

    Efrén Ortiz Domínguez

    Con la colaboración de

    Jesús Alberto Galindo

    y Karina Rueda

    Ensayos críticos

    Malva Flores

    José Luis Rivas

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    FUNDACIÓN PARA LAS LETRAS MEXICANAS

    UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

    Primera edición FCE/FLM/UNAM, 2014

    Primera edición electrónica, 2016

    Enlace editorial: Eduardo Langagne

    Diseño de portada: Luis Rodríguez / Mayanín Ángeles

    D. R. © 2014, Fundación para las Letras Mexicanas, A. C.

    Liverpool, 16; 06606 Ciudad de México

    D. R. © 2014, Universidad Nacional Autónoma de México

    Ciudad Universitaria; 04510 Ciudad de México

    Coordinación de Humanidades

    Instituto de Investigaciones Filológicas

    Coordinación de Difusión Cultural

    Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

    D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-4357-5 (ePub-FCE)

    ISBN 978-607-02-8396-3 (ePub-UNAM)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Índice

    ESTUDIO PRELIMINAR

    EL MEJICANO DE ESPAÑA Y EL ESPAÑOL DE MÉXICO

    BIBLIOGRAFÍA

    ADVERTENCIA EDITORIAL

    POESÍA

    EFÍMERAS (1892)

    CONFIDENCIAS

    MI MUSA

    ESTANCIAS

    DE MIS RECUERDOS

    ÚLTIMO AMOR

    CREER Y AMAR

    IDEALES

    A SOLAS

    EN VOZ BAJA

    LO IMPOSIBLE

    ET NUNC ET SEMPER

    PARÁFRASIS

    ¿QUÉ IMPORTA?

    LA LEYENDA DEL BESO

    LEJANÍAS (1899)

    PRELUDIO

    ESTADOS DEL ALMA

    PALABRAS SINCERAS

    RELIQUIA

    AL REGRESO

    MINUETTO

    UNA VIDA

    RETRATO

    TUS VERSOS

    POESÍA DE LAS COSAS

    LAS REJAS

    LA TRISTEZA DEL CAMPO

    LA ALMOHADA

    LA CANCIÓN DEL CAMINO (1905)

    POR LA SENDA

    LA CANCIÓN DEL CAMINO

    EN LA NOCHE

    SU TRISTEZA

    PAISAJES

    HUERTO TRISTE

    JUNTO AL VIEJO DIQUE

    VERSOS VIVIDOS

    POEMAS SIN PALABRAS

    LAS HORAS

    UNA LÁPIDA

    AL PASAR

    IN PROMPTU

    RETRATOS DE ALMAS

    DON QUIJOTE

    A PLENO SOL. PAISAJES CON FIGURAS (1920)

    LA COPLA DEL FORZADO

    NIETZSCHE, POETA. INTERPRETACIONES LÍRICAS(1921)

    ¡SOLO!

    CANCIONERO DE LA VIDA HONDA Y DE LA EMOCIÓN FUGITIVA (1925)

    NOCHE OSCURA

    AHASVERO

    IBA CIEGO

    VOZ QUE RESPONDE

    TONOS DEL PAISAJE

    DE PLATA

    DE COBRE

    CANCIONES DE HOY

    DE LA MANO

    TÚ NO FUISTE UNA FLOR

    DE LA EMOCIÓN FUGITIVA

    LA EMOCIÓN FUGITIVA

    CANTABA EL MOZO

    HERIDAS EN EL ALMA

    PARADOJA VIVIDA

    ¡AH! YO NO TUVE INFANCIA

    LAS FLORES DE TU MANTÓN

    PARA EL POBRECITO CIEGO

    ALEGRÍA CASTELLANA

    EPÍLOGO PANTEÍSTA

    SENSACIÓN DE REGRESO

    CRÍTICA LITERARIA

    UNA AUTOPSIA (1892)

    EXAMEN DE CRÍTICOS (1894)

    LETRAS AMERICANAS (1914)

    ORÍGENES DEL TEATRO EN MÉXICO (1915)

    SUPERCHERÍAS Y ERRORES CERVANTINOS (1917)

    EL PARÍS DE LOS POETAS (1919)

    SUCESOS REALES QUE PARECEN IMAGINADOS DE GUTIERRE DE CETINA, JUAN DE LA CUEVA Y MATEO ALEMÁN (1919)

    GUTIERRE DE CETINA

    JUAN DE LA CUEVA

    MATEO ALEMÁN

    LA LÍRICA ALEMANA ANTES Y DESPUÉS DE LA GUERRA (1920)

    RUBÉN DARÍO (1920)

    EL HAMBRE, LA MUERTE Y LA RISA (1920)

    PLAGIOS Y TRADUCCIONES (1920)

    LA ACTUALIDAD Y LA MENTIRA LITERARIA (1920)

    EL PÚBLICO, LOS POETAS Y LOS VERSOS EN LA ESPAÑA DE HOY (1921)

    HISPANOAMERICANISMO INCONSCIENTE (1921)

    CONQUISTADORES Y POBLADORES DE NUEVA ESPAÑA (1923)

    LO INÉDITO EN LA LITERATURA ESPAÑOLA (1925)

    LOPE DE VEGA, SUS AMORES Y SUS ODIOS

    ENSAYOS CRÍTICOS

    LAS PASIONES DEL ERUDITO: FRANCISCO A. DE ICAZA EN LA IMAGEN DE SUS CONTEMPORÁNEOS

    UN INTEMPESTIVO TRADUCTOR DE LA POESÍA DE FRIEDRICH NIETZSCHE

    CRONOLOGÍA

    ÍNDICE DE NOMBRES

    ESTUDIO PRELIMINAR

    EL MEJICANO DE ESPAÑA Y EL ESPAÑOL DE MÉXICO

    EFRÉN ORTIZ DOMÍNGUEZ

    Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias

    Universidad Veracruzana

    Don Francisco A. de Icaza, secretario de la legación mejicana y representante de las sociedades de Geografía y Estadística y de la Agrícola de aquella república, encargado de negocios en Portugal, y en ausencia del señor Iturbe, en nuestro país, si por nacimiento y la representación que ostenta es mejicano, parécenos a los que tantos años nos honramos con su trato y le vemos vivir brillantemente nuestra vida literaria, que es español.

    Así describe un suelto de La Ilustración Española y Americana al poeta y diplomático en su edición del 30 de noviembre de 1900. Icaza y Justo Sierra asisten como delegados al Congreso Social y Económico Hispanoamericano congregado en el palacio de la Biblioteca Nacional de Madrid en solidaridad con España, luego de que el Tratado de París, resultado de la guerra contra Estados Unidos de 1898, echaba materialmente a España de nuestro continente. La importancia del acontecimiento se traduce en el par de láminas que lo ilustran; la primera fotocomposición incluye 10 retratos de sus delegados más relevantes, y una de ellas, la tercera de la columna central, nos muestra a Icaza en la flor de la edad: 37 años rotundos, ostensibles en el volumen del torso y lo abundante y acicalado de la barba. La sensación de dignidad, la mirada lateral pero, de manera especial, la elegancia de las vestiduras son elocuentes, por contraste con la descuidada naturalidad de sus congéneres hispanoamericanos.

    La fotografía de Icaza nos devuelve, en efecto, la imagen de un político europeo, más que la de un artista hispanoamericano. Dos años más tarde, las reseñas bibliográficas de La España Moderna lo citan como un ejemplo más de la inteligencia española.¹ Habían transcurrido 14 años desde su llegada a Madrid, joven aún, sin embargo, su adaptación al medio cultural y social —para entonces había contraído nupcias y era padre de dos pequeñas— había operado un raro tropismo: siendo tan difícil ser, o al menos ser admitido como un madrileño de villa y corte, Icaza lo había alcanzado. Las palabras del poeta festivo Carlos Luis de Cuenca, autor del susodicho suelto, llegarán a convertirse en una suerte de pregón: una reseña de La canción del camino en la primera plana del diario La Época² indica

    Don Francisco A. de Icaza ha pasado tanto tiempo entre nosotros, conoce tan a fondo nuestra literatura y escribe tan bien el idioma castellano, que a pesar de ser hijo de Méjico, cuya nación representa hoy en Alemania, le miramos aquí en España como compatriota nuestro [y veinte años más tarde, todavía]. Americano por su naturaleza, mas por su larga y españolísima labor, por el estro, el plectro y por el escalpelo, nuestro, nuestro y maestro [...]³

    En México, los comentarios son análogos, pero su intención adquiere otros matices: Carlos González Peña habría de subrayar irónicamente, años más tarde, aquel gangoso énfasis de su pronunciación madrileña; aquel bailoteo de eses y zetas de su habla por la que nadie de seguro le creería oriundo de este ancho, luminoso y magnífico valle de México,⁴ pero también lo contrario: No por haber pasado lo más de su vida fuera del país, perdió su fisonomía mexicana [...] Pero en el fondo de este orfebre sutil y cuidadoso, de este filigranista de la rima, está vibrando contenida dentro de la ‘cobertura’ de que habla Santillana, un alma criolla, una alma de América, con su dulce languidez ancestral y su vieja melancolía de raza, suavemente matizadas de escepticismo.⁵ Hace poco, en ocasión de recibir el Premio Cervantes 2009, José Emilio Pacheco evocaba aún su figura como la de el mexicano de España y el español de México a quien no se recuerda en ninguna de sus dos patrias. En esta antinomia se ubican, en su mayoría, los juicios en torno al artista y su obra. Pero si la asimilación o el acomodo a nuevas condiciones de existencia parecen a otros una actitud de desarraigo, a mí, por el contrario, me invitan a considerarlo un acto de signo inverso, una transculturación que anticipa la necesidad de refundarse en una patria en la que actualmente viven 15 millones de mexamericanos. Español o mexicano; desarraigado o, por el contrario, mexicano de avanzada, la imagen personal y la poética de Francisco de Asís de Icaza y Beña, a distancia, sigue siendo tan paradójica como lo fue en vida. Polemista, generó y sigue generando, a tantos años de distancia, polémicas.

    Mucha tinta se ha vertido al respecto; gran parte de ella para confirmar que el poeta halló gentes y cortes, soles y brumas que hicieron de él un ciudadano del mundo o su imagen inversa, un desarraigado. Hoy, este volumen dedicado al público, tiene la finalidad de devolver al lector mexicano y latinoamericano la semblanza de ese extraño poeta casi ajeno, pero finalmente nuestro, si consideramos que una misma lengua une ambas patrias. Por ende, estas líneas son apenas una exploración de los símbolos y las trazas de esa vida que intenta reconocer las espinas propias, pero también las flores. El poema y la obra crítica, histórica y ensayística serán nuestro guía, porque el mejor homenaje que podemos brindar a un poeta es, sencillamente, la lectura de su obra.

    Si me pidiesen caracterizar la vida y la obra de Francisco de Icaza mediante una sola palabra, creo que ésta sería, con toda justeza, el adjetivo singular. La etimología y las múltiples y variadas acepciones de esta palabra despliegan un abanico de sentidos que podrían caracterizar la vida del poeta, ensayista y diplomático que parte largos años hacia el extranjero; que refunda una familia peculiar, extraña mixtura entre un padre voluntariamente transterrado y una madre nativa; que supo, en los instantes de esplendor de la literatura en lengua española, brillar con inusitado y peculiar fulgor en la metrópoli misma; que participa de manera sobresaliente en la vida cultural de aquélla, entre los miembros más destacados de la elite política y cultural y que, tras la doble distancia geográfico-temporal, obtiene calificativos de excelencia por parte de los lectores más puntillosos del mundo literario: los demás poetas. Hoy, raramente visitado por los lectores contemporáneos, goza del prestigio que le deparan unos cuantos versos suyos, leídos y citados por miles de turistas que deambulan por la Alhambra, en cuyos muros están adosados. En efecto, a la entrada de la Alcazaba, en el extremo occidental del jardín de los Adarves, hay un mirador de donde arranca la muralla que se une a las Torres Bermejas, muralla en la que se han colocado los famosos versos:

    Dale limosna mujer,

    Que no hay en la vida nada,

    Como la pena de ser

    Ciego en Granada.

    ¿No es acaso peculiar, extraordinario, raro o sencillamente singular que un poema escrito por un mexicano decore los muros de esa maravilla arquitectónica legada a Occidente por los alarifes arábigos? Cuatro líneas consagran, con ese destino excepcional que otorga la ironía, una imagen, un concepto, una estética; esas líneas están al alcance de millones de turistas que, año con año, se maravillan ante la majestuosidad de una cultura que, no siendo ni hispana ni mexicana, ha sido exaltada de manera magistral por nuestro poeta.

    Escasamente conocido en su patria, admirado en la ajena, autor de una obra estéticamente estimable, anticipo y muestra de un modernismo propio pero que, no obstante, no alcanza a ser considerado ejemplo del espíritu latinoamericano de aquel fin de siglo por haberse escrito e impreso en aquel otro extremo del mundo. Pero lo que podría llamar en mayor medida nuestra atención es el motivo que hace emerger, en mitad del clima cultural engendrado por el restablecimiento de la república mexicana, en ese ambiente de acendrado liberalismo nacionalista, versos melancólicos que parecieran emanados del espíritu de una aristocracia trasnochada. Singular es, en verdad, por todo ello, la existencia, la creación y la recepción del trabajo de un poeta como Francisco de Icaza y Beña. Porque singular no es sólo aquello que calificamos como único en su especie (lat. solus), sino también lo que es único o peculiar y, por extensión, lo extraordinario, raro u excelente.

    Sería difícil imaginar cómo, luego de la hispanofobia que caracterizó la primera mitad del siglo XIX a consecuencia del movimiento independentista y del advenimiento de la nueva nación, así como del antieuropeísmo fincado en la resistencia a las invasiones francesa y austriaca, se fuera gestando en México un movimiento contrario de hispanofilia.⁷ La historia de las relaciones entre México y España, no obstante, exige ser revisada; de antiguo, pensadores y artistas contribuyeron a limar las asperezas entre ambas naciones; por otro lado, el desenvolvimiento histórico de la península ibérica se fue modificando paulatinamente, de tal manera que a lo largo de un siglo ese país conoció también las desgarraduras que provoca la invasión extranjera, los excesos de la restauración, el auge del liberalismo no sólo en el plano económico y el desastre final de aquel ya maltrecho Imperio, sobre cuyos dominios jamás se ponía el sol. Nuestra versión de la historia está salpicada de personalidades de allende el océano: el viaje y las crónicas de José Zorrilla por un lado; la presencia de Enrique de Olavarría y Ferrari y de Casimiro del Collado por el otro, en las altas esferas del poder político y cultural de nuestro país. La otra versión, el reverso de la moneda, reciente pero altamente documentada por Perea,⁸ detalla el trabajo sistemático realizado por artistas y diplomáticos desde la Legación Mexicana, con el fin de restañar antiguas heridas; baste mencionar unos cuantos nombres: Salvador Quevedo y Zubieta, Juan de Dios Peza, Vicente Riva Palacio, Justo Sierra, Amado Nervo, Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán y, por supuesto, nuestro autor, aunque su condición y destino haya sido, a la larga, diferente respecto de las vidas de aquéllos.

    Ubicados en este marco tan peculiar, habría aún que preguntarse... ¿Por qué leer a Francisco de Icaza después de conocer a José Juan Tablada y Xavier Villaurrutia, a Jorge Cuesta y Octavio Paz? ¿Qué ganará el lector contemporáneo al leer estos versos calificados por la crítica como finiseculares? ¿Qué impresión le causarán esos otros, menos conocidos, que preludian los cantares de Machado y García Lorca? Más allá de la curiosidad histórica, estética y literaria, más allá del vacío en la historia de nuestras letras, la presencia de Icaza nos devuelve una sensibilidad diferente, que no habríamos imaginado hallar en el México del otro final de siglo. Lugar que en algún momento habíamos ignorado, pero que la crítica considera de primacía en el marco del modernismo, lugar que le han otorgado propios y ajenos; unos cuantos propios, los más poetas, lectores privilegiados, avizores, quienes han sabido ver entre líneas un modo diverso de ser nosotros mismos. Lo que nos proponemos en las siguientes páginas es, justamente, ofrecer una semblanza de los acontecimientos biográficos y los rasgos de estilo que hicieron de este escritor y diplomático un poeta iberoamericano, finisecular, en cuya obra arraigan la copla popular, las formas estróficas y versales clásicas de la tradición hispana, los motivos aristocráticos, pero en la que concurren también atisbos de una ironía y de un ímpetu que suelen considerarse típicos del alma hispanoamericana. El refinamiento europeo ligado con la pasión hizo de éste uno de los maestros escasamente conocidos del modernismo mexicano. Quisiera demostrar con ello que lugar y tiempo no son meras circunstancias; bajo sus efectos, el poeta imprime un sello especial en su trabajo de creación poética. Porque singular es la vida, único y excepcional es, también, el trabajo de ella emanado. Todos los matices de sentido de tal acepción se corresponden, una por una, con las diversas gamas que adquieren la existencia, la producción intelectual y la valoración de su trabajo poético, veamos por qué.

    Escasas son las referencias de carácter biográfico y la mayoría de ellas las debemos a una tercia de amigos que aquilataron no sólo el valor intelectual sino también los méritos del hombre: se trata de Alfonso Reyes, Enrique Díez Canedo y Ermilo Abreu Gómez. Extensa y ampliamente documentado, el sino de la familia Icaza está ligado en México con la actividad legislativa, la diplomacia y la vida intelectual. El pormenorizado seguimiento que de la abogacía como actividad profesional durante el siglo XIX ha realizado Alejandro Mayagoitia y la genealogía de la familia permite, con toda exactitud, establecer que los Icaza, vascos de origen, fueron una familia de abolengo en la capital de la república, cuyas raíces pueden seguirse desde la mitad del siglo XVIII, fecha en que Juan Martín de Icaza y Urigoitía se traslada desde Vizcaya a Santiago de Veraguas (Panamá), desde donde la familia se extenderá hacia Nicaragua, Ecuador, Perú y México.⁹ Huellas ostensibles de ello lo constituyen don Isidro Ignacio de Icaza e Iraeta (1783-1834), cuya rúbrica se halla al calce de nuestra Acta de Independencia como miembro de la Junta Provisional de Gobierno y a quien Guadalupe Victoria designara, en el año de 1825, director fundador del Museo Nacional; bajo el mismo nombre, diferente persona o la misma, un Ignacio Icaza se desempeña como representante (o embajador) de México ante la Santa Sede durante el periodo final de gobierno de Antonio López de Santa Anna;¹⁰ algunas fuentes hacen de éste, el padre del poeta. José Emilio Pacheco asegura que don Francisco era hijo de un antiguo diplomático que estuvo en Italia y en Austria y cayó en desgracia al restaurarse la república.¹¹ Garrido, por su parte, señala: Pertenecía a una estirpe de diplomáticos. El hermano de su padre fue encargado de negocios en París y el autor de sus días secretario de nuestra legación en Roma.¹² Con escasa puntualidad, Mayagoitia anota entre la maraña del linaje de los Icaza Mora dedicados a la abogacía, la existencia de un Ignacio María de Icaza, desposado con Tomasa Beña, quienes engendran una extensa familia de diecisiete hijos, de entre los cuales enumera tan sólo a María, desposada con Pedro Díaz Barreiro, abogado; y Jesús, fallecido en la soltería el 13 de marzo de 1908. Un árbol genealógico del clan Icaza muestra de manera mucho más precisa que Ignacio (1817-1893), hijo de don Mariano de Icaza (1785-1837) y doña Ignacia de Iturbe (†1792), desposado con Tomasa Beña (†1875) engendran seis hijos: Manuel, Jesús, Carmen, Francisco, María e Ignacio, de entre los cuales el poeta ocupa el cuarto sitio. Las fechas permiten deducir, a título de hipótesis, los vacíos de información respecto de la infancia del poeta, así como las posibles razones del distanciamiento físico de la patria.

    Francisco de Asís nace en la ciudad de México el 2 de febrero del año 1863; el poeta habría quedado entonces huérfano a los 12 años de edad, al cuidado de un padre caído políticamente en desgracia. Sus primeros estudios son informales; don Ignacio toma a su cargo la educación del pequeño siendo los museos, las bibliotecas y las tertulias literarias, tan frecuentes en el medio intelectual de aquellos años, las aulas idóneas donde saciará una curiosidad que le lleva por los derroteros de la historia nacional, la geografía y el estudio de lenguas como el inglés, francés, alemán e italiano. No consta en lugar alguno la obtención de títulos universitarios, pero sí su intervención en círculos y reuniones intelectuales, las cuales le granjearon la amistad de los prohombres de la Reforma. Luis Garrido asegura que realizó sus estudios en el Liceo Mexicano,¹³ pero no era éste en realidad un centro escolar, sino más bien una agrupación de jóvenes aficionados a la literatura que, en el año de 1885, deciden conformar una sociedad con fines literarios. Transcribo extensamente:

    La idea de fundar una sociedad literaria había surgido de un grupo de jóvenes que aún no tenían la mayoría de edad, como Luis González Obregón, Adolfo Verduzco y Rocha, Rafael Mangino, José Cárdenas y el propio Micrós [...] El plan por ellos trazado había nacido de una señalada afición que todos sentían por las letras. Esto los condujo a la lectura de los novelistas que privaron en la época: Galdós, Pereda; de los versos de Mirón, Peza y del periódico La Libertad, cuyos colaboradores fueron escritores de primer orden. Frecuentaron las sesiones que tenían lugar los lunes en el Liceo Hidalgo, en las que escritores como Altamirano, Pimentel y Riva Palacio discutían los problemas de la literatura nacional. Todo este ambiente que rodeó al grupo por un tiempo hizo que madurara el deseo de establecer una sociedad literaria. El primer paso que se dio fue escribir un periódico que se llamó El Reproductor. Después apareció La Lira, periódico manuscrito. Más tarde, se pensó en fundar el Liceo. Después de discutir sobre el local donde debían efectuarse las sesiones, se eligió la biblioteca de Gonzalitos. Redactose el reglamento y tras elegir una mesa directiva se firmó el acta de instalación con la más complicada de las rúbricas, y para completar el cuadro, un botellón lleno de agua y un vaso indispensable para los oradores. El Liceo, fundado el 5 de febrero de 1885 por un grupo de jóvenes [...] tuvo su primer local en casa de Luis González Obregón, calle de Ortega no. 21. Después ocupó un salón en la Biblioteca Nacional. Hubo veladas en una casa de la calle de Zuleta y algunas sesiones tuvieron lugar en el salón de la Sociedad de Geografía y Estadística.¹⁴

    No hay mayores referencias hasta que Icaza, a los 22 años, se integra al grupo y funge como redactor de El Liceo Mexicano, revista publicada el 15 de octubre de 1885, en cuya calidad permanecerá, sin insertar colaboración alguna, hasta el número 17, de fecha 15 de octubre de 1886, con la apertura del segundo tomo, en el que se registrará como corresponsal en Europa. Con ese carácter aparecerá una nota suya, de la cual nos ocuparemos más tarde.

    La lectura pública de trabajos suyos le valió ser propuesto por Ignacio M. Altamirano como miembro, además del Liceo, de la Sociedad de Geografía y Estadística. Mayor precisión ofrece su destino en la diplomacia. Y es que, por la asiduidad en las asociaciones literarias, por la reseña que escribiera acerca del primer volumen de la magna obra México a través de los siglos o quizá por el parentesco colateral, político, entre los Icaza (específicamente entre su tío, Mariano de Icaza y Mora) y Josefina Bros y Villaseñor, la esposa del general Vicente Riva Palacio, este político y también escritor tomará bajo su encomienda al joven Francisco y lo llevará consigo en un viaje que trazará los destinos de su existencia. Tras haber sido designado el 25 de mayo de 1886 como ministro plenipotenciario ante España (una suerte de destierro realizado con delicadeza, a la mexicana, a fin de no opacar con su presencia política la del general Porfirio Díaz), el autor de Los cuentos del general y Los Ceros lo designará el 5 de julio como segundo secretario (ascenderá de manera interina como primero, entre julio de 1889 y agosto de 1895, y ya formalmente, desde esa fecha hasta noviembre de 1896 en que se desempeñará como encargado de negocios) de nuestra Legación en Madrid, lugar donde finalmente terminó por establecerse y donde desarrolló una intensa vida cultural.

    DE CORTE EN CORTE

    Lector apasionado de sus contemporáneos, los grandes autores hispanos (Pereda, Valera, Pérez Galdós); miembro del cuerpo diplomático; amigo de una personalidad excéntrica pero bien recibida en las altas esferas social, política e intelectual como Riva Palacio, pero también él mismo poseedor de una hábil conversación, de un dejo de fina ironía y de un tino especial para descubrir y frecuentar los lugares de moda, el joven Icaza termina por forjar para sí una nueva patria. En el imaginario finisecular, las grandes urbes europeas constituían el nirvana terrenal para los artistas y, a pesar de su modestia, de sus calles obstruidas por obras en permanente rehabilitación y de las malas noticias procedentes de Cuba y Puerto Rico, las últimas posesiones de ultramar, Madrid se encontraba —parodiando el adagio presuntuoso de los México-capitalinos de la época porfiriana— más allá de Cuautitlán. Así, se le ve deambular por el café Nueva Iberia, sitio habitual de Leopoldo Alas Clarín y de los políticos ibéricos más prominentes; por la cervecería El Águila, fundada en 1876 en el barrio de Salamanca; por las elegantes tertulias del restaurante Lhardy, en Carrera de San Jerónimo, donde se congregaba todo mundo matritense, y donde se organizara, años más tarde, el festejo de despedida a don Alfonso Reyes; y también por los salones de los duques de Alba y de Nájera. En la Cervecería Inglesa, de la plaza de Santa Ana, conocerá a Darío, Rueda, los Machado, Juan Ramón y a los cubanos Julián del Casal y Emilio Bobadilla. Un lugar, no obstante, se convierte en el eje de sus actividades literarias: hombre de mundo, gozó la oportunidad de concurrir a las animadas reuniones intelectuales realizadas en el Ateneo de Madrid, refundado como Ateneo Científico y Literario, y que, luego de una larga y agitada historia, había ocupado en 1884 su nueva sede, un edificio modernista diseñado por Enrique Fort y Luis Landecho en la calle del Prado, y mandado construir al efecto por Canovas del Castillo. Sus amplios salones, como el de Actos y el Inglés, salas de trabajo y de exposiciones, biblioteca y hemeroteca, constituían un lugar de reunión para los científicos y artistas de la época. Mediante una suscripción mensual de 10 pesetas (2 duros), los socios gozaban simultáneamente del acceso a los diarios más importantes de España y Latinoamérica, del servicio de una biblioteca, la de mayor relevancia en el país, que en 1935 contaba ya con 100 mil volúmenes; del acceso a las palestras de discusión de los temas relevantes en el mundo de la ciencia, el arte, la moral y la política; en sus pasillos o aulas, en sus tertulias, reuniones y debates se congregaba la inteligencia finisecular hispánica; el Ateneo era, por tradición, el ágora de la península.¹⁵ A Icaza le encantaba una sección en especial, la Cacharrería, como socarronamente se denominaba al salón de Actos, ya que en ella se congregaban las figuras de mayor venerabilidad:

    En la nueva Cacharrería están los senadores del Ateneo, como el criticado Echegaray y los locos, como Mario Roso de Luna, maestro de ciencias ocultas. En los pasillos, las tertulias. Entre ellas, la de don Ramón María del Valle-Inclán, hablando incansablemente, que junto al socialista Araquistáin, con su apariencia de eclesiástico de aldea; Pérez de Ayala, joven maestro, y Díez Canedo, interventor aduanero de las corrientes poéticas que entraban en España. Al pie de la escalera, Azaña.¹⁶

    Los mejores años de Icaza discurren en el corazón mismo de la vida intelectual de España; muy pronto, merced a su concienzudo e incansable trabajo como investigador de las literaturas áurea y colonial, sobre la obra de escritores tan conocidos como Cervantes, Lope de Vega y Góngora, llegaría a fungir como secretario y presidente de la sección literaria del Ateneo. Esas actividades le depararon el intercambio con los grandes escritores y pensadores finiseculares, como Unamuno, Ortega y Gasset, Baroja, Pereda, Juan Ramón, Valle-Inclán y Antonio Machado, así como también de los hispanoamericanos que por aquellas fechas confluyeron en Madrid, tales como los ya citados Del Casal, Darío, Nervo, Henríquez Ureña y Reyes. De todo ello dan constancia las dedicatorias¹⁷ que como deferencia le ofrecen tales autores, así como un epistolario aún incompleto. El polígrafo regiomontano recuerda:

    Cáustico y ameno, sabio sin pedantería, experto y fino, se adueñaba de las tertulias y, donde aparecía, daba el tono a las conversaciones. En el Ateneo de Ma-drid, los jóvenes escritores acudían a la Cacharrería para ver cómo el maestro Icaza barría a los necios con su ametralladora de ingenio y buen decir. En eso de sentar las costuras a los eruditos a la violeta no tenía precio. Dotado de cierto molde clásico, de aquella rotundez que —entre titubeos y vicisitudes— quisiera ser la nota dominante en la literatura mexicana, sabía organizar sus libros con mano ágil, y tenía para aquilatar los libros ajenos una intuición, un primer vistazo que hacían precioso su consejo [...] su natural altivez se templaba, pudorosamente, con ternuras nunca confesadas. Una que otra vez, en las polémicas, se le desbordaba el sarcasmo, porque también era irritable; pero no se equivocaba en conjunto para distinguir los verdaderos de los falsos valores, a pesar de ciertas manías contra este o aquel escritor a quienes no podía sufrir. Su juicio era insobornable: llamaba al pan pan y al vino vino, y éste es el secreto de ciertos resentimientos que por ahí ha dejado.¹⁸

    Ése es el reverso de la moneda: el Icaza polemista. En la apertura de la sección literaria del Ateneo, el año de 1893, el poeta dicta una conferencia titulada La crítica en la literatura contemporánea, donde se lanza contra una de las figuras insignes del mismo, al demostrar de manera fehaciente el plagio que, de un par de traducciones, llevara a cabo la escritora Emilia de Pardo Bazán. La ironía de Icaza es de una crueldad inusitada: Hay intelectos hembras que necesitan para concebir la fecundación extraña. Los libros de la Sra. Pardo Bazán, aunque sean hijos suyos, tienen padre. Aquí, el examinador no sólo apela al plagio de los textos, sino que socarronamente evidencia algo más. Hoy, podemos leer el asunto en su Examen de críticos,¹⁹ pero a distancia no podríamos entender la dimensión de la borrasca que debió suponer el reto público a una autoridad; si bien la escritora se había creado, merced a su carácter y a algunos pecadillos personales, como el de las deudas olvidadas, un círculo más o menos amplio de enemistades, no dejaba de ser la Pardo Bazán, uno de los cacharros relevantes de El Ateneo.

    La compenetración de Icaza con el arte y la vida de España tienen que ver, probablemente, con su tan cercano origen vascuence. Carmen, la hija, refiere una anécdota escasamente conocida según la cual en una primera peregrinación quiso ir a conocer aquel rincón de Vizcaya [Erandio, poblado próximo a Bilbao] del que siglos atrás saliera con su hidalguía y su afán aventurero al hombro, uno de los pobladores y conquistadores que habían de perpetuar nuestro nombre en los hermosos dominios de América.²⁰ Nuevos lazos, de otro carácter, parecen una razón mucho más firme para explicar su arraigo. En 1890 conoce Granada, al menos allí suscribe su poema La leyenda del beso; quizás en esa ciudad, o en las tertulias de la aristocracia madrileña, conoce a Beatriz de León y Loynaz, dama de origen granadino emparentada con los marqueses de Esquilache, con quien se desposará el 21 de noviembre de 1895 en la Real Basílica de San Francisco el Grande, y procreará cinco hijos: Beatriz, Carmen, Ana María, María de la Luz, Francisco y María Sonsoles. La primera de ellas morirá a muy corta edad; la segunda llegará a convertirse en baronesa de Claret, famosa escritora de novelas rosa que preludian levemente el feminismo, y de tal popularidad que sus novelas gozan el beneficio de la versión cinematográfica; el hijo seguirá el destino del padre en la carrera diplomática al representar a nuestro país en Inglaterra y Argentina y legará, a su vez, a la siguiente generación el mismo sino profesional; María de la Luz fallecerá en la flor de la edad, el 3 de octubre de 1922; finalmente, la última hija trabajará algunos años en Revista de Occidente y contraerá nupcias con Francisco Díez de Rivera, marqués de Llanzol. Las publicaciones sociales de la época dan cuenta, de manera pormenorizada, de las actividades del poeta y su familia. Una breve crónica del diario madrileño La Correspondencia de España²¹ reseña así una de las tantas tertulias literarias:

    Han terminado las veladas literarias de la conocida escritora Concepción Jimeno de Flaquer con una muy amena, tomando parte en ella la bella arpista Gloria Keller y la inspirada poetisa Julia Asensi. Recitaron elegantes composiciones los señores don Luis Vidart, Narciso Campillo, Díez de Tejeda, Francisco Icaza y la señora de la casa que, como todos saben, es maestra en el arte de recitar.

    Entre los concurrentes tuvimos el gusto de saludar a los señores ministros de Costa Rica, encargado de negocios de Chile, condes de Torres Marín, Mantilla, Laguardia, Alcalá Zamora, Keller y otros.

    El 22 de noviembre de 1896 muere en Madrid el general Riva Palacio; ante tal hecho, y como primer secretario de la legación, Icaza entra a fungir como encargado de negocios ad interin en España y Portugal, puesto que ocupará hasta el 31 de diciembre de 1903. En esta situación, le compete atender y guiar a Justo Sierra en su visita a la península ibérica durante 1900. El entonces secretario de Instrucción Pública ha dejado constancia a través de su epistolario, de la atención solícita del embajador mexicano, de su habilidad para concertar reuniones y de los conocimientos históricos y artísticos demostrados en sus visitas por Madrid y Toledo:

    El amigo Icaza excelente con nosotros e inseparable compañero, criticón de lo más y ensalzador de lo menos, aun en las barbas mismas de los gachupines, vino temprano por nosotros y nos fuimos a ver al marqués de Aguilar y Campoó, ministro de Estado.²²

    Luego, a modo de despedida, organiza en su casa del barrio de la Castellana, una velada a la que concurrirán Echegaray, Valera —entonces ya ciego— Gaspar Núñez de Arce y Benito Pérez Galdós, entre otros. Sierra alaba las dotes de anfitrión de Icaza y el exquisito trato de doña Beatriz. La escueta descripción que el ilustre campechano hace a su esposa Luz, destinataria de las cartas, se corresponde con dos retratos literarios que del escritor nos han legado sendos personajes que tuvieron la oportunidad de alternar y conocerlo con profundidad. El primero, de carácter físico, lo debemos a Ermilo Abreu Gómez:

    Era Icaza de cuerpo más bien pequeño, delgado y un poquitín cargado de hombros. Lucía frente amplia y pelo entrecano. Su tez era pálida, amarillenta, como de enfermo. Usaba barba recortada, más bien blanca, que solía acariciar nervioso. Sus gafas, mal puestas casi siempre, como danzándole sobre la nariz, me recordaban las que se ven en los retratos de Zolá, Clarín y Valera. Al reír mostraba, como anuncio de su intención satírica, unos colmillos blancos y agudos. Le brillaban los ojillos, un poco hundidos, negros como pimientas, con luz de malicia, de picardía y de ingenio. Al hablar plegaba los labios con un no sé qué entre malévolo y dulce. Vestía entonces gabán gris y usaba bufanda de igual color, con fleco deshilachado. Tenía perfil de virrey, tal como dijo Antonio Machado. Así, dijo el poeta:

    Francisco de Icaza

    De la España vieja

    Y de Nueva España

    Que en áureo centén

    Se grabe tu lira

    Y tu perfil de virrey.²³

    Por su parte, la semblanza de Henríquez Ureña, realizada en Buenos Aires, en junio de 1925 a raíz de su fallecimiento, nos pinta el carácter controvertido con el cual diversos escritores aluden a su especial temperamento:

    Fue Icaza uno de los arquetipos perfectos del escritor mexicano: una de las cosas menos tropicales de este mundo. Icaza fue francamente el hombre de la altiplanicie. Discreto observador agudo, con ideas claras y precisas, con palabras medidas y calculadas. Conocerlo en Madrid, durante los años últimos, conociendo a México, era descubrir con asombro cómo persistía el mexicano debajo de su espesa y vistosa capa de madrileño. Nadie conocía mejor que él la vida de Madrid, el tono de la ciudad, los chismes de la corte —literal y figuradamente—; y sin embargo, nadie conservaba mejor que él los rasgos fundamentales de su origen: los hábitos de su carrera hasta le habían aguzado la diplomática reserva y la exigencia puntillosa. No fue feliz, y los que junto a él no lo fueron creen —injustamente— que no fue bueno: no tuvo la bondad fácil, y el censor en él fue a veces agresivo, porque le producía impaciencia la deshonestidad, ante la cual tantos otros fingen ceguera; pero otorgó siempre bondades cuando pudo vencer escrúpulos de desconfianza, y nunca se equivocó ni regateó sobre valores puros [...]²⁴

    Esa exigencia puntillosa es perceptible en el intercambio epistolar que sostendrá con Marcelino Menéndez y Pelayo a raíz de su participación en el certamen convocado en 1901 por El Ateneo de Madrid, al cual concurre con su investigación Las novelas ejemplares de Cervantes. El célebre académico debe enfrentar la enojosa situación de dirimir el conflicto suscitado por el fallo de un jurado completamente dividido (del que formaban parte los ateneístas José Echegaray, Rafael Salillas, Emilio Cotarello y Marcelino Menéndez y Pelayo) y acreditar el primer lugar al investigador mexicano, quien sustenta su idoneidad en la suficiencia que le brindaban previas conversaciones personales. A través de las cartas podemos ver no sólo un temperamento firme —casi acre— sino, de manera especial, la forma en que Icaza hace valer su trabajo, su posición social y su condición de diplomático. Escasamente conocida, la querella pone en entredicho la reputada reserva diplomática, la dulce languidez ancestral y la vieja melancolía de raza; yo diría que subraya más bien el carácter hispánico y la personalidad de un sujeto que se sabe dueño de la situación. Icaza, finalmente, obtiene de manera compartida con Julián Apraiz el primer premio en el certamen.

    Su firme temperamento, rayano en la intransigencia, le deparó un sinnúmero de enemistades. Libros y fuentes electrónicas indican su proximidad con escritores hispanos, especialmente con aquellos de origen vasco como Unamuno, Baroja y De Maeztu. En tal tenor, Reyes evoca su presencia, apoltronado en la salita de redacción de la Revista Nueva, fundada por Luis Ruiz Contreras el 15 de febrero de 1899 en el número 24 o 26 de la calle de la Madera, en lo que fuera la casa de Góngora, junto a Pío Baroja, Jacinto Benavente, Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo, Ramiro de Maeztu, Azorín, Ramón del Valle-Inclán y Francisco Villaespesa.²⁵ Pues bien, aun con ellos las relaciones no están exentas de conflicto. Baroja, en sus memorias (Desde la última vuelta del camino), hace un pormenorizado recuento de vivencias, anécdotas y personajes del mundo literario, especialmente aquellas que confluyen en la Cervecería Inglesa y el Ateneo, pero lo ignora por completo. Intrigado por el asunto, me di a la tarea de indagar una ausencia tan significativa que delatara sus motivos, y la hallé expresa en una sola línea. Cuenta Baroja que para publicar en la citada Revista Nueva era menester cubrir una cuota.

    Pagué yo dos o tres plazos de mi cuota [...] llevé algún mueble y algunos grabados que procedían de la Sociedad de Acuarelistas que estaba en la misma casa, y que los habían abandonado, dejándolos en el patio, hasta que me pareció una primada demasiado fuerte el tener que pagar por publicar artículos, pudiendo publicarlos en otro lado, por lo menos gratis.

    Además, ocurría que otros escribían en la revista, naturalmente sin pagar nada, y además eran solicitados.

    Al no querer pagar más, Ruiz Contreras me advirtió que algunos socios, entre ellos el señor Icaza, que había sustituido al señor Reparaz, decían que si yo no daba mi parte alícuota no debía seguir colaborando en la revista.

    —¡Ah, muy bien! No escribiré— y dejé de escribir.²⁶

    La de Unamuno es una controversia mucho más evidente y toma al Quijote como motivo central. En la edición número 196 de La España Moderna de abril de 1905 ve la luz su ensayo Sobre la lectura e interpretación del Quijote, texto donde el pensador hispano propone ver representada en la obra cervantina el alma nacional y la esencia española. Icaza no tarda en arremeter; en efecto, en El Quijote durante tres siglos²⁷ se mofa tanto de Unamuno como de Ortega y Gasset al considerar las suyas una lectura entre líneas. Ortega ignora el asunto, pero el escritor vasco responde en la misma publicación con un artículo titulado Sobre la erudición y la crítica²⁸ donde, sin dar nombre alguno pero con la precisión de un retrato, responde a Icaza de manera categórica:

    Concluyo con una conclusión poco consoladora, y es que en el fondo de esa actitud de los eruditos y críticos a que me he referido, no hay sino una cosa, y es un profundo embotamiento del sentido de la dignidad personal. No estiman al hombre por el hombre mismo, por lo que es en sí. Y así, no aciertan a ver tras de los libros los hombres, sino que sólo ven tras de los hombres los libros. Tienen amasadas las manos con tipos de imprenta o con caracteres paleográficos.²⁹

    En ese mismo tenor lo ignoran también, entre otros, los siguientes contemporáneos suyos: Darío, en su Autobiografía, donde hallamos grandes elogios para Riva Palacio; Juan Ramón Jiménez, al referirse al modernismo poético español e hispanoamericano, cita a Díaz Mirón, Del Casal, Silva, Gutiérrez Nájera, Lugones, Nervo y Tablada. El entusiasmo por Darío lo lleva a enumerar su nombre tres veces, a manera de letanía, pero Icaza brilla por su ausencia.³⁰ En su Epistolario figuran acaso dos menciones circunstanciales. Otro par de ambiguas referencias están contenidas en el de García Lorca, en una de las cartas, fechada en noviembre de 1924, a propósito de un viaje del erudito a Granada como conferencista y donde su hermano Paco ha sido designado como guía, el poeta indica: Es un viejecito y hay que tratarlo bien. Paquito debe ir a la estación y aunque le dé algún latazo, debe perdonárselo en atención que se porta bien conmigo.³¹ Sin duda, Icaza tenía lo suyo...

    El año de 1904 es designado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Alemania, por lo que habrá de trasladarse con la familia a Berlín, donde permanece 10 años. La estancia en el entonces pujante Imperio alemán le permite testificar, entre otros grandes acontecimientos, la renovación del sistema educativo teutón, del cual dará constancia a través de su ensayo La universidad alemana.³² A la par de la encumbrada vida social, que conocemos gracias a los testimonios de Federico Gamboa y los recuerdos de su hija Carmen, emprenderá ahora la tarea de estudiar y traducir la poesía de Friedrich Nietzsche, Richard Dehmel, Detlev von Liliencron y Friedrich Hebbel. No obstante, la distancia geográfica no lo aleja del mundo intelectual de España. Así, lo vemos representar a nuestro país en las sesiones del tercer centenario de publicación de El Quijote, realizado el 13 de mayo de 1905 en la Cacharrería de El Ateneo, tema sobre el cual habrá de publicar El Quijote durante tres siglos y Supercherías y errores cervantinos (ambos de 1917). El mismo año suscribe la propuesta de fundar la Academia de la Poesía Española, proyecto elaborado por Mariano Miguel de Val, del que da cuenta un legajo de 12 páginas, correspondiente al año 1909, de reciente localización. Allí el citado poeta español propone las bases de una institución dedicada a salvaguardar e impulsar el trabajo de los poetas. Lo suscriben, además de Icaza, Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, José Santos Chocano, Enrique Díez-Canedo, Rubén Darío, Salvador Díaz Mirón, Eugenio d’Ors, José Echegaray, Pedro Henríquez Ureña, Juan Ramón Jiménez, Rafael Lasso de la Vega, Leopoldo Lugones, Marcelino Menéndez y Pelayo, Antonio y Manuel Machado, Eduardo Marquina, Juan Maragall, Amado Nervo, Ramón Pérez de Ayala, Salvador Rueda, José Asunción Silva, José Juan Tablada, Miguel de Unamuno, Ramón del Valle-Inclán y Francisco Villaespesa, entre otros.³³

    Designado miembro de número de la Real Academia Española presumiblemente el 6 de mayo de 1904 (Cesáreo Fernández Duro, secretario de la asociación, lo asienta como correspondiente extranjero en su reseña histórica de los años 1903-1904), Icaza es la figura imprescindible en actos oficiales, tertulias y conferencias. En este tenor, lo vemos irónicamente concurrir al homenaje que Juan Ramón Jiménez y José Ortega y Gasset ofrecen a Azorín en solidaridad por no haber sido designado para ocupar una silla vacante en la Academia; el acto se lleva a cabo en los jardines de Aranjuez, el 23 de noviembre de 1913 y a él concurren, entre otros, Enrique Díez-Canedo, Ramón Gómez de la Serna y Pedro Salinas.

    Icaza escaló la cúspide social española y mexicana. En su haber constan, entre otras, las siguientes distinciones: comendador de número de la Real Orden de Carlos III de España, con placa de la misma (31 de mayo de 1901); medalla de La Jura del rey don Alfonso XIII de España (1902); comendador de número de la Real Orden de la Concepción de Villaviciosa, en Portugal (28 de octubre de 1903); comendador de número de la Orden de Santiago de Portugal y collar de la misma (28 de noviembre de 1905); Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Isabel la Católica (6 de noviembre de 1906); miembro de la Sociedad de Escritores y Artistas de Madrid (desde 1899) y de la prensa de Lisboa; miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, elegido por unanimidad a propuesta de José María de Pereda; correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua; de la Real Academia de Bellas Artes y de la Historia de Madrid; miembro honorario de la Sociedad de Geografía y Estadística.³⁴ En México, la Universidad Nacional Autónoma de México le otorgó, en 1920, el doctorado honoris causa. No obstante, al ascenso devino la caída estrepitosa.

    EL MÁS CRUDO INVIERNO

    El drama comienza a gestarse en 1912, cuando vuelve a España, esta vez como ministro plenipotenciario. Allí conoce a Amado Nervo, segundo secretario de la legación. El trato entre los dos poetas no es tan grato como debiera esperarse y se encuentra velado detrás de un reproche que puede inferirse fácilmente. Dice Jiménez Aguirre: Pocas puertas del medio cultural y literario le abrieron los diplomáticos mexicanos radicados en España;³⁵ no obstante, la enemistad declarada de manera unilateral, ambos deberán enfrentar, juntos, un momento crucial para nuestro país pero también para el cuerpo diplomático a nivel internacional. En diciembre de 1913, Carranza emite un decreto que modifica la estructura gubernamental mexicana y cesa en masa al cuerpo diplomático en su conjunto, una suerte de ajuste lógico en los terrenos político y administrativo, que tiene como objeto deshacer las rémoras porfirianas que arrastraba tras de sí el nuevo Estado revolucionario. El escritor, ya cincuentón, se ve entonces obligado a depender exclusivamente de los magros estipendios que le deparaban las labores periodísticas en El Imparcial, El Sol, La Esfera de España, El Universal Ilustrado y El Universal de México, además de la Revista de Occidente, publicaciones donde aún pueden localizarse poemas y artículos breves no insertos en los dos volúmenes publicados por el Fondo de Cultura Económica.

    Éste es el inicio del declive. Lo veremos, en adelante, dedicado de lleno a imprimir diversas publicaciones: Supercherías y errores cervantinos;³⁶ El hambre, la muerte y la risa —y varios otros artículos sueltos, enlistados por Abreu Gómez—³⁷ (todos ellos publicados entre 1919 y 1920); Cancionero de la vida honda y de la emoción fugitiva (poemas)³⁸ y, finalmente, el Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores de Nueva España,³⁹ que tantos sinsabores habría de provocarle. A este periodo alude Reyes en su ensayo El trabajo, donde esboza de manera patética el modo en que el escritor enfrenta la penuria con la dignidad de un antiguo hidalgo: se le veía siempre trabajando, iba de una en otra imprenta con las pruebas en los bolsillos, y las corregía hasta en los cafés, entre charla y charla. El trabajo —se disculpaba— es mi opio.⁴⁰ A la par, lo enfrascan también infructuosas gestiones y un par de viajes que persiguen el reconocimiento para toda una vida dedicada a la gestión diplomática. De acuerdo con Perea:

    Icaza sufrió en ese momento lo que en México alcanza a ser casi una ley condenatoria: no se puede pretender la representación oficial de cualquier otro tipo del país al que se ha abandonado durante tantos años. No se puede seguir siendo un mexicano del momento, a pesar de serlo legalmente, cuando uno se ha transmutado ya, para uno y otro país, en todo un español.⁴¹

    Gracias a entrevistas y la intercesión de Alfonso Reyes y Genaro Estrada, entre otros, obtiene como oferta la posibilidad de ser pensionado en el servicio diplomático. Pero el retiro de la actividad equivale, en términos prácticos, a suspender todo tipo de representación, es decir, la renuncia a todo aquello en lo que Icaza había fincado su existencia fuera del país. Las únicas concesiones que obtiene al final de su existencia consisten en ocupar el sillón número 5 de la Academia Mexicana de la Historia correspondiente de la Real de Madrid entre 1919 y 1925, así como la de presidir, entre 1922 y 1925, la Comisión Mexicana de Investigaciones y Estudios Históricos en Europa, hacia la cual encamina todo su esfuerzo y en la que contará con el apoyo de Reyes, Artemio del Valle-Arizpe, Luis G. Urbina y María Enriqueta. Fundada por Francisco del Paso y Troncoso, la comisión se encargaba de recoger, fichar y transcribir el contenido de los materiales sobre el periodo colonial conservados en el Archivo de Indias de Sevilla. Con paciencia ejemplar, ordena las fichas rescatadas por el ya fallecido historiador veracruzano, las clasifica y dispone la última de sus publicaciones de corte histórico, el Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores de Nueva España, al cual debe la fama y el oprobio de que antes él mismo había inculpado a otros. De vuelta a México, en el año de 1924, es acusado públicamente de plagio; el incidente será para él un tiro de gracia. Muerto en Madrid, el 28 de mayo de 1925, no alcanzará a presenciar el último acontecimiento irónico que le deparara su ya de por sí paradójica existencia: su último libro, El Fénix de los ingenios, sus amores y sus odios y otros estudios, es galardonado con el Premio Nacional de Literatura Española.

    ¿Hay un epílogo para esta historia? ¿Es la suya una historia de desarraigo? ¿O comparte un mismo destino con los millones de mexicanos que, hoy día, tienen la necesidad de fundarse nuevas patrias?

    En ocasión de su penúltimo viaje a México, en abril de 1920, el poeta escribe un último poema, a manera de epílogo, titulado Sensación de regreso, El poeta enfermo habla a la tierra patria. Treinta y dos versos sintetizan 62 años de existencia. La primera estrofa evoca la vida del bohemio errante, del viajero que, abandonado a los azares de la suerte, parte del paraíso para conocer gente y mundo, en una u otra dirección, sin olvidar jamás el cielo, el ambiente y las fragancias del suelo nativo. La segunda se instaura en el momento actual: enfermo y cansado, el poeta decide volver aún con vida y, como un fantasma, se reconoce en sus cielos y sus bosques. Aunque la muerte acecha, el hijo pródigo se acoge al calor y la ternura de la madre patria y, aunque intuye el final, nada parece importar ya; la dulzura del encuentro hace que la muerte lo sea también y transfigure sus penas en un zarzal florido al que convierte en símbolo de su vida. Y el poema también de alguna manera paradójica o alegórica lo es... Sintetiza la desesperanza que Icaza arrastra consigo al volver, luego de tres décadas de ausencia, con las manos vacías. Viene en busca de apoyo, pero quienes lo alentaron y lo vieron partir no existen más; y del México que dejara atrás sólo quedan escasas huellas. Avejentado, solo y enfermo de diabetes, ¿habrá evocado los juveniles años de orfandad? ¿O aquellos de triunfo en la segunda patria? Tal texto no parece un simple motivo literario.

    A QUIEN NO SE RECUERDA EN NINGUNA DE SUS DOS PATRIAS

    Si la orfandad y las escasas amistades a que da lugar una educación autodidacta alientan al joven Icaza a crearse un nuevo espacio y, por fin, un círculo familiar propio; si halla un lugar donde sus ideas son escuchadas, donde sus palabras y sus juicios, e incluso sus más acerbas críticas, resultan seductores, por lo que dice o por el lugar institucional desde donde lo dice, no podríamos decir con justeza que sea un desarraigado. Más bien es un sujeto a quien la necesidad impulsa a crear sus propias condiciones de sobrevivencia. Si una vez labrado su propio alto escaño decide no compartirlo con sus compatriotas, seguramente considerará lo difícil que ha sido triunfar, solo, en mitad de un mundo que se mueve bajo el impulso de otras reglas de juego. No lo sabremos jamás, pero podemos intuirlo: Icaza apostó y ganó; el tiempo se encargaría de ajustar las cuentas.

    No es, sin embargo, la vida del hombre o del diplomático lo que nos compete aquí juzgar sino su obra, en especial la poética, de allí la necesidad de volver los ojos hacia esa cualidad que llamó, en el poema que nos sirve como eje, lo diáfano de un verso. La transparencia y la limpidez de la expresión nos remiten, en primer término, a la sinceridad con que las palabras expresan los sentimientos del poeta; pero también a la capacidad para expresar con justeza lo que éste quiere decir, que la lengua sea tan sólo un instrumento. Ponderar si el poeta Icaza alcanzó esa capacidad nos llevará a revisar tres aspectos que la crítica precedente interpone para referirse a su labor literaria: los tópicos y recursos temáticos y estilísticos usuales; su ubicación en el marco de la historia literaria, mexicana e intercontinental, habida cuenta de su inserción o desarraigo en ella; y finalmente, el valor estético de su trabajo creativo. Para abordarlos, examinemos en primer lugar el curso histórico de su producción.

    Hasta donde sabemos, el debut literario de Icaza se encuentra en la colección de poesía más relevante del siglo XIX. En la tercera mitad del siglo, la empresa de mayores aspiraciones en el terreno de la difusión editorial de la poesía mexicana fue auspiciada precisamente por el general Vicente Riva Palacio. Bajo su respaldo comienzan a editarse unos pequeños cuadernillos de 13 × 9 centímetros, en pliegos de 96 páginas, bajo el título genérico de El Parnaso Mexicano. Cada tomito monográfico es acompañado en la sección final por una breve antología de autores en

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1