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Sombras y temblores
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Sombras y temblores
Libro electrónico66 páginas25 minutos

Sombras y temblores

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Cuentos inquietantes en los que lo extraño, lo inesperado y lo siniestro se instalan en el mundo de todos los días. Un par de zapatillas, una leyenda que obsesiona, un chico en la escuela que descubre algo inesperado en la ventana de su aula, dos jovencitas de vacaciones que miran una película de terror son ejemplos de las sencillas circunstancias que derivarán en sucesos escalofriantes... y sin embargo, posibles. La autora evita los recursos fáciles y acartonados a los que suelen recurrir algunos cultores del género o ciertas series televisivas. Sombras y temblores se constituye, sin duda alguna, en una de las producciones argentinas más interesantes de la literatura de terror.
IdiomaEspañol
EditorialQuipu
Fecha de lanzamiento31 oct 2020
ISBN9789875043350
Sombras y temblores

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    Sombras y temblores - Olga Drennen

    Índice de contenido

    Sombras y temblores

    Portada

    La mancha a la altura del tercer botón

    Viaje sin fin

    Yo-yo

    La prueba

    Mejor me callo

    Una de terror

    El brillo en la sombra

    El último baile de invierno

    Biografías

    Legales

    Sobre el trabajo editorial

    Contratapa

    Sombras y Temblores

    Olga Drennen

    Ilustraciones:

    Lelo Carrique

    La mancha a la altura del tercer botón

    A Hernán Ercolini, mi amigo de la computadora,

    y a Matías, siempre.

    No bien pisó el andén, se dio cuenta de que el tren estaba por salir, así que apuró el paso.

    Entró en el vagón, agitado. Dejó a su espalda un murmullo que le hizo recordar al de un enjambre de abejas.

    Había dos o tres asientos vacíos, entonces, se dio el lujo de elegir el suyo. Se decidió por el de la ventanilla. Tiró la carpeta a su costado y conservó los libros contra el pecho y después estiró las piernas. Se sintió aliviado mientras pensaba en que hacía poco que habían empezado las clases y ya estaba más que harto de ir al colegio.

    Casi al instante, un temblor de ruedas debajo de él le indicó que estaban arrancando. De reojo, miró el cartel de la estación Paradero Cha... cari..., pero no pudo terminar de leerlo porque vio la sombra: parado en el pasillo, un señor que esperaba que retirase su carpeta del asiento. Tuvo ganas de dejarla donde estaba.

    —Tenés que ser educado con todos, pero especialmente con los mayores –decían siempre en su casa.

    Bufando para sus adentros, puso la bendita carpeta sobre sus piernas.

    —Siéntese, señor –dijo.

    Ahora, el mayor era el maleducado porque se sentó a su lado sin darle ni siquiera las gracias. Otro que nunca daba las gracias era Rodrigo, pero él nunca había esperado que se las diera. Nadie espera nada de semejante canchero. ¡No! ¿Qué? ¿Canchero? Un recanchero.

    Sí, eso... ¡un recanchero...! por culpa de él había salido tarde, por culpa de Rodrigo justamente.

    —Mirá, nene, que no quiero cosas raras –había dicho su madre–. No, no, nada de vender tus zapatillas, sí, es una lástima que te hayan quedado chicas... ¡Pero venderlas, no! Regaláselas, si querés, y espera un poquito que en cuanto pueda, te compro otras.

    Pero él no quería regalárselas, todos iban a decir que se las daba por miedo, o de chupamedias. No, no iba a darle las zapatillas, se las iba a vender.

    ¡Pam! La puerta del vagón se había cerrado de golpe. El chico buscó con la mirada al guarda, seguro que iría a pedirle el boleto, revisó su billetera y, al encontrarlo, respiró tranquilo. Allí estaba. Pero el hombre debería estar en otra cosa porque recorrió asiento por asiento, sin pedir ni controlar nada.

    Su vecino parecía distraído, casi no parpadeaba y tenía los ojos fijos en un punto lejano. ¿Qué estaría pensando? Era un hombre opaco y barbudo y usaba sin ningún cuidado un traje azul, flamante. ¡Raro, el señor!

    Aunque, tal vez, lo mejor hubiera sido no vender las zapatillas, darlas, sí, eso hubiera sido lo mejor, darlas... se dijo siguiendo el curso de su pensamiento anterior.

    Y ahora estaba pensando que había cometido un error.

    —Traémelas, che, el lunes te las pago –dijo Rodrigo y se reía de costado.

    Así fue como al día siguiente le llevó las zapatillas. A escondidas, se las llevó.

    El hombre que se había sentado al lado suyo estaba poniéndolo nervioso. Parecía de plástico.

    ¿Por qué no cambiás de lugar? se preguntó. Miró a su alrededor,

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