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Alicia en el País de las Maravillas: Edición Juvenil Ilustrada
Alicia en el País de las Maravillas: Edición Juvenil Ilustrada
Alicia en el País de las Maravillas: Edición Juvenil Ilustrada
Libro electrónico145 páginas1 hora

Alicia en el País de las Maravillas: Edición Juvenil Ilustrada

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Hace más de 150 años, un brillante y tímido matemático de Oxford creó una historia que comenzaba con un conejo blanco mirando un reloj de bolsillo y una niña rubia cayendo por la madriguera del conejo.
Así comienza la historia de la que es tal vez la heroína más popular de la literatura inglesa y un popular icono literario en todo el mundo. 
Acompaña a Alicia a visitar el País de las Maravillas y el mundo a Través del Espejo y conoce a sus excéntricos y peculiares amigos: La Reina de Corazones, el gato de Chesire, o el Sombrero Loco entre muchos otros. 
En esta edición se presenta una versión adaptada de los títulos “Alicia en el País de las Maravillas” y “A Través del Espejo”. Ideal para introducir a los lectores más jóvenes de la casa, niños o jóvenes en el mundo de Alicia y se hagan partícipes de la sátira sobre el lenguaje, las alegorías y los sueños de la obra de Carroll. Y, ¿por qué no? para que los adultos revisiten con los ojos de un niño este moderno cuento de hadas. 
*
Lewis Carroll (nacido Charles Lutwidge Dodgson, 1832-1898) fue un matemático, fotógrafo y escritor inglés. Sus obras más famosas son "Alicia en el país de las maravillas" y su secuela "A través del espejo", así como los poemas "La caza del Snark" y "Jabberwocky". 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 nov 2018
ISBN9788829544844
Alicia en el País de las Maravillas: Edición Juvenil Ilustrada
Autor

Lewis Carroll

Lewis Carroll (1832-1898) was an English children’s writer. Born in Cheshire to a family of prominent Anglican clergymen, Carroll—the pen name of Charles Dodgson—suffered from a stammer and pulmonary issues from a young age. Confined to his home frequently as a boy, he wrote poems and stories to pass the time, finding publication in local and national magazines by the time he was in his early twenties. After graduating from the University of Oxford in 1854, he took a position as a mathematics lecturer at Christ Church, which he would hold for the next three decades. In 1865, he published Alice’s Adventures in Wonderland, masterpiece of children’s literature that earned him a reputation as a leading fantasist of the Victorian era. Followed by Through the Looking-Glass, and What Alice Found There (1871), Carroll’s creation has influenced generations of readers, both children and adults alike, and has been adapted countless times for theater, film, and television. Carroll is also known for his nonsense poetry, including The Hunting of the Snark (1876) and “Jabberwocky.”

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    Vista previa del libro

    Alicia en el País de las Maravillas - Lewis Carroll

    V

    Créditos

    ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

    y

    ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO

    *

    Lewis Carroll

    Edición Juvenil Ilustrada

    Traducción y adaptación: Javier Laborda López

    Ilustraciones: Ángeles Ballté

    Alicia en el País de las Maravillas

    Alicia a través del Espejo

    © Lewis Carroll

    © De la presente traducción y adaptación Javier Laborda López 2015

    © Ilustraciones: Ángeles Ballté 1984

    ÍNDICE

    ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO

    Introducción

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Alicia en el País de las Maravillas

    ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

    Capítulo I

    Conocí una vez una niña que se llamaba Alicia. Era una encantadora niña de ojos azules, rubita y con una imaginación tan fantástica como podréis ver si seguís leyendo sus aventuras.

    Esta niña me contó que un día estaba con su hermanita sentada a la orilla de un río y que se aburría porque no sabía qué hacer. Su hermana tenía un libro, pero era un libro muy tonto que no tenía ilustraciones ni diálogos y ¿para qué sirve un libro sin ilustraciones? ¿Verdad?

    Así que Alicia empezó a mirar a su alrededor, cuando de pronto vio un conejito blanco de ojos rojizos. Conejo Blanco se la quedó mirando y de pronto dijo:

    — ¡Oh, Dios mío! ¡Qué tarde es ya!

    Y sacando un reloj de su chaleco miró la hora y echó a correr. La verdad es que Alicia nunca había visto un conejo con chaleco y reloj y, menos aún, le había escuchado hablar como una persona, por lo cual pensó que aquello era muy interesante y decidió seguir a Conejo Blanco, para ver en qué paraba todo aquello.

    El Conejo se metió en una gran madriguera y Alicia, sin pararse a pensar en cómo podría salir de allí, le siguió. La madriguera era como un túnel recto, pero, inesperadamente, terminaba en un pozo, que Alicia no tuvo tiempo de ver y, sin poderlo evitar, cayó por él.

    Aquel pozo era muy raro, pues Alicia se dio cuenta de que caía por el aire, pero muy despacito, como si fuera volando lentamente hacia abajo. ¿Dónde terminaría el agujero? No lo podía saber porque el fondo estaba muy oscuro, pero en cambio por las paredes del pozo había armarios y estantes en los que estaban colocados muchos libros. También había mapas y cuadros.

    Mientras iba cayendo despacito Alicia pensó:

    — ¡Qué caída tan bonita! Cuando vuelva a casa no voy a tener miedo de caerme por las escaleras y ya verán todos lo valiente que voy a ser.

    — ¿Cuántos kilómetros habré bajado ya? —pensó Alicia—. Seguramente más de cuatro mil. Creo que llegaré al centro de la Tierra. Pero, ¿y si no paro en el centro? Entonces saldré por el otro lado y seguramente veré a la gente andando cabeza abajo. Si es así tendré que preguntarles el nombre de su país. Señora, ¿me hace usted el favor de decirme si estoy en Australia o en Nueva Zelanda? Bueno, tal vez no pregunte nada, porque me tomarían por tonta. Seguramente habrá por allí algún letrero donde lo ponga.

    Y Alicia seguía bajando, bajando...

    — ¿Qué será de mi gatita Dina? No sé si se acordarán de ponerle su platito de leche a la hora de merendar.

    Estaba ensimismada en estos pensamientos, cuando ¡cataplum!, terminó su viaje y se encontró encima de un montón de hojas secas. No se hizo nada de daño.

    Delante de ella había una especie de túnel largo por el que vio correr a Conejo Blanco. Este iba diciendo:

    — ¡Por mis orejas y mis bigotes! ¡Qué tarde se me está haciendo!

    Alicia me dijo que al verle salió corriendo detrás de él y que casi le iba a alcanzar, cuando al doblar una esquina se encontró con que había desaparecido. Ella estaba ante una gran sala iluminada por varias lámparas que colgaban del techo. Esta sala tenía muchas puertas y Alicia quiso abrirlas, pero todas estaban cerradas.

    Se fue al centro de la sala y se dio cuenta de que encima de una mesita de tres patas, toda de cristal, había una llave. ¿De qué puerta sería? Probó en todas, pero no pudo abrir ninguna. No sabía qué hacer, cuando vio que detrás de unas cortinas había una puerta pequeñita, como de un metro de altura, y probando en ella la llave se encontró con que la abría. Detrás de la puerta había un pasillito muy pequeñín, como de ratones. Arrodillándose en el suelo miró por aquel pasillito y vio al fondo el jardín más maravilloso que os podáis imaginar. ¡Qué estupendo sería —pensó— salir de este salón tan aburrido y poder pasear por entre la hierba y las flores, junto a las frescas fuentes del jardín! Pero la entrada era tan pequeña que ni siquiera podía meter la cabeza.

    — Y además —dijo—, ¿de qué me servirá meter la cabeza, si luego no podía pasar los hombros? ¡Qué pena que no pueda encogerme, como los telescopios! Seguramente podría hacerlo si supiera cómo hay que empezar.

    Pero como tampoco sabía cómo hay que empezar, volvió al centro del salón y se le ocurrió mirar en la mesita de cristal, a ver si había otra llave o por si habían puesto allí algún librito que explicase cómo deben hacer las personas para encogerse como telescopios.

    Pero lo que había ahora en la mesa era una hermosa botella que tenía un letrero donde decía: Bébeme.

    Alicia era muy prudente y sabía que no se debe beber de cualquier botella. Primero era necesario mirar, por si en alguna parte ponía Veneno, porque ya se sabe que bebiendo en las botellas donde pone Veneno, más pronto o más tarde, los niños salen fastidiados.

    Miró la botella por todos lados y vio que no tenía escrita aquella palabra, por lo que decidió probar un poco. Enseguida notó que aquello sabía a mantecado, a flan, a pavo asado, a piña, a pastel de manzana, a mermelada de fresa y a menta. Estaba tan riquísimo que, sin pensarlo más, se lo bebió de golpe.

    En cuanto terminó notó una sensación muy rara,

    — Debo de estarme encogiendo como un telescopio.

    Y así era, en efecto. Se fue haciendo cada vez más pequeña, hasta que quedó de la altura de un gato. Se puso contentísima, pensando que ahora cabría por la puerta que daba al jardín, pero se quedó quieta durante un rato, por si se encogía más.

    Como no ocurría nada, decidió entrar en el jardín, pero cuando fue a hacerlo se dio cuenta de que se había olvidado la llave sobre la mesita de cristal. Vosotros diréis que no tenía nada más que cogerla, pero ¡ahí estaba el problema! ¿Cómo iba a cogerla ahora que era tan chiquitina? Ella la veía allá arribotas, pero por muchos saltitos que daba no lograba alcanzarla pues ahora la mesa era para ella una cosa gigantesca. Intentó trepar por una de las patas de la mesa, pero era tan resbaladiza que tuvo que dejarlo.

    Desesperada se sentó en el suelo y empezó a llorar.

    Poco después, se dio cuenta de que debajo de la mesa había una caja de cristal. Llena de curiosidad la abrió y dentro encontró un pastel que con chocolate tenía escrita de manera primorosa la palabra Cómeme.

    — Acaso me haga crecer el pastel, pero si me hace encogerme más podré pasar por debajo de la puerta del jardín, que es lo que me importa, de manera que voy a comer un poco.

    Y como lo pensó lo hizo. Su puso la mano en la cabeza para ver si crecía o encogía, pero pronto se dio cuenta de que no le ocurría nada. A cualquiera que come un pastel le ocurre lo mismo, que no crece ni encoge; pero esto, que es lo natural, a Alicia le extrañó mucho porque ya se estaba acostumbrando a lo extraordinario. De forma que de pronto se decidió y se comió todo el pastel.

    — ¡Oh, Dios mío! —exclamó Alicia—. ¡Estoy creciendo como un telescopio gigantesco!

    Así era en efecto. Alicia se agigantaba por momentos y crecía tan de prisa que a ella misma le daba la impresión de que sus pies iban quedando solos, allá abajo.

    — ¡Pobrecitos pies míos! Ahora no os podré atender. Estoy tan lejos de vosotros que tendréis que arreglároslas solos. ¿Os enfadaréis? ¿Qué haré yo entonces, si os negáis a llevarme a los sitios que quiera ir? ¡No os enfadéis! Os prometo que por Navidades os compraré unos zapatos nuevos. ¡Dios mío cuántas tonterías estoy diciendo!

    En aquel momento se dio cuenta de que su cabeza había chocado con algo duro. Era el techo del salón. Ya debía tener Alicia más de dos metros y medio.

    A pesar de todo quiso entrar por la puerta del jardín. Pero esto era más imposible que nunca. Al comprenderlo se puso a llorar amargamente.

    Como era tan grande lloraba también con lágrimas muy grandes y aunque

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