Como es sabido, Joseph B. Rhine (1895-1980) es considerado el padre de la Parapsicología, al introducir el estudio de los pretendidos fenómenos paranormales (percepción extrasensorial o PES, telepatía, precognición, etc…) en laboratorio. Hacia 1934, en la Universidad estadounidense de Duke (Carolina del Norte), los colaboradores de Rhine decidieron estudiar la supuesta capacidad de la mente para influir sobre la materia: la psicoquinesis o fenómeno PK.
PARAPSICÓLOGOS, ¿JUGANDO A LOS DADOS?
Si para cuantificar las facultades de PES se emplearon naipes de cartas con dibujos, para medir las pretendidas facultades psicoquinéticas, los parapsicólogos recurrieron a un simple juego de dados. Muy pronto, el rudimentario cubilete sería sustituido por un lanzador aleatorio de dados, con el que se evitaba un contacto físico por parte del experimentador o la persona que participaba en el experimento. Antes de que el lanzador se accionara, se solicitaba a la persona que pensara en un resultado (por ejemplo, el número cinco) y tratara de influenciar mentalmente sobre los dados. Luego, se contabilizaba cuántos cincos habían arrojado los dados. Esta prueba se repetía una y otra vez, hasta realizar un número suficientemente elevado de sesiones. Si la cantidad de cincos proporcionada superaba las de simple azar (esto es, una probabilidad entre seis o, lo que es lo mismo un 16,67%) con una holgura lo suficientemente significativa a nivel estadístico, se concluía que, efectivamente, la mente podía haber influido en el resultado de los dados.
Como ocurre con otros supuestos fenómenos parapsicológicos, los primeros ensayos parecían ofrecer resultados esperanzadores, al ser significativamente estadísticos. Tal posibilidad representaba un mayor desafío a la ciencia de lo que señalaban otros (1910-1979), que consideró que la hipótesis en favor de la PK resultaba tan desestabilizadora en el ámbito académico que sería recibida como una provocación. Y es que muchas personas estarían dispuestas a aceptar que pueden transmitirse mensajes telepáticamente a través de desconocidas ondas invisibles (como ocurre con las emisoras de radio), pero más difícilmente aceptaría que la mente pudiera ejercer cambios físicos sobre la materia. Es por ello por lo que los resultados obtenidos en aquellos primeros años de investigación (1934-1942) solo fueron divulgados en círculos restringidos y de manera casi extraoficial.