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Sobre Kafka. El otro proceso
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Libro electrónico494 páginas7 horas

Sobre Kafka. El otro proceso

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En la incesante bibliografía en torno a Franz Kafka, hace ya mucho que El otro proceso (1968), de Elias Canetti, ocupa un lugar muy destacado. Este volumen presenta una nueva edición de este ensayo fundamental, a la que se suma un ingente material rigurosamente inédito: el contenido de los "cuadernos" en los que, mientras lo escribía, Canetti fue realizando anotaciones de todo tipo. Se trata de notas de lectura (de la lectura sistemática que Canetti emprendió entonces de la obra entera de Kafka), con la que se mezclan otras muchas en las que el autor de Masa y poder proyecta sobre Kafka sus propias obsesiones, y contrasta su propia personalidad con la de él. Se accede de este modo al laboratorio de ideas, de revelaciones y de vivencias de las que emergió El otro proceso, cuyo texto queda expuesto a nuevas luces. Los trabajos preparatorios de El otro proceso tuvieron lugar en un periodo de gran efervescencia tanto en la vida íntima como en la trayectoria literaria de Canetti, y se concentraron en un año -el de 1968- también de enorme efervescencia política y cultural. De todo ello queda reflejo en los apuntes aquí reunidos, a los que se suman todos aquellos que Canetti había dedicado a Kafka durante los años anteriores a recibir el encargo de escribir El otro proceso, más otros muchos posteriores a la publicación del ensayo hasta su muerte, en 1994. Se compendia así la práctica totalidad de cuanto escribió Canetti en relación a "el escritor que más puramente ha expresado nuestro siglo y al que, por lo tanto, considero como su manifestación más esencial". Elias Canetti Sobre Kafka El otro proceso Elias Canetti nació en Rustschuk, Bulgaria, en 1905, en el seno de una familia de judíos sefardíes. Sus años de aprendizaje transcurrieron en Inglaterra, Suiza y Alemania, antes de instalarse en Viena, donde se decantó su vocación de escritor. En 1934 contrajo matrimonio con Veza Taubner, a la que permaneció estrechamente ligado hasta la muerte de ella. Su obra se despliega en múltiples géneros, y en ella destacan la novela Auto de fe (1936), el ensayo Masa y poder (1960), el ciclo autobiográfico Historia de una vida (1977-1985) y las sucesivas colecciones de apuntes. En 1981 le fue concedido el premio Nobel de Literatura. Falleció en Zúrich en 1994.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 may 2023
ISBN9788419392879
Sobre Kafka. El otro proceso
Autor

Elias Canetti

Elias Canetti (Rustschuk, Bulgaria, 1905-1994). Nació en el seno de una familia judía de origen sefardí. Su lengua materna fue el ladino, un dialecto del castellano. En 1911 su familia se trasladó a Manchester (Reino Unido). El fallecimiento repentino de su padre, en 1912, marcaría la trayectoria del escritor, que conservó hasta sus últimos días un miedo casi irracional a la muerte. En alemán escribió en 1936 la que sería su primera y única novela, Auto de fe. La anexión de Austria por parte de Alemania le ofreció la posibilidad de estudiar de cerca el fenómeno del nazismo. A partir de entonces se dedicaría exclusivamente a terminar la que sería la gran obra de su vida, Masa y poder. En 1981 recibió el Premio Nobel de Literatura.

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    Sobre Kafka. El otro proceso - Elias Canetti

    © Horst Tappe/Camera Press/Cordon Press

    Elias Canetti nació en Rustschuk, Bulgaria, en 1905, en el seno de una familia de judíos sefardíes. Sus años de aprendizaje transcurrieron en Inglaterra, Suiza y Alemania, antes de instalarse en Viena, donde se decantó su vocación de escritor. En 1934 contrajo matrimonio con Veza Taubner, a la que permaneció estrechamente ligado hasta la muerte de ella. Su obra se despliega en múltiples géneros, y en ella destacan la novela Auto de fe (1936), el ensayo Masa y poder (1960), el ciclo autobiográfico Historia de una vida (1977-1985) y las sucesivas colecciones de apuntes. En 1981 le fue concedido el premio Nobel de Literatura. Falleció en Zúrich en 1994.

    En la incesante bibliografía en torno a Franz Kafka, hace ya mucho que El otro proceso (1968), de Elias Canetti, ocupa un lugar muy destacado. Este volumen presenta una nueva edición de este ensayo fundamental, a la que se suma un ingente material rigurosamente inédito: el contenido de los «cuadernos» en los que, mientras lo escribía, Canetti fue realizando anotaciones de todo tipo. Se trata de notas de lectura (de la lectura sistemática que Canetti emprendió entonces de la obra entera de Kafka), con la que se mezclan otras muchas en las que el autor de Masa y poder proyecta sobre Kafka sus propias obsesiones, y contrasta su propia personalidad con la de él. Se accede de este modo al laboratorio de ideas, de revelaciones y de vivencias de las que emergió El otro proceso, cuyo texto queda expuesto a nuevas luces.

    Los trabajos preparatorios de El otro proceso tuvieron lugar en un periodo de gran efervescencia tanto en la vida íntima como en la trayectoria literaria de Canetti, y se concentraron en un año –el de 1968– también de enorme efervescencia política y cultural. De todo ello queda reflejo en los apuntes aquí reunidos, a los que se suman todos aquellos que Canetti había dedicado a Kafka durante los años anteriores a recibir el encargo de escribir El otro proceso, más otros muchos posteriores a la publicación del ensayo hasta su muerte, en 1994.

    Se compendia así la práctica totalidad de cuanto escribió Canetti en relación a «el escritor que más puramente ha expresado nuestro siglo y al que, por lo tanto, considero como su manifestación más esencial».

    La traducción de esta obra ha recibido una subvención del Goethe Institut.

    Edición al cuidado de Ignacio Echevarría

    Título de la edición original: Prozesse über Franz Kafka

    Traducción del alemán: Adán Kovacsics y Juan José del Solar Bardelli

    Publicado por:

    Galaxia Gutenberg, S.L.

    Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª

    08037-Barcelona

    info@galaxiagutenberg.com

    www.galaxiagutenberg.com

    Edición en formato digital: abril de 2023

    © Carl Hanser Verlag GmbH & Co. KG, Múnich, 2019

    según acuerdo con Ute Körner Literary Agent – www.uklitag.com

    © de la traducción: Adán Kovacsics y herederos de Juan José del Solar Bardelli, 2023

    © Galaxia Gutenberg, S.L., 2023

    Imagen de portada:

    Franz Kafka con Felice Bauer en Budapest, julio de 1917

    © Album / Fine Art Images

    Conversión a formato digital: Maria Garcia

    ISBN: 978-84-19392-87-9

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, aparte las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

    Sumario

    PRÓLOGO

    El Kafka de Canetti,

    por Susanne Lüdemann

    Nota a la edición española,

    por Ignacio Echevarría

    Apuntes de los años 1946-1966

    Apuntes de la época de los trabajos preparatorios

    de «El otro proceso» (1967-1968)

    Apuntes de la época de los trabajos preparatorios

    de la segunda parte de «El otro proceso» (1968)

    El otro proceso (1968)

    Apuntes posteriores a la redacción

    de «El otro proceso» (1968-1994)

    APÉNDICES

    Proust – Kafka – Joyce:

    una conferencia introductoria (1948)

    Hebel y Kafka (1980)

    Notas

    PRÓLOGO

    El Kafka de Canetti

    por Susanne Lüdemann

    Sobre esta edición

    Cuando Franz Kafka murió el 3 de junio de 1924 a los cuarenta años de edad, en el sanatorio Hoffmann de Kierling, a doce kilómetros de Viena río arriba por el Danubio, era casi un desconocido como escritor. Apenas se habían publicado unos cuantos textos suyos; era del todo imprevisible que se convirtiera póstumamente en el escritor sin duda más conocido del siglo XX, a nivel global. Había nombrado albacea a su amigo Max Brod, con la petición de que destruyera todos sus papeles. Aunque se pueda dudar con cierta razón de la sinceridad de esa petición (puesta en duda por el propio Max Brod, para bien de la humanidad lectora), en 1924 mal podía preverse que la escritura de Kafka se convertiría en el futuro en la más vigente signatura estética del estado interno y externo de toda una época literaria, la modernidad clásica.

    En 1924, cuando Kafka murió, Elias Canetti tenía diecinueve años; tras haber residido en Manchester, Zúrich y Frankfurt, vivía en Viena –ciudad de referencia para su familia ya desde los tiempos de su infancia en Rustschuk, Bulgaria, en las orillas de Europa– y estudiaba allí química. Según su testimonio, lo primero que leyó de Kafka fue La transformación y El artista del hambre, libros con los que se había topado en la librería Lanyi de Viena en el invierno de 1930-1931, mientras trabajaba en la redacción de la que iba a ser su única novela publicada, Auto de fe. La lectura de ambos relatos, a los que atribuyó cierta influencia en el curso posterior de Auto de fe, marca el comienzo de una atención permanente a la obra de Kafka, cuyas huellas quedan reflejadas en el presente volumen.

    Este incluye el ensayo El otro proceso. Las cartas de Kafka a Felice, de 1968, acompañado de una buena cantidad de apuntes (el primero de 1946, el último de 1994, seis meses antes de su muerte), de los que solo unos pocos fueron reunidos en las colecciones publicadas hasta el momento. La mayor parte de los apuntes inéditos, conservados todos en el legado de Canetti en Zúrich, corresponden al año 1968, durante el cual, hallándose en Londres, Canetti trabajó intensamente en el ensayo sobre las cartas a Felice, primero de febrero a abril, y luego de julio a septiembre, períodos precedentes a las dos entregas de su trabajo, que se publicaron en julio y en diciembre de ese mismo año en la revista Neue Rundschau, editada por Rudolf Hartung.¹

    Que el ensayo surgiera en ese año 1968 y diera lugar a una dedicación tan intensa como prolongada por parte de Canetti a la obra de Kafka –dedicación que va mucho más allá de El otro proceso– se debió en principio a una casualidad: la Neue Rundschau había publicado en su número de septiembre de 1967 una serie de cartas de Kafka a Felice del año 1912, y previamente se había anunciado la publicación de la primera edición completa de esas cartas en la editorial S. Fischer, en el otoño de ese mismo año. Aquel número de septiembre contenía asimismo un texto de Canetti, «Visita en la Mellah» (un capítulo de Las voces de Marrakesch), razón por la que Hartung le envió un ejemplar de la revista. Canetti enseguida se sintió conmovido por las cartas de Kafka (véase el apunte fechado el 2 de septiembre de 1967, p. 61), que pertenecían al período inicial de la relación con Felice y eran todavía auténticas cartas de amor. Además de la «ternura» perceptible en esas cartas y de su «timidez» (en contraste con su propia «vehemencia y fogosidad»), Canetti enseguida percibe un vínculo entre la correspondencia con Felice y la productividad literaria de Kafka. La prepublicación de la Neue Rundschau contenía tres cartas de la época en que Kafka escribía La transformación. «Se me paró el corazón cuando leí de qué historia se trataba», apunta Canetti. La propuesta de Rudolf Hartung de escribir sobre las cartas debió de llegarle poco después, y lo único que entonces hizo dudar a Canetti fue el hecho de no conocer casi nada de la bibliografía especializada sobre Kafka (véase la carta fechada el 28 de noviembre de 1967, p. 62).

    Después de que Hartung ironizara comprensivamente sobre el «candor» de Canetti respecto a lo que cabía esperar de las interpretaciones académicas de Kafka, este se puso manos a la obra y en los nueve meses siguientes llenó un total de catorce cuadernos que llevan al frente el título «Apuntes y diarios», otras veces también «Kafka» o «Mucho sobre Kafka». Además de extensos extractos de las obras de Kafka y de borradores del ensayo en ciernes, los cuadernos contienen reflexiones sobre Kafka que van más allá del ensayo, junto a anotaciones de naturaleza más bien personal, incluso sumamente personal, y otras sobre el momento histórico; todas juntas ofrecen en conjunto una perspectiva reveladora de la multiplicidad que caracteriza al taller de escritor de Canetti.

    A la vez que en los cuadernos sobre Kafka (reunidos luego en la caja 25a del legado), Canetti trabajó en otros cuadernos con apuntes «regulares» (reunidos en la caja 15), y por supuesto en el manuscrito del ensayo. Los límites entre los diferentes tipos de apuntes son difusos. Aunque en otros lugares Canetti insistiera en distinguir rigurosamente entre diarios y apuntes,² en la práctica no resulta tan sencillo establecer esta distinción. Aparte de los reunidos en los cuadernos dedicados específicamente a Kafka, también en otros cuadernos se encuentran apuntes sobre Kafka –a veces marcados expresamente con una K–, mientras que los cuadernos dedicados a Kafka contienen, como ya se ha dicho, numerosas reflexiones personales, así como, en algunos casos, comentarios ocasionales sobre acontecimientos políticos. «1968: su año Kafka. Fue el año de los estudiantes en la Sorbona, de la primavera de Praga y de la catástrofe en agosto. Un año salvaje, demostrativo, trágico. Un año de amor y admiración idolátricos por Kafka», apunta Canetti veinticinco años más tarde (14 de septiembre de 1993, p. 342). Y poco después: «Final de la doctrina de la pequeñez. Período Kafka-Hera cerrado» (7 de noviembre de 1993, p. 342).

    Este entrelazamiento del «período Kafka» con «otros procesos» (personales y políticos), manifiesto incluso en los apuntes tardíos y directamente visible en los materiales del año 1968, se ha respetado en la presente edición, en la que no se ha intentado separar los diferentes planos de escritura, como tampoco aligerar los cuadernos dedicados a Kafka eliminando de ellos lo que aparentemente «no formaba parte del asunto». En los dos bloques de apuntes correspondientes a la época de los trabajos preparatorios de El otro proceso se combinan apuntes de los cuadernos dedicados a Kafka con otros pertenecientes a la caja 15, siempre en orden cronológico. Solo se han descartado las extensas citas de textos de Kafka, así como numerosas variantes de distintos pasajes de El otro proceso que habría resultado redundante conservar en esta edición y que solo tendría sentido reproducir en una edición histórico-crítica. Los propósitos de Canetti en 1968 deberán redefinirse, así, a partir de las evidencias que aquí se reúnen sobre la génesis de su ensayo sobre Kafka. Que esto es conforme con los deseos de Canetti lo corrobora el hecho de que, contrariamente a Kafka, él sí quiso que se conservara su legado: él mismo lo archivó en cajas y lo entregó antes de su muerte a la Biblioteca Central de Zúrich.

    Los procesos de Canetti

    «No hay camino de vuelta de las formas creadas a los procesos. Ten en cuenta los procesos, nada más» (p. 69, febrero de 1968).

    Ya desde la primera fase del trabajo, el alcance del término procesos se revela ambiguo. Si bien en el contexto dado parece referirse fundamentalmente a El proceso, la novela de Kafka, al proceso judicial que allí se describe, así como al «otro proceso», el que da título al ensayo de 1968 y que corresponde al modo en que Canetti interpreta el desdichado noviazgo de Kafka y Felice Bauer y su ruptura, el término bien puede remitir a su vez, en un sentido lato, dada la relación entre «formas creadas» y «procesos», a la relación de las obras en cuestión con los procesos a partir de los cuales son creadas. Aunque no haya «camino de vuelta de las formas creadas a los procesos», quizá sí se puede seguir el camino inverso si solo se tienen en cuenta «los procesos».

    La tesis central de El otro proceso es que la detención de Josef K., en el primer capítulo de El proceso, fue inspirada por el compromiso matrimonial de Kafka con Felice, y que la ejecución de Josef K., al final de la novela, la determinó la ruptura del compromiso en el hotel Askanischer Hof en Berlín (tras una reunión familiar que el mismo Kafka comparó a un «tribunal» que lo juzgaba). Canetti sustenta esta tesis citando anotaciones de Kafka en sus diarios. Admite ser «muy consciente de lo cuestionables que son tales intrusiones en una obra literaria válida» (p. 161), y asume que con ello no dice nada respecto a El proceso en su conjunto. Sin embargo, teniendo en cuenta la «inconcebible originalidad de Kafka», resulta «importante investigar cuanto ocurre dentro de él y quizá acercarse de tal modo a la esencia de los verdaderos procesos literarios» (p. 162). Y Canetti ve estos «procesos literarios» relacionados a su vez con el «proceso de autoconocimiento» que encuentra documentado en las cartas de Kafka a Felice.

    Para los filólogos, la aproximación biográfica a un texto literario, que es la que practica Canetti tanto en su ensayo como en sus apuntes, viene a ser algo así como un pecado mortal, pues amenaza con reducir aquello que Adorno definía como el «contenido objetivo de las formas creadas» a la situación subjetiva y a los problemas existenciales del autor, de los que dichas formas serían la expresión. Conforme al credo de la filología académica, la lectura biográfica de los textos, al remitirlos a la vida del autor, olvida precisamente aquello que, trascendiendo las limitaciones de esa vida, los hermana con la causa de la literatura y les confiere una validez ejemplar también para los demás.

    Canetti, por su parte, insiste en que «lo público y lo privado resultan hoy en día inseparables» y «se interpenetran de un modo que antes era inimaginable».³ Para él, la forma particular de la producción literaria de Kafka resulta ejemplar precisamente por esta inseparabilidad de lo público y lo privado, de los procesos literarios y los otros procesos. En sus ocasionales pullas contra los profesionales que «explican la literatura» (p. 339), solo excluye a uno, cuyo nombre no dice pero que en una conferencia sobre los diarios de Kafka mencionó también «los suyos propios» (p. 335).

    Los propios cuadernos de Canetti sobre Kafka documentan o escenifican justamente esta inseparabilidad de los procesos literarios y biográficos, en cuanto constituyen un intento de proyectar en sí mismo el proceso de autoconocimiento de Kafka y liberar de este modo sus propios procesos creativos. «Es inconcebible que sus procesos no provoquen los míos en mi interior» (p. 82). Como era habitual en él, Canetti fechó minuciosamente los apuntes de sus cuadernos sobre Kafka, dándoles la forma del diario. Una forma con la que se sentía comprometido «de la manera más profunda».

    La atención de Canetti a la dimensión autobiográfica de la obra del escritor queda patente en uno de los textos reunidos aquí a modo de apéndice: su conferencia de 1948 sobre Proust, Joyce y Kafka, los «tres escritores más importantes e influyentes» del siglo XX, y en su caso particular se manifiesta con toda rotundidad en La lengua salvada. El título de este primer volumen de sus memorias, publicado en 1977, cobra un segundo significado en el contexto de los cuadernos sobre Kafka, pues es la salvación de su «lengua» –de su lenguaje como escritor, en este caso–,⁴ lo que se halla en juego mientras escribe:

    «Sálvame, Kafka. ¿No quieres salvarme? ¿Desprecias mi peso, mi voluptuosidad, mi panza? ¿No era Flaubert tan pesado como yo? ¿Era su voluptuosidad menor? ¿Dónde están tus obras?, te oigo decir. Ay, en ninguna parte, en ninguna parte. Pero ¿no puedo hallarlas aún? […] También para mí, escribir es una forma de oración, la única que conozco. Mi proceso es contra la muerte y aún no ha terminado. Para ti, la cuenta acabó demasiado pronto. Yo he vivido más tiempo y llevo más muertos que tú. Son ellos los que me niegan el ascetismo. No puedo contentarlos pasando hambre. No quería sobrevivir a ninguno y por tanto están ahora todos dentro de mí. Qué lengua encuentro yo para ellos, aún no tengo ninguna. Sin embargo, no puedo ignorarlos, he ahí mi infertilidad» (pp. 64-65).

    Cada vez más, el diálogo con Kafka se convierte para Canetti en un «diálogo con el interlocutor cruel», expresión utilizada por él mismo para hablar de la escritura del diario. En el primer tomo de su autobiografía en tres volúmenes, en el que comenzó a trabajar después de concluir el ensayo sobre Kafka, Canetti encontró finalmente el «lenguaje para los muertos». El período en que Canetti se dedicó a Kafka coincide con el de una «lucha» por su propia obra que cabe seguir a través de sus apuntes sobre el escritor.

    En 1960 se publicó Masa y poder, el intento de Canetti de «agarrar a este siglo por el cuello»,⁵ al que se había dedicado durante casi cuarenta años. En 1963 falleció Veza, su primera mujer. Elias Canetti y Veza Taubner-Calderon se habían conocido en 1924 en Viena, con ocasión de un recital de Karl Kraus. Se casaron en 1934 y juntos emigraron en 1938 a Inglaterra. Desde la publicación de las cartas de ambos a Georg, el hermano menor de Canetti, residente en París,⁶ un mayor número de lectores de Canetti sabe que se trató, por decirlo con suavidad, de un matrimonio difícil, marcado por amoríos extramatrimoniales y episodios paranoicos por parte de él, y de innumerables crisis depresivas y amenazas de suicidio por parte de ella. Con todo, el duelo de Canetti por Veza fue interminable, y recorre todavía los cuadernos sobre Kafka. «Me gustaría meterme en sus cenizas. Solo en sus cenizas quiero escribir. Quiero escribir con sus cenizas» (p. 150).

    Al perder a Veza, Canetti había perdido no solo a su mujer y su compañera más cercana en los años de la emigración, sino también, como constató más de una vez, a una especie de madre sustituta, y a su asesora literaria. El sentimiento de culpa respecto a ella, que por él había sacrificado su propia vocación de escritora, y que había alimentado la obra de él con su desdicha, debió de ser tan infinito como su tristeza (e imposible de diferenciar de esta). Desde la publicación de Masa y poder Canetti no había escrito casi nada coherente aparte de los apuntes, en los que continuó trabajando sin cesar, y las quejas por su propia impotencia literaria reaparecen como una letanía en los cuadernos sobre Kafka. «¿Cuándo comienzo la otra obra, la nueva, la real? Innumerables apuntes, entre ellos algunos útiles sin duda, pero ¿cuándo me decidiré por fin a emprender una nueva obra? Podría comenzar cualquier día. ¿Qué me lo impide? ¿Por qué no empiezo? ¿Por qué no quiero empezar?» (p. 149).

    Poco antes de la muerte de Veza, Canetti había conocido a la restauradora de arte Hera Buschor, nacida en Zúrich, con la que, tras la muerte de aquella, lo fue uniendo un amor cada vez más intenso, y con la que se casó en 1971. En la relación con esa mujer veintiocho años más joven, Canetti, que ya tenía más de sesenta años, debió de experimentar una «revolución sexual», una dimensión completamente nueva del amor físico (los cuadernos sobre Kafka están repletos de alusiones a esto).

    Al mismo tiempo lo invade el temor de que sea precisamente esta feliz relación la que le provoca la infertilidad literaria. Cuando Hera está con él en Londres, se entrega a la dicha amorosa y no puede trabajar. Y cuando no está en Londres, se vuelve «inquieto» y acude «demasiadas veces al café» (p. 182). Aliviado, constata luego que a pesar de todo puede trabajar bien cuando está Hera en casa. Y, cuando ella queda embarazada, elabora listas de escritores sin hijos y de escritores que los tuvieron, y se pregunta si estos últimos escritores «disminuyeron siendo padres» (p. 319). Listados parecidos sobre las ventajas y desventajas de ser soltero se encuentran también en los diarios de Kafka, y Canetti los transcribe minuciosamente.

    En los cuadernos sobre Kafka se entrecruzan y se solapan, pues, los procesos más diversos; las preguntas que Canetti encuentra en Kafka y que lo movilizan son también las suyas propias. ¿Puede ser él mismo escritor y al mismo tiempo marido e incluso padre de familia? ¿O debe evitar, como Kafka, el matrimonio para poder escribir? ¿Qué es lo que frena su producción y cómo podrá liberarla? ¿Qué papel desempeñan en ello las diversas formas de escritura, los apuntes, la correspondencia con Hera, los diarios? ¿Será capaz de volver a escribir una novela? ¿O será el ensayo sobre Kafka cuanto quede de él? (véase el apunte del 25 de septiembre de 1968, p. 307). Por último, ¿cómo se inscribe él mismo en la genealogía de la literatura moderna desde Kafka? ¿Cómo afirmar su autoría frente a sus antecesores prematuramente fallecidos, a los que venera, es más, idolatra, y cuya superioridad, sin embargo, lo desalienta?

    El drama que se desarrolla entre Canetti y Kafka –o, mejor dicho, el proceso que se desencadena en Canetti mismo en sus apuntes sobre Kafka– quizá pueda describirse más que nada como «angustia de la influencia», un concepto del teórico literario estadounidense Harold Bloom. Así llama este al conflicto de ambivalencia que experimenta un autor frente a un modelo admirado al que no solo se propone suplantar sino que debe hacerlo, con el fin de hallar su propio lugar en la historia de la literatura; una operación que conlleva el impulso de desmarcarse de dicho modelo a efectos de afirmar la propia originalidad. El autor en cuestión oscilará entonces entre la identificación y el rechazo de su modelo, que puede llegar hasta el parricidio simbólico.

    Los apuntes de Canetti sobre Kafka están marcados por esta oscilación. La identificación de Canetti con Kafka, sobre todo mientras escribe el ensayo que le dedica, cobra a veces rasgos delirantes. Le resulta «curioso» que la «decisiva primera época» entre Hera y él «transcurriera exactamente cincuenta años» después de la que transcurrió entre Kafka y Felice: «Verano de 1912 – marzo de 1913 / Verano de 1962 – marzo de 1963» (p. 91). A finales de febrero de 1968, las cartas de Kafka a Felice le resultan «tan contagiosas que me gustaría escribirlas yo mismo a Hera, aunque entre nosotros carecieran de todo sentido» (p. 95). Al mismo tiempo se pregunta si tiene derecho a «reflexionar sobre lo que me significan sus cartas con la intención de descubrir lo que eran las cartas para Kafka» (p. 91).

    Se siente «tentado a dedicar a H.B. el ensayo sobre Kafka, cuando se publique en forma de libro», pero teme «el efecto de la dedicatoria de Kafka a F.B.» (p. 307). La inicial B. le da miedo «como si H. tuviera que morir entonces, ya que F.B. está muerta» (p. 308). Por otra parte, teme «morir antes de acabar el ensayo sobre Kafka». Aludiendo a la «herida pulmonar» de Kafka –el estallido de su tuberculosis en la noche del 9 al 10 de agosto de 1917–, escribe a finales de febrero de 1968: «En la noche del 23 al 24 se abrió mi herida». Lo único que le queda por hacer es «mantenerla abierta» (p. 95). Cuando lee sobre la estancia de Kafka en Berlín-Steglitz en el invierno de 1923-1924, enseguida apunta que menos de seis años después él mismo también residió en Steglitz. Imagina conversaciones con Kafka sobre lo que «él desea para sí» (p. 326). Cuando en los cuadernos sobre Kafka emplea Canetti la tercera persona del singular, tan frecuentemente empleada en sus apuntes para referirse a sí mismo, a menudo resulta difícil decidir si habla de sí mismo o de Kafka. También busca el contacto con Kafka a través de conocidos comunes. En otro texto recogido aquí a modo de apéndice, el discurso pronunciado con motivo de que le fuera concedido el premio Johann Peter Hebel, en 1980, cuenta su encuentro con Ludwig Hardt, quien le leyó en 1936 partes del Cofrecillo de joyas de Hebel. Se trata de los mismos relatos que Hardt había recitado a Kafka en 1921, de forma que Canetti acaba ocupando él mismo el sitio de aquel: «Fue doce años después de la muerte de Kafka, y las mismas palabras que él había oído entonces llegaban a mi oído desde la misma boca. Ambos enmudecimos, porque éramos conscientes de que habíamos vivido una nueva versión de la misma historia» (p. 373). Este episodio, que Canetti relata también en el segundo volumen de su autobiografía, La antorcha al oído, encuentra su equivalente en el discurso del premio Nobel, en el que, a la inversa, con aparente humildad, Canetti cede su sitio simbólicamente a Kafka: sesenta años después de la muerte de este, dice, «lo acompañé yo a Estocolmo: ante todo el mundo le dediqué el premio, en una sociedad que tal vez no le habría gustado; él mismo conocía a dos de los nombrados junto a él (a uno de ellos incluso personalmente: Robert Musil). No creo que despreciara a Karl Kraus, aunque le daba algo de miedo (¿a quién no?). De mí no sabía nada y tampoco de Broch. Puesto que yo era el portador que los llevó a todos allí, no podía desvincularme» (p. 326). Esta humildad es aparente, puesto que el «portador» no queda en absoluto al margen, es al mismo tiempo el portador del premio y el «portador de la antorcha» de la tradición literaria, y se instala como legítimo sucesor de Kafka, sobre todo como aquel que «ante todo el mundo» otorga los premios y asigna los lugares.

    Canetti era muy consciente, por supuesto, de que la humildad no era lo suyo; se fustiga a sí mismo como «fingidor de humildad»: «Finge ser Kafka, pero no consigue la humildad» (p. 331). El humilde era Kafka; él, en cambio, es más bien vanidoso y ampuloso. No olvida mencionar que la ampulosidad es una «cualidad fálica» (p. 46), adecuada en el amor, pero no en la literatura. La esperada transformación por el mimetismo con Kafka no se produce: «En vano la modestia. En vano el cambio por ella y por Kafka. Querías ser pequeño. Pero el cambio se esfumó» (p. 334). No le es dada la capacidad para «transformarse en lo pequeño» que elogia muchas veces en Kafka, y también en Hera: la «delgadez» de Kafka, la «desaparición del nombre», la «disminución» pasando hambre, y Hera, por su parte, retocando «las notas de su certificado para que fueran peores» (p. 337). Canetti enumera los motivos por los que no puede ser como Kafka (véase el apunte del 15 de febrero de 1968): 1) es un hombre pesado, su cuerpo –dice– tiene peso; 2) es un hombre sano; aunque tenga rasgos hipocondríacos, estos no son decisivos; 3) es un paranoico y enseguida recurre a la desconfianza como medio acreditado de su rechazo (p. 77). Contrariamente a Kafka, que tuvo que defenderse durante toda la vida contra el predominio de su padre y sustraerse a él mediante la «transformación en lo pequeño», él perdió a su padre a los siete años de edad. En esa prematura pérdida arraiga su «proceso contra la muerte», pero también su megalomanía. Sus propios temas, la metamorfosis y el poder, son los temas de Kafka, pero él y Kafka se sitúan en extremos opuestos del espectro: él, si acaso, solo puede transformarse en voces, y así como la reacción de Kafka al poder se producía desde «un punto de vista singular, el de la impotencia absoluta» (p. 177), el conocimiento del poder que tenía Canetti se debía a su «ejercicio privado del poder sobre ciertas personas» (p. 178) y a su capacidad ilimitada de sobrevivir, señal inequívoca del poderoso.⁷ El autoanálisis de Canetti llega incluso a la comparación de sus primeros recuerdos de infancia con los de Kafka, y el proceso que se desarrolla a partir de entonces se puede definir prácticamente como psicoanalítico. «Soy, por mis huellas, tan basto como Freud en las suyas. Mi aversión a Freud es una aversión a mí mismo» (p. 140), apunta en julio de 1968, cuando comienza a trabajar en la segunda parte del ensayo; toda una concesión por parte de Canetti, que odiaba a Freud y así lo declaraba, a pesar de lo cual establece un parentesco entre sus investigaciones y las suyas propias. «Y ahora pertenezco incluso a los felices. ¿Tengo aún derecho a mi vida? Si es prestada... ¿quién me la ha prestado? Si es robada... ¿quién murió por mi vida? Busco a aquel del que desciendo, y no es mi padre» (p. 140).

    Genealogías y formas de escritura

    «Busco a aquel del que desciendo, y no es mi padre»: este apunte remite no solo a la ausencia del padre y a la culpa de sobrevivir que marcaron esencialmente la vida de Canetti –como judío europeo del siglo XX y como escritor–,⁸ sino también al entrelazamiento entre genealogías privadas y literarias, entre «vida y obra del autor». Saber escribirse desde Kafka, sustituir la temprana pérdida del propio padre con un padre literario elegido por uno mismo, adscribirse a una genealogía intelectual en lugar de la genealogía personal, es más, poder «curar» a través de ella las fracturas de la propia biografía, debe de haber sido una obsesión central de Canetti y el motor de su escritura. Ocurría, sin embargo, que ese padre literario había sido un «hijo eterno», es más, el «último hijo» (p. 69), y que Canetti, en 1968, a las puertas de su tardía y real paternidad, llevaba vividos veinte años más. El conflicto de ambivalencia recorre todas las fases: a la triunfal identificación con el padre literario (que no quería ser padre) le sigue la culpable autodenigración ante él, y luego, a su vez, el rechazo y el intento de desmarcarse de la «influencia» que antes había reivindicado. «No puedo ser como Kafka, su reino era la impotencia», apunta Canetti ya en 1964 (p. 46). «Cada línea de Kafka me resulta más querida que toda mi obra. Porque él, y solo él, ha quedado libre de toda ampulosidad […] Cuando pienso en Kafka, mis propias reacciones me resultan sosas, como las de todos los animales que viven encima de la tierra. Hay que ser un gusano como Kafka para devenir un ser humano», anota el mismo año (p. 46). «Él tuvo que desarrollar recursos mucho más sutiles para sustraerse al poder paterno, de ahí que su obra sea más fina, más misteriosa y precisa», escribe en febrero de 1968 (p. 77). Es importante resaltar en este punto que las cualidades físicas y psíquicas que Canetti diagnostica en Kafka son a la vez cualidades literarias y éticas. La «delgadez» del cuerpo de Kafka entraña al mismo tiempo la «delgadez» de su obra, no solo en cuanto a su volumen, sino también en lo que respecta a su lenguaje, sumamente reducido y sin embargo (o por eso mismo) extremadamente preciso. El talento de Kafka para «transformarse en lo pequeño» no solamente lo sustrae, al menos por un tiempo, al poder, sino que proporciona también esos relatos sobre bichos, ratones, topos, artistas del hambre, antihéroes reducidos a iniciales y «pequeñas mujeres» que han inscrito como ninguna otra la «literatura menor» de Kafka en la gran historia de la literatura.⁹ Su sensibilidad al poder, motivada por su biografía, le hicieron intuir las catástrofes del siglo XX y recogerlas en la escritura de sus novelas como «maldición anticipada del siglo» (p. 330), catástrofes que él mismo no llegó a vivir, pero a las que Canetti, en cambio, sí sobrevivió, en tanto que las hermanas y las amadas de Kafka murieron en los campos de concentración (solo Felice consiguió huir a tiempo a Estados Unidos). La taciturnidad de Kafka, sus dificultades a la hora de escribir, su vegetarianismo, su ascetismo, su incapacidad para el matrimonio, su temprana muerte, la muerte heroica de un mártir de la literatura moderna: son todos emblemas de su insobornabilidad como escritor, ante la cual Canetti –de complexión gruesa, lascivo y felizmente enamorado– se inclina humildemente. Con humildad solo aparente, puesto que en julio de 1968 está ya bastante harto de su «incesante autodenigración ante Kafka» y se pregunta por los motivos. ¿Porque come «a la buena de Dios»? ¿Porque lo ha «sobrevivido ya en veintidós años» sin lograr escribir ni una sola obra literaria que merezca la pena? ¿Porque la única precisión de la que es capaz es la de las «exageraciones»? ¿Porque puede ser feliz y comunicarse «con facilidad y sin miramientos»? ¿Porque está «contagiado» por él y ha cambiado su «propia modalidad de autoodio por la suya»? (p. 152).

    Estas preguntas documentan demasiado bien la «propia modalidad de autoodio» de Canetti; tampoco en este sentido le fue dado convertirse en Kafka o incorporarlo a sí mismo. Por fortuna para él, hay que añadir, y por fortuna también para sus lectores, pues la obra de Canetti, todo sea dicho, decididamente no es la de un epígono. A pesar de la veneración que le profesaba, el contagio de Kafka no hizo que se convirtiera en un imitador de Kafka. «¿Si podré liberarme de la influencia de Kafka ahora que lo conozco tan a fondo? ¿Podré escribir ahora como si no lo hubiera leído nunca?», se pregunta una vez concluido el ensayo (p. 308), y en 1974 constata que Kafka ha tenido una «influencia negativa» en él en los años anteriores: con su «resecamiento ascético de las palabras» le ha quitado «el gusto por la expansión, que era el aliento de mi vida» (p. 321).

    Incluso después de concluir El otro proceso, Kafka aparece en los apuntes de Canetti con regularidad, siempre que se trata de definir influencias y establecer así una genealogía, una saga de la literatura moderna: la influencia de Goethe, de Grillparzer y de las «historias jasídicas» de Kafka, su «parentesco de sangre» con Flaubert, Dostoievski y Kleist... En 1982, Canetti y Kafka son «hermanos en Dostoievski» y tienen cada uno «un dios francés: él, Flaubert; yo, Stendhal» (p. 326). En alemán son los dos «hermanos en Hebel»; Canetti, sin embargo, es «también español», y Kafka, en cambio, más judío: «Esa es nuestra verdadera divergencia, ya que, por otra parte, ambos somos chinos» (p. 326). Canetti cuenta entre sus modelos, además de Kafka, también a Karl Kraus, a Robert Musil y a Hermann Broch; a este último con ciertas reservas, puesto que él «consiste directamente en influencias ajenas», sus dudas respecto a la escritura «no eran una toma de conciencia, sino un defecto» (p. 340), sentencia categóricamente en 1992 y, preocupado por su fama póstuma, todavía se molesta a posteriori por el hecho de haberlo llevado consigo «a Estocolmo» (p. 326).

    Las propias dudas de Canetti respecto a la escritura lo indujeron sobre todo –aparte de a escribir los tres volúmenes de Historia de una vida– a cultivar el género de los «apuntes», que su biógrafo Sven Hanuschek ha definido como su «obra principal» y el «macizo central» de su escritura¹⁰ (la mayor parte del cual permanece todavía sumergido en las profundidades de la Biblioteca Central de Zúrich). Tal vez los apuntes fueran para Canetti su manera de escapar al «fracaso en la obra» característico de los grandes escritores de la modernidad clásica, a la «negatividad heroica» que Werner Hamacher definió como una clave de la modernidad.¹¹ En varias notas preliminares a sus colecciones de apuntes, justificó Canetti su dedicación a este género por el hecho de que en 1937, poco antes de la emigración y bajo la presión de los acontecimientos políticos, se había impuesto una «prohibición del trabajo meramente literario», pues quería comprender «lo que había sucedido, lo que sucedió, y llegar al fondo de las cosas».¹² Esas cosas eran los problemas de la masa y del poder, la investigación de «las raíces del fascismo»,¹³ que lo llevó luego a recorrer los siglos y a recorrer las culturas hasta el año 1960.

    Canetti, a pesar de prohibirse voluntariamente un trabajo meramente literario, en realidad comenzó con los apuntes como forma de pensamiento, de escritura y de vida (curso o procesamiento del pensar y del escribir más que redacción de aforismos cincelados en piedra: «¡zis!, una verdad; ¡zas!, un aforismo»),¹⁴ mucho antes de emprender el trabajo en Masa y poder. No eran en absoluto meras «válvulas de escape» del trabajo en la obra principal, sino que representan «otro proceso» de Canetti, otro intento de «agarrar a este siglo por el cuello». Porque para comprender un mundo en el que ya «nada rima con nada», en el que ocurren las cosas más terroríficas, en el que la tradición todavía vale pero «no significa nada»,¹⁵ en el que la vida privada es surcada y sacudida una y otra vez por catástrofes colectivas, en el que el tiempo biográfico propio se ve afectado continuamente por el tiempo histórico; para comprender un mundo así, la forma del apunte, en el que todo –lo personal, lo político, lo literario– se yuxtapone, se comenta y se piensa recíprocamente, resulta quizá más adecuada que cualquier otra.

    «Alemania ha declarado la guerra a Rusia. – Por la tarde, Escuela de Natación»: así reza el célebre apunte del Diario de Franz Kafka del 2 de agosto de 1914. La enorme discrepancia entre los hechos históricos y los insignificantes datos de la vida personal, una discrepancia en la que aun así se remiten los unos a los otros de manera inseparable, no se puede representar mejor que mediante ese lapidario trazo de separación que es al mismo tiempo un trazo de unión. Recoger pensamientos «para que no se ensamblen»¹⁶ es también una forma del movimiento de los apuntes de Canetti. «Ya no me parecía posible captar el mundo con los medios habituales del realismo; un mundo que, por así decirlo, se había dispersado excesivamente en todas las direcciones», dice en una conversación con Horst Bienek sobre su novela Auto de fe.¹⁷ Una consecuencia de este diagnóstico –no de la incapacidad personal para la síntesis, sino su imposibilidad en el siglo XX– es también la forma de escritura de los apuntes en cuanto intento de captar aun así ese mundo que va divergiendo.

    Canetti no llegó a escribir la novela con la que soñaba después de Masa y poder. La fantasía de un libro escrito para «no publicar», de una obra secreta escrita para dejar como legado, una obra para mostrar a nadie y de tal modo poder escribir lo que quisiera (24 de julio de 1968, p. 150), se puede relacionar póstumamente no con esas novelas inexistentes sino con ese «macizo central» que sí existe y que son los apuntes. Mientras charla públicamente sobre todas las grandes obras posibles –al menos cinco novelas en las que trabaja de forma simultánea, más la anunciada segunda parte de Masa y poder (que tampoco existe)–, Canetti escribe hasta su muerte, de manera incansable, ese corpus de apuntes de los que aquí, con los cuadernos sobre Kafka, se presenta solo una mínima parte.

    1. Neue Rundschau, 79 (1968), vol. 1 (julio), pp. 185-220; vol. 2 (diciembre), pp. 586-623.

    2. Véase, en particular, el ensayo titulado «Diálogo con el interlocutor cruel», recogido en La conciencia de las palabras (OC, V, pp. 341-358; para las abreviaturas empleadas en las remisiones a las Obras completas de Elias Canetti, véase la advertencia preliminar a las notas reunidas al final del volumen).

    3. Elias Canetti, «Nota preliminar» a La conciencia de las palabras; en OC, V, p. 287.

    4. En el contexto de la autobiografía, se refiere al primer recuerdo de la infancia de Canetti, concretamente al de un hombre que amenazaba con cortarle la lengua; véase, al final de

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