No lo intenten en sus casas
Por José Montero y Ochopante
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No lo intenten en sus casas - José Montero
Índice de contenido
No lo intenten en sus casas
Portada
El misterio de la bombita de olor
Pesadilla zombi
No lo intenten en sus casas
El Loco Papelito
Mutante
GPS
La combi
Dibujos del más allá
Biografías
Legales
Sobre el trabajo editorial
Contratapa
No lo intenten
en sus casas
José Montero
Ilustraciones:
Ochopante
El misterio de la bombita de olor
Facundo entra en la biblioteca, se registra como lector con nombre falso y pide un libro. Minutos después se lo entregan. Se sienta en la sala y lo observa de manera hipnótica. ¿Por qué es tan valioso? ¿Qué secreto esconde?
Luego lo cierra y, en vez de devolverlo, lo aprieta contra el pecho y sale corriendo. Se sube a la moto y escapa.
A la mañana siguiente, la noticia sale publicada en distintos medios. El Diario Popular titula Ladrón culto
y cuenta los hechos de la siguiente manera:
"Cuatro ejemplares de un mismo libro fueron robados ayer en distintas bibliotecas de la Capital por un ladrón solitario.
"El libro sustraído se titula 'Fabricación de chascos y artículos para fiestas', de Antonio Mussa y fue publicado en Buenos Aires por la editorial Hobby en 1968.
"Un joven de aproximadamente 18 años, de anteojos y con una verruga en la mejilla izquierda, entró en un lapso de tres horas a cuatro bibliotecas ubicadas en distintos puntos de la ciudad, solicitó el título en cuestión y luego huyó con él.
"'Nadie consultó este texto durante más de veinte años y, de pronto, alguien se lo lleva en un mismo día de todos los lugares donde estaba disponible', declaró un funcionario de Cultura.
Un oficial de policía resumió así el desconcierto que provoca el caso: 'Robarse un libro de chascos parece broma'.
* * *
Raúl García termina de leer la nota y disimula su preocupación. Continúa con la tarea de dar toques de rojo sangre a una partida del Dedo lastimado saltarín
. El truco consiste en un falso vendaje que brinca a la cara de quien se acerca a preguntar qué pasó. Es un chiste viejo, pero efectivo, como el anillo que moja o los caramelos picantes.
La fábrica de chascos funciona en las piezas del fondo de una casa familiar, donde trabajan solo dos personas: Raúl, el dueño ya anciano, y Matías.
Matías es sobrino nieto de Raúl, tiene 15 años, va a la fábrica a la salida del colegio y se ocupa de la distribución de los chascos en kioscos.
Raúl enciende el soplete y le dice:
––Si alguien te pregunta por la fórmula, Matías, ya sabés: nada.
––Me lo dijiste quinientas veces, tío.
Se despiden. Matías se va. Raúl se calza los anteojos y la máscara de seguridad y comienza a llenar las ampollas con el líquido más nauseabundo conocido sobre la Tierra.
Después acerca las ampollas al soplete. El vidrio se funde y sella las unidades.
Las bombitas de olor quedan listas.
* * *
No es la primera vez que Facundo roba, pero quiere sa-lirse. Todas las mañanas maldice la hora en que se convirtió en delincuente, a los 15 años. Lo detuvieron, lo llevaron a un instituto de menores y ahí conoció al Licenciado.
Era amable y comprensivo. Sin embargo, cuando Facundo recuperó la libertad, el Licenciado mostró su verdadera cara y le dijo que a partir de ese momento iba a trabajar para él. Si se negaba, le inventaría una acusación para meterlo nuevamente preso. Había caído en manos de un funcionario corrupto.
Ahora está asustado porque en el golpe a las bibliotecas se expuso demasiado. En la prensa salió un identikit de él, pero por suerte el dibujo no es bueno. Tuvo la viveza de ponerse anteojos y una verruga de chasco. Los testigos recordaron esos detalles y olvidaron lo demás.
Lo peor es que el riesgo al que se sometió fue en vano. El Licenciado grita:
––¡¿Dónde está?! Figuran los bombones con pimienta, el jabón que ensucia, los cigarrillos que explotan…, pero ¡falta la fórmula de la bombita de olor!
––Yo traje lo que me pidió –se defiende Facundo.
––¡Cuatro meses reconstruyendo la historia de la fábrica de chascos para nada! –continúa el Licenciado.
––¿Y si…?
––¡Mil veces la repasé! Desde el comienzo con el mago Faraday, el remate, la compra de los chascos por el viejo García, el libro que se creía perdido. ¡Toda la investigación tirada a la basura!
* * *
Matías llega con su mercadería al kiosco de la avenida Gaona.
––Necesito urgente todas las bombitas que tengas –dice el encargado.
––¿Qué pasó? –pregunta Matías.
—Se pusieron de moda entre los chicos. Aunque esta vez mi principal cliente ya tiene como 18.
––Le voy a decir a mi tío que aumente la producción.
––Que se apure –dice el comerciante–. La demanda crece.
––¿Sí?
––Es que tu tío se pasó con su invento. Cuando estaba en el secundario, ¿sabés la de veces que evacuaron el aula porque tiré bombitas? No digas que nunca lo hiciste.
––Ni de casualidad –dice Matías–. El olor me descompone.
––Esa es la gracia.
––Me descompone en serio. Me desmayo.
* * *
El Licenciado se queda hasta las dos de la mañana frente a la computadora, esperando el contacto desde Japón. De pronto el Messenger le avisa que Tanaka acaba de iniciar sesión.
TANAKA: ¿Qué pasa con las bombitas que no llegan?
LICENCIADO: Dependo de lo que compro en comercios. No puedo tratar directamente con el fabricante. Sospecharía.
TANAKA: Acá el delirio crece. En una fiesta de millonarios en Tokio llegué a venderlas a mil dólares cada una.
LICENCIADO: ¿Mil dólares?
TANAKA: Fíjese el saldo de la cuenta en Suiza. Ya deposité su porcentaje.
LICENCIADO: Mañana le hago un nuevo envío por correo, aunque sean pocas unidades
TANAKA: