No dicen nada cantan: Antología (1964-2012)
Por Enrique Fierro y Sean Manning
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No dicen nada cantan - Enrique Fierro
NO DICEN NADA CANTAN
No dicen nada cantan
Antología (1964-2012)
ENRIQUE FIERRO
Edición y prólogo
ALBERTO VILLANUEVA
Compilación de textos
SEAN MANNING
Fondo de Cultura EconómicaPOESÍA
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 2022
[Primera edición en libro electrónico, 2023]
Distribución mundial
D. R. © 2022, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México
Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com
Tel. 55-5227-4672
www.fondodeculturaeconomica.comDiseño de la colección: León Muñoz Santini
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
Imagen de portada: iStock/xeni4ka
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere
el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-7586-6 (rústico)
ISBN 978-607-16-7732-7 (ePub)
Impreso en México • Printed in Mexico
SUMARIO
En el tenaz silencio del exilio
,
por Alberto Villanueva
Agradecimientos
De De la invención (1964)
De Entonces jueves (1972)
De Mutaciones, 1 (1972)
De Impedimenta (1973)
De Capítulo aparte (1974)
De Breve suma (1976)
1/2 (1977)
De Trabajo y cambio (1977)
De Textos/pretextos (1978)
De Días con perro (1980)
De Ver para creer, causa perdida, estaba escrito: para una crítica de la razón poética (1980)
De Fuera de lugar (1982)
Ristra (1984)
De Calca (1986)
Quiero ver una vaca (1989)
De La clave, el tono (1991)
Homenajes (1991)
Travestía (1992)
De La savia duda (1996)
De Cuerpo extraño (1996)
De Hechos, desechos (1997)
De Contra la distancia (1997)
De Mutaciones, 2 (2002)
Último Podestá (2003)
Reunir voces de (2003)
De Queda (2004)
Ramos por Enrique Fierro (2009)
De Resta (2010)
De Fraude (2012)
Bibliografía
EN EL TENAZ SILENCIO DEL EXILIO
La poesía de Enrique Fierro (Montevideo 1941-Austin 2016) desde el comienzo sabe que el lenguaje y la realidad dados son más que insuficientes para designar o, mejor dicho, roer un lugar donde trabajo y cambio puedan hacer posible un mundo. Así dice, por ejemplo, en su poema PUERTA SIN FIN
, luego epígrafe a su libro Trabajo y cambio (1968-1971):
Máquina de pensar ENTONCES
¿surge? hasta
el cuento que cuenta que la noche sí/
no
cuenta que el cuento Y
LA NOVELA ¿roe?
MANZANA/PEZ de/para
¿trabajo
y cambio?
Ese mundo que pudiera tal vez coincidir con el de las explicaciones realizadas por (el árbol de) la ciencia —cuando atribuirles un grado cero
resulta insuficiente—, o sea, abierto a la posibilidad de ser un mundo más afín a la realidad, infinitamente coincidente
. El poema volcado hacia el origen del cuento que cuenta
, pero no como un retorno sino como una invención, una ratificación del acto transgresivo, salir de la eternidad, trabajar. Si observara/ con los ojos del entendimiento,/ si arrojara de sí/ las tinieblas de la ignorancia:
, escribirá en el poema siguiente, ENTONCES Y CON AYUDA DE DIOS
, por si no captamos de qué cuento original se trata. Si escribir es obrar con las palabras de superficie, obrar en profundidad es entonces transgredir las leyes del propio lenguaje y la realidad que denota, la prisión abstracta y antinatural.¹ Así, por este obrar en desmesura, por el canto, se abre el camino hacia el mundo de las sombras, deriva órfica hacia un centro (Eurídice) —y refiero en concreto a las señales visibles ya en su primer libro: De la invención (1962-1963)—, centro al cual, recuérdese, no se puede mirar, al que hay que llegar por rodeos, un merodeo prolongado que implícito conlleva el olvido de la prohibición y cae así en la paradoja de ser culminación y destrucción de la obra, ante la fugaz visión de una inmensa nada y (re)comienzo del poema ex nihilo.² De modo que el deseo del mundo por la escritura es inevitable y llegada ésta a un punto, es un fracaso manifiesto. Enrique Fierro habría decidido que la única manera que queda o haga posible alguna verdad, un sentido, después de digamos Borges o Kafka o Walser o Bazlen o Bernhard o Beckett o Rulfo o Vallejo o Felisberto Hernández o Westphalen o Carlos Real de Azúa o de unos pocos más, todos ellos enfrentados de una u otra manera a la imposibilidad de alcance alguno por la escritura, sabedores de que en cuanto lectores (fértil la mirada
, pide) sólo cabe escribir si acaso notas al pie desde una forma a todo riesgo, una desmesura. Por eso sus poemas quedan como cicatrices de una "guerra (a muerte)", y aquí y allá hay alguno que se (de)muestra:
LA(S) PALABRA(S)
La paciente
y obligatoria/
mentencontradas rimas del tiempo
me piden paz, después.
No les concedo:
sólo guerra
—a muerte— de/
a la palabra, sorda
que se puso a gritar
y no entendemos.
Donde la sintaxis se interrumpe y gira buscando afanosa: así cuando llega al neologismo mentencontradas
(índice de una necesidad nominal o más bien adjetival en este caso), conecta con el título plural del poema y con el núcleo nominal subsiguiente, hasta la negativa a conceder (porque habrá que repetir la acción una y otra vez), y rompe con el grupo singular anterior vinculado al título en singular. Las palabras en el poema recuperan sus poderes y pierden otros manidos desde una forma, una sintaxis, que las une en otra disposición ajena a la palabra, hasta su próximo desgaste; así, entrar en el poema dispuesto de esta manera es dejar en evidencia la vocinglería (y la masa de escritura de superficie), salir de la palabra paralizante.
Es que no se trata ya de utopías sino de un pensar a tientas y dudas desde la fragilidad resbaladiza en que ha quedado el poema después del fracaso estridente, por ser afirmativo, de las vanguardias. Lugar este que se asume, no al cual se cae por inercia como sucede a menudo, lugar nada confortable que se niega a dejarle mucho espacio a una lírica, empujándola sin cesar para que allí quede un resto para lo Otro, que pueda discurrir con signo contrario. Tampoco se ha dejado sorprender por la seriedad, no ha querido entrar en el paraíso del tonto solemne
. O sea, con frecuencia obsesiva desde sus inicios de escritor contaminado por los Bartleby, los del centro vacío
del no (y no digo que ya entonces hubiese leído el libro de Melville, y, además, recuérdese que este personaje no leía ni el periódico, hablo de una disposición vital), se vuelca hacia una indecibilidad —de fuerte tradición en la literatura occidental, como he anotado— aunada, ¿por qué no?, al disparate, ahora en el corazón de la tradición española hasta su expositor más meticuloso, José Bergamín, quien se acerca a Enrique Fierro tal vez aún antes de ciertas afinidades electivas en lo personal, como se sabe, por intermediación de su esposa, Ida Vitale, que fuese discípula en el exilio montevideano del español (entre 1947 y 1954).
De ese substratum íntimo de lo español que es el disparate; la pura invención disparatada, expresión extrema, como digo, definitiva, de la vida
, escribirá Bergamín, con un ejemplo inicial en esos dos célebres disparados dispares inventados por Cervantes.³ He aquí una muestra del disparate en funciones, y arte poética:
ÚNICA RESPUESTA
Abstinencia verbal,
ayuno de colores,
razones o juicios
inmutables, desprecio
de la música:
agonías,
venenos y visiones
(trama de tu poesía)
restablecen la muda
música del poema.
Abstinencia y ayuno
que designan renuncias sobreentendidas para el anacoreta y el místico de la tradición religiosa española, pero aquí es otro el disparate que surge del chispear de los desplazamientos del sentido por contigüidades inesperadas. El poema como un puro disparate que culmina en restituirse a una muda música
y, todavía, ecos de Keats resonado en [t]he unheard music
de T. S. Eliot. Al mismo tiempo, vienen reflejos de Tristan Corbière y de otro montevideano, Jules Laforgue, en el tratamiento burlón de la persona poética, la burla que es otra manera de disparar el disparate
. Cuando Bergamín refiere como ejemplares el claro disparate de Goya y el clarísimo, clarividente de Picasso
, añade que nos entran, como suele decirse, por los ojos. Por los ojos, sensiblemente, y sin tenerlo siquiera que pensar
.
Esa primera persona no asoma a menudo, aun cuando