El palacio
Por Bellatin Mario
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El palacio - Bellatin Mario
El palacio
MARIO BELLATIN
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Copyright © MARIO BELLATIN, 2020
Primera edición: 2020
Imagen de portada
© FAMILIA CARRILLO GIL
Alvar Carrillo Gil, Flor urbana, 1970.
Colección SC/INBA/MACG
Fotografía de Agustín Estrada
Copyright © EDITORIAL SEXTO PISO, S.A. DE C.V., 2020
América, 109,
Parque San Andrés, Coyoacán
04040, Ciudad de México
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Unidad Cuajimalpa
Vasco de Quiroga 4871,
Santa Fe, Cuajimalpa
05348, Ciudad de México
www.cua.uam.mx
ISBN:978-607-8619-94-8
interior_El_palacio¿Quién es el fámulo?
¿Un ser ausente?
¿Algo que irrumpe en estos trances de abandono?
Es difícil describírtelo,
sobre todo ahora que he decidido
no escribir más.
Sin embargo,
espero ofrecerte detalles
de la angustia
que me causa
su desaparición.
A pesar del tiempo
transcurrido,
no puedo dejar
de añorarlo.
Seguramente
iba a terminar
asesinándome
luego de intervenir
con cuidado
los orificios de mi cuerpo.
Deseo
de todo corazón
que esté aquí conmigo
una vez más.
Para siempre a mi lado.
Aunque me encuentre
envuelto como un paquete
destinado a la nada.
Inmerso
en una muerte
desde la cual soy capaz de verte
y escucharte
mientras continuamos nuestra conversación.
Obligaba al fámulo
a mantenerse
sumergido
en el fango donde
se levantaban
los edificios que habitábamos.
Y sucedía siempre que,
mientras lo iba sometiendo,
arrancaba de cuajo su cabeza para girarla y tenerla frente a mí.
Boca con boca.
Abiertas las dos
de manera exagerada.
Buscaba sentir su olor,
su aliento,
que se volvía único al mezclarse con el fango verde.
Un barro que no había tenido
más opción
sino tragar.
El olor era similar al que empezó a dispersarse
por nuestra ciudad de origen
luego de los bombardeos finales.
Hediondos ambos.
El fámulo
en tales circunstancias
y las ruinas del lugar donde nacimos.
No lo deseo decir,
menos escribirlo,
pero te veo allí.
Tú y yo,
un par de soldados derrotados
en una ciudad destruida.
Te reconocí en medio de la turba que buscaba apedrearme.
Vi que llevabas
también
una piedra que nunca arrojaste.
Esa piedra te permitió engañarlos.
Hacerles creer que formabas parte de
quienes trataban
de castigarme por haber alimentado
a un soldado extranjero.
Te seguí luego sin preguntar a dónde.
Me llevaste al taller de un herrero,
a quien logramos convencer de