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Historia crítica de la poesía mexicana. Tomo I
Historia crítica de la poesía mexicana. Tomo I
Historia crítica de la poesía mexicana. Tomo I
Libro electrónico673 páginas11 horas

Historia crítica de la poesía mexicana. Tomo I

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Este conjunto de ensayos de diferentes autores realiza una revisión histórico-crítica de los autores más conocidos de la poesía mexicana de los siglos XIX y XX. Este volumen divide en tres grandes momentos la tradición poética mexicana después del vanguardismo: neorromanticismo, posmodernismo y anfiguardismo; en él se incluyen colaboraciones de Heriberto Yépez, José Homero, Víctor Manuel Mendiola y Gloria Vergara.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 may 2016
ISBN9786071638595
Historia crítica de la poesía mexicana. Tomo I
Autor

Rogelio Guedea

Rogelio Guedea (México, 1974) es un prolífico y galardonado autor mexicano que se desenvuelve con maestría en varios géneros. Licenciado en Derecho por la Universidad de Colima y doctor en Letras por la Universidad de Córdoba, con un posdoctorado en Literatura Latinoamericana por la Texas A&M University (EEUU), fue becario del Fondo para la Cultura y las Artes en tres ocasiones y director de la colección de poesía El Pez de Fuego. Es autor, entre otros, de los poemarios Kora"" (Premio Adonais 2008) y Mientras olvido (Premio Internacional Rosalía de Castro 2001), y de las novelas 41 (Premio Memorial Silverio Cañada 2009 y Premio Interamericano de Literatura Carlos Montemayor 2012), ""La mala jugada"" y ""El crimen de Los Tepames"". En 2019 fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua en Colima.""

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    Historia crítica de la poesía mexicana. Tomo I - Rogelio Guedea

    Biblioteca Mexicana

    DIRECTOR: ENRIQUE FLORESCANO

    SERIE HISTORIA

    Historia crítica de la poesía mexicana

    Historia crítica

    de la poesía

    mexicana

    I

    ROGELIO GUEDEA

     (coordinador) 

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES

    Primera edición, 2015

    Primera edición electrónica, 2016

    Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

    D. R. © 2015, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

    Dirección General de Publicaciones

    Av. Reforma, 175; 06500 México, D. F.

    D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3859-5 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Índice

    Presentación

        Rogelio Guedea

    SIGLO XIX

    NEOCLASICISMO

    El neoclasicismo

        Raquel Huerta-Nava

    José Manuel Sartorio (1746-1829)

        Raquel Huerta-Nava

    Fray Manuel Martínez de Navarrete (1768-1809)

        Raquel Huerta-Nava

    Anastasio María de Ochoa y Acuña (1783-1833)

        Raquel Huerta-Nava

    Francisco Manuel Sánchez de Tagle

        Roxana Elvridge-Thomas

    Francisco Ortega: poeta comprometido

        Roxana Elvridge-Thomas

    Andrés Quintana Roo

        Roxana Elvridge-Thomas

    Manuel Carpio (1791-1860)

        Carlos López

    José Joaquín Pesado (1801-1861)

        Carlos López

    ROMANTICISMO

    La época romántica de la poesía mexicana

        Carlos Oliva Mendoza

    Guillermo Prieto: la musa (nacional) está en la calle

        Jorge Aguilera López

    Vicente Riva Palacio: escribir entre batallas

        Jorge Aguilera López

    Antonio Plaza, un gastado corazón de tierra

        Mario Bojórquez

    Ignacio Manuel Altamirano: la patria como norte

    Jorge Aguilera López

    Manuel M. Flores o el jardín primigenio

        Jorge Ortega

    Manuel Acuña o el otoño anticipado

        Jorge Ortega

    Vindicación de Juan de Dios Peza

        Manuel Iris

    Atardecer en la urbe porfiriana: Luis G. Urbina

        Jorge Mendoza Romero

    MODERNISMO

    Modernismo y modernidad en México

        Gabriel Bernal Granados

    Salvador Díaz Mirón: la permanente extrañeza

        Ernesto Lumbreras

    El sueño dominical del Duque Job. La poesía de Manuel Gutiérrez Nájera en el túnel del tiempo

        Ernesto Lumbreras

    El universo conventual de Francisco González León

    LUÍS Vicente de Aguinaga

    Amado Nervo

        Víctor Manuel Pazarín

    Manuel José Othón

        Víctor Manuel Pazarín

    Enrique González Martínez

        Víctor Manuel Pazarín

    SIGLO XX

    VANGUARDISMO

    La vanguardia estridentista

        Benjamín Valdivia

    La estrella que vino de Oriente: analogía y mutabilidad en José Juan Tablada

        José Homero

    El siglo de Ramón López Velarde

        Luis Vicente de Aguinaga

    Renato Leduc, la musa bronca

        Mario Bojórquez

    Instancias de Manuel Maples Arce

        Benjamín Valdivia

    Carlos Pellicer. Auto de fe religiosa: poemas de juventud

        León Guillermo Gutiérrez

    Ocho fragmentos en torno a Muerte sin fin

        Eduardo Hurtado

    Salvador Novo o el canon imposible

        Eva Castañeda

    Las palabras en fuga de Xavier Villaurrutia

        Eva Castañeda

    Breve guía para emprender la ruta de Sinbad el varado

        Eduardo Hurtado

    Octavio Paz

        Víctor Manuel Mendiola

    Efraín Huerta

        Víctor Manuel Mendiola

    Alí Chumacero: poeta del crepúsculo y diamantino silencio

        Antonio Marts

    Notas sobre los autores

    Presentación

    Esta Historia crítica de la poesía mexicana es una de las primeras obras que, de forma cronológica, tiene como fin reflexionar sobre dos siglos de tradición poética mexicana. El presente tomo abarca de la época neoclásica a la vanguardista, esto es, desde la poesía de José Manuel Sartorio (1746-1829) hasta la de Alí Chumacero (1918-2010), pasando por dos movimientos que fueron fundamentales en el periodo decimonónico y que se han replicado, en más de un sentido, en el siglo XX: el romanticismo (Prieto, Riva Palacio, Plaza, Altamirano, Flores, Acuña, Peza y Urbina) y el modernismo (Díaz Mirón, Gutiérrez Nájera, González León, Nervo, Othón y González Martínez). Con el objetivo de enmarcar a cada poeta dentro de su contexto histórico, y así poder leer su obra con la justa dimensión de su tiempo, se ofrecen estudios monográficos sobre cada uno de estos movimientos. poéticos Asimismo, se dedican análisis específicos a cada uno de los poetas incluidos, la mayor parte de ellos ya plenamente identificados dentro del canon nacional, sobre todo los pertenecientes al romanticismo, modernismo y vanguardismo, pues los poetas del neoclásico mexicano (Sartorio, Martínez de Navarrete, Ochoa y Acuña, Sánchez de Tagle, Ortega, Quintana Roo, Carpio y Pesado) han quedado un poco a la zaga, aun cuando su relevancia se refleja siempre que se pretende entender el proceso de evolución lírica de la primera mitad del siglo XIX y la repercusión que éste tendría para el surgimiento de las escuelas literarias posteriores. Aunque es difícil encorsetar en una sola vertiente de escritura a cada uno de los poetas, muchos de los cuales bien podrían anunciar la siguiente corriente lírica o estar a caballo entre ambas (la propia y la venidera), se ha querido mantener una tipificación ordenada (aunque no siempre rígida) no sólo con fines puramente metodológicos, sino, sobre todo, para configurar la idea de que se está frente a una historia (en este caso crítica, pero también cultural, social y lingüística) de la lírica nacional, en donde los diferentes corpus poéticos (de las épocas literarias o bien de los poetas que las representan) están debidamente delimitados y dispuestos a ser sujetos de escrutinio, de ahí también que el orden de aparición de los poetas sea cronológico. En este volumen se ofrece una visión de conjunto de más de un siglo de poesía mexicana y gracias al esfuerzo de los más de 20 colaboradores que conforman este minucioso recuento, ahora es posible disfrutarla y, por qué no, volverla a someter a juicio. Este primer volumen ofreció, por supuesto, menos problemas que el segundo, precisamente por esa distancia temporal que aportó mayor objetividad tanto para mí, como responsable de la selección de los movimientos poéticos y sus poetas más representativos, como para los colaboradores que los estudiaron. Esto no significa, de ninguna manera, que el hecho poético se haya agotado, sino al contrario: que será la piedra de toque para que en el futuro cada uno de estos poetas pueda tener un estudio completo dedicado a su obra, proyecto que vendría a completar este primer intento de abarcar dos centurias.

    AGRADECIMIENTOS

    El número de personas que, directa o indirectamente, ayudaron a concretar esta obra sale de toda proporción. Sin embargo, quiero agradecer, en primer lugar, a todos los colaboradores que participaron en este proyecto, por su invaluable contribución y cumplimiento; al doctor Enrique Florescano, cuyo apoyo fue imprescindible para que esta obra se hiciera realidad; a Verónica Ramos Pérez y Bárbara Santana, siempre dispuestas a buscar la mejor solución en momentos aciagos, y una mención especial para mi amigo, el escritor y crítico Geney Beltrán Félix, quien fue el que —tal vez él ya no lo recuerde— le dio a este empeño su primer vuelo.

    Rogelio Guedea, coordinador

    Nueva Zelanda, agosto de 2014.

    SIGLO XIX

    Neoclasicismo

    El neoclasicismo

    RAQUEL HUERTA-NAVA

    El neoclasicismo literario en la Nueva España está representado en la expresión de los principales escritores de la Ilustración, versión hispanoamericana del Siècle des Lumières francés, el Enlightenment anglosajón, la Aufklärung alemana y el Illuminismo italiano. La poética de este periodo refleja el entorno cultural en que el mundo occidental estaba inmerso; la necesidad de reformas de fondo en todos los ámbitos de la sociedad; un fuerte sentido de la crítica, y una búsqueda del progreso a través de la razón tanto en el arte como en las ciencias, así como de lo utilitario. En este aspecto son numerosos los ejemplos de poesía didáctica y moralizante; los preceptos de la técnica en el arte poética derivados de la poética aristotélica eran fundamentales, pues aunque existía el talento natural y la inspiración, quienes escribían debían ceñirse a las reglas estrictas de cada género; la unidad entre talento y técnica sería el requisito para la obra de arte; el decoro que elimina lo grotesco y lo desagradable proponiendo la estética de lo bello ideal que no se quedaría, sin embargo, en un idealismo abstracto. Los ilustrados intentaron aplicar sus teorías a la realidad para su transformación, mejoramiento y progreso. Las rigurosas premisas teóricas de esta poética impidieron al parecer una expresión libre y espontánea, sin embargo, los estrictos moldes de esta poesía no evitaron que los talentos individuales destacaran como en otros periodos literarios.

    El neoclásico novohispano tiene dos características fundamentales, su aparición tardía y su sincronía con los barrocos decadentes y los prerrománticos (algunos de sus representantes incluso comparten ambas estéticas). Conformado alrededor de la Arcadia mexicana, tuvo una gran influencia en los poetas jóvenes, quienes adoptaron de inmediato los aspectos formales y renovadores de esta escuela, al mismo tiempo que la búsqueda de nuevas formas de organizar la vida económica y política llevó a algunos de estos escritores a impulsar reformas radicales para el progreso de la sociedad y consecuentemente a tomar una activa participación como ideólogos y actores del movimiento independentista; otros permanecieron neutrales e incluso dieron muestras de obediencia y sumisión al régimen al estallar el movimiento insurgente.

    Partiendo del modelo de Enrique Rull¹ para la poesía española del siglo XVIII ,donde se destaca la rigidez de la diacronía histórica para encasillar periodos literarios que en ocasiones se superponen, se pueden trazar tres etapas muy generales para Nueva España:

    Es claro que en el siglo XVIII coexisten varias estéticas literarias y no es extraño hallar en un solo poeta contradicciones formales. Entre el desdén y la reivindicación, el siglo XVIII representa el cambio fundamental entre un antiguo régimen dominado por la Iglesia y la irrupción de los conceptos racionalistas ilustrados. La generación que vivió esta honda transición fue precisamente la del neoclásico, de breve duración en la historia literaria y contados talentos poéticos, y sin embargo, decisiva para la apertura que se dará con la aparición del romanticismo.

    El periodo neoclásico define un clasicismo renovado e idealizante de la Antigüedad grecolatina mitificada y entronizada, caracterizado por los ideales de armonía, sencillez equiparada al buen gusto, sobriedad en la expresión sentimental, serenidad y belleza asociada a la perfección. Definido este último concepto como lo bello ideal, se dará simultáneamente en la literatura y en la plástica.

    El principal teórico de este movimiento fue el alemán Johann Joachim Winckelmann, que en su libro Reflexiones sobre el arte griego en la pintura y la escultura, publicado en 1755, plantea el concepto de la belleza ideal, retratada en las esculturas humanas griegas, y atribuye a una cultura espartana la belleza física de los modelos; acuña el término de noble sencillez y el de la serena grandeza, que serán imitados por los posteriores historiadores del arte clásico. Enemigo del barroco y del rococó, Winckelmann asumió la tarea de reformar el gusto estético en Occidente, y en obras posteriores como Historia del arte de la Antigüedad, de 1764, desarrolló ampliamente sus teorías sobre las que se fundaría la estética plástica y literaria del neoclásico mundial. Su influencia sobre la generación de intelectuales y artistas de Weimar fue notable particularmente en autores como Gotthold Ephraim Lessing o Johann Wolfgang von Goethe.

    En 1737 se publica la Poética de Ignacio de Luzán, cuya influencia será decisiva a lo largo del siglo XVIII. En las discusiones del siglo se debatía esta obra donde Luzán señala los principios de la teoría neoclásica española. La edición de 1789, publicada tras la muerte de Luzán, es más radical en los aspectos formales. Plantea que ante la decadencia en que se encuentra la poesía es necesario ceñirla a ciertas reglas, no acepta inicialmente la mezcla de géneros, pero en la segunda edición ya se consideran las obras mixtas, como las tragicomedias. Resalta el carácter didáctico y gozoso de la poesía que, empero, no debe rebasar lo verosímil y lo correcto (el buen gusto); queda vedado el uso de metáforas complejas, neologismos y términos no aptos para un lector común y corriente. Por supuesto que los poetas no obedecieron al pie de la letra los preceptos de Luzán, asumieron lo que cada uno eligió de acuerdo con su dominio de la métrica y la claridad de su estilo; es común hallar neologismos y localismos en los autores de este periodo. Los géneros más importantes dentro de la poesía eran la épica y la dramática, y en un principio la lírica quedó relegada al rincón de lo frívolo y ocioso, aunque hacia finales del siglo XVIII fue cobrando mayor importancia.

    Desde sus primeras manifestaciones en la Arcadia romana, el neoclasicismo fue una reacción ante los excesos manieristas del barroco y el rococó, cuyo desbordamiento para muchas personas rayaba en el mal gusto. La vuelta de este movimiento hacia los modelos del mundo antiguo no busca necesariamente un conocimiento erudito o filológico del griego o el latín, sino una nueva expresión estética, un nuevo clasicismo, más estricto, sencillo, sin rebuscamientos ni oropeles. Virgilio, Catulo, Horacio y Marcial son algunos de los modelos para la poesía, la poética y los epigramas. Asimismo habrá muchos temas bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

    La tradición neoclásica significaba la ruptura con las formas estilísticas anteriores en la aparente paradoja de hacerlo a través de la búsqueda e imitación de los modelos clásicos. En clara sincronía con el resto de los países del mundo, el neoclásico hispanoamericano se adaptará ya sea en España o en Nueva España a los temas y paisajes locales a partir de la década de 1760 y será conformado teóricamente dos decenios después, como un nuevo clasicismo, más sobrio, más abstracto y comprometido con la esencia de la belleza. Poéticamente el neoclásico era globalizante, ya que al tener una visión estricta y uniforme se anulaban los aspectos específicos de cada país. Este fenómeno fue de la mano con su contraparte, el localismo y regionalismo que en Nueva España y el resto de Hispanoamérica fortaleció los incipientes nacionalismos que estallarían en los movimientos independentistas de finales del siglo XVIII.

    Los nuevos modelos de conducta femenina se reflejaron en numerosas comedias y novelas de la época, y encontramos destacadas aunque escasas autoras para este periodo. La mujer es fuerte y capaz de defender sus intereses por sí misma; en los diarios, sobre todo, se encuentran muchas críticas negativas respecto a las modas y la nueva autonomía femenina. El reflejo en la literatura, que busca atacar esta nueva forma de ser de la mujer, implica un cambio en las relaciones entre los sexos, por ejemplo, la moda del cortejo en los espacios públicos. Los cafés de moda, en donde estaba prohibida la venta de bebidas alcohólicas, permitían que mujeres y hombres convivieran en un entorno social alejado del recinto de la iglesia, lo que era visto por los moralizantes de entonces como un peligroso signo de inmoralidad y decadencia, y no como un claro indicio de civilización.

    Un antecedente importante en el tema de la equidad de género es la defensa de las mujeres que Benito Jerónimo Feijoo hace en el capítulo XVI de su Teatro crítico; el tema se retomará a lo largo del siglo XVIII. Existen algunos documentos notables al respecto escritos por mujeres, sin embargo serán la excepción, siendo la norma la oposición a la incursión femenina en los estudios al mismo nivel que los varones. A grandes rasgos la sociedad mexicana continuó siendo conservadora en este aspecto hasta bien entrado el siglo XX, pues a pesar del reclamo ciudadano de las mujeres de la Independencia, el voto femenino no se obtuvo sino hasta 1953. El limitado papel de la mujer se enfocaba en la enseñanza doméstica, en particular en mejorar al varón en su educación social, su responsabilidad era la formación de los nuevos ciudadanos en los valores y en el patriotismo; en esta época nacen las juntas de damas para apoyar diversas instituciones de manera más activa, en el caso de México algunas de las mujeres que tomaron parte en la insurgencia fundaron la Junta de Damas del Hospicio de Pobres (Leona Vicario, Petra Teruel de Velasco, la marquesa de Vivanco, entre otras). En ese periodo la educación de la mujer de la élite incluía, además de los conocimientos básicos para administrar el hogar y sus bienes, el dominio de varios idiomas y no pocas realizaban sus propias traducciones del francés, italiano e inglés. No se fomentaba el conocimiento del latín para ellas pues se consideraba peligroso para la hegemonía masculina que ampliaran su conocimiento a los textos escritos en esa lengua, fundamentalmente los de carácter jurídico y los clásicos en general. Por este motivo se comenzaron a escribir obras para mujeres, lo que no impidió por supuesto que el talento femenino se mostrara. En unos endecasílabos de 1809, una poeta identificada como Josefa E. y B. escribió una defensa del talento poético femenino:

    Persuadidos, según lo que presumo,

    a que el sexo femenino en la materia,

    por negarle su influjo el dios Apolo,

    reñido acaso está con la cadencia:

    sin mirar que en la Poética han lucido

    con crédito notorio en otras eras

    las Corinas, las Safos, las Eustoquios,

    las Hermiones, las Rufos, las Aretas;

    Filomenas canoras, que en aplauso

    del temple de oro que pulió su cuerda,

    en la historia dejaron a los siglos

    una recordación que será eterna.²

    En el siglo XVIII hay un auge de los salones o tertulias literarias y artísticas presididas por mujeres. Ésta es una de las características de las reuniones literarias de la Ilustración y da lugar a una amplia participación femenina que será decisiva en las luchas independentistas a lo largo y ancho de Hispanoamérica, pues será en el seno de estas reuniones donde nacerán las conspiraciones políticas, como en el caso de Bogotá, Caracas, La Paz o Quito³ en Sudamérica, y Valladolid, Pátzcuaro, Querétaro, Guadalajara y la ciudad de México en Nueva España. Otras tertulias se llevaban a cabo en librerías o alacenas del Portal de Mercaderes, o en los primeros cafés novohispanos; para los primeros años del siglo XIX, Fernández de Lizardi fundó la primera Sociedad Pública de Lectura, a la que se ingresaba por una cuota diaria o mensual con el derecho de leer todos los impresos que allí se resguardaban. El interés de los ciudadanos por los asuntos públicos crecía cada vez más, muchas personas se reunían para leer en voz alta y comentar lo leído; práctica común fue también la conversación amena y agradable, llamada el arte de agradar. El nuevo papel del escritor ante la sociedad es público, muy distinto del erudito ajeno a la sociedad, encerrado en su gabinete y aislado de sus lectores.

    Los representantes del primer neoclasicismo en nuestras letras fueron los jesuitas que sufrieron la expulsión; sobresale Diego José Abad, quien de acuerdo con la tradición de su orden religiosa escribía en latín y fue un notable traductor de Virgilio al castellano; Bernabé Navarro destaca su Poema de Dios y de Dios-hombre; ⁴ Francisco Xavier Alegre fue también un poeta brillante tanto en latín como en español, así como el guatemalteco Rafael Landívar, cuya Rusticatio Mexicana es una de las obras más destacadas en la lírica de este periodo. Virgilianos y anacreónticos, algunos de los poetas del primer clasicismo llegaron a ser considerados rococó por el exceso de sentimentalismo en sus imágenes bucólicas.

    La siguiente generación de poetas neoclasicistas mexicanos se agrupó bajo la Arcadia mexicana, una sociedad únicamente de poetas y cultivadores de las letras, hombres y mujeres, que para no tener distinción alguna de rangos se identificaron con seudónimos grecolatinos. Las vidas de los poetas neoclásicos y la circunstancia de la guerra de Independencia que la mayoría de ellos vivió, con excepción de Martínez de Navarrete, fueron decisivas para sus elecciones temáticas; la biografía no debe desestimarse en la valoración del conjunto de la obra literaria, como lo señala Wellek, ni tampoco sobreponer los acontecimientos históricos a la valoración crítica. Los elementos considerados extraliterarios por la crítica literaria contemporánea definen en muchas ocasiones las elecciones de los autores por determinadas formas y posturas estéticas y la generación de los poetas de la Arcadia no es la excepción.

    LA ARCADIA MEXICANA

    La primera Arcadia surgió en el siglo XVII en Roma bajo el impulso y mecenazgo de Cristina de Suecia, en el Palacio Corsini. Bajo su tutela se comenzaron a reunir artistas, científicos e intelectuales en diversas academias para debatir y crear, los más destacados recibían algún apoyo económico y en algunos casos una beca por parte de la reina. Cristina logró que el papa Clemente X aboliera la prohibición de la presencia de mujeres en los espectáculos artísticos y fue una gran impulsora del teatro y de la ópera seria, incluyendo la participación de castrati en los montajes. Una de sus academias fue la Academia Real, preocupada por el futuro de la lengua italiana, cuyos excesos eran notables. Tras la muerte de la reina, esta institución se transformó en la Pontificia Academia degli Arcadi o Academia de la Arcadia, entre cuyos miembros se hallaba Giovanni Francesco Albani, un joven literato que sería coronado como el papa Clemente XI. Los principales teóricos fueron Gian Vincenzo Gravina con su obra Della ragion poetica (1708) y Ludovico Muratori, quien escribió Della perfetta poesia italiana (1706). Ambas obras fueron imitadas en múltiples preceptivas poéticas posteriores. La poesía es vista en función de su utilidad sin descartar el deleite de la obra artística. Las arcadias nacen con un claro manifiesto de combate, de acuerdo con el especialista brasileño Sérgio Buarque de Holanda.⁶ La Arcadia francesa tuvo entre sus miembros a Voltaire, Montesquieu y Rousseau, creadores de la Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios; siguiendo el ejemplo de la Enciclopedia británica, se pretendía abarcar todos los aspectos del conocimiento humano a la luz de la razón Supervisada por Diderot, es una obra completamente racionalista, rechaza todo dogma religioso y enaltece la luz de la razón sobre el entendimiento humano de la naturaleza como la única vía del conocimiento En España los antedecentes de las arcadias hispanoamericanas son la Academia del Trípode, fundada en Granada entre 1738 y 1748, y la Academia del Buen Gusto de Madrid, que funcionó entre 1749 y 1751 en casa de Josefa de Zúñiga y Castro, marquesa de Sarria.

    La Arcadia mexicana, fundada por los poetas fray Manuel Martínez de Navarrete, Anastasio de Ochoa y Acuña, Francisco Manuel Sánchez de Tagle, Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, Juan María Lacunza, entre muchos otros, fue la primera organización literaria del país, y sus características fueron incluyentes, pues aunque Martínez de Navarrete nunca visitó la capital tras ser aceptado como integrante de la misma, llegó a ser el más notable de los árcades y por la calidad de su poesía fue nombrado mayoral de la Arcadia; fue sustituido tras su muerte por Francisco Manuel Sánchez de Tagle

    Son dos las generaciones literarias que viven el proceso de la Independencia en la Nueva España, la de la Arcadia mexicana y la del Instituto de Ciencias, Literatura y Artes, primera institución cultural del México independiente, fundada en 1823 y antecedente inmediato de la Academia de Letrán, en donde los últimos neoclásicos y prerrománticos convivieron con los jóvenes de la Reforma y del romanticismo.

    Tanto la generación de la Arcadia como la de los escritores de la Independencia fueron protagonizadas por profesionistas de clases media y alta y por sacerdotes con amplia formación académica. La característica principal de la Arcadia era su absoluta independencia del gobierno. Fue una asociación privada, organizada y compuesta de ciudadanos libres, sin importar su condición social, tan sólo su talento literario. Al ingresar en las filas de los árcades, los nuevos miembros debían tomar un nombre de pastor griego. Su distintivo era la flauta pastoril coronada de pino y laurel, emblemas de la poesía. Según Jorge Ruedas de la Serna, la Arcadia ilustrada, al menos para el caso de Brasil, desarrolló una estrategia de comunicación basada en un lenguaje, aparentemente inofensivo, que, sin embargo, podía contener sentidos implícitos que solamente los iniciados podían descifrar.

    La Arcadia mexicana se desarrolló en forma paralela a la fundación del Diario de México, que se convirtió en el medio de difusión de los árcades hasta su suspensión en 1817. Editado por el dominicano Jacobo de Villaurrutia y por el polígrafo Carlos María de Bustamante, será la primera publicación diaria de Nueva España, sólo antecedida por el Mercurio de México y el Mercurio Volante de Bartolache. Las publicaciones de Alzate: Diario Literario (1768) y Asuntos varios sobre ciencias y artes (1772), y la Gazeta de México, dirigida por Manuel Antonio Valdés con una periodicidad quincenal en promedio; editada después de la censura oficial por López Cancelada, cambió su nombre en 1810 por el de Gaceta del Gobierno de México, y al ser el portal ideológico del gobierno virreinal, fue sustituida en 1821 por la Gaceta Imperial. En un inicio se publicaban poemas y artículos científicos, pero al paso del tiempo sus páginas sólo se ocupaban de temas políticos y noticias generales.

    De breve duración, en 1803 circuló el Asiento Mexicano de Noticias Importantes al Público, editado por Juan Nazario Peimbert, quien junto con su esposa perteneció al grupo de los Guadalupes. Los principales editores del periodo de la ilustración mexicana se incorporaron a la lucha insurgente y tanto Miguel Hidalgo como José María Morelos tuvieron como prioridad la existencia de medios impresos para la difusión de la ideología nacional.

    Los primeros años del Diario de México fueron el escaparate para la producción literaria y cultural novohispana. Tanto en lo económico como en lo cultural, Nueva España poseía todas las características de una nación independiente y los más cultos de sus habitantes cobraron conciencia de este hecho. De acuerdo con Luis Villoro, tres cuartas partes de la riqueza que España recibía de sus colonias provenían de México.⁸ La herencia cultural e ideológica del racionalismo ilustrado había fructificado primero en la generación de los jesuitas expulsados y luego en la de sus primeros alumnos y seguidores, que se convirtieron en algunos de los principales ideólogos de la Independencia.

    En abril de 1808, José Mariano Rodríguez del Castillo escribe en el Diario de México una noticia sobre la Arcadia mexicana que, siguiendo las reglas de la primera Arcadia, obliga a sus miembros a utilizar seudónimos tomados de la Antigüedad grecolatina, incluyendo seudónimos femeninos que además de ser anagramas de algunos árcades, quizás encubrían a alguna de las escasas escritoras de la época. Falta aún una investigación a fondo para identificar a las personas detrás de todos los seudónimos y anagramas; entre los más conocidos se encuentran: fray Manuel Martínez de Navarrete, quien firmaba como Nemoroso o Silvio; Mariano Albano Barazabal como El Árcade Anfriso, El Aplicado, Bárbara Lazo, Manai Barbarita o María Bazán; Agustín Pomposo Fernández de San Salvador como Mopso o Mopso Mexicano; Juan María Lacunza como Olitab, Aznucal, El Inglés, Launza El Inglés, Zanluca Launzac, J. ML o Canazul; José Manuel Sartorio como Partenio o PartenioTorsario; Francisco Uraga como Dr. AguarAguar; Antonio Salgado como Atonsalniogado; Anastasio de Ochoa y Acuña como Damón y después como Astanio, Atanasio de Achoso, el A.O. y Ucaña, y El Tuerto;⁹ Ramón Quintana del Acebo como Dametas, Iknaat y El Tío Carando; José Mariano Rodríguez del Castillo, primero como Amintas y luego fue Tirsis; Juan Wenceslao Sánchez de la Barquera como El Zagal Quebrara y El Caballero Arbueraq. Se calcula que en la Arcadia hubo cerca de 120 poetas independientemente de los prosistas. Los cinco géneros principales de que se ocuparon los árcades fueron: bucólico, amatorio, religioso, satírico y político En cuanto a las formas poéticas la gama es muy amplia: arias, canciones, cancioncillas, cantares, cantos, cantinelas, cánticos, coplas, cuartetas, diálogos, discursos, églogas, elegías, endecasílabos, endechas, epístolas, epitafios, estribillos, idilios, juguetillos, madrigales, eneasílabos, polacas, quintillas, redondillas, enigmas, sátiras, seguidillas, séptimas, sextinas, silvas, tercetos y trovas. ¹⁰

    Al tema bucólico o pastoril, característico de todas las arcadias, se une

    la variante de la composición anacreóntica que de manera breve y abstracta canta al esplendor sensual y la exaltación de los sentidos. En ella se menciona el rítmico correr de los arroyos, los movimientos de una danza; el colorido floral, paisajes típicos, la ternura de las aves y las caricias de quienes se aman, así como otras características de la población colonial: los currutacos, los recetantes, la pirraquita, los planchados, el payo, el lépero y los manojitos mexicanos, catalogados como gente que por su miseria debían vivir a expensas de los demás; los semimanojitos son descritos como altaneros, criticones y arribistas que se acomodaban al amparo de las personas que gozaban de prestigio social y sacaban provecho de éstas. Se ponderan las bondades del vino en alegres reuniones y existe una marcada tendencia a la expresión de vocablos en diminutivo .¹¹

    Las odas anacreónticas en suma son hedonistas, sin dejar el decoro y caer en cantos báquicos e inmorales; fueron cultivadas a partir de Anacreonte por Catulo, Horacio y Propercio entre los clásicos, y por Petrarca, Voltaire, Gutierre de Cetina y Cadalso entre los autores del siglo XVIII; los neoclasicistas prefirieron la métrica breve para sus odas.

    Generalmente prohibidos por la censura y completamente borrados de los registros ortodoxos acerca de este periodo literario, los libros de contenido erótico o incluso pornográfico circulaban ampliamente en forma de manuscritos clandestinos. Los ideales del buen gusto se hacían a un lado para dar paso al doble sentido, al humor, a las sátiras contra la Iglesia u otros sectores sociales, y a las alusiones carnales directas; toda expresión sexual transgresora, como los manuales de posturas no autorizadas para hacer el amor o el homoerotismo, hallaba acomodo en estas publicaciones clandestinas.¹² Para el caso de Nueva España aún falta investigar a fondo estas publicaciones que sin duda alguna existieron y, al igual que en España, no deben de haber sido escasas. Como referentes generales de esta temática están los poemarios Los besos de amor, de Menéndez Valdés; Arte de las putas, de Nicolás Fernández de Moratín, que no vio la luz sino hasta el siglo XIX; Fábulas futrosóficas, de Leandro Fernández de Moratín; el Jardín de Venus, de Félix María de Samaniego, y Poesías lúbricas, de Tomás de Iriarte, único poemario que no ha sido editado recientemente. ¹³ Estas obras sensualistas no estaban exentas de crítica contra la doble moral, el celibato y la castidad; pugnaban por el divorcio y por una mayor regulación en materia de prostitución.

    En Nueva España, José María Moreno escribió una de las odas anacreónticas más representativas del periodo, dedicada al pulque, de la que reproduzco el siguiente fragmento:

    Si el vino se ha acabado,

    dadme pulque, mancebo;

    también el pulque es don

    del gran padre Lieo.

    ¿No ves cómo se me hinchan

    las venas al beberlo?

    ¿Cómo se enciende el rostro,

    cómo me late el pecho?

    Pues advierte ora en mi alma

    un entusiasmo nuevo,

    cual no inspiró jamás

    la trípode de Febo

    En los textos de tema moral, bíblico y religioso, la Virgen de Guadalupe y san Felipe de Jesús son parte de los temas mexicanos tratados por los autores de esta generación literaria. Los temas costumbristas, aunados a la definición de la identidad del mexicano, tan característica de la época, son una de las principales aportaciones de los poetas neoclasicistas a nuestras letras. Esta definición, en sus múltiples variantes temáticas, será la expresión de la incipiente nacionalidad, cuya manifestación política es el estallido de la revolución de Independencia.

    Las fábulas son también una vertiente temática importante, tanto de carácter didáctico como satírico, e inundan las páginas de los diarios y publicaciones de este periodo. Félix María de Samaniego y Tomás de Iriarte fueron los máximos exponentes del género en España, en México destacó José Joaquín Fernández de Lizardi.

    Otra modalidad de los clasicistas y neoclásicos es la didascálica, cuyos epígonos fueron asimismo Iriarte y Samaniego; esta poesía didáctica y moralizante será una influencia muy poderosa en las colonias hispanoamericanas y tendrá un reflejo tanto en la lírica de numerosos poetas como en la prosa de José Joaquín Fernández de Lizardi. Además de la poesía educativa, hay un auge de poemas dedicados a los inventos y a diversos temas científicos, lo que constituye una innovación del neoclásico en la temática que la poesía había tratado hasta entonces, y una de sus aportaciones a la historia literaria.

    LA GESTA INSURGENTE Y LOS NEOCLASICISTAS

    Varios de los intelectuales más destacados de Nueva España formaron parte de las conspiraciones para la Independencia, y muchos de ellos tuvieron que abandonar las ciudades para integrarse a las filas insurgentes. El Grito de Dolores dado por Miguel Hidalgo¹⁴ es un parteaguas en la historia nacional que da inicio a una larga y cruenta lucha de 11 años, cuyo resultado fue la Independencia y la fundación de la república mexicana.

    Algunos de los poetas neoclásicos formarán parte también de la estética prerromántica ya iniciado el siglo XIX. Entre sus temas se encuentran los paisajes locales, regionalismos léxicos y temas patrióticos y sociales En la prosa surge el ensayo periodístico como medio de difusión ideológico y literario. A partir del inicio de la lucha independentista, además de las fábulas, coplas, romances y boleras de tema patriótico e insurgente, los novohispanos editaron varios periódicos de difusión ideológica y literaria como El Despertador Americano.

    La poesía épica y heroica de las luchas independentistas, cuyos autores vivieron el periodo de la lucha armada y el nacimiento de las nuevas naciones, está representada en México por Andrés Quintana Roo (1787-1851), Francisco Manuel Sánchez de Tagle (1782-1849), Francisco Ortega (1793-1848) y Joaquín María del Castillo y Lanzas (1781-1878). Por supuesto, los gobiernistas contraatacaron, y el militar y poeta español Ramón Roca, que firmaba como Marón Dáurico, mostró su dominio del oficio poético en una oda titulada Al señor general don Félix María Calleja. Roca, al igual que Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, será una valiosa pluma al servicio de la causa realista, especialmente en la hoja titulada El Amigo de la Patria, desde donde defenderá su causa. Fernández de San Salvador, cuyo hijo Manuel y cuya célebre sobrina Leona Vicario se unieron a la insurgencia, fue un notable humanista conservador que dedicó numerosas publicaciones a defender la causa realista y atacar por todos los medios que pudo a los insurgentes. El árcade Wenceslao Sánchez de la Barquera publicó El Noticioso, una hoja que se imprimía cada tres semanas, de escaso contenido literario; los tiempos eran difíciles a causa de la censura, además muchos escritores habían abandonado la ciudad para incorporarse a la lucha patriótica.

    En el medio de las publicaciones impresas destacaron José Joaquín Fernández de Lizardi con El Pensador Mexicano (1812-1814), Alacena de Frioleras (1815-1816), El Conductor Eléctrico (1820) y muchas hojas impresas de amplia circulación; así como Carlos María de Bustamante, cuyas publicaciones representan tanto el estilo formal del neoclásico como el reflejo de la ideología imperante. Ambos fueron perseguidos por sus ideas patrióticas, y particularmente Bustamante realizará en el campo insurgente El Correo Americano del Sur (1813), editado en la ciudad de Oaxaca. Las arengas, discursos patrióticos y poemas heroicos sustituyeron a los temas campiranos y pastoriles. La urgencia de la agitada vida política estancó el desarrollo de las artes en general. Las oscilaciones entre la censura y la escasa libertad de prensa impiden tener un panorama más amplio de la producción literaria en los años de 1810 a 1821. Al triunfo de la Independencia se publica una multitud de loas y poemas patrióticos y heroicos que lo mismo exaltan a Hidalgo, Allende, Iturbide, Morelos o Guerrero.

    Para el neoclásico literario mexicano, se puede hablar de un nacionalismo incipiente que se puede seguir a través de la predilección de muchos de sus autores por temas y modismos característicos (como la Virgen de Guadalupe en la poesía religiosa o los personajes y costumbres característicos expresados en odas, elogios, sátiras o fábulas), y que va cobrando sentido y dirección conforme transcurren los años de la guerra de Independencia, durante los cuales la definición política será decisiva. Temáticamente la gesta insurgente refuerza el concepto de nacionalidad, y en este sentido se puede hablar del origen de la literatura patriótica que ocupará a todos los escritores del siglo XIX. El neoclásico no propone innovaciones formales radicales, sin embargo, este periodo de transición entre el virreinato y la República es la fragua donde se gesta el nacionalismo que no se consolidará sino hasta finales de la década de 1870, cuando se restaura la República y tiene lugar lo que algunos especialistas consideran como la segunda independencia de la república mexicana.

    El neoclasicismo mexicano es sincrónico con la corriente de los prerrománticos, ambos movimientos coexisten en los primeros años del siglo XIX, hasta la aparición indudable del romanticismo. Tras las guerras de independencia hispanoamericanas, los prerrománticos reaccionan contra el ascetismo neoclásico con creaciones léxicas mediante el uso de prefijos o sufijos inusitados; epítetos subjetivos en temas dramáticos o góticos, y repetición de vocablos o conceptos con intención efectista en la forma. En cuanto a los temas, la política ocupa un lugar preponderante y los temas sociales son comunes, así como los pedagógicos con intenciones reformadoras.

    La poesía neoclásica se mantiene en los ideales de armonía, de elevados fines en la búsqueda de lo bello ideal, casi como si al reescribirlo también se reformara al mundo real. Juan Bejarano y Frías en su obra Discurso preliminar sobre la historia del hombre honrado en fuerza de la buena educación, de 1798, y Agustín de los Arcos en Ensayos de filosofía moral o el hombre de bien, considerado según los principios de la razón, de 1763 en un original italiano, intentan moldear a un tipo ideal de ser humano. Los manuales de buenas costumbres, el buen decir y el buen actuar se convierten en una moda; Gaspar Melchor de Jovellanos, poeta y legislador asturiano, propone en su Memoria sobre espectáculos y diversiones públicas, de 1792, el reordenamiento de la sociedad para su mejor función; la educación era la vía para las mejoras en todos los ámbitos. En España se elaboran nuevas ordenanzas comerciales, militares y administrativas. Aparecen fábricas de diversas industrias, se fundan colegios y academias, aparece la prensa periódica, la lotería, la bandera nacional, el rapé francés (que en Nueva España no logró desterrar los cigarros y cigarrillos, a los que tanto hombres como mujeres eran adictos), las cafeterías y hasta el cortejo en las relaciones de los sexos se pone de moda escandalizando a las mentalidades más retrógradas. En Nueva España se fundan, entre las instituciones más importantes, en 1785 la Academia de San Carlos, en 1788 el Jardín Botánico y en 1792 el Real Colegio de Minería.

    El segundo conde de Revillagigedo, Juan Vicente de Güemes Pacheco y Padilla, virrey de Nueva España de 1789 a 1794, renovó por completo la fisonomía de la capital; estableció carreteras y correos de postas; modificó radicalmente las calles, paseos y ordenanzas urbanas; instaló el empedrado de las calles, la iluminación nocturna, organizó a los serenos y a la policía; estableció los coches de alquiler; emprendió toda clase de expediciones científicas, y fue un gran impulsor de las artes y las ciencias. A este virrey ilustrado y amante de las bellas artes se le considera el mejor gobernante de la era colonial.

    A pesar de los adelantos administrativos y tecnológicos, la censura para publicar continuó en vigencia durante la ilustración hispanoamericana, el Tribunal de la Inquisición revisaba todos los manuscritos y los calificaba severamente, lo que, como vimos arriba, no impedía que circularan los manuscritos o libros prohibidos. De hecho lo prohibido también se puso de moda en la sociedad ilustrada novohispana.

    El neoclásico mexicano es el equilibrio frente a los desbordamientos prerrománticos y la insistencia en la búsqueda de la belleza en sus versos de perfección formal. Coincido con Joaquín Arce en que el neoclásico no debe ser considerado peyorativamente, ni como un movimiento reaccionario que buscaba una vuelta atrás, ya que su actitud contestataria frente al barroco y sus innovaciones formales abrirán el camino hacia nuevas formas poéticas partiendo de su rigor léxico, y hacia un nuevo sentido métrico a partir del retorno a las formas cerradas, lo que permite que se recuperen y se innoven formas rítmicas, con múltiples variantes. Las pausas y la distribución de los periodos rítmicos distanciarán esta poesía de la de sus contemporáneos prerrománticos, que rompen el léxico, la sintaxis, la métrica y el ritmo .¹⁵

    De las mismas plumas surgen versos con influencia barroca, neoclásica y prerromántica; en el ámbito hispanoamericano no es extraño, como ya lo vimos, hallar estas contradicciones en algunos autores. En su afán de ruptura con el antiguo régimen buscan el máximo rigor en la técnica. Tanto los neoclásicos como los prerrománticos coinciden en la búsqueda de un ideal de libertad, en el plano estético y en el de las reformas sociales y el patriotismo. En este sentido, el plano literario se corresponde con el entorno social, y los ideales de esta corriente literaria, estrechamente vinculados con el mejoramiento de la sociedad y el ser humano, se reflejan constantemente en los textos de sus autores. La importancia del neoclásico es la de ser el periodo de ruptura con la tradición dominada por la religión, y dar paso a la poesía moderna, laica y racional.

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    José Manuel Sartorio (1746-1829)

    RAQUEL HUERTA-NAVA

    José Manuel Mariano Aniceto Sartorio Cano nació en la ciudad de México el 17 de abril de 1746; sus padres fueron el italiano Jorge José Sartorio y Catalina Cano. Estudió latín con Ildefonso Falcón y tuvo una extensa formación. Realizó sus estudios en el Colegio de San Ildefonso con los jesuitas, en donde estuvo becado hasta 1767, año de la expulsión de la Compañía de Jesús del territorio dominado por España; al igual que los demás alumnos de los jesuitas, quedó marcado por la violenta expulsión y esto influirá el resto de su vida. Dominó varias lenguas, incluidos el francés y el italiano; llegó a poseer una biblioteca de cerca de cuatro mil volúmenes entre los cuales seguramente, dado su papel de censor oficial, debió de haber un buen número de libros prohibidos. Sartorio tenía fama de ser un excelente orador. Nunca ascendió del cargo de presbítero, Henríquez Ureña supone que esto se debió a su condición de mexicano y a haber sido un destacado alumno jesuita, pues incluso para ordenarse como sacerdote tuvo un conflicto con el arzobispo Núñez de Haro por su adhesión a los conceptos teológicos de Suárez, uno de los teóricos predilectos de Miguel Hidalgo,¹ y que también fue sometido a ocupar cargos menores a su rango.

    A pesar de estas limitaciones, Sartorio ejerció diversos cargos de importancia, fue rector del Colegio de la Asunción, adscrito a la Catedral metropolitana; catedrático de historia y disciplina eclesiásticas en el Seminario Correccional de Tepotzotlán; capellán del Convento y Hospital del Espíritu Santo en México; rector y capellán de la Casa de Misericordia; capellán penitenciario del Cristo de Santa Teresa y del monasterio de Religiosas de Jesús María; prefecto espiritual de cárceles; pro secretario del Cabildo metropolitano. Fue comisionado por el virrey como censor de obras teatrales y, por parte de la Mitra y la Jurisdicción Real, como censor de libros y periódicos; fue además examinador sinodal del Arzobispado de México, presidente de la Academia de Ciencias Morales de San Joaquín e igualmente de la Academia de Humanidades y Bellas Letras de San Ildefonso.

    Durante las conspiraciones para la Independencia, formó parte de la sociedad secreta de los Guadalupes,² y es posible suponer que él era Nemoroso, seudónimo de uno de los corresponsales de Leona Vicario y uno de los que ella jamás delató a riesgo de perder la vida.³ Sartorio se hallaba libre de sospechas de su participación en las conspiraciones, el régimen virreinal le tenía tanta confianza que era uno de los censores para los manuscritos que se debían imprimir en la colonia, pero cuando se negó a obedecer las órdenes virreinales de predicar en el púlpito contra la insurgencia, se volvió sospechoso ante los inquisidores, quienes ordenaron su aprehensión. Fue salvado de la prisión por la intercesión de su principal protectora, la condesa de Regla, a quien Sartorio dedica varios poemas a lo largo de su vida. Los condes de Regla también pertenecían a la orden secreta de los Guadalupes. ⁴

    En las primeras elecciones populares para los representantes ante las Cortes de Cádiz, fue electo por la Parroquia de San Miguel en compañía de Carlos María de Bustamante, al triunfar la Independencia fue vocal de la Junta Provisional Gubernativa y fue uno de los firmantes del Acta de Independencia de la Nación Mexicana el 28 de septiembre de 1821; el conde de Regla fue otro de los firmantes. José Manuel Sartorio tuvo a su cargo el honor de oficiar la misa de la declaración solemne de la Independencia en la Catedral metropolitana.

    Miembro fundador de la Arcadia mexicana, bajo el seudónimo de Partenio, Sartorio gozó de respeto durante el efímero Imperio de Iturbide, quien le concedió la Cruz de Guadalupe; estuvo a punto de sufrir un exilio por esta causa al ser considerado traidor, pero dado su prestigio entre los primeros insurgentes por su destacado aunque invisible papel durante la primera conspiración, y dada su avanzada edad, se le permitió vivir en México. Leona Vicario lo cuidó y protegió hasta su fallecimiento por causas naturales el 28 de enero de 1829.⁵ La Archicofradía de la Misericordia celebró sus exequias solemnes en el Templo de la Santa Veracruz, de donde era ministro, la oración fúnebre fue leída por José María Torres Guzmán, rector del Colegio de San Ildefonso.

    Sartorio es fundamentalmente un poeta místico, un poeta mariano, y esta vocación, así como la de las letras, se reveló desde su más tierna infancia:

    Su padre le dio las primeras lecciones para conocer las letras de nuestro alfabeto; y sin necesidad de la segunda él las conoció todas, sin equivocar ni una; ya se le preguntasen en el orden que tienen; ya se le colocasen separadas y en desorden. Quiere aquél enseñarle a juntar las letras para formar el vocablo y, dirigiendo el discípulo su vista a la parte opuesta de la que se

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