Canción de Navidad
Por Charles Dickens
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Charles Dickens
Charles Dickens (1812-1870) was an English writer and social critic. Regarded as the greatest novelist of the Victorian era, Dickens had a prolific collection of works including fifteen novels, five novellas, and hundreds of short stories and articles. The term “cliffhanger endings” was created because of his practice of ending his serial short stories with drama and suspense. Dickens’ political and social beliefs heavily shaped his literary work. He argued against capitalist beliefs, and advocated for children’s rights, education, and other social reforms. Dickens advocacy for such causes is apparent in his empathetic portrayal of lower classes in his famous works, such as The Christmas Carol and Hard Times.
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Comentarios para Canción de Navidad
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me encanto mucho el libro, para mis niños, muchas gracias
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Canción de Navidad - Charles Dickens
Dickens
1. El Fantasma de Marley
Marley estaba muerto, no había duda de ello. ¿Sabía Scrooge de su muerte? Por supuesto que sí, no podía ser de otra manera. Marley y él habían trabajado juntos por muchos años. Scrooge fue su único administrador y el único amigo que lo acompañó en su funeral; aunque éste ni siquiera se dolió mucho ante el triste acontecimiento. Pero como Scrooge era un excelente hombre de negocios, se las arregló para hacerle un entierro digno por una verdadera ganga.
La mención del funeral de Marley me hace volver al punto en que empecé. Porque si él no estuviera muerto, nada maravilloso podría salir de la historia que voy a relatar.
Scrooge nunca mencionaba el nombre del viejo Marley. Pero después de tantos años, todavía se leía en la puerta de la bodega: Scrooge & Marley
. La empresa era de ambos, pues habían sido socios. Y algunas personas conocían el negocio por el nombre de Scrooge y Otros
, por el nombre de Marley. Sin embargo, a Scrooge no le importaba responder a cualquiera de los dos nombres, le daba lo mismo.
¡Oh!, pero Scrooge era un tremendo tacaño. ¡Un viejo codicioso, aprovechador, miserable y pecador! Parecía no haber fuego sobre la tierra capaz de ablandar el duro hierro de que estaba hecha su alma. Nada que pudiera conseguir de él un pequeño acto de generosidad. ¡Era tan reservado y cerrado como una ostra! Su frío carácter endurecía los rasgos de su viejo rostro, marchitaba sus mejillas y daba a su puntiaguda nariz una apariencia aún más filosa: también enrojecía sus ojos, sus labios se tornaban azulados y su voz sonaba ronca y tosca. Llevaba su baja temperatura interior adonde quiera que iba.
En los crudos días de invierno su oficina era un témpano y ni siquiera en Navidad subía un grado la calefacción. Si hacía frío o calor en el exterior, era algo que no importaba a Scrooge; nada podía alterar su duro y amargo mundo personal. Nunca nadie se detenía en la calle para decirle amablemente: ¿Cómo está, mi querido Scrooge?
, ¿Cuándo vendrá a visitarme?
Ni siquiera los limosneros se molestaban en pedirle algo; ningún niño le preguntaba la hora; ningún hombre o mujer le preguntaba cuál era el camino hacia algún lugar determinado. Incluso el perro de un ciego, al verlo, conduciría a su amo en otra dirección.
Sin embargo, esto no perturbaba al viejo; por el contrario, era exactamente lo que él quería. Su elección era andar por la vida sin que nadie lo molestara con su simpatía o benevolencia.
Una vez, en víspera de Navidad, el viejo Scrooge estaba sentado en su escritorio, muyocupado llevando la contabilidad. Hacía mucho frío, el viento calaba los huesos; Scrooge escuchaba cómo la gente pasaba por la calle, de un lado a otro, golpeando los pies sobre el pavimento o restregando sus manos para entrar en calor. Aunque eran sólo las tres de la tarde, la luz era tenue y neblinosa. Se veía el destello de las velas titilar a través de las ventanas del barrio.
La puerta de la oficina de Scrooge permanecía abierta para que el viejo pudiera vigilar de cerca a su secretario, quien estaba copiando cartas en una sala oscura y diminuta. Scrooge tenía encendido un pequeño fuego en su chimenea, pero el de su empleado era tanto más pequeño que daba la impresión que sólo un trocito de carbón estaba encendido.
–¡Feliz Navidad, tío! ¡Dios te bendiga! –exclamó una voz en forma entusiasta. Era