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John Night: El misterio cuántico
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John Night: El misterio cuántico
Libro electrónico166 páginas1 hora

John Night: El misterio cuántico

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John siempre ha visto su mundo de una forma completamente opuesta a los demás a su alrededor. Pasó buena parte de su infancia y adolescencia en conflicto consigo mismo debido a los eventos ocurridos en determinadas situaciones por las que él pasó. Mal sabía que estos acontecimientos harían que su vida fuera modificada de forma sorprendente al punto de ponerlo en conflicto con la propia realidad presentada a todos nosotros.
La respuesta para todos sus cuestionamientos existenciales forma un rompecabezas que John Night sólo conseguirá resolver al comprender tales eventos.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento16 may 2019
ISBN9781547583546
John Night: El misterio cuántico

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    John Night - UENIO PAULO DE GOMES

    Para mi querido hijo, algo que sobrepasa el amor entre nosotros, complicidad de amigos de toda la vida, con sus secretos y peleas que se confunden en una disputa por un control de los videojuegos...

    El señor Calvo

    Corría el año de 1994, acababa de alcanzar la edad para empezar mi vida en el ámbito laboral, es decir, tenía dieciséis años. Aún no tenía en mente lo que sería de mi vida. Estaba saliendo de una situación extremadamente segura, la infancia seguida de la adolescencia, hacia una incertidumbre infernal en el horizonte. Esta era la dualidad vivida por prácticamente todo adolescente brasileño y por lo visto aún sigue siéndolo.

    Pasas por la infancia, luego por la adolescencia y de pronto llegas a la vida adulta sin ningún plan para ello, así de simple. Cuando salía a buscar empleo, te pedían experiencia para la vacante de tu primer trabajo. Sonaba bastante extraño, llegaba a ser jocoso, obviamente, no tendría ninguna experiencia que presentar por el simple hecho de que aún no tenía ningún tipo de experiencia.

    ¡Es el primer empleo, caramba!, pensé.

    Hoy la situación es un poco menos conflictiva para nuestro joven candidato a una primera vacante de empleo aquí en Brasil. Es posible conseguir prácticas durante la enseñanza básica, media y superior por medio de programas de incentivo para que empresas contraten a adolescentes a partir de los 14 años. Con eso, es posible tener algún mérito al poder incluir en el currículum por lo menos algunas líneas de experiencia de trabajos realizados.

    Yo quería un empleo, pero no necesariamente por querer mi libertad financiera. En aquella época, entre los jóvenes de la periferia, tener un videojuego de última generación significaba tener un buen estatus económico. Hoy en día era como tener un celular caro o ser un youtuber famoso.

    Yo era parte del grupo de los que aún no tenían un buen videojuego en casa. Incluso la televisión que compartíamos en familia no era de color. Aún sabiendo que sería horrible jugar videojuego usando una televisión en blanco y negro, yo quería tener uno. Era el sueño de mi infancia que mi madre hasta ese año no había logrado hacerme realidad.

    Esa era una tradición que siempre se seguía en nuestra casa. La mayoría de las veces, mi madre no podía proveernos de todo lo que pedíamos y creíamos que lo necesitábamos, pero siempre hacía que esas peticiones fuesen una forma de tener esperanza en algo. Sabía que ella no conseguiría atender a tal petición, pero siempre mantenía la creencia de que algún día, de alguna forma, aquello sería una realidad. Aunque no estuviese a su alcance.

    Siendo así, yo tenía en mente que necesitaba encontrar una forma de conseguir dinero para poder realizar mi sueño antes de que llegase a ser adulto — vivir como un criminal no era una posibilidad — si lo conseguía, sería una victoria. Pasarían meses o tal vez años solo dedicándome al arte de pasar niveles noche tras noche en los videojuegos.

    Con la convicción de que tendría que realizar ese deseo hasta el final de mi adolescencia, salí en busca de mi sueño digital.

    Aún no descubría el don que me elevaría al rango de defensor de los débiles y oprimidos, solo tenía en mente que existía algo que podría cambiar la realidad en la cual yo estaba atrapado.

    Estaba buscando un empleo y en aquella época no era nada fácil. En Brasil existe el temido período militar obligatorio, en el cual a los dieciocho años se debe servir al ejército de su país. De ese modo, las empresas no te contratan cuando estás a punto de llegar a esa edad, ya que si eres aceptado en el ejército y estás trabajando en una empresa, tendrá que pagar sus derechos durante ese período.

    En fin, aunque con todas esas dificultades citadas, con la ayuda de un primo de nombre Max, terminé consiguiendo un empleo de Office-boy en una tienda de decoraciones, La Casa. No muy bueno financieramente, pero me daría para comprar el tan soñado videojuego.

    En primer lugar, necesitaba una bicicleta, un Office-boy solo será un Office-boy si tiene una bicicleta para entregar sus pedidos a tiempo. Nunca tuve una bicicleta al menos en mis primeros 16 años de vida. La solución encontrada fue tomar prestada la de un amigo hasta que consiguiera comprar una.

    Karl era una gran persona. De familia pobre, como la mía, aún así, había logrado más cosas en su vida que yo hasta ese momento. El chico era muy esforzado, estaba seguro de que sería un adulto exitoso en el futuro.

    Llegué a la puerta de su casa y llamé:

    —¡Karl! ¿Estás en casa?

    De repente sale a la puerta un niño de piel oscura y medio desgarbado preguntando:

    —Soy John, ¿qué tal?

    —Querido amigo, quería pedirle un favor.

    Rascando su cabeza el chico responde:

    —Dime, soy todo oídos.

    —¿Recuerdas esa vieja bicicleta que usabas? ¿Podrías prestármela para que pueda comenzar a trabajar?

    Con una expresión de alguien que vio un fantasma, el dueño de la bicicleta preguntó:

    —Bueno, es extraño que quieras trabajar. Nunca te vi interesado en buscar trabajo. Ni siquiera ibas con los compañeros a vigilar el coche en las ferias...

    Yo con esa expresión de vergüenza le respondí:

    —Pero ahora es diferente, tengo 16 años y necesito trabajar.

    Una vez más sin creer, el chico de piel oscura indaga:

    —Lo sé. Habla ya. ¿Cuál es tu verdadero interés?

    Fui al grano:

    —Necesito tener mi primer videojuego, eso es todo.

    Karl, una vez más con expresión de espanto, dijo:

    —¿Es eso? Habla en serio, John. Hay cosas más importantes en la vida que pasar noches enteras frente a una televisión simulando vidas que no existen.

    En ese momento, le di un ultimátum.

    —¿Me la vas a prestar o no?

    Karl, con una expresión de duda dijo:

    —Sí, ya voy. Pero ten cuidado. Le tengo mucho aprecio a ese esqueleto.

    Esa bicicleta era un modelo muy antiguo, de esas de tipo cargueras. Neumáticos medio acabados, pintura bien rayada y ya comenzaban a aparecer algunas herrumbres debido al tiempo de uso y la exposición excesiva a las intemperies de este país tropical.

    Karl, el dueño de la bicicleta, era amigo desde los tiempos de campeonato de juego de fútbol callejero donde vivíamos. Era una buena persona, con una hospitalidad vista en pocas personas que había tenido contacto hasta esa época. A pesar de sufrir de discriminación por ser de piel oscura y pobre, no perdía su bondad.

    En segundo lugar, la empresa no pagaba el transporte, así que tenía que ir y volver en bicicleta si quería el empleo. Y todo por vivir en la periferia y porque la tienda estaba en el centro de la ciudad, la distancia era muy larga. Los chicos que trabajaban en esos lugares y vivían lejos, solían dejar la bicicleta en la empresa. Iban y volvían en autobús. Pero en mi caso era distinto, tenía que ir en bicicleta.

    Un detalle sobre nuestro país: es que buena parte de nuestras ciudades surgieron sin planificación alguna. Se crearon barrios sin planearlos, muchas veces parcelas clandestinas. Esto hace que generalmente esas regiones no posean lo básico para sobrevivir; es decir, un empleo, un trabajo para las personas que viven allí. Con eso, necesitan salir a buscar empleo en barrios más alejados. Incluso para comprar sus víveres o buscar el ocio es necesario salir de donde viven.

    Para mí no sería diferente, tendría que trasladarme a los demás barrios detrás de un empleo también.

    En tercer lugar, ¿cómo iba a comprar una bicicleta para poder devolver la de Karl si mi objetivo con el empleo era poder comprar mi videojuego?

    Con estos tres problemas yo estaba ante otro dilema entre los que siempre rodearon mi existencia aquí en la Tierra.

    Bueno, para el primer problema ya había encontrado la solución, tomar la bicicleta de Karl. El segundo no había manera de resolverlo, tenía que ir y volver pedaleando. De la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Para el tercer problema tenía que utilizar un artificio tan criticado entre los brasileños, pero que desgraciadamente todos practican en nuestro día a día: la manera de pedir las cosas.

    Hablé con Karl para que, en caso de que él consiguiera un empleo y necesitara la bicicleta, pudiésemos compartir la misma, y ​​así, yo le pagaría un alquiler simbólico por eso. Sin embargo, este empleo tendría que ser en un horario diferente al mío, pues, como yo había solicitado antes un empleo, tenía prioridad sobre la elección. Por si no lo sabían, existen algunos códigos de conducta entre amigos a esta edad que suelen valer y nos ayudan en esos momentos de opresión.

    Hice esta propuesta para él imaginando que, debido a la crisis,  el pobre chico no conseguiría un empleo tan pronto, pues, es un poco diferente de mi situación, él tenía 17 años, es decir, que ya tenía que irse preparando para el servicio militar ese mismo año, ya que cumpliría los 18 y que tenía que presentarse con los Boinas verdes. Siendo así, difícilmente lograría formar parte de la PEA (Población Económicamente Activa) de nuestro país por aquel entonces.

    Para mi sorpresa y completa miseria emocional, el muy pillo consiguió un trabajo en las mismas condiciones que yo le había propuesto. Como resultado, tuvimos que dividir la bicicleta. Él había conseguido un empleo para trabajar entregando pizza por la noche en la misma región donde yo estaba trabajando.

    Con eso, surgió un cuarto problema. Mi acuerdo con Karl no citaba la logística para emplear tal maniobra de compartir la bicicleta y como era de él, yo tendría que someterme al arduo ejercicio de aceptar el hecho de que iba a sufrir un poco más en mi breve y tan sufrida existencia.

    Terminamos por decidir que iría en bicicleta por la mañana y trabajaría hasta las cinco de la tarde, cuando él ocupara el puesto en su nuevo empleo. Él se quedaría hasta la medianoche en el trabajo y se iría con la bicicleta a casa, entregándomela cuando llegase al barrio en el que vivíamos o de mañana temprano, tan pronto como se despertara. Yo tendría que volver para ir del trabajo a la casa, ya que él recibía una ayuda de transporte en su trabajo y yo no recibía ninguna.

    Tenía que ir a pie o gastar un dinero que aún no había recibido de salario mensual. Dinero que no pensaba en gastar, pues, aplazaría aún más la realización de un sueño, aquel videojuego.

    Finalmente, decidí que iría a pie, por lo menos en los días en que no consiguiera una bicicleta con algún amigo. Había muchos Office-boys en aquella época y por coincidencia o no, buena parte de ellos vivían en la misma área de la periferia de la ciudad que yo y eran mis amigos de hace tiempo.

    Siempre que iba al centro de la ciudad con mi madre veía algunos niños de la calle llevando una bici en la parte trasera del autobús, encima del techo y a veces hasta debajo de ese medio de transporte, entre los ejes del vehículo. Era una locura lo que hacían. Creo que no tenían mucho que perder. Querían incluso divertirse jugando con la muerte.

    Les confieso que llegué a pensar en la posibilidad de unirme a esos chicos y hacer cola en los autobuses colectivos de la ciudad para volver a casa, pero, a diferencia

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