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La Brecha
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Libro electrónico54 páginas48 minutos

La Brecha

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Es imposible escapar a todas las brechas que nos persiguen a diario a causa de nuestra naturaleza emocional, cognitiva, existencial. Hay varios escenarios con algunos dramas cotidianos que te presentaré en este libro donde serás capáz de encontrar tu propia brecha que te impide seguir con el ritmo de vida proporcionar al condicionamiento menos erróneo. Ser feliz es una tarea que requiere cuidado, comprensión, afecto. Al tener todas tus brechas cubiertas, no volverás a ser el pastel estropeado que has sido hasta ahora. Elimina los surcos de tu vida que sólo te han hecho tropezar en el mismo una y otra vez. Avanza hacia la cima de esa montaña llamada vida y verás el propósito de tu vida tan claro como la tierra prometida. 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 abr 2020
ISBN9781393486718
La Brecha

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    La Brecha - D. S. Drwinland

    D. S. Drwinland

    LA BRECHA PERDIDA

    Algo oscuro me espanta. Usa una capa marrón y su rostro se pierde en el desacierto espeso de la noche. Hay una sola vela encendida. Todo pasa muy rápido. Si no bebo la leche que contiene el biberón, el cuco me comerá, el mismo que ha venido ha buscarme.

    ―¡Bébete la leche, Pues no tengo toda la noche! ¡Bébetela o, el cuco te comerá! ―Repetía mi madre en medio de mis lloriqueos―.

    Aquella noche, pude ver algo a través de la puerta del recibidor. Una presencia desconocida capaz de sentirse su tamaño, su asperidad, su terror. Llegué a pensar que era el monstruo viejo y con barbas que se llevaba a los niños malcriados en un saco. No era que se llevara a los niños en un saco lo que nos asustaba a todos los niños, sino lo que nos podría llegar a hacer después, según las personas del pueblo: sacarnos las tripas, los ojos o algún órgano del cuerpo, para venderlo después en el extranjero a gente de dinero con necesidad de un riñón u otro miembro. Desde entonces, duermo con miedo. Un espanto terrible arropa mi cama y sólo me siento resguardado si tengo el mosquitero o la sábana encima.

    Cuando veía por la brecha que permitía la entrada de la llave a mi habitación, nervioso al escuchar los pasos de mi madre cada vez que venía a castigarme por cualquier motivo que le pareciera, en vez de ver la otra habitación de enfrente (el cuarto de mis padres), era otro lado oscuro y extraño a mi conocimiento lo que contemplaba. Al principio alguien caminaba por la sala durante las noches, mientras la luz se dejaba encendida por mis constantes gritos de miedo. Tenía terrores nocturnos y también acceso a la sala porque la habitación sólo se separaba de ella por el petillo desde el cual asechaba cuando venía a mi cuarto alguien. Apenas cumpliría los ocho años cuando comencé a tener estas experiencias. No había sido bendecido, ni nada por el estilo. Pasaba por un largo proceso de sufrimiento con espantos y ahogos continuos que dejaban mi rostro pálido y envuelto en otro color. Ya me estaba acostumbrando. Y no podía hablar con nadie sobre estas siluetas que rodeaban mi habitación cada noche, pues nadie me escuchaba. A mi madre le tenía cierto espanto y a mi padre, no era la persona más indicada para hablar de estas cosas. Para él todo era un infantilismo, algún problema cerebral heredado de mi madre u otra cosa cualquiera, menos un caso serio en el que deseaba ser escuchado. Además, nadie podía ver lo que yo veía por la brecha. Parecía ser un mensaje únicamente para mi. Mis padres no lo percibían como yo debido a los escándalos y discusiones que se generaban en la casa, ya que se disponían a llevar hasta el final el divorcio de cinco años de relación, unidos por el hipotético amor en el que muchos suelen dejar caer todas sus esperanzas, para padecer irónicamente por sus propios juegos de laberintos en una salida poco juiciosa, aunque claro, el hecho estaba muy obvio: alguien había cometido un grave error del cual yo no era partícipe.

    Sentía tristeza por todo. Me confundía mucho el hecho de que ya no se abrazaran ni se besaran como antes solían hacerlo. Un tono desafinado fue sumergiéndolos en discusiones constantes y seguidas, hasta que se dejaron de ver a los ojos cuando se tenían que decir algo. Varias veces, mi padre llegó a salir con una chica joven. Me enteré por mis compañeros de escuela que estaban en horas de la tarde y que me informaban por el teléfono que él pasaba por el frente de la escuela hacia un hotel que estaba cercano de allí. Mi padre no me creía capaz de conocer tales hazañas, mi madre lo pensaría menos. Ella procuraba desgastar su abstinencia sexual entre los afanes y conflictos del día, sensibilizando su parte emocional hasta el punto de verlo todo como un problema.

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