El camino más hermoso
Así de prehistórica puede parecer la costa occidental de la Isla Sur de Nueva Zelanda. Medio a pie y medio a resbalones por un angosto sendero cubierto por árboles musgosos, me encontraba en busca de Merv.
Todo empezó en Jackson Bay, una apacible población de pescadores con apenas un puñado de habitantes y unas 30 casas. Al bajar del auto, una mujer esbelta con de pelo rubio y corto me llamó desde un pórtico soleado, donde bebía una taza de café. Me miró y preguntó si estaba perdida.
“Busco a Merv”, dije. “Está río arriba; pescando alevines –contestó–. Yo soy su esposa. Te diré cómo encontrarlo”.
Así terminé abriéndome paso entre la maleza de un sendero fangoso en busca del puesto de pesca de Merv. Esos puestos son muelles estrechos e improvisados, una suerte de andamio de tablones sobre un río que desemboca en el mar: el sitio perfecto para capturar galáxidos juveniles, una especie de peces que se considera un manjar.
Había comenzado un viaje en auto desde el hotel Lands End, en el puerto de Bluff, el punto más meridional de la Isla Sur, hacia el cabo Reinga, en el extremo noroccidental de la Isla Norte. Aun tras vivir en Nueva Zelanda 15 años, recorrer las carreteras nacionales son mi experiencia de viaje favorita. Y es que esta tierra, que puede traducirse como “hospitalidad”.
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