El fantasma de Canterville
Por Oscar Wilde y Alejandro Ravassi
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Información de este libro electrónico
Oscar Wilde
Oscar Wilde (1854–1900) was a Dublin-born poet and playwright who studied at the Portora Royal School, before attending Trinity College and Magdalen College, Oxford. The son of two writers, Wilde grew up in an intellectual environment. As a young man, his poetry appeared in various periodicals including Dublin University Magazine. In 1881, he published his first book Poems, an expansive collection of his earlier works. His only novel, The Picture of Dorian Gray, was released in 1890 followed by the acclaimed plays Lady Windermere’s Fan (1893) and The Importance of Being Earnest (1895).
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El fantasma de Canterville - Oscar Wilde
Índice de contenido
El fantasma de Canterville
Portada
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capitulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Biografías
Legales
Sobre el trabajo editorial
Contratapa
El Fantasma de
Canterville
Oscar Wilde
Adaptación: Carlos Silveyra
Ilustraciones:
Alejandro Ravassi
1.
Cuando el señor Hiram B. Otis, embajador de los Estados Unidos, compró el castillo de Canterville, todo el mundo le dijo que cometía una tontería porque no cabía ninguna duda de que el lugar estaba embrujado. Inclusive el propio lord Canterville, que era un hombre puntillosamente honrado, se creyó en el deber de advertírselo, al discutir las condiciones de venta.
—Nosotros mismos hemos renunciado a vivir en el castillo –dijo lord Canterville– desde que mi tía abuela, la duquesa viuda de Bolton, tuvo un ataque del que nunca se repuso del todo. Fue a causa del susto que se llevó cuando dos manos de esqueleto se apoyaron sobre sus hombros mientras estaba vistiéndose para la cena. Y me siento obligado a decirle, señor Otis, que el fantasma ha sido visto por varios miembros de mi familia, que aún viven, así como por el párroco del pueblo, el reverendo Augusto Dampier, profesor de la Universidad de Cambridge. Después del desgraciado accidente de la duquesa, ninguno de nuestros jóvenes sirvientes quiso seguir con nosotros, y con frecuencia lady Canterville no podía conciliar el sueño debido a los misteriosos ruidos procedentes del pasillo y de la biblioteca.
—Milord –contestó el embajador–, adquiriré por el mismo precio el castillo y el fantasma. Vengo de un país moderno donde tenemos todo cuanto puede comprarse con dinero. Y nuestros muchachos están recorriendo Europa de punta a punta, llevándose a los Estados Unidos a sus mejores actrices y cantantes de ópera; estoy seguro de que, si hubiera por aquí algo parecido a un fantasma, los norteamericanos ya lo habríamos comprado y lo tendríamos expuesto en un museo público o en un puesto de feria callejero.
—Me temo que el fantasma existe –dijo lord Canterville, sonriendo– aunque se haya resistido a las ofertas de sus dinámicos empresarios. Hace tres siglos que se lo conoce muy bien; desde 1584 para ser más exactos; y hace su aparición, indefectiblemente siempre antes de que se produzca la muerte de un miembro de la familia.
—¡Bueno! ¡Los médicos de cabecera también aparecen en ese momento, lord Canterville!
—Pero, estimado amigo, los fantasmas no existen y sospecho que las leyes de la naturaleza no van a hacer una excepción a favor de la aristocracia inglesa.
—Realmente, todo es muy natural entre ustedes, los norteamericanos –comentó lord Canterville que no había comprendido demasiado la última observación del señor Otis–. Y si a usted no le importa tener un fantasma en su propía casa... ¡de acuerdo! Pero recuerde que yo se lo advertí.
Pocas semanas después se hizo efectiva la compra y, al terminar el invierno, el embajador y su familia se instalaron en el castillo de Canterville.
La señora Otis, que de soltera se llamaba Lucrecia R. Tappan, de la calle 53 Oeste, había sido una celebrada belleza de Nueva York. Todavía era una mujer muy hermosa, de mediana edad, tenía unos ojos preciosos y un perfil soberbio. Muchas damas norteamericanas, cuando abandonan su país natal, adoptan aires de enfermas crónicas porque creen que esa es la manera de estar a tono con el refinamiento europeo. Por suerte