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La Respuesta Ésta En El Viento
La Respuesta Ésta En El Viento
La Respuesta Ésta En El Viento
Libro electrónico213 páginas2 horas

La Respuesta Ésta En El Viento

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Información de este libro electrónico

Rey y Jorge, profesores veteranos de Reyes Villarreal
Astronoma y Filosofa. Deliberan sobre
la intervencin de un Dios en la creacin
del Universo. Este es el inicio de una serie
de apasionadas discusiones, tratadas
con un lenguaje popular, matizado con
notas de buen humor. De esta manera
el autor pretende allanar el camino sobre
la nueva imagen de la Naturaleza y
nuestro lugar en ella.
A lo largo de la novela, la trama repasa
momentos de la Ciencia y la Filosofa,
entre los que resalta La Teora de
la Relatividad, explicada con asombrosa
sencillez; motivando al lector a tratar
con inters el tema que permanece presente
en todo momento: La Consciencia
del Universo.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento30 jul 2013
ISBN9781463361679
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    La Respuesta Ésta En El Viento - Marcelino Reyes Villarreal

    La respuesta

    ésta en el viento

    Marcelino Reyes Villarreal

    Copyright © 2013 por Marcelino Reyes Villarreal.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2013912399

    ISBN:   Tapa Dura                  978-1-4633-6165-5

                Tapa Blanda               978-1-4633-6166-2

                Libro Electrónico      978-1-4633-6167-9

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 24/07/2013

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    ventas@palibrio.com

    466321

    ÍNDICE

    Prólogo

    I Ciudad Universitaria El Perfil De Un Puma

    II Camino A San Miguel Los Presocráticos

    III Una Adorable Princesa Óyeme Con Los Ojos

    IV El Jardín Francés Una Cosmóloga En Ciernes

    V Primera Velada El Universo De Albert

    VI Segunda Velada El Uno

    VII Caminos De Guanajuato Por Mi Raza Hablará La Indiferencia

    VIII Tercera Velada La Magia De Las Variables Ocultas

    IX Cuarta Velada La Respuesta Está En El Viento

    X El Gran Houdini Un Pacto Post Mortem

    XI Ciudad De México

    A la memoria de Jorge Pascual

    Prólogo

    A quella mañana recibí la noticia del fallecimiento de Jorge. De inmediato me dirigí a San Miguel. Casi al llegar al entronque que conduce a San Luis, un tráiler amarillo zigzagueó repentinamente, forzándome a reducir la velocidad. Fue en el mismo tramo carretero, en donde un año antes, sucedieron dos hechos significativos: el Pato había dicho que la existencia de vida no era asunto de condiciones, sino de causas, y una semana después hicimos un pacto post mortem. Era un día caluroso. Por alguna extraña razón, sentí la necesidad de solo bajar el cristal derecho para refrescar el auto. En la medida que con precaución, me aproximaba a la cabina del tráiler, se oía con mayor claridad una melodía que me era familiar. Justo al pasar al lado de su ventanilla, escuche:

    The answer, my friend, is blowing in the wind.

    Se me erizaron los vellos. Lleno de un gran temor, aceleré bruscamente para evitar mirar el rostro del conductor.

    I

    CIUDAD UNIVERSITARIA

    EL PERFIL DE UN PUMA

    U na tarde me encontraba en mi cubículo, explorando el recién inaugurado Google Eart. Localizaba San Miguel de Allende, cuando llegó Jorge.

    — ¿Qué pasó, mi Rey, qué haciendo?

    —Aquí cada día más sorprendido con el desarrollo de las comunicaciones. ¡Qué milagro! Hace tiempo que no me visitas.

    —Y tú, recabrón, ¿por qué no me visitas a mí? Estoy a solo unos edificios y ni una llamada.

    —Discúlpame, mi Pato. Ya ves que viajo mucho. Además, desde que te enamoraste, ya te olvidaste de los amigos. Siéntate, te voy a hacer una demostración, ¿qué lugar del mundo quieres localizar?

    —Mejor anótame la página. ¿Qué población tienes en el monitor?

    —San Miguelón.

    —No juegues, Rey. ¿San Miguel de Allende?

    —Claro, es uno de mis lugares favoritos.

    —Qué buena onda, ¿puedes hacer acercamientos?

    —Claro. Acércate una silla. ¿No gustas un vaso de agua?

    —¿Quieres que me oxide? Mejor ofréceme un tequila.

    —Este cubículo es un templo de investigación, no un antro.

    Aquí tenemos la plaza principal.

    —Si ya conocí, ahí está el kiosco. Mueve la imagen a la calle que está detrás de la Iglesia, desplázate hacia arriba, ahí, ahí, después del parque, ¿ves esa construcción grande? Acércate lo más que puedas,

    ya está, se ve muy bien, qué chingonería. Bueno pues esa Hostería es de mi Princesa. ¿Sí te acuerdas de Mary?.

    Jorge había hecho estudios de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid. Ahora estaba a cargo de una jefatura departamental en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Yo formaba parte del Cuerpo Académico y de Investigación del Instituto de Astronomía. Mary era una gringa que, antes de pensionarse, tenía a su cargo el Área de Sociología en una Universidad de San Francisco, California. Muy alivianada, simpática, culta y con cierto parecido a la protagonista de los Puentes de Madison. Piernona, como toda gringa de los sesenta. Había enviudado hace varios años, y su única hija vivía en New York. Jorge y Mary se habían conocido dos años atrás en un curso de verano impartido en el Campus de la Ciudad Universitaria. Se notaba que estaban enamorados por su comportamiento durante nuestra visita a Tepotzotlán. Parecía que Jorge finalmente había sentado cabeza.

    —Cómo no me voy a acordar, mi Pato. Si fuimos con ella y mi señora a visitar la iglesia de Tepotzotlán el año pasado. Por cierto, recuerdo que ustedes andaban muy besucones, y que la Mary quedó impresionada con los retablos, hasta comentó que no les pedían nada a los europeos. ¿Tiene una hostería en Sanmi?, si ella vive en San Francisco.

    —Vivía. Se pensionó, vendió su casa, mas una herencia bien administrada, ya ves que los gringos son gruesos para el billete. Para mí también fue una sorpresa. No te había dicho, porque me pidió ser discreto. Tiene la idea de que cuando un plan se da a conocer, ya no se realiza.

    —¡Ay güey! Sí que diste el braguetazo.

    —¿Qué te pasa? Yo también tengo mis ahorros. Además estoy por jubilarme. Y ten presente que los buenos partidos no nos damos en maceta. La hostería quedo muy bien. La restauró y acondicionó su hermano que es un arquitecto talentoso. Tiene dieciocho habitaciones y una pequeña casa con dos espacios independientes para los amigos, que se encuentra apartada del área de huéspedes. Todo el lugar cuenta con las comodidades de un hotel urbano, sin haber perdido el esplendor de las haciendas de antaño y, desde luego, conserva su entorno original; además, contrató a una cocinera que no le pide nada a ningún chef experimentado.

    —Qué bueno, Patito, ¿y ya logró acreditar el negocio?

    —Parece que sí. Las últimas veces que he estado por allá se ve movimiento. Lo que sucede es que la mayoría de sus huéspedes son personas de edad avanzada, ex maestros de universidades americanas.

    No sé de dónde los saca, o si ya se corrió la voz, ya ves que ahora con el Internet se hacen maravillas. Los gringos saben que San Miguel tiene un encanto especial, entre bohemio e intelectual; de su población total, una buena parte son americanos, en su mayoría pensionados que empezaron a llegar después de la Segunda Guerra, y su población flotante de turistas extranjeros es considerable. A propósito, ¡qué coincidencia que lo explorabas cuando llegué!

    —No es casualidad. Patito Lo que sucede es que cuando estuve comisionado en la Universidad de Guanajuato hace muchos años, con frecuencia visitaba este hermoso pueblo, y me la pasaba muy bien.

    —Es muy bonito y su gente es afectuosa. Yo he ido últimamente con Mary. Es obvio que antes de adquirir el inmueble ya conocíamos bien el lugar. Pues resulta que, como vamos a tener un mega puente, tengo planeado irme el próximo sábado.

    —Qué envidia, Patito.

    —Anímate, dile a tu señora. Estoy seguro que se va a entusiasmar, ya ves que hubo química entre ella y Mary.

    —Mi esposa se fue a Los Ángeles la semana pasada. Está auxiliando a su sobrina que acaba de tener un hijo, y no tiene quién le eche la mano. Va estar por allá otro mes.

    —¿Por qué no vienes con nosotros? Le va a dar gusto a Mary. No te vas a arrepentir, ya ves que me rechoca el desmadre.

    —Pues no es mala idea, mi Pato. Igual y te agarro la palabra. Hace tiempo que no platicamos como Dios manda. Qué me la paso aquí de perro. Te resuelvo mañana.

    —Muy bien, Rey. Mañana nos echamos un fon, y si tu respuesta es la que espero, le llamo a Mary para que aparte una de las habitaciones destinadas para los cuates.

    —Espera, antes de que te vayas quiero que me digas a qué atribuyes que algunos universitarios utilicemos un lenguaje tan refinado. Quiero decir, que nos expresemos como gañanes. ¿Qué impresión se va a llevar Mary cuando escuche uno de nuestros barbajanescos diálogos?, ¿qué le vamos a decir?

    —No te preocupes, Rey. Le explicaremos que nuestro intelecto oscila entre dos influencias. Que la primera proviene de nuestros orígenes humildes pero gallardos. Di si no: mis jefes eran de Oaxaca, y yo nací y me desarrollé en la colonia Portales por cuales, y tú llegaste chavito de un pueblo caguengue directo a la Moctechusma, lo más selecto de la Capital. Mary bien sabe que no es posible desvanecer una cultura tan arraigada que nos viene desde antes de la Conquista. Pero eso sí, la segunda influencia es nada menos que de nuestra entrañable y cada día más prestigiada Universidad. Le explicaremos que las Escuelas Superiores Públicas se hicieron con la finalidad de atender la demanda del pueblo, de la ñeriza.

    —¿No te la estás jalando?

    —Es la pura verdura, Rey; pongo unos ejemplos. No te voy a hablar de los Octavios Paz ni de los Alfonsos Reyes; esas élites se cuecen aparte, son de auténtico abolengo, de billete rancio, que tuvieron la fortuna de nacer en un ambiente que les permitió desarrollar su ya selecto paquete genético. Pero también entre los plebeyos hace aire, ahí tienes al maestro de maestros José Vasconcelos, brillante, brillante, pero también son notables sus barbajanadas, si no, que lo desmientan los que quedan de los Rivas Mercado. Y qué me dices de la Frida y Dieguito, aunque eran unas brochas para la brocha, lo ñerazo ni Dios Padre se los quitó, y de José Agustín y Monsiváis, tan reconocidos en eso de las letras, con su porte elegante, señorial y distinguido que los caracteriza, ni a cual ir de raspas.

    —Tienes razón, mi Pato, pero no te expreses así de mis cuates.

    —¿Qué pasó con tu sentido del humor? Acaso debo aclarar que mis comentarios no llevan ninguna intención peyorativa. Al contrario, tú sabes la admiración que les guardo a todos ellos entusiastas apasionados de nuestra identidad nacional. Solo trato de imitar su estilo irónico para describir el verdadero perfil de nuestra raza mestiza, que es la tuya, la mía, y la de buena parte de nuestra comunidad universitaria, que no tengo duda, es la viva representación de nuestro pueblo. Y este lenguaje al que te refieres es el resultado natural, producto de una cultura popular abundante en modismos, sumada a una educación que privilegia a solo unos cuantos. Estos modismos, todos ellos considerados por la Real Academia, permanecen arraigados porque son términos que logran expresar verdaderos sentimientos, como es el caso de ñero o cuate que designan al amigo entrañable del barrio, que es garantía de lealtad; equivalente al compañero de ruta, como les llamaba Lenin a sus más allegados camaradas.

    —Tienes razón, mi Pato. Las universidades públicas son las que se han encargado de ampliar el estrecho mundo conceptual de muchos compañeros, que al igual que nosotros, en sus auditorios escuchamos por primera vez una orquesta sinfónica, en sus museos aprendimos a apreciar pinturas exquisitas como las de Remedios Varo, y en sus bibliotecas descubrimos el encanto de la lectura.

    Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.

    —Ya bájale, mi Wittgenstein oaxaqueño. Aunque te voy a decir que también los criollos son igual de raspas. ¿Te acuerdas de Carpizo Mc Gregor, aquel rector modosito que brilló en el sexenio del ex presidente Salinas? Otro güey más barbaján. Pues ya ves, con todo y sus elevados grados académicos y apantallantes apellidos, hasta la fecha anda de la greña, como cualquier verdulera, con el tamalero, ¿cómo se llama el güey ese que es caudillo católico de Guadalajara?

    —El Cavernal Íñiguez, Rey.

    —Ándale, no los has escuchado en los medios de comunicación. Cantinflas y Tin-Tán se quedan chiquitos.

    —Préstame tu atención. Realmente no hay motivo para sentirse acomplejado. Aquel Puma que no sea un ñerazo, que arroje la primera piedra.

    Además te voy a confesar que mi Princesa no precisamente pertenece a la nobleza, también tiene su historia.

    —Ese es mi Pato, por algo eres mi gurú. Aunque ya me pasaste a alburear, recabrón.

    —Me faltó agregar algo, Rey. La verdad es que nuestra generación lleva en la sangre la contracultura y la disidencia. Ya ves tú, por andar metido en esos pedos, de milagro saliste con vida de Tlatelolco.

    —Eso ya pasó, y por favor no vuelvas a tocar el tema. Mañana nos hablamos.

    —Okey, mi Rey. Discúlpame.

    Al día siguiente a primera hora, muy entusiasmado fui yo el que llamó a Jorge.

    —¿Qué crees, Patito? Nos vamos a ir en un Jeep fregoncísimo y adecuado para viajar, por si se nos ocurre ir a pueblear. Me lo prestó mi hijo; a cambio, le voy a dejar mi carro.

    —¿Me estás diciendo que sí vas, Rey?

    —Claro, anoche le llamé a mi esposa y le pareció buena idea. Te mandó muchos saludos y me encomendó que le llevara a Mary una máscara maya que recién trajimos de Palenque; seguro le va a gustar, está bonita. Ya está preparando el terreno para que en la primera oportunidad les caigamos los dos en Sanmi.

    —Cuenta con ello, es su casa. Pero ya rompe esas cadenas, se ve que te traen al pedo.

    —Pinche Pato, ya te veré dentro de unos años. Entonces el sábado paso por ti a las cinco de la mañana para no encontrar tráfico.

    —Ya está. Te puedo asegurar que la vamos a pasar bien.

    II

    CAMINO A SAN MIGUEL

    LOS PRESOCRÁTICOS

    S alí al cuarto para las cinco. De un costado de Perisur a Coyoacán se hacen pocos minutos, considerando que a esa hora no hay mucho tráfico. Ya por llegar a casa de Jorge, decidí llamarlo.

    —Estoy dando vuelta en Carrillo Puerto, mi Pato, llego en un minuto.

    —Muy bien. Ya tengo mis cosas en la entrada, cuando llegues voy a estar afuera.

    En el momento en que me estacioné, Jorge cerraba su puerta.

    —¿Con qué te ayudo?

    —Con la

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