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Psique El eco de la oscuridad
Psique El eco de la oscuridad
Psique El eco de la oscuridad
Libro electrónico533 páginas7 horas

Psique El eco de la oscuridad

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Perseguida, agotada y llevada al límite de su cordura, Grace se enfrenta al peso de sus decisiones cuando recibe una noticia que la deja perpleja. Es capturada, sus aliados se dispersan y Jack, quien no tenía recuerdos de ella, descubre los secretos de la Sombra del Espíritu, su Schattengeist, y se embarca en una misión para rescatarla. Conoceremos
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 nov 2021
ISBN9789585107731
Psique El eco de la oscuridad
Autor

Iván R. Sánchez

Iván R. Sánchez es un escritor ‘discrepante’. Abogado, con varios estudios y una larga carrera en esta profesión. Un apasionado de la investigación que siempre ha escrito tanto ensayos y artículos sobre derecho, filosofía y estudios culturales, como literatura. Le gusta llevar la contraria y sus ocupaciones e intereses incluyen el arte y la música. Le encanta la ciencia ficción, la fantasía y el terror, pero lee de todo. También es cinéfilo, va a cine y ve series. Como escritor, tiene cuentos y varias novelas publicadas en un universo llamado «PSIQUE», así como una serie de aventuras para todas las edades: «La Biblioteca de artilugios». En la actualidad trabaja en varias obras de distintos géneros sobre monstruos, mundos fantásticos y aventuras espaciales.

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    Psique El eco de la oscuridad - Iván R. Sánchez

    Para quienes me leen - EL CIERRE DE UN CICLO

    Cuando terminé de escribir la primera de las partes de esta obra –de esta aventura llamada Psique– varias personas, incluyendo a mis editores, manifestaron cierto sentimiento encontrado frente a las sagas y que podría extenderse a seriados como este. Lo anterior fundamentado en varias razones válidas, como el hecho de que sean propias de la literatura juvenil traída de países anglosajones o que la narrativa de nuestro país tenga que responder a unos cánones específicos enmarcados, por supuesto, dentro de una cultura que vista así parecería más o menos homogénea. Lo anterior sumado al hecho de que no nos sentiríamos tan a gusto con nombres que no responden a nuestra cotidianidad, que no nos representan ni nos son familiares.

    Pues bien, por mi parte considero que la cultura comprende varios niveles a medida que nos encontramos cada día con un sinnúmero de obras del mundo entero, desde la última película de un director extranjero, hasta los refritos de toda la vida que fueron escritos desde la óptica de países en los que piensan muy distinto a nosotros. Las historias son universales o al menos tienen el potencial de serlo, de manera que a pesar de que mi primera obra tenga nombres que no le vamos a encontrar al compañero de oficina, ni a la amiga de la universidad, está claro que los embates del amor, que las consideraciones sobre el lugar ocupado en el universo y que la forma de afrontar las crisis y de enfrentar a las sombras que acechan nuestras vidas, no van a ser diametralmente distintas a las de cualquier otra persona. Yo he tratado de reflejar estos aspectos en estos libros.

    Así las cosas, «El despertar sombrío», «La sombra del espíritu» y este libro son obras independientes que pertenecen a un mismo universo literario y que están, por supuesto, conectadas. Pero no se necesita ninguna de ellas para leer las otras y todas son historias autoconclusivas.

    Los capítulos que les presento a continuación son el cierre de esta historia que abarca varias generaciones y que busca dar continuidad a algunos de mis personajes favoritos al igual que volver sobre las cosas que me llevaron a escribir sobre la complejidad de la Psique y su manifestación en un mundo distinto, uno propio, fantástico si se quiere.

    Las diferentes atribuciones a países, ciudades y demás nombres propios tenían que ver con la ausencia de localización específica de la historia y por eso eran meras letras, cosa que he cambiado para esta entrega, para revelar todo y contar la historia completa. La referencia a cada año ha servido, ante todo, para narrar lo que pasa en un sentido ordenado y para que todo tenga sentido.

    Les presento las perspectivas de diferentes seres, al igual que la intrincada realidad de un mundo tan real como el nuestro en el que tal vez puedan identificarse, como lectores, con las necesidades y gustos de los personajes, pero del cual espero que puedan extraer algo significativo para sus vidas desde cualquiera de las perspectivas de quienes viven, existen y mueren dentro de su propio orden universal, aun cuando este pueda ser considerado como puro caos.

    Bienvenidos a estas historias de fantasmas, espectros, sombras, apariciones y demonios. Esta no es tan solo una historia de terror ni de horror; es, tan solo, un conjunto de relatos sobre la vida y la condición del ser humano. Gracias por seguirme y llegar hasta acá. Ha sido un enorme placer traerles estas páginas y ya nos encontraremos de nuevo en las que vienen, en otros universos.

    Iván R. Sánchez.

    Primero, hubo oscuridad. Después vinieron los extraños.

    Dr. Daniel P. Schreber: «Dark City»

    PRIMERA PARTE

    Juegos de sombras

    1. La calma antes de la tormenta

    La gente no se hace mejor, solo se vuelve más inteligente. Cuando te haces más listo no dejas de arrancar las alas a las moscas, solo piensas en mejores razones por las que lo haces.

    Stephen King

    Grace

    2019

    Alrededores de Wilmington, Nueva York (EE. UU.). 25 de septiembre

    Hasta ese instante su vida no había sido otra cosa más que una sucesión de actos ajenos, extraños. Ella se convirtió en la última pieza de una línea bien formada de eventos que podrían llegar a cambiar el mundo. Pero no supo cómo conseguirlo y tampoco tuvo a alguien –o algo– más sobre quien caer; así que cualquier cosa que afectara ese destino estaba solo en sus manos, aunque no lo quisiera. Había pagado un precio muy alto: todo el amor que había conocido en los últimos años le había sido arrebatado. Quien bien habría podido ser la pareja perfecta para ella, así como el mejor amigo que jamás lograría tener –Ethan– y, por supuesto, su madre.

    La tristeza se convirtió en ira y esta en muchas otras sensaciones que chocaron con lo que terminó siendo el despertar de su consciencia. Y a este suceso le siguieron otros, muchos otros: se convirtió en otra persona, en alguien frío, en un ser despiadado. Claro, era necesario, era un asunto de supervivencia. [O tal vez eso es lo que quieres pensar]. Ahí estaba la voz, su padre, su consciencia, ya no estaba segura de nada. Era la maldición que aquejaba a la Psique: las voces, que no la abandonarían nunca, no la dejarían en paz jamás.

    Además, estaban ellos, que llegaron para arrebatárselo todo y que casi lo logran.

    Ese mismo destino, del que ahora hacía parte de forma consciente, al que había decidido plantarle cara y enfrentar, la había convertido en la líder de los suyos, cada vez más perseguidos y escasos. Ella era la encargada de dirigir la guerra contra ellos. Era su derecho, no solo a sobrevivir sino a estar tranquilos.

    Su radio no respondía. Habían bloqueado la señal sin contar con que sus propios pensamientos parecían minados y entorpecidos. Algo no iba bien. Temía por sus compañeros, aunque esperaba que el entrenamiento de los últimos meses los hubiera endurecido, que los hubiera preparado para lo sofisticados que se habían vuelto sus enemigos, ahora que estaban acorralados. Con este ya eran una decena de complejos desactivados en todo el país, así como en varios otros sitios que les servían como líneas de suministro.

    Sentía un pitido débil en su oído e incluso podía percibir el zumbido apagado de la trampa que les habían tendido para detenerlos. Era una red electrostática con la frecuencia que ellos pensaban que era infalible para bloquear sus habilidades.

    Jack y ella eran especiales. Los pocos agentes enemigos que lo descubrieron habían encontrado su fin. En manos de ella, pues Jack se resistía a usar sus poderes de forma agresiva y tenía la manía de dejar escapar a los enemigos, con la excusa de que era suficiente afectar su orientación al igual que sus recuerdos. Sin embargo, ella sabía que su padre era el único con la experticia para alterar el intrincado mundo de los pensamientos y que, aunque ellos dos tuvieran habilidades extraordinarias, no podían hacer nada que resultara duradero. La solución más efectiva era acabar con todos, en especial si eran agentes valiosos, si tenían algún potencial particular o si eran importantes de alguna forma para la organización enemiga.

    Jack y Sarah ya no contestaban. Tal vez habían pasado unos pocos minutos, pero no podía estar segura porque su cabeza empezaba a doler. Sin saber de dónde provenía ese maldito zumbido, era muy difícil hacer algo al respecto.

    Allí, en medio de aquel complejo, abandonado pocos minutos atrás, luego del posible aviso de alguien que los ‘viera’ venir, aguardaba por quien fuera que la maldita Organización pensara que era rival para ellos, o mejor, para ella. Podía parecer llena de soberbia, pero ella y su grupo eran los más dotados de todos los suyos y prácticamente los únicos que quedaban.

    Que les tendieran una trampa le resultaba inconcebible. Nadie sabía que ellos irían, salvo por Will, quien planeaba las cosas y se quedaba en la base de operaciones. Era un aliado, pero no era como ellos, no tenía cómo entender del todo lo importante de acabar con la Organización, aunque estaba más que dispuesto. Tenía sus propios motivos.

    Sus aliados se comunicaban con ella a través del vínculo telepático creado por Sarah y reforzado por Jack. Sus radios solo funcionaban en una frecuencia corta y por tanto a poca distancia. Esta forma de comunicación tendría que ser imposible de rastrear en principio. Todo eso era confuso, no entendía. El zumbido le causaba una incomodidad que crecía con cada minuto mientras exploraba la bodega en búsqueda de la verdadera trampa: ser emboscada por un pelotón de mercenarios, quizá un trío de Inquisitorem o ‘Inquis’ –los sicarios especializados en matar a los de su clase– o varios agentes en formación delta. Esperaba que al menos la sorprendieran con algo que valiera la pena.

    Maldito zumbido. Estaba advertida sobre eso, conocía sus efectos en los suyos: a algunos les causaba serios dolores de cabeza mientras que a otros les hacía perder el conocimiento con extrema facilidad. Podía causar mareo, vértigo e incluso vómito. Pero para ella era solo una sensación molesta y lo que dormitaba en su interior se removía como un sabueso que antes que gruñir tiembla de ira hasta que ataca sin ningún ladrido de advertencia. Su intuición le escocia las entrañas por la sensación creciente de encontrarse caminando hacia una emboscada.

    Descartaba que se tratara de precognición, detallada en las investigaciones del doctor Hans, algo en teoría posible, pero que a ella le resultaba difícil de creer. Le parecía una fantasía que alguien pudiera anticiparse a las decisiones de los demás. Eso ya sería algo que violentaría las leyes de la existencia. Ella misma entendía, con bastante suficiencia, al universo y conocía la razón de sus habilidades, pero esas otras cosas, esos aspectos los dejaba para las investigaciones pseudo paranormales de Sarah, quien trabajaba a diario en cada proyecto con el fin de usar la corriente de pensamiento para traer de vuelta a Ethan desde el otro lado. Pero eso no existía, ella lo sabía, la muerte era el final de la consciencia, así como del cerebro, y con ella desaparecería todo rastro de cualquier cosa que constituyera a una persona.

    Sus cavilaciones fueron interrumpidas por quien ella esperaba. Aquí está, pensó, con la firme intención de alcanzar la mente de Sarah, lo que era mucho más efectivo que la comunicación por radio. Pero sabía que la red electrostática podía tener un efecto bloqueador sobre la capacidad para comunicarse con su compañera y mejor amiga, así que era posible que tuviera que ocuparse sola de quien fuera que le hubiera tendido esa trampa.

    No podía perder tiempo, pero también era necesario que se contuviera. Will le había pedido que esta vez tratara de capturar a alguien. Ella sabía que era inútil, ninguno de ellos hablaría por su propia voluntad, aun los más inexpertos de ellos eran agentes bien entrenados y muy difíciles de amedrentar. La Organización los ‘reclutaba’ a corta edad, sin contar con todos los que en realidad eran arrebatados de sus familias desde niños y luego reentrenados hasta olvidar sus vidas y convertirse en herramientas, en soldados dentro de una guerra que no entendían pero que para ellos estaría justificada en un fin superior. El peor tipo de esclavos, sometidos por una idea.

    Por otra parte, los intentos de sacarles información a través de las habilidades de Jack fracasarían; debido a la naturaleza de los implantes que la misma Organización les introducía en el cerebro, casi a la mitad del cerebelo, agarrados con unas abrazaderas que desgarrarían las partes fundamentales del cerebro central y del sistema límbico en caso de ser extraídas a través de un procedimiento quirúrgico. Los agentes creían que los implantes estaban allí para protegerlos de aquellas criaturas que desafiaban la creación y que eran aberraciones de la energía fundamental de la vida –a la que llamaban Vril, así como a su organización–; pero los implantes eran, en realidad, una forma de contener cualquier manifestación de habilidad de esos a quienes capturaban. Entonces servían para bloquear –tanto de adentro hacia afuera como en sentido contrario– las ondas de pensamiento. Aquello que los protegía de los demás, también les evitaba usar sus propias habilidades.

    La poca iluminación en la estancia no le permitía ver bien a la persona cuya silueta se dibujaba en la distancia, a varios metros de ella, tal vez dentro de lo que su enemigo consideraba ’seguro’. Sus acciones respondían a la velocidad de su sinapsis neuronal. En su caso, cada pensamiento se formaba y concretaba en una acción en fracciones de segundo. Además, si se concentraba lo suficiente, era capaz de hacerse una con su sombra, con la extensión de su mente que se desprendía de su poderosa Psique. Entonces se volvía invencible, aunque esto lo guardaba como última opción ya que resultaba agotador. Debía conservar sus fuerzas, ser cauta, al menos hasta reestablecer el contacto con sus amigos, hasta tener clara una ruta de escape y calcular las probabilidades de evitar cualquier tipo de baja en su equipo.

    Se concentró solo un poco y algunas cajas se encendieron en llamas, muy cerca de la figura que esperaba por ella. Quería causar alguna clase de respuesta, que alguno dentro de la veintena de hombres que aguardaban afuera, todos armados con subfusiles de asalto, entrara al complejo para que se desatara el caos. Entonces ella haría lo suyo, algo sutil esta vez, y acabaría con todos a excepción de la persona de adelante, el de la silueta, el que osaba confrontarla. Al tocar la superficie de su verdadero poder, durante un instante, los pudo ver, tan claro como veía desde que no necesitó más de sus anteojos.

    En medio de la conflagración, y gracias a las luces amarillentas y lúgubres de las llamas, logró distinguir a una figura que le resultaba familiar. ¿Quién era? La imagen de ese hombre trajeado la impactó profundo, y por un momento pensó en que el suelo se le derrumbaría. Pero lo que sobrevino fue una insondable sensación de vértigo atenazada por una vibración que emanaba, como respuesta, desde su interior.

    Era él, maldita sea, aunque no, no era posible.

    —Grace, no es necesario que… —Su voz, algo estaba mal—. Estoy aquí para que evitemos una masacre. Hemos capturado a tus aliados. Lo de Canadá fue un duro golpe a nuestra estructura, al igual que cuando destruyeron los otros laboratorios e instalaciones. Pero esas son victorias pírricas. ¿Sabes? Dominamos este mundo, contamos con el apoyo de quienes controlan todo. La nuestra es una cruzada por proteger la creación, por garantizar el equilibrio de la especie humana. Nuestra misión es proteger la realidad.

    Lo dejó hablar. La cabeza le dolía. Era la combinación del maldito zumbido con la vibración del interior de su propio ser que le advertía sobre ese hombre que pretendía ser quien ella conocía desde siempre. Una presencia que se hallaba en su interior y cuya apariencia conocía a la perfección, cuya voz resonaba en su memoria desde el primer momento en que sintió su amor.

    —Maldito impostor —ella habló en voz baja, casi en un susurro—, esta es una jugada muy baja, incluso para ustedes.

    El hombre dibujó una sonrisa, visible por encima de esa máscara de piel recién cicatrizada. Su sombra recogía energía del ambiente y buscaba conexiones hacia otros lugares más alejados, se proyectaba en busca de poder. Mientras sentía que cada respiración le daba más control sobre la realidad a su alrededor, percibió la minúscula red eléctrica del microcircuito dentro del implante en la cabeza de ese hombre. Solo bastaba una ligerísima sugestión, un pensamiento diminuto, para desactivarlo. Algo insignificante, como ese hombre al que habían disfrazado como su padre, en un intento casi pueril por confundirla, por apelar a sus sentimientos para reducirla. La habían subestimado de nuevo. El implante dejó de funcionar, solo necesitó alterar un par de electrones para que una resistencia se fundiera y el aparato fuera solo un trasto incrustado en el cerebro del hombre.

    Impostor. Tú no eres John. Le habló directamente a su consciencia para ponerlo sobre aviso. No eres mi padre, él era alguien muy especial y tú, en cambio, solo eres basura. [Basura muerta].

    Sintió la ira, estaba muy cerca de completar una fusión absoluta con su sombra, pero en las últimas ocasiones su transformación se había hecho más notoria y algo en ella parecía mutar en el momento en que se dejaba ir, de modo que volvió en un instante a su estado inicial. La vibración en su interior no cesó, como si ahora habitara allí algo hambriento de acción, con sed de confrontación. [De sangre].

    Removió con rapidez ese pensamiento de su cabeza y caminó de forma decidida hacia el hombre que intentaba pedir refuerzos a través de su intercomunicador.

    —¡Código rojo! —El hombre hacía un esfuerzo porque no se le quebrara la voz—. ¡Avancen!

    Grace se acercaba con paso sosegado, decidida y sin hacer mayor ruido. Acechaba a ese hombre mientras se concentraba en hacer un barrido hasta donde alcanzaba su percepción y determinar el grueso de sus enemigos al igual que ubicar a sus aliados. Ella había dañado su intercomunicador un momento atrás, había sido más fácil que el mismo implante.

    —¡Maldita sea, avancen, me van a matar! —Al fin, dejó de insistir con el radio que ya no funcionaba.

    Ella dio un par de pasos más mientras respiraba lento y resoplaba, tragándose toda su ira. Quería calmarse, quería dejarlo con vida, quería llevárselo a Will para que lo interrogara. Pero también quería convertirlo en ceniza o incluso… [hacerlo estallar en mil pedazos].

    El hombre quiso huir, pero sus propios pies no respondieron. Dos alambres, de entre los anaqueles de la bodega, lo aprisionaron de un momento a otro. Ni siquiera se dio cuenta a qué hora sucedió.

    —Es verdad, ¡eres un maldito monstruo!

    Grace respiró y pensó en el alambre: era maleable y dúctil, y no podía resistirse a ella; nada podía hacerlo. La presa, que antes solo impedía que el hombre huyera, empezó a lastimarlo.

    —¡Desgraciada, aberración…! ¡Suéltame! —La cara del hombre enrojeció y, al tratar de doblar su cuerpo para agarrar una de sus piernas, esta comenzó a sangrar.

    —Eres como yo, estúpido —esta vez habló en tono normal—. Hacemos parte de este mundo, somos el siguiente paso. Ríndete y tal vez puedas volver a caminar, quizá te deje con vida. Solo debo esperar a mi compañero y él sacará toda la información de tu pequeña cabeza, escoria, ni te darás cuenta.

    —No lo entiendes —El hombre volvió a sonreír—, lo que hay dentro de ti es una aberración, igual que tú. Lo que llamas ‘sombra’ es una criatura ajena a este mundo, a esta realidad. Algo que se alimenta de muerte y destrucción. Al final acabará por consumirte.

    —¿Qué? ¡Te equivocas! Vas a decirme cualquier cosa para salvar tu vida.

    Grace dejó salir un poco más de su poder. Los estantes metálicos en los que se apoyaba el hombre se calentaron en un instante y se pusieron al rojo vivo. El olor a ropa y a cabello quemado empezó a inundar el lugar.

    —Esa cosa terminará por destruirte y a todos los tuyos. No importa que me cocines aquí mismo. He visto lo que has hecho. ¡Eres una asesina!

    —¡NO!

    Su respuesta retumbó en toda la bodega. Grace hizo que el metal se enfriara, pero retomó la presión sobre la pierna sangrante del hombre. Aún sin una pierna podía ser interrogado. Jack, ¿dónde estás? Intentó alcanzarlo con sus pensamientos, pero no parecía haber rastro de su compañero en las cercanías.

    El hombre se retorció de dolor, el metal traspasó su pierna e hizo presión de forma directa sobre el nervio peroneal. Gritó, adolorido, aunque a Grace pareció no importarle, estaba concentrada en buscar rastros de sus amigos.

    —Te… te… tenemos a tus compañeros.

    ¿Acaso había escuchado sus pensamientos? Grace liberó la presión sobre la pierna, pero hizo que la punta del alambre se introdujera en la carne, al interior del músculo, con suficiente cuidado para no tocar una arteria o una vena mayor.

    —Habla, dime dónde están.

    —Afuera, a unos tres kilómetros en dirección al norte. Un convoy militar, ellos fueron ubicados en el vehículo blindado.

    —¿Cuántos agentes hay?

    —Solo una docena, pero hay al menos unos treinta mercenarios. No podrás salir vi…

    Grace apretó de nuevo la pierna. El hombre se arqueó por el dolor y en su agonía le habló de nuevo.

    —¡No! —El agente usó lo que parecía ser su último aliento, aunque Grace solo pretendía hacerlo desmayar—. Déjame ir y te diré dónde está tu madre.

    Ella se detuvo en seco y soltó la presa sobre el hombre.

    —Mi madre, ¿está viva?

    2. Otra época… Un presente lleno de arrepentimientos y temores

    Doktor Hans Zchreber

    1953

    München (Deutschland). Herbst

    (Inicio del texto traducido)

    Lieben Leyna:

    Debo empezar por decir que lamento mucho todo lo que ha pasado y espero que algún día puedas perdonar a este viejo. Me he equivocado y con mis errores he arrastrado a muchas personas. El ser humano no debe ser cargado con pesares y responsabilidades más allá de los límites de su propia existencia. Nadie debería haber sufrido los horrores de los últimos años. Menos aún, aquellos de los que soy responsable directo.

    Escapar de mi destino es imposible. La curiosidad ha marcado mi vida y es poco lo que puedo hacer en estos momentos para establecer una altura moral diferente de la de alguien que busca la verdad, que ha luchado toda su vida para conseguir lo que las mentes menos preparadas apenas sueñan: el progreso, el máximo potencial de la condición humana.

    Herr Jodl ha estado al tanto de todo. Me ha ayudado ahora que las manos me fallan y que el pulso se ha alterado. ¿Qué puedo decir? Siempre he tenido el sueño tranquilo y aún las cosas que han pasado delante de mis ojos no han evitado que siga. Quizá ese sea mi problema, que soy ante todo un pragmático.

    Me sobra decirte todo lo que he perdido. Eran sacrificios necesarios, es el destino y algún día la historia tendrá que absolver a la ciencia. No hay otra forma de lograr estos avances sin que alguien deba ensuciarse las manos. La propia distancia a la que me has sometido es un castigo más grande que cualquier infierno, aunque estoy seguro de que después de que muera también tendré que someterme a lo que sea que el Señor tenga asegurado para mí.

    Ayudará que leas esto con calma. Ya mis días sobre esta tierra están prontos a acabarse. Aunque me encuentro bastante lúcido, ya no resisto las largas horas privado del sueño y la exposición constante a las drogas, los químicos de los laboratorios, la radiación... tantas cosas, han acabado por mermar mi otrora recia salud.

    Lo he pensado durante mucho tiempo y tal vez sea hora de retirarme para disfrutar de los años que me quedan en un sitio más tranquilo, pero el peso de los deberes me puede y estoy seguro de que pronto lograré un avance significativo en mis investigaciones que satisfaga a Herr Michael (mein Namensvetter).

    Dejaré algún día las cadenas que me he impuesto y quizá abandone las investigaciones, o tal vez ya no exista otra cosa en mi vida. A veces no lo tengo tan claro, en especial en los días en que me duelen las manos. He sobrevivido a dos guerras mundiales e incluso a la división de mi país luego de la última. Pasé del reconocimiento público por la naturaleza de mis investigaciones a tener que ser escondido para no generar problemas con los extranjeros que ahora dictan cómo deben ser las vidas de todos en este mundo ‘moderno’.

    El día en que ingresé a estudiar física fue uno de los más felices de mi vida aun cuando mis logros no sirvieron de nada y fui reclutado en la primera guerra para servir como médico. Dos años después, incluso en medio de la guerra, ya era un médico bastante capaz, solo necesité de un poco más y de la ayuda de la universidad de B., tras la guerra, para conseguir titularme. Luego, otro año más. Completé mi tesis, me convertí de lleno en un físico… Pronto tendré que dejar de escribir porque mis manos ya empiezan a atenazarme con el dolor y no quiero empezar con los opiáceos porque estos minarán mi percepción y en estos momentos me es fundamental estar lúcido.

    Tratamiento. Sí, he pensado en varias cosas que podrían funcionar. Incluso, desde algunas de las áreas de especialidad de mi propio laboratorio, pero estoy seguro de que lo que más precisa ahora mi cuerpo es un poco de descanso. Ese momento llegará, a pesar de que no tengo la certeza de cuándo. Por ahora mantenerme ocupado es la mejor forma de dejar a un lado los achaques propios de mi vejez.

    Funciona, y cada día me convenzo más de que lo que mantiene animado al espíritu no es otra cosa que el trabajo, que hacer algo que llene, que tenga el cerebro ocupado en debida forma. No solo ocuparse de algo, no se trata solo de permitir que el tiempo transcurra; se debe buscar también algo que tenga significado, que justifique nuestra presencia sobre esta tierra. Algo trascendental.

    Perdona por todo lo que te he hecho pasar. Con el tiempo han venido algunos arrepentimientos y, aunque no soy prisionero de la nostalgia, lo que más lamento ha sido no haber pasado el tiempo que resultaba justo y necesario al lado de tu madre y de ti. Me alegró mucho verte, saber de tus logros y de que ya has encontrado gran parte de la felicidad y la satisfacción por tener una vida tan plena como has querido.

    La niña, mi nieta, está preciosa y espero que nos veamos pronto para alzarla en mis brazos y que al menos sepa que tuvo un abuelo, uno que no pudo vivir una vida convencional pero que tal vez ayudó a dar forma al mundo de manera imperceptible.

    Falta mucho para las fiestas, así que te pido que busques cómo venir hasta acá, porque sabes que debo tramitar la visita con tiempo. Sí, me has dicho que en mi condición parezco un prisionero, pero no puede ser de otra manera o tendría que haber sufrido el mismo destino que mis colegas en los juicios de N. Lo cierto es que fusilado no le habría servido a nadie. Esto es lo mejor para mi condición y para guardar las apariencias ante los extranjeros.

    De todas formas, tienes que saber que todos los días pienso en ti y no solo para lamentar mis decisiones, pues las mismas han estado reducidas a las posibilidades y vicisitudes de cada momento particular. También es claro que era mi deber velar por ti y facilitar tu vida para que tus decisiones fueran más libres que las mías, aunque siempre me habría gustado que utilizaras tu talento en cosas diferentes a las tareas del hogar y el cuidado de tu esposo. No me malinterpretes, él es un gran hombre y tengo la seguridad de que las ama, tanto a ti como a mi nieta. Pero eso no deja de lado que el mundo necesita más mentes brillantes como la tuya para no quedarse atrasado por cuenta del fanatismo y el oscurantismo.

    Información… Preciso mucha información de ustedes, más de lo que me has contado en tus cartas. He de decirte que desde que las contestas mi vida ha mejorado; mis días son más felices al saber que cuento con ustedes, a pesar de no poder verlas casi nunca. Tal vez el mundo cambie en algún momento, pero para ese entonces temo que estaré muerto y es por eso que espero que mi legado ayude a construir una sociedad diferente, racional y dispuesta. El único camino es el conocimiento, que no sería nada sin el saber.

    Ellos me han dicho que continúe, mi trabajo es importante. Los días seguirán pasando para mí entre las ocupaciones, las investigaciones, las batas blancas y azules; al igual que la iluminación artificial y las condiciones de trabajo extrañas a las que estamos sometidos desde que mis labores están condicionadas a las circunstancias que ya conoces. Soy un criminal a los ojos del mundo y un héroe para nuestro país, pero mi medalla solo quedará cincelada en mi lápida.

    Están tocando en la radio una de mis canciones favoritas: «Klavierquartett A-Moll» de Mahler. Me hace pensar. Se vienen días de calma y la paz es una idea universal que mi mente escéptica no acepta del todo, pero para eso bien sirve mi fe. Restablecida desde el día en que regresaste a mi vida.

    Cerca de mi lugar de vivienda hay una granja que me recuerda a mi padre. A veces pienso en lo que habría sido mi vida de no haber tenido esa curiosidad incesante y de no haber buscado respuestas en la ciudad. Tal vez habría muerto en las guerras o habría vuelto a casa para dedicarme a arar la tierra por el resto de mis días. No lo sé.

    Ponte a pensar en todo lo que amabas el campo cuando tu madre vivía. Sé que las tierras de nuestra familia fueron ocupadas por los rojos, y tengo claro que es probable que no podamos ir allá, al menos no mientras yo viva, pero haré lo posible por dejar suficiente para que ustedes puedan recuperar lo que nos pertenece, cuando llegue el momento.

    A veces extraño tantas cosas. Y sí, te dije antes que no soy melancólico, pero me parece que con la edad la memoria y el uso de los recuerdos, uno se convierte, de manera ineludible, en alguien que se aferra al pasado, así sea para buscar alguna excusa para sonreír.

    Salvo por Herr Jodl, son pocos acá quienes recuerdan los viejos días. Yo soy alguien condenado por la memoria, hijo del siglo pasado, víctima de la modernidad y de la era industrial al igual que un pionero, aunque para muchos no soy más que un viejo que debe retirarse para que otros ocupen su lugar. Pero, si te he de ser sincero, aun no hay nadie acá que pueda ocuparse de mi investigación y varios de los ayudantes recién reclutados no han dado la talla. Lo lamento por ellos porque tengo claro lo que pasa con quienes no sirven a la causa. Voy a dejar de divagar por ahora y a esperar a que puedas venir a verme con la niña.

    Con todo mi amor.

    Hans.

    (Fin del texto traducido)

    3.Una pesadilla recurrente

    Verá. He estado tratando –de recordar de forma clara las cosas de mi pasado–, pero entre más trato de pensar hacia atrás, más empieza a desenmarañarse. Nada del mismo parece real. Es como si solo hubiera estado soñando esta vida y cuando finalmente me despierte seré alguien más: alguien por completo diferente.

    Eddie Walenski: «Dark City»

    Daniel

    1975

    Baltimore, Maryland (EE. UU.). Diciembre

    No pude dormir.

    Me observé en el espejo por enésima vez. No, ya no lo veía. Aquella cosa, fuera lo que fuera, lo que antes me sonrió con un gesto macabro, justo detrás de mí, había desaparecido. Quizá me había vuelto loco… bueno, o no he dejado nunca de estarlo.

    Mis episodios empezaron desde la niñez: extrañas criaturas con alas de oscuridad en forma de manos que se creaban a partir de las sombras de mi habitación. Los pasillos se estiraban y las puertas parecían contener pasajes etéreos hacia mundos y realidades ajenas. Aunque sacaba algo bueno de eso y me imaginaba la verdadera naturaleza de algunas personas. Los percibía como extraños seres deformados, degenerados. Claro, sabía que en los rincones se escondían monstruos, que las paredes podían tener criaturas que intentaban escapar de su realidad y aterrorizar la nuestra; que no existía en verdad ningún lugar seguro.

    Con el paso del tiempo lo dejé atrás, eran las fantasías de un niño traumado. Sobreviví a eso y a cosas mucho más graves. Todo era cosa del pasado.

    Pronto serían 40 años, eso creía al menos, aunque en momentos como ese volvía, de forma obligada, al principio, a la oscuridad y al misterio de mis primeros años: mi origen.

    ***

    Aparecí en un orfanato en 1947, cuando tenía casi doce años, con unas ropas simples, una manta y un tatuaje tenue con números en la parte inferior de mi brazo izquierdo, debajo de la muñeca. No recordaba quién era, ni cómo se llamaban mis padres. No tenía memoria del rostro de mi madre ni de cuándo aprendí a montar en bicicleta ni menos aún de cómo llegué a leer y escribir. Pero arribé a ese sitio con muchos más conocimientos, y aunque no recordaba nada de lo ocurrido durante la semana anterior –¡maldita sea!–, ni siquiera del día antes… en cambio sabía cómo resolver complicadas operaciones matemáticas, tenía conocimientos de biología, historia, literatura y otras cosas. Incluso –aunque eso, por sentido común y la intuición que me ha acompañado toda la vida, me lo guardé–, sabía hablar varios idiomas, sin reparar en forma específica en cuál era mi idioma natal. Era como si hubiera estado recibiendo educación especial, durante años, pero no lo recordaba. Entendía muchas cosas, eso sí, más de lo que se encuentra al alcance de un niño. Y menos por esa época.

    Así, no necesité de mucho para adaptarme a aquel sitio. Me hice cargo de los más pequeños, les enseñé a varios lo necesario para sobrevivir. En ese momento ya era muy grande para ser adoptado pues las personas preferían niños de hasta tres o cuatro años, aunque no era que tuviera alguna ilusión al respecto. Era como si conociera mi destino: estar solo. Estaba a gusto con esa idea. Era tranquilo, dedicado, con una paciencia y disciplina que no parecían corresponder con las de alguien de mi edad.

    La guerra había terminado dos años atrás, muchos de los que habitaban el orfanato habían perdido a sus padres a causa de los bombardeos, o resultaron abandonados luego de que sus madres se vieran ahogadas por las deudas de hogares que no tenían quienes los sostuvieran, en países que estaban al borde de la destrucción y la ruina por cuenta de los enfrentamientos globales.

    El doctor vino a buscarme un par de semanas después de mi arribo al orfanato. Al verlo, supe de inmediato que se guardaba algo. Mi intuición me decía que ese encuentro no era una casualidad. Cuando lo conocí ya era un hombre muy mayor con los ojos enjutos bajo unos pequeños lentes que olvidaba sobre su nariz. Siempre parecía distraído, ensimismado con algún pensamiento fugaz que quizá trascendía la razón de las personas convencionales. Tenía una apariencia descuidada, una pequeña barba de candado con un bigote afilado –muy a la moda de ese tiempo– y un sombrero eterno que cubría

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