Perdido voy en busca de mí mismo: Poemas y acuarelas
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Perdido voy en busca de mí mismo - Juan Jose Arreola
general
LA POESÍA EN VERSO DE ARREOLA
FELIPE VÁZQUEZ
Soy como el pez de los abismos, ciego.
A mí no llega resplandor de un faro.
Perdido voy en busca de mí mismo.
JUAN JOSÉ ARREOLA
I
Al poeta no le será dado conocer el destino de sus poemas. Aunque sea consciente de su singularidad lírica y aunque su lucidez le permita conjeturar cuál es su papel en el horizonte de una tradición, no podrá saber el destino de su obra, pues esa misma tradición se encargará de darle un lugar más o menos definitivo en el devenir de la literatura. Podemos inferir qué obra vivirá más allá de la muerte de su autor pero el juicio sobre la permanencia de una obra la tendrán siempre los lectores futuros.
Hago este preámbulo porque Juan José Arreola supo que su poesía perdurable estaba en la prosa, no en sus versos —a pesar de que algunos de ellos son de factura impecable—, y se rehusó durante muchos años a publicar el conjunto de su lírica. Cinco años antes de morir, accedió a publicar una parte de sus poemas por razones menos literarias que biográficas, pues consideraba que eran parte de su biografía íntima, un testimonio de su condición confesional. Lector sagaz de poesía y conocedor de los grandes poetas, con modestia disculpó la publicación de sus poemas aduciendo que eran parte de sus memorias y no quería morir sin haber hecho una confesión completa.
Los lectores de hoy somos parte de la posteridad de Arreola y coincidimos con él en que su poesía en prosa es la parte perdurable de su obra, pero tenemos también la necesidad de aprehender al hombre total, al poeta en todas sus facetas escriturales. La escritura de poemas en verso fue la senda que lo condujo hacia el poema en prosa, terreno donde descubrió y conquistó espacios inéditos en la literatura. Por eso tenemos la curiosidad de conocer el pre-texto del texto (y el texto del hiper-texto en el caso de Arreola), pues ello nos dará una visión integral de la obra arreoliana y nos permitirá acceder a nuevas formas de comprenderla e interpretarla.
En seguimiento de la idea lírico-vital de Arreola, diremos que uno de los sonetos que nos permite identificar el yo lírico con el yo autoral es la segunda versión de Combatido por vientos y mareas…
. De este poema órfico y con ecos del Libro de Job y de los Salmos tomé el undécimo verso para titular su poesía reunida, pues considero que ese endecasílabo define la vida y la obra de nuestro autor.
II
Arreola empezó la carrera de escritor como poeta: antes que escribir prosa de ficción y dramaturgia, escribió sonetos, décimas y cuartetos alejandrinos, es decir, trató de dominar las formas líricas, la métrica y la rima. La capacidad de síntesis y polivalencia de las cláusulas sintácticas, el ritmo secreto y la musicalidad de la lengua le fueron dados a partir de la poesía. La práctica del verso y de las formas cerradas lo disciplinó para que años después articulara cuentos y poemas en prosa donde el juego, la extrañeza y el desasosiego se conjugan en formas que nos revelan la belleza literaria. En 1971 publicó su último libro de literatura en prosa: Palindroma, pero siguió escribiendo sonetos hasta 1986, es decir, la biografía literaria de Arreola empieza y finaliza con la escritura de versos.
En los primeros poemas prevalece la manifestación de sentimientos de amor y desamor, son un medio de búsqueda y expresión de su propia identidad, así como de su identificación con el mundo. Los cuatro sonetos de Pasajera fugaz de un claro día…
, por ejemplo, surgen a partir de sus tormentos amorosos de cuando era estudiante de teatro (1937-1940) en la Ciudad de México. En el soneto A Sara
hay una invocación amorosa dirigida a la mujer con la que se casará años después; aquí vemos al poeta en posesión plena de los ideales platónicos: el amor como vía de conocimiento de sí mismo.
Desde fines de la década de 1940, los poemas se vuelven de circunstancias, escritos a propósito de una persona, de un acontecimiento o de una celebración. La mayoría incluye una dedicatoria, explícita o elusiva, y es una galería de personajes que de alguna manera moldearon el curso de su vida: Alfredo Velasco Cisneros (su gran maestro, oriundo de Zapotlán), José Clemente Orozco, Antonio Alatorre, Daniel Cosío Villegas, Joaquín Díez-Canedo, Jesús Silva Herzog, Octavio Paz, Pedro Ramírez Vázquez y Eulalio Ferrer, entre otros. No pocos poemas dedicados son de excelente factura: quiero mencionar el que dedica a Joaquín Díez-Canedo, un soneto con cuyo pretexto le envía un ejemplar de Varia invención, y donde —a partir del recurso retórico de la captatio benevolentiae— hace gala de su lectura minuciosa de Góngora al reproducir no sólo el estilo cultista sino al articular una red semántica y fónica que se va espejeando en el discurrir de los cuartetos y tercetos.
De sus poemas de madurez prefiero los de índole personal, pues revelan su estado de ánimo, su aprehensión desapacible de las cosas y nos muestra en algunos casos su visión abismal; para mi gusto son los mejores. Me refiero a los sonetos El día gris sin pájaros ni flores…
, Verde junio de verdes surtidores…
, Combatido por vientos y mareas…
, Pido perdón al árbol y a la planta…
y En un circo de dudas verticales…
. Si Arreola hubiera seguido por esa senda, habría hecho poemas de una hondura que habría envidiado Carlos Pellicer, y menciono al poeta tabasqueño porque fue su referente lírico a la hora de labrar
algunos sonetos; basta leer Verde junio de verdes surtidores…
, donde resuenan los ecos de Hora de junio. Incluso en algunos pasajes me parece más hondo y verosímil que cualquier soneto religioso de Práctica de vuelo, pues el autor de Confabulario estaba poseído por una visión trágica del mundo y un continuo sentimiento de culpa le minaba la salud corporal y psicológica; es decir, en él era natural