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La Bandera De La Esperanza
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Libro electrónico264 páginas3 horas

La Bandera De La Esperanza

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Hace varios aos empec
a escribir este libro, basado en testimonios reales. Mi objetivo inicial era, retratar la situacin de nuestra sufrida Cuba, sin embargo, la narracin misma me fue llevando por senderos incomprensibles y
el relato fue evolucionando hasta convertirse en algo ms que eso. Las evidencias suministradas por innumerables personas facilitaron que la narracin se convirtiera, de relato imaginario en testimonio, una aventura histrica, donde el lector va descubriendo una Cuba distinta, en la que su conciencia de la realidad cotidiana va creciendo junto a los protagonistas. El libro describe no solo la lucha peridica del pueblo cubano, dentro y fuera de la Isla contra el mal llamado Socialismo, sino que da testimonio real de los valientes hombres que enfrentan al rgimen y describe nuevas tcticas que se utilizan en la clandestinidad. Es un libro lleno de amor a Dios, muestra una nueva esperanza y a travs del humor cubano, refleja la idiosincrasia, la desinformacin, el atesmo y el miedo que sufre el pueblo cubano.
De modo tal que pone al descubierto ante el lector un nuevo amanecer donde la fe, la esperanza y el amor son los verdaderos soles del futuro.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 feb 2011
ISBN9781617646324
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    La Bandera De La Esperanza - Angel de las Nieves

    INTRODUCCIÓN

    HACE VARIOS AÑOS empecé a escribir este libro, basado en testimonios reales. Mi objetivo inicial era, retratar la situación de nuestra sufrida Cuba, sin embargo, la narración misma me fue llevando por senderos incomprensibles y el relato fue evolucionando hasta convertirse en algo más que eso. Las evidencias suministradas por innumerables personas facilitaron que la narración se convirtiera, de relato imaginario en testimonio, una aventura histórica, donde el lector va descubriendo una Cuba distinta, en la que su conciencia de la realidad cotidiana va creciendo junto a los protagonistas. El libro describe no solo la lucha periódica del pueblo cubano, dentro y fuera de la Isla contra el mal llamado Socialismo, sino que da testimonio real de los valientes hombres que enfrentan al régimen y describe nuevas tácticas que se utilizan en la clandestinidad. Es un libro lleno de amor a Dios, muestra una nueva esperanza y a través del humor cubano, refleja la idiosincrasia, la desinformación, el ateísmo y el miedo que sufre el pueblo cubano. De modo tal que pone al descubierto ante el lector un nuevo amanecer donde la fe, la esperanza y el amor son los verdaderos soles del futuro.

    I

    LOS OFICIALES DE la aduana inspeccionaron detenidamente la embarcación de más de doscientos pies, cargada de contenedores, que acababa de atracar en el puerto de Miami. Uno de ellos observó con detenimiento las figuras de cerámica que venían en el carguero y sacudió contra el muelle uno de los objetos. Al descubierto quedó un cilindro plástico que contenía polvo blanco. En segundos, decenas de agentes tomaron la embarcación y decomisaron el cargamento.

    La redacción del periódico adquirió la información y Joseph Mirado, el jefe del departamento, conformó dos equipos para redactar los artículos sobre lo ocurrido. Observó un instante a Rafael Vargas y pensó que era la persona idónea en uno de los grupos. Vargas sería un buen líder. Era un hombre joven, pero suficientemente maduro para dirigir, además poseía una inteligencia y audacia envidiable. Mirado estaba a punto de tomar la decisión cuando la operadora le comunicó que la madre de Rafael estaba en muy malas condiciones y lo estaban llamando de urgencia desde su casa.

    Segundos más tarde, se escuchó por los altoparlantes Señor Rafael Vargas, tiene una llamada por la línea uno. El joven oprimió el comunicador y escuchó la inconfundible voz de su hermana:

    —   Mi hermano, no me gusta molestarte, pero hay problemas. Ven en cuanto puedas. Mamá está muy enferma. Además hay otras graves complicaciones. Papá está desaparecido.

    —   Salgo para allá.

    Sin pensarlo ni un momento, partió hacia la casa de sus padres donde encontró a su madre recostada sobre dos cojines. Su respiración era penosa, a pesar de que Dora Ileana, su hermana, le había suministrado oxígeno de un pequeño tanque que se encontraba al costado de la cama.

    Vargas la miró. Su cara se veía demacrada, su piel tenía un color que él no recordaba, y sus ojos de melcocha clara estaban cerrados.

    —   ¿Qué sucedió, mamá?

    —   No sé, me puse mal. Avisaron que tu padre está perdido y que no aparece. No se sabe nada de él. Parece que cayó al mar. Me subió la presión, me duele el pecho.

    Vargas preguntó a su hermana si había llamado a una ambulancia. Ella le respondió con un gesto negativo de su cabeza. El, nervioso, llamó al 911 y explicó lo que sucedía. Unos minutos después, los paramédicos, le tomaron la presión, la temperatura y determinaron trasladarla al hospital.

    Montaron con dificultad a la madre en la camilla y la subieron a la ambulancia, Dora Ileana, la acompañó en el viaje. Vargas buscó su carro, trató de alcanzar al vehículo, pero éste se abrió paso zigzagueando cual serpiente, con sus luces y sirenas entre los coches, dejándolo atrás, a pesar de sus esfuerzos por seguirlos. Cuando llegó al hospital, buscó donde estacionar su auto, pero fue difícil localizar un parqueo cercano a la puerta de emergencia. Al observar el inmenso hospital, vinieron a su mente historias de su padre: él a menudo hacia referencias a La Habana y mencionaba que los hospitales en Estados Unidos eran como hoteles. Pidió información sobre su madre e intentó entrar, pero le dijeron que debía esperar porque sólo podía hacerlo una persona. Se sentó en la sala de espera al lado de alguien con un pequeño radio que escuchaba la voz de Feliciano canturreando:

    "Pueblo mío/Que estás en la colina/Tendido como un viejo que se muere/la pena y el abandono,

    Son tu triste compañía/Pueblo mío/Te dejo sin alegría/Qué será que será . . ."

    Los recuerdos de la niñez fueron invadiendo su imaginación. Habían vivido en Camagüey, una ciudad al centro de la Isla de Cuba, y todos los veranos visitaban un pequeño pueblo a orillas del mar, donde su padre, en compañía de algunos tíos, había construido una diminuta vivienda de madera que ocupaban cuando terminaban las clases en Julio y Agosto. Todos en el caserío se conocían, e iban, esperando con ansias la llegada de otros vacacionistas, que más que amigos se habían convertido en familia.

    Fue una época donde escaseaban las comodidades, no había acueducto, ni aire acondicionado, pero eso no era imprescindible. Cuando llovía, se sentía el olor de la tierra húmeda, que perfumaba el ambiente y el sonido producía una mágica música al caer sobre los tejados, monótona melodía que invitaba a acostarse, taparse con una fina sábana, sentir como refrescaba y esperar a que pasara la lluvia. Luego esa agua llenaría los tanques a través de las canales y seria la que se utilizaría para los quehaceres diarios. Más tarde, se abrían las ventanas y disfrutaban de la brisa del mar. Ahora comprendía que esos momentos le enseñaron no solo la importancia de la lluvia, sino también a dar gracias a Dios.

    Vargas continuó recordando que mientras su madre se ocupaba en poner en orden la casa, su padre iba a pescar. Las destrezas de sus antecesores eran muchas, una de ellas era en el arte de la captura, siempre sabía cuál era el lugar preciso, el anzuelo adecuado, la carnada correcta, cuando usar una plomada, cuanto se debía esperar o cuando convenía recoger el naylon, toda una infinidad de conocimientos que lo convertían en un maestro.

    En esta bahía, el agua no tenía los hermosos colores, ni la transparencia de otros mares de Cuba, pero sí muchos otros encantos. Allí se extendían inacabables manglares que servían de refugio a peces, cangrejos, roncos, jaibas y otros cientos de especies marinas. El cielo siempre estaba lleno de gaviotas, que danzaban en el aire, emitiendo sonidos guturales alrededor de los pescadores de sardinas, mientras estos tiraban la tarraya.

    Su padre le había enseñado a amar la naturaleza, su madre a amar la ciencia y el estudio. La vida por su parte, le había enseñado que cada minuto era un regalo universal. De pronto, la voz de su hermana lo trajo a la realidad.

    —   Ven, entra, mamá quiere verte.

    La señora le tomó las manos entre las suyas, estaban frías, el semblante pálido, los ojos lejanos.

    —   Hijo.

    —   No hables mamá—dijo Vargas. Pero Pilar continúo.

    —   Nunca te he pedido nada—continuó diciendo Pilar.

    —   Por favor no hables, descansa. Repitió Vargas, tratando de hacerla callar para evitar que se agotara.

    —   Rafa, te voy a pedir algo. Quiero que busques en la caja fuerte de tu padre, él me dijo que si desaparecía o le pasaba algo, que te diera estas instrucciones: Tienes que abrirla y buscar un sobre que dice Hope y lee los documentos. Son los manuscritos de tu padre. Después destrúyelos.—La madre continuó hablando muy bajito y susurró un número que Rafael trató de memorizar.

    —   ¿Porque me pides eso?

    —   Porque me siento mal y tengo que cumplir los deseos de tu padre.

    Varios médicos entraron.

    —   Es mejor que se retire y la deje descansar.

    Salieron un rato, entonces su hermana le comentó.

    —   ¿Ya sabes lo de papá?

    —   Solo lo que me dijo mamá.

    —   Encontraron su bote sin nadie, sin ninguna huella, ni siquiera indicios de violencia. No estaba en el. Yo creo que se cayó del bote, la policía también lo cree. Me preocupa el tiempo que ha pasado, pienso que probablemente esté muerto.

    —   No sabía nada . . . No se qué pensar . . . Me cuesta trabajo entenderlo.

    —   La policía estuvo en la casa, allí fue cuando mamá se puso mal y yo te llame, pero no contestaste el teléfono. ¿Qué crees que debemos hacer?

    —   En cuanto mamá se mejore iré a la casa y me mantendré en comunicación contigo.

    Pasaron la noche en el hospital. Al amanecer, le dijeron que no había peligro y que podrían llevársela a la casa.

    II

    RAFAEL VARGAS ACOMPAÑÓ a su madre y su hermana a la vivienda donde sus padres habían habitado durante décadas. La casa estaba abarrotada de muebles y fotos, la penumbra cubría las paredes, impregnando todo de un color gris indefinido que se extendía hasta la alfombra desgastada, e incrementaba la soledad del lugar. Un cuarto de la casa había sido transformado en la oficina que su padre, Fernando, usaba cuando se encontraba en casa. Un pesado buró sin adorno alguno rompía el contraste de las paredes donde se destacaban decenas de pequeñas banderas que formaban una esfera sobre una pirámide.

    Se sentó en un sofá. Acomodó la cabeza sobre un almohadón y sintió un enorme cansancio. Cerró los ojos e inesperadas imágenes brotaron en su mente: su padre acostado, atado e iluminado por una inmensa luna, que luego se desvaneció. En esos momentos no podía distinguir si estaba soñando o despierto. Luego se levantó y se dirigió hacia la caja de caudales que estaba incrustada en la pared, detrás del closet. Con manos temblorosas fue poniendo los números que su madre le había indicado. Movió la palanca, pero la puerta no se abrió; repitió la operación, pero esta vez marcó los números en otro orden. La puerta se abrió, dejando al descubierto el interior de la caja en la que su padre guardaba celosamente varios documentos. Los miró con detenimiento. Luego vio el sobre marcado con la palabra Hope. Rompió el sello de lacre y se sentó en la cama a leer.

    Era una epístola cuidadosamente escrita.

    Querido hijo:

    Cuando leas esta carta ya no estaré con ustedes, todos tenemos un tiempo limitado en esta vida y debo comunicarte muchas cosas. Primero, pedirles perdón por no haber pasado más tiempo con ustedes, también decirles cuanto los amo. He aprendido que lo más importante es la familia. He cometido muchos errores, de los que me arrepiento. En fin nunca terminaría, pero tengo la esperanza de que me perdones. Hay algunos aspectos de mi vida que no puedo obviar en momentos tan importantes.

    Ante todo, decirte que, tienes un hermano llamado Carlos Vargas Hernández que vive aquí. Deseo, hijo, que lo aceptes y que juntos viajen a Cuba.

    El segundo aspecto que debes saber, es que dediqué mi vida a trabajar para la CIA, formando parte en una organización secreta cuyo principal objetivo era la infiltración en otros grupos. No puedo pedirte que continúes mi trabajo, pero sí que averigües quienes son los responsables de mi desaparición. Puesto que si estás leyendo estas líneas es porque he fallecido. Para empezar debes conectarte con el último grupo que infiltre en Cuba. Uno de los miembros te dirá todo lo que necesites saber, podrás encontrarlo en La Habana los días que tienen un seis, en horas de la mañana frente al Focsa. Sabrás que es él, porque tiene una biblia, una cadena plateada en su mano izquierda, con un diminuto elefante y en la derecha una manilla con la letra L. Cuando lo veas, sólo tienes que acercarte y decirle la palabra Hope. Ésta es la única manera de conseguir información sobre mi desaparición.

    Y para terminar, en el testamento les dejo indicado la cantidad que les corresponde de mis bienes. Espero que me perdones si no fui nunca sincero contigo. Cada uno tiene una misión en la vida y esta ha sido la mía.

    Con todo mi cariño me despido de los que amo, con la esperanza de que ustedes y Dios me perdonen. No olvides mis enseñanzas, no abandones nunca el amor y la verdad.

    Confía en tu inteligencia, pero sobre todo en el Señor.

    Fernando Vargas

    Rafael se pasó la mano por el rostro, había leído la carta cuidadosamente y su corazón abrigaba sentimientos disímiles. En primer lugar sentía curiosidad, incertidumbre y algo que no sabía describir. La noticia de que tenía un hermano lo sorprendió, sin embargo lo alegró, pues siempre había deseado tener uno. Sin embargo, la noticia de que su padre había pertenecido a la CIA, lo dejó perplejo y confundido.

    Sentía dos impulsos, uno que le indicaba que todo esto era una insensatez y otro que lo impulsaba a saber más del asunto y seguir adelante. Se dirigió a la habitación de su madre, que estaba casi en penumbras.

    —   ¿Estás bien mamá?

    —   Sí, mijo, ¿Que hacías? ¿Dónde está tu hermana?

    —   Tenía que ir a su casa. Yo me quede revisando los papeles de papá. Encontré el testamento y otras cosas. ¿Puedo hacerte una pregunta?

    —   ¿Qué quieres saber?

    —   ¿Conocías todas sus actividades? ¿Sabes que tengo un hermano?

    —   ¡Sí! sé a lo que te refieres. Hay cosas en la vida de tu padre que quise ignorar-dijo. (Bajando la mirada).

    —   Sé que siempre ha estado involucrado en actividades secretas. ¿Qué hago ahora, qué tu padre no está?—Preguntó con tono de desesperación.

    —   Todavía no estamos seguros de que Papá está muerto, pero dejó unas cuentas de banco. ¿Tú conoces su testamento?

    —   Sí, pero no necesito nada para mí.

    —   Necesitas el dinero. Además, es la voluntad de mi padre. Es una forma de protegerte.

    —   No te preocupes por mí.

    Vargas no contestó, pero pensó que debía pasar más tiempo con su madre y en su interior decidió que se mudaría con ella, aunque nunca había sentido atracción por la casa y su decoración.

    Volvió a su trabajo. Sus compañeros más allegados lo trataron de forma amable, pero se sentía incómodo e incapaz de concentrarse. Las palabras de su padre y la carta que había leído ocupaban toda su mente.

    El jefe de la redacción se dirigió al él.

    —   Siento todo lo que ha pasado, si lo necesitas, puedes tomarte unos días.

    —   Si, realmente creo que los necesito, te lo agradezco.

    El jefe de redacción le puso su mano en el hombro y se marchó en silencio mientras él se sentaba en el buró. La pluma que tenía en la mano empezó a escribir la palabra Hope. Trató de concentrarse, pero no podía, sentía unos deseos intensos e inexplicables de abandonar el lugar donde se encontraba.

    Se dirigió a la casa de sus padres, abrió la puerta y entró en el despacho. Ahora, no le incomodaban ni la decoración, ni la penumbra, ni siquiera la alfombra. Se sentó en el buró de su padre y cerró los ojos. Puso las manos sobre el rostro y empezó a planear su viaje.

    Su madre entró en el despacho y lo encontró sentado.

    —   ¿Qué haces aquí? Me pareció ver a tu padre cuando entré.

    —   Tengo que viajar, voy a estar unos días lejos-dijo Vargas, tomando las manos de su madre entre las suyas.

    —   ¿Adónde vas? ¿Por qué vas de viaje si apenas hace unos días que tu padre murió?

    —   Voy por eso mismo. Mi padre se infiltró en una organización y me pidió que hiciera este viaje. Tengo que averiguar quiénes son los responsables de su desaparición.

    Vargas volvió a su trabajo, lo primero que hizo fue ubicar a un detective llamado Oscar Martínez que en un santiamén descubrió el paradero de su hermano.

    En cuanto recibió la dirección de su hermano, se dirigió al lugar y tocó la puerta. Un hombre joven con una rara chaqueta salió. De pelo negro, sonrisa amplia, complexión atlética y estatura similar a la de Rafael. Este buscó algún rasgo en su fisionomía que delatara su parentesco, pero no lo encontró. Carlos le preguntó que deseaba.

    —   Mi nombre es Rafael Vargas. Me gustaría conversar algunas cosas con usted.

    _   ¿Dígame, quien lo procura?

    —   Estoy buscando a Carlos Vargas.

    —   Soy yo, ¿Qué puedo hacer por usted? ¿En qué le puedo servir?

    —   Hay algo importante que debes saber. Mi padre me dejó una carta donde me explica que tengo un hermano y creo que es usted. Un detective que contraté me dijo que usted vivía aquí y que era la persona señalada.

    —   ¿Tú qué? ¿Cómo, que hermano? No entiendo nada.

    Vargas le relató los eventos relacionados con su padre y todo lo del documento, así como la revelación de que tenía un hermano. El joven perdió parte de su habitual sonrisa y se interesó seriamente en el asunto.

    —   Vamos a la casa y te enseñaré el documento en el que mi padre te menciona.

    Vargas le anotó la dirección.

    —   Sígueme en

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