EL FRÍO VERDADERO
Tan pronto di mi respuesta en la aduana, la agente de migración hizo un gesto de incredulidad y extrañeza; parecía el inicio de un largo interrogatorio. “¿Rouler le long du Saint-Laurent. En hiver?”, repetía. La oficial no podía creer que un par de locos mexicanos tuviera entre sus planes rentar un auto y manejar a lo largo del río San Lorenzo, congelado y completamente blanco durante el invierno en la capital de la provincia francófona de Quebec, para… “conocer el frío”.
En un país como México, el invierno significa temblar apenas el termómetro roza los 10 grados centígrados y los recuerdos del viejo consejo de mamá comienzan a reverberar en la mente: debí traer mi suéter. Para nosotros, países intertropicales, las temperaturas bajo cero representan un frío que ni siquiera somos capaces de concebir; una suerte de castigo divino, un infierno gélido para el que no estamos preparados. Así pues, queríamos experimentar cómo es la vida en el frío de verdad.
En lugar de indagaciones y acorde a la característica amabilidad canadiense, antes de partir la guardia nos dio consejos para transitar con seguridad por la nieve, que este año superó
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