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Frankenstein
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Libro electrónico212 páginas4 horas

Frankenstein

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El protagonista de Frankenstein o el moderno Prometeo, Víctor Frankenstein, es un joven científico que intenta crear un ser humano. El humanoide que logra crear resulta ser un monstruo. Su fealdad espanta de tal modo a Frankenstein, que lo rechaza y le toma odio, así como a la ciencia que le permitió crearlo. Al verse rechazado, el monstruo se venga asesinando a algunos miembros de la familia Frankenstein. La última víctima es la propia novia del joven, la que es muerta en su noche de bodas. Desesperado, Frankenstein inicia una larga persecución del monstruo, con intención de destruirlo.
IdiomaEspañol
EditorialZig-Zag
Fecha de lanzamiento3 mar 2016
ISBN9789561222090
Autor

Mary Shelley

Mary Shelley (1797-1851) was an English novelist. Born the daughter of William Godwin, a novelist and anarchist philosopher, and Mary Wollstonecraft, a political philosopher and pioneering feminist, Shelley was raised and educated by Godwin following the death of Wollstonecraft shortly after her birth. In 1814, she began her relationship with Romantic poet Percy Bysshe Shelley, whom she would later marry following the death of his first wife, Harriet. In 1816, the Shelleys, joined by Mary’s stepsister Claire Clairmont, physician and writer John William Polidori, and poet Lord Byron, vacationed at the Villa Diodati near Geneva, Switzerland. They spent the unusually rainy summer writing and sharing stories and poems, and the event is now seen as a landmark moment in Romanticism. During their stay, Shelley composed her novel Frankenstein (1818), Byron continued his work on Childe Harold’s Pilgrimage (1812-1818), and Polidori wrote “The Vampyre” (1819), now recognized as the first modern vampire story to be published in English. In 1818, the Shelleys traveled to Italy, where their two young children died and Mary gave birth to Percy Florence Shelley, the only one of her children to survive into adulthood. Following Percy Bysshe Shelley’s drowning death in 1822, Mary returned to England to raise her son and establish herself as a professional writer. Over the next several decades, she wrote the historical novel Valperga (1923), the dystopian novel The Last Man (1826), and numerous other works of fiction and nonfiction. Recognized as one of the core figures of English Romanticism, Shelley is remembered as a woman whose tragic life and determined individualism enabled her to produce essential works of literature which continue to inform, shape, and inspire the horror and science fiction genres to this day.

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    Frankenstein - Mary Shelley

    XX

    Palabras preliminares

    El hecho en que se funda esta ficción ha sido considerado por el Dr. Darwin¹ y por algunos fisiólogos de Alemania como un caso no imposible. No se debe suponer que yo dé el menor crédito a semejante fantasía; sin embargo, al tomarla como base de una obra de imaginación, no he creído estar tejiendo una serie de terrores sobrenaturales. El hecho del cual depende el interés de la historia está exento de las desventajas de un mero cuento de espectros o de encantamientos. Fue aconsejado por la novedad de las situaciones que desarrolla, y, aunque imposible como una realidad física, proporciona a la imaginación un punto de vista para la descripción de las pasiones humanas más comprensible y convincente que cualquiera de los que las relaciones ordinarias de los acontecimientos reales pueden producir.

    Heme esforzado así por preservar la verdad de los principios elementales de la naturaleza humana, en tanto que no he tenido escrúpulos en innovar en sus combinaciones. La Ilíada, el poema trágico de los griegos; Shakespeare en La tempestad y Sueño de una noche de verano, y muy especialmente Milton en El Paraíso Perdido, acatan esta regla; y el más humilde novelista, que trata de dar o encontrar diversión en su labor, puede, sin presunción, aplicar a la ficción en prosa una licencia, o más bien, una regla, de cuya adopción han resultado tantas y tan exquisitas combinaciones del sentimiento humano en los más altos ejemplos de la poesía.

    La circunstancia en que descansa mi relato fue sugerida en una conversación casual. Fue comenzado en parte como una fuente de diversión, y en parte como un medio de ejercitar nuevos recursos de la mente. Otros motivos se agregaron a éstos, a medida que la obra proseguía². No soy en absoluto indiferente a la manera cómo cualquiera tendencia moral existente en los sentimientos o caracteres que ella contiene, afectará al lector; sin embargo, mi principal propósito a este respecto se ha limitado a evitar los efectos enervantes de las novelas del presente, a la exhibición de la amabilidad del cariño doméstico y a la existencia de la virtud universal. Las opiniones que naturalmente emanan del carácter y la situación del héroe no pueden en modo alguno concebirse como existentes siempre en mi propia convicción; ni se puede deducir correctamente de las páginas siguientes ninguna inferencia perjudicial a alguna doctrina filosófica cualquiera.

    Es también un motivo de interés para el autor el hecho de que esta historia fue empezada en la majestuosa región donde se sitúa principalmente la escena, y en una sociedad que no se puede dejar de echar de menos. Pasé el verano de 1816 en los alrededores de Ginebra. La estación era helada y lluviosa, y por la mañana nos agrupábamos en torno a un resplandeciente fuego de leña. En algunas ocasiones nos entreteníamos con historias alemanas de fantasmas, que acertaban a caer en nuestras manos. Esos relatos despertaban en nosotros un travieso deseo de imitación. Otros dos amigos (un cuento de la pluma de uno de ellos sería más aceptable para el público que lo que jamás he esperado producir) y yo convinimos en escribir cada uno una historia basada en algún hecho sobrenatural.

    Sin embargo, el tiempo se tornó súbitamente sereno; y mis dos amigos me dejaron para emprender un viaje por los Alpes, y perdieron, en las magníficas escenas que ellos presentan, toda memoria de sus visiones espectrales. La historia que sigue fue la única que se terminó.

    Mary W. Shelley

    Carta I

    A Mrs. Saville, Inglaterra.

    San Petersburgo, 11 de diciembre de 17...

    Te alegrarás de saber que ningún percance ha acompañado el comienzo de una empresa que tú has considerado con tan malos presentimientos. Llegué aquí ayer, y mi primera tarea es comunicar a mi querida hermana mi buen estado de salud y mi creciente confianza en el buen éxito de mi empresa.

    Estoy ya muy al norte de Londres; y, mientras camino por las calles de San Petersburgo, siento que una fría brisa boreal roza mis mejillas, fortalece mis nervios y me llena de gozo. ¿Comprendes tú este sentimiento? Esta brisa que ha viajado desde las regiones hacia las cuales me voy acercando, me da un gusto anticipado de esos climas glaciales. En vano trato de persuadirme de que el polo es el sitio de la escarcha y la desolación: siempre se presenta a mi imaginación como la región de la belleza y el placer. Allí, Margarita, el sol está siempre visible, su amplio disco orillando exactamente el horizonte, y difundiendo un perpetuo esplendor. Allí –pues daré crédito a los navegantes anteriores– no hay nieve ni hielo; y, navegando en un mar sereno, podemos ser llevados a una tierra superior en maravillas y en belleza a toda otra región descubierta hasta ahora en el globo habitable. Sus producciones y características pueden ser sin ejemplo, como indudablemente lo son los fenómenos de los cuerpos celestes en esas desconocidas soledades. ¿Qué no se puede esperar en un país de eterna luz? Allí es posible descubrir la maravillosa fuerza que atrae la aguja magnética, y puedo regular mil observaciones celestiales, que requieren solo este viaje para establecer definitivamente sus aparentes excentricidades. Saciaré mi ardiente curiosidad con la vista de una parte del mundo jamás visitada hasta hoy, y puedo pisar una tierra jamás hollada por pie humano. Estas son las cosas que me atraen, y son suficientes para vencer todo temor de peligro o muerte, y para inducirme a comenzar este laborioso viaje con la alegría que experimenta un niño cuando se embarca en un botecito con sus compañeros de fiesta, en una expedición descubridora, ascendiendo su río natal. Pero, suponiendo que todas estas conjeturas fueran falsas, no puedes tú negar el inestimable beneficio que prestaré a toda la humanidad descubriendo un paso cerca del polo a esas regiones, para llegar a las cuales se necesitan ahora tantos meses; o descubriendo el secreto del imán, lo cual, si no es imposible, solo puede ser efectuado por una empresa como la mía.

    Estas reflexiones han calmado la agitación con que empecé mi carta, y siento que mi corazón palpita con un entusiasmo que me eleva al cielo; pues nada contribuye tanto a tranquilizar la mente como un decidido propósito, un punto en el cual el alma pueda fijar su mirada intelectual. Esta expedición ha sido el sueño favorito de mis primeros años. He leído con entusiasmo los relatos de los viajes que se han hecho con el fin de llegar al océano Pacífico del Norte a través de los mares que rodean el polo. Tú puedes recordar que una historia de todos los viajes hechos con el propósito de descubrir nuevas regiones formaba la totalidad de la biblioteca de nuestro querido tío Tomás. Mi educación fue descuidada; pero yo era apasionadamente amigo de la lectura. Esos volúmenes eran mi estudio día y noche, y mi familiaridad con ellos aumentaba la pena que experimenté, cuando niño, al saber que las disposiciones de mi padre al morir habían prohibido a mi tío permitirme seguir la vida de marino.

    Estas visiones se desvanecieron cuando leí por primera vez a esos poetas cuyas efusiones extasiaban mi alma y la elevaban hasta el cielo. También me hice poeta, y durante un año viví en un Paraíso de mi propia creación. Me imaginaba que yo también podía obtener un nicho en el templo en que están consagrados los nombres de Homero y Shakespeare. Bien conoces tú mi fracaso, y cuán dolorosa me fue esa desilusión. Pero justamente en esa época heredé la fortuna de mi primo, y mis pensamientos volvieron al cauce de su primera inclinación.

    Seis años han transcurrido desde que decidí mi actual empresa. Todavía recuerdo la hora en que comenzó mi dedicación a esta gran obra. Empecé por acostumbrar mi cuerpo al trabajo. Acompañé a los pescadores de ballenas en varias expediciones al Mar del Norte; soporté voluntariamente el frío, el hambre, la sed, la falta de sueño. A menudo trabajé más que cualquier marinero durante el día, y dediqué mis noches al estudio de las matemáticas, la teoría de la medicina y aquellas ramas de las ciencias físicas de que mayor provecho podía obtener un aventurero de los mares. Dos veces me ocupé como obrero inferior en un barco ballenero de Groenlandia, y me desempeñé admirablemente. Debo reconocer que sentí un poco de orgullo cuando mi capitán me ofreció el segundo cargo en el buque, y me rogó, con la mayor seriedad, que me quedara; ¡tan útiles consideraba mis servicios!

    Y ahora, Margarita, ¿no merezco realizar algún gran proyecto? Mi vida podía haber pasado en medio de la comodidad y el lujo; pero preferí la gloria a todos los atractivos que la riqueza colocaba en mi camino. ¡Oh, si una voz alentadora me respondiera afirmativamente! Mi coraje y mi resolución son firmes; pero mis esperanzas son inciertas y mis ánimos están a veces deprimidos. Estoy empeñado en un largo y difícil viaje, cuyas emergencias necesitarán toda mi entereza: no solamente debo levantar el espíritu de los demás, sino también mantener a veces el mío propio, cuando el de ellos decae.

    Este es el período más favorable para viajar en Rusia. La gente vuela velozmente sobre la nieve en sus trineos. El movimiento es agradable y, según mi opinión, mucho más delicado que el de una diligencia inglesa. El frío no es excesivo, si uno va envuelto en pieles: un vestuario que ya he adoptado; pues hay una gran diferencia entre caminar sobre la cubierta y permanecer sentado inmóvil durante horas, cuando ningún ejercicio impide que la sangre casi se congele en las venas. No tengo el menor interés en perder la vida en un camino de posta entre San Petersburgo y Arcángel.

    Partiré para esta última ciudad dentro de dos o tres semanas; y mi intención es alquilar allí un buque –lo cual puede hacerse fácilmente pagando el seguro por el dueño– y contratar tantos marineros como crea necesarios, entre aquellos que están habituados a la pesca de ballenas. No pienso zarpar hasta el mes de junio. ¿Y cuándo volveré? ¡Ah, querida hermana! ¿Cómo puedo contestar esa pregunta? Si triunfo, muchos, muchos meses, acaso años, pasarán antes de que nos volvamos a encontrar. Si fracaso, tú me verás pronto, o nunca...

    Adiós, mi querida y buena Margarita. Que el cielo derrame sobre ti sus bendiciones, y me salve, para que pueda una y otra vez demostrar mi gratitud por todo tu cariño y tu bondad.

    Tu afectuoso hermano,

    R. Walton.

    Carta II

    A Mrs. Saville, Inglaterra.

    Arcángel, 28 de marzo de 17...

    ¡Qué lentamente transcurre el tiempo aquí, rodeado como estoy de escarcha y nieve! Sin embargo, he dado un segundo paso hacia mi empresa. He alquilado un buque, y estoy reuniendo mis marineros. Los que ya he contratado parecen ser hombres en los cuales puedo confiar, y en verdad están animados de intrépido valor.

    Pero tengo una necesidad que nunca he podido satisfacer, y cuyo objeto veo ahora como un inconveniente muy serio. No tengo ningún amigo, Margarita. Cuando esté feliz en medio del entusiasmo del triunfo, no habrá nadie que participe de mi alegría; si soy asaltado por el desaliento, nadie tratará de consolarme en mi tristeza. Es verdad que confiaré mis pensamientos al papel; pero ése es un pobre medio para la comunicación de los sentimientos. Deseo la compañía de un hombre que pueda simpatizar conmigo; cuyos ojos puedan responder a los míos. Tú puedes considerarme romántico, mi querida hermana, pero siento amargamente la necesidad de un amigo. No tengo a nadie cerca de mí, gentil aunque valiente, poseedor de una mentalidad tan culta como amplia, cuyos gustos sean como los míos, que apruebe o corrija mis planes. ¡Cómo podría semejante amigo remediar las faltas de tu pobre hermano! Soy demasiado impulsivo en la ejecución y demasiado impaciente en las dificultades. Pero un mal aun mayor es el de mi autoeducación: durante los primeros catorce años de mi vida, no leí más que los libros de viaje de nuestro tío Tomás. A esa edad conocí a los celebrados poetas de nuestro propio país, pero solo vine a percibir la necesidad de conocer otras lenguas fuera de la de mi tierra natal, cuando ya no estaba en mi poder el derivar los más importantes beneficios de tal convicción. Ahora ya tengo veintiocho años, y soy en realidad más ignorante que muchos escolares de quince. Es verdad que yo he pensado más, y que mis sueños diurnos son más vastos y magníficos. Pero ellos necesitan cuidado; y me hace mucha falta un amigo que tenga el suficiente sentido para no despreciarme como romántico, y bastante afecto por mí para empeñarse en ordenar mi mente.

    Bueno, éstas son quejas inútiles. Por cierto que no encontraré amigos en el vasto océano, ni aun aquí en Arcángel, entre comerciantes y marinos. Sin embargo, algunos sentimientos no aferrados a la escoria de la humana naturaleza laten en estos rudos corazones. Mi lugarteniente, por ejemplo, es un hombre de empresa y de asombroso valor; está locamente ansioso de gloria; o más bien, para usar una frase más característica, de progreso en su profesión. Es inglés, y en medio de los prejuicios nacionales y profesionales, no suavizados por la cultura, conserva algunos de los más nobles dones de humanidad. Lo conocí primeramente a bordo de un barco ballenero: descubriendo que no tenía trabajo en la ciudad, fuéme fácil inducirlo a colaborar en mi empresa.

    El capitán es una persona de excelente carácter, y es notable en el barco por su gentileza y la suavidad de su disciplina. Esta circunstancia, agregada a su reconocida integridad y a su intrépido valor, me hizo contratarlo. Una juventud transcurrida en la soledad, mis mejores años pasados bajo su amable y tierno cuidado, han dulcificado de tal modo el fondo de mi carácter, que no puedo dejar de experimentar una profunda aversión por la acostumbrada brutalidad ejercida a bordo de un barco. Jamás la he creído necesaria, y cuando oí hablar de un marinero igualmente conocido por la amabilidad de su corazón y por el respeto y la obediencia que le profesa su tripulación, me sentí particularmente afortunado de poder utilizar sus servicios. Oí hablar por primera vez de él, de una manera un tanto romántica, a una señora que le debe la felicidad de su vida. Esta es, en breves términos, su historia: Hace algunos años, él amaba a una joven dama rusa de regular fortuna; y habiendo amasado una considerable suma de dinero el padre de la muchacha consintió en el matrimonio. Vio a su novia una vez antes de la ceremonia acordada; pero ella estaba inundada en lágrimas, y, arrojándose a sus pies, le rogó que la perdonara, confesándole, al propio tiempo, que ella amaba a otro, pero que éste era pobre, y que, por tal motivo, su padre nunca consentiría en su unión. Mi generoso amigo tranquilizó a la suplicante y, habiendo averiguado el nombre de su amado, abandonó inmediatamente su propósito. Había comprado ya una finca en la cual había decidido pasar el resto de su vida; pero la regaló a su rival, junto con el sobrante de su dinero para la adquisición de enseres; y en seguida él mismo solicitó al padre de la joven su consentimiento para el matrimonio de ésta con su amado. Pero el anciano se opuso abiertamente, creyéndose obligado para con mi amigo, quien, cuando encontró al padre inexorable, abandonó el país y no regresó sino cuando oyó decir que la joven se había casado de acuerdo a su inclinación. ¡Qué individuo tan noble! exclamarás tú. En realidad lo es; pero, por otra parte, carece completamente de educación: es tan callado como un turco, y hay en él una especie de ignorante abandono que, aunque hace más asombrosa su conducta, aminora el interés y la simpatía que, de otro modo, despertaría.

    Sin embargo, no supongas que porque me quejo un poco, o porque concibo un consuelo para mis sufrimientos, que acaso jamás conoceré, vacilo en mis resoluciones. Ellas están tan decididas como el destino, y solamente ahora se ha retardado mi viaje hasta que el tiempo permita embarcarnos. El invierno ha sido terriblemente crudo; pero la primavera se anuncia buena, y es considerada como una estación notablemente temprana. De modo que tal vez pueda zarpar más pronto de lo que pienso. No haré nada precipitadamente: tú me conoces lo bastante como para confiar en mi prudencia y mi circunspección cuando la seguridad de los demás está encomendada a mi cuidado.

    No puedo describirte mis sensaciones ante las expectativas de mi empresa. Es imposible comunicarte una concepción de la temblorosa sensación, medio agradable y medio temerosa, con que preparo mi partida. Voy a regiones inexploradas, a la tierra de la neblina y la nieve; pero no mataré alcatraces; por lo tanto, no te preocupes por mi seguridad, o si vuelvo a ti tan agotado y afligido como el Antiguo marinero. Te reirás

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