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La noche en blanco de Mallarmé
La noche en blanco de Mallarmé
La noche en blanco de Mallarmé
Libro electrónico127 páginas1 hora

La noche en blanco de Mallarmé

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Los poetas suelen situar en algún relato personal, y más o menos mítico, el origen de su tentativa literaria. Uno de los más estremecedores e influyentes relatos de este tipo es el que Mallarmé testimonió en sus cartas durante una crisis nerviosa que sufrió a los 23 años de edad: "La noche en blanco", a partir de la cual elaboró a lo largo de su vida la concepción de una obra pura. Este relato, que definió en la modernidad toda una tradición poética y de pensamiento, es el punto de partida del presente libro, donde la autora somete esa noche en blanco a un intenso cuestionamiento centrado en la duda acerca del alarde del poeta sobre su incapacidad de escribir. El resultado es una visión fresca y frontal, por momentos iconoclasta, pero también devota. Una luz oblicua sobre la efigie de Mallarmé.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 sept 2010
ISBN9786071602978
La noche en blanco de Mallarmé

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    La noche en blanco de Mallarmé - Tedi López Mills

    vacío.

    Tournon

    Angoisse

    Je ne viens pas ce soir vaincre ton corps, ô bête

    En qui vont les péchés d’un peuple, ni creuser

    Dans tes cheveux impurs une triste tempête

    Sous l’incurable ennui que verse mon baiser:

    Je demande à ton lit le lourd sommeil sans songes

    Planant sous les rideaux inconnus du remords,

    Et que tu peux goûter après tes noirs mensonges,

    Toi qui sur le néant en sais plus que les morts.

    Car le Vice, rongeant ma native noblesse

    M’a comme toi marqué de sa stérilité,

    Mais tandis que ton sein de pierre est habité

    Par un coeur que la dent d’aucun crime ne blesse,

    Je fuis, pâle, défait, hanté par mon linceul,

    Ayant peur de mourir lorsque je couche seul.

    Mallarmé

    Angustia

    No triunfaré esta noche sobre tu cuerpo, oh bestia

    donde andan los pecados de una estirpe, ni pienso

    labrar en tus cabellos una triste tormenta

    bajo el tedio incurable que derrama mi beso.

    A tu lecho exijo la dura tregua sin sueños

    que bajo el velo ignoto del lamento se cierne,

    y que luego degustes tus engaños tan negros,

    tú, que sobre la nada sabes más que la muerte.

    Pues el Vicio, royendo mi nobleza inmanente,

    con su esterilidad como a ti me ha marcado,

    mas mientras que tu pecho de piedra está habitado

    por un corazón libre del crimen de algún diente,

    yo huyo, descolorido, por mi mortaja inquieto,

    con temor a morir cuando a solas me acuesto.

    I

    En la noche de Tournon, Stéphane Mallarmé inventó a Mallarmé.

    He aquí los hechos. Abusando de licencias literarias, los presentaré casi como si fueran una primicia, pues extrañamente Mallarmé no suele ser el sujeto de su propia vida, sino una especie de encarnación sublime de los preceptos que imaginó en su época más aislada: la de Tournon. Fue ahí donde vislumbró los volúmenes de su Obra Pura y consumó los ejercicios de la famosa desaparición enunciatoria del poeta para borrar toda huella personal y erigir una poética. Fue ahí también donde intentó suspender lo más inmediato, sin darse cuenta de que, en sentido estricto, eso tendría que haber incluido su propia presencia física: ¿cómo se anula a alguien desde alguien? Descartes —fundador tal vez de esta tradición tan francesa de abatir al yo— ya lo había intentado sin perder de vista la falacia del experimento ni el deseo de regresar al mismo lugar y a su misma persona, apenas con una vaga nostalgia de haber querido estar en otra parte. Mallarmé, en cambio, pretendió ser más radical y trató, solemnemente, de quemar las naves. En ambos casos lo inmediato fue lo único que se mantuvo en pie, como una medida exacta e incoercible del subterfugio: la casa, el escritorio y la vela de Descartes; el gato, la página y el pueblo infame de Mallarmé.

    II

    Eso fue Tournon: el origen de la leyenda y la parte más densa de una biografía que buscaba cancelarse. Mallarmé llegó como profesor sustituto de inglés del liceo Imperiale a finales de 1863, a los 21 años, y casi de inmediato maldijo al horrible pueblucho. En una carta del 12 de diciembre a su amigo, Albert Collignon, escribió: aquí no quiero conocer a nadie. Los habitantes del pueblo sombrío donde estoy exilado viven en una intimidad demasiado cercana con los puercos como para que no les tenga horror. El puerco es aquí el alma del hogar, como el gato en otros lados. El clima, además, era una constante amenaza: el invierno es violento y frío porque estamos encerrados entre montañas yermas. A lo lejos pueden verse los glaciares. Cualquier paseo con Marie, su mujer, se resolvía en una tormenta de vientos brutales que los obligaba a regresar a casa. Por si fuera poco, Mallarmé vivía perseguido por catarros y dolores reumáticos, lo cual lo condenaba a un encierro mayor. Gradualmente, el tedio se fue convirtiendo en una costumbre y en una atmósfera retadora frente a la literalidad hostil de Tournon. Sin embargo, al finalizar el día, la rutina escolar, quedaba aún la desventura más radical de sentarse frente al escritorio y buscar en la hoja de papel un atajo para escabullirse de la mera duración. Mallarmé solucionó este dilema con una práctica insólita: el cultivo de la privación literaria hasta que asumiera la nitidez de una doctrina en cuyo centro podría colocarse idealmente la esterilidad. Ejercer ese tipo de silencio en Tournon era tanto como antagonizar un modus vivendi que imitaba el de las bestias de carga, y equivalía casi a un acto poético. Mallarmé quiso practicarlo, pero siempre tuvo que luchar contra las excepciones. El 7 de enero de 1864, en una carta a su confidente más fiel, el médico y poeta Henri Cazalis, anunció el envío de una copia del poema Azur: Lo he trabajado estos últimos días y no te ocultaré que me ha sido realmente muy difícil…Te juro que no hay una sola palabra que no me haya significado muchas horas de investigación… Su propósito, continuó, era desterrar del poema todo elemento lírico, todo adorno simulado por la hermosura de los versos, para que quedara esa singular propuesta: la presencia perturbadora de nadie y de nada, el puro efecto del poema que debía excluir incluso la experiencia de leerlo.

    Al día siguiente, el 8 de enero, el desánimo retomó su papel protagónico. En otra carta (a su amigo, el poeta y funcionario, Armand Renaud) Mallarmé declaró que su hastío era enorme y que le daba horror siquiera empuñar la pluma. Tanto así que incurrió en un rara mudez epistolar hasta el 23 de marzo, cuando las quejas de Cazalis por la falta de cartas lo obligaron a confesar su derrota:

    Hace mucho que no escribo, pues el esplín me ha invadido por completo. ¿Te aburrías en Estrasburgo, que es una gran ciudad amiga del pensamiento? Ah, amigo, entiende que aquí uno se deja arrastar por la peor de las desilusiones. La acción es nula; todos dan vueltas en un círculo estrecho como los caballos idiotas de un circo de feria y al sonido de qué música, ¡Dios mío! Si no fuera por los tribunales, incendiaría las casas innobles que veo irrevocablemente desde mi ventana, a cada hora del día, imbéciles y necias; y con qué ganas le metería una bala al cráneo atontado de esos miserables vecinos que todos los días hacen lo mismo y cuyas vidas fastidiosas combinan a mis ojos llenos de llanto el espectáculo espantoso de la inmovilidad, que siembra el tedio. ¡Si por lo menos fuera la inmovilidad del sol!… Sí, ya lo siento, me hundo cada día más en mí mismo: cada día la desilusión me domina, muero por entorpecimiento. Saldré de aquí embrutecido, anulado. Tengo ganas de darme con la cabeza contra los muros para despertarme.

    Un alma pasiva y frágil como la suya, añadió, no podía sobrevivir tan lejos del contacto con París y las grandes multitudes. En Tournon se sentía más cerca de la muerte y la única forma de contrarrestar su peso negro era dormir: a las siete de la noche se metía a la cama, agotado por todos los esfuerzos que había realizado para distraer a su tedio, que era como un animal insaciable, de intensas apariciones nocturnas. El 25 de abril, en otra carta a Cazalis, proporcionó más detalles acerca de su drama: …me siento débil. Debo luchar arduamente para decidirme a tomar la pluma. Escribir es volver a abrir mi herida y sólo hallo solaz en el sueño. En cambio, con los ojos abiertos, me odio por no hacer nada… Al mismo tiempo, anunció que Marie llevaba dos semanas enferma y que todo parecía indicar que pronto habría un poeta pequeño viviendo entre ambos. Pero la posible paternidad no mitigó su angustia, pues para él las alternativas eran atroces: prohijaría a un imbécil o a un feo. En Tournon eso sería lo normal.

    En el drama, sin embargo, había cierta duplicidad. A fin de cuentas, no sólo era real y cotidiano, sino también literario. En una misma carta —digamos, ésta a Cazalis— Mallarmé podía pronunciarse a favor de su propia muerte y, en el siguiente párrafo, emitir un juicio sensato y generoso acerca de la obra de su interlocutor y proporcionarle un consejo:

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