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Como apreciar a Alfonso Reyes
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Libro electrónico424 páginas6 horas

Como apreciar a Alfonso Reyes

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Alfonso Reyes funda su doctrina en el hombre, en la situación y en el destino de este en el universo, por ello se interesa en su pasado y en su presente, defendiendo en muchos de sus textos el papel de América en el concierto de la cultura universal. En este libro se recorren ideas, consejos, el mundo en síntesis, sus costumbres, personajes, inquietudes poéticas y así se van delineando las constantes de Reyes, como enlaces entre historia, literatura, ciencia, técnica y arte en general.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ene 2014
ISBN9781940281605
Como apreciar a Alfonso Reyes
Autor

Alfonso Reyes

ALFONSO REYES Ensayista, poeta y diplomático. Fue miembro del Ateneo de la Juventud. Dirigió La Casa de España en México, antecedente de El Colegio de México, desde 1939 hasta su muerte en 1959. Fue un prolífico escritor; su vasta obra está reunida en los veintiséis tomos de sus Obras completas, en las que aborda una gran variedad de temas. Entre sus libros destacan Cuestiones estéticas, Simpatías y diferencias y Visión de Anáhuac. Fue miembro fundador de El Colegio Nacional. JAVIER GARCIADIEGO Historiador. Ha dedicado gran parte de su obra a la investigación de la Revolución mexicana, tema del que ha publicado importantes obras. Es miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, y de El Colegio de México, que presidió de 2005 a 2015. Actualmente dirige la Capilla Alfonsina. Reconocido especialista en la obra de Alfonso Reyes, publicó en 2015 la antología Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra”. Ingresó a El Colegio Nacional el 25 de febrero de 2016.

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    Como apreciar a Alfonso Reyes - Alfonso Reyes

    Índice

    Prefacio

    1. El índice de un libro

    2. Divagación de otoño en Cuernavaca

    3. Capricho de América

    4. El destino de América

    5. En el día americano

    6. El sentido de América

    7. La ventana abierta hacia América

    8. Algunas notas sobre la María de Jorge Isaacs

    9. Prosa de Rubén Darío

    10. Para inaugurar los Cuadernos Americanos

    11. Valor de la literatura hispanoamericana

    12. Salud a los amigos de Buenos Aires

    13. La garza Greta Garbo

    14. El argentino Jorge Luis Borges

    15. Estornudos literarios

    16. Ingenieros

    17. Homilía por la cultura

    18. Las estatuas y el pueblo

    19. Los huéspedes

    20. Prólogo a historia de un siglo

    21. Panorama del siglo XIX

    22. Silueta de Lope de Vega

    23. Prólogo a Quevedo

    24. Vinos

    25. La parábola de la flor

    26. Victor Hugo y los espíritus

    27. Vermeer y la novela de Proust

    28. Pintura de viva voz

    29. Paul Valéry contempla a América

    30. Realismo

    31. Ravel

    32. Sobre el procedimiento ideológico de Stéphane Mallarmé

    33. Visión de Anáhuac

    34. México es una nuez

    35. Diego Rivera descubre la pintura

    36. El derecho a la locura

    37. Un pintor

    38. Delicioso viaje

    39. La paradoja de las leyes suntuarias

    40. Ciencia social y deber social

    41. Ante los altos hornos

    42. Reflexiones sobre la historia de Grecia

    43. Reflexiones sobre la historia de Grecia

    44. La cuna de Grecia

    45. Interpretación de las edades hesiódicas

    46. Las tres Electras del teatro ateniense

    47. Sócrates y el alma

    48. Pompeya

    49. De Virgilio, considerado como fantasma

    50. Presentación de Grecia

    51. La Danza

    52. Ecos del sacrificio humano

    53. Ritos domésticos

    54. El rito natal

    55. El rito natal

    56. Ritos domésticos

    57. Ritos domésticos

    58. Ritos domésticos

    59. Ritos domésticos

    60. El ritual extraordinario: panegirias

    61. El ritual extraordinario: panegirias

    62. Introducción. Naturaleza de los mitos

    63. Troya

    64. La estrategia del gaucho Aquiles

    65. Lo oral y lo escrito

    66. El deslinde

    67. Analfabetismo

    68. Vocabulario y programa

    69. Vocabulario y programa

    70. Vocabulario y programa

    71. La función ancilar

    72. Deslinde poético

    73. Las nuevas artes

    74. La comititis

    75. El deslinde

    76. La voz en la radio

    77. La dicción en la radio

    78. La radio, instrumento dela paideia

    79. El alfabeto y el hombre

    80. En torno a los caracteres morales

    81. La paradoja de la piel

    82. Floreal

    83. Canción de amanecer

    84. Las roncas

    85. Cartilla moral

    86. Cartilla moral

    87. Padre amateur

    88. Prólogo

    89. Epígrafe

    90. Dedicatoria

    91. Los senderos de la inteligencia

    92. El coleccionista

    93. Carta a los amigos de las Palmas

    94. Lo que hacía la gente de México

    95. En torno a la diplomacia

    96. Entrevista en torno a lo mexicano

    97. Sófocles y La posada del mundo

    98. Se anuncia un nuevo reinado

    99. Anécdota de antología

    100. La muñeca

    101. Cuatro preguntas

    102. Anatomía espiritual

    103. Palinodia del polvo

    Bibliografía

    Prefacio

    Necesario equilibrio entre arte y vida, he ahí la lección por excelencia de Alfonso Reyes. De acuerdo con esta idea, el placer estético que nos proporciona —por ejemplo— una bella audición deberá prolongarse en actos benévolos para los que nos rodean. Reyes supo encontrar —al acercarse a Grecia— esas dos llaves esenciales para la superación de la humanidad: la verdad y la belleza. La antigüedad le hizo apreciar a la naturaleza y ver con claridad el poder de la razón. Desde los lejanos días del Ateneo de la Juventud, la diosa Atenea lo guiará para redescubrir a Platón, traducir a Homero o llevarlo a pasear a Cuernavaca. El estudio del teatro griego será la base de su magnífico poema-dramático Ifigenia cruel. Pero no para ahí: apoyado sobre la Antigüedad, Reyes penetra en la naturaleza misma del hombre, ya en su prosa, ya en su poesía. Su obra toda es una seductora mezcla de curiosidad erudita, de belleza artística y de delicadeza mundana. En cuanto a este último punto, recordemos Memorias de cocina y bodega, porque como él —filosóficamente— decía:

    No está el hombre solo y suspenso en la nada, sino que está metido en el mundo. Podemos imaginarlo como una araña en el nudo de su tela [...] Ya no se compara ahora al hombre con el animal, sino al hombre animal con el hombre humano...

    Reyes funda su doctrina en el hombre, en la situación y en el destino de éste en el universo; por ello se interesa en su pasado al escribir Visión de Anáhuac; en su presente, defendiendo en muchos de sus textos el importante papel de América en el concierto de la cultura universal. Para poder representar ese papel, nos aconseja no olvideís ser inteligentes. Él deseaba hacer de nuestro México una nueva Atenas, donde cada uno se renovara día a día a través de la cultura.

    En el presente volumen recorreremos las ideas, los consejos, el mundo, en síntesis, sus costumbres, sus personajes, las inquietudes poéticas y, así, se irán delineando las constantes de la mente de Reyes: América pasado y porvenir; Cultura como necesidad vital y natural de ser. Vasos comunicantes siempre abiertos, dispuestos a servir de enlace, de puente entre historia, literatura, ciencia, técnica y arte en general. El arte —dice Reyes— es una continua victoria de la conciencia sobre el caos de las realidades exteriores [...] no hay que tener miedo a la erudición.

    Borges, Darío, Lope de Vega, Quevedo, José Ingenieros, la radio —sus virtudes y defectos—, el cine, los animales, más vasos comunicantes entre novela y pintura, entre música y ensayo.

    La historia del mundo se concentra en su bella Divagación de otoño en Cuernavaca y la de nuestro país en México en una nuez. Grecia, Roma, la tradición latina. La danza y sus propiedades terapéuticas, el suprarrealismo en Floreal y los ejemplos de su teoría del impulso lírico entresacados de su libro Cartones de Madrid. Impulso provocado por el habla popular, la nostalgia, los mendigos, los celos. Reyes, padre amateur fascinado ante el desarrollo mental de su hijo.

    De todo hay en esta miscelánea: folklore con sombrero de charro, Cuauhtémoc convertido en talismán de la buena suerte, asombro de Diego Rivera al descubrir la pintura o cambio de sonrisas por miradas del Alfonso Reyes-coleccionista. Análisis de la vejez y de la juventud en Carta a los amigos de las Palmas. Diplomacia, lo mexicano, lo hispanoamericano; deseo y profecía. La muñeca, escudo psicológico de una de sus nietas. Las preguntas obligadas al escritor ya consagrado y sus respuestas y, en contraste con el epígrafe —y el pequeño fragmento de Visión de Anáhuac que aquí publicamos—, la Palinodia del polvo, doliente queja ecológica de su Valle profanado por el ¿progreso?

    El texto que abre la presente antología nos hará reflexionar sobre la imaginación y la sabia virtud en cultivarla. Conversación, ética y estética. Importancia de la crítica entendida en su sentido clásico y, además, este texto —una vez leídas las páginas que le siguen— nos hará sentir ese deseo de transmitir a otros las ideas alfonsinas para provocar y gozar los placeres de una o varias charlas.

    ¿Tiene razón Reyes al proponernos el abrir los libros por los índices? Tal vez sí, pues en el presente caso los títulos son sugestivos y actúan a manera de imán. Entresaquemos algunos al azar: Capricho de América.

    El destino de América, Salud a los amigos de Buenos Aires, La garza Greta Garbo, El argentino Jorge Luis Borges, Estornudos literarios, Las estatuas y el pueblo (donde descubrirá el lector los poderes de nuestro joven abuelo), Vinos, La parábola de la Flor, Víctor Hugo y los espíritus, Diego Rivera descubre la pintura, Ravel —música y palabra unidas en un brevísimo ensayo de quilates perfectos—.Y si se trata de entender a Proust, más allá de cuanto hubiésemos leído, analicemos detalladamente el Vermeer y la Novela de Proust. Floreal —aquí me parece ver a Remedios Varo muy de acuerdo con Alfonso— Canción del Amanecer, Las Roncas, Se anuncia un Nuevo Reinado —¡economía y literatura!— y estado de alerta ante la especialización desmedida.

    Sí, médicos, arquitectos, economistas, ingenieros o escritores —amén de otras especialidades— abramos los vasos comunicantes, conformemos a base de cultura al hombre del siglo XXI.

    Una idea científica podemos convertirla en útil metáfora para nuestra vida diaria. Me explicaré: Pasteur decía no existe la generación espontánea al hablarnos de los microbios. Llevemos esta imagen más allá del microcosmos y veremos que puede convertirse en metáfora o inspiración pictórica. El escritor debe conocer, ante todo, su instrumento por excelencia —es decir— la palabra. La más difícil de todas las profesiones es la de hombre. Hombre conocedor de su historia, es decir de la historia del mundo, de la de su país, de los clásicos antiguos o modernos. Conocedor también del respeto a nuestro planeta-casa nuestra, madre nutricia a la que la especie humana ofende diariamente.

    ¡Transmitir, transmitir! Oigo esta palabra que golpea insistentemente mi cerebro... ¿De qué me sirve el conocimiento sin intorlocutor? Me entusiasmo ante una obra de arte yo, a solas, y ese entusiasmo se congela, se diluye. Amigos, la cultura es también transmisión, Reyes nos lo demuestra. Leámoslo atentamente, porque hoy es ese algún día al que se refiere cuando exclama:

    Sí; algún día se verá en efecto, que todo el esfuerzo de mi vida se ha orientado a procurar que salgamos de la minoría, a conquistar para nuestro país el derecho de la ciudadanía en la cultura del mundo.

    1

    El índice de un libro

    En los Nuevos ejercicios espirituales consta, a tantas fojas, que —antes de leerlos— los libros se deben abrir por el índice, dando suelta a la imaginación.

    Mitad ética y mitad estética, la conversación debiera estudiarse en los libros de moral y en los libros de literatura. Así lograríamos, al menos, que los pocos buenos conversadores que nos quedan aprendieran a dejar hablar al interlocutor y a no repetir de cuando en cuando —con imperdonable batología— las mismas interjecciones y hasta los mismos temas, de los mismos discos. Por otra parte, esto recordaría a los críticos su más elemental incumbencia, que lo es el comenzar por representar al hombre en su manera de ser y de hablar; los poetas se irían acostumbrando a no indignarse ante la sospecha de que sus críticos hayan pretendido ridiculizarlos, por sólo haber declarado que los poetas tienen, como todo hijo de vecino, una manera de ser y de hablar.

    2

    Divagación de otoño en Cuernavaca

    Repitiendo un poco lo que tengo dicho por ahí, voy a contar una breve historia: la historia del mundo, desde los orígenes hasta nuestros días. Cuando hayamos llegado al Nuevo Mundo, Dios creó el mundo en seis días y descansó el séptimo, de modo que inventó la semana. Para pasar el weekend no sabemos cómo se las arregló. Ahora, según dicen, pasa el weekend en Cuernavaca, que posee un clima privilegiado. Algunos habitantes de México y algunos visitantes del país vecino son de la misma opinión que Dios. Llegan a esta ciudad el viernes o el sábado de mañana, y el lunes ya están de regreso en su casa, entregados a sus habituales ocupaciones y aburrimientos.

    Una vez lanzada la Creación, en las seculares evoluciones de la materia cósmica, la masa solar se dejó un día barrer por alguna fuerza misteriosa y desprendió de sí, como esas burbujas de jabón que se echan a volar con el soplo, una ronda de planetas. El nuestro, la Tierra, dicen que ha estado girando y buscándose a sí mismo desde hace varios miles de millones de años. Entre los animales que lo iban poblando, porque ya se sabe que todo edificio abandonado a sus propias fuerzas cría animales, hubo —hace acaso un millón de años— un lemúrido que se descolgó de la cola, se bajó de un árbol y decidió enderezarse, sentándose y al fin parándose sobre sus patas traseras. A partir de ese instante, comenzó a contemplarlo todo a su alrededor, a mirar de lejos y a orientarse (origen de la conducta moral), y entonces el sentido del olfato, que antes le servía de brújula por los caminos de la vida, vino a ser sustituido por otro sentido más precioso y de mayor dignidad: el de la vista. Se desarrollaron las manos, el pulgar se volvió oponible; así se hizo el hombre.

    Pero la Biblia nos cuenta la historia en una síntesis poética que muchos prefieren a las explicaciones de la ciencia evolucionista. Dios —nos dice— creó al hombre directamente, amasando el barro del suelo. Después, fabricó a la mujer con una de las costillas del hombre, reducida a oficio de plastilina. Cuando la pareja, por su desobediencia (desobediencia de que nació todo el destino humano) fue expulsada del Paraíso, entonces empezó la Historia. Pues en el Paraíso todo se daba gratis y no había necesidades. La Historia es hija de la Necesidad. El primer paso de la pareja humana tuvo que ser una doble obra de persuasión o domesticación. A espaldas de la pareja, se hallaba el iracundo Arcángel con la espada de fuego; frente a ella, la naturaleza feroz, las bestias, el lobo. Había que combatir en dos frentes, y la pareja humana comenzó por convertir al terrible Arcángel vengador en el dulce conductor de Tobías, y al lobo en ese sumiso y fiel amigo del hombre que es el perro. Aquí empezó la Historia.

    Las etapas de la Historia bien pueden resumirse así: la edad del fuego, la edad de la agricultura, la edad de las ciudades y, por último, la edad de la ciencia, en que ahora vivimos. Aunque la edad de la ciencia venía preparándose desde antes de los griegos, pues su origen se confunde con los albores de la curiosidad intelectual, de cierto modo esquemático podemos decir que la edad de la ciencia asume su carácter ya inconfundible hacia el siglo XVII, cuando se establecen los métodos capaces de conducir sistemáticamente a la invención y al descubrimiento. Hace poco más de siglo y medio, esa aceleración de los hechos que podemos considerar como el síntoma de la Historia —pues en la Prehistoria nada pasaba o siempre pasaba la misma cosa— se resuelve en un ensanche de todos los órdenes de la acción y del pensamiento humanos. Hoy por hoy, en estos últimos años, las fronteras, en todos los sentidos —o mejor, los orígenes de las cosas— parece que se van alejando. Jean Rostand lo ha explicado muy claramente. El universo es más vasto de lo que un tiempo se pensaba; la Tierra, más vieja; el hombre, más antiguo. El ensanche no sólo afecta al tiempo y al espacio. Hay también un ensanche cada vez que aparece una nueva noción, cada vez que surge un poder nuevo. La matemática se ensancha con la anexión del transfinito; nuestro ser espiritual, con la exploración de la subconsciencia; la técnica, mediante la cibernética o pensamiento mecánico y mediante la física nuclear. El hombre mismo empieza a aumentar el dominio de su propia configuración: se mudan los sexos; se prestan de uno a otro hombre elementos del cuerpo humano mediante injertos apropiados, como si se tratara de muebles, autos o alhajas, a tal extremo que la idea de la persona parece perder su integridad natural, lo que tanto comienza a inquietar a los teólogos como a los juristas. Se pretende aumentar algún día la eficacia intelectual provocando cierta leve asimetría en los hemisferios cerebrales. Todas las disciplinas parecen volverse más profundas y más complejas. A tal punto, que algunos tienen ya miedo ante el desarrollo de la ciencia, pues como observó hace mucho Francis Bacon, en fórmula imperecedera que debiéramos recordar constantemente, la ciencia, si se la absorbe sin el antídoto de la caridad, no deja de ser un tanto maligna y venenosa para el espíritu. Y hoy piensan algunos, en efecto, que como decía Paul Langevin la justicia se halla en retardo con respecto a la ciencia.

    No sabemos lo que nos prepara el porvenir. Sabemos, sí, que los progresos pueden ser previsibles hasta cierto punto, si consideramos con humildad nuestros principios científicos, no bajo la perspectiva de los sueños y las ambiciones, sino por el revés del anteojo, bajo la perspectiva de los límites con que tropezamos, al menos hasta ahora. Pues los principios científicos son frecuentemente principios de impotencia, barreras.

    Pero no nos perdamos en consideraciones técnicas que nos llevarían muy lejos. Volvamos al concepto de los ensanches, y apliquémoslo a un fenómeno mucho más tangible y de bulto: los ensanches geográficos. Ninguno más trascendental, sin duda, que el Descubrimiento de América, cuyas consecuencias todavía no se han agotado, porque todavía estamos haciendo a América.

    Los antiguos siempre sospecharon que hacia el Occidente, la región de la noche, la Tierra escondía algunos secretos. Los poetas soñaban con el reinado feliz del viejo Cronos, con estrellas nuevas, con escenarios maravillosos, como el de las Islas Bienaventuradas, donde todo se daría gratis; de modo que el sueño de la Edad de Oro, que Hesíodo situaba en el pasado, parecía situarse en el porvenir. Atisbos y adivinaciones, el furor humanístico del Renacimiento y los apremios comerciales parecían ya exigir el descubrimiento del Nuevo Mundo antes de que éste aconteciera. Un buen día los turcos se apoderan de Constantinopla, cortan el camino de las mercaderías asiáticas rumbo a Europa; y entre otras cosas reducen la dieta europea, privándola momentáneamente de las especias. Sobreviene la conspiración de las cocinas y, por buscar un nuevo camino hacia el país de los condimentos, se da inesperadamente con América.

    Ya hemos, pues, descubierto a América. ¿Qué haremos ahora con América? La mente humana, incansable en sus empeños hacia la conquista del bien social, empieza entonces a imaginar, en el orden teórico, utopías y repúblicas perfectas, a las que pudieran servir de asilo las nuevas regiones llenas de promesas; y en el orden práctico, a plantear empresas de ensanche político y religioso que no cabían ya en los límites de la vieja Europa. El alma humana se asusta a veces de su misma fuerza de idealidad, busca pretextos prácticos. Cuando Alejandro el Grande abandona sus empresas helénicas y panegeas y se alarga hasta las riberas del Ganges, no sabe ya bien lo que quiere: es un poeta de la conquista, está loco. Para no enloquecer de misticismo y de anhelos abstractos, los descubridores, los conquistadores, los colonos de América se dedican a la explotación —a veces inicua— de las colonias, y los domina el afán de enriquecimiento inmediato. Pero, por encima de todo ello, el ideal se ha puesto en marcha.

    A partir de ese instante, entre las vicisitudes históricas, las vacilaciones, las contradicciones y los errores —pues la vida no procede nunca en línea recta—, América va apareciendo, a los ojos de los filósofos europeos y de los capitanes espirituales del Nuevo Mundo, como un escenario posible para los intentos de felicidad humana, para las nuevas aventuras del bien (aventuras que, de paso, confesémoslo, el mal aprovecha con frecuencia). Lo mismo los misioneros religiosos de Iberoamérica que los padres peregrinos del Norte sueñan con modelar en nuestro Continente un mundo social sin compromisos con las equivocaciones hereditarias que el Viejo Continente se ve obligado a arrastrar consigo. Y ya en nuestros días, ante los desastres de Europa, América cobra el valor de una reserva de esperanzas. Su mismo origen colonial, que la obliga a buscar fuera de sí misma las razones de su acción y de su cultura, la ha dotado precozmente de un sentido internacional, de una elasticidad envidiable para concebir como cosa propia el vasto panorama terrestre en especie de unidad y conjunto. Entre la vasta homogeneidad del orbe ibérico y el orbe sajón-americano —los dos personajes de nuestro drama— la sinceridad democrática puede y debe oficiar de nivelador, rumbo a la concordia u homónoia que decían los griegos. Las naciones americanas no son entre sí tan extranjeras como las naciones de otros continentes. Hace más de medio siglo que hemos aprendido a juntarnos para discutir y resolver cuestiones que a todos nos afectan, con una naturalidad y facilidad que nunca se han dado en Europa.Y las diversidades lingüísticas entre el español, el portugués, el inglés y el francés (las lenguas de nuestro Continente) no son una muralla infran-queable, sino unas redes permeables, dados los recursos actuales de la cultura y la enseñanza.

    Cuernavaca, 14-IX-1956

    3

    Capricho de América

    La imaginación, la loca de la casa, vale tanto como la historia para la interpretación de los hechos humanos. Todo está en saberla interrogar y en tratarla con delicadeza. El mito es un testimonio fehaciente sobre alguna operación divina. La odisea puede servir de carta náutica al que, entendiéndola, frecuente los pasos del Mediterráneo. Dante, enamorado de las estrellas,

    ... Le divine fiammelle

    danno per gli occhi una dolcezza al core

    che intender non la puó chi non la prova,

    acaba por adelantarse al descubrimiento de la Cruz del Sur. Y asimismo, entre la más antigua literatura, los relatos novelescos de los egipcios (y quién sabe si también entre las memorias de la desaparecida y misteriosa era de Aknatón), encontramos ya que la fantasía se imanta hacia el Occidente, presintiendo la existencia de una tierra ignota americana. A través de los griegos, Europa hereda esta inclinación de la mente, y ya en el Renacimiento podemos decir que América, antes de ser encontrada por los navegantes, ha sido inventada por los humanistas y los poetas. La imaginación, la loca de la casa, había andado haciendo de las suyas.

    Préstenos la imaginación su caballo con alas y recorramos la historia del mundo en tres minutos. La masa solar, plástica y blanda —más aún: vaporosa—, solicitada un día por la vecindad de algún otro cuerpo celeste que la atrae, levanta una inmensa cresta de marea. Aquella cresta se rompe en los espacios. Los fragmentos son los planetas y nuestra Tierra es uno de ellos. Desde ese remoto día, los planetas giran en torno a su primitivo centro como verdaderas ánimas en pena. Porque aquel arrancamiento con que ha comenzado su aventura es el pecado original de los planetas, y si ellos pudieran se refundirían otra vez en la unidad solar de que sólo son como destrozos.

    La Tierra, entregada pues a sí misma, va equilibrando como puede sus partes de mar y suelo firme. Pero aquella corteza de suelo firme se desgarra un día por las líneas de menor resistencia, ante las contracciones y encogimientos de su propia condensación. Y aquí

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