La azucena milagrosa
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La azucena milagrosa - Angel Saavedra. Duque de Rivas
Ángel de Saavedra. Duque de Rivas
La azucena milagrosa
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Créditos
Título original: La azucena milagrosa.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-153-1.
ISBN rústica: 978-84-9816-061-1.
ISBN ebook: 978-84-9897-533-8.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
La azucena milagrosa 9
Primera parte 22
Segunda parte 51
Tercera parte 79
Libros a la carta 115
Brevísima presentación
La vida
Duque de Rivas, Ángel Saavedra (Córdoba, 1791-Madrid, 1865). España.
Luchó contra los franceses en la guerra de independencia y más tarde contra el absolutismo de Fernando VII, por lo que tuvo que exiliarse a Malta en 1823. Durante su exilio leyó obras de William Shakespeare, Walter Scott y Lord Byron y se adscribió a la corriente romántica con los poemas El desterrado y El sueño del proscrito (1824), y El faro de Malta (1828).
Regresó a España tras la muerte de Fernando VII heredando títulos y fortuna. Fue, además, embajador en Nápoles y Francia.
La azucena milagrosa
Dedicado a don José Zorrilla.
Introducción
Si envolviste mi nombre en el perfume
de tu «silvestre», mágica «azucena»,
en donde se compendia y se resume
toda la gala de tu rica vena,
de agradecida mi amistad presume,
y mi voz, aunque ya cascada suena,
el don te ofrece de sabroso cuento,
a quien da otra azucena el argumento.
No es contender ni competir contigo,
en quien de Calderón arde la llama;
que solamente admiración abrigo
por tu renombre y brilladora fama,
pues raros hay que desde tiempo antiguo
merezcan como tú la verde rama,
que corona tu sien, claro Zorrilla,
lumbrera del Parnaso de Castilla.
¿Ni cómo competir numen helado,
que al Occidente rápido declina,
con el que joven en cenit sentado,
bebe del Sol la inspiración divina?...
Oiga tu acento el orbe entusiasmado
las nubes cruza, entre los astros trina;
mientras tocando el fin de mi viaje,
doy tibia luz a un pálido celaje.
Fe santa y verdadero patriotismo
dieron voz a los bélicos clarines,
despertando el valor y el heroísmo
de los nobles hispanos paladines,
para lanzar el torpe mahometismo,
que aún del reino asombraba los confines,
y plantar de Granada en el turbante
la bandera del Gólgota triunfante.
Resonó por los ámbitos de España,
que el mar circunda y el Pirene cierra,
conmoviendo hasta la última cabaña,
el santo grito de tan justa guerra.
Y llegó pronto a una feraz campaña,
que en torno abriga de León la sierra,
de Nuño Garcerán antiguo estado,
por sus mayores con valor fundado.
Sobre gigante loma que domina
oscuro el bosque, fértil la llanura,
y un hondo y ancho valle, en que camina
torrente fugitivo de la altura,
el almenaje carcomido empina,
y timbres y follajes de escultura,
como solo señor de aquel espacio,
presumiendo de alcázar, un palacio.
Toscos los muros son, pero en su seno
ofrecen comodísima vivienda,
con jardín a su espalda tan ameno,
como huerto de mágica leyenda.
Pues de arbustos y varias flores lleno,
y cortado por una y otra senda,
ostentaba a la vista y al olfato
brillantes tintas y perfume grato.
Y el sabroso rumor de la sonrisa
de una fuente de mármol que chispea,
y el murmullo apacible de la brisa,
y el de las verdes ramas que menea;
y eco, que los repite en voz sumisa,
y el ave que los álamos gorjea,
formaban deliciosa consonancia
con selvas y torrentes a distancia.
Larga cadena de empinados riscos,
o más cerca o más lejos del palacio,
coronados de encinas y lentiscos,
circundan de su término el espacio.
Y desnudas de chozas y de apriscos,
mas no de nieves del invierno reacio,
cierran en derredor los horizontes
rudas cervices de gigantes montes,
ofrecen en sus quiebras y recuestos
ejercicio a los perros y neblíes;
garzas y aves diversas para aquéstos,
para aquéllos cerdosos jabalíes.
Y para el cazador ocultos puestos
do a palomas selváticas turquíes,
y a tórtolas, amor de las florestas,
redes tender, o disparar ballestas.
La llana y ancha vega parecía
en marzo campo inmenso de esmeraldas,
y cuando abril en ella sonreía,
alfombra de amapolas y de gualdas,
que el rojo Sol de julio convertía,
inundándolo todo hasta las faldas
de los montes, en mar de espigas de oro,
cual no lo ven ni el Sículo ni el Moro.
Del otoño feraz frutos opimos
ostentaban los huertos y cañadas,
almíbares brotando