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Balzac: La novela una vida Parte II
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Balzac: La novela una vida Parte II
Libro electrónico195 páginas3 horas

Balzac: La novela una vida Parte II

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Tras esta fachada impoluta, sin embargo, se ocultan otros temas igualmente interesantes: el conflicto del escritor con su tiempo, su lucha por el reconocimiento y, en especial, su condición de bufón de una sociedad que nunca llegó a considerarlo un verdadero literato
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 mar 2021
ISBN9791259712813
Balzac: La novela una vida Parte II
Autor

Stefan Zweig

Stefan Zweig (1881-1942) war ein österreichischer Schriftsteller, dessen Werke für ihre psychologische Raffinesse, emotionale Tiefe und stilistische Brillanz bekannt sind. Er wurde 1881 in Wien in eine jüdische Familie geboren. Seine Kindheit verbrachte er in einem intellektuellen Umfeld, das seine spätere Karriere als Schriftsteller prägte. Zweig zeigte früh eine Begabung für Literatur und begann zu schreiben. Nach seinem Studium der Philosophie, Germanistik und Romanistik an der Universität Wien begann er seine Karriere als Schriftsteller und Journalist. Er reiste durch Europa und pflegte Kontakte zu prominenten zeitgenössischen Schriftstellern und Intellektuellen wie Rainer Maria Rilke, Sigmund Freud, Thomas Mann und James Joyce. Zweigs literarisches Schaffen umfasst Romane, Novellen, Essays, Dramen und Biografien. Zu seinen bekanntesten Werken gehören "Die Welt von Gestern", eine autobiografische Darstellung seiner eigenen Lebensgeschichte und der Zeit vor dem Ersten Weltkrieg, sowie die "Schachnovelle", die die psychologischen Abgründe des menschlichen Geistes beschreibt. Mit dem Aufstieg des Nationalsozialismus in Deutschland wurde Zweig aufgrund seiner Herkunft und seiner liberalen Ansichten zunehmend zur Zielscheibe der Nazis. Er verließ Österreich im Jahr 1934 und lebte in verschiedenen europäischen Ländern, bevor er schließlich ins Exil nach Brasilien emigrierte. Trotz seines Erfolgs und seiner weltweiten Anerkennung litt Zweig unter dem Verlust seiner Heimat und der Zerstörung der europäischen Kultur. 1942 nahm er sich gemeinsam mit seiner Frau Lotte das Leben in Petrópolis, Brasilien. Zweigs literarisches Erbe lebt weiter und sein Werk wird auch heute noch von Lesern auf der ganzen Welt geschätzt und bewundert.

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    Balzac - Stefan Zweig

    II

    BALZAC: LA NOVELA DE UNA VIDA PARTE II

    LIBRO CUATRO

    Esplendor y miseria de Balzac

    CAPÍTULO CATORCE

    El año de los desastres

    Sucede a veces en la naturaleza que dos o tres tormentas procedentes de diversos puntos cardinales se embisten y descargan con violencia redoblada. Del mismo modo irrumpe la desgracia contra Balzac en cuanto regresa de Viena a París. Ahora va a pagar su incuria con tribulaciones. Cada vez que Balzac interrumpe su trabajo le sobreviene una catástrofe, y como al galeote que lima sus grillos y emprende la fuga, por cada mes de libertad se le impone un año de pena.

    La primera preocupación que le acomete reabre precisamente ahora una antigua llaga, ya medio cicatrizada: la familia. Su hermana, la señora de Surville, está enferma; su marido se encuentra en apuros pecuniarios, y la madre de Balzac está nerviosa porque Henri, su hijo predilecto, un tarambana a quien con grandes dificultades habían mandado a ultramar para que no zascandilease allí en medio, regresó de la India absolutamente sin recursos y además se trajo a una esposa quince años mayor que él. El grande, el omnipotente Honoré, que no posee un sou en la bolsa y de quien los diarios dicen maliciosamente que desapareció de París porque no podía satisfacer sus obligaciones, tiene incondicionalmente que buscarle una colocación y pagar por último a su madre lo que le debe.

    Cada vez que la madre le importunaba con exigencias y vituperios, cada vez que le amargaba la vida, Balzac se había refugiado hasta entonces con madame de Berny, la madre acogedora, con el fin de encontrar consuelo en ella. La «Dilecta» está gravemente enferma, su cardiopatía se ha agravado a consecuencia de emociones repentinas. Se le murió un hijo y una hija se volvió loca. Desorientada y sin fuerzas, ya no puede dar consejos al amigo querido. Tiene que renunciar incluso a la ocupación que la hace más dichosa, la lectura de las pruebas de los libros de Balzac, porque leer excita demasiado sus nervios, de por sí muy agitados. Él, que ya no sabe valerse por sí mismo, tendría que asumir el papel de valedor y consuelo.

    Esta vez la situación era más desastrosa que de costumbre. Balzac no sólo tiene deudas —lo cual no sería extraordinario—, sino que además, por primera vez al cabo de muchos años, faltó también a sus compromisos en cuanto a la entrega de trabajos. Desde sus primeros éxitos, Balzac, en la plenitud de su capacidad profesional, contrajo la peligrosa costumbre de hacer que los periódicos y los editores le pagaran las novelas por adelantado, comprometiéndose a entregarlas dentro de un plazo fijo e inamovible. Lo que Balzac escribe, antes de empezada la primera línea ya está empeñado, y entonces la pluma tiene que pagar todos los anticipos con gran precipitación. En vano sus amigos le desaconsejaron este método desastroso; precisamente Zulma Carraud, la mejor de todas sus amistades, siempre le decía que era preferible desistir de algunos cortaplumas cincelados de oro y de algunos bastones adornados con piedras preciosas antes que rebajarse de este modo con producciones apresuradas. Balzac, sin embargo, sigue siendo obstinadamente fiel a esta práctica. Por ser el crédito literario lo único que posee, le produce una especie de satisfacción obligar a los editores a comprar a ciegas sus productos y a pagar por adelantado una novela de la cual no tiene más que el título, y no sería de extrañar que necesitara

    también estar obligado por un plazo, sentir el látigo tras él, para obligarse de ese modo a exprimir al máximo su capacidad desmesurada de trabajo.

    Balzac, que de ordinario está lastrado por las deudas, por primera vez se encuentra en deuda consigo mismo. Para presentarse principescamente en Viena obtuvo dinero y consiguió anticipos de donde los pudo obtener. Vendió no sólo sus viejas novelas publicadas con el nombre de Saint-Aubin para una nueva edición, sino también, a la Revue des Deux Mondes, una obra que aún no estaba escrita: Les mémoires de deux jeunes mariées. Por otra parte, tiene que entregar a Buloz el final de Séraphîta, que hace mucho tiempo está pagada, y también hace bastantes meses que empezó a publicarse por entregas. Sin embargo, esto no le causa preocupaciones. La terminación de Séraphîta, según sus cálculos, requiere ocho días (por mejor decir, ocho noches) y en Viena, en el hotel, la escribirá rápidamente. Calcula que preparará en dos semanas Les mémoires de deux jeunes mariées. Luego, cuando regrese, podrá obtener de inmediato otro anticipo a cuenta de otra novela.

    Por primera vez, sin embargo, Balzac no cumple sus previsiones. Su calendario no tiene días de libranza, pero en Viena no puede dejar de tomarse algunos días de asueto. Sucumbe a la tentación de hacerse presentar por la señora von Hanska a las aristocracias austríaca y polaca, se pasea con ella en el coche y desperdicia las noches conversando en vez de pasarlas sentado a la mesa. No entrega el final de Séraphîta; Buloz tiene que interrumpir la publicación de la obra, cosa que no contraría mucho a los suscriptores de su revista porque despierta en ellos poco interés esta obra de misticismo swedenborgiano y desagradable patetismo. Lo peor es que Balzac no haya escrito ni una sola línea de la otra novela, Les mémoires de deux jeunes mariées. Ha perdido la voluntad y el interés de escribirla, porque durante el viaje a Viena —los viajes siempre son fuente de inspiración para Balzac— empezó a rondarle otra novela: Le Lys dans la vallée. En pago de su deuda ofrece a Buloz esta novela en vez de la que le tenía prometida, y desde Viena le remite la primera parte.

    Buloz aceptó el cambio e imprimió la primera parte de Le Lys dans la vallée. Ahora bien, como Balzac no cumpliera con su obligación de entregar puntualmente el final de Séraphîta, Buloz se consideraría con derecho a resarcirse de la deuda de otra manera. En San Petersburgo se edita desde hace tiempo una Revue étrangère que tiene la ambición de publicar para los lectores rusos la literatura francesa más moderna al mismo tiempo que en París y, si es posible, antes incluso de su aparición en esta ciudad. A esta revista, y a consecuencia de un convenio, mediante el pago de cierta cantidad, Buloz cede colaboraciones de la Revue des Deux Mondes y de la Revue de Paris, remitiendo las pruebas de imprenta a San Petersburgo. Como quiera que en este momento Balzac es el autor francés más solicitado y más leído en Rusia, Buloz no siente el menor escrúpulo, toda vez que Balzac le debe dinero y no se atreverá a litigar con él, de modo que vende también para Rusia las pruebas de la obra Le Lys dans la vallée. Balzac le adeudaba dinero, de modo que no arremetería contra él.

    Apenas tuvo noticia de la transacción, se lanzó al cuello de Buloz como un león herido. Lo que le indigna sobremanera en lo más profundo de su honor, visto el proceder de Buloz, no es tanto la cuestión monetaria como el hecho de sentirse ofendido y traicionado en su conciencia de artista. Balzac envió a Buloz el original, Buloz lo mandó imprimir y mandó las pruebas a San Petersburgo, donde la Revue étrangère las publicó sin ninguna revisión hecha por Balzac. Pero, como es sabido, las primeras pruebas representan para Balzac sólo una especie de esbozo, sobre el cual empieza entonces a trabajar y, como siempre, exige de la Revue des Deux Mondes cuatro, cinco y quizá más galeradas sucesivas antes de conceder por fin su imprimatur. Puede comprenderse, pues, la cólera que invadió a Balzac cuando de repente llegó a sus manos desde San Petersburgo la Revue étrangère en que aparecieron los capítulos en

    cuestión, no en la forma burilada y por él autorizada, sino en su primer esbozo, en lo que él consideraba versión privadísima, y que en tal forma imperfecta no quería de ninguna manera ver publicados. Lo que no estaba dispuesto a enseñar ni a los amigos más íntimos, el borrador con todas sus flaquezas e imperfecciones técnicas, una mano ladrona lo ha vendido al público como una obra de arte firmada por Balzac. Con toda razón Balzac se considera engañado por Buloz, quien se ha aprovechado de su ausencia. Resuelve de inmediato cortar todas sus relaciones con este individuo, que ha atentado contra su conciencia de artista, y entablar un pleito contra la Revue des Deux Mondes.

    Los amigos bienintencionados de Balzac se horrorizan cuando conocen este propósito suyo. Por el hecho de dirigir la redacción de las dos revistas más poderosas, Buloz representa una gran potencia en París. En la bolsa de la literatura tanto puede elevar la cotización de un autor como puede anularla. Un ochenta por ciento de los escritores y periodistas de París directa o indirectamente depende de él. Buloz tiene influencia sobre la redacción de los grandes diarios. En caso de conflicto, Balzac, que ya goza de poca estima entre sus colegas, no encontrará en ninguna parte un periódico, un amigo que frente a este terror se atreva a prestarle servicio de testigo y ayuda. Buloz —le advierten los amigos— puede perjudicar de muchísimas maneras el prestigio de Balzac, puede hacer que le ridiculicen por medio de noticias y de ataques, puede intimidar a los editores de Balzac y hasta ejercer influencia sobre los libreros. Así pues, los consejeros bienintencionados insisten para que no entable el pleito, pues aun en el caso de que formalmente lo ganase, de antemano lo tiene en realidad perdido. Una persona no conseguirá nada contra una potencia anónima que tiene numerosas raíces y, sobre todo, no conseguirá nada por sí sola.

    Cuando estaba en juego su integridad artística, Balzac no conocía vacilaciones. Precisamente en Viena, en el extranjero, ha advertido nuevamente quién es y cuánto impiden el odio y la envidia en París que se le tenga por lo que vale. Balzac conoce su capacidad y sabe que es inconmovible, sabe que las humillaciones y los fracasos sirven sólo para aumentarla y darle las alas de la victoria. Nunca respondió a ataques aislados; eran para él demasiado insignificantes. Pero desafiar a la jauría entera, a la prensa con toda su corrupción, malevolencia y perfidia, afrontarla solo, siendo ajeno a ella, le proporciona una especie de placer. Rechaza de plano todas las tentativas de mediación; acusa a Buloz y deja que éste le acuse de no haber cumplido sus obligaciones. Como es natural, el pulso se extiende del foro a los periódicos y a la literatura. Buloz hace estallar todas las minas. En la Revue de Paris aparecen las más vergonzosas difamaciones contra Balzac. No respetan su vida privada, le ponen en solfa por haberse apropiado ilegalmente un título de nobleza, se descubren su cualidad de autor en la sombra y de mero colaborador de sus años de esclavitud, se mofan de sus deudas, se burlan públicamente de su carácter, y al mismo tiempo Buloz moviliza a su bando literario. Obliga a los escritores uno tras otro a declarar que es costumbre general la de facilitar colaboraciones a las revistas extranjeras sin recibir por eso ningún otro emolumento, y como quiera que la Revue de Paris y la Revue des Deux Mondes son su comedero, los animales domésticos de Buloz, nada más restallar su látigo, agachan obedientes la cabeza para decir que sí. En vez de proceder fraternalmente con su colega, en vez de defender el derecho gremial de los artistas, Alexandre Dumas, Eugène Sue, Goslan, Jules Janin y otros tantos de los que se creen la opinión de París y que, en realidad, deben bastante de su reputación sólo a sus propias opiniones, se reúnen para hacer una declaración contra Balzac. Sólo Victor Hugo, distinguido como siempre, así como Georges Sand, se niegan a prestarse a tan vergonzoso papel de satélites y lamer las botas de Buloz.

    El tribunal acaba por dar en esencia la razón a Balzac. El veredicto, que es importante para el gremio de los escritores, sienta que un escritor no puede verse obligado a satisfacer indemnización alguna por no entregar una obra prometida, porque le hayan faltado disposición y capacidad para concluirla, y

    Balzac se ve obligado sólo a devengar a Buloz los anticipos recibidos. Es una victoria, pero una victoria pírrica. En estas querellas, Balzac perdió semanas y más semanas con abogados, tribunales y polémicas, y además atrajo contra sí a toda la jauría periodística de París. Hasta el individuo más fuerte consume sus fuerzas si está en lucha constantemente y contra todos.

    A partir de la experiencia en el tribunal, Balzac extrajo una lección moral que le fortaleció. Durante el proceso, Balzac reconoció cuánta razón tienen sus héroes, Vautrin, De Marsay, Rastignac, Rubempré, cuando defienden sin consideración el dogma: «Hazte con el poder y los hombres te respetarán». Hazte con el poder, sea cual fuere, mediante el dinero, mediante la influencia política, mediante el triunfo bélico, mediante el terror, mediante las alianzas, mediante las mujeres; sea como fuere, hazte con el poder. No vivas sin armas, porque en caso contrario estarás perdido. No basta ser independiente, es preciso aprender a hacer que los demás dependan de ti. Sólo cuando los hombres sienten que les atacamos en su punto débil, en su vanidad, en su cobardía, sólo cuando somos temidos, nos convertimos en señores y en dominadores suyos.

    Hasta entonces Balzac creyó tener poder gracias a la lealtad de sus lectores. Pero éstos se encuentran esparcidos por todos los países de la tierra. No están militarizados, organizados, no inspiran miedo a los demás, sólo despiertan envidia. Los diez mil, los cien mil lectores fieles que nada sospechan, indisciplinados como están, no pueden auxiliarle contra la canalla compuesta por cuarenta o cincuenta emborronadores de papel, parlanchines que vociferan ante la opinión pública de París y la dominan. Así pues, ya es tiempo de que por ser el escritor más leído y, conforme íntimamente sabe, el mayor escritor de Francia, se haga independiente. Por eso, Balzac resuelve hacerse dueño de un periódico y por su mediación desviar el agua a las revistas, a esas fortalezas de la opinión pública, que le han boicoteado y, atrincheradas detrás de sus sacos de dinero, se han burlado de él.

    Existía en París desde 1834 una hoja volandera llamada La Chronique de Paris, que salía dos veces por semana y que en realidad apenas tenía circulación. El hecho de que este periódico sea de la más negra orientación legitimista y ultraclerical no perturba en absoluto a Balzac. El hecho de que financieramente se vaya arrastrando con dificultades, jadeando de número en número, sin despertar atención e interés alguno, tampoco representan un obstáculo para Balzac. Está por completo convencido de que un periódico en que Honoré de Balzac escriba con regularidad y al cual confíe sus obras se halla curado de antemano de todo mal. ¡Y qué bienvenido trampolín para lanzarse por fin a la arena política! A pesar de todos sus fracasos en el terreno político, Balzac aún sigue deseoso de ser diputado, par de Francia y ministro; el poder político visible, palpable, con todos sus contratiempos y desengaños, sigue seduciéndole.

    Las acciones de La Chronique de Paris apenas tenían valor. Balzac consigue organizar una especie de sociedad y quedarse con la mayor parte. En este negocio, enormemente embrollado, todavía asume con su habitual optimismo hasta el pesado cargo de hacerse responsable de los gastos del periódico. Apenas cerrado el contrato, Balzac se lanza a la empresa con toda su energía. Se organiza rápidamente a su alrededor una redacción compuesta por talentos jóvenes, de los cuales uno solo, Théophile Gautier, seguirá siendo su amigo y un verdadero apoyo durante toda su vida. Dejándose llevar como siempre más por su esnobismo que por su ojo crítico, Balzac toma como secretarios a dos jóvenes de la alta aristocracia, el marqués de Belloy y el conde de Grammont. Pero colaboradores, redactores y secretarios son en realidad secundarios cuando se tiene como jefe a un Balzac que, con su enorme capacidad de producción, vale por una docena.

    Con el primer ímpetu, mientras la nueva actividad todavía le excita, él facilita casi en exclusiva todo

    el material para el periódico: escribe sobre todo lo que se pueda imaginar, artículos políticos, literarios y polémicos, y publica en él una serie de sus mejores cuentos. Para el primer número publicado bajo su dirección, en enero de 1836, escribe en una sola noche La Messe de l’athée, esa obra maestra en miniatura. Siguen a ésta L’Interdiction, Le Cabinet des antiques, Facino Cane, Ecce-Homo y Les Martyrs ignorés. A todas las horas del día Balzac entra presuroso en la redacción con el fin de preguntar, incitar, proponer, estimular, electrizar; impelido por la ambición de poder y quizá también por la sed de venganza, por el deseo de sobrepasar de un salto a las otras revistas, inicia una propaganda grandiosa. El 10, el 14, el 17, el 22, el 24 y el 27 de enero, en su residencia de la rue Cassini, celebra banquetes con todo lujo y abundancia de vinos, a los cuales invita a los colaboradores más destacados, aunque haya quedado a deber los dos últimos plazos de alquiler y el casero tenga que recurrir al oficial de justicia para cobrar 473 francos y 70 céntimos.

    Ahora bien, para la fantasía de Balzac estos gastos no son más que inversiones de capital que rendirán intereses ciento y mil veces mayores. La curiosidad que su periódico despierta en París embriaga completamente a Balzac, quien cuatro semanas después del primer número envía uno de sus prematuros himnos de victoria a la señora von Hanska.

    La Chronique de Paris acapara todo mi tiempo. Ya no duermo más que cinco horas. Pero si sus negocios y los del señor von Hanski marchan bien, puedo decirle que los míos empiezan a desarrollarse a lo grande. Los suscriptores afluyen en cantidades de veras fabulosas y mi participación en el periódico alcanzará en un mes

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