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Memoria: 1933-1966
Memoria: 1933-1966
Memoria: 1933-1966
Libro electrónico62 páginas1 hora

Memoria: 1933-1966

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Para Sergio Pitol memoria y literatura son indivisibles. Sus más célebres páginas, El arte de la fuga, El viaje, El mago de Viena, nos enseñan cómo se transita a través del tiempo, cómo se avanza hacia el pasado. Pitol ha configurado su obra y su vida a través de sus lecturas. En esta edición revisada de su mítica Autobiografía precoz, publicada en
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones Era
Fecha de lanzamiento2 jun 2020
ISBN9786074451047
Memoria: 1933-1966
Autor

Sergio Pitol

Escritor nacido en la ciudad de Puebla en 1933. Cursó sus estudios de Derecho y Filosofía en la Ciudad de México. Es reconocido por su trayectoria intelectual, tanto en el campo de la creación literaria como en el de la difusión de la cultura, especialmente en la preservación y promoción del patrimonio artístico e histórico mexicano en el exterior. Ha vivido perpetuamente en fuga, fue estudiante en Roma, traductor en Pekín y en Barcelona, profesor universitario en Xalapa y en Bristol, y diplomático en Varsovia, Budapest, París, Moscú y Praga. Galardonado con el Premio Juan Rulfo en 1999 y el Premio Cervantes en 2005, por el conjunto de su obra.

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    Memoria - Sergio Pitol

    Memoria

    1933 - 1966

    I

    Potrero

    A mis treinta y tres años me doy cuenta de que todo lo que he escrito es en cierta forma autobiográfico. Estoy presente en todo lo que escribo, a pesar de a veces buscar una forma de desaparición. Acaso esta autobiografía sea una prueba irrefutable de lo que digo.

    Mis cuatro abuelos llegaron de Italia, los Pitol, los Demeneghi, los Buganza, los Sampieri, y se instalaron en las tierras barrialosas de la Colonia Manuel González, cerca de Huatusco, Veracruz, donde se dedicaron a rememorar la patria perdida y a cultivar café. Todos ellos procedían de la Italia septentrional, del Véneto y la Lombardía. Gente laboriosa y esforzada a la que indudablemente debo mi admiración por el trabajo constante y riguroso. Admiración que sin embargo no procede de un sentimiento de pertenencia.

    Otro tema cuyo tratamiento resulta a menudo excesivo es el de la infancia. Los escritores, más cuando se hallan muy lejos de ese periodo, se regodean con toda presencia o vislumbre de su niñez. Debemos ingerir innumerables páginas por las que desfilan las más mínimas peculiaridades de sus juegos infantiles –lo que ni siquiera logra darnos un cuadro de época, porque los juegos curiosamente son reacios al tiempo y admiten pocas variaciones–, con la descripción del vestido que usaron para asistir a tal o cual fiesta escolar, o nos internan en una siniestra galería de tíos, primos, padrinos, compañeros de escuela, sirvientes, que por lo general nos escamotean el sentido esencial de la infancia, ofuscado y oprimido por un caudal inagotable de anécdotas triviales e insensatas. Hasta hace poco me inclinaba a pensar que una biografía debía recoger sólo los datos verdaderamente fundamentales de todos los periodos anteriores al contacto de quien la escribe con la creación; la auténtica biografía empezaría en el momento en que alguien se convierte en aspirante a escritor, a pintor, a político.

    Sin embargo durante un mes, desde el día en que recibí la carta de don Rafael Giménez Siles solicitándome esta especie de sinopsis de mi vida y en los inmediatamente posteriores, mientras efectuaba un viaje repleto de incidentes por las márgenes del Danubio, no dejaba de pensar en la forma en que debía llevar a cabo este trabajo. A la vez que se excitaba mi vanidad sentía el regusto de la frustración, ¿no obedecía a una especie de triste grafomanía el hecho de escribir una autobiografía a los treinta años sin haber realizado nada memorable, sin ser el escritor que lograra trascender a la minoría de sus amigos? Acabo de recibir hace apenas unos cuantos días las fotografías tomadas en el viaje y advierto, con sorpresa, que en esos días no llegué a ver casi nada; tengo que preguntar cuáles corresponden a Viena, cuáles a Praga, a Bratislava, a Budapest y a Pecz. ¿Qué es cada lugar? ¿Se trata del parlamento de Budapest o de un palacio de Praga? ¿Dónde vimos tal iglesia? El hecho de vivir esas dos semanas sumergido en una intrincada y apasionante especie de educación sentimental, al no dejarme escapar de mí mismo, me estimulaba a bucear en el pasado, a reflexionar en los diferentes momentos o anécdotas que tendría que elegir para llenar el número de cuartillas requeridas. La carta de don Rafael me había llegado unas cuantas horas antes de la salida de Varsovia, y entre pensar y recordar y asombrarme ante ciertos recuerdos, resultó que iba a parar indefectiblemente en la infancia, que algunas constantes que aparecían en mis cuentos o se repetían en mi vida se encontraban allí de manera embrionaria; que la acción del tiempo y del mundo se había encargado sólo de decantarlas y pulirlas; a veces de deformarlas.

    En la infancia, por ejemplo, descubro ya mi pasión por la lectura, nacida casi por accidente. No tendría aún cuatro años. Acababan de morir mis padres. Me habían llevado a vivir con mi abuela y mi tío Agustín. Empezaba apenas a reconocer el nuevo terreno. Recuerdo que el lugar me deslumbraba: los árboles de toronjas, la cantidad de flores, casas rodeadas de jardines, comunicadas por estrechos senderos. Era imposible perderse; salía con toda tranquilidad de casa porque todos aquellos jardines eran para nosotros los de adentro: no había peligro de algún accidente, por las veredas no transitaban automóviles. Caminé unos cien metros; frente al edificio del club de damas algunas personas tendidas en sillones de lona tomaban refrescos y observaban a un grupo de rapaces de mi edad o ligeramente mayores, quienes corrían tras una pelota. Me acerqué y me coloqué junto al grupo de espectadores. Cuando supieron que era el hijo de la hermana del doctor Demeneghi que días atrás se había ahogado en el río,

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