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Libro electrónico164 páginas4 horas

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Se presentan aquí textos en los que se puede destacar la conclusión de que, pese a todo, origen es destino y la nación -circuito de emotividades- nutre a las obras de temas, atmósferas y habla, "particulariza" la visión del mundo y aporta un lenguaje, una vida familiar, un relato cruzado de logros y fracasos y de amores y de odios, un conjunto de juicios y prejuicios, una historia a la que se pertenece y una jerarquización de lo real.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 feb 2015
ISBN9786071625984
México
Autor

Alfonso Reyes

ALFONSO REYES Ensayista, poeta y diplomático. Fue miembro del Ateneo de la Juventud. Dirigió La Casa de España en México, antecedente de El Colegio de México, desde 1939 hasta su muerte en 1959. Fue un prolífico escritor; su vasta obra está reunida en los veintiséis tomos de sus Obras completas, en las que aborda una gran variedad de temas. Entre sus libros destacan Cuestiones estéticas, Simpatías y diferencias y Visión de Anáhuac. Fue miembro fundador de El Colegio Nacional. JAVIER GARCIADIEGO Historiador. Ha dedicado gran parte de su obra a la investigación de la Revolución mexicana, tema del que ha publicado importantes obras. Es miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, y de El Colegio de México, que presidió de 2005 a 2015. Actualmente dirige la Capilla Alfonsina. Reconocido especialista en la obra de Alfonso Reyes, publicó en 2015 la antología Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra”. Ingresó a El Colegio Nacional el 25 de febrero de 2016.

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    México - Alfonso Reyes

    México

    COLECCIÓN

    CAPILLA ALFONSINA
    Coordinada por
    CARLOS FUENTES

    México

    Alfonso Reyes

    Prólogo

    CARLOS MONSIVÁIS

    Primera edición, 2005

       Primera reimpresión, 2013

    Primera edición electrónica, 2015

    Asesor de colección: Alberto Enríquez Perea

    Viñetas: Xavier Villaurrutia

    Fotografía, diseño de portada e interiores: León Muñoz Santini

    D. R. © 2005, Instituto Tecnológico

    y de Estudios Superiores de Monterrey

    Av. Eugenio Garza Sada, 2501; 64849 Monterrey, N. L.

    D. R. © 2005, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-2598-4 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    PRÓLOGO, por Carlos Monsiváis

    MÉXICO

    Visión de Anáhuac [1915]

    México en una nuez [1930]

    Yerbas del tarahumara [1939]

    Pasado inmediato (fragmento) [1939]

    Justo Sierra y la historia patria [1939]

    Reflexiones sobre el mexicano [1944]

    PRÓLOGO

    MÉXICO Y LA TOMA DE PARTIDO DE ALFONSO REYES

    Carlos Monsiváis

    ¿QUÉ SIGNIFICA México (el término, las realidades, las mitologías) en la obra y la actitud de Alfonso Reyes? Como la gran mayoría de los escritores, él se atiene a una certidumbre que tal vez podría sintetizarse así: La nación es la parte de la humanidad que al quedarme cerca, me corresponde estudiar y recrear. La nación es, por lo común, la sociedad de nacimiento y el sitio donde vivo y —lo fundamental y previsible— donde he de morir. Pese a todo, origen es destino y la nación, circuito de emotividades, nutre a las obras de temas, atmósferas y habla, particulariza la visión del mundo; y aporta un lenguaje, una vida familiar, un relato cruzado de logros y fracasos y de amores y de odios, un conjunto de juicios y prejuicios, una historia a la que se pertenece (en el caso de Reyes, desde una perspectiva trágica en la juventud), y una jerarquización de lo real. A través de la nación, a casi todos los escritores les corresponde la herencia que es la biografía colectiva y la autobiografía.

    I

    MÉXICO COMO EL PROCESO DE FORMACIÓN FAMILIAR

    A PRINCIPIOS del siglo XX en México, un joven escritor desaprovecha ostensiblemente la condición de hijo del general Bernardo Reyes, el aspirante a la Presidencia que ha sido secretario de Guerra y gobernador de Nuevo León, uno de los hombres menos débiles de la República al mando de un solo Hombre Fuerte, al que don Bernardo le otorga los dones de un coloso de la antigüedad en su más que adulatoria y lujosa biografía, El general Porfirio Díaz (J. Ballescá y Compañía, Sucesores, Editores, México, 1903):

    Palabras de esperanza (las del general Díaz), que se condensan y se tornan en maravillosa realidad de prosperidad nacional, y al fin, se esboza, se dibuja y se abrillanta en la iluminación de una apoteosis, el México moderno, con el héroe, el pacificador, el regenerador, marcando con su mirada, serena como la de la Historia, y su diestra, segura como la del Destino, los derroteros políticos del porvenir de esta nación que ansía lanzarse a ellos para cumplir con su grandiosa misión humana en este Continente nuevo, que se prepara, a los rientes albores del siglo XX, para ser la estación de etapa donde tomará, sin duda, asiento en su peregrinación sublime, la civilización universal.

    Por lo demás, habremos de decir que nuestro ilustre biografiado está de pie, sobre la cumbre de su grandeza, que el astro arde, que vivifica y que ilumina…

    Tal ha sido la misión: ¡encenderse en todos los heroísmos, en todas las fatigas, en todas las febricitantes sublimes esperanzas, para alentar, vivificar e iluminar hasta consumirse al servicio de la Patria, para bien de la Humanidad!

    En el ámbito donde la adulación sin fronteras se hace pasar por descripción objetiva, se educa Alfonso Reyes (1888-1959), un joven-de-brillante-porvenir que desdeña los esquemas de ascenso de la élite, y se niega a ser el abogado que, a pausas, arribe a un ministerio. A su obsesión literaria no la distrae el dictador, así su presencia sea ubicua y envolvente:

    México era la paz, entendida como especie de la inmovilidad, la Pax Augusta. Al frente de México, casi como delegado divino, Porfirio Díaz, Don Porfirio, de quien colgaban las cadenas que la fábula atribuiría al padre de los dioses. Don Porfirio, que era, para la generación adulta de entonces, una norma del pensamiento sólo comparable a las nociones del tiempo y del espacio, algo como una categoría kantiana. Atlas que sostenía la República, hasta sus antiguos adversarios perdonaban en él al enemigo humano, por lo útil que era, para la paz de todos, su transfiguración mitológica. (En Pasado inmediato, tomo XII de las Obras completas de Alfonso Reyes. Fondo de Cultura Económica, 1960 [LETRAS MEXICANAS].)

    A su hijo, el general le resulta el emblema más vigoroso de México, esa propiedad del caudillo y sus paseos de inauguraciones de la eternidad. Así Reyes nunca lo consigne, don Bernardo es el México de la solemnidad, los uniformes majestuosos que empequeñecen a sus portadores, y las ceremonias paraeclesiásticas de la República. Y las sensaciones de fin de régimen (don Porfirio es a fin de cuentas mortal) impulsan las disidencias que al principio se juzgan blasfemias. Entre ellas, en 1909, se proyecta el reyismo, las simpatías electorales a favor de don Bernardo, que en vez de acaudillar a sus partidarios, apoya típicamente a Ramón Corral, el candidato de Díaz, sin que éste melle la consistencia del reyismo, derivada no de la congruencia de su candidato, sino del hartazgo que causa la dictadura. En 1910, las Fiestas del Centenario de la Independencia constituyen la despedida suntuosa del régimen, entre los ecos de la rebelión encabezada por Francisco I. Madero. La Revolución triunfa con rapidez y la guerra civil se inaugura con celeridad. En 1911 Madero recibe una bienvenida apoteósica en la ciudad de México y gana las elecciones.

    Y EL QUE QUIERA SABER QUIÉN SOY…

    AL SOBREVIVIR la Revolución, Reyes apenas recibido de abogado, no tiene manera (personal, familiar o intelectual) de ubicarla en sus términos y jamás podría decir como Luis Cabrera: La revolución es la revolución, esto es, la Revolución impone leyes, costumbres y lenguaje. En 1911 Reyes le escribe a Pedro Henríquez Ureña: Estamos solos Caso y yo, nos parece que se ha derrumbado el mundo y los dos nos hemos hallado sentados en la cúspide de la pirámide de escombros. Si algunos de sus compañeros intervienen en política (Antonio Caso apoya la reelección de Díaz, José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán son maderistas), Reyes se aferra a su ideal literario, al que le entrega el tiempo disponible aun si persiste la ambición presidencial de su padre, manejada por su hermano Rodolfo. El heroísmo que le incumbe es el resguardo del objetivo de su vida. Se conoce bien a sí mismo y percibe que su vocación literaria le exige marginarse, pero no le es posible, el padre pesa demasiado en su vida, al punto de compararlo con Rodrigo Díaz de Vivar, el Mío Cid: la sombra de mi padre, rondadora presencia, era Rodrigo en bulto, palabras y ademanes. Y esto lo conduce al extremo de atribuirle a don Bernardo el origen de la dimensión épica de su literatura, la transmisión de las atmósferas de la proeza.

    Y algunos, que sólo quisiéramos ser poetas, acaso nos pasamos la vida tratando de traducir en impulso lírico lo que fue, por ejemplo, para nuestros padres, la emoción de una hermosa carga de caballería, a pecho descubierto y atacando sobre la metralla. (En Simpatías y diferencias, tomo X de las Obras completas de Alfonso Reyes. Fondo de Cultura Económica, 1956 [LETRAS MEXICANAS].)

    Don Bernardo se exila y desde San Antonio, Texas, lanza el manifiesto-convocatoria, El Plan de la Soledad (13 de diciembre de 1912). El 25 de diciembre atraviesa la frontera sin partidario alguno, y se entrega a la policía de Linares, Nuevo León. De allí se le traslada a la prisión militar de Santiago Tlatelolco en la ciudad de México. El presidente Madero le ofrece la libertad, y Reyes evoca el episodio en una carta a su compañero de generación, el extraordinario novelista Martín Luis Guzmán:

    Pero vamos a nuestro asunto, y lleguemos a Santiago Tlatelolco y la prisión militar de mi padre. Yo era muy niño, era el poeta, el soñador de la casa, de quien se hacía poco caso para las cosas de hombres. Y Ud. sabe bien (Ud. mismo fue el intermediario de cierto mensaje que, venido de más alto y a través de Alberto Pani, ofrece la libertad de mi padre a cambio de mi palabra sobre que él se alejaría y se abstendría de la vida pública) que mis tímidas insinuaciones no servían de nada, y que, así, tuve la inmensa desgracia de perder lo que, con unos pocos más años, un poco de más experiencias y más grosería de espíritu, hubiera podido salvar.

    Don Bernardo se asocia con Félix Díaz, sobrino del ex dictador, se levanta en armas y muere ametrallado frente a Palacio Nacional el 9 de febrero de 1913, al inicio de la Decena Trágica. El general Victoriano Huerta da su golpe de Estado y ordena los asesinatos de Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez. Reyes experimenta la pérdida a fondo: Un gran eclipse de dolor y desconcierto por dentro: eso era todo. Años más tarde, le confiesa su experiencia a Martín Luis Guzmán:

    En mi alma se produjo una verdadera deformación. Aquello fue mucho dolor. Todavía siento cierto espanto al recordarlo. Quedé mutilado, ya le digo. Un amargo escepticismo se apoderó de mi ánimo para todo lo que viene de la política. Y esto, unido a mi tendencia contemplativa, acabó por hacer de mí el hombre menos indicado para impresionar a los públicos o a las multitudes mediante el recurso político por excelencia, que consiste en insistir en un solo aspecto de las cuestiones, fingiendo ignorar los demás. Y, sin embargo, Ud. sabe que soy orador nato. Y Dios y yo sabemos que llevo en la masa de mi sangre unos hondos y rugidores atavismos de raza de combatiente y cazadores de hombres…

    En un texto autobiográfico de 1925, escrito en tercera persona, y que analiza muy bien Rogelio Arenas Montiel en Alfonso Reyes y los hados de febrero (UNAM/ Universidad Autónoma de Baja California, 2004), Reyes describe el proceso de su vida cotidiana:

    Cuando, entre locuras y aberraciones, sobrevino el cuartelazo de 1913 en que el general Reyes, sin saber cómo ni para qué, perdió la vida, Alfonso siguió trabajando en Altos Estudios, dominando su duelo y cerrando el oído a todos los que se pretendían testigos de la fatal escena y querían contarle quién había disparado. Pues Alfonso —así como cerró los ojos ante el cadáver de su padre para sólo conservar el recuerdo de su padre vivo— no quiso manchar su conciencia con ninguna preocupación vengativa. Alfonso no sabe ni quiere saber quién disparó, y considera su inmensa desgracia como un cataclismo natural, ajeno a la voluntad de los hombres y superior a ella.

    En memoria de don Bernardo, Reyes escribe su conmovedora Oración del 9 de febrero, pero en su literatura (autobiografía de ideas y sentimientos), el México estentóreo de las batallas debe ceder el paso a una nación discreta, de la épica sordina que alaba López Velarde, de las hazañas del entendimiento, enunciadas cordial y afablemente. Y lo ocurrido extirpa en Reyes el afán de participación directa. Hoy, desprestigiadas al máximo las condenas a don Alfonso del realismo social (Reyes, extranjerizante, elitista), es la piedad filial la explicación más favorecida de su alejamiento del México del juicio político. Según se obstina en decir, en su caso la historia no puede ir más allá de la muerte de su padre. Lo admite en la Oración del 9 de febrero: "Aquí (ese día) morí yo y volví a nacer, y el que quiera saber quién soy que se lo pregunte a

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