Marginalia I: Primera serie (1946-1951)
Por Alfonso Reyes
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Alfonso Reyes
ALFONSO REYES Ensayista, poeta y diplomático. Fue miembro del Ateneo de la Juventud. Dirigió La Casa de España en México, antecedente de El Colegio de México, desde 1939 hasta su muerte en 1959. Fue un prolífico escritor; su vasta obra está reunida en los veintiséis tomos de sus Obras completas, en las que aborda una gran variedad de temas. Entre sus libros destacan Cuestiones estéticas, Simpatías y diferencias y Visión de Anáhuac. Fue miembro fundador de El Colegio Nacional. JAVIER GARCIADIEGO Historiador. Ha dedicado gran parte de su obra a la investigación de la Revolución mexicana, tema del que ha publicado importantes obras. Es miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, y de El Colegio de México, que presidió de 2005 a 2015. Actualmente dirige la Capilla Alfonsina. Reconocido especialista en la obra de Alfonso Reyes, publicó en 2015 la antología Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra”. Ingresó a El Colegio Nacional el 25 de febrero de 2016.
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Marginalia I - Alfonso Reyes
Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959) fue un eminente polígrafo mexicano que cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la crítica literaria, la narrativa y la poesía. Hacia la primera década del siglo XX fundó con otros escritores y artistas el Ateneo de la Juventud. Fue presidente de La Casa de España en México, fundador de El Colegio Nacional y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. En 1945 recibió el Premio Nacional de Literatura. El FCE emprendió, en 1955, la publicación de sus Obras completas, que abarcan 26 volúmenes, y en 2010, la de su Diario, que ocupa 7 tomos.
LETRAS MEXICANAS
Marginalia
PRIMERA SERIE
[1946-1951]
ALFONSO REYES
Marginalia
PRIMERA SERIE
[1946-1951]
Primera edición electrónica, 2017
D. R. © 2017, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
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Tel. (55) 5227-4672
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ISBN 978-607-16-5458-8 (ePub, obra completa)
ISBN 978-607-16-5459-5 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
ÍNDICE
MARGINALIA
PRIMERA SERIE
[1946-1951]
Nuevo León
Arche
La UNESCO
Cuatro preguntas
Los abuelos gigantes
El petit lever del biólogo
José Moreno Villa en México
La radio naciente
Respeto a la materia
Ritmo y memoria
Acertijos
Teoría y práctica
Afán de lucro
Pichegru
Contagios humanos
Una paradoja novelística
Del buen sentido y su sentido
La muñeca
Pintura de viva voz
San Jerónimo, el león y el asno
Anécdota de antología
El justo medio y la cuerda floja
Criaturas de amor
Carta al profesor Marchand
Saludo para el Ateneo Español de México
Toño Salazar
Contra el genocidio
Carta a Moisés Ochoa Campos
En torno a la notación matemática
Sobre el disimulo del yo
América vista desde Europa
Respuestas a la revista Arquitectura
El nomadismo
De ciertas filosofías
Cosas del tiempo
Ante los altos hornos
Carta sobre López Portillo
La virgen de Lipchitz
Carta a Max Henríquez Ureña
Himno a Gabriela
Prólogo a don Fernando Ortiz
Una entrevista
Ímaz
Croquis en papel de fumar
Fragmento sobre la interpretación social de las letras iberoamericanas
MARGINALIA
PRIMERA SERIE
[1946-1951]
NUEVO LEÓN*
LA FUNDACIÓN del Nuevo Reino de León, origen del actual estado de Nuevo León, es uno de esos episodios destacados de la Conquista en que vemos a osados capitanes, Carvajales, Leones, Montemayores, internarse por regiones que el mismo Imperio de Moctezuma no había logrado abarcar en sus dominios, y que reproducen en menor escala y con modalidades distintas la empresa de Cortés. También aquellas avanzadas de colonización militar obraban un poco por cuenta propia e iban atenidas a sus solas fuerzas.
La ciudad de Monterrey tuvo que ser fundada dos o tres veces, porque las tribus salvajes de la región, que ni siquiera eran sedentarias, caían sobre ella de tiempo en tiempo. Y todavía ha tenido que ser reedificada varias veces más, a lo largo de su historia, porque el río de Santa Catarina, que habitualmente es un arroyo, de repente crece por sorpresa, empujado por los huracanes que entran desde el Golfo, al nordeste, y entonces el río se lleva los puentes y arrasa barriadas enteras.
Nuevo León no parecía señalado por la naturaleza para ser un lugar próspero. El hombre ha tenido allá que crearlo todo. Nuevo León es hijo de la voluntad humana, hijo del civismo y la capacidad de sus hombres. Ha contado con algunos gobernantes de condición excepcional y nunca ha olvidado su ejemplo. Sus naturales han acudido siempre, con un buen juicio y un sentimiento de la responsabilidad que bien pudiera enorgullecerlos, al mejor servicio de su región.
Hoy la capital de Nuevo León es la capital industrial de la República. Sus productos se derraman por el país, fomentando la riqueza local y ayudando a la gradual emancipación económica de la nación, y además, logran pasar las fronteras y competir sin desdoro en tierras extrañas.
En la frontera, ese límite sensible en que se juntan dos pueblos, la capital regiomontana es centinela, a la vez, del decoro y de la concordia, y cumple su destino de sostener la respiración internacional, sin la cual se ahogan los pueblos.
Por su formación misma, por la salubre regularidad de su vida, aquella sociedad es la más naturalmente democrática del país, y allá no hay más alto honor que el trabajo. Y así, desde tiempos de Porfirio Díaz, pudo adelantarse, sin violencia ni estrago, a muchas evoluciones que después tuvieron que realizarse con dolor y esfuerzo en el resto del país. Allá se dictaron las primeras leyes sociales. Allá los ciudadanos saben lo que deben al Estado, y el Estado espera y acoge la iniciativa de los ciudadanos, como si todos ellos formaran parte del gobierno: verdadero ideal de las democracias. Allá las industrias que todos conocen y admiran dan muestra del vigor de los hombres, y éstos demuestran ser, sin hipérbole, la gente más adulta de la República, la más evolucionada y mejor dispuesta a afrontar los empeños públicos.
Nuevo León es el laboratorio del civismo nacional. Sus valores espirituales tampoco están a discusión. Desde fray Servando Teresa de Mier —bravo y algo fantástico luchador de la Independencia— hasta nuestros días, se suceden los trabajadores de las letras y la inteligencia. Algunos de ellos han alcanzado renombre dondequiera que se habla nuestra lengua, y aun más allá. Saludemos a Nuevo León, vivero de buenos mexicanos. Saludemos a Monterrey, alarde de la humana virtud abrigado en su estupendo valle, donde se alzan como centinelas el Cerro de la Silla y el Cerro de la Mitra, con sus caprichosas siluetas, y aquel bastión de la Sierra Madre que el poeta Manuel José Othón ha cantado bajo el nombre de Las montañas épicas.
22-IX-1946.
ARCHE
EL PINTOR cubano Jorge Arche es, por lo pronto, autor de cierto retrato de Martí, desnudo de prendas convencionales, superior a las contingencias, que bien podrá llegar a ser el Martí de la posteridad.
Arche, de entonces acá, ha venido adquiriendo la ciudadanía mexicana por derecho de interpretación visual.
Pero lo mejor del caso es que su retina insobornable (véanse ese bosque de Chapultepec y, sobre todo, ese Janitzio japonés) pone un tinte propio o un acento propio en lo que interpreta, tanto por el enfoque mismo como por el dibujo despojado y por el amor a la luz y a los colores claros.
Tengo a la vista los retratos de una rubia y de una morena que me hacen volver sobre todas las discusiones añejas respecto al conocimiento sensorial y el conocimiento psicológico, y sobre la representación de lo objetivo como cifra y jeroglifo de lo invisible.
Al pintor pueden sorprenderle estas divagaciones, como a Renoir las teorías estéticas sobre ciertos animalitos de Dios que pintó una vez, de paseo por el campo, donde lo que menos se propuso fue resolver problemas
. Pero no hay artista verdadero que escape a esta fatalidad; y Arche tendrá que resignarse a que la gente vea en sus cuadros, como en las nubes de Hamlet, ora un ángel, ora un dragón. Y, sobre todo, a que lo vean y lo descubran a él por transparencia, o lo pretendan al menos.
Quienes no ejercemos profesionalmente la crítica de la pintura quisiéramos que nos dejaran decir, sencillamente: —Este pintor me gusta; hallo en sus cuadros gracia, entendimiento y deleite; reposo y contemplación apacibles; don de trasladarme ante las figuras humanas que retrata, y de hacerme entrar en la situación y el ambiente de sus paisajes; gustosa compañía de los ojos, gratas evocaciones, y ese no sé qué de ciertos pinceles que —una vez ejecutado su oficio— se van del cuadro.
1947.
LA UNESCO
LA FILOSOFÍA de la UNESCO se reduce a procurar la paz por la inteligencia. La idea es tan vieja como el hombre; al menos, como el hombre de buena voluntad. Pero ahora por primera vez se la presenta incorporada, tangible y visible, en una institución de plena autoridad internacional, sostenida e inspirada por la unión de naciones democráticas que gobiernan al mundo. Se ha dado, pues, un paso más en la senda ya iniciada por el antiguo Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, amparado años atrás bajo la égida de la Sociedad de las Naciones, precioso antecedente que sería injusto olvidar.
De paso, al proponerse así a los pueblos el ideal de la paz por la inteligencia, se robustece a las clases intelectuales, a los trabajadores de la cultura en todos los órdenes, concediéndoles una autoridad moral que hasta ahora se les concedía sólo de dientes afuera y como al soslayo. Aquel acto excepcional, de que apenas acabamos de tener noticia por la publicación de documentos inéditos, en virtud del cual el gobierno de Francia acudió a la suma autoridad de la inteligencia, y envió a los Estados Unidos al filósofo Henri Bergson, para que éste moviera —como lo hizo— la voluntad del presidente Wilson en favor de las democracias durante la Guerra núm. 1 —es decir: en favor de la paz definitiva—, no aparecerá ya como la golondrina que no hace verano
, sino como la golondrina que lo anuncia.
¿Se logrará tan bello ideal, la paz por la inteligencia? Callen los escépticos. Ningún ideal se logra plenamente, cuando alcanza proporciones tan excelsas y absolutas, y por eso es un ideal. Basta que se luche por él; basta que se lo defina claramente ante la conciencia humana. Algo se ha adelantado con eso, y ya el tiempo dará de sí. Piénsese que, no hace mucho, se hubiera considerado como cobarde y traidor a un soldado que expusiera públicamente ideales pacifistas. Pero ahora, por lo menos, aunque no se haya alcanzado ya la paz, se ha alcanzado trasladar el honor al otro bando; algo es. Más será cuando la noción de la UNESCO penetre plenamente en el espíritu de todos los hombres.
X-1947.
CUATRO PREGUNTAS
1. ¿UN BUEN recuerdo de su profesión o de su vida? 2. ¿Un mal recuerdo? 3. ¿En qué época le hubiera gustado vivir? 4. ¿Qué personaje célebre, real o imaginario, hubiera querido ser?
1
Uno de los recuerdos mejores y más emocionantes de mi vida es el momento en que, después de once años de ausencia pasados en Europa (parte en París, pero sobre todo en España), volví a ver, en mi Monterrey natal, mi Cerro de la Silla.
2
Siendo niño, se me ocurrió una vez, llevado de mi naciente pasión por el teatro, fabricar yo mismo unos títeres.
Pero cuando después de hacer los muñecos y el escenario, y de escribir las comedias, presenté triunfalmente mi obra a mis hermanos y a mis amiguitos, ellos… ¡no quisieron jugar!
Aquel fracaso me produjo una desilusión tan cruel, que en él suelo ver el origen de mi melancolía, y a él suelo achacar la responsabilidad de cuantas cosas tristes me suceden en la vida.
Sí, cada vez que me ocurre algo desagradable resurge en mí la amargura de aquel recuerdo infantil, y me repito, casi inconscientemente, una frase que a través de los años me persigue como una obsesión: ¡Me quedé a solas con mi teatrito!
3
Dada mi afición a la historia, veo cosas buenas y malas en todas las épocas. No padezco el ilusionismo de la distancia, ni veo gran ventaja en cambiar. Sin embargo, mis gustos me inclinan hacia la Edad Clásica, el Renacimiento y un momento del siglo XIX.
Es aquel momento en que se conquistó el respeto a la persona humana, lo único quizá que merece y debe perdurar por encima de todas las teorías políticas, y después de todas las esperanzas y todas las desilusiones.
4
Admiro, naturalmente, a todos los grandes cerebros que ha producido la Humanidad, pero no me veo
metido en ninguno.
Si tuviera que elegir necesariamente alguno para cambiarme por él, y vivir su vida, tendría que hacer como aquel griego, cuando trazó su Afrodita, tomando la nariz de una y