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Obras escogidas: Poesía, autobiografía, ensayo
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Libro electrónico2044 páginas27 horas

Obras escogidas: Poesía, autobiografía, ensayo

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Además de poeta notable, Torres Bodet hizo de la prosa un oficio tan noble y exacto que sobresale como uno de los mayores escritores en lengua española. La autobiografía, la crónica, la narrativa, los discursos y la crítica periodística sirvieron de vehículo adecuado a sus inquietudes más íntimas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 oct 2017
ISBN9786071644770
Obras escogidas: Poesía, autobiografía, ensayo

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    Obras escogidas - Jaime Torres Bodet

    Mexico

    POESÍA

    POESÍAS DE JUVENTUD

    De NUEVAS CANCIONES

    [1923]

    CANCIÓN DE LAS VOCES SERENAS

    SE NOS ha ido la tarde

    en cantar una canción,

    en perseguir una nube

    y en deshojar una flor.

    Se nos ha ido la noche

    en decir una oración,

    en hablar con una estrella

    y en morir con una flor;

    y se nos irá la aurora

    en volver a esa canción,

    en perseguir otra nube,

    y en deshojar otra flor;

    y se nos irá la vida

    sin sentir otro rumor

    que el del agua de las horas

    que se lleva el corazón…

    LA PRIMAVERA DE LA ALDEA

    LA PRIMAVERA de la aldea

    bajó esta tarde a la ciudad,

    con su cara de niña fea

    y su vestido de percal.

    Traía nidos en las manos

    y le temblaba el corazón

    como en los últimos manzanos

    el trino del primer gorrión.

    A la ciudad, la primavera

    trajo del campo un suave olor

    en las tinas de la lechera

    y las jarras del aguador…

    INVITACIÓN AL VIAJE

    CON LAS manos juntas,

    en la tarde clara,

    vámonos al bosque

    de la sien de plata.

    Bajo los pinares,

    junto a la cañada,

    hay un agua limpia

    que hace limpia el alma.

    Bajaremos juntos,

    juntos a mirarla

    y a mirarnos juntos

    en sus ondas rápidas…

    Bajo el cielo de oro

    hay en la montaña

    una encina negra

    que hace negra el alma:

    Subiremos juntos

    a tocar sus ramas

    y oler el perfume

    de sus mieles ásperas…

    Otoño nos cita

    con un son de flautas:

    vamos a buscarlo

    por la tarde clara.

    MÚSICA OCULTA

    COMO el bosque tiene

    tanta flor oculta,

    parece olorosa

    la luz de la luna.

    Como el cielo tiene

    tanta estrella oculta,

    parece mirarnos

    la noche de luna.

    ¡Como el alma tiene

    su música oculta,

    parece que el alma

    llora con la luna!…

    De LA CASA

    [1923]

    LA CASA

    HEMOS alzado el muro y hemos tendido el techo.

    Hemos abierto al claro del cielo las ventanas

    y hemos regado flores sobre el umbral estrecho.

    En una copa, brillan las primeras manzanas.

    Desde el umbral, las rosas nos dan la bienvenida.

    ¿Lo veis? La casa entera tiembla de amor profundo.

    ¡Si para hacerla amable, la hicimos como el mundo:

    un vaso en que pudiera caber toda la vida!

    Queremos que una tarde, cuando su puerta se abra

    a vuestra voz de amigos, deseosa de acogeros,

    el cielo esté contando sus más puros luceros

    y el alma ya no pueda ceñirse a la palabra.

    Que al advertir la franca presión de nuestra mano,

    os envuelva el aroma del huerto agradecido,

    y que, al cerrar la puerta, entréis en el olvido

    de cuanto fuera origen de vuestro error humano.

    De LOS DÍAS

    [1923]

    MEDIODÍA

    TENER, al mediodía, abiertas las ventanas

    del patio iluminado que mira al comedor.

    Oler un olor tibio de sol y de manzanas.

    Decir cosas sencillas: las que inspiren amor.

    Beber un agua pura, y en el vaso profundo,

    ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.

    Palpar, en un durazno, la redondez del mundo.

    Saber que todo cambia y que todo es igual.

    Sentirse, ¡al fin!, maduro, para ver, en las cosas,

    nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel…

    Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,

    y graba, con la uña, un nombre en el mantel.

    PAZ

    NO NOS diremos nada. Cerraremos las puertas.

    Deshojaremos rosas sobre el lecho vacío

    y besaré, en el hueco de tus manos abiertas,

    la dulzura del mundo, que se va, como un río…

    …12 DE JUNIO

    AMADA, en estos versos que te escribo

    quisiera que encontraras el color

    de este pálido cielo pensativo

    que estoy mirando, al recordar tu amor.

    Que sintieras que ya julio se acerca

    —el oro está naciendo de la mies—

    y escucharas zumbar la mosca terca

    que oigo volar en el calor del mes…

    Y pensaras: ¡Qué año tan ardiente!,

    ¡cuánto sol en las bardas!… y, quizás,

    que un suspiro cerrara blandamente

    tus ojos… nada más… ¿Para qué más?

    VOLUNTAD

    SI YO pudiera acariciarte, oh fina

    suavidad de la música del viento,

    en las ramas profundas de la encina…

    ¡Oh, si tuviera tacto el pensamiento

    para palpar la redondez del mundo,

    el rumor de los cielos transparentes,

    el pensar de las frentes

    y el viaje del suspiro vagabundo!

    ¡Si al corazón llegara

    en su forma real, el infinito;

    lo que fue llanto en la pupila clara,

    saciedad en el grito;

    si la verdad me hiriera

    con su arista cruel, en tajo rudo;

    si todo lo que viera

    estuviera desnudo!

    ¿Qué palabra soberbia y rebosante

    daría esa expresión apetecida?

    ¡Pensar que bastaría, así, un instante

    para borrar las formas de la vida!

    De POEMAS

    [1924]

    LA FLECHA

    QUIERO doblar el arco de la vida

    hasta que forme un círculo.

    De mis manos saldrá, entonces, la flecha

    de la certeza que persigo.

    El aire, desgarrado por su vuelo,

    irradiará, y el signo

    de las constelaciones

    palpitará en lo azul del infinito.

    ¡Ay, si pudiera el arco doblarse, sin romperse,

    hasta formar un círculo!

    ¡Ay, si la flecha que lanzara el arco

    llegara a su destino!

    AGOSTO

    VA A llover… Lo ha dicho al césped

    el canto fresco del río;

    el viento lo ha dicho al bosque

    y el bosque al viento y al río.

    Va a llover… Crujen las ramas

    y huele a sombra en los pinos.

    Naufraga en verde el paisaje.

    Pasan pájaros perdidos.

    Va a llover… Ya el cielo empieza

    a madurar en el fondo

    de tus ojos pensativos.

    RÍO

    ¡RÍO EN el amanecer!

    ¡Agua de tus ojos claros!

    Caer —¡subir!— en lo azul

    transparente, casi blanco.

    Cielo en el río del alba

    —mi amor en tus ojos vagos—

    oh, naufragar

                       —¡ascender!—

    ¡siempre más hondo!

                              ¡Más alto!

    … Río en el amanecer…

    EL PUENTE

    ¿CÓMO se rompió, de pronto,

    el puente que nos unía

    al deseo por un lado

    y por el otro a la dicha?

    ¿Y cómo —en mitad del puente

    que a pedazos se caía—

    tu alma rodó al torrente

    y al cielo subió la mía?

    RUPTURA

    NOS HEMOS bruscamente desprendido.

    Y nos hemos quedado,

    como si una guirnalda

    se nos hubiese ido de las manos;

    con los ojos al suelo,

    como viendo un cristal hecho pedazos:

    el cristal de la copa en que bebimos

    un vino tierno y pálido…

    Como si nos hubiéramos perdido,

    nuestros brazos

    se buscan en la sombra… ¡Sin embargo,

    ya no nos encontramos!

    En la alcoba profunda

    podríamos andar meses y años,

    en pos uno del otro,

    sin hallarnos.

    LA COLMENA

    COLMENA de la tarde, diálogo en el vergel:

    la palabra es abeja, pero el silencio es miel.

    AMBICIÓN

    NADA más, Poesía:

    la más alta clemencia

    está en la flor sombría

    que da toda su esencia.

    No busques otra cosa.

    Corta, abrevia, resume;

    ¡no quieras que la rosa

    dé más que su perfume!

    De BIOMBO

    [1925]

    CANTAR

    DE ORO la arena.

    De esmeralda el mar.

    La tarde ha tendido

    la red de la lluvia a secar.

    El silencio suena

    bajo el platanar.

    El estío esparce ruidos de colmena.

    La miel del olvido

    quisieran las horas labrar.

    Con la luna llena,

    corazón, barquero, saliste a pescar.

    Regresas vencido:

    tus redes cayeron al fondo del mar.

    Se aquieta la tarde… Serena

    la brisa el palmar.

    Se oye al olvido

    hilar y cantar:

    Yo tuve una pena.

    Fue sólo una vela sombría en el mar.

    SOLEDADES

    QUERÍA, en la misma flor:

    de la de ayer, el aroma;

    de la de hoy, el color…

    Criterio de mariposa.

    Al alma, por los sentidos;

    por el perfume, a la rosa.

    ¿Cómo podía expresar

    con la palabra ¡tan lenta!

    el corazón, tan fugaz?

    Amaba el agua en la fuente.

    Pero más en el arroyo.

    Pero más en el torrente.

    No sabía distinguir

    entre pensar y cantar,

    entre hablar y sonreír.

    Su manera de ser rubia:

    la de una tarde con sol

    que se peinara en la lluvia.

    Pude cortar en sazón

    el racimo de sus viñas

    ¡y no el de su corazón!

    LA SOMBRA

    SOL DE otoño en las bardas del sendero,

    ¿por qué alargas mi sombra

    del lado en que principian

    a amarillear las rosas?

    Y tú, luna de invierno,

    si voy a medianoche por la costa,

    ¿por qué me echas al mar y me destrozas

    en los espejos de las olas rotas?

    En vano en lo más alto de las rocas

    detengo el paso. En vano alzo la frente

    adivinando la secreta aurora.

    ¡Ay, que si más mi cuerpo se levanta,

    más mi sombra se ahoga!

    SINCERIDAD

    DUERME ya, desnuda.

    El sueño te viste

    mejor que una túnica.

    MÚSICA

    AMANECÍA tu voz

    tan perezosa, tan blanda,

    como si el día anterior

    hubiera

    llovido sobre tu alma.

    Era, primero, un temblor

    confuso del corazón,

    una duda de poner

    sobre los hielos del agua

    el pie

    desnudo de la palabra.

    Después,

    iba quedando la flor

    de la emoción, enredada

    a los hilos de tu voz

    con esos garfios de escarcha

    que el sol

    desfleca en cintillos de agua.

    Y se apagaba y se iba

    poniendo blanca,

    hasta dejar traslucir,

    como la luna del alba,

    la luz

    tierna de la madrugada.

    Y se apagaba y se iba

    ¡ay! haciendo tan delgada

    como la espuma de plata

    de la playa,

    como la espuma de plata

    que deja ver, en la arena,

    la forma de una pisada.

    LA DOBLE

    ERA DE noche tan rubia

    como de día morena.

    Cambiaba, a cada momento

    de color y de tristeza,

    y en jugar a los reflejos

    se le iba la existencia,

    como al niño que, en el mar,

    quiere pescar una estrella

    y no la puede tocar

    porque su mano la quiebra.

    De noche, cuando cantaba,

    olía su cabellera

    a luz, como un despertar

    de pájaros en la selva;

    y si cantaba en el sol

    se hacía su voz tan lenta,

    tan íntima, tan opaca,

    que apenas iluminaba

    el sitio que, entre la hierba,

    alumbra al amanecer

    el brillo de una luciérnaga.

    ¡Era de noche tan rubia

    y de día tan morena!

    Suspiraba sin razón

    en lo mejor de las fiestas

    y, puesta frente a la dicha,

    se equivocaba de puerta.

    No se atrevía a escoger

    entre el oro de la mies

    y el oro de la hoja seca,

    y —tal vez por eso— no

    supe jamás entenderla,

    porque de noche era rubia

    y de mañana morena…

    MAR

    TE HE venido siguiendo, Mar de Otoño,

    entre las hojas móviles del tiempo,

    como se sigue un pensamiento hermoso.

    ¡Qué azul estabas en la madrugada!

    Te vi saltar, desnudo, sobre el lomo

    de los caballos vivos de la espuma.

    Un látigo de luz cegó sus ojos.

    Con rienda de zafiros los guiabas

    hacia el ronco archipiélago sonoro.

    Y luego, Mar, en esa arena tibia

    en que el pie de la tarde

    olvidó una sandalia de ceniza,

    el pueblo de las barcas pescadoras

    dormido entre los mástiles del día.

    Mar de ojos delgados

    como el filo del alba entre la niebla,

    remendando las redes de la lluvia

    te sorprendió la tarde, al volver de la pesca.

    Ahora estás, fondeando, en la bahía.

    Te alumbra,

    intermitente faro, la marea

    profunda de la música nocturna,

    y como un ancla al puerto de lo eterno

    has echado el creciente de la luna.

    De lo alto del cielo,

    con un cansancio de alas que se posan,

    caen las velas húmedas del viento.

    Vieja nave del mar, atada al mundo,

    la tierra te protege

    y te arrullan las voces de la orilla.

    Esta noche, por fin, duerme seguro…

    ¡Ya zarparás mañana con el día!

    EL VIENTO

    AÚLLA, viento, aúlla.

    Miedo mayor el de la pena muda.

    Que tus manos sacudan

    los troncos de los árboles, y crujan

    lo mismo el tallo esbelto del que se hacen las flautas

    y el ciprés que señala el sitio de las tumbas.

    Incendiarás los campos. Del fuego que devore

    la mies de los graneros, sembrarás la llanura.

    Se romperán los diques. El agua en que se azula

    el tallo de los lirios hará estallar las grutas.

    Pastor de cataratas,

    llevarás al abismo rebaños de la espuma.

    Y más alto que el ala que más subiera un día

    subirán los niveles delgados de la lluvia.

    Aúlla, viento, aúlla.

    Pena mayor la de la pena muda.

    FINAL

    VUELVO de andar a solas por la orilla de un río.

    Estoy lleno de músicas, como un árbol al viento.

    He dejado correr mi pensamiento

    viendo en el agua el paso de una nube de estío.

    Traigo tejido al alma el olor de una rosa.

    En lo blando del césped puse, al andar, mi huella.

    He vivido, ¡he vivido!… Y voy, como la estrella,

    a perderme en el mar de un alba silenciosa.

    De DESTIERRO

    [1930]

    DIAMANTE

    TE DESCUBRÍ en el vértigo, diamante.

    Aristas luminosas, púas vivas,

    claras espadas y saetas finas

    en tu nombre me hieren todavía.

    ¡Míralas!

    Vertientes dobles, cumbres en que el cielo

    al ojo es frenesí y al tacto hielo.

    Frías aristas, enemigas cimas

    de la prisa en la luz, islas de liras…

    Batallas del sonido contra el aire,

    de la voz contra el eco, del calor

    contra la geometría del diamante.

    Te encarcelé con triángulos, fulgor.

    ¿Iban?…

             Venían mínimas delicias

    de antiguas brisas y de cimas frías

    en las orillas limpias de tus iras.

    DANZA

    LLAMA

    que por morir más pronto se levanta,

    flotas entre las brasas de la danza.

    Y te arranca de ti,

    al principiar, un salto tan esbelto

    que el sitio en que bailabas

    se queda sin atmósfera.

    Así el pedazo negro de la noche

    en que pasó un lucero.

    Pero de pronto vuelves

    del torbellino de las formas

    a la inmovilidad que te acechaba

    y ocupas,

    como un vestido exacto,

    el hueco

    de tu propia figura.

    Pareces una cosa

    caída en el espejo de un recuerdo:

    te bisela

    el declive del tiempo.

    Un minuto después, estás desnuda…

    La brisa

    te peina el ondulado movimiento

    y a cada nueva línea

    que las flautas dibujan en la música

    obedece una línea de tu cuerpo.

    ¡No resonéis ahora,

    címbalos, que la danza es como el sueño!

    POESÍA

    ¡QUÉ FIRME apoyas, sobre el lecho duro

    por cuyo reino te suponen muerta,

    en la corona blanca de lo frío

    esta

    armadura yacente

    de princesa dormida,

    de dormida despierta,

    Poesía!

    ¡Cómo,

    a los súbditos que te niegan,

    señalas estaciones y concilias poemas!

    Fijas

    desde tu sueño el tiempo que la brisa

    pesa en el ala de la golondrina.

    El que invierte el arroyo

    en llegar hasta el puente del otoño.

    El que tarda el poema

    en pasar del candor a la pureza…

    Indiferente al diálogo, te inclinas

    al revés en el tiempo —en la memoria—

    y, del espejo al que desciendes, subes.

    Y te ves con los ojos que te miran.

    Y estás en todas partes

    en ti, segura, peregrina, inmóvil,

    sonámbula, dormida, despierta, Poesía.

    BUZO

    EL AGUA de la sombra nos desnuda

    de todos los recuerdos

    en esta brusca

    inmersión que anticipa, en los oídos,

    la sordera metálica del sueño.

    Y quedamos de pronto sostenidos

    —en este mar en donde nadie flota—

    de una cadena lógica de ausencias,

    como el buzo que vive, en su escafandra,

    de la sierpe del aire que lo sigue.

    Ni una burbuja traicionó la asfixia.

    Lento

    y con ruedas de espuma en el insomnio,

    giró el acuario rápido del sueño.

    Mas ya el silencio abre

    un pozo ardiente en la memoria fría,

    un pozo

    donde nuestras imágenes

    se lavan de la atmósfera perdida.

    ¿Con qué dedos de música tocarte?

    Porque sólo la música podría

    devolverte una forma para el tacto

    a ti, que tienes tantas

    para el oído ávido.

    Porque sólo la música

    sabría componer con los fragmentos

    de tu semblante muchas veces roto,

    el nuevo,

    el expresivo rostro nuevo

    que de tu sueño lento está naciendo…

    HIELO

    HIELO de abril, contra el calor fundido

    de esta última rosa del otoño

    que resulta, de pronto, reflejada

    —sobre un tiempo invertido—

    la rosa de la nueva primavera.

    Labras

    al frío el esqueleto de una luz tan exacta

    que la boca del aire ya no puede

    tocar sin vaho, disolver sin mancha.

    Y enseñas al jardín

    la geometría blanca del invierno

    emplomando con sol esos vitrales

    a cuyo lago de cristal te asomas,

    príncipe del dibujo,

    hielo de abril, maestro del paisaje…

    CABOTAJE

    ME HASTÍAS, placidez,

    fingido paraíso cotidiano:

    dulzura

    que me endurece para la dulzura;

    calor

    de la pereza enferma en que me dejo

    llevar por el espectro de los muertos,

    como un barco vacío

    —a babor, a estribor—

    al fuego lento de la chimenea,

    a través de los meses

    de un mar sin latitudes,

    de una alcoba sin islas

    y de un sueño sin sueños…

    CRIPTA

    Menos me hospeda el cuerpo, que me entierra…

    QUEVEDO

    DÉDALO

    ENTERRADO vivo

    en un infinito

    dédalo de espejos,

    me oigo, me sigo,

    me busco en el liso

    muro del silencio.

    Pero no me encuentro.

    Palpo, escucho, miro.

    Por todos los ecos

    de este laberinto,

    un acento mío

    está pretendiendo

    llegar a mi oído.

    Pero no lo advierto.

    Alguien está preso

    aquí, en este frío

    lúcido recinto,

    dédalo de espejos.

    Alguien, al que imito.

    Si se va, me alejo.

    Si regresa, vuelvo.

    Si se duerme, sueño.

    ¿Eres tú? me digo…

    Pero no contesto.

    Perseguido, herido

    por el mismo acento

    —que no sé si es mío—

    contra el eco mismo

    del mismo recuerdo,

    en este infinito

    dédalo de espejos

    enterrado vivo.

    POESÍA

    SECRETO codicilo

    de un testamento falso,

    verdad entre pudores,

    confesión entre líneas

    ¿quién te escribió en mi pecho

    con invisible tinta,

    amor que sólo el fuego

    revela cuando toca,

    dolor que sólo puede

    leerse entre cenizas,

    decreto de qué sombra,

    póstuma poesía?

    TIEMPO

    COMO una enredadera

    de la que sólo fueran perceptibles

    al ojo las luciérnagas,

    el tiempo te rodea

    con una eternidad tan estudiada

    que, en su nocturna urdimbre, sólo aciertas

    a descubrir, de pronto,

    las rosas de tus horas verdaderas.

    Pero lo que te exalta

    ay, corazón, a ti, no es la perfecta

    corola de simétricos minutos

    en que, de tarde en tarde, un faro extraño

    —por azar o con ritmo— se proyecta,

    sino la voluntad de esa invisible

    enredadera sin descanso

    que no sabes aún dónde comienza

    y que, con sus guirnaldas, te conduce

    hacia el amanecer de un alma nueva.

    ANDENES

    ANDENES son las horas

    en que nos reunimos:

    estrechísimas cintas

    de cólera y de frío

    entre dos paralelos

    rápidos enemigos

    que timbres y teléfonos

    anuncian al oído.

    Amor: empalme incierto,

    por lámparas y gritos,

    de minuto en minuto

    cortado y sacudido;

    descanso entre dos viajes,

    tierra entre dos abismos,

    apeadero brusco

    por túneles ceñido…

    ¡Andenes son las horas

    en que nos reunimos!

    ISLA

    TE IMAGINÉ castillo

    ceñido de rencores,

    fortaleza entre riscos,

    ciudad entre cañones.

    Pero tú descansabas

    en una azul delicia

    de plácidos canales

    y torres cristalinas,

    feliz como una isla

    desnuda y sin memoria,

    mujer, junto a la orilla

    esquiva de ti misma.

    En la mitad de un bosque

    poblado de amenazas,

    te imaginé… Murallas

    y puentes levadizos,

    barbacanas, escarpas,

    corazas y alabardas

    pensé que de tu alma

    las puertas custodiaban.

    Pero te vi entre flotas

    de naves silenciosas,

    brocados, azucenas,

    crepúsculos y góndolas.

    Y me infundiste entonces

    horror, pues la batalla

    —a sangre, a fuego, a muerte—

    que contra mí librabas

    no estaba ya ocurriendo

    bajo los claros templos

    que un pie de mármol hunden

    en tus canales trémulos;

    sino en esa lejana

    bahía solitaria

    donde las carabelas

    de un almirante muerto

    están, desde hace siglos,

    venciéndome en silencio…

    DICHA

    DE PRONTO, aquí, en las últimas

    hojas de la novela

    para cuyos extremos nos creara

    la pluma de un autor naturalista;

    entre el miedo y la cólera

    de seres que no hubiéramos dejado

    ensombrecer nuestro destino

    si fuera nuestro el libro que vivimos;

    aquí, junto al epílogo

    del que la muerte misma no nos salva,

    esta felicidad: página pura

    escrita por un mágico poeta,

    impresa toda en nobles caracteres,

    égloga interpolada

    en la nocturna prosa que recorre

    con ojos evasivos

    un corrector de pruebas sin sentido…

    LIBRA

    ¿QUIÉN, durante la noche,

    con mano sin prudencia,

    aligeró los astros

    que de remotas pesas

    servían al destino

    para tener en alto

    —simétricos y justos—

    los dos platillos, alma,

    de tu balanza eterna?

    Ni la hartura de un cáliz,

    ni el eco de una esencia

    delataron la ruina

    de las estrellas crédulas

    que necesita el cielo

    mover entre la sombra

    para igualar el peso

    de una conciencia recta.

    SELLO

    COMO cera

    —antes de que las llamas la derritan

    y de que el molde helado la endurezca—

    eras maleable en mí… Tan obediente

    a la presión más suave

    que la menor caricia te alteraba.

    Pero el dolor te disolvió. Corriste

    sin forma exacta ya, líquida y pura;

    incendiada en rencores

    —por su esplendor tan nítido— invisibles.

    Y, creyendo que no perdurarían,

    que nada queda en lo que a nada opone

    voluntad ni temor, tracé en tu alma,

    no sé ya contra quién, estas palabras

    que, al enfriarte el tiempo, se han quedado

    hundidas para siempre

    en tu dureza póstuma de lacre.

    SOLEDAD

    … sent

    to be a moment’s ornament…

    WORDSWORTH

    SI DAS un paso más te quedas sola…

    En el umbral de un tiempo

    que no es el tuyo aún y no es ya el mío.

    Sobre el primer peldaño

    de una escalera rápida que nadie

    podrá jamás decir si baja o sube.

    En el principio de una primavera

    que, para tu patético hemisferio,

    nunca resultará

    sino el reverso casto de un otoño…

    Porque la frágil hora

    en que tu pie se apoya es un espejo,

    si das un paso más te quedas sola.

    PATRIA

    MONTAÑAS, pasaportes,

    banderas y leyendas

    entre mi pensamiento

    y tu alma se elevan.

    Pero nos une un mundo

    sin tiempo ni distancias;

    un cielo igual desdeña

    nuestras dos impaciencias

    y en su instantánea sombra

    —cuando decimos nunca

    con sólo no mirarnos

    vemos la misma estrella.

    Telégrafos, idiomas,

    costumbres y monedas

    ha combinado el hombre

    para que no se entiendan

    tu cólera y mi asombro,

    mi silencio y tus quejas…

    Pero de pronto cesan

    el odio y la memoria.

    En las manos que pugnan

    por separarnos quedan

    temblando los escudos,

    las espadas inciertas

    y —entre el arco y el blanco—

    inmóviles las flechas.

    Y empieza así la tregua

    del sueño en que coinciden

    —al fin reconciliadas—

    nuestras vidas opuestas.

    ¡El sueño! Única patria

    que ahora nos acepta:

    litoral sin aduanas,

    mundo al que todos entran

    … y en el que todos callan,

    pero en la misma lengua.

    DESTINO

    ¿QUIÉN sabe qué secreto mecanismo,

    como en un teleférico, equilibra

    la canastilla en la que yo desciendo

    y la que te conduce hasta la cima?

    Una justicia extraña —o, tal vez, sólo

    una máquina terca y sin justicia—

    exige que decline

    en mí un destino igual a tu destino

    para que mi dolor pague tu dicha.

    Pero no importa. Al cielo que pretendes,

    renunciaré sin ira.

    Y del compacto azul, del que desciendo,

    se quedarán teñidas mis pupilas

    mientras sepa mi alma

    que su fuerza abolida

    sirvió para exaltarte

    hasta la cima estricta de ti misma.

    PRESENCIA

    DETRÁS de cada puerta

    que cierras bruscamente,

    debajo de la firma

    de cada ser que olvidas

    —y en cada ventanilla

    de cada tren que pierdes—

    una mujer sin pausa

    medita y envejece.

    En su mirada inmóvil

    podrías ver la forma

    segura de tu muerte.

    ELEGÍA

    NO LA toquéis… Si en la yacente estatua

    que la encarcela todavía

    una sonrisa póstuma os alarma,

    sepultadla de prisa;

    y, si en los dedos de la noble mano

    con que desanudó vuestras caricias,

    os duele ver endurecerse el tiempo,

    quitadle las sortijas.

    Pero no la toquéis en esta carta

    escrita para un ser que viaja solo

    por un país de lámparas erguidas;

    ni en el cristal de la ventana oscura

    en que —a veces— venía

    a descansar una lejana frente

    cargada de tristezas y de cintas;

    ni en el libro de versos

    en que su pluma tímida

    subrayó levemente las palabras:

    Aldebarán, camelia, golondrina…

    ¡Oh, sobre todo en estas

    sílabas conmovidas

    —clave de los románticos cerrojos

    que sólo al eco de su voz cedían—

    no la toquéis!…

                        Las criptas

    de la noche y del alba intentaríais

    en vano abrir con las sutiles voces

    que, para comprender el universo,

    —a ella únicamente—

    de misteriosas cifras le servían.

    GOZO

    ¿EN QUÉ luz principias,

    repentina dicha?

    ¿Con qué luz te pones,

    sol de medianoche?

    Lo que, en otros climas,

    de ti espera el hombre

    ensartado en finas

    hebras de estaciones,

    me lo das —de pronto—

    aquí, en este polo

    íntimo del gozo,

    instantáneo vado,

    sol entre las puertas

    trémulas del año.

    Gocen otros seres

    inviernos clementes.

    Otras almas gocen

    júbilos conformes.

    Yo, en el propio centro

    de mi sombra quiero

    sólo tu inmediato

    día exasperado:

    resplandor sin halo,

    tarde sin adioses,

    congelado y arduo

    sol de medianoche.

    SOLEDAD

    ESTÁS —en todas partes—

    aprendiendo a morir; cerrando puertas

    sobre el paisaje incauto de tu vida

    y preparando, en todo,

    ese desistimiento

    que espera el corazón, pero no encuentra

    sino en la resonancia

    póstuma de un placer, en las extremas

    violencias de una llama o de un volumen,

    cimas de una pasión o de una época…

    En la flor que deshojas

    y del libro que cierras

    no sé si lo que gustas es el breve

    crepúsculo inmediato de la esencia,

    el relámpago brusco del epílogo

    o la ceniza lenta

    que depositan en el alma

    lo mismo una camelia que se rinde

    que la disgregación de un vasto imperio

    coronado de torres y leyendas.

    Porque, en todas las cosas,

    ensayas de la noche que anticipas

    la paulatina y lenta pérdida,

    despidiéndote vives

    —aprendiz de fantasma— en una eterna

    prisa por ascender a esa terraza

    donde te buscarán los que no esperan

    hallarte, suspirando,

    tras de las puertas rápidas que cierras.

    MÚSICA

    COMO para aprenderte

    fue menester pensarte

    primero, día y noche,

    sobre las blancas teclas

    de un instrumento mudo;

    ahora que la vida

    me deja —a toda orquesta—

    interpretarte, dicha

    íntima y conmovida,

    extraño el puro idioma

    de puntos y de cifras,

    el piano sin pedales

    en que aprendí a tocarte

    con notas de silencio

    —ahora que, entre cítaras

    coléricas y flautas,

    la que soñé sonata

    me hiere sinfonía…

    RELOJ

    EN EL fondo del alma

    un puntual enemigo

    —de agua en el desierto

    y de sol en la noche—

    me está abreviando siempre

    el júbilo, el quebranto;

    dividiéndome el cielo

    en átomos dispersos,

    la eternidad en horas

    y en lágrimas el llanto.

    ¿Quién es? ¿Qué oscuros triunfos

    pretende en mí este avaro?

    Y ¿cómo, entre la pulpa

    del minuto impermeable,

    se introdujo esta larva

    de la nocturna fruta

    que lo devora todo

    sin dientes y sin hambre?

    Pregunto… Pero nadie

    contesta a mi pregunta,

    sino —en el vasto acecho

    de las horas sin luna—

    la piqueta invisible

    que remueve en nosotros

    una tierra de angustia

    cada vez más secreta,

    para abrir una tumba

    cada vez más profunda.

    MUJER

    ¿QUÉ PALABRAS dormidas

    en páginas de líricos compendios

    —o, al contrario, veloces,

    de noche —azules, blancas— recorriendo

    los tubos de qué eléctricos letreros—

    debo resucitar para expresarte,

    cielo de un corazón que a nadie aloja,

    anuncio incomprensible,

    mujer: adivinanza sin secreto?

    ABRIL

    NO SÉ ya en qué lugar

    secreto del invierno

    está oculto el botón

    mecánico, la rosa,

    el vals o la mujer

    que un dedo sin esfuerzo

    debería tocar

    para ponerte en marcha,

    automático abril

    de un año descompuesto.

    Lo siento. Estás ya aquí,

    junto a mi pensamiento,

    como —sobre el cristal

    de una ventana oscura—

    la exigencia sin voz

    de un aletazo terco.

    Pero, si salgo a abrir,

    lo único que encuentro

    es la noche, otra vez:

    la noche y el silencio.

    ¿Palabras? ¿Para qué?

    En ellas, por momentos,

    creo tocarte al fin,

    abril… Pero las digo

    —raíz, pájaro, luz—

    y me contesta el viento:

    invierno; invierno el sol,

    y soledad los ecos.

    Libros de viaje busco.

    Mapas de amor despliego.

    A rostros de mujeres

    que hace tiempo murieron,

    en retratos y en cartas

    pregunto cómo eras;

    qué nubes o qué alondras

    fueron, en otros puertos,

    de tu regreso eterno

    lúcidos mensajeros.

    Pero nadie te ha visto

    llegar, abril. A nadie

    puedo pedir consejo

    para esperarte. Nadie

    conoce tus andenes,

    sino —acaso— este ciego

    que pugna por hallar

    a tientas, en mis versos,

    el secreto botón

    que pone en marcha al mundo

    cuando vacila el sol

    y dudan los inviernos…

    FUGA

    ¡Huyes, pero es de ti!

    J. R. JIMÉNEZ

    HUÍAS… Pero era en mí

    y de ti de quien huías.

    ¿Cómo? ¿A dónde? ¿Para qué?

    Por todo lo que es vial,

    ascensor, tragaluz, puerto

    para fugarse del hombre

    en el hombre: por la voz,

    por el pulso, por el sueño,

    por los vértigos del cuerpo…

    Por todo lo que la vida

    ha puesto de catarata

    —en el alma y en el alba—

    huías… Pero era en mí.

    NOCHE

    UN JINETE de mármol

    oscuramente viene

    sobre la flaca yegua

    de la noche silvestre.

    Bajo el antiguo fardo

    la bestia se estremece.

    Pero en vano el cansancio

    riberas le promete

    y luminosas aguas

    imagina su fiebre.

    Cuando, en mitad del tiempo,

    la flaca yegua torva

    —con terror o de sueño—

    parece detenerse,

    una espuela de mármol

    en el ijar exiguo

    el sórdido jinete

    le clava de repente.

    Ruedan estrellas lentas

    entre la crin rebelde

    y los profundos ecos

    de la fuga perenne

    a poblar el camino

    confusamente vuelven:

    el camino, los bosques

    y los torrentes…

    ¿A dónde va, en la sombra,

    el pálido jinete

    que nadie ha visto nunca

    pero que todos temen?

    En sus manos de mármol

    las flojas riendas penden

    y de su flaca yegua

    una invisible aurora

    imita, piensa, evoca

    la cicatriz de un astro

    en medio de la frente.

    SITIO

    PENETRO al fin en ti,

    mujer desmantelada

    que —al terminar el sitio—

    ya sólo custodiaban

    monótonos tambores

    y trémulas estatuas.

    Penetro en ti, por fin.

    Y, entre la luz delgada

    que filtran, por momentos,

    estrellas y palabras,

    encuentro a cada paso

    que doy sobre los fríos

    peldaños que conducen

    al centro de tu alma

    —un cuerpo junto a otro—

    cien horas degolladas.

    Me inclino… Una por una

    las reconozco, a tientas.

    Contra una jaula exacta

    en ésta, oscuramente,

    un ruiseñor estuvo

    rompiéndose las alas.

    En ésa… No sé ya

    lo que en esa existencia

    apolillada y blanda

    moría o principiaba:

    esquivas formas truncas,

    presencias instantáneas,

    deseos incompletos,

    dichas decapitadas.

    Y pienso: en mí, vencido,

    y sobre ti, violada,

    ¿quién izará banderas

    ni colgará guirnaldas?

    Mujer, fantasmas eran

    tus centinelas mudos;

    relámpagos de níquel

    sus pálidas espadas;

    pero las sordas huestes

    con que te rodearan

    la noche y mis preguntas

    también eran fantasmas

    y las furias que bajan

    ahora, hacia la muerte,

    rodando por los bruscos

    peldaños de tu alma,

    ceniza solamente

    serán en cuanto calles:

    ceniza, polvo, sombra,

    fantasma de fantasmas…

    RESACA

    POR MOMENTOS, el alba te devuelve

    una tabla, un tornillo enmohecido

    del barco en que hace siglos naufragaste..

    Quisieras reunirlos

    ahora, en plena luz. Pero los días

    veleros son que entregan solamente

    al océano en que zozobras

    una brújula, un ancla, un nombre escrito

    sobre la rueda de un timón…

                                             El nombre

    del puerto, nunca visto,

    donde una mano, entre gaviotas, blanca,

    señala —nave o sueño— tu destino.

    COHETE

    ¡MENTIRA! Tú no estás

    aquí, en el paraíso

    del júbilo que enciende

    —puntual, año tras año—

    el mismo inofensivo

    y trémulo castillo

    de fuegos de artificio;

    ni en esa rosa estás,

    de mecánico ritmo,

    brotada —cada vez

    que cierro yo los ojos—

    en el cambiante friso

    del cielo derruido.

    En luces que sujetan

    —tradiciones y voltios—

    incandescentes hilos

    de música a la tierra,

    no quieras brillar tú,

    corazón imprevisto:

    ballesta y flecha a un tiempo

    ¡cohete de ti mismo!

    PALIMPSESTO

    A TRAVÉS de las frases

    que dices, adivino las que callas

    como, bajo los versos

    de un pergamino antiguo —mal borradas

    por la mano del monje

    que para un jefe gótico miniara

    en su blancura el trance de un martirio—,

    aparecen de pronto, reanimadas

    por una terca tinta rencorosa

    —a contraluz de un sueño—,

    las líneas de un colérico epigrama.

    AMOR

    PARA escapar de ti

    no bastan ya peldaños,

    túneles, aviones,

    teléfonos o barcos.

    Todo lo que se va

    con el hombre que escapa:

    el silencio, la voz,

    los trenes y los años,

    no sirve para huir

    de este recinto exacto

    que a todas partes va

    conmigo, cuando viajo.

    Para escapar de ti

    necesito un cansancio

    nacido de ti misma:

    una duda, un rencor,

    la vergüenza de un llanto;

    el miedo que me dio,

    por ejemplo, poner

    sobre tu frágil nombre

    la forma impropia y dura

    y brusca de mis labios…

    PAISAJE

    ¿POR QUÉ te has puesto a pensar

    de pronto, Sol, en voz alta,

    esa fuente, ese jardín,

    y este rostro de mujer

    —desnudo, pálido, lento—

    en la mañana de plata?

    No grites, Sol, no declames…

    De pronto, lo que la noche

    no cuenta sino a la noche,

    lo que las sombras desean

    que sólo la sombra entienda,

    estás queriéndolo tú

    articular en voz alta:

    hasta el lirio, hasta el ciprés,

    hasta el aire, hasta la alondra,

    ¡toda, toda, toda el alba!

    Y no es verdad. No es así

    como este paisaje hubiera

    querido ser deletreado.

    Paisaje para una voz

    tan imparcial, tan sin énfasis,

    que el menor cambio de luz

    lo vela, lo desenfoca,

    le impone un azul que ya

    no es el suyo, un amarillo

    que no es su propio amarillo,

    una expresión desleal

    de aurora de cuadro al óleo

    y de jardín de teatro.

    Desnudo, fuente, jazmín…

    ¡Cómo a fuego los burilas,

    a fuego, Sol, en acero!

    Si estaban mejor pensados

    para otra luz, concebidos

    para que fuese una voz

    de luna la que viniese

    a decírmelos, de noche,

    no sé cómo, no sé cuándo…

    Entonces, ¿por qué los gritas,

    Sol, por qué me los declamas?

    Déjame al menos oír

    lo que callas: el temblor

    de esa nube que te pone

    una sordina de lluvia;

    lo que duda, lo que gira,

    lo que ya la niebla está

    traduciéndome del mármol

    retórico en que lo esculpes

    al idioma tornasol

    del río en que yo lo entiendo:

    a la sombra de esa luz

    que tocan al mismo tiempo

    el pensamiento y el tacto,

    los ecos y los espejos…

    ERROR

    ¿PARA quién estaban hechos

    hoy el tiempo, la ciudad,

    la ingenuidad de esta risa

    que muere, que no se va,

    cual si pudiera su adiós

    dolerme más que su muerte,

    y este cielo que se empeña

    en imitar el color

    del cielo que debería

    —si fuese lógico el mundo—

    gustarle a un ser como yo?

    ¿Para quién estaban hechos

    este día, aquel balcón,

    y la flor de esa ventana,

    y, en la ventana, esa voz

    y, en la voz, esa tonada

    en que otro —pues yo no—

    tal vez adivinaría

    lo que están queriendo ser

    flor y sol, lámpara y alba?

    ¿Para quién, que murió en mí

    sin duda desde hace años,

    tuvo sentido el rumor

    de la calle numerosa

    por donde avanza este ser

    que a la sombra fue a buscarme

    y a la sombra me transporta?

    SONETOS

    Che’l velo è ora ben tanto sottile

    certo che’l trapassar dentro è leggiero…

    DANTE, Purgatorio, VIII

    ARTE POÉTICA

    AGOSTO endulza, inteligencia, el grano

    en que el racimo al esbozarse piensa

    y en gotas de ámbar lúcido condensa

    el frenesí del cielo meridiano.

    Lo que de la mirada hasta la mano

    tarda la sed en consumar su ofensa

    te deja recibir, uva indefensa,

    el último derroche del verano.

    Ay, pero entre los dedos transparentes

    con que la asiduidad de la caricia

    para una sabia copa te resume

    ¿de qué azúcar sincero te arrepientes,

    tú, que la lentitud vuelves delicia,

    arte el sabor y crítica el perfume?

    RELOJ

    LO QUE con ruedas invisibles pasa

    y con saetas silenciosas hiero

    no es el tiempo, reloj, que el minutero

    ciñe al circuito de tu pista escasa.

    El tiempo no se va. Queda la casa

    y perdura el jardín… Hasta el lucero

    que me enseña a vivir de lo que muero

    se nutre del incendio en que se abrasa.

    Mientras tanto, los días y las horas

    giran en tu cuadrante, sin sentido,

    buscando inútilmente esa presencia

    que sólo advierto en mí cuando me ignoras;

    pues con tus pasos, tiempo, lo que mido

    no es tu premura, sino mi impaciencia…

    FUENTE

    EN LA fruta que toco, en la que dejo,

    en el aire que exhalo, en el que aspiro,

    en el agua que bebo, en la que miro,

    y hasta en ésta —cristal— tumba y espejo;

    si desciendo, si subo, si me alejo,

    si duermo, si despierto, si suspiro,

    si me hablan, si callo, si me quejo,

    en todo estoy cambiando sin respiro.

    Sangre tan rauda, fe tan impaciente,

    carrera son en mí de un cuerpo brusco

    que sin cesar, huyendo, me releva.

    Y es así como todo me desmiente

    de lo que fui con lo que soy, pues busco

    en cada muerte igual un alma nueva…

    FE

    COMO en el mudo caracol resuena

    del océano azul el sordo grito,

    así ha quedado preso el infinito

    en esta soledad que me encadena…

    Aré en el mar, edifiqué en la arena,

    en el agua escribí, sembré en granito

    y, a través de lo hecho y de lo escrito,

    mi propia libertad fue mi condena.

    De cuanto pretendí, nada he logrado

    y cuanto soy no sé si lo he querido

    pues sin oriente voy hacia esa meta

    que no tiene presente ni pasado…

    Y no te culpo, fe, no me has mentido:

    ¡brújula te creí —y eras veleta!

    CÍRCULO

    MURIENDO y renaciendo a cada instante,

    sobre esta ruta en círculo tendida,

    cada paso que doy hacia adelante

    me acerca más al punto de partida.

    Pues río soy que busca, en el cambiante

    fluir del tiempo, no la playa erguida

    sino el secreto manantial constante

    en que brota y acaba toda vida.

    Comencé por huir; pero de modo

    tan obediente al cauce en que progreso

    que escapo menos, hoy, si más camino.

    Y, tras de haberme repetido en todo,

    siento que mi llegada es un regreso

    y descubro en mi origen mi destino.

    ROSA

    AUNQUE apenas dura, ya

    del crepúsculo segura,

    ¡cómo, rosa, en tu blancura

    la futura noche está!

    El día, que aún no da

    forma a tu presencia, apura

    con el sol que te inaugura

    la luz que te olvidará.

    Pues del cáliz que agradeces

    hasta el pétalo que ignoras

    toda tu nieve, al caer,

    está pagando con creces

    lo que nos cobran las horas

    por consentir en no ser.

    UVA

    ¿QUÉ FINA mano cincelada en hielo

    cortó al racimo del calor el grano

    de esta uva que el musgo quiso en vano

    vestir, para la sed, de terciopelo?

    Mido en su piel henchida el breve arcano

    de un mundo en que la miel es luz sin velo,

    caricia al tacto, al paladar consuelo,

    límite a la aridez, cetro al verano.

    Pero, sin exigir que satisfaga

    la dicha que anunciaba su hermosura,

    lo dejo resbalar sobre la mesa:

    denso minuto en perfección tan pura

    que cuanto más se niega más me halaga

    porque su don mejor es su promesa.

    LUCIDEZ

    SI ME quemo en el hielo y no en la llama

    —aunque con menos insolencia y brío—

    es porque el alma, para arder, reclama

    un fuego así, como el del hielo: frío.

    Pasó la edad violenta en que el estío

    abrasa el árbol por dorar la rama

    y queda ahora, en blanco, el panorama

    del invierno interior, nunca tan mío.

    Junto a la hoguera que pagó en cenizas

    el breve triunfo de vivir airada

    ¡qué incendio más sutil, el del diamante!

    ¡Y cómo, entre sus fuegos, te deslizas,

    frío de la verdad: único instante

    en que, sin lucidez, la luz no es nada!

    TESTAMENTO

    SÓLO al trasluz del tiempo, la dorada

    lengua del fuego avivará esta historia

    que —con tinta secreta— está apagada,

    como en un palimpsesto, en mi memoria.

    Crónica de una luz sin alborada,

    hecha para leída al sol sin gloria

    de una pequeña flama tan pausada

    que encienda el trazo sin quemar la escoria.

    Confesión de ese astuto presidiario

    que todos ocultamos, sin saberlo,

    en nuestra libertad, siempre fingida.

    ¡Mensaje sin país ni calendario!

    Llamas requerirá, para entenderlo,

    quien trate de aprender su propia vida…

    MUERTE

    … contenía su muerte

    como su hueso el fruto.

    RILKE

    ¿POR QUÉ inquietarme de tu cercanía,

    Muerte, si la existencia que me halaga

    es sólo pulpa de la fruta aciaga

    en la que yaces tú, simiente fría?

    Te imaginé agresión. Te creí daga,

    lanza, dardo, arcabuz, flecha sombría;

    y en vano acoracé la mente mía

    pues si, herida, te huí, te encuentro llaga…

    Llaga que de mí propio se sustenta:

    úlcera primordial y previsora,

    oculta ya en la célula sedienta

    en que mi vida actual tuvo su aurora.

    Nada me matará —Muerte tan lenta—

    sino el ser que, por dentro, me devora.

    AGONÍA

    I

    DE LA noche que sube en tu conciencia

    mientras en todo y para todos mueres

    tú solo sabes, cuerpo, lo que quieres

    y es tu querer final póstuma ciencia.

    En amores, en odios, en violencia,

    en paisajes, en libros y en mujeres,

    moriste antes que aquí; pero prefieres

    creer que mueres hoy, por indolencia.

    Sin embargo —si abrieras a esa muerte

    ulterior de tu nombre en nuestro olvido

    los ojos que cerraste para verte—

    sentirías que el tiempo que has vivido

    no fue sino un paréntesis inerte

    entre dos estertores sin sentido.

    II

    Porque no fuiste nada, cuando fuiste,

    sino lo que el vivir quiso que fueras

    y tus únicas horas verdaderas

    son éstas, ay, que a nadie prometiste.

    Sólo tu muerte es tuya, pues viviste

    sueños extraños, rápidas quimeras,

    plagiando sucesivas primaveras

    de un mundo que no más ausente existe.

    Te vivieron los otros. Las pasiones

    que creíste sentir eran, apenas,

    un eco de sus duros corazones.

    Copias fueron tus risas y tus penas.

    Poseído de ajenas ilusiones,

    lloraste siempre lágrimas ajenas.

    Y tu primera voluntad la pones

    en volver a esa nada que enajenas

    por una libertad sin condiciones.

    BAÑO

    MUJER mirada en el espejo umbrío

    del baño que entre pausas te presenta,

    con sólo detenerte una tormenta

    de colores aplacas en el río…

    Sales al fin, con el escalofrío

    de una piel recobrada sin afrenta,

    y gozas de sentirte menos lenta

    que en el agua en el aire del estío.

    Desde la sien hasta el talón de plata

    —única línea de tu cuerpo, dura—

    tu doncellez en lirios se desata.

    Pero ¡con qué pudor de veste pura,

    recoges del cristal que te retrata

    —al salir de tu sombra— tu figura!

    SENTIDOS

    UN CIEGO oye la luz y el color toca

    —en mí— cuando, al cerrar los ojos lentos,

    dejo que sólo vivan los momentos

    que nacen del contacto de tu boca.

    Un sordo ve la voz y el canto evoca

    cuando, al callar tus últimos acentos,

    vuelven a amanecer mis pensamientos

    en una aurora de cristal de roca.

    Inmóvil, correría por seguirte

    y cantaría, mudo, por hablarte

    y, muerto, nacería por quererte;

    pues en mi vida ya no existe parte

    que, sin oídos, no supiera oírte

    y, sin labios, besarte y, sin luz, verte…

    Y, sin alma ni cuerpo, recordarte.

    MADRUGADA

    CONTRA la insolencia fortuita

    de la mañana sin cendal

    una obstinación de cristal

    ¡al invierno, al invierno invita!

    ¿Qué mano tácita me evita

    en esta música hiemal

    y, a cada cambio de pedal,

    una más blanca nota cita?

    Llama sin fiebre ni arrebol,

    dentro del hielo suscitada

    por un relámpago de alcohol…

    ¡Esplendor de la madrugada!

    Con un reflejo por espada

    el frío lucha contra el sol.

    LIRIO

    ¿CON QUÉ lápiz de punta diamantina

    rayó la luz, contra el jarrón oscuro,

    este lado del lirio que se inclina

    —más que la sombra que proyecta— al muro?

    De su cáliz de mármol brota, en fina

    cascada de paciencia, el tallo duro

    y de su propia fuga se ilumina

    como el río que nunca está maduro.

    Pasa del ónix de la copa clara

    que en la indolencia de nacer lo anima

    a la indolencia plácida en que muere

    y lo miro cambiar, como una cara

    que envejece el color y cansa el clima

    del espejo pausado al que se adhiere.

    PÁRPADO

    CORTINA, como tú, párpado leve

    —que el día excluyes al bajar, sin ruido,

    sobre el cristal de un cielo prometido—

    quisiera ser mi amor y no se atreve.

    Plácida abdicación, ausencia breve

    entre el pasado y el futuro: olvido

    de un presente que está siempre eludido,

    hoy, por el sol; mañana, por la nieve.

    Noche obediente, oscuridad sumisa

    tras cuyo velo tímido siguiera

    la vida su espectáculo suspenso.

    Y que, a su arbitrio, el corazón pudiera

    cerrar o abrir el tiempo tan de prisa

    que fuera ya memoria lo que pienso.

    CASCADA

    DE LO que tengo lo que soy me priva

    y lo que pude ser de lo que he sido

    pues vivo descontando lo vivido

    y moriré sin pausa mientras viva.

    Tiendo la mano hacia la forma esquiva

    de lo que va a pasar… ¡Y ya se ha ido!

    Así —cascada que en silencios mido—

    me llevas, tiempo, siempre, a la deriva.

    Entre el día que fue y el que no empieza,

    el presente no es sino el camino

    que va de una ambición a una añoranza.

    Cesa la dicha. Cambia la tristeza.

    ¡Y no sabremos nunca si el destino

    cediendo insiste y, sin moverse, avanza!

    CORAZÓN

    CUANDO, extendido sobre el lecho austero

    en que —si no dormir— callar procuro,

    siento el hachazo rítmico y seguro

    del corazón talando lo que espero;

    el árbol de mi sueño verdadero

    —para la realidad siempre inmaturo—

    comparo con el lento cuerpo oscuro

    en que, a pedazos, sin reposo, muero.

    Cuanto en aquél hubiera —si durara—

    debido presagiar pétalo y nido,

    es, en éste, dolor, silencio, tumba.

    La vida que los une los separa.

    Y sólo vibran juntos al latido

    del terco leñador que los derrumba.

    OCTUBRE

    YA EMPIEZAS a dorar, Octubre mío,

    con las cimas del huerto, ésas —distantes—

    del pensamiento a cuyas frondas fío

    la sombra de mis últimos instantes.

    Corazón y jardín tuvieron, antes,

    cada cual a su modo, su albedrío;

    pero deseos y hojas tan brillantes

    necesitaban, para arder, tu frío.

    Aterido el vergel, desierta el alma,

    más luz entre los troncos que despojas

    a cada instante, envejeciendo, veo.

    Y en el cielo ulterior, de nuevo en calma,

    cuando terminen de caer las hojas

    miraré, al fin desnudo, mi deseo.

    ORQUÍDEA

    FLOR que promete al tacto una caricia

    más que el otoño de un perfume, suave,

    y que, pensada en flor, termina en ave

    porque su muerte es vuelo que se inicia.

    Párpado con que el trópico precave

    de su luz interior la ardua delicia,

    música inmóvil, flámula en primicia,

    aurora vegetal, estrella grave.

    Remordimiento de la primavera,

    conciencia del color, pausa del clima,

    gracia que en desmentirse persevera,

    ¿por qué te pido un alma verdadera

    si la sola fragancia que te anima

    es, orquídea, el temor de ser sincera?

    BAJAMAR

    CONFORME va la vida descendiendo

    —bajamar de los últimos ocasos—

    se distinguen mejor sombras y pasos

    sobre esta playa en que a morir aprendo.

    Acaba el sol por declinar. Los rasos

    de la luz se desgarran sin estruendo

    y del azul que ha ido enmudeciendo

    afloran ruinas de horas en pedazos.

    Ese que toco, desmembrado leño,

    un día fue timón del barco erguido

    que por piélagos diáfanos conduje.

    En aquel mástil desplegué un ensueño.

    Y en estas velas, ay, siento que cruje

    todavía la sal de lo vivido.

    MADRIGAL

    ERES, como la luz, un breve pacto

    que de colores fragua su blancura;

    y en iris —como a ella— te figura

    de la nieve menor el prisma abstracto.

    Dejas, como la luz, un sordo impacto

    de sombra en la retina y, por la oscura

    huella que de su tránsito perdura,

    recuerdo el esplendor de tu contacto.

    El cristal te deshace, no el acero;

    aunque, más que el cristal, la geometría,

    pues transparencias sin aristas nunca

    lograron traducir tu ser ligero.

    Y, por eso tal vez, el alma mía

    te descompone cuando no te trunca.

    REGRESO

    I

    VUELVO sin mí; pero al partir llevaba

    en mí no sólo cuanto entonces era

    sino también, recóndita y ligera,

    esa patria interior que en nadie acaba.

    Oigo gemir la aurora que te alaba,

    músico litoral, viento en palmera,

    y me asedia la enjuta primavera

    que la razón, no el tiempo, presagiaba.

    Entre el capullo que dejé y la impura

    corola que hoy en cada rama advierto

    pasaron lustros sin que abrieran rosas.

    Viví sin ser… Y sólo me asegura,

    entre tanta abstención, de que no he muerto

    la fatiga de mí que hallo en las cosas.

    II

    ¿Quién habitó esta ausencia? ¿Qué suspiro

    interrumpo al hablar? ¿A quién despojo

    del recobrado cuerpo en que me alojo?

    ¿Quién mira, con mis ojos, lo que miro?

    La luz que palpo, el aire que respiro,

    el peso del silencio que recojo,

    todo me opone un íntimo cerrojo

    y me declara intruso en mi retiro.

    En vano el pie que avanzo coincide

    con la huella del pie que hundió en la arena

    el invisible igual que sustituyo;

    pues lo que el alma, al regresar, me pide

    no es duplicarse en cuanto me enajena

    ¡sino ser otra vez lo que destruyo!

    III

    ¡Espejo, calla! Y tú, que en el furtivo

    recuerdo el filo de la voz bisela,

    eco, responde sin palabra. Y vela

    por que en tu ausencia al menos esté vivo…

    Del mármol con que el ocio me encarcela

    quiero en vano extraer un brazo esquivo

    hacia ese blando mundo infinitivo

    en que todo está aún y todo vuela.

    Estatua soy donde caí torrente,

    donde canto pasé, silencio duro

    y donde llama ardí, ceniza esparzo.

    Nada me afirma y nada me desmiente.

    Sólo tu golpe, corazón oscuro,

    a fuerza de latir agrieta el cuarzo.

    IV

    Por esa fina herida silenciosa

    que siquiera da paso a la agonía

    ¡ay! entra, muerte, en mí, como la guía

    de la hiedra que el sol prende en la losa.

    Abre —¡aunque sea así!— la última rosa

    en que tu fuerza adulta se extasía,

    ansia de ya no ser, llama tan fría

    que a su lado la luz parece umbrosa.

    Rompe la plenitud, la simetría,

    el basalto en que acaba toda cosa

    que dura más de lo que tarda el día;

    y, arrancándome al tedio que me acosa,

    envuélveme en tu vértigo, alegría,

    ¡afirmación total, muerte dichosa!

    ESCLUSA

    ¿QUÉ INVISIBLES y tácitas poleas

    —corazón sin motor, nave en olvido—

    te alzan hacia el mar desconocido

    que para ser exige que lo creas?

    En el crucero estás de dos mareas.

    Canal es tu quietud, tiempo abolido.

    Y, a cada aspiración, cada latido

    aviva en sorda luz fúnebres teas.

    Inmóvil te suponen los que, al verte

    anclado al hoy, ignoran que el mañana

    cambió ya de nivel tu barco oscuro.

    ¡Qué alto litoral el del futuro!

    ¡Y cómo, corazón, la hora más vana

    te eleva —en esta esclusa— hacia la muerte!

    HUÉSPED

    HUÉSPED de una ciudad en que agoniza

    un rey astuto, errático y distante

    y en cuyas torres la tormenta iza

    un relámpago nuevo a cada instante;

    aunque no he sido llama, soy ceniza

    y piedra, aunque jamás seré diamante:

    polvo que con la roca se eterniza

    o polvo que dispersa un viento errante…

    ¡Sombra —entre cuyos átomos diversos—

    perpetúan ociosas competencias

    ecos, seres, imágenes y cosas,

    astillas de columnas y de versos,

    ruinas de catedrales y de esencias,

    cadáveres de estrellas y de rosas!

    BAUTIZO

    ABRE el oído, tiende la mirada,

    pesa tu liviandad, mide tu aliento.

    Ésta es la sal del mundo: un elemento

    sin cuyo simulacro no eres nada.

    Barca te trajo, cuna tan delgada

    que le impone destino el menor viento

    y playa es hoy la luz en que presiento

    —náufrago sin querer— tu alma sellada.

    Del mar que atravesaste para hacerte

    buscarías en vano, entre las horas,

    ese tiempo que al par te da y te olvida.

    Vives. Y esto es vivir: buscar tu muerte.

    Ya principiaste a ser pues ya te ignoras.

    ¡Bienvenido al dolor, forzado a vida!

    PUREZA

    BAJO la cárcel rota del cabello

    que en indolencia y en calor la abruma,

    emerge de una cólera de espuma

    con otro armiño rescatado al cuello.

    Agobio del verano, algún destello

    de su pureza a su impaciencia suma

    y la adormece, péndulo de pluma,

    el abanico de un silencio bello.

    La nieve del candor que la aureola

    al devolverla a la blancura viva,

    no toca sino elude su pureza

    y, del cabello amotinado en ola,

    un rizo —a la garganta que lo esquiva—

    roba la prontitud de una cereza.

    MANZANA

    CONCIENCIA del frutero campesino,

    manzana, entre los higos y las nueces

    ¡de qué rubor ingenuo te embelleces

    ante el otoño elemental del vino!

    Gira en la piel de tu contacto fino

    una tersura exacta, sin dobleces,

    y del reflejo en que tu forma acreces

    tiñes, de pronto, el vaso cristalino.

    Porque es tan sobria la pulida esfera

    de tu carne de plata —y tan segura—

    que el paisaje que copia, refrigera.

    Y corre, al verte, por la dentadura

    una acidez helada que no altera

    la sed, sino la moja y la madura…

    GOLONDRINA

    DE TI —que, por precoz y por soltera,

    anuncias y no haces el verano—

    golondrina sutil, tenue vilano,

    la urgencia envidio y la ansiedad quisiera.

    Última flecha del invierno arcano,

    buscas el blanco de la primavera

    con tal celeridad que asirte fuera

    detener el destino con la mano.

    Ay, pero sólo a prometer nacida,

    vives para escapar de lo que ofreces,

    paraíso mental, presagio puro.

    Y es tan indispensable tu partida

    que acabaría en ti nuestro futuro

    si, un instante no más, permanecieses…

    OTRA ROSA

    COMO la dura estrella tenebrosa

    que de la estrella luminosa dura

    en la pupila fiel donde reposa

    el edificio de la noche pura,

    esta rosa de sombra que a la rosa

    imaginada opone, en su negrura,

    la rosa de verdad, tan ambiciosa

    que, por morir más alta, se apresura.

    Flor en que el pensamiento —como el ojo

    cerrado tras de ver un sol intenso—

    devuelve en gris lo azul, lo verde en rojo;

    corola de mi espíritu suspenso,

    ¿por qué si te comprendo te deshojo

    cuando vives no más porque te pienso?

    CARACOL

    EL MAR del tiempo incontenible canta

    dentro del caracol de este momento

    tan repentino y, a la vez, tan lento

    que su instantánea eternidad me espanta.

    Toda mi vida gime en su garganta:

    cuanto fui, cuanto soy, cuanto presiento,

    pues el alma no abriga un pensamiento

    que abarque tanta luz ni sombra tanta.

    Sobre la arena en que la ola oscura

    más a olvidarlo que a traerlo vino

    —y bajo el nácar de su concha adversa—

    ríe el dolor, solloza la ventura:

    ¡voz semejante en todo a mi destino,

    cambiante, igual, monótona y diversa!

    ESPEJO

    ELENA, que florece junto al río

    de una conciencia demasiado hermosa,

    pasa con él y mira, en cada cosa,

    un eco de cristal, rápido y frío.

    Quiere poner un límite al estío

    de la luz que la lleva, perezosa,

    y la desvía el sueño que la acosa

    y la encuentra, dejándola, el desvío.

    Por eso el agua que la entiende fluye

    y el tiempo corre, al que se da, sumisa.

    Un reflejo la forma y la destruye.

    No tiene más constancia que la brisa,

    más regla que morir porque se huye,

    ni otra razón de ser que estar de prisa.

    VIAJE INMÓVIL

    I

    CUANDO la noche cierra en ti esa puerta

    que ya no puede abrir ninguna mano

    mortal, y del dolor —como de un vano

    sueño, en el sueño— el sueño te despierta;

    cuando el cansancio de la voz incierta

    no toca ya de ti sino el lejano

    litoral en que el ángel cotidiano

    deja, al partir, su túnica desierta;

    cuando un río de sombra y una espada

    —¿caída de qué puño indiferente?—

    te aíslan de ti misma y de mi vida,

    ¿qué dios cruel ordena tu alborada?

    ¿quién, bajo de tu frente, se arrepiente?

    ¿quién eres tú, sin ti, desconocida?

    II

    Por la memoria en ruinas, entre aciagos

    escombros de proyectos y esperanzas,

    pisando espejos que se vuelven lagos,

    irguiendo lirios que resultan lanzas,

    cruzas, mientras yo aquí —frente a los vagos

    límites de un país que ya no alcanzas

    a recordar— en súbitos estragos

    advierto tus sonámbulas andanzas.

    Segura de volver cuando la aurora

    para otra guerra inútil te rescate

    ¡con qué prisa sin pies mi noche huellas!

    ¡qué muerte das, soñando, a quien te llora!

    ¡y de qué oculto y lúgubre combate

    son tu sonrisa y tu silencio estrellas!

    III

    Porque con alguien vas rumbo a ese abismo

    del que regresas perdonada y muda;

    alguien, que de tu cuerpo me desnuda,

    y ese rival ¿quién es, sino yo mismo?

    Te busco en el colérico espejismo

    que, mientras no me sientes, te demuda;

    pero descubro nada más mi duda,

    tu ausencia, mi rigor, nuestro egoísmo…

    Inerte al bien y al mal, esquiva al celo

    que nos promete póstumas coronas,

    la batalla que libras es conmigo,

    el infierno que cruzas es mi cielo

    y el ser con quien, sin brazos, me traicionas

    soy yo que, hasta en tus sueños, me persigo.

    VEJEZ

    ME INCLINO hacia lo azul de ese reflejo

    que, de la llama que perece, nace.

    Y, de pronto, en cristal, lámpara, espejo,

    miro cómo la noche me rehace.

    ¡Tribus de lo que fui! Duro entrecejo;

    paralítica voz; ojo en que yace

    —última luz— un último consejo.

    Ardor como ése, gélido, me place.

    Luces guillotinadas… Viejas voces

    sangrando en los fonógrafos suspensos…

    Segado de paréntesis veloces,

    libro en que palpo otra presencia mía.

    ¡Tribus de lo que fui! ¡Trágicos censos!

    El cuerpo es un fantasma que me espía.

    NOCTURNO

    I

    CIERRA, punto final, única estrella

    del firmamento claro todavía,

    la estrofa de silencio de este día

    en que tu voz, por tácita, descuella.

    Desde el alba lo azul te prometía,

    última gota en ignición tan bella

    que sólo ardiendo —como el lacre— sella

    y sólo sella al tiempo que se enfría.

    Ser el adiós de un cielo sin querella,

    igual que tú mi espíritu quería

    y que, como tu luz, la Poesía

    cristalizara en mí diáfana estrella

    más transparente cuanto más sombría

    fuese la oscuridad en torno de ella.

    II

    Principia pues, aquí, tu obra futura,

    Noche, y con lengua libre de falacia

    explícame la edad, el sol, la acacia,

    el río, el viento, el musgo, la escultura…

    De los colores adjetivos cura

    esta instantánea flor, póstuma gracia

    de un idioma que fue —con pertinacia—

    retórica guirnalda a la hermosura.

    Brújula sin piedad, tiniebla pura,

    orienta, Noche, mis sentidos hacia

    las torres de tu intrépida estructura

    y deja que, en racimos de luz dura,

    se apague esta inquietud que nada sacia

    sino el terror de ser tiempo y figura.

    III

    Tiempo y figura fui, mientras la esquiva

    curiosidad de ser distinto en cada

    minuto de la frívola jornada

    arrojaba mi anhelo a la deriva.

    Tiempo y figura: cólera pasiva,

    impaciencia de luz en llamarada,

    alma a todos los cauces derramada

    y, aunque a ninguno fiel, siempre cautiva.

    Pero de pronto, ay, conciencia armada,

    coraza de amazona pensativa,

    toco de nuevo, en bronce, tu alborada

    ¡y descubro por fin que la hora ansiada

    estaba en mí, pretérita y furtiva,

    y, al oírla sonar, siento mi nada!

    IV

    Hecho de nada soy, por nada aliento;

    nada es mi ser y nada mi sentido

    y, muerto, no seré más que al oído

    un roce de hojas muertas en el viento…

    A nada me negué. De nada exento

    —pasión, fiebre o virtud— he persistido

    y de esa misma nada envejecido

    sombra de sombras es mi pensamiento.

    Pero si nada di, nada he pedido

    y, si de nada soy, a nada intento:

    espectador no más de lo que he sido.

    Como inventé el nacer, la muerte invento

    y, sin otro epitafio que el olvido,

    a la nada me erijo en monumento.

    VOZ

    TÚ ME llamaste al íntimo rebaño

    —única voz que manda cuando implora—

    mientras la burla despreciaba el daño

    y florecía, en el cardal, la aurora.

    Era la intacta juventud del año.

    Principiaban el mes, el día, la hora…

    Y

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