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Historia documental de mis libros
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Historia documental de mis libros

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En 1955, sintiendo cerca sus propias postrimerías, Alfonso Reyes emprendió la que sería otra manera de relatar su vida, que estuvo siempre hecha de libros y consagrada a ellos. Historia documental de mis libros da cuenta desde sus primero años literarios (1911) hasta su fecunda etapa madrileña (1924), cuando consigue finalmente ganarse la vida con la pluma, a pesar de la advertencia que le hiciera Francisco de Icaza, que conocía bien aquel ambiente: "Posible es —le dijo— que usted logre sostenerse aquí con la pluma, pero es como ganarse la vida levantando sillas con los dientes." Los trabajos y sus circunstancias, los viejos y los nuevos escritores que empiezan a surgir; las excursiones en busca de la historia y la leyenda; las celebraciones literarias, el ambiente áspero y cordial de la vida madrileña; el esfuerzo con que va abriéndose camino y las penalidades que va superando; el trabajar al mismo tiempo en tantos frentes y el aprender haciendo; el encontrar reposo para el poema y la prosa artística; el ir conquistando un lugar en una sociedad literaria que lo desconocía, y el proceso de elaboración de sus obras, todo ello está contado en este libro.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2018
ISBN9786071657183
Historia documental de mis libros
Autor

Alfonso Reyes

ALFONSO REYES Ensayista, poeta y diplomático. Fue miembro del Ateneo de la Juventud. Dirigió La Casa de España en México, antecedente de El Colegio de México, desde 1939 hasta su muerte en 1959. Fue un prolífico escritor; su vasta obra está reunida en los veintiséis tomos de sus Obras completas, en las que aborda una gran variedad de temas. Entre sus libros destacan Cuestiones estéticas, Simpatías y diferencias y Visión de Anáhuac. Fue miembro fundador de El Colegio Nacional. JAVIER GARCIADIEGO Historiador. Ha dedicado gran parte de su obra a la investigación de la Revolución mexicana, tema del que ha publicado importantes obras. Es miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, y de El Colegio de México, que presidió de 2005 a 2015. Actualmente dirige la Capilla Alfonsina. Reconocido especialista en la obra de Alfonso Reyes, publicó en 2015 la antología Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra”. Ingresó a El Colegio Nacional el 25 de febrero de 2016.

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    Historia documental de mis libros - Alfonso Reyes

    ALFONSO REYES

    (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959) fue un eminente polígrafo mexicano que cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la crítica literaria, la narrativa y la poesía. Hacia la primera década del siglo XX fundó con otros escritores y artistas el Ateneo de la Juventud. Fue presidente de La Casa de España en México, fundador de El Colegio Nacional y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. En 1945 recibió el Premio Nacional de Literatura. De su autoría, el FCE ha publicado en libro electrónico Aquellos días, La experiencia literaria, Historia de un siglo y Las mesas de plomo, entre otros.

    VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO


    HISTORIA DOCUMENTAL DE MIS LIBROS

    ALFONSO REYES

    Historia documental de mis libros

    Primera edición en Obras completas XXIV, 1990

    Primera edición de Obras completas XXIV en libro electrónico, 2017

    Primera edición en libro electrónico, 2018

    Diseño de portada: Neri Saraí Ugalde

    Ilustración elaborada con imágenes de iStockphoto/Bet_Noire, iStockphoto/illionaire.

    Fotografías: en la Capilla Alfonsina, © 1957; en la Capilla Alfonsina, © 1994,

    Fotografía de Kati Horna; en su biblioteca, Buenos Aires, © 1927

    D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-5718-3 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Cuestiones estéticas

    De las conferencias del Centenario a los Cartones de Madrid

    Visión de Anáhuac

    Los días heroicos

    Resumen de dos años

    El año de 1917

    El suicida

    El año de 1918

    El año de 1919

    El año de 1920

    El plano oblicuo

    El año de 1921

    El año de 1922

    El año de 1923

    El año de 1924

    Misión confidencial

    París y Roma (1924-1925)

    I. CUESTIONES ESTÉTICAS

    *

     (Segunda versión) 

    1. ANTES DEL LIBRO

    En 1926 dirigí una Carta a dos amigos (Reloj de sol, pp. 193-206 y segunda edición de Simpatías y diferencias, II, pp. 335-345), cuyo objeto —entre burlas y veras— se reducía a proponerme a mí mismo una posible organización para la futura reedición de mis libros. Como lo manifiesto en las páginas con que se abren estas recordaciones (De mi vida y mi obra), aquel plan quedó ya cegado por el crecimiento ulterior. Todo ha cambiado. Han muerto los dos amigos a quienes, siquiera por alegoría, nombraba yo albaceas literarios: Enrique Díez-Canedo y Genaro Estrada. A ellos y a Pedro Henríquez Ureña, que siempre me acompañó y me acompaña, invoco ahora con melancolía y les dedico estos esfuerzos por esclarecer el sentido de mi propia jornada.

    En aquella Carta, al referirme a lo que he llamado mi prehistoria (subgrupo 1º del grupo E), escribí estas palabras: En cuanto al subgrupo 1º, entramos en el reino de las reliquias familiares. Será preferible que lo aprovechen ustedes como documentación para el ensayo previo que ha de preceder a la edición. Este subgrupo es más rico de lo que parece. No sé si lo abarcará mi memoria. Por lo demás, por ahí queda mi obra pueril en prosa y en verso (siete cuadernos), y en mi Diario de trabajo, muy tardío por cierto, aparecen todos los datos (Cuaderno 1º). ¡Figúrense ustedes, pacientes amigos, el aburrimiento de una excursión que empiece desde los temas escolares sobre Hidalgo y Washington, Juárez y Lincoln, Vercingetórix y Cuauhtémoc, las grutas de Pesquería, el antiguo Egipto, la ausencia de la patria, el bosque de Chapultepec (y todavía antes, los estudios infantiles de magia negra y cierta teoría original de la resta de nueves que es como una adivinación de los logaritmos) hasta el primer artículo que me publicó la Revista Moderna (artículo sobre Julio Ruelas, que he dejado caer pudorosamente), o, poco más acá, hasta mi tesis de abogado: Teoría de la sanción, en que traté de examinar el Derecho por la otra punta —no ya a partir de las definiciones, sino, pragmáticamente, en el remate de las sanciones. Y todo esto, pasando por una selva enmarañada de discursos, novelones infantiles, una conferencia sobre Moissan y el horno eléctrico (porque yo, amigos míos, fabriqué a la vista del público un diamante artificial, cierta memorable noche de la Escuela Preparatoria); por cierto paseo De una cuestión retórica a una sociológica; por ciertas páginas presuntuosas para introducir la lectura de los diálogos de Platón y otras inocentes audacias.

    Este párrafo sibilino necesita alguna explicación. Dejemos la magia y los paralogaritmos, los novelones y demás morralla que ocupa de los once hasta los quince años. Los paralelos biográficos y la expedición a la gruta de Pesquería (Villa García) pertenecen a la etapa del Colegio Civil de Nuevo León: 1903 a 1904. La disertación sobre Egipto y otra sobre el Cálculo Infinitesimal que olvidé en la enumeración anterior pertenecen ya a la Preparatoria de México: 1905. También se me escapó en la Carta una composición preparatoriana sobre el eterno paso de Aníbal por los Alpes, que me fue encomendada por el maestro Sánchez Mármol.

    Yo había aventurado mis primeros versos públicos (Duda, tres sonetos) en El Espectador de Monterrey, el 28 de noviembre de 1905, encontrándome en mi tierra de vacaciones, pues ya para entonces estudiaba yo en la Preparatoria de México. Mis sonetos se inspiraban en un grupo escultórico de Cordier, visto en una fotografía de El Mundo Ilustrado: un viejo de volteriana apariencia desliza al oído de un espantado jovencete las especies del escepticismo y del descreimiento. Mi posición era enteramente objetiva, aunque triste, y dejaba la cosa en duda. Para sorpresa mía, cuando muchos años más tarde me hice cargo de nuestra Embajada en la Argentina, me encontré, allí a pocos pasos, el propio mármol de Cordier que parecía hacerme señas desde la Plaza San Martín. Lo tuve por augurio propicio.

    Pero volvamos a mis sonetos. Mi padre los encontró aceptables; don Ramón Treviño, el director del periódico, los publicó; y luego los reprodujo en México el diario La Patria, el que dirigía don Ireneo Paz, abuelo de Octavio.

    —¿Qué dice el poeta? —me saludó cierto amigo de la familia.

    —¡No! —le atajó mi padre—. Entre nosotros no se es poeta de profesión.

    Pues si, por una parte, aplaudía y estimulaba mis aficiones, por otra temía que ellas me desviasen de las actividades prácticas a que se está obligado en las sociedades poco evolucionadas. Y, en verdad, como más tarde he dicho, aplicando la palabra de Larra, en México escribir es llorar. (El Premio Nacional de Literatura, De viva voz, 1949.)

    Merecieron ya edición en folleto, por decisión del jurado calificador (Manuel Sánchez Mármol, Luis G. Urbina y Manuel G. Revilla), mis temas de examen para los cursos de literatura en la Escuela Preparatoria (1907), a saber: El hombre debe amar a la patria (y no La ausencia de la patria, como por error lo dije en la Carta) y la Descripción del Bosque de Chapultepec. La conferencia sobre Moissan también se publicó en folleto (1907). Las palabras sobre los diálogos de Platón se quedaron inéditas y se perdieron. El articulito "De una cuestión retórica a una sociológica (y no a otra, como consta en la Carta") apareció en el Boletín de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria (sociedad fundada por mí), núm. 2, 18 de marzo de 1907, pp. 21-24. En febrero de ese mismo año, para celebrar el primer aniversario de dicha sociedad, pronuncié un discurso que se publicó en la Revista Moderna, agosto de 1907, núm. 6, pp. 340-344, al que volveré a referirme.

    En cuanto al artículo Julio Ruelas subjetivo (Revista Moderna, septiembre de 1908, pp. 12 y ss.), la verdad es que nunca me atreví a recogerlo porque mis amigos, los verdaderos críticos de arte, me aseguraron que era muy deficiente. Sin embargo, el muy autorizado Justino Fernández acaba de recordarlo y citarlo con elogio en su excelente obra: Arte moderno y contemporáneo de México (1952). A la muerte de Ruelas, dice, ninguno habló tan acertadamente como A. R. (p. 210). Ya me he referido antes y en relación con Ruelas a esta crítica ejemplar, y no es necesario insistir en ello, mas éste es el sitio en que hay que señalar el nivel a que había llegado la conciencia crítica (1908), antes que todo acabase por ser modificado. Que A. R. señalara oportunamente el sentido del arte nuevo, la conciencia de que las visiones subjetivas son la radical realidad, en contra del supuesto objetivismo con que antaño se pretendió juzgar el arte, es muestra de que los tiempos eran otros, pero pocos lo comprendieron así. R. fue uno de ésos. El siglo estaba claramente a la vista (pp. 269-270). Y con igual aprobación, que mucho me honra, me cita y comenta en otros lugares de este libro.

    En cuanto a mi tesis sobre la Teoría de la sanción, se publicaría, sin tener yo noticia de ello, en el Diario de Jurisprudencia y Legislación del Distrito y Territorios Federales, dirigido por el licenciado don Victoriano Pimentel —uno de los sinodales de mi examen profesional—, del 29 de julio de 1913 en adelante.

    Para explicarme sobre mi Carta a dos amigos he debido adelantar algunas noticias. Despejado el campo, puedo trazar la ruta que conduce a las Cuestiones estéticas.

    2. CAMINO DEL LIBRO

    Pisaba yo las últimas gradas de la Preparatoria y, a falta de mejor cosa, me disponía para la carrera de Derecho, procediendo por aproximación, cuando aconteció mi verdadero acceso a la vida literaria. Un poeta potosino, José María Facha, un sobrino de Othón, que había obtenido en Monterrey su título de abogado porque creo lo desterró de San Luis su inquina contra monseñor Montes de Oca, apareció unos días por México. Aunque mayor que yo, éramos buenos amigos. Salimos a pasear juntos el domingo por la mañana, a la moda de entonces, por la Avenida de San Francisco y Plateros. Nos encontramos con uno de los más oscuros colaboradores de una revista juvenil que iba a lanzarse por esos días, y él nos invitó a visitar a los poetas que a esa hora se reunían en la redacción.

    Yo había contemplado con envidia y anhelo los anuncios de la tal revista, Savia Moderna, algo como una hija de la célebre Revista Moderna, aún viva y operante por obra y gracia de don Chucho Valenzuela y los últimos modernistas; pero distaba mucho de figurarme que pronto me sería posible ingresar en sus filas; me daba cuenta de que era demasiado temprano. Nos encaminamos a la Avenida del Cinco de Mayo, donde estaba la redacción de Savia Moderna, cuyo director efectivo era Alfonso Cravioto. Cravioto se apartó conmigo. Había figurado tiempo atrás en ciertos actos de oposición contra el gobierno de mi padre, y eso mismo —como hombre bien intencionado que es— lo hizo desear conocerme y mostrarse afable. A poco, ya publicaba yo mis renglones tanto en esta revista como en la de Valenzuela, con quien pronto me relacionó su hijo Emilio.

    En 1906 hice, pues, en Savia Moderna mi aparición poética con el soneto Mercenario, que era sin duda defectuoso, que me valió algunos reproches verbales del profesor Manuel G. Revilla y de cierto prefecto preparatoriano —un señor Zubieta— aficionado a la literatura, y que se publicó ya muy corregido en mi primera colección de versos: Huellas, 1923. (Y no 1922 como reza la portada, ni menos 1933 como se imprimió por error en mi Obra poética, 1952.) A Cravioto le impresionó mucho que, en vez de perderme en vaguedades sentimentales, me ciñera al código parnasiano. Ricardo Gómez Robelo consideró, sin embargo, que no convenía dejarme entumecer en aquellas normas, sólo útiles como aprendizaje, y se propuso, por encargo de la revista, darme unos consejos escritos. Al cabo le fue más cómodo cumplir su cometido mediante la conversación y el trato. Por lo pronto, él me hizo leer a Baudelaire; y poco después, por contaminación de Acevedo, absorbí a Verlaine en veinticuatro horas. Manuelito de la Parra, poeta de emoción y delicadeza, aunque mal psicólogo, me dedicó entonces unos versos (Al poeta niño), extrañado de que no confesara yo las dulzuras e ingenuidades de mi corazón de adolescente (¡sí, bueno es eso: dulzuras e ingenuidades del adolescente, lo más ferozmente complicado que hay en el mundo!), y casi rogándome que no hiciera versos sabios ni me dejara llevar de la tradición ni la cultura: Y cuéntanos un poco de las almas de armiño, concluía candorosamente. Cree …el cordero que todos son de su apero.

    Un día, Pedro Henríquez Ureña, educador desde la infancia y que había escuchado con interés mis discursos preparatorianos de 1907 —científico el uno y dedicado a la muerte de Moissan, literario el otro y dedicado a la Sociedad de Alumnos— me aconsejó someterme con mayor frecuencia a las disciplinas de la prosa, como parte de mi aprendizaje y para habituarme a buscar la forma de mis expresiones no exclusivamente poéticas. Un vate coahuilense poco recordado hoy en día, Miguel Pereyra, hermano de Carlos el historiador, que era mi amigo aunque también me llevaba años —por lo visto, yo estaba predestinado a la compañía de mis mayores— conoció una de esas alocuciones —la literaria— cuando yo la estaba redactando.

    —Yo creo —me dijo— que usted va a acabar en la prosa, que es la música clásica.

    Me puse, en efecto, a la prosa, con cierta asiduidad y afición, sin por eso abandonar los versos. Pues yo comencé escribiendo versos, he seguido escribiendo versos y me propongo continuar escribiéndolos hasta el fin. (Prólogo a Huellas.) Entre 1908 y 1910 elaboré todos los ensayos de Cuestiones estéticas. A la primera fecha corresponde el más extenso —la interpretación de la Electra en el teatro ateniense— que data de mis diecinueve años.

    A punto estuve de no conocerle la cara a mi primogénito. Apenas copiado el manuscrito, sufrí un grave ataque de peritonitis ganado en buena lid, por andar practicando los saltos y contorsiones del Jiu-Jitsu (yo era entonces sumamente ágil) con Julio Torri, en la Escuela de Derecho, durante los ratos perdidos.

    3. CRÓNICA EDITORIAL

    El libro Cuestiones estéticas fue enviado de México a París para su publicación en la casa Ollendorff. Apareció a comienzos de 1911. El colofón dice: Chartres.—Imprenta Ed. Garnier.—28.10.10. Lo que alguna vez me ha hecho incurrir en confusión. Pero consta por cierta carta que la obra no salía aún de los talleres el 16 de febrero de 1911; los más antiguos acuses de recibo que he conservado datan de junio, y del siguiente mes de julio las primeras críticas de la prensa. Adviértase que la conferencia sobre Othón (1910), aunque conocida antes, es de elaboración posterior. Lo propio acontece, desde luego, con la conferencia sobre el paisaje en la poesía mexicana (1911).

    Antes de la Guerra Europea (1914-1918), las casas Garnier y Ollendorff eran, en Francia, los principales centros editoriales para libros en español. Desde México, Pedro Henríquez Ureña se había puesto en contacto con el encargado de estas ediciones en Ollendorff, su compatriota el dominicano Gibbes, y allí acababa de publicar sus Horas de estudio. Todas lo son para usted, muchacho, le había dicho don Justo Sierra al recibir el volumen. Entretanto, Francisco García Calderón, el joven escritor peruano a quien ya rondaba la fama, se había relacionado desde París con Pedro, con Antonio Caso y conmigo. Aprovechando estas circunstancias y la presencia de mi familia en París (yo permanecí en México para continuar mis estudios de abogado), se arregló la edición de Cuestiones estéticas en la Librería P. Ollendorff, que ésta era su razón social.

    Sea dicho de paso, Gibbes era hombre puntual y cortés, aunque le agradaba darse importancia como a algunos intermediarios, se tenía por muy experto en gramática y, en cierto original de García Calderón, aun pretendió corregir las frases, poniendo invariablemente los adjetivos después de los sustantivos, pues alegaba que hacerlo al revés no era castizo. De abrojos así está lleno el campo.

    Yo hubiera deseado examinar desde México las galeradas de mi libro. Pero, a mediados de noviembre de 1910, Gibbes nos aseguró que ya no era posible y que todo cambio de palabra o frase implicaría una nueva composición y el ingrato trabajo de rehacerlo todo, lo cual no entra en lo estipulado. Yo no me proponía tanto hacer correcciones de autor cuanto vigilar la pureza de la impresión. Gibbes ofreció hacerlo por mí cuidadosamente; pero, en cuanto me llegó el libro, tuve que mandar imprimir cuatro páginas de erratas —setenta y tres faltas en total—, y otras he añadido después. En la ya citada Carta a dos amigos he confesado haber incurrido también por mi cuenta en varios errores de nombre y fecha, etcétera, que ofrecía dejar apuntados en mi ejemplar propio. Pero al fin he hecho algo mejor: acabo de aderezar —junto con el índice de autores y obras citados a lo largo del libro— una declaración de erratas y correcciones indispensables y la he remitido a mis amigos los bibliotecarios de la Universidad Neoleonesa, que con tanta paciencia han empezado a establecer mi bibliografía.

    Cuando fui más tarde a París (1913), Gibbes me hizo saber que mi libro se había vendido sobre todo en Colombia, sin duda porque en México mis obsequios habían hecho la competencia al mercado. Esto, puedo decir ahora, fue el adelanto a cuenta de la Gran Cruz de Boyacá que Colombia me otorgaría en 1945.

    4. CONSIDERACIONES FINALES

    Al recibirse mi libro en México, alguien exclamó: Sorpresa de la prematurez. Tuvo mejor acogida de lo que yo podía desear. Pero los más descontetadizos comentaban entornando los ojos: Este Henríquez Ureña, con sus consejos, nos ha matado en flor a un poeta. Pues ¿qué sería del frágil corazón humano si no se desahogara decretando una que otra vez la ruina del prójimo?

    Este libro nos transporta a los días trepidantes del Ateneo de la Juventud, donde yo era el benjamín mientras no se presentó Julio Torri, mi menor en un mes. Es conmovedor volver los ojos hacia el amanecer de una nueva era. Es conmovedor percatarse de lo que pudieron lograr, por su sola vocación fervorosa, aquellos muchachos autodidactos, que no contaron con verdaderos maestros en el orden de sus aficiones, ni tenían apenas público ni estímulo de ninguna especie, y que salieron a la liza cuando aquí no había estudios organizados de filosofía, de humanidades, de letras… Como que esa generación —la Generación del Centenario— había de echar los cimientos para la futura Facultad de Filosofía y Letras, acudiendo a desempeñar gratuitamente las cátedras en aquella incipiente Escuela de Altos Estudios que, por las conmociones de la época, se había quedado realmente en el aire, sin recursos y sin programas. En efecto, pronto estalla la revolución, el régimen muda; y, como siempre acontece, solapadas bajo los anhelos legítimos de reforma se deslizan algunas exorbitancias demagógicas. ¿Universidad, Altos Estudios, Facultades, Doctorados? ¿Traje de frac para un pueblo que anda descalzo? No, la cultura es aristocracia. ¡Abajo la cultura! Por respeto a los pies —nueva fábula de Menenio Agripa— querían cercenarnos la cabeza.

    En mi ensayo Pasado inmediato he descrito detenidamente las dos campañas y los diversos hitos en que se desarrolló la acción de los muchachos del Centenario, y aquí me limitaré a una breve enumeración sólo para fijar las ideas:

    Primera campaña: 1) Savia Moderna (1906).—2) Exposición de la nueva pintura, organizada por Gerardo Murillo (Doctor Atl). Véase mi conferencia La pintura mexicana en La Plata, 23 de septiembre de 1929 (Norte y sur, 1944).—3) Manifestación por Gutiérrez Nájera contra los que pretendían dar un paso atrás en la marcha de nuestras letras (1907).—4) Muerte de Savia Moderna por el viaje de Alfonso Cravioto a Europa. Fundación de la Sociedad de Conferencias. Conferencias en el Casino de Santa María (1908).—5) Proyecto de conferencias sobre Grecia y lectura colectiva del Banquete de Platón.—6) Manifestación en memoria de Gabino Barreda, el educador liberal, donde se expresa una nueva conciencia política (1908).—7) Conferencias en el Conservatorio Nacional.—8) Conferencias de Antonio Caso sobre el Positivismo, en la Preparatoria (1909).—9) Fundación del Ateneo de la Juventud (fines de 1909).—10) Conferencias del Centenario en un local de la Escuela de Derecho (1910).—La nueva Universidad y la Escuela de Altos Estudios. La Revolución (1910-1911).

    Segunda campaña: 1) Ocupación de la Universidad y, especialmente, de Altos Estudios.—2) Fundación de la Universidad Popular, flotante (13 de diciembre de 1912).—3) Conferencias en la Librería de Gamoneda, etcétera (1913-1914). Para entonces yo ya estaba ausente de México.

    Evocado así el cuadro de época (1906-1913), vuelvo a la historia de mi libro.

    Francisco García Calderón se encargó de

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