El río Magdalena lleva algo más que agua. Su corriente es un líquido ataúd por el que viajan los muertos que desembocan en Puerto Berrío. Son víctimas de la violencia que, en sus años más crudos, llegaba a escupir veinticinco cadáveres al día. Los lugareños llevan décadas adoptándolos porque creen que al hacerlo se ganan el favor de esas ánimas truncadas.
Los llaman NN, nomen nescio en latín, «desconozco el nombre». Es el término forense con el que se catalogan los cuerpos que no han sido identificados. Uno iba a la fosa común y se lo apropiaba. Le inventaba un nombre. Le compraba un nicho donde meterlo y lo convertía en guardián protector de la casa y alma a la que uno se podía encomendar para pedirle toda suerte de favores. Se podía ir tranquilo, sin necesidad de echar el cerrojo, porque el NN vigilaba el hogar, y si alguien se acercaba, le tiraba piedras con sus manos espectrales.
«CONCEDEN FAVORES»
Se lloran muertos ajenos, convertidos en santos populares, ángeles custodios del hogar, ánimas que conceden deseos. Dan vida al muerto, lo resucitan, le dan una nueva identidad, un nombre, un apellido, imaginan su cara, si esos huesos parecen de hombre o de mujer… María del Mar, porque era niña y pura como la Virgen, y apareció en el agua. Isabel, porque así habrían