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La mala jugada: La mala jugada
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Libro electrónico113 páginas1 hora

La mala jugada: La mala jugada

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Tete, Chirris, Carlangas, Suárez, Pelón y Juanjo son un grupo de amigos que está a punto de salir de la primaria. Además de su amistad, su gusto por jugar futbol, vagar por su barrio, las travesuras… y por supuesto sus problemas, los niños también comparten la fascinación por Dulcemaría. Un día les proponen un negocio aparentemente muy bueno. Ellos
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ene 2022
ISBN9786076219140
La mala jugada: La mala jugada
Autor

Rogelio Guedea

Rogelio Guedea (México, 1974) es un prolífico y galardonado autor mexicano que se desenvuelve con maestría en varios géneros. Licenciado en Derecho por la Universidad de Colima y doctor en Letras por la Universidad de Córdoba, con un posdoctorado en Literatura Latinoamericana por la Texas A&M University (EEUU), fue becario del Fondo para la Cultura y las Artes en tres ocasiones y director de la colección de poesía El Pez de Fuego. Es autor, entre otros, de los poemarios Kora"" (Premio Adonais 2008) y Mientras olvido (Premio Internacional Rosalía de Castro 2001), y de las novelas 41 (Premio Memorial Silverio Cañada 2009 y Premio Interamericano de Literatura Carlos Montemayor 2012), ""La mala jugada"" y ""El crimen de Los Tepames"". En 2019 fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua en Colima.""

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    La mala jugada - Rogelio Guedea

    1

    La Pititos nos citó este sábado a las diez de la mañana, pero todos llegamos a las diez y media. Tal vez por eso la encontramos a mitad del lote baldío con las manos empuñadas en la cintura. Le falta nada más un pelo para que nadie dude de que se trata de una escoba parada.

    —Está bien enojada —dice Juanjo, apenas la ve.

    Los ojos de Chirris saltan como un resorte. Suárez se pone pálido como si tuviera tifoidea. Atravesamos el lote y nos detenemos a unos cuantos metros de distancia de ella, no vaya a ser que nos fusile. La Pititos adelanta su nariz aguileña dos palmos y dice con su voz de corneta:

    —Por eso este país está como está —luego se inclina, toma cuatro palas y agrega—: pero ésta es la oportunidad de que lo transformemos, muchachos.

    A Chirris se le atranca una risotada entre los dientes, pero la Pititos, que ahora se ha inclinado para tomar los picos, no lo nota. Suárez se rasca la cabeza. Yo no sé de qué se trata todo esto.

    Una vez que la Pititos reparte las palas y los picos, nos explica que el motivo de esta citación es porque entre las funciones que tiene como presidenta del Comité de Barrio está la de prohijar acciones, en aras de coadyuvar en la metamorfosis espiritual de los colonos, sobre todo de los más jóvenes. Todo esto lo dice nombrando a filósofos y moviendo de aquí para allá su dedo huesudo, que parece la batuta de un director de orquesta. Cuando termina su discurso, Chirris le pica las costillas a Suárez. No ha entendido ni papa de esas palabras tan filosóficas de la Pititos. Suárez levanta las cejas y traga dos toneladas de saliva. ¿De qué se tratará todo esto?, me sigo preguntando.

    La Pititos, que tiene marido, pero como si ni lo tuviera porque la que da las órdenes en su casa es ella, nos pide que la sigamos.

    Nos colocamos en fila india y la seguimos por la veredita que cruza los dos lotes baldíos, que colindan con su casa. La casa de la Pititos no es una casa, sino un palacio. Dicen que en su azotea aterrizan platillos voladores. Nos detenemos junto a la llave de agua. Rompemos la fila y hacemos un semicírculo, de frente a ella. Todos prestando mucha atención a cada uno de sus movimientos.

    —Aquí dentro está el líquido vital que convertirá la tierra estéril en un floreciente campo de cultivo —dice la Pititos recorriendo con la mirada todos los rincones del lote baldío y un poco más allá, como si entre sus pretenciones estuviera extender su reino hasta la siguiente cuadra.

    Olvidé decir que, con excepción de donde estamos parados, todo el lote baldío está cubierto de maleza, que está hecha bolas en pequeños mazacotes de arena y piedra. Es una cochinada. Juanjo empieza a apretar los labios contra sus dientes de conejo, justo cuando la Pititos deja por fin de darle vueltas al asunto y va al grano. Entonces, nos explica de lo que se trata el negocio. Primero limpiaremos el lote y después ella lo dividirá en partes iguales para asignarnos a cada quien un pedazo. En él sembraremos pepino, rábano, cilantro y otras hortalizas. Lo que cosechemos lo vamos a vender en las tiendas de abarrotes de los alrededores o en el tianguis que se pone los sábados abajo del Parque Hidalgo.

    —El dinero que saquen es para ustedes —dice la Pititos abriendo mucho los ojos para dejar claro que se trata de un jugoso negocio.

    Todos nos volteamos a ver con cara de nos acabamos de sacar la lotería. Bueno, no todos. Chirris permanece con su clásica mueca de garrapata. No parece muy contento. Tal vez por eso, la Pititos agrega:

    —Mis ganancias serán verlos transformados en hombres de bien —y al terminar de decirlo clava sus ojotes en los ojitos de chivo de Chirris.

    —Sí, Pititos —se le sale decir a Chirris.

    —¿¡Qué dijiste!? —grita la Pititos, quien no sabe que le decimos así.

    —Que le gusta el huevo frito —se entromete Suárez para salvar a Chirris del fusilamiento.

    —¡Ah, bueno! —la Pititos abre la llave de agua y deja salir un chorro que surca la tierra en dos y se abisma entre los matorrales—. Duerman bien esta noche porque mañana les espera un trabajo duro —cierra la llave, se da la media vuelta y regresa a su palacio.

    2

    Cuando la Pititos desaparece tras el portón de su palacio, todos nos quedamos mirando con la baba de fuera. Bueno, no todos. Chirris todavía no termina de creer nada de lo que ha dicho la presidenta de nuestro Comité de Barrio.

    —Nos quiere ver la cara de tontos —dice Chirris arrojando al suelo el pico y la pala.

    Juanjo interviene para decirle a Chirris que es nada más su cabeza loca la que crea esas figuraciones, como siempre. Cuando Juanjo habla, habla. No por otra cosa dice la mamá de Pelón que se le ve que será presidente de la República cuando sea grande.

    —Se ve que la Pititos realmente quiere hacer de nosotros unos hombres de bien —opina Suárez.

    Chirris nos mira a todos de arriba abajo sin decir nada. Prefiere guardar sus presentimientos para otro tiempo. Se agacha de nuevo y toma el pico y la pala. Echa aire caliente por la boca y, decidido a no dudar más de las buenas intenciones de la Pititos, pregunta:

    —¿Vamos a visitar a Carlangas?

    —Vamos —decimos todos.

    Volvemos de nuevo por la veredita por la que habíamos llegado. Caminamos como los siete enanos cuando van a trabajar a la mina de oro. De pronto, como si hubiera despertado de un sueño de mil años, dice Chirris:

    —Pero si nos engaña, le voy a dar un palazo a la vieja pelos de escoba.

    —¡Ya, pues! —dispara Juanjo.

    Yo mejor no digo nada. Voy callado pensando en lo mal que debe sentirse Carlangas con sus dos pie tuvieron que eny la cintura. Ya dos semanas sin poder salir a jugar futbol con nosotros. Lo único bueno es que no tiene que ir a la escuela. Ni hacer tareas. Ni mucho menos sacar la basura en las noches o barrer el corredor de su casa. Mientras bajamos la calle empedrada, les comento lo bien

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