Obras escogidas: Poesía, autobiografía, ensayo
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Obras escogidas - Jaime Torres Bodet
Mexico
POESÍA
POESÍAS DE JUVENTUD
De NUEVAS CANCIONES
[1923]
CANCIÓN DE LAS VOCES SERENAS
SE NOS ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una nube
y en deshojar una flor.
Se nos ha ido la noche
en decir una oración,
en hablar con una estrella
y en morir con una flor;
y se nos irá la aurora
en volver a esa canción,
en perseguir otra nube,
y en deshojar otra flor;
y se nos irá la vida
sin sentir otro rumor
que el del agua de las horas
que se lleva el corazón…
LA PRIMAVERA DE LA ALDEA
LA PRIMAVERA de la aldea
bajó esta tarde a la ciudad,
con su cara de niña fea
y su vestido de percal.
Traía nidos en las manos
y le temblaba el corazón
como en los últimos manzanos
el trino del primer gorrión.
A la ciudad, la primavera
trajo del campo un suave olor
en las tinas de la lechera
y las jarras del aguador…
INVITACIÓN AL VIAJE
CON LAS manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de la sien de plata.
Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que hace limpia el alma.
Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en sus ondas rápidas…
Bajo el cielo de oro
hay en la montaña
una encina negra
que hace negra el alma:
Subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus mieles ásperas…
Otoño nos cita
con un son de flautas:
vamos a buscarlo
por la tarde clara.
MÚSICA OCULTA
COMO el bosque tiene
tanta flor oculta,
parece olorosa
la luz de la luna.
Como el cielo tiene
tanta estrella oculta,
parece mirarnos
la noche de luna.
¡Como el alma tiene
su música oculta,
parece que el alma
llora con la luna!…
De LA CASA
[1923]
LA CASA
HEMOS alzado el muro y hemos tendido el techo.
Hemos abierto al claro del cielo las ventanas
y hemos regado flores sobre el umbral estrecho.
En una copa, brillan las primeras manzanas.
Desde el umbral, las rosas nos dan la bienvenida.
¿Lo veis? La casa entera tiembla de amor profundo.
¡Si para hacerla amable, la hicimos como el mundo:
un vaso en que pudiera caber toda la vida!
Queremos que una tarde, cuando su puerta se abra
a vuestra voz de amigos, deseosa de acogeros,
el cielo esté contando sus más puros luceros
y el alma ya no pueda ceñirse a la palabra.
Que al advertir la franca presión de nuestra mano,
os envuelva el aroma del huerto agradecido,
y que, al cerrar la puerta, entréis en el olvido
de cuanto fuera origen de vuestro error humano.
De LOS DÍAS
[1923]
MEDIODÍA
TENER, al mediodía, abiertas las ventanas
del patio iluminado que mira al comedor.
Oler un olor tibio de sol y de manzanas.
Decir cosas sencillas: las que inspiren amor.
Beber un agua pura, y en el vaso profundo,
ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.
Palpar, en un durazno, la redondez del mundo.
Saber que todo cambia y que todo es igual.
Sentirse, ¡al fin!, maduro, para ver, en las cosas,
nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel…
Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,
y graba, con la uña, un nombre en el mantel.
PAZ
NO NOS diremos nada. Cerraremos las puertas.
Deshojaremos rosas sobre el lecho vacío
y besaré, en el hueco de tus manos abiertas,
la dulzura del mundo, que se va, como un río…
…12 DE JUNIO
AMADA, en estos versos que te escribo
quisiera que encontraras el color
de este pálido cielo pensativo
que estoy mirando, al recordar tu amor.
Que sintieras que ya julio se acerca
—el oro está naciendo de la mies—
y escucharas zumbar la mosca terca
que oigo volar en el calor del mes…
Y pensaras: ¡Qué año tan ardiente!
,
¡cuánto sol en las bardas!
… y, quizás,
que un suspiro cerrara blandamente
tus ojos… nada más… ¿Para qué más?
VOLUNTAD
SI YO pudiera acariciarte, oh fina
suavidad de la música del viento,
en las ramas profundas de la encina…
¡Oh, si tuviera tacto el pensamiento
para palpar la redondez del mundo,
el rumor de los cielos transparentes,
el pensar de las frentes
y el viaje del suspiro vagabundo!
¡Si al corazón llegara
en su forma real, el infinito;
lo que fue llanto en la pupila clara,
saciedad en el grito;
si la verdad me hiriera
con su arista cruel, en tajo rudo;
si todo lo que viera
estuviera desnudo!
¿Qué palabra soberbia y rebosante
daría esa expresión apetecida?
¡Pensar que bastaría, así, un instante
para borrar las formas de la vida!
De POEMAS
[1924]
LA FLECHA
QUIERO doblar el arco de la vida
hasta que forme un círculo.
De mis manos saldrá, entonces, la flecha
de la certeza que persigo.
El aire, desgarrado por su vuelo,
irradiará, y el signo
de las constelaciones
palpitará en lo azul del infinito.
¡Ay, si pudiera el arco doblarse, sin romperse,
hasta formar un círculo!
¡Ay, si la flecha que lanzara el arco
llegara a su destino!
AGOSTO
VA A llover… Lo ha dicho al césped
el canto fresco del río;
el viento lo ha dicho al bosque
y el bosque al viento y al río.
Va a llover… Crujen las ramas
y huele a sombra en los pinos.
Naufraga en verde el paisaje.
Pasan pájaros perdidos.
Va a llover… Ya el cielo empieza
a madurar en el fondo
de tus ojos pensativos.
RÍO
¡RÍO EN el amanecer!
¡Agua de tus ojos claros!
Caer —¡subir!— en lo azul
transparente, casi blanco.
Cielo en el río del alba
—mi amor en tus ojos vagos—
oh, naufragar
—¡ascender!—
¡siempre más hondo!
¡Más alto!
… Río en el amanecer…
EL PUENTE
¿CÓMO se rompió, de pronto,
el puente que nos unía
al deseo por un lado
y por el otro a la dicha?
¿Y cómo —en mitad del puente
que a pedazos se caía—
tu alma rodó al torrente
y al cielo subió la mía?
RUPTURA
NOS HEMOS bruscamente desprendido.
Y nos hemos quedado,
como si una guirnalda
se nos hubiese ido de las manos;
con los ojos al suelo,
como viendo un cristal hecho pedazos:
el cristal de la copa en que bebimos
un vino tierno y pálido…
Como si nos hubiéramos perdido,
nuestros brazos
se buscan en la sombra… ¡Sin embargo,
ya no nos encontramos!
En la alcoba profunda
podríamos andar meses y años,
en pos uno del otro,
sin hallarnos.
LA COLMENA
COLMENA de la tarde, diálogo en el vergel:
la palabra es abeja, pero el silencio es miel.
AMBICIÓN
NADA más, Poesía:
la más alta clemencia
está en la flor sombría
que da toda su esencia.
No busques otra cosa.
Corta, abrevia, resume;
¡no quieras que la rosa
dé más que su perfume!
De BIOMBO
[1925]
CANTAR
DE ORO la arena.
De esmeralda el mar.
La tarde ha tendido
la red de la lluvia a secar.
El silencio suena
bajo el platanar.
El estío esparce ruidos de colmena.
La miel del olvido
quisieran las horas labrar.
Con la luna llena,
corazón, barquero, saliste a pescar.
Regresas vencido:
tus redes cayeron al fondo del mar.
Se aquieta la tarde… Serena
la brisa el palmar.
Se oye al olvido
hilar y cantar:
Yo tuve una pena.
Fue sólo una vela sombría en el mar.
SOLEDADES
QUERÍA, en la misma flor:
de la de ayer, el aroma;
de la de hoy, el color…
Criterio de mariposa.
Al alma, por los sentidos;
por el perfume, a la rosa.
¿Cómo podía expresar
con la palabra ¡tan lenta!
el corazón, tan fugaz?
Amaba el agua en la fuente.
Pero más en el arroyo.
Pero más en el torrente.
No sabía distinguir
entre pensar y cantar,
entre hablar y sonreír.
Su manera de ser rubia:
la de una tarde con sol
que se peinara en la lluvia.
Pude cortar en sazón
el racimo de sus viñas
¡y no el de su corazón!
LA SOMBRA
SOL DE otoño en las bardas del sendero,
¿por qué alargas mi sombra
del lado en que principian
a amarillear las rosas?
Y tú, luna de invierno,
si voy a medianoche por la costa,
¿por qué me echas al mar y me destrozas
en los espejos de las olas rotas?
En vano en lo más alto de las rocas
detengo el paso. En vano alzo la frente
adivinando la secreta aurora.
¡Ay, que si más mi cuerpo se levanta,
más mi sombra se ahoga!
SINCERIDAD
DUERME ya, desnuda.
El sueño te viste
mejor que una túnica.
MÚSICA
AMANECÍA tu voz
tan perezosa, tan blanda,
como si el día anterior
hubiera
llovido sobre tu alma.
Era, primero, un temblor
confuso del corazón,
una duda de poner
sobre los hielos del agua
el pie
desnudo de la palabra.
Después,
iba quedando la flor
de la emoción, enredada
a los hilos de tu voz
con esos garfios de escarcha
que el sol
desfleca en cintillos de agua.
Y se apagaba y se iba
poniendo blanca,
hasta dejar traslucir,
como la luna del alba,
la luz
tierna de la madrugada.
Y se apagaba y se iba
¡ay! haciendo tan delgada
como la espuma de plata
de la playa,
como la espuma de plata
que deja ver, en la arena,
la forma de una pisada.
LA DOBLE
ERA DE noche tan rubia
como de día morena.
Cambiaba, a cada momento
de color y de tristeza,
y en jugar a los reflejos
se le iba la existencia,
como al niño que, en el mar,
quiere pescar una estrella
y no la puede tocar
porque su mano la quiebra.
De noche, cuando cantaba,
olía su cabellera
a luz, como un despertar
de pájaros en la selva;
y si cantaba en el sol
se hacía su voz tan lenta,
tan íntima, tan opaca,
que apenas iluminaba
el sitio que, entre la hierba,
alumbra al amanecer
el brillo de una luciérnaga.
¡Era de noche tan rubia
y de día tan morena!
Suspiraba sin razón
en lo mejor de las fiestas
y, puesta frente a la dicha,
se equivocaba de puerta.
No se atrevía a escoger
entre el oro de la mies
y el oro de la hoja seca,
y —tal vez por eso— no
supe jamás entenderla,
porque de noche era rubia
y de mañana morena…
MAR
TE HE venido siguiendo, Mar de Otoño,
entre las hojas móviles del tiempo,
como se sigue un pensamiento hermoso.
¡Qué azul estabas en la madrugada!
Te vi saltar, desnudo, sobre el lomo
de los caballos vivos de la espuma.
Un látigo de luz cegó sus ojos.
Con rienda de zafiros los guiabas
hacia el ronco archipiélago sonoro.
Y luego, Mar, en esa arena tibia
en que el pie de la tarde
olvidó una sandalia de ceniza,
el pueblo de las barcas pescadoras
dormido entre los mástiles del día.
Mar de ojos delgados
como el filo del alba entre la niebla,
remendando las redes de la lluvia
te sorprendió la tarde, al volver de la pesca.
Ahora estás, fondeando, en la bahía.
Te alumbra,
intermitente faro, la marea
profunda de la música nocturna,
y como un ancla al puerto de lo eterno
has echado el creciente de la luna.
De lo alto del cielo,
con un cansancio de alas que se posan,
caen las velas húmedas del viento.
Vieja nave del mar, atada al mundo,
la tierra te protege
y te arrullan las voces de la orilla.
Esta noche, por fin, duerme seguro…
¡Ya zarparás mañana con el día!
EL VIENTO
AÚLLA, viento, aúlla.
Miedo mayor el de la pena muda.
Que tus manos sacudan
los troncos de los árboles, y crujan
lo mismo el tallo esbelto del que se hacen las flautas
y el ciprés que señala el sitio de las tumbas.
Incendiarás los campos. Del fuego que devore
la mies de los graneros, sembrarás la llanura.
Se romperán los diques. El agua en que se azula
el tallo de los lirios hará estallar las grutas.
Pastor de cataratas,
llevarás al abismo rebaños de la espuma.
Y más alto que el ala que más subiera un día
subirán los niveles delgados de la lluvia.
Aúlla, viento, aúlla.
Pena mayor la de la pena muda.
FINAL
VUELVO de andar a solas por la orilla de un río.
Estoy lleno de músicas, como un árbol al viento.
He dejado correr mi pensamiento
viendo en el agua el paso de una nube de estío.
Traigo tejido al alma el olor de una rosa.
En lo blando del césped puse, al andar, mi huella.
He vivido, ¡he vivido!… Y voy, como la estrella,
a perderme en el mar de un alba silenciosa.
De DESTIERRO
[1930]
DIAMANTE
TE DESCUBRÍ en el vértigo, diamante.
Aristas luminosas, púas vivas,
claras espadas y saetas finas
en tu nombre me hieren todavía.
¡Míralas!
Vertientes dobles, cumbres en que el cielo
al ojo es frenesí y al tacto hielo.
Frías aristas, enemigas cimas
de la prisa en la luz, islas de liras…
Batallas del sonido contra el aire,
de la voz contra el eco, del calor
contra la geometría del diamante.
Te encarcelé con triángulos, fulgor.
¿Iban?…
Venían mínimas delicias
de antiguas brisas y de cimas frías
en las orillas limpias de tus iras.
DANZA
LLAMA
que por morir más pronto se levanta,
flotas entre las brasas de la danza.
Y te arranca de ti,
al principiar, un salto tan esbelto
que el sitio en que bailabas
se queda sin atmósfera.
Así el pedazo negro de la noche
en que pasó un lucero.
Pero de pronto vuelves
del torbellino de las formas
a la inmovilidad que te acechaba
y ocupas,
como un vestido exacto,
el hueco
de tu propia figura.
Pareces una cosa
caída en el espejo de un recuerdo:
te bisela
el declive del tiempo.
Un minuto después, estás desnuda…
La brisa
te peina el ondulado movimiento
y a cada nueva línea
que las flautas dibujan en la música
obedece una línea de tu cuerpo.
¡No resonéis ahora,
címbalos, que la danza es como el sueño!
POESÍA
¡QUÉ FIRME apoyas, sobre el lecho duro
por cuyo reino te suponen muerta,
en la corona blanca de lo frío
esta
armadura yacente
de princesa dormida,
de dormida despierta,
Poesía!
¡Cómo,
a los súbditos que te niegan,
señalas estaciones y concilias poemas!
Fijas
desde tu sueño el tiempo que la brisa
pesa en el ala de la golondrina.
El que invierte el arroyo
en llegar hasta el puente del otoño.
El que tarda el poema
en pasar del candor a la pureza…
Indiferente al diálogo, te inclinas
al revés en el tiempo —en la memoria—
y, del espejo al que desciendes, subes.
Y te ves con los ojos que te miran.
Y estás en todas partes
en ti, segura, peregrina, inmóvil,
sonámbula, dormida, despierta, Poesía.
BUZO
EL AGUA de la sombra nos desnuda
de todos los recuerdos
en esta brusca
inmersión que anticipa, en los oídos,
la sordera metálica del sueño.
Y quedamos de pronto sostenidos
—en este mar en donde nadie flota—
de una cadena lógica de ausencias,
como el buzo que vive, en su escafandra,
de la sierpe del aire que lo sigue.
Ni una burbuja traicionó la asfixia.
Lento
y con ruedas de espuma en el insomnio,
giró el acuario rápido del sueño.
Mas ya el silencio abre
un pozo ardiente en la memoria fría,
un pozo
donde nuestras imágenes
se lavan de la atmósfera perdida.
¿Con qué dedos de música tocarte?
Porque sólo la música podría
devolverte una forma para el tacto
a ti, que tienes tantas
para el oído ávido.
Porque sólo la música
sabría componer con los fragmentos
de tu semblante muchas veces roto,
el nuevo,
el expresivo rostro nuevo
que de tu sueño lento está naciendo…
HIELO
HIELO de abril, contra el calor fundido
de esta última rosa del otoño
que resulta, de pronto, reflejada
—sobre un tiempo invertido—
la rosa de la nueva primavera.
Labras
al frío el esqueleto de una luz tan exacta
que la boca del aire ya no puede
tocar sin vaho, disolver sin mancha.
Y enseñas al jardín
la geometría blanca del invierno
emplomando con sol esos vitrales
a cuyo lago de cristal te asomas,
príncipe del dibujo,
hielo de abril, maestro del paisaje…
CABOTAJE
ME HASTÍAS, placidez,
fingido paraíso cotidiano:
dulzura
que me endurece para la dulzura;
calor
de la pereza enferma en que me dejo
llevar por el espectro de los muertos,
como un barco vacío
—a babor, a estribor—
al fuego lento de la chimenea,
a través de los meses
de un mar sin latitudes,
de una alcoba sin islas
y de un sueño sin sueños…
CRIPTA
Menos me hospeda el cuerpo, que me entierra…
QUEVEDO
DÉDALO
ENTERRADO vivo
en un infinito
dédalo de espejos,
me oigo, me sigo,
me busco en el liso
muro del silencio.
Pero no me encuentro.
Palpo, escucho, miro.
Por todos los ecos
de este laberinto,
un acento mío
está pretendiendo
llegar a mi oído.
Pero no lo advierto.
Alguien está preso
aquí, en este frío
lúcido recinto,
dédalo de espejos.
Alguien, al que imito.
Si se va, me alejo.
Si regresa, vuelvo.
Si se duerme, sueño.
—¿Eres tú?
me digo…
Pero no contesto.
Perseguido, herido
por el mismo acento
—que no sé si es mío—
contra el eco mismo
del mismo recuerdo,
en este infinito
dédalo de espejos
enterrado vivo.
POESÍA
SECRETO codicilo
de un testamento falso,
verdad entre pudores,
confesión entre líneas
¿quién te escribió en mi pecho
con invisible tinta,
amor que sólo el fuego
revela cuando toca,
dolor que sólo puede
leerse entre cenizas,
decreto de qué sombra,
póstuma poesía?
TIEMPO
COMO una enredadera
de la que sólo fueran perceptibles
al ojo las luciérnagas,
el tiempo te rodea
con una eternidad tan estudiada
que, en su nocturna urdimbre, sólo aciertas
a descubrir, de pronto,
las rosas de tus horas verdaderas.
Pero lo que te exalta
ay, corazón, a ti, no es la perfecta
corola de simétricos minutos
en que, de tarde en tarde, un faro extraño
—por azar o con ritmo— se proyecta,
sino la voluntad de esa invisible
enredadera sin descanso
que no sabes aún dónde comienza
y que, con sus guirnaldas, te conduce
hacia el amanecer de un alma nueva.
ANDENES
ANDENES son las horas
en que nos reunimos:
estrechísimas cintas
de cólera y de frío
entre dos paralelos
rápidos enemigos
que timbres y teléfonos
anuncian al oído.
Amor: empalme incierto,
por lámparas y gritos,
de minuto en minuto
cortado y sacudido;
descanso entre dos viajes,
tierra entre dos abismos,
apeadero brusco
por túneles ceñido…
¡Andenes son las horas
en que nos reunimos!
ISLA
TE IMAGINÉ castillo
ceñido de rencores,
fortaleza entre riscos,
ciudad entre cañones.
Pero tú descansabas
en una azul delicia
de plácidos canales
y torres cristalinas,
feliz como una isla
desnuda y sin memoria,
mujer, junto a la orilla
esquiva de ti misma.
En la mitad de un bosque
poblado de amenazas,
te imaginé… Murallas
y puentes levadizos,
barbacanas, escarpas,
corazas y alabardas
pensé que de tu alma
las puertas custodiaban.
Pero te vi entre flotas
de naves silenciosas,
brocados, azucenas,
crepúsculos y góndolas.
Y me infundiste entonces
horror, pues la batalla
—a sangre, a fuego, a muerte—
que contra mí librabas
no estaba ya ocurriendo
bajo los claros templos
que un pie de mármol hunden
en tus canales trémulos;
sino en esa lejana
bahía solitaria
donde las carabelas
de un almirante muerto
están, desde hace siglos,
venciéndome en silencio…
DICHA
DE PRONTO, aquí, en las últimas
hojas de la novela
para cuyos extremos nos creara
la pluma de un autor naturalista;
entre el miedo y la cólera
de seres que no hubiéramos dejado
ensombrecer nuestro destino
si fuera nuestro el libro que vivimos;
aquí, junto al epílogo
del que la muerte misma no nos salva,
esta felicidad: página pura
escrita por un mágico poeta,
impresa toda en nobles caracteres,
égloga interpolada
en la nocturna prosa que recorre
con ojos evasivos
un corrector de pruebas sin sentido…
LIBRA
¿QUIÉN, durante la noche,
con mano sin prudencia,
aligeró los astros
que de remotas pesas
servían al destino
para tener en alto
—simétricos y justos—
los dos platillos, alma,
de tu balanza eterna?
Ni la hartura de un cáliz,
ni el eco de una esencia
delataron la ruina
de las estrellas crédulas
que necesita el cielo
mover entre la sombra
para igualar el peso
de una conciencia recta.
SELLO
COMO cera
—antes de que las llamas la derritan
y de que el molde helado la endurezca—
eras maleable en mí… Tan obediente
a la presión más suave
que la menor caricia te alteraba.
Pero el dolor te disolvió. Corriste
sin forma exacta ya, líquida y pura;
incendiada en rencores
—por su esplendor tan nítido— invisibles.
Y, creyendo que no perdurarían,
que nada queda en lo que a nada opone
voluntad ni temor, tracé en tu alma,
no sé ya contra quién, estas palabras
que, al enfriarte el tiempo, se han quedado
hundidas para siempre
en tu dureza póstuma de lacre.
SOLEDAD
… sent
to be a moment’s ornament…
WORDSWORTH
SI DAS un paso más te quedas sola…
En el umbral de un tiempo
que no es el tuyo aún y no es ya el mío.
Sobre el primer peldaño
de una escalera rápida que nadie
podrá jamás decir si baja o sube.
En el principio de una primavera
que, para tu patético hemisferio,
nunca resultará
sino el reverso casto de un otoño…
Porque la frágil hora
en que tu pie se apoya es un espejo,
si das un paso más te quedas sola.
PATRIA
MONTAÑAS, pasaportes,
banderas y leyendas
entre mi pensamiento
y tu alma se elevan.
Pero nos une un mundo
sin tiempo ni distancias;
un cielo igual desdeña
nuestras dos impaciencias
y en su instantánea sombra
—cuando decimos nunca
—
con sólo no mirarnos
vemos la misma estrella.
Telégrafos, idiomas,
costumbres y monedas
ha combinado el hombre
para que no se entiendan
tu cólera y mi asombro,
mi silencio y tus quejas…
Pero de pronto cesan
el odio y la memoria.
En las manos que pugnan
por separarnos quedan
temblando los escudos,
las espadas inciertas
y —entre el arco y el blanco—
inmóviles las flechas.
Y empieza así la tregua
del sueño en que coinciden
—al fin reconciliadas—
nuestras vidas opuestas.
¡El sueño! Única patria
que ahora nos acepta:
litoral sin aduanas,
mundo al que todos entran
… y en el que todos callan,
pero en la misma lengua.
DESTINO
¿QUIÉN sabe qué secreto mecanismo,
como en un teleférico, equilibra
la canastilla en la que yo desciendo
y la que te conduce hasta la cima?
Una justicia extraña —o, tal vez, sólo
una máquina terca y sin justicia—
exige que decline
en mí un destino igual a tu destino
para que mi dolor pague tu dicha.
Pero no importa. Al cielo que pretendes,
renunciaré sin ira.
Y del compacto azul, del que desciendo,
se quedarán teñidas mis pupilas
mientras sepa mi alma
que su fuerza abolida
sirvió para exaltarte
hasta la cima estricta de ti misma.
PRESENCIA
DETRÁS de cada puerta
que cierras bruscamente,
debajo de la firma
de cada ser que olvidas
—y en cada ventanilla
de cada tren que pierdes—
una mujer sin pausa
medita y envejece.
En su mirada inmóvil
podrías ver la forma
segura de tu muerte.
ELEGÍA
NO LA toquéis… Si en la yacente estatua
que la encarcela todavía
una sonrisa póstuma os alarma,
sepultadla de prisa;
y, si en los dedos de la noble mano
con que desanudó vuestras caricias,
os duele ver endurecerse el tiempo,
quitadle las sortijas.
Pero no la toquéis en esta carta
escrita para un ser que viaja solo
por un país de lámparas erguidas;
ni en el cristal de la ventana oscura
en que —a veces— venía
a descansar una lejana frente
cargada de tristezas y de cintas;
ni en el libro de versos
en que su pluma tímida
subrayó levemente las palabras:
Aldebarán, camelia, golondrina…
¡Oh, sobre todo en estas
sílabas conmovidas
—clave de los románticos cerrojos
que sólo al eco de su voz cedían—
no la toquéis!…
Las criptas
de la noche y del alba intentaríais
en vano abrir con las sutiles voces
que, para comprender el universo,
—a ella únicamente—
de misteriosas cifras le servían.
GOZO
¿EN QUÉ luz principias,
repentina dicha?
¿Con qué luz te pones,
sol de medianoche?
Lo que, en otros climas,
de ti espera el hombre
ensartado en finas
hebras de estaciones,
me lo das —de pronto—
aquí, en este polo
íntimo del gozo,
instantáneo vado,
sol entre las puertas
trémulas del año.
Gocen otros seres
inviernos clementes.
Otras almas gocen
júbilos conformes.
Yo, en el propio centro
de mi sombra quiero
sólo tu inmediato
día exasperado:
resplandor sin halo,
tarde sin adioses,
congelado y arduo
sol de medianoche.
SOLEDAD
ESTÁS —en todas partes—
aprendiendo a morir; cerrando puertas
sobre el paisaje incauto de tu vida
y preparando, en todo,
ese desistimiento
que espera el corazón, pero no encuentra
sino en la resonancia
póstuma de un placer, en las extremas
violencias de una llama o de un volumen,
cimas de una pasión o de una época…
En la flor que deshojas
y del libro que cierras
no sé si lo que gustas es el breve
crepúsculo inmediato de la esencia,
el relámpago brusco del epílogo
o la ceniza lenta
que depositan en el alma
lo mismo una camelia que se rinde
que la disgregación de un vasto imperio
coronado de torres y leyendas.
Porque, en todas las cosas,
ensayas de la noche que anticipas
la paulatina y lenta pérdida,
despidiéndote vives
—aprendiz de fantasma— en una eterna
prisa por ascender a esa terraza
donde te buscarán los que no esperan
hallarte, suspirando,
tras de las puertas rápidas que cierras.
MÚSICA
COMO para aprenderte
fue menester pensarte
primero, día y noche,
sobre las blancas teclas
de un instrumento mudo;
ahora que la vida
me deja —a toda orquesta—
interpretarte, dicha
íntima y conmovida,
extraño el puro idioma
de puntos y de cifras,
el piano sin pedales
en que aprendí a tocarte
con notas de silencio
—ahora que, entre cítaras
coléricas y flautas,
la que soñé sonata
me hiere sinfonía…
RELOJ
EN EL fondo del alma
un puntual enemigo
—de agua en el desierto
y de sol en la noche—
me está abreviando siempre
el júbilo, el quebranto;
dividiéndome el cielo
en átomos dispersos,
la eternidad en horas
y en lágrimas el llanto.
¿Quién es? ¿Qué oscuros triunfos
pretende en mí este avaro?
Y ¿cómo, entre la pulpa
del minuto impermeable,
se introdujo esta larva
de la nocturna fruta
que lo devora todo
sin dientes y sin hambre?
Pregunto… Pero nadie
contesta a mi pregunta,
sino —en el vasto acecho
de las horas sin luna—
la piqueta invisible
que remueve en nosotros
una tierra de angustia
cada vez más secreta,
para abrir una tumba
cada vez más profunda.
MUJER
¿QUÉ PALABRAS dormidas
en páginas de líricos compendios
—o, al contrario, veloces,
de noche —azules, blancas— recorriendo
los tubos de qué eléctricos letreros—
debo resucitar para expresarte,
cielo de un corazón que a nadie aloja,
anuncio incomprensible,
mujer: adivinanza sin secreto?
ABRIL
NO SÉ ya en qué lugar
secreto del invierno
está oculto el botón
mecánico, la rosa,
el vals o la mujer
que un dedo sin esfuerzo
debería tocar
para ponerte en marcha,
automático abril
de un año descompuesto.
Lo siento. Estás ya aquí,
junto a mi pensamiento,
como —sobre el cristal
de una ventana oscura—
la exigencia sin voz
de un aletazo terco.
Pero, si salgo a abrir,
lo único que encuentro
es la noche, otra vez:
la noche y el silencio.
¿Palabras? ¿Para qué?
En ellas, por momentos,
creo tocarte al fin,
abril… Pero las digo
—raíz, pájaro, luz—
y me contesta el viento:
invierno; invierno el sol,
y soledad los ecos.
Libros de viaje busco.
Mapas de amor despliego.
A rostros de mujeres
que hace tiempo murieron,
en retratos y en cartas
pregunto cómo eras;
qué nubes o qué alondras
fueron, en otros puertos,
de tu regreso eterno
lúcidos mensajeros.
Pero nadie te ha visto
llegar, abril. A nadie
puedo pedir consejo
para esperarte. Nadie
conoce tus andenes,
sino —acaso— este ciego
que pugna por hallar
a tientas, en mis versos,
el secreto botón
que pone en marcha al mundo
cuando vacila el sol
y dudan los inviernos…
FUGA
¡Huyes, pero es de ti!
J. R. JIMÉNEZ
HUÍAS… Pero era en mí
y de ti de quien huías.
¿Cómo? ¿A dónde? ¿Para qué?
Por todo lo que es vial,
ascensor, tragaluz, puerto
para fugarse del hombre
en el hombre: por la voz,
por el pulso, por el sueño,
por los vértigos del cuerpo…
Por todo lo que la vida
ha puesto de catarata
—en el alma y en el alba—
huías… Pero era en mí.
NOCHE
UN JINETE de mármol
oscuramente viene
sobre la flaca yegua
de la noche silvestre.
Bajo el antiguo fardo
la bestia se estremece.
Pero en vano el cansancio
riberas le promete
y luminosas aguas
imagina su fiebre.
Cuando, en mitad del tiempo,
la flaca yegua torva
—con terror o de sueño—
parece detenerse,
una espuela de mármol
en el ijar exiguo
el sórdido jinete
le clava de repente.
Ruedan estrellas lentas
entre la crin rebelde
y los profundos ecos
de la fuga perenne
a poblar el camino
confusamente vuelven:
el camino, los bosques
y los torrentes…
¿A dónde va, en la sombra,
el pálido jinete
que nadie ha visto nunca
pero que todos temen?
En sus manos de mármol
las flojas riendas penden
y de su flaca yegua
una invisible aurora
imita, piensa, evoca
la cicatriz de un astro
en medio de la frente.
SITIO
PENETRO al fin en ti,
mujer desmantelada
que —al terminar el sitio—
ya sólo custodiaban
monótonos tambores
y trémulas estatuas.
Penetro en ti, por fin.
Y, entre la luz delgada
que filtran, por momentos,
estrellas y palabras,
encuentro a cada paso
que doy sobre los fríos
peldaños que conducen
al centro de tu alma
—un cuerpo junto a otro—
cien horas degolladas.
Me inclino… Una por una
las reconozco, a tientas.
Contra una jaula exacta
en ésta, oscuramente,
un ruiseñor estuvo
rompiéndose las alas.
En ésa… No sé ya
lo que en esa existencia
apolillada y blanda
moría o principiaba:
esquivas formas truncas,
presencias instantáneas,
deseos incompletos,
dichas decapitadas.
Y pienso: en mí, vencido,
y sobre ti, violada,
¿quién izará banderas
ni colgará guirnaldas?
Mujer, fantasmas eran
tus centinelas mudos;
relámpagos de níquel
sus pálidas espadas;
pero las sordas huestes
con que te rodearan
la noche y mis preguntas
también eran fantasmas
y las furias que bajan
ahora, hacia la muerte,
rodando por los bruscos
peldaños de tu alma,
ceniza solamente
serán en cuanto calles:
ceniza, polvo, sombra,
fantasma de fantasmas…
RESACA
POR MOMENTOS, el alba te devuelve
una tabla, un tornillo enmohecido
del barco en que hace siglos naufragaste..
Quisieras reunirlos
ahora, en plena luz. Pero los días
veleros son que entregan solamente
al océano en que zozobras
una brújula, un ancla, un nombre escrito
sobre la rueda de un timón…
El nombre
del puerto, nunca visto,
donde una mano, entre gaviotas, blanca,
señala —nave o sueño— tu destino.
COHETE
¡MENTIRA! Tú no estás
aquí, en el paraíso
del júbilo que enciende
—puntual, año tras año—
el mismo inofensivo
y trémulo castillo
de fuegos de artificio;
ni en esa rosa estás,
de mecánico ritmo,
brotada —cada vez
que cierro yo los ojos—
en el cambiante friso
del cielo derruido.
En luces que sujetan
—tradiciones y voltios—
incandescentes hilos
de música a la tierra,
no quieras brillar tú,
corazón imprevisto:
ballesta y flecha a un tiempo
¡cohete de ti mismo!
PALIMPSESTO
A TRAVÉS de las frases
que dices, adivino las que callas
como, bajo los versos
de un pergamino antiguo —mal borradas
por la mano del monje
que para un jefe gótico miniara
en su blancura el trance de un martirio—,
aparecen de pronto, reanimadas
por una terca tinta rencorosa
—a contraluz de un sueño—,
las líneas de un colérico epigrama.
AMOR
PARA escapar de ti
no bastan ya peldaños,
túneles, aviones,
teléfonos o barcos.
Todo lo que se va
con el hombre que escapa:
el silencio, la voz,
los trenes y los años,
no sirve para huir
de este recinto exacto
que a todas partes va
conmigo, cuando viajo.
Para escapar de ti
necesito un cansancio
nacido de ti misma:
una duda, un rencor,
la vergüenza de un llanto;
el miedo que me dio,
por ejemplo, poner
sobre tu frágil nombre
la forma impropia y dura
y brusca de mis labios…
PAISAJE
¿POR QUÉ te has puesto a pensar
de pronto, Sol, en voz alta,
esa fuente, ese jardín,
y este rostro de mujer
—desnudo, pálido, lento—
en la mañana de plata?
No grites, Sol, no declames…
De pronto, lo que la noche
no cuenta sino a la noche,
lo que las sombras desean
que sólo la sombra entienda,
estás queriéndolo tú
articular en voz alta:
hasta el lirio, hasta el ciprés,
hasta el aire, hasta la alondra,
¡toda, toda, toda el alba!
Y no es verdad. No es así
como este paisaje hubiera
querido ser deletreado.
Paisaje para una voz
tan imparcial, tan sin énfasis,
que el menor cambio de luz
lo vela, lo desenfoca,
le impone un azul que ya
no es el suyo, un amarillo
que no es su propio amarillo,
una expresión desleal
de aurora de cuadro al óleo
y de jardín de teatro.
Desnudo, fuente, jazmín…
¡Cómo a fuego los burilas,
a fuego, Sol, en acero!
Si estaban mejor pensados
para otra luz, concebidos
para que fuese una voz
de luna la que viniese
a decírmelos, de noche,
no sé cómo, no sé cuándo…
Entonces, ¿por qué los gritas,
Sol, por qué me los declamas?
Déjame al menos oír
lo que callas: el temblor
de esa nube que te pone
una sordina de lluvia;
lo que duda, lo que gira,
lo que ya la niebla está
traduciéndome del mármol
retórico en que lo esculpes
al idioma tornasol
del río en que yo lo entiendo:
a la sombra de esa luz
que tocan al mismo tiempo
el pensamiento y el tacto,
los ecos y los espejos…
ERROR
¿PARA quién estaban hechos
hoy el tiempo, la ciudad,
la ingenuidad de esta risa
que muere, que no se va,
cual si pudiera su adiós
dolerme más que su muerte,
y este cielo que se empeña
en imitar el color
del cielo que debería
—si fuese lógico el mundo—
gustarle a un ser como yo?
¿Para quién estaban hechos
este día, aquel balcón,
y la flor de esa ventana,
y, en la ventana, esa voz
y, en la voz, esa tonada
en que otro —pues yo no—
tal vez adivinaría
lo que están queriendo ser
flor y sol, lámpara y alba?
¿Para quién, que murió en mí
sin duda desde hace años,
tuvo sentido el rumor
de la calle numerosa
por donde avanza este ser
que a la sombra fue a buscarme
y a la sombra me transporta?
SONETOS
Che’l velo è ora ben tanto sottile
certo che’l trapassar dentro è leggiero…
DANTE, Purgatorio, VIII
ARTE POÉTICA
AGOSTO endulza, inteligencia, el grano
en que el racimo al esbozarse piensa
y en gotas de ámbar lúcido condensa
el frenesí del cielo meridiano.
Lo que de la mirada hasta la mano
tarda la sed en consumar su ofensa
te deja recibir, uva indefensa,
el último derroche del verano.
Ay, pero entre los dedos transparentes
con que la asiduidad de la caricia
para una sabia copa te resume
¿de qué azúcar sincero te arrepientes,
tú, que la lentitud vuelves delicia,
arte el sabor y crítica el perfume?
RELOJ
LO QUE con ruedas invisibles pasa
y con saetas silenciosas hiero
no es el tiempo, reloj, que el minutero
ciñe al circuito de tu pista escasa.
El tiempo no se va. Queda la casa
y perdura el jardín… Hasta el lucero
que me enseña a vivir de lo que muero
se nutre del incendio en que se abrasa.
Mientras tanto, los días y las horas
giran en tu cuadrante, sin sentido,
buscando inútilmente esa presencia
que sólo advierto en mí cuando me ignoras;
pues con tus pasos, tiempo, lo que mido
no es tu premura, sino mi impaciencia…
FUENTE
EN LA fruta que toco, en la que dejo,
en el aire que exhalo, en el que aspiro,
en el agua que bebo, en la que miro,
y hasta en ésta —cristal— tumba y espejo;
si desciendo, si subo, si me alejo,
si duermo, si despierto, si suspiro,
si me hablan, si callo, si me quejo,
en todo estoy cambiando sin respiro.
Sangre tan rauda, fe tan impaciente,
carrera son en mí de un cuerpo brusco
que sin cesar, huyendo, me releva.
Y es así como todo me desmiente
de lo que fui con lo que soy, pues busco
en cada muerte igual un alma nueva…
FE
COMO en el mudo caracol resuena
del océano azul el sordo grito,
así ha quedado preso el infinito
en esta soledad que me encadena…
Aré en el mar, edifiqué en la arena,
en el agua escribí, sembré en granito
y, a través de lo hecho y de lo escrito,
mi propia libertad fue mi condena.
De cuanto pretendí, nada he logrado
y cuanto soy no sé si lo he querido
pues sin oriente voy hacia esa meta
que no tiene presente ni pasado…
Y no te culpo, fe, no me has mentido:
¡brújula te creí —y eras veleta!
CÍRCULO
MURIENDO y renaciendo a cada instante,
sobre esta ruta en círculo tendida,
cada paso que doy hacia adelante
me acerca más al punto de partida.
Pues río soy que busca, en el cambiante
fluir del tiempo, no la playa erguida
sino el secreto manantial constante
en que brota y acaba toda vida.
Comencé por huir; pero de modo
tan obediente al cauce en que progreso
que escapo menos, hoy, si más camino.
Y, tras de haberme repetido en todo,
siento que mi llegada es un regreso
y descubro en mi origen mi destino.
ROSA
AUNQUE apenas dura, ya
del crepúsculo segura,
¡cómo, rosa, en tu blancura
la futura noche está!
El día, que aún no da
forma a tu presencia, apura
con el sol que te inaugura
la luz que te olvidará.
Pues del cáliz que agradeces
hasta el pétalo que ignoras
toda tu nieve, al caer,
está pagando con creces
lo que nos cobran las horas
por consentir en no ser.
UVA
¿QUÉ FINA mano cincelada en hielo
cortó al racimo del calor el grano
de esta uva que el musgo quiso en vano
vestir, para la sed, de terciopelo?
Mido en su piel henchida el breve arcano
de un mundo en que la miel es luz sin velo,
caricia al tacto, al paladar consuelo,
límite a la aridez, cetro al verano.
Pero, sin exigir que satisfaga
la dicha que anunciaba su hermosura,
lo dejo resbalar sobre la mesa:
denso minuto en perfección tan pura
que cuanto más se niega más me halaga
porque su don mejor es su promesa.
LUCIDEZ
SI ME quemo en el hielo y no en la llama
—aunque con menos insolencia y brío—
es porque el alma, para arder, reclama
un fuego así, como el del hielo: frío.
Pasó la edad violenta en que el estío
abrasa el árbol por dorar la rama
y queda ahora, en blanco, el panorama
del invierno interior, nunca tan mío.
Junto a la hoguera que pagó en cenizas
el breve triunfo de vivir airada
¡qué incendio más sutil, el del diamante!
¡Y cómo, entre sus fuegos, te deslizas,
frío de la verdad: único instante
en que, sin lucidez, la luz no es nada!
TESTAMENTO
SÓLO al trasluz del tiempo, la dorada
lengua del fuego avivará esta historia
que —con tinta secreta— está apagada,
como en un palimpsesto, en mi memoria.
Crónica de una luz sin alborada,
hecha para leída al sol sin gloria
de una pequeña flama tan pausada
que encienda el trazo sin quemar la escoria.
Confesión de ese astuto presidiario
que todos ocultamos, sin saberlo,
en nuestra libertad, siempre fingida.
¡Mensaje sin país ni calendario!
Llamas requerirá, para entenderlo,
quien trate de aprender su propia vida…
MUERTE
… contenía su muerte
como su hueso el fruto.
RILKE
¿POR QUÉ inquietarme de tu cercanía,
Muerte, si la existencia que me halaga
es sólo pulpa de la fruta aciaga
en la que yaces tú, simiente fría?
Te imaginé agresión. Te creí daga,
lanza, dardo, arcabuz, flecha sombría;
y en vano acoracé la mente mía
pues si, herida, te huí, te encuentro llaga…
Llaga que de mí propio se sustenta:
úlcera primordial y previsora,
oculta ya en la célula sedienta
en que mi vida actual tuvo su aurora.
Nada me matará —Muerte tan lenta—
sino el ser que, por dentro, me devora.
AGONÍA
I
DE LA noche que sube en tu conciencia
mientras en todo y para todos mueres
tú solo sabes, cuerpo, lo que quieres
y es tu querer final póstuma ciencia.
En amores, en odios, en violencia,
en paisajes, en libros y en mujeres,
moriste antes que aquí; pero prefieres
creer que mueres hoy, por indolencia.
Sin embargo —si abrieras a esa muerte
ulterior de tu nombre en nuestro olvido
los ojos que cerraste para verte—
sentirías que el tiempo que has vivido
no fue sino un paréntesis inerte
entre dos estertores sin sentido.
II
Porque no fuiste nada, cuando fuiste,
sino lo que el vivir quiso que fueras
y tus únicas horas verdaderas
son éstas, ay, que a nadie prometiste.
Sólo tu muerte es tuya, pues viviste
sueños extraños, rápidas quimeras,
plagiando sucesivas primaveras
de un mundo que no más ausente existe.
Te vivieron los otros. Las pasiones
que creíste sentir eran, apenas,
un eco de sus duros corazones.
Copias fueron tus risas y tus penas.
Poseído de ajenas ilusiones,
lloraste siempre lágrimas ajenas.
Y tu primera voluntad la pones
en volver a esa nada que enajenas
por una libertad sin condiciones.
BAÑO
MUJER mirada en el espejo umbrío
del baño que entre pausas te presenta,
con sólo detenerte una tormenta
de colores aplacas en el río…
Sales al fin, con el escalofrío
de una piel recobrada sin afrenta,
y gozas de sentirte menos lenta
que en el agua en el aire del estío.
Desde la sien hasta el talón de plata
—única línea de tu cuerpo, dura—
tu doncellez en lirios se desata.
Pero ¡con qué pudor de veste pura,
recoges del cristal que te retrata
—al salir de tu sombra— tu figura!
SENTIDOS
UN CIEGO oye la luz y el color toca
—en mí— cuando, al cerrar los ojos lentos,
dejo que sólo vivan los momentos
que nacen del contacto de tu boca.
Un sordo ve la voz y el canto evoca
cuando, al callar tus últimos acentos,
vuelven a amanecer mis pensamientos
en una aurora de cristal de roca.
Inmóvil, correría por seguirte
y cantaría, mudo, por hablarte
y, muerto, nacería por quererte;
pues en mi vida ya no existe parte
que, sin oídos, no supiera oírte
y, sin labios, besarte y, sin luz, verte…
Y, sin alma ni cuerpo, recordarte.
MADRUGADA
CONTRA la insolencia fortuita
de la mañana sin cendal
una obstinación de cristal
¡al invierno, al invierno invita!
¿Qué mano tácita me evita
en esta música hiemal
y, a cada cambio de pedal,
una más blanca nota cita?
Llama sin fiebre ni arrebol,
dentro del hielo suscitada
por un relámpago de alcohol…
¡Esplendor de la madrugada!
Con un reflejo por espada
el frío lucha contra el sol.
LIRIO
¿CON QUÉ lápiz de punta diamantina
rayó la luz, contra el jarrón oscuro,
este lado del lirio que se inclina
—más que la sombra que proyecta— al muro?
De su cáliz de mármol brota, en fina
cascada de paciencia, el tallo duro
y de su propia fuga se ilumina
como el río que nunca está maduro.
Pasa del ónix de la copa clara
que en la indolencia de nacer lo anima
a la indolencia plácida en que muere
y lo miro cambiar, como una cara
que envejece el color y cansa el clima
del espejo pausado al que se adhiere.
PÁRPADO
CORTINA, como tú, párpado leve
—que el día excluyes al bajar, sin ruido,
sobre el cristal de un cielo prometido—
quisiera ser mi amor y no se atreve.
Plácida abdicación, ausencia breve
entre el pasado y el futuro: olvido
de un presente que está siempre eludido,
hoy, por el sol; mañana, por la nieve.
Noche obediente, oscuridad sumisa
tras cuyo velo tímido siguiera
la vida su espectáculo suspenso.
Y que, a su arbitrio, el corazón pudiera
cerrar o abrir el tiempo tan de prisa
que fuera ya memoria lo que pienso.
CASCADA
DE LO que tengo lo que soy me priva
y lo que pude ser de lo que he sido
pues vivo descontando lo vivido
y moriré sin pausa mientras viva.
Tiendo la mano hacia la forma esquiva
de lo que va a pasar… ¡Y ya se ha ido!
Así —cascada que en silencios mido—
me llevas, tiempo, siempre, a la deriva.
Entre el día que fue y el que no empieza,
el presente no es sino el camino
que va de una ambición a una añoranza.
Cesa la dicha. Cambia la tristeza.
¡Y no sabremos nunca si el destino
cediendo insiste y, sin moverse, avanza!
CORAZÓN
CUANDO, extendido sobre el lecho austero
en que —si no dormir— callar procuro,
siento el hachazo rítmico y seguro
del corazón talando lo que espero;
el árbol de mi sueño verdadero
—para la realidad siempre inmaturo—
comparo con el lento cuerpo oscuro
en que, a pedazos, sin reposo, muero.
Cuanto en aquél hubiera —si durara—
debido presagiar pétalo y nido,
es, en éste, dolor, silencio, tumba.
La vida que los une los separa.
Y sólo vibran juntos al latido
del terco leñador que los derrumba.
OCTUBRE
YA EMPIEZAS a dorar, Octubre mío,
con las cimas del huerto, ésas —distantes—
del pensamiento a cuyas frondas fío
la sombra de mis últimos instantes.
Corazón y jardín tuvieron, antes,
cada cual a su modo, su albedrío;
pero deseos y hojas tan brillantes
necesitaban, para arder, tu frío.
Aterido el vergel, desierta el alma,
más luz entre los troncos que despojas
a cada instante, envejeciendo, veo.
Y en el cielo ulterior, de nuevo en calma,
cuando terminen de caer las hojas
miraré, al fin desnudo, mi deseo.
ORQUÍDEA
FLOR que promete al tacto una caricia
más que el otoño de un perfume, suave,
y que, pensada en flor, termina en ave
porque su muerte es vuelo que se inicia.
Párpado con que el trópico precave
de su luz interior la ardua delicia,
música inmóvil, flámula en primicia,
aurora vegetal, estrella grave.
Remordimiento de la primavera,
conciencia del color, pausa del clima,
gracia que en desmentirse persevera,
¿por qué te pido un alma verdadera
si la sola fragancia que te anima
es, orquídea, el temor de ser sincera?
BAJAMAR
CONFORME va la vida descendiendo
—bajamar de los últimos ocasos—
se distinguen mejor sombras y pasos
sobre esta playa en que a morir aprendo.
Acaba el sol por declinar. Los rasos
de la luz se desgarran sin estruendo
y del azul que ha ido enmudeciendo
afloran ruinas de horas en pedazos.
Ese que toco, desmembrado leño,
un día fue timón del barco erguido
que por piélagos diáfanos conduje.
En aquel mástil desplegué un ensueño.
Y en estas velas, ay, siento que cruje
todavía la sal de lo vivido.
MADRIGAL
ERES, como la luz, un breve pacto
que de colores fragua su blancura;
y en iris —como a ella— te figura
de la nieve menor el prisma abstracto.
Dejas, como la luz, un sordo impacto
de sombra en la retina y, por la oscura
huella que de su tránsito perdura,
recuerdo el esplendor de tu contacto.
El cristal te deshace, no el acero;
aunque, más que el cristal, la geometría,
pues transparencias sin aristas nunca
lograron traducir tu ser ligero.
Y, por eso tal vez, el alma mía
te descompone cuando no te trunca.
REGRESO
I
VUELVO sin mí; pero al partir llevaba
en mí no sólo cuanto entonces era
sino también, recóndita y ligera,
esa patria interior que en nadie acaba.
Oigo gemir la aurora que te alaba,
músico litoral, viento en palmera,
y me asedia la enjuta primavera
que la razón, no el tiempo, presagiaba.
Entre el capullo que dejé y la impura
corola que hoy en cada rama advierto
pasaron lustros sin que abrieran rosas.
Viví sin ser… Y sólo me asegura,
entre tanta abstención, de que no he muerto
la fatiga de mí que hallo en las cosas.
II
¿Quién habitó esta ausencia? ¿Qué suspiro
interrumpo al hablar? ¿A quién despojo
del recobrado cuerpo en que me alojo?
¿Quién mira, con mis ojos, lo que miro?
La luz que palpo, el aire que respiro,
el peso del silencio que recojo,
todo me opone un íntimo cerrojo
y me declara intruso en mi retiro.
En vano el pie que avanzo coincide
con la huella del pie que hundió en la arena
el invisible igual que sustituyo;
pues lo que el alma, al regresar, me pide
no es duplicarse en cuanto me enajena
¡sino ser otra vez lo que destruyo!
III
¡Espejo, calla! Y tú, que en el furtivo
recuerdo el filo de la voz bisela,
eco, responde sin palabra. Y vela
por que en tu ausencia al menos esté vivo…
Del mármol con que el ocio me encarcela
quiero en vano extraer un brazo esquivo
hacia ese blando mundo infinitivo
en que todo está aún y todo vuela.
Estatua soy donde caí torrente,
donde canto pasé, silencio duro
y donde llama ardí, ceniza esparzo.
Nada me afirma y nada me desmiente.
Sólo tu golpe, corazón oscuro,
a fuerza de latir agrieta el cuarzo.
IV
Por esa fina herida silenciosa
que siquiera da paso a la agonía
¡ay! entra, muerte, en mí, como la guía
de la hiedra que el sol prende en la losa.
Abre —¡aunque sea así!— la última rosa
en que tu fuerza adulta se extasía,
ansia de ya no ser, llama tan fría
que a su lado la luz parece umbrosa.
Rompe la plenitud, la simetría,
el basalto en que acaba toda cosa
que dura más de lo que tarda el día;
y, arrancándome al tedio que me acosa,
envuélveme en tu vértigo, alegría,
¡afirmación total, muerte dichosa!
ESCLUSA
¿QUÉ INVISIBLES y tácitas poleas
—corazón sin motor, nave en olvido—
te alzan hacia el mar desconocido
que para ser exige que lo creas?
En el crucero estás de dos mareas.
Canal es tu quietud, tiempo abolido.
Y, a cada aspiración, cada latido
aviva en sorda luz fúnebres teas.
Inmóvil te suponen los que, al verte
anclado al hoy, ignoran que el mañana
cambió ya de nivel tu barco oscuro.
¡Qué alto litoral el del futuro!
¡Y cómo, corazón, la hora más vana
te eleva —en esta esclusa— hacia la muerte!
HUÉSPED
HUÉSPED de una ciudad en que agoniza
un rey astuto, errático y distante
y en cuyas torres la tormenta iza
un relámpago nuevo a cada instante;
aunque no he sido llama, soy ceniza
y piedra, aunque jamás seré diamante:
polvo que con la roca se eterniza
o polvo que dispersa un viento errante…
¡Sombra —entre cuyos átomos diversos—
perpetúan ociosas competencias
ecos, seres, imágenes y cosas,
astillas de columnas y de versos,
ruinas de catedrales y de esencias,
cadáveres de estrellas y de rosas!
BAUTIZO
ABRE el oído, tiende la mirada,
pesa tu liviandad, mide tu aliento.
Ésta es la sal del mundo: un elemento
sin cuyo simulacro no eres nada.
Barca te trajo, cuna tan delgada
que le impone destino el menor viento
y playa es hoy la luz en que presiento
—náufrago sin querer— tu alma sellada.
Del mar que atravesaste para hacerte
buscarías en vano, entre las horas,
ese tiempo que al par te da y te olvida.
Vives. Y esto es vivir: buscar tu muerte.
Ya principiaste a ser pues ya te ignoras.
¡Bienvenido al dolor, forzado a vida!
PUREZA
BAJO la cárcel rota del cabello
que en indolencia y en calor la abruma,
emerge de una cólera de espuma
con otro armiño rescatado al cuello.
Agobio del verano, algún destello
de su pureza a su impaciencia suma
y la adormece, péndulo de pluma,
el abanico de un silencio bello.
La nieve del candor que la aureola
al devolverla a la blancura viva,
no toca sino elude su pureza
y, del cabello amotinado en ola,
un rizo —a la garganta que lo esquiva—
roba la prontitud de una cereza.
MANZANA
CONCIENCIA del frutero campesino,
manzana, entre los higos y las nueces
¡de qué rubor ingenuo te embelleces
ante el otoño elemental del vino!
Gira en la piel de tu contacto fino
una tersura exacta, sin dobleces,
y del reflejo en que tu forma acreces
tiñes, de pronto, el vaso cristalino.
Porque es tan sobria la pulida esfera
de tu carne de plata —y tan segura—
que el paisaje que copia, refrigera.
Y corre, al verte, por la dentadura
una acidez helada que no altera
la sed, sino la moja y la madura…
GOLONDRINA
DE TI —que, por precoz y por soltera,
anuncias y no haces el verano—
golondrina sutil, tenue vilano,
la urgencia envidio y la ansiedad quisiera.
Última flecha del invierno arcano,
buscas el blanco de la primavera
con tal celeridad que asirte fuera
detener el destino con la mano.
Ay, pero sólo a prometer nacida,
vives para escapar de lo que ofreces,
paraíso mental, presagio puro.
Y es tan indispensable tu partida
que acabaría en ti nuestro futuro
si, un instante no más, permanecieses…
OTRA ROSA
COMO la dura estrella tenebrosa
que de la estrella luminosa dura
en la pupila fiel donde reposa
el edificio de la noche pura,
esta rosa de sombra que a la rosa
imaginada opone, en su negrura,
la rosa de verdad, tan ambiciosa
que, por morir más alta, se apresura.
Flor en que el pensamiento —como el ojo
cerrado tras de ver un sol intenso—
devuelve en gris lo azul, lo verde en rojo;
corola de mi espíritu suspenso,
¿por qué si te comprendo te deshojo
cuando vives no más porque te pienso?
CARACOL
EL MAR del tiempo incontenible canta
dentro del caracol de este momento
tan repentino y, a la vez, tan lento
que su instantánea eternidad me espanta.
Toda mi vida gime en su garganta:
cuanto fui, cuanto soy, cuanto presiento,
pues el alma no abriga un pensamiento
que abarque tanta luz ni sombra tanta.
Sobre la arena en que la ola oscura
más a olvidarlo que a traerlo vino
—y bajo el nácar de su concha adversa—
ríe el dolor, solloza la ventura:
¡voz semejante en todo a mi destino,
cambiante, igual, monótona y diversa!
ESPEJO
ELENA, que florece junto al río
de una conciencia demasiado hermosa,
pasa con él y mira, en cada cosa,
un eco de cristal, rápido y frío.
Quiere poner un límite al estío
de la luz que la lleva, perezosa,
y la desvía el sueño que la acosa
y la encuentra, dejándola, el desvío.
Por eso el agua que la entiende fluye
y el tiempo corre, al que se da, sumisa.
Un reflejo la forma y la destruye.
No tiene más constancia que la brisa,
más regla que morir porque se huye,
ni otra razón de ser que estar de prisa.
VIAJE INMÓVIL
I
CUANDO la noche cierra en ti esa puerta
que ya no puede abrir ninguna mano
mortal, y del dolor —como de un vano
sueño, en el sueño— el sueño te despierta;
cuando el cansancio de la voz incierta
no toca ya de ti sino el lejano
litoral en que el ángel cotidiano
deja, al partir, su túnica desierta;
cuando un río de sombra y una espada
—¿caída de qué puño indiferente?—
te aíslan de ti misma y de mi vida,
¿qué dios cruel ordena tu alborada?
¿quién, bajo de tu frente, se arrepiente?
¿quién eres tú, sin ti, desconocida?
II
Por la memoria en ruinas, entre aciagos
escombros de proyectos y esperanzas,
pisando espejos que se vuelven lagos,
irguiendo lirios que resultan lanzas,
cruzas, mientras yo aquí —frente a los vagos
límites de un país que ya no alcanzas
a recordar— en súbitos estragos
advierto tus sonámbulas andanzas.
Segura de volver cuando la aurora
para otra guerra inútil te rescate
¡con qué prisa sin pies mi noche huellas!
¡qué muerte das, soñando, a quien te llora!
¡y de qué oculto y lúgubre combate
son tu sonrisa y tu silencio estrellas!
III
Porque con alguien vas rumbo a ese abismo
del que regresas perdonada y muda;
alguien, que de tu cuerpo me desnuda,
y ese rival ¿quién es, sino yo mismo?
Te busco en el colérico espejismo
que, mientras no me sientes, te demuda;
pero descubro nada más mi duda,
tu ausencia, mi rigor, nuestro egoísmo…
Inerte al bien y al mal, esquiva al celo
que nos promete póstumas coronas,
la batalla que libras es conmigo,
el infierno que cruzas es mi cielo
y el ser con quien, sin brazos, me traicionas
soy yo que, hasta en tus sueños, me persigo.
VEJEZ
ME INCLINO hacia lo azul de ese reflejo
que, de la llama que perece, nace.
Y, de pronto, en cristal, lámpara, espejo,
miro cómo la noche me rehace.
¡Tribus de lo que fui! Duro entrecejo;
paralítica voz; ojo en que yace
—última luz— un último consejo.
Ardor como ése, gélido, me place.
Luces guillotinadas… Viejas voces
sangrando en los fonógrafos suspensos…
Segado de paréntesis veloces,
libro en que palpo otra presencia mía.
¡Tribus de lo que fui! ¡Trágicos censos!
El cuerpo es un fantasma que me espía.
NOCTURNO
I
CIERRA, punto final, única estrella
del firmamento claro todavía,
la estrofa de silencio de este día
en que tu voz, por tácita, descuella.
Desde el alba lo azul te prometía,
última gota en ignición tan bella
que sólo ardiendo —como el lacre— sella
y sólo sella al tiempo que se enfría.
Ser el adiós de un cielo sin querella,
igual que tú mi espíritu quería
y que, como tu luz, la Poesía
cristalizara en mí diáfana estrella
más transparente cuanto más sombría
fuese la oscuridad en torno de ella.
II
Principia pues, aquí, tu obra futura,
Noche, y con lengua libre de falacia
explícame la edad, el sol, la acacia,
el río, el viento, el musgo, la escultura…
De los colores adjetivos cura
esta instantánea flor, póstuma gracia
de un idioma que fue —con pertinacia—
retórica guirnalda a la hermosura.
Brújula sin piedad, tiniebla pura,
orienta, Noche, mis sentidos hacia
las torres de tu intrépida estructura
y deja que, en racimos de luz dura,
se apague esta inquietud que nada sacia
sino el terror de ser tiempo y figura.
III
Tiempo y figura fui, mientras la esquiva
curiosidad de ser distinto en cada
minuto de la frívola jornada
arrojaba mi anhelo a la deriva.
Tiempo y figura: cólera pasiva,
impaciencia de luz en llamarada,
alma a todos los cauces derramada
y, aunque a ninguno fiel, siempre cautiva.
Pero de pronto, ay, conciencia armada,
coraza de amazona pensativa,
toco de nuevo, en bronce, tu alborada
¡y descubro por fin que la hora ansiada
estaba en mí, pretérita y furtiva,
y, al oírla sonar, siento mi nada!
IV
Hecho de nada soy, por nada aliento;
nada es mi ser y nada mi sentido
y, muerto, no seré más que al oído
un roce de hojas muertas en el viento…
A nada me negué. De nada exento
—pasión, fiebre o virtud— he persistido
y de esa misma nada envejecido
sombra de sombras es mi pensamiento.
Pero si nada di, nada he pedido
y, si de nada soy, a nada intento:
espectador no más de lo que he sido.
Como inventé el nacer, la muerte invento
y, sin otro epitafio que el olvido,
a la nada me erijo en monumento.
VOZ
TÚ ME llamaste al íntimo rebaño
—única voz que manda cuando implora—
mientras la burla despreciaba el daño
y florecía, en el cardal, la aurora.
Era la intacta juventud del año.
Principiaban el mes, el día, la hora…
Y