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Cracker
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Libro electrónico209 páginas2 horas

Cracker

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La historia está escrita en dos estilos narrativos diferentes. Cuando sigue las vivencias del asesino Steve Moore la historia es narrada desde su punto de vista, para transportarnos el interios de su mente y entender sus motivaciones.

La historia sigue paralelamente las vivencias de Steve Moore, asesino serial que aterroriza la provincia americana con ayuda de su rifle de francotirador, y Milo Wallace, un modesto sheriff de condado de mediana edad, encargado de las indagaciones sobre el homocida psicópata. Steve, ex marin, nació y vivió siempre con violencia, psicológica y física, y lleva a cabo una misión: despertar la conciencia de la humanidad. La vida de Milo se verá alterada por la atención de los medios que lo llevarán, a pesar de sí mismo, a los titulares.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 abr 2018
ISBN9781547524327
Cracker

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    Cracker - Silvio Perego

    CRACKER

    ¿Los escucharon?

    ¿Los escuchan?

    ¿Ustedes también los escuchan?

    ¿No? ¿No oyen nada?

    ¿De verdad?

    Yo los oigo continuamente. En cada momento. A cada hora del día y de la noche.

    Tal vez ustedes no los escuchen porque no les hacen caso. En cambio yo sí. Yo los percibo enseguida.

    Los oigo cuando estoy solo.

    Cuando estoy en medio de la multitud.

    Cuando paseo por un parque y lanzo palomitas a los patos.

    Los oigo cuando hay ruido y cuando hay silencio.

    Sí, los oigo también en el silencio.

    De verdad. Deben creerme.

    De hecho, es en esos momentos de silencio absoluto cuando más los escucho. Se levantan de la nada y se sumergen en tus oídos devastando tu cerebro. En silencio, se levantan y se empujan hacia nosotros. ¡Hacia mí! es imposible que no los escuchen.

    Quizás están distraídos y no los notan. Porque si pusieran atención, también sentirían el doloroso retumbar de esos momentos atronadores. La tortura ensordecedora que viene de todas partes.

    Pruébenlo, qué diablos. ¡Traten! Intenten escucharles también. Traten. Pónganse cómodos.

    . Paren la oreja y esperen un poco. Al inicio es difícil. Pero después se oye. Se oye bien, incluso si está muy distorsionado.

    Un sonido oculto.

    Indescifrable.

    Una línea sutil que se mueve lentamente.

    Pero lentamente crece.

    Poco a poco.

    Se vuelve ruido de fondo y así continúa, cada vez más insistente hasta convertirse en un ruido tan ensordecedor que no nos lo podemos creer.

    Se introduce dentro de mí como una música a la cual no consigo resistirme. Y se aprovecha de mí. Esto sucede, usualmente, cuándo... no sé exactamente cuándo sucede y se detiene sin que me de cuenta. Estoy inmovilizado, esperando cualquier cosa que no parezca ir llegando sino que ya esté ahí; que exista. Tal vez existe ya dentro de mí. En el silencio, me encuentro mirando a un punto sin pensar en nada. Escucho aquel sonido. Aquel sonido diabólico y maligno que llega, puntualmente, reclamando un sacrificio. Sin embargo, sé que no está allí, ya que no es mucho lo que se escucha. Porque también el silencio permanece ahí, perfectamente inmóvil en espera de los eventos.

    Esto sucede cuando el silencio calla a mi alrededor y el zumbido misterioso se hace más largo y supera mis debilidades.

    Sin mencionar cuando realmente hay música: entonces se vuelve aún peor.

    El clop clop con ritmo musical de aquellos pies que suben y bajan como si fueran bailarines. Zapatos gastados por millones de kilómetros recorridos inútilmente. De una parte a otra de la vida. Zapatos de poco valor que rebotan cansadamente, talón-punta-talón-punta, como músicos perplejos.

    Sí, cuando hay música, y creo haber encontrado aquella paz que buscaba, entonces es incluso peor.

    Y no crean que es fácil de soportar. No crean que es suficiente voltearse del otro lado en la mañana y pretender que no ha pasado nada. Que nada de esto ha sucedido alguna vez.

    No es fácil. De verdad.

    Aprieten los dientes para intentar soportarlo, cuando sientan que les atraviesa el cerebro y les rompe la mente metiéndose como un taladro.

    Un ruido constantemente silencioso que penetra el cerebro y lo roe, lo devora, lo revuelve y les hace hacer cosas que nunca imaginaron. Un pensamiento hambriento que les reprime, les oprime, les aplasta y les devora como un abuso.

    Algo así, por así decirlo.

    Les hace pensar que Dios no existe. No está. O, si estaba, se ha ido disgustado, él también, de este valle de lágrimas penosas.

    Les hace ver cosas que no pueden ni siquiera explicarse. Cosas a las cuales sería mejor renunciar pero que, en lugar de eso, se reprochan ustedes mismos para que su vida diaria se desarrolle como si constantemente le rindieran cuentas a alguien y algo que no reconocen, pero que está ahí. Joder, ahí está ... ¡Lo escucharon!

    No sabría ni siquiera decir cómo. Todo sucede de un modo casi arrogante. Banal. Tal vez justo. Tal vez es justo que suceda así. Pero yo no lo resisto, lo sufro pasivamente. Es muy fuerte porque se pone en nuestra contra.

    Me veo obligado a sufrir restricciones humanas alucinantes. Vivo como si mi vida fuera de alguien más, y yo fuera la primera víctima de mí mismo. Es como si yo ni siquiera existiera.

    Me aíslo. Me encierro en una esquina hasta que me convierto en un loco gruñón que cierra las ventanas inclusive cuando afuera hay sol.

    *

    Ahora ya no como más. Mis comidas consisten en paquetes de galletas cracker, mermelada y té. Maldita sea, pierdo peso visiblemente. No es tan malo. Puedo ver mi pene. Me gusta ver mi pene. Tiene una expresión simpática. Parece inofensivo verlo desde lo alto. Entre las piernas, desanimado. No es que sea la gran cosa, pero me gusta. Me recuerda a cuando era pequeño. De cuando tenía todavía cinco años. Lo mantenías en tu ropa interior y te preguntabas para qué serviría. Además de para hacer pipí ¿para qué otra cosa podría servir?

    Diría que esto era casi divertido.

    Diría que todo lo que sucedía en esa época era casi divertido. Cuando iba a lavar el auto con toda la familia. A hacer las compras con toda la familia. Los cumpleaños y las fiestas, con toda la familia. De vacaciones con toda la familia. Para cada cosa que sucedía estaba siempre cerca toda la familia para protegerte y hacerte creer que el mundo allá fuera no era aquello que parecía realmente. Porque una idea de cómo eran las cosas te era presentada.

    No se le debería esconder la verdad a los niños, porque no se puede saber nunca cómo la ven. Aunque neuro-psiquiatras infantiles y sociólogos probablemente piensen de manera diferente  y puedan contradecirme fácilmente, dado que han estudiado durante años para decir el por qué y el cómo suceden las cosas. Aquellos que la saben por tanto tiempo y no parecen sorprenderse nunca con aquello que pasa en el mundo, en casa, en la calle, en las escuelas. Al oírlos, uno se da cuenta por sí solo de lo estúpidos que somos por escucharlos. O de lo estúpidos que somos por no darnos cuenta a tiempo. De un modo o de otro, te dejan con la sensación de ser un estúpido. Y tú que creías y buscabas vivir en un mundo normal sin arruinar tu hígado por cosas que no te involucraban.

    Lástima. Lástima que estos ilustrados señorones, al final, vivan siempre de espaldas al tiempo, basándose en cosas que ya pasaron. Este es un punto que se debería de intentar reparar. No somos los únicos estúpidos.

    No es que haya grandes novedades en el comportamiento del mundo de hoy, pero... es que ellos siempre llegan en el siguiente tren, eso no se puede negar.

    Entonces, estoy aquí y me lo observo. Me da una idea embarazosa del hombre. Pienso que demerita pensar exclusivamente con él, para él y en función suya. En resumen, no se puede pasar toda la vida de espaldas al juguetito, de espaldas a su crecimiento, su uso, saber presentarlo bien, su declive. Su final trágico, en sí mismo, más trágico que el final mismo del individuo.

    Observo que son ya las cinco de la tarde. Se está haciendo tarde.

    Pero no tengo nada qué hacer.

    No tengo nada más qué hacer que cuando me retiré del ejército.

    Fui militar.

    Pero no un militar común; de los que iza de la bandera por la mañana y la arrea por la tarde. Destruye tiendas y cantinas y golpea algún guardia de noche. No, no, nada de todo esto. Un verdadero militar. Uno de aquellos que va a la guerra y dispara. De vez en cuando nos reunían en una plazuela y partíamos, íbamos a donde fuera que se nos necesitara. Donde hubiera un pueblo más oprimido de lo necesario. Y nosotros íbamos ahí y lo liberábamos. Al menos en la medida de lo posible.

    Siempre pasaba algo que impedía que acabáramos nuestro trabajo. Ahora las guerras ya no son guerras reales, alguna vez fue mejor. Ahora lo importante es armar un buen espectáculo y hacer una bella muestra de todo el armamento que se posee. Sacar lo indescriptible y ver qué hace el contrario. El que se detiene primero pierde. Como en las caricaturas.

    Lo malo de la guerra es que una vez acabados los enfrentamientos, el contexto queda. Aquel de las personas comunes, aquel de las personas que se miran a la cara y esperan que realmente haya acabado y ya no tengan que correr a esconderse.

    Y aquel de los estados que hacen fila para reconstruirse, casi como si éste hubiera sido el motivo principal.

    Pero por fortuna la siguiente etapa yo nunca la he vivido. Siempre regreso antes a casa.

    *

    He estado en Yugoslavia, cuando todavía se llamaba Yugoslavia. En Kuwait. En Somalia. En Afganistán. He ido a donde sea que se me necesite. He ido y he regresado. Siempre. Siempre marcado por el odio que se asoma como un cáncer mortal, el más letal. Aquel que nunca se va y no te permite dormir en las noches, viendo y rememorando los momentos que quisieras olvidar.

    Por la mañana te despiertas sudando y atemorizado, recordando cuando ese pelotón pasó por aquel pueblo o por aquellas cuatro casas en las cuales la tierra nunca había visto el agua. Pasas por ahí y te sientes dueño de todo lo que pisas; poco importa si se trata de tierra, ríos, soldados enemigos vivos o muertos. O personas. Niños. Mujeres. Viejos. Pisoteas un mundo para poner otro en su lugar. No te preocupas ni siquiera por el precio tan alto que se deberá pagar. De un lado y del otro. Piensa en aquellas pobres mujeres que no tenían nada que ver. O tal vez sí. Inútil pensar diferente. ¿Qué quieren que pase? No es culpa nuestra si nacieron en el lado equivocado. No es culpa de nadie que las cosas sucedan así.

    No podemos hacer nada, nosotros pequeños hombres en un mundo más pequeño que nosotros.

    Lo más penoso es que yo era siempre el último en irme. El primero en tomar posición y el último en retirarme. Veía todo lo que sucedía. En las últimas misiones, cuando llegaba al lugar establecido, incluso podía predecir lo que sucedería.

    Mi tarea consistía en estar escondido en alguna parte y permanecer ahí hasta que el último de los nuestros se encontrara a salvo. Era un tirador escondido. Un francotirador. Vigilaba el mundo frente a mi a través de un visor. Ponía atención para asegurarme de que los míos se pudieran mover lo más libremente posible, sabiendo que me tenían a mí para cuidar de ellos. No los dejaba solos en momentos de necesidad, no los habría abandonado jamás por ningún motivo del mundo.

    Yo era su mamá. Su hermano mayor, su dios. Sonreía solo cuando los veía conquistar la base y traer la victoria a casa. Pero no siempre resultaba así. A veces no resultaba así y alguno se quedaba ahí por siempre tirado en la tierra.

    Este fue uno de los motivos por los que me fui del ejército: ya no conseguía aceptar que alguno de nosotros ya no regresara más a casa.

    Ya no estoy en condición de resistir una situación similar. Es muy difícil. Se necesita permanecer lúcido hasta el extremo de la fuerza. Y se debe ser tranquilo, frío y destacado.

    Aquello que se hace es de vital importancia para el resto del grupo.

    No pueden esperar demasiado de mí. Lo siento.

    No puedo hacer nada para salvar el mundo.

    No soy la persona adecuada.

    No niego aquello que he hecho pero no era algo que yo quisiera hacer. Algunas cosas se deberían resolver en una mesa, con las botellas de agua mineral sin etiqueta frente a bellas banderas coloridas.

    Entonces, me fui del ejército, buscando regresar a una paz y una serenidad completamente mía, estando lejos del odio, de la guerra y de la desesperación. Pero no ha funcionado: también aquí algo se ha roto. No se puede cambiar el curso natural de las cosas, el motivo por el cuál hemos sido creados.

    Aquello que me trastorna es la cotidianeidad. Aquella situación irremediable de eterna derrota contra otros. El ritmo devastador de la sociedad de las masas. Es aquí cuando se debe hacer algo: en nuestras calles, en las escuelas, en la gasolinera, en una oficina postal. En el centro comercial. Es aquí donde el mundo va cambiando, no se puede permanecer indiferente a la matanza que

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