William Hearst era un apasionado de la carne, hasta tal punto que contaba incluso con una cámara de maduración
Los romanos fueron pioneros a la hora de organizar auténticas bacanales con la intención de honrar a los dioses, en las que no faltaban los ríos de vino ni las cantidades ingentes de comida (y de sexo). Algo que nos demuestra que no hemos cambiado tanto, porque ¿a quién no le gusta una buena fiesta? Y es que todos necesitamos un tiempo de asueto y distensión para volver a nuestro eje, es una forma de sentirnos vivos y de alimentar nuestra parte más hedonista –y narcisista también–. Pero, si hay alguien a quien le gusta más un sarao que comer con las manos, es a los famosos, a los de hoy y a los de ayer. Y si no, esperemos a que dé fin la gala de los Oscars para ver el despliegue de fiestas privadas organizadas por cantantes, revistas o productoras. Ellos, ayudados por buenas sumas de dinero, son los auténticos expertos en esto de celebrar a lo grande. Pero, como además de dinero hay que tener imaginación y gusto, sólo unas pocas fiestas se convierten en épicas.
LAS CENAS EN HEARST CASTLE. ANFITRIÓN: WILLIAM RANDOLPH HEARST
El castillo Hearst (San Simeon, California), perteneciente al magnate de la comunicación que inspiró a Orson Welles para la película , se comenzó a construir en 1919, pero, dadas las imponentes dimensiones, no se terminó hasta el 1947, sin que W.R.H. pudiese ver culminada su obra, pero sí su hijo. En ese lugar, compuesto por cuatro edificios y 165 habitaciones, se daban