El fantasma del loco vengador: El fantasma del loco vengador
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Jordi Sierra i Fabra
Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, España) cuando era niño, solía escuchar por la radio los cuentos de un famoso escritor. De grande, Jordi se hizo amigo del escritor e inventó esta historia para rendir homenaje a los secretos que su fabuloso amigo compartió con él.
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El fantasma del loco vengador - Jordi Sierra i Fabra
1
Sesión de espiritismo
La habitación estaba envuelta en penumbras, iluminada únicamente por la débil luz de la vela a cuyo alrededor se hallaban los tres niños. El movimiento de la llama diseminaba sombras móviles que los agigantaban en las paredes repletas de carteles y estantes llenos de libros. El silencio se hizo mucho más denso después de que Sandra anunciara:
—Prepárense.
Extendió sus manos con las palmas hacia arriba, en dirección a Laura y a Javier. Laura tomó su mano derecha, Javier la izquierda, y ambos unieron sus manos al otro lado para cerrar el círculo alrededor de la llama.
Sus pulsos se aceleraron.
Se miraron entre sí, con creciente respeto y no poco disimulado temor. Una cosa era hablar del asunto a plena luz del día y en el jardín, y otra muy distinta era no sólo hablarlo, sino disponerse a intentarlo.
—Concéntrense —dijo Sandra.
Laura, su hermana pequeña de 10 años, tres menos que ella, cerró los ojos. Javier, el primo de ambas, sólo medio año menor que Sandra, y que estaba pasando unos días de vacaciones en su casa, fue más reacio.
—Vamos, Javier —lo apremió la chica.
Javier obedeció, aunque no cerró los ojos del todo. Dejó el derecho entreabierto.
—Javier… —le reprochó su prima.
El chico cerró los párpados por completo.
El nuevo silencio apenas duró unos segundos. Sandra apretó con fuerza las manos de Laura y de Javier, y ellos, por su cuenta, hicieron lo mismo con las suyas. Con voz lóbrega, que salía de lo más profundo de su ser, Sandra empezó a decir:
—¡Oh, espíritus de la noche, del bien y del mal, de las sombras y del Más Allá, estamos aquí para invocarlos, para pedirles que se manifiesten en paz. Somos sus amigos. Queremos saber de ustedes. Confíen!
Javier volvió a entreabrir un ojo.
Sandra estaba muy seria, muy concentrada.
Pero Laura también tenía un ojo entreabierto.
Los dos se miraron.
—¿Se puede saber qué pasa? —gritó, de pronto, la mayor del trío.
Sin saber qué decir, se encontraron con su mirada de enfado.
—¡Si no unimos nuestra energía, es imposible que esto salga bien! —protestó Sandra—. Los espíritus no aparecen así como así. Hay que crear un ambiente propicio. ¿Quieren hacerlo o no?
—Sí, claro —aseguró Javier.
—Por supuesto —asintió, valiente, Laura.
—De acuerdo —suspiró Sandra—. Vamos a intentarlo de nuevo.
Seguían tomados de las manos, así que lo único que hicieron fue cerrar los ojos y concentrarse. Después de todo, no tenían nada que temer, se hallaban en la habitación de Sandra, en casa, y los espíritus… bueno, los libros que habían leído decían que generalmente eran buenos.
Generalmente.
La voz de Sandra sonó mucho más grave que la primera vez.
—Espíritus del Más Allá, véannos aquí, mortales, abriendo una puerta para que vengan a nosotros. Se lo pedimos, manifiéstense. Queremos conocerlos. Sabemos que pueden hacerse visibles aunque sean intangibles para nosotros. Permítannos ser el puente por el que regresen a la Tierra.
Dejó de hablar, y esta vez ella pudo sentir la energía que fluía a través del cerrado círculo formado por sus manos.
Esperó unos segundos.
—Espíritus, ¡espíritus! Manifiesten su etérea presencia, vamos, ¡vamos! Yo los invoco por el Poder de las Sombras. Yo los llamo por la Voz de la Eternidad. Yo les abro la Sagrada Puerta del Regreso. Sé que están ahí, ¡vengan a nosotros!
La vela chisporroteó como si, en alguna parte, se hubiera abierto una puerta que permitiera el paso de una corriente de aire.
—Sandra… —susurró Javier al notarla.
—¡Los siento! —no le hizo caso a su primo—. ¡Percibo su aliento! ¡Adelante!
Y en ese momento…
Se escuchó un golpe.
Un golpe claro, lejano.
Los tres abrieron los ojos al instante.
2
Una decisión arriesgada
No abrieron los ojos por el miedo. El golpe había sido demasiado real.
Una puerta, en la planta baja.
Desde allí, se oyó una voz familiar.
—¡Sandra! ¡Laura! ¡Javier! Ya estamos aquí. Por favor, bajen a ayudar.
—¡Oh, no! —gimió Sandra.
La magia quedó rota. El círculo formado por sus manos se deshizo. Se relajaron, expulsando el aire retenido en sus pulmones y destensando sus rígidas espaldas. Los tres miraron la vela, la habitación, y finalmente, se vieron entre ellos. Volvían a ser tres niños con la sensación de no haber hecho otra cosa más que jugar.
—Qué mala suerte —protestó Laura.
—¿No dijeron que iban a regresar