El corrido: Construcción poética
Por Aurelio González
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El corrido - Aurelio González
AURELIO GONZÁLEZ
El corrido:
Construcción poética
Primera edición: 2015
Diseño de la portada: Natalia Rojas Nieto
Diseño de interiores y traducción ePub: Ernesto López Ruiz
D. R. © Aurelio González
D. R. © El Colegio de San Luis
Parque de Macul 155
Fracc. Colinas del Parque
San Luis Potosí, S. L. P. 78299
ISBN: 978-607-9401-84-9
Hecho en México
ÍNDICE
Introducción
El corrido: una expresión de la balada hispánica
El estilo del Romancero
El romancero en México
El surgimiento del corrido
El lenguaje del corrido
Temática del corrido
Del romance al corrido
Estilo y forma
Doble vertiente: popular y tradicional
Fórmulas y motivos compartidos
Cómo vive el corrido
Origen
Los transmisores
La vitalidad de las hojas volantes y pliegos
El corrido de circunstancias
Narratividad y descriptividad en el corrido
La narratividad
La descriptividad
Tópicos caracterizadores
El gallo
El caballo
La pistola
Los héroes de los corridos
Héroes novelescos
Héroes épicos
Elementos tradicionales en el corrido actual
El corrido actual
Elementos tradicionales en el corrido actual
Selección de corridos
Los quinientos novillos. Corrido de Kiansis
Los quinientos novillos. Corrido de Kiansis
La Carambada
Macario Romero
Macario Romero
Heraclio Bernal
Heraclio Bernal
Gregorio Cortez
Gregorio Cortez
El hijo desobediente
El hijo desobediente
Rosita Alvírez
Rosita Alvírez
El caballo Mojino
El caballo Mojino
El descarrilamiento de Temamatla
Corrido de Cananea
El cuartelazo felicista o sea la Decena Trágica en México
La muerte de Emiliano Zapata
Corrido de la toma de Zacatecas
Corrido de la toma de Zacatecas
Mañanitas de Benjamín Argumedo
Corrido del asalto a Dulces Nombres
Valentín de la Sierra
Valentín de la Sierra
Simón Blanco
Los tequileros
La carga blanca
El León de la Sierra
Bibliografía
Introducción
El punto de partida de este libro es una serie de artículos publicados a lo largo de varios años, los cuales se recogen en la bibliografía final. En muchos casos el trabajo original sólo ha sido utilizado de manera parcial, y en todos ha sido revisado y actualizado. También se han integrado materiales nuevos y se han ajustado ideas y planteamientos teóricos.
Fuentes más usadas de los textos citados:
En cuanto a las citas, para facilitar la lectura, se dará la referencia completa la primera vez que se mencione una obra en cada capítulo.
El corrido: una expresión de la balada hispánica
EL ESTILO DEL ROMANCERO
Quizá la balada sea la forma más difundida de la poesía narrativa de tradición oral en el mundo, entendiéndola como un género épico-lírico que acepta multitud de variantes y grados de combinación, así como presencia de elementos épicos y lírico-descriptivos. En muchas ocasiones el término balada se acompaña de la palabra internacional, ya que el género tiene una extraordinaria difusión al grado de que casi se podría considerar como una expresión universal, aunque con múltiples matices y dependiendo de los contextos sociales y las épocas históricas.
Las baladas se componen de manera básica para el canto (con o sin acompañamiento instrumental) y a lo largo de los siglos han tenido una intensa vida comunitaria como canciones narrativas para acompañar danzas y bailes, mantener el ritmo de faenas agrícolas o tan sólo para aligerar el trabajo, para arrullar a los niños como canciones de cuna, o ser estrictamente noticieras y reflejar incluso las hazañas de héroes en momentos épicos y contextos de crisis.
Desde luego, una de las formas más vitales de la balada en el mundo es el Romancero, al cual podemos calificar como la expresión hispánica de la balada, cuyo corpus abarca hoy en día más de siete siglos de documentación y una dispersión geográfica que cubre desde luego toda la península ibérica, todo el continente americano, las islas atlánticas de Canarias, Azores y Madeira, de donde salió con los emigrantes portugueses al Canadá, el norte de África (en especial Marruecos) y muchas zonas del Mediterráneo Oriental (Grecia, Bosnia, Turquía, Siria, Israel), adonde fue llevado por las comunidades sefarditas; y algunas zonas de Asia como Goa o Filipinas, adonde llegó con la expansión española y portuguesa a partir del siglo XVII. Hasta nuestros días en el siglo XXI, los romances los han venido cantando o recitando, manteniendo distintos grados de vitalidad, los más diversos pueblos de habla española (tanto castellana como gallega, catalana o incluso vasca), portuguesa y judeo-española (o sefardí) que se encuentran repartidos por todos los continentes.
Entonces, cuando hablamos del Romancero tradicional
nos referimos al conjunto de la poesía baladística de los pueblos lingüísticamente hispánicos, transmitido de manera oral y mantenido en la memoria colectiva de generación en generación, y abierto siempre a una continua renovación textual y refuncionalización de sus significados.
Con acierto, Diego Catalán ha considerado que "el corpus del Romancero no tiene hoy rival entre los grandes corpora documentales de la literatura oral del homo loquens".¹ Esta afirmación se basa tanto en la riqueza temática del Romancero como en la cantidad de versiones recogidas, su dispersión geográfica y su amplitud temporal (documentalmente, casi seis siglos desde que Jaume de Olessa, estudiante mallorquín en Italia, transcribió la primera versión conocida de un romance en 1421).
Aunque básicamente es una expresión de literatura de tradición oral, desde la Edad Media —y más a partir del siglo XVI—, el Romancero ha estado relacionado con distintos medios de difusión escritos o impresos. La presencia de la escritura —y sobre todo de la imprenta— no sólo incide en la difusión de los textos, sino interviene en la configuración del estilo de éstos, pues no se puede olvidar que el soporte de los textos literarios de tradición oral es la memoria colectiva y, por tanto, el lenguaje de la tradición recurre a muchos elementos que tienen una función nemónica: por ello se puede considerar que el medio de transmisión también es el estilo.
Ante las diversas particularidades de la transmisión, es claro que no todos los textos romancísticos tienen el mismo estilo; algunos textos entre los del Romancero viejo (aquellos que conocemos por medio de cancioneros y publicaciones del siglo XVI,² así como de los pliegos sueltos, dirigidos a un tipo de público mucho más amplio y de menor alcance económico) conservan los recursos del juglar, un transmisor especializado o profesional. De estos romances se dice que tienen un estilo juglaresco. Se trata por lo general de textos más largos que el común (hasta 400 versos), con abundantes fórmulas de introducción propias de un narrador ejecutante, del tipo bien oiréis lo que diría
. El resto de los romances viejos se caracteriza por el estilo tradicional, muy relacionado con la transmisión oral. Éste se apoya en el uso de fórmulas, tópicos, paralelismos, estructuras formularias, repeticiones, enumeraciones triádicas, etc., todos ellos recursos que podemos considerar como habituales del acervo comunitario literario y muy relacionados con la conservación y actualización de los textos en la memoria en el momento de la transmisión oral.
Ya en el siglo XVII, en el corpus romancístico que conocemos como Romancero nuevo aparecen textos con formas estilísticas no usadas antes; algunas de ellas son producto de una voluntad de reproducir el estilo viejo, usando una pretendida fabla
medievalizante. Se trata de romances artificiosos, derivados de crónicas históricas, compuestos con un estilo erudito que trata de imitar el de los auténticos romances viejos. A partir de los recursos de la oralidad y con la apertura de la estética barroca que acepta la coexistencia de lo culto y lo popular, algunos autores desarrollaron un estilo nuevo
mucho más artístico
apoyado en el artificio poético y el arte de ingenio, pero sin perder de vista la estética tradicional colectiva, e incluso con un aire popular.
Por otra parte, la imprenta encuentra en esta misma época una veta de gran aceptación popular y éxito comercial: se trata tanto de romances devotos que narran hechos milagrosos extraordinarios como aquellos que dan noticias de acontecimientos trágicos y crímenes notables. Muchos de estos textos están compuestos en un estilo vulgar, entendiendo el concepto de vulgo [como] algo que parece elaborado a partir de una experiencia literaria o en función de un fenómeno de sociología literaria, como es el del público
;³ este estilo también ha sido definido como de pliego, por el medio de transmisión preferido; o de ciego, por ser los cantores ciegos ambulantes los transmisores más frecuentes hasta bien entrado el siglo XX. Los textos llamados vulgares se caracterizan por un estilo que toma términos y estructuras de la literatura culta, pero que sigue los lineamientos del gusto popular; por lo general se difunden desde los centros urbanos donde se encuentran las casas impresoras de pliegos y hojas sueltas, y sus temas son noticias escandalosas como historias de delincuentes, crímenes, catástrofes, aventuras amorosas desdichadas, desgracias, hechos milagrosos, etc., y por lo general su variación es casi nula, pues el lenguaje no es el natural de la oralidad y, por tanto, el receptor cuando mucho simplemente los llega a memorizar tal cual los escucha; o en algunos casos, cuando sabe cómo recitarlos, los lee en el pliego suelto u hoja volante que adquirió del transmisor profesional. Así, el romance de pliego de cordel es ‘vulgar’ porque los ‘ingenios’ que componen esos poemas son peores ingenios que los que triunfan en el teatro o en la novela; no porque el vocabulario, la sintaxis o la retórica empleadas se ajusten a la vena lingüística o poética del pueblo
.⁴
Cuando el tema o rasgos estilísticos están próximos a aquellos que son habituales en los textos tradicionales, estos romances, después de modificaciones llevadas a cabo en su transmisión, pueden entrar a la cadena de transmisión oral y empezar a variar, y así pasar a formar parte del saber folclórico permanente de una comunidad: esto es, se tradicionalizan.
Estas dos facetas estilísticas, el soporte de la tradición romancística y su capacidad de refuncionalizarse, siempre en el marco de la expresión baladística, son los elementos fundamentales para entender el surgimiento, desarrollo y vitalidad de la que podemos considerar como la última expresión de la balada hispánica: el corrido mexicano.
Entonces, cuando hablamos del romance y del corrido nos estamos refiriendo a dos géneros distintos, pero relacionados de modo estrecho, en cuanto el segundo deriva del primero y ambos son expresiones particulares de un mismo gran género: la balada. Así, el romance y el corrido son dos manifestaciones poéticas épico-líricas que siguen teniendo vitalidad en cuanto se mantiene vida comunitaria y con ella sus expresiones literarias.
Pero también, como ha señalado Samuel Armistead, existen diferencias narrativas entre el romance y el corrido:
El corrido, en contraste con el romance, no suele relatar una historia. Más bien alude a una serie de detalles que a lo más pueden sugerir el transfondo de un relato, que se puede intuir. Otro aspecto de la poética del corrido —otra vez a diferencia del romance— es que el corrido tiene menos interés en la acción que en los comentarios verbales, en lo que el protagonista tiene que decir acerca de la acción.⁵
EL ROMANCERO EN MÉXICO
Desde esta perspectiva, la trayectoria de las formas baladísticas en el México contemporáneo, obviamente, se inicia con la presencia de los textos romancísticos, pues el Nuevo Mundo recién descubierto no queda al margen del gran auge que tiene el Romancero desde la primera mitad del siglo XVI. La presencia del Romancero en México se constata por una doble vía: por un lado tenemos las referencias a la tradición oral que se remontan al conocidísimo y tantas veces citado episodio del diálogo en 1519 entre Hernán Cortés y Alonso Hernández Portocarrero al avistar las costas de México, en lo que hoy es Veracruz, con versos de romances;⁶ y por otra, la presencia del material impreso llegado en forma de cancionerillos, pliegos sueltos y romanceros, la cual también está documentada a lo largo de todo el siglo XVI. Irving Leonard nos dice a este respecto:
En casi todas las listas de libros, parte de los envíos marítimos, figuran ‘Romanceros’ —o sea, colecciones de romances—, y con frecuencia son los únicos ejemplares de literatura de ficción que se despachaban junto a los áridos materiales de lectura que se consignaban a nombre de algún docto eclesiástico.⁷
En el siglo XVII, el auge del Romancero en España implica también la difusión de pliegos sueltos con romances vulgares, que desde luego también llegaron a Nueva España, donde obtuvieron el mismo éxito que en la Península. A pesar de lo perecedero que en general son todos los pliegos, han llegado hasta nuestros días algunas muestras que confirman la presencia de impresos españoles en México. Es el caso de pliegos como Relación verdadera, que trata de las insolencias, y crueldades que vnos Vandoleros andauan haziendo junto ala ciudad de Barcelona, a veynte y cinco del mes de otubre deste año de mil y seyscientos y doze (Impreso en Casa de Juan Gracián, Alcalá de Henares, 1612) conservado en el Archivo General de la Nación de México (Inquisición, vol. 478, s/c).
Durante el siglo XVIII⁸ se mantiene en Nueva España el gusto por los romances de pliego,⁹ pero también sabemos de la vitalidad de otros romances tradicionales, como Mambrú, cuya difusión se comprueba, aunque no tengamos textos recogidos en la época, por documentos circunstanciales como la denuncia que hizo Josef Monter ante la Inquisición de Zacatecas, en 1795, de una parodia descalificadora con este romance, la cual no hubiera tenido sentido si el romance no fuera popular y bien conocido.¹⁰
Además, en el siglo XIX encontramos pliegos sueltos editados en México con algunos de los romances de este estilo más populares en España como Rosaura la de Trujillo¹¹ y Verdadero romance de Lucinda y Velardo, publicado por Pedro de la Rosa en Puebla de los Ángeles en 1817.¹²
Colín reproduce en su trabajo sobre el corrido¹³ otros pliegos de esta época impresos en México, como Relación de la vida y muerte de Sansón, por el Dr. Juan Pérez de Montalván (Juan Matute, Toluca, 1836).¹⁴ Estas imprentas también publicaban textos poéticos narrativos, compuestos en México, que empiezan a contener algunos de los elementos que después serán definitorios del corrido, como Nuevo Cuando del Estrangero y Cuando de los artesanos (Juan Quijano, Toluca, 1844); Este es el mejor gobierno o caso espantoso que sucedió en la provincia de Chalco y aviso a los hijos de familia. Suceso acaecido en el pueblo de Tlalmanalco el año de 1815 (Imprenta Imperial, México, 1822)¹⁵ y Relación del castigo horrendo que tuvo un hijo desobediente que quiso matar a su padre (impresa en la calle de San Camilo número 9, ciudad de México).¹⁶
La tradición oral posterior del área de México y el sur de Estados Unidos también ha conservado algunos de estos romances de pliego; muestra de ello la tenemos en publicaciones hechas a partir de las recolecciones de campo llevadas a cabo en Nuevo México por Arthur L. Campa¹⁷ y Aurelio M. Espinosa¹⁸ en la década de 1940. Algunos de los romances vulgares recogidos por estos dos investigadores son Las dos hermanas, Los dos rivales, El hijo malvado, La incrédula transformada en loba, Francisco Moreno y Diego de Frías y Antonio Montero, Bernardo de Montijo, La infanticida y El milagro de san Antonio.
EL SURGIMIENTO DEL CORRIDO
En diversas fuentes se ha recogido otro tipo de textos de la primera mitad del siglo XIX que muchas veces se consideran como corridos, más que nada, por su contenido patriótico o de exaltación de algún personaje, casi siempre rebelde, al que se atribuye un sentido social. Como ejemplo de estas poesías, que en otro sentido (temático o funcional) en efecto son antecedentes del corrido, habría que situar composiciones como el Corrido de Carlos IV. No debe extrañar el título de esta composición como corrido: no hay que olvidar que el término tiene una gran antigüedad y difusión, pues lo encontramos ya en el Diccionario de Autoridades (1729) y lo mismo se emplea en Andalucía que en Chile; por lo tanto, no es de extrañar que se use en composiciones que no son exactamente corridos en la forma en que hoy los entendemos.
Entre las poesías de tono patriótico de la primera mitad del siglo XIX destacan textos propagandísticos de la guerra de Independencia con diversos títulos y formas, como las Mañanitas de Hidalgo, las boleras alusivas a las batallas de Aculco y del Monte de las Cruces, sucedidas hacia 1810 en los primeros años de la guerra de Independencia, o los corridos dedicados a Morelos¹⁹ como prócer independentista; o, algunos años después, las décimas sobre el padre Jarauta,²⁰ rebelde que combatió a las tropas estadounidenses en Guanajuato y que fue fusilado en 1848. Después se recuerdan las canciones compuestas hacia 1867 y dedicadas a Maximiliano durante la Intervención francesa, que también alcanzaron gran popularidad.²¹ Las composiciones de mediados o principios del siglo XIX por lo general carecen de esa estructura narrativa, por lo que no se pueden considerar como verdaderos corridos. En otro sentido, dichas composiciones sí son antecedentes del corrido por su tono épico-lírico que trata de reflejar, en torno a un personaje, acontecimientos no siempre históricos.
Para Vicente T. Mendoza sólo es cuando se cantan las hazañas de algunos rebeldes al gobierno porfirista
, en el último cuarto del siglo XIX, que se puede decir que surge de verdad la forma baladística que conocemos como corrido. Este investigador considera que ese momento es propiamente el principio de la épica en que se subraya y se hace énfasis en la valentía de los protagonistas y su desprecio a la vida
,²² con lo cual define al corrido en una dimensión épica que descarta de hecho toda la vertiente novelesca, la cual, desde nuestro punto de vista, asimismo es parte esencial de la temática del corrido. Las historias que cuentan los corridos van a tener entonces dos tipos de héroes: épicos y novelescos, aunque sus características en muchos casos van a ser compartidas.
En México se puede decir que se establece una relación dialéctica intragenérica en términos de romance —tradicional y vulgar— y corrido. Díaz Roig puntualiza que las mutaciones del género peninsular se deben a una