La Nave espacial de Alek
Por María Marcone
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Comentarios para La Nave espacial de Alek
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5era muy bueno pero un poco largo, aun así me encanto
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La Nave espacial de Alek - María Marcone
Hidalgo
1 Donde conocimos a Cristiana y Silvio
Estábamos al final del mes de agosto. Bello mes agosto: pleno de sol y frutos sabrosos; sobre todo pleno de libertad, de juegos, de amigos, sin la preocupación de la escuela y los deberes que hay que cumplir.
Sin embargo, aquel agosto estaba pasando entre un temporal, una borrasca de viento y una marejada.
Cristiana y Silvio, a menudo y voluntariamente, permanecían solos en casa jugando con muñecas, trenes y construcciones.
Ella era una niña de nueve años, morena y de cabellos rizados, de grandes ojos oscuros y nariz respingada; a pesar de ser algo gordita, se veía más alta para su edad. Cristiana tenía gran pasión por las muñecas, de las que poseía una buena colección. Le gustaba vestirlas y desvestirlas, peinarlas, prepararles la comida y, por último, sentarlas en círculo para conversar con ellas.
También le encantaba inventar historias con su hermanito, o bien, leer historietas.
Silvio era sólo un año menor que ella, pero con el mismo aspecto; alto y gordiflón, además de dominante y puntilloso, siempre quería vencer a Cristiana; aunque ella, eso sí, tenía también su genio, pero era definitivamente más conciliadora.
A Silvio le gustaban los modelos de automóviles y animales; tenía todo un jardín zoológico en miniatura. No le gustaba leer, prefería hacer operaciones matemáticas y resolver problemas.
Los hermanos compartían una pequeña habitación que les servía a la vez de sala de estar, en el estrecho departamento donde vivían con sus padres.
Éstos eran dos modestos empleados, él trabajaba en el Municipio y ella, en la Posta. Permanecían lejos de casa por muchas horas, desde la mañana al atardecer; así mejoraban sus escasos sueldos con horas de trabajo extraordinario.
Los niños, como eran grandecitos, iban a la escuela juntos y juntos regresaban, como también juntos hacían sus deberes, y después jugaban. No tenían ni amigos ni compañeros, raramente obtenían permiso para salir a pasear, sólo el domingo partían fuera de la ciudad en la camioneta del papá, un vehículo bastante viejo. El resto de la semana, soñaban.
Sí, soñaban. Soñaban con tener por sobre todas las cosas un auto de lujo, luego una mansión, más bien una gran casa en el campo y otra en la playa, y juguetes, juguetes en cantidades infinitas, también un lindo jardín con columpios, resbalines y cosas por el estilo.
No obstante esto, sus padres buscaban la manera de complacerlos en todo. A menudo les compraban lo que deseaban, pero esto ¿qué quiere decir? Siempre quedaban cosas que no se podían obtener.
Así que se las arreglaban para inventar. Deberían haber visto la vida principesca que hacían las muñecas, y en qué aventuras participaban los automóviles; deberían haber visto las fabulosas construcciones que elevaban los niños, y ¡qué parques de entretenciones para las muñecas!
Entonces todo lo que ellos no podían cumplir lo hacían sus juguetes, pero no era lo mismo y es necesario decir que, aunque estos niños fuesen ricos en fantasía y se las arreglaran para soñar, tenían en el fondo de sus ojos un velo de tristeza que ningún esfuerzo de sus padres lograba disipar.
Una mañana de fines de agosto, en la que el viento había transportado sobre los techos de la ciudad un nubarrón amenazante, los niños despertaron poco antes de que su mamá se fuera al trabajo. Se vistieron y de inmediato comenzaron a inventar.
–Esta noche subí a Saturno –dijo Silvio– en una tambaleante escalerita y menos mal que no me caí al universo. En Saturno había una carga de explosivos tan poderosa que cuando estalló se incendió todo el planeta y yo me puse a salvo porque en un instante se acercó un hombrecito de traje plateado que me llevó lejos.
–Yo también estaba en la escalerita –agregó Cristiana–; ¿no me viste? Y sabes que salí volando a caballo de un tronco de árbol que la explosión lanzó por el aire.
–Sí, te vi. Y el hombrecito te llevó también a ti...
Mientras tanto se habían lavado y habían desayunado; después regresaron a la pieza y Cristiana fue a cerrar el balcón, porque estaba entrando un viento un poco fastidioso.
En aquel preciso instante vio venir desde el cielo una enorme bola iridiscente y transparente, en la cual un hombrecito de traje plateado se aprestaba para aterrizar.
La niña se quedó con la boca abierta y lo único que pensó fue en cerrar el balcón, pero sólo pudo llamar a Silvio con un hilo de voz.
–¡El hombrecito de anoche! –gritó Silvio, sin extrañarse, pero conmovido de ver realmente lo que tal vez sólo había soñado, o quién sabe. La bola tocó las balaustradas del balcón y se quedó encajada entre ellas. Era enorme, extraordinaria y transparente, así que se veían en su interior aparatos y asientos bordeando las paredes.
Se abrió una portezuela y surgió de allí un hombrecito de traje plateado. No era más alto que Cristiana; se veía que no era un niño, sino más bien un adulto. Se notaba por su rostro, que estaba serio y sereno, con grandes ojos azules llenos de sabiduría.
Saltó a tierra y dijo:
–Buenos días, niños, déjenme entrar un momento y después nos iremos juntos.
Los niños estaban tan asombrados que se hicieron a un lado para dejar paso al hombrecito, sin poder hablar por la maravilla que les paralizaba la lengua. ¡Y hay que decir que siempre la tenían bien dispuesta!
El hombrecito saltó sobre la mesa cubierta de juguetes, ubicada en medio de la pieza:
–Bueno, niños, vine a buscarlos para que hagan un lindo viaje, lejos, lejos.
Los dos, reconociendo su propio idioma, se tranquilizaron; por otra parte, ya estaban acostumbrados a su presencia. Ustedes saben cómo son los niños, de tanto fantasear no saben distinguir lo real de lo imaginario.
–¡¿Un viaje?!
–¿Lejos lejos?
–¿Y a dónde?
–A mi planeta: Gerú.
–¡¿Planeta?!
–Sí, un pequeño planeta del sistema solar. Un planeta que los astrónomos de la Tierra no toman en cuenta, tanto es así que no le han puesto ni siquiera un nombre.
–¿Y tú quisieras llevarnos allá?
–Sí, por eso vine. Los llevaré en mi nave junto con otros niños que recogeremos en otras partes de la Tierra.
–¿Pero por qué nos quieres llevar? ¿Y justo a nosotros? ¿Qué irán a decir nuestros padres?
–Vean, nosotros los de Gerú desde hace mucho tiempo estamos observando lo que sucede en la Tierra. Tenemos telescopios tan potentes que sus astrónomos quedarían estupefactos si los conocieran. Podemos más encima ver lo que sucede en sus casas e interceptar sus voces. Es por tal razón que conocemos las lenguas que hablan en la Tierra. Más bien les tenemos una sorpresa.
–Está bien, ¿pero por qué quieres llevarnos a nosotros?
–Primero, porque son niños inteligentes y después porque, si bien no lo pasan tan mal, tampoco se puede decir que todo va bien.
–Sí, es verdad. Queremos un jardín donde jugar y amigos para pasar las horas de la tarde.
–Y no queremos que nos llenen de deberes para hacer en casa.
–Y que por lo menos nuestra mamá esté más con nosotros.
–¿Ven? ¿Ven? Ustedes tienen motivos para no estar contentos. Sin embargo, deben reconocer que están mejor que tantos otros niños.
–De los demás niños nada sabemos.
–Vaya, yo les mostraré a muchos niños que tienen más motivos que ustedes para estar descontentos.
–En fin, tú nos llevas, ¿pero qué van a decir nuestros padres?
–A los papás pueden dejarles un mensaje. Por otra parte, los traeré de vuelta cuando ustedes lo quieran. Hagan cuenta que van a pasar unas vacaciones algo diferentes de lo que acostumbran.
Los niños se miraron y en sus ojos brillaba el deseo: una aventura similar, ¿cuándo volvería a presentarse? Y además, aquel hombrecito inspiraba mucha confianza, no era posible que les hiciese algún daño.
–Está bien, vayamos.
–Espera, escribiré un mensaje.
Cristiana sacó de la cajita de la mesa un cuaderno y un lápiz. Era el cuaderno de deberes para las vacaciones, pero –¿lo creerán?– ni siquiera la primera página estaba escrita; arrancó del centro una hoja doble y se puso a escribir:
Queridos papás, yo y Silvio vamos a hacer un viaje a Gerú, que es un pequeño planeta algo distante del nuestro; nos acompañará el hombrecito plateado, quien nos traerá de vuelta cuando se acaben las vacaciones. ¡Muchos besitos!
Cristiana.
También Silvio quiso poner su firma.
Antes de partir miraron a su alrededor.
–¿Podríamos llevar algún juguete?
–Es inútil. En Gerú encontrarás tantas novedades que les parecerán muy aburridos los juegos que hay ahora en la Tierra.
–¿Tampoco una muñequita chiquita chiquita?
El hombrecito se encogió de hombros.
–Te lo he dicho, no sabrías qué hacer con ella.
Cristiana dio una nostálgica mirada a sus queridas muñecas, desde las más grandes a las más pequeñitas, puso a dormir en su cuna a Tesorito, le dio el biberón a Niní y le cambió el vestido a Susana. Mientras tanto, Silvio se apresuró a guardar todos sus automóviles en el garaje, cargó su camión con numerosas piezas de sus construcciones y se dispusieron a partir.
El hombrecito les hizo entrar a la nave espacial, donde había una temperatura ideal.
–¡Qué fresco está! –exclamó Cristiana.
Silvio confirmó la exclamación de su hermana con un significativo estornudo.
–Siéntense aquí –dijo el hombrecito, indicando dos de los taburetes suspendidos al borde de las paredes de la nave espacial. Los niños se acomodaron en sus asientos ajustándose los cinturones de seguridad y apoyando los pies en una pequeña plataforma.
–¡Qué cómodo se está aquí!
–¡Es cierto! Da la impresión de estar en un sillón.
El hombrecito accionó el dispositivo de la nave espacial, que se elevó por el aire. Justo en ese momento algunos paseantes se fijaron en el extraño objeto transparente, por lo que dieron la alarma. Mientras los niños saludaban con la mano, un señor se puso a gritar para que el hombrecito descendiera y entregara a sus cautivos, pero éste por toda respuesta aceleró y rápidamente desapareció de la vista de la gente que se había agolpado.
2 Donde nuestros amigos asisten a un espectáculo con el que se olvidan de sus caprichos
Alzándose en el cielo, la nave espacial tomó la dirección del sur. Sobrepasó una extensión azulina, que era el Mar Mediterráneo, y se encontró volando sobre