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Parecería que sobre literatura mexicana se han escrito miles de páginas, pero ni es así ni se han tomado en cuenta cientos de escritores cuyas páginas impresas —si es que vieron la luz— han sido ignoradas o menospreciadas por la historiografía literaria. Este volumen reúne nueve esfuerzos traducidos en el mismo número de análisis y reflexiones acer
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2021
ISBN9786079401375
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    Otros raros - Mercedes Zavala Gómez del Campo

    NOTA PRELIMINAR

    Parecería que sobre literatura mexicana se han escrito miles de páginas, pero ni es así ni se han tomado en cuenta cientos de escritores cuyas páginas impresas —si es que vieron la luz— han sido ignoradas o menospreciadas por la historiografía literaria. Este volumen reúne nueve esfuerzos traducidos en el mismo número de análisis y reflexiones acerca de periodos, obras y autores escasamente estudiados. Y se suma a los dos volúmenes anteriores en un proceso continuo no de rescate, sino de indagación en el amplísimo y, en muchos sentidos y aspectos, inexplorado terreno de la literatura mexicana. De ahí que hayamos decidido conservar —en parte— el título de Los raros que, como bien se sabe, alude a un grupo de poetas y narradores ubicados en el fin de siglo que de alguna manera fueron marginados o marginales del canon estético de la época; y que en este caso lo empleamos dándole, también, su significado más coloquial como adjetivo, razón por la que se incluyen algunos trabajos sobre autores y obras fuera de la barrera cronológica que puede dar el término utilizado por Rubén Darío.

    El libro lo abre el único estudio dedicado más a un periodo que a un autor en concreto: Las raíces del decadentismo mexicano, páginas en las que Carlomagno Sol Tlachi busca las raíces del decadentismo mexicano y revisa ese fin de siglo lleno de inquietudes estéticas, existenciales y políticas que servirían de contexto y referencia a los escritores e intelectuales del momento y a los que vendrían una vez iniciado el siglo XX. Un final de siglo XIX en el que convivían o eran simultáneos distintos movimientos estéticos y el surgimiento de nuevas ideas políticas y el final próximo de un largo gobierno. Es ahí donde se sitúa Aurelio Horta, actor público y reconocido en su tiempo pero cuya obra quedó en el olvido o perdida y dispersa en publicaciones periódicas. De una de ellas nos habla el autor de Aurelio Horta y las canciones Del álbum de Margarita, poema extenso publicado a lo largo de varias entregas del Diario del Hogar en 1892 y bajo el seudónimo de Siebel. Ángel José Fernández presenta al escritor y periodista, y revisa, además de las estancias que componen el poema, otras composiciones como sátiras, elogios o diatribas en prosa y verso que redactó por compromiso o encargo.

    Sobre una obra publicada en 1902 en Nueva York, escrita por un teniente del ejército de Porfirio Díaz, nos habla Alejandro Arteaga Martínez en "Consideraciones sobre El teniente de los gavilanes, de Zayas Enríquez. El autor decide estudiar esta narración debido a que —quizá como imperfecciones— pueden apreciarse las costuras, los intersticios de su construcción y encontrar respuestas a ciertos elementos narrativos de éste y otros escritores que pueden responder a su contexto determinado. Asimismo, el autor considera que en la novela de Zayas hay una concepción de la historia y de la ética que permiten conocer uno de los testimonios críticos sobre las políticas bélicas nacionalistas del México decimonónico".

    En los últimos años del siglo XIX desembarcó en Veracruz un gallego: Julio Sesto, activísimo y entusiasta escritor y colaborador de innumerables publicaciones periódicas tanto de España como de México, su país de adopción. Colaboró con Díaz Mirón en El Imparcial y trató de integrarse a distintos grupos o camarillas —como dice el autor del capítulo— de escritores de la ciudad de México, pero sus intentos fueron casi siempre vanos. Juan Pascual Gay, en "El extraño caso de Julio Sesto y la revista Tricolor", explica los avatares de este personaje de las letras, en particular en la tarea que se impuso al publicar una revista en honor a su nuevo país: Tricolor, y con el fin de dar a conocer escritores españoles en este lado del Atlántico. El autor establece las relaciones del gallego con escritores mexicanos y del mundo intelectual o cultural de esa primera mitad del siglo XX y con humor e ironía da cuenta del quehacer literario, del éxito de unos y el fracaso de otros.

    El autor de Rarezas y novedades en los cuentos de Francisco Tario se ocupa de la primera y de la última obra del escritor: La noche (1943) y Una violeta de más (1968). Antonio Cajero Vázquez desarrolla su análisis en torno a tres aspectos: la recurrencia del tema de la noche, la metamorfosis de los personajes y los elementos retóricos recurrentes que, a juicio del autor, son los que en buena medida condensan el sentido de los cuentos de Tario. Cajero establece intertextualidades e influencias de otros escritores hispanoamericanos con la obra de Tario y considera que Tario imprime una vuelta de tuerca a la narrativa mexicana de mediados del siglo XX: la inversión de las perspectivas, el intercambio de roles, la disolución de límites entre los diversos planos narrativos, la coexistencia de vida y muerte, y señala que si en su momento la crítica no supo ver esas innovaciones narrativas, ahora se puede advertir que Tario fue un precursor de la nueva narrativa mexicana.

    Del filósofo y escritor hijo nieto de poetas González Rojo Arthur, se ocupa Jorge Aguilera López en su texto titulado González Rojo: el arte del compromiso, o cómo ser poeta y no sucumbir en la retórica del intento. El autor de este capítulo toma dos poemas del escritor con el fin de indagar y demostrar que un poema de tema político es susceptible de ser considerado como obra de arte con independencia de su asunto. Es decir que, lejos de ser un mero panfleto, un poema político puede tener los elementos sustanciales de la obra de arte y por lo tanto valor estético por sí mismo. Los poemas escogidos como ilustración de esta hipótesis son Programa de vida y Consejos a mi pluma, a cuyos versos se acerca el autor estudiando las claves formales que los estructuran.

    En la segunda mitad del siglo XX, e inserto en una narrativa mexicana moderna y ya experimentada en sus múltiples caras, hallamos a Luis Carrión Beltrán, autor de El Infierno de todos tan temido (1975), novela que Norma Angélica Cuevas califica de pletórica en el título de su trabajo. El texto subraya influencias, similitudes e intertextualidades con escritores y obras del México del siglo XX, en especial con El apando, pero dialoga con otras voces. La autora da cuenta de la innovación del escritor, de su genialidad y de la estructura narrativa de la obra. Considera que, lejos de ser una novela autobiográfica, como algunos han querido verla, es una novela del realismo sucio o violento cuya factura responde a la estética surgida de una realidad fragmentada en la que los fragmentos conforman otra realidad, donde las costuras y los bordes se revelan como parte de la violencia que los generó.

    Cierra el volumen un trabajo que inserta al lector en el amplio mundo de la literatura fantástica que va desde los cuentos de hadas hasta las obras de escritores contemporáneos de todas las latitudes. En el texto titulado Lo fantástico en ‘Rudisbroeck o los autómatas’, de Emiliano González, Rogelio Castro Rocha —a partir del análisis del cuento publicado en el volumen Los sueños de la bella durmiente— da cuenta de los elementos que, desde el enfoque narrativo, constituyen la escritura de lo fantástico; mundo sobrenatural, memorias, referencias mitológicas y mundos alternos se conjugan para formar otra realidad: la fantástica, cuyas fronteras, de acuerdo con la novela de González, son fronteras simbólicas que permiten el acceso a mundos diferentes.

    Sirvan estas palabras como invitación al lector a sumergirse en las páginas y las lecturas desconocidas de la literatura mexicana.

    LAS RAÍCES DEL DECADENTISMO MEXICANO

    CARLOMAGNO SOL TLACHI

    UNIVERSIDAD VERACRUZANA

    INSTITUTO DE INVESTIGACIONES LINGÜÍSTICO-LITERARIAS

    En el seno del modernismo mexicano se generó un grupo autodenominado decadentista. Y, no obstante se hayan hecho algunos estudios, aún falta mucho por hacer en torno a esta coincidencia para valoración y rescate de quienes, como en la galería de Los raros, de Rubén Darío, o en Esquises, de Tomás Carrillo, son medallones de escritores que se cocinaban aparte y cuya atipicidad no sólo se debe a la supuesta extravagancia ante la sensibilidad de la época, sino que hay detrás de ellos una poética que aún hay que estudiar. El objetivo de este ensayo, en abono a la historiografía literaria mexicana, consiste no en destinar algunas observaciones en torno a la obra de los escritores decadentistas, sino en recorrer los pasos atrás de su presente y hallar las posibles raíces de lo que fue el decadentismo europeo.

    Quizá uno de los antecedentes más remotos del decadentismo literario se halle en los primeras novelas románticas en las que, como William Lovell, de Ludwig Tieck, o el Titán, de Jean Paul, la subjetividad absoluta sostiene que no es posible llegar a ninguna verdad, a ninguna base firme; así, toda distinción entre verdad y apariencia se diluye, todo objetivo serio en la vida desaparece. La sombra de Schopenhauer se proyecta con fuerza no sólo en la filosofía; el nihilismo de Nietzche encuentra un terreno asaz propicio para propagarse sobre la base de que el mundo ha empezado a transformarse en pos de la modernidad; se respira un mundo sin escape, agobiado por el trabajo, la oficina, las fábricas, las zonas urbanas deprimidas; por el hastío, la desilusión, la desesperanza, la mediocridad, el aburrimiento… Hay un desencanto por la vida en el que se ha generado la incredulidad de la fe y la insensatez del mundo. Las afluentes que nutren al decadentismo finisecular son diversas (acaso destacan el naturalismo, el simbolismo y el nihilismo), pero no puede sesgarse el hecho de que mantienen una relación interdependiente con los tiempos que se viven social, económica, artística y filosóficamente.

    Ante un industrialismo bastante precario y un catolicismo recalcitrante, los artistas mexicanos, en una actitud de rechazo, conformaron un decadentismo muy significativo, el cual no sólo representó un movimiento estético, sino también una actitud ante la vida.

    La modernidad en México va unida a ese movimiento típicamente hispanoamericano que conocemos como modernismo, y en su regazo se acoge el decadentismo, un tanto distinto, en verdad, del europeo. La correlación que concilia al decadentismo como una manifestación paralela al modernismo es la Revista Moderna.

    Los hitos más sobresalientes del mapa del decadentismo en México están señalados, en la plástica, por Julio Ruelas, y, en la literatura, en textos como El enemigo (1900), de Efrén Rebolledo; Un adulterio (1903), de Ciro B. Ceballos; y Claudio Oronoz (1906), de Rubén M. Campos, entre otros; incluso, después, se proyecta a relatos como La patria perdida (1935), de Teodoro Torres.

    L

    AS RAÍCES

    El término positivismo procede de Saint Simon y Augusto Comte. Sin embargo, el autor de la doctrina del empirismo, David Hume, sin reserva alguna, es el padre de la filosofía positivista. Hume degradaba todos los valores cognoscitivos de todo saber que alcanzaba más allá de la descripción de las cualidades sensibles dadas cada vez en un acto singular de la percepción. Todas las informaciones que sobrepasan este nivel elemental son, ciertamente, indispensables a la vida y es imposible no tenerlas en cuenta, pero su valor consiste sólo en eso: no nos pueden decir verdaderamente cómo es el mundo y aún menos lo que es.¹ De ahí que en la filosofía de Hume se hayan fundado los presupuestos centrales del positivismo; y, por tanto, se desprendió la ilegitimidad del prejuicio, la metafísica, la desigualdad social y los gobiernos despóticos.

    Si Comte no es el inventor de la filosofía positiva, sí lo fue del término positivista, como se calificaba a sí mismo, y también fue su divulgador. La ley comteana descansa en el concepto del contenido del saber humano como factor de la vida social. El bastión central es la ciencia; ésta es un hecho sociológico. La ciencia es un instrumento que sirve para ejercer las facultades humanas en vista de dominar las condiciones de la vida natural y social de la especie.² Las causas de los acontecimientos ya no se buscan fuera de la naturaleza sino que se interroga siempre sobre la naturaleza de las cosas, lo que se desea saber es ¿por qué?, quedando fuera, para explicaciones, la intervención de fuerzas sobrenaturales.

    Aunque no es lugar aquí para exponer las repercusiones de los avances científicos durante el siglo XIX,³ sólo baste con señalar que la afinidad del espíritu positivo y las ideas características de la Ilustración coinciden en la lucha del conocimiento contra la ignorancia. Dada la condición paradigmática del conocimiento científico para el positivista, los intereses teóricos y prácticos neoilustrados del positivismo gravitan siempre en torno a la naturaleza de la ciencia y su función social.⁴

    El positivismo, cuyos orígenes se remontan a Galileo y Descartes, tuvo en Darwin, Claude Bernard, Stuart Mill, Spencer y Marx sus grandes continuadores. Sin embargo, las artes no dejaron de resentir las repercusiones a las que llegaría la utopía comteana. El socialismo utópico había entrado en decadencia, desprestigiándose en favor de un realismo experimental más fragmentario y con una actitud más empírica hacia los fenómenos sociales.

    El aspecto romántico de la aristocracia del arte, es decir, del arte por el arte, tuvo su fin al determinarse la prioridad de la utilidad del arte. Detrás de los postulados como el de que la unidad de las fuerzas industriales y científicas que regularan la producción en el interés de las masas populares; las tesis relativas a la universalidad del trabajo y la distribución en consonancia con el mismo; y la idea acerca de la transformación del gobierno político sobre los hombres en la administración de las cosas de Saint-Simon; encaminaron al arte hacia una función social. La designación de arte útil triunfa de manera efervescente en todas partes. Después de 1830, la palabra Romanticismo carece de sentido alguno si no se le agrega el epíteto social.

    De acuerdo con el principal teórico francés del naturalismo, Pierre Martino, a quien seguimos en esta sección, la dialéctica de la novela francesa del siglo XIX transcurrió de modo acompasado, de tal forma que nunca existió una verdadera ruptura entre las novelas románticas y las realistas durante el periodo comprendido entre 1830 y 1850. La obra balzaciana representa ese nexo de manera que a su autor se le consideraba el representante más típico de la literatura industrial o el escritor más romántico que jamás haya existido. Después de su muerte se le consideró un escritor naturalista. Taine declara que su obra es el más grande depósito de documentos que poseemos sobre la naturaleza humana.⁵ El propio Balzac había hecho de su magno proyecto de escritura un trazo justificado mediante conceptos sociológicos y por amplias analogías entre sociedad y naturaleza. El novelista, según él, debía describir ‘especies sociales’. Sus personajes eran tipos de una especie, sus libros debían ser estudios […].⁶

    El realismo tiene sus raíces en Champfleury y Courbet; sin embargo, a pesar de todos los intentos de escritores como Duranty y el propio Champfleury, el éxito de la novela realista se le debe a Madame Bovary, la cual fue considerada como el arquetipo del realismo y del naturalismo; en ella se traslucía un concepción íntegra según el espíritu del positivismo.

    Comte aportó, a seres desagarrados en sí mismos y demasiado respetuosos con la ciencia parar atreverse acercarse a ella, la tranquilidad de la seguridad.⁷ Por su parte, Barnard, emprendiendo la lucha contra los prejuicios caducos, tanto de orden moral como de orden científico, trastorna […] las nociones adquiridas.⁸ De ahí que no se reconocerán por verdades de absoluta verdad más que las hipótesis varias veces confirmadas por la experiencia. Las teorías de Comte y Barnard son decisivas en la consolidación del realismo y del naturalismo, de Comte ha salido la crítica positiva, mientras que, como asegura Bonet, "[c]omo ya es un lugar común en los manuales de literatura, la Introduction à la médécine experimental de Claude Bernard (1865) constituye la piedra angular de orden ideológico alrededor de la cual Zola vertebrará su teoría del naturalismo".⁹

    La siguiente década, posterior a Balzac y Flaubert, la encabezan los hermanos Goncourt:

    Por haber llegado últimos al grupo de novelistas realistas del segundo Imperio, los hermanos Goncourt encarnaron mejor que ninguno las diversas aspiraciones de la doctrina realista: la novela sociológica a lo Balzac, la afición por una información minuciosa y metódica a la manera de Flaubert, la preferencia por escenarios y personajes tomados de las costumbres populares, como lo quería Champfleury.¹⁰

    Con el término naturalismo se ha designado la tendencia dominante en la literatura después de 1870. El terreno había quedado preparado con el positivismo desde el momento en que la tradición espiritualista iba ya en descenso y se dio un rechazo disimulado a las diluidas manifestaciones de fidelidad a los gustos románticos.

    El naturalismo no hubiera podido haber sido, si no se hubiera dado un exacerbado culto por la ciencia, aunque en el fondo los devotos de ella ignoraran sus fundamentos o estuvieran mal informados. El apasionamiento se acrecentaba entre menos sabían; por ello, a la luz de la actualidad la teoría de la novela naturalista y fisiológica, parecerá simplista e ingenua. Los descubrimientos como los de Pasteur no quedaban relegados al laboratorio, sino que se les ponía en práctica y eran aclamados por la prensa importante. Todo ello significaba salud y felicidad. A corto plazo se vencerían las enfermedades, se domeñarían todas las fuerzas naturales, se competiría con la misma naturaleza, inclusive se la superaría; y a fuerza de modificar las condiciones materiales de la existencia, se llegaría a una verdadera edad de oro.¹¹

    A buen seguro probablemente el fracaso de este proyecto decimonónico para la consecución de la ciencia como panacea del bienestar humano fracasó al terminar asociándose con el milagro, ante el desengaño de promesas hechas por los científicos que no llegaron a cumplirse; pero, sobre todo, cuando se advirtió que, formas pretendidamente positivistas, eran en realidad viejas aspiraciones espiritualistas, metafísicas, teológicas, la eterna aspiración de la humanidad hacia la dicha absoluta, que es la quimera de su espíritu.¹²

    El fracaso del proyecto científico como la llave maestra para la felicidad humana perjudicó de inmediato al naturalismo.

    Sin el temor a aventurarse mucho, podría decirse que ha sido una condición dentro del espíritu humano que toda ley contenga su propio virus corrosivo. El positivismo y el exagerado culto por la ciencia cayeron por su propio peso. Quizá no hubo alguna de estas hipótesis científicas que haya tenido tanto éxito como la expuesta por Darwin en El origen de las especies. El darwinismo influyó en todos los terrenos intelectuales: psicología, moral, sociología, historia, crítica literaria. Así, influido por el darwinismo, donde las ideas de géneros y especies, evolución de géneros, tomadas de la historia natural desde hacía mucho como simples comparaciones, terminaron por imponerse como verdaderas leyes de crítica literaria llamada científica, Ferdinand Brunetière se permitió denunciar la insuficiente cultura científica de Zola. La historia se repite, la pretendida cientificidad de la crítica literaria no pudo sostenerse y Brunetière incurrió de modo análogo en el mismo despropósito que Zola. Los mitos generados por los seguidores del darwinismo generaron más de una desviación del espíritu científico moderno. De no haber sido así, Zola no habría otorgado semejante crédito a dudosas observaciones sobre la herencia ni habría visto en ellas un principio de explicación general tan vigoroso como para esclarecer la historia de una familia, la organización de una sociedad, el génesis mismo del universo vivo.¹³

    A Taine le correspondió ser no sólo un crítico perspicaz sino un auténtico guía, maestro y filósofo. De manera fundamental, Taine fue el auténtico teórico del realismo. Él fue quien hizo las formulaciones del positivismo en materia literaria; los postulados principales fueron […] que la psicología era un capítulo de la fisiología, que el estudio de los caracteres equivalía al de los temperamentos, que el medio físico presiona por todas partes nuestro destino, que la historia de los individuos, como la de las naciones, está sometida a un riguroso determinismo.¹⁴

    Fue una influencia decisiva en Zola, y en escritores como Bourget y Maupassant respecto de la teoría de la novela naturalista. Estos escritores encontraron, en la doctrina de Taine, un gran apoyo conformado por documentos sociales y psicológicos cuya integración respondía a un objetivo central: el conocimiento del hombre. El resultado no se hizo esperar en el terreno de la creación literaria y de la historia. Respecto de la novela y la crítica, para Taine, no había problema en demostrar qué había sido primero, si el huevo o la gallina, sus postulados se fundamentaban en la idea de que la novela se aplica en mostrar lo que somos, la crítica a mostrar lo que hemos sido. Una y otra son ahora una gran encuesta sobre el hombre, sobre todas las variedades, todas las situaciones de la naturaleza humana. Por su seriedad, su método, por la exactitud rigurosa, por su futuro y sus esperanzas, ambas se acercan a la ciencia.¹⁵ La química daba el mismo resultado, el vicio y la virtud son productos como el vitriolo y el azúcar.¹⁶ Así, al

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