CORAZÓN HIMALAYO
Es uno de mis lugares favoritos del planeta. Katmandú, Nepal. En especial la es-tupa Boudhanath, una de las mayores del mundo. Su domo enjalbegado con toques de azafrán y coronado con una aguja dorada está pintado con los ojos de Buda que todo lo ven. Un ojo sagrado en la vorágine de lo profano. A las afueras de las puertas de Boudhanath se arremolina la vertiginosa escena callejera de Katmandú, tan desquiciada y cacofónica como en mi primera visita, hace casi dos décadas: un mar imperioso de un millón de personas, con vendedores que te persiguen durante cuadras por aceras de ladrillos rotos para venderte una pulsera de lapislázuli de cinco dólares, más allá de los postes de luz envueltos con varios haces de cables grises del tamaño de colmenas, obra de magos electricistas, o locos.
Pero las puertas de la estupa mantienen la ciudad a raya. Banderas de oración ondean en la brisa mientras cientos de peregrinos rodean la base de este santuario del siglo v, siempre en dirección de las manecillas del reloj. Sentada en la plataforma superior que circunda la estupa, juego con la pulsera de
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