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Mi pesadilla favorita
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Libro electrónico101 páginas1 hora

Mi pesadilla favorita

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Novela ganadora del Premio Lazarillo 2014
Manuel estaba enfermo, tenía fiebre y su padre llamó al veterinario, porque en la isla donde viven no hay médico. Le recetó un jarabe para perros que también le iba muy bien a los niños y será por el jarabe o será por la fiebre, el caso es que Manuel ahora no para de soñar y soñar. Incluso tiene sueños dentro de los sueños. Así conoce a un vendedor de olores de recuerdos, un bar lleno de mentirosos, un dinorrinco y un hipodrilo, un extraterrestre muy preguntón en misión secreta que se mueve por las alcantarillas, y a Alicia, una niña que dice que viene del País de las Maravillas... 
IdiomaEspañol
EditorialSiruela
Fecha de lanzamiento15 may 2015
ISBN9788416396733
Mi pesadilla favorita
Autor

María Solar

MARÍA SOLAR (Santiago de Compostela, 1970) es escritora, periodista y presentadora de Radio Televisión de Galicia. Ha recibido numerosos reconocimientos, como el Premio Lazarillo de Creación Literaria 2014 por Mi pesadilla favorita (Siruela, 2015).

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    Mi pesadilla favorita - María Solar

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    Un niño normal

    Manuel se puso malo de la barriga y su padre llamó al veterinario. En toda la isla no había ningún médico, pero había un veterinario que cuidaba de la salud de las vacas, las cabras y del resto de los animales de granja que se atendían tanto o más que a las personas. Vino enseguida. No era raro que acudiese también a las urgencias humanas. Se llamaba Gabriel y tenía cara de perro. Hay muchas personas que tienen cara de animales. En la escuela, Bieito tenía ojos de buey, grandes, lánguidos, que te miraban como pidiéndote algo, y Antón tenía lengua de vaca, una magnífica lengua que podía alargar hasta tocar la punta de la nariz. Era la envidia de todo el colegio, menos de la maestra que no lograba entender qué tenía aquello de interés como para pasar recreos y recreos todos mirando hacia él.

    El veterinario examinó a Manuel.

    –Saca la lengua, tose, respira fuerte, dame la patita... –Esa última era una broma que le había hecho al niño como si estuviese examinando a un perro, pero Manuel no se dio cuenta y le dio una pierna.

    El veterinario sentenció:

    –Está un poco atontado por la fiebre.

    No era verdad, había sido un acto reflejo.

    –Un virus –diagnosticó.

    Parece ser que era lo que le producía el malestar y con los virus no había nada que hacer, solo esperar a que pasaran y tomar un jarabe para bajar la fiebre. A Manuel le encantaba el jarabe de la fiebre, siempre lamía y relamía la cuchara; en realidad era para perros, pero el veterinario siempre se lo recetaba a los niños e iba fenomenal. Sabía a fresa y estaba buenísimo, sería por eso por lo que a los perros no les gustaba.

    –¿Desde cuándo los perros comen fresas? –había musitado el padre la primera vez que lo vio–. A quien inventó este jarabe para perros se le debió quedar la cabeza descansada. Y, desde luego, estoy seguro de que no tenía perro.

    Cuando se marchó el veterinario, Manuel esperó a Alicia. Siempre lo venía a visitar cuando tenía fiebre. Salía del medio de la pared y se plantaba en la habitación. Alicia venía del País de las Maravillas, pero no tenía nada que ver con la del cuento, esta era otra Alicia. Conseguía cruzar la pared solo cuando Manuel tenía fiebre y era una pesada y una besucona. Estaba enamorada de él.

    –¡Dame un beso, dame un beso, dame un beso!

    A Manuel le daba asco la idea de dar un beso todo salivado.

    –¡Puaaaggg!

    Y además no quería tener novia. Siempre que Alicia conseguía cruzar se quedaba un par de semanas y le costaba un mundo echarla fuera. Ella decía que con él estaba muy bien porque aquello se parecía mucho al lugar de donde venía.

    Parece ser que ese lugar era el Mundo de la Fiebre –pero que ella lo llamaba el de las Maravillas para darse importancia–. Allí las cosas no eran normales. Eran raras. Manuel en cambio vivía en el mundo normal, aunque Alicia insistía en que él también era raro. En realidad no era la única, lo decía ella y muchos más que lo conocían, pero era mentira. Manuel era un niño normal y le fastidiaba que dijesen lo contrario. Así que el resumen era este: Alicia lo incordiaba y por eso no la quería dejar pasar en esta fiebre.

    Decidió que para que la niña no entrase no iba a dormir. Ella siempre atravesaba la pared mientras él dormía febril, así que dedujo que si no se dormía no se le podría acercar. Claro que Manuel sabía que no sería fácil, aún más teniendo fiebre, que da sueño, por eso llamó a su hermano para que le hiciese compañía.

    –¡¡Ángeeeeeel!!

    Ángel era su mellizo. Tenían cierto parecido como todos los hermanos, pero no eran idénticos porque habían crecido en dos placentas distintas. Además no habían nacido el mismo día. Manuel nació una semana más tarde. Ya sé que puede parecer raro, pero es posible. A ellos les había pasado. Un día había nacido uno y el otro una semana después, siendo mellizos. De todos modos, semana arriba o abajo tampoco se notaba tanto; era la gente la que se extrañaba, no ellos.

    Ángel y Manuel eran hijos de Ramón, a quien todos llamaban el Topo porque era técnico tunelador, es decir, conducía una tuneladora, una máquina que horadaba montes y montañas, hacía enormes agujeros para construir carreteras a través de ellos. Cuando los niños eran pequeños, Ramón había tenido mucho trabajo. Había agujereado aquí, había agujereado allá, había agujereado un poco más allá. Casi toda la isla era rocosa y estaba llena de montañas, así que hubo mucho túnel que hacer para cruzarla de carreteras. Pero un día el trabajo se acabó. Toda la isla estaba perforada ya como un queso. Por aquel entonces la gente ya lo apodaba el Topo, como esos animalitos que hacen agujeros y agujeros y construyen galerías poniendo patas arriba todos los jardines y las huertas. Pero un día Ramón se quedó sin trabajo. No había ni un solo túnel más que hacer, además, como duran para siempre tampoco había expectativas de volver a trabajar. De modo que tuvo que buscar un oficio nuevo, aparcó la inmensa tuneladora en el jardín y se sentó en el salón de la casa a pensar qué sabía hacer. Pasó tres días allí sin comer, pensando, hasta que se decidió por una nueva profesión. Cuando salió de su encierro, traía una sonrisa en los labios y comunicó su decisión a toda la familia, que esperaba ansiosa. Desde aquel día se dedicó a hacer quesos con agujeros.

    La verdad es que también estos agujeros se le daban muy bien. No había en el mundo queso

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