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El Guardián De Omu
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Libro electrónico300 páginas5 horas

El Guardián De Omu

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Información de este libro electrónico

Juan sufre un aparatoso accidente de tráfico camuflado, pues su objetivo real era el suicidio. Después descubre que no era Juan, sino un experimentado agente especial de la Policía Solar de esta galaxia, con jurisdicción en todo el sistema solar y una vida completamente opuesta a la que tenía. Recupera la memoria y asume su situación, compartiendo misión y aventuras con Yura, su pareja eterna y compañera de trabajo.
Argos se recupera y aprende de nuevo a vivir “fuera de la caja”, enfrentándose en su nueva misión a especies extraterrestres de clara polaridad negativa. La existencia misma del planeta Tierra está en sus manos.
Sin duda, se trata de una novela actual y de acción. Para mentes de la Nueva Tierra, seres despiertos, con intuición, y capaces de recrear en su imaginación escenarios, conceptos, y eventos ficticios que podrían estar muy cerca de convertirse en potenciales reales en un futuro inmediato.
Recupera el placer de la ficción... O no.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 mar 2020
ISBN9780463331262
El Guardián De Omu
Autor

José Ignacio Díaz Latorre

Nacho Díaz Latorre nace en Ginebra (Suiza) en 1966. Vive en España. Mantiene una actitud dinámica e inquieta y combina su pasión por la escritura con su trabajo de Freelancer como diseñador gráfico, editor y fotógrafo. Casado en 1992, tiene dos hijos. Aficionado a la práctica del Trail Running. Estudios de Profesor de educación primara (Lengua española). Escritor. Blogger. Youtuber.Ofrece talleres y conferencias en torno al tema del despertar de la consciencia y la evolución personal.

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    El Guardián De Omu - José Ignacio Díaz Latorre

    ÍNDICE

    1. Juan

    2. Recordando

    3. Argos

    4. La cara oscura

    5. El topo

    6. Nuevo tiempo

    1. JUAN

    Valencia, septiembre de 2013

    Ahora que ya nada me importa, y que todo lo que he vivido en estos últimos años parece una película de ciencia ficción, estoy preparado para contarte la mayor y más alucinante historia que jamás hayas conocido en toda tu vida. Cuando estés leyendo esto yo ya estaré muerto, de manera que podrás imaginar que no me importa nada lo que puedas pensar, ni si te parece verdad o una completa alucinación. Si lo hago, es para recordarte todo lo que he hecho en estos últimos once años. Para que recuerdes cuando vuelvas a nacer en este planeta, pero sobre todo para que seas todavía mejor de lo que he sido yo.

    Antes de que todo esto ocurriera, yo era uno más del montón: peleón, orgulloso, bien parecido..., pero sin ganas de muchos problemas. Un dócil cordero del rebaño, otro ñu más entre varios miles de millones.

    Después de recuperar mi alma, he luchado a muerte por mi vida. He huido, he emboscado, he matado varias veces, y también he visto cómo morían buenos amigos. Este es tu futuro, amigo: duro y difícil, sorpresivo y sorprendente. Vas a experimentar los extremos como nunca antes has imaginado, y así va a ser durante el resto de tu vida aquí. Es lo que elegiste.

    Elegiste un trabajo tan especial, que ahora mismo ni siquiera conoces. Te vas a mover en las zonas más oscuras, duras y difíciles de este mundo para cuidar y proteger al resto del rebaño mientras viven felices, seguros e ignorantes. Vas a resolver asuntos de tan alto nivel, que si saliesen a la luz pública cambiarían los cimientos de la sociedad y de la historia del ser humano. Y te gusta. Lo más grande es que te gusta, como a mí. ¿Sabes? Debemos tener un muy elevado grado de evolución, de otra forma no comprendería nuestra elección.

    Ahora no sé cómo te llamarás. Yo antes me llamaba Juan, y mi compañera Laura, aunque no eran nuestros nombres reales, pero no quiero adelantarte acontecimientos. Ya lo irás descubriendo. Recuerda, ingenuo ignorante, que nada en tu vida es lo que piensas que es. Recuerda todo lo que te estoy contando en este momento, porque seguramente algo parecido, o mucho peor, te va a pasar antes de que decidas quitarte la vida. Sí, amigo, quitarte la vida como lo voy a hacer yo hoy cuando termine de escribir este alucinante relato. Porque es así como va a acabar tu especial ronda de servicio cada vida, una tras otra..., sin fin. Me preocupo por mí. En cualquier caso, puede que ahora cuando estés leyendo todo esto, ya nada tenga sentido, porque todo haya cambiado, pero nunca lo sabré, de forma que me vuelvo a poner en el peor de los escenarios, aunque me arriesgue a equivocarme por completo.

    De momento, olvídate de religiones, gobiernos, políticos, democracia, libertades, derechos, leyes, normas, costumbres... Todo es una puta mentira, tan fina que parece que no lo sea. ¿Te suena la palabra Matrix? ¿Has oído hablar de La Matrix?

    Podrás pensar que soy adivino, y de alguna manera así es, aunque no hay ningún truco especial. Llegará el momento en el que descubrirás por qué lo sé. Tienes aproximadamente treinta y cinco o cuarenta años, no tienes hijos ni los tendrás, tu pareja es una mujer hermosa y algo callada, y trabaja, siempre trabaja, y siempre está a tu lado pendiente de ti. En cambio tú no consigues estar más de dos o tres meses en el mismo trabajo, y posiblemente estés ahora desempleado..., un parado más. Eres fuerte, te gusta la soledad. No te lo piensas mucho cuando tienes que partirle la cara a alguien, y cuando estás enfadado buscas cualquier excusa para soltarle dos puñetazos al primero que se te cruce. Eres un buen encajador, no te asusta el dolor, y no te importa recibir, porque tú las das más fuerte. Estás muy enamorado de tu mujer, y realmente la amas. No eres infiel, y hay algo que te atrae hacia ella, algo que no sabes qué es, pero que te hechiza. ¿Te sorprendes por tanto acierto? Pregúntale a ella cuando acabes de leer todo esto. Pregúntale por vuestro jefe, y dile que te cuente vuestro verdadero oficio, ella lo entenderá.

    Así eres tú, amigo sin nombre, y lo sé porque yo soy así también. Sigue leyendo, aunque sea lo único que vayas a leer en toda tu vida. Sí, también sé que no te gusta leer, que prefieres la acción, la pelea, la televisión. Vives un dulce sueño en una sociedad tranquila, y no tienes grandes problemas, aunque esa no es la verdad. No sé en qué sociedad o época vivirás ahora, aunque ya te digo que poco importa, cuando llegue el momento lo descubrirás.

    Tenemos alma de guerrero, querido amigo, empieza a asumirlo..., aunque eso tiene un precio.

    Mi historia empieza en el verano de 2002. Antes de eso no hay nada que debas conocer, al menos nada relevante para lo que te quiero descubrir. Era una vida gris y aburrida como pueda ser la tuya ahora. Laura y yo vivíamos en Valencia, en el barrio del Cabañal, un barrio obrero, de casas bajas y tradición pesquera, a pocos metros de la playa de la Malvarrosa. Yo estaba en el paro, y ella trabajando de cocinera en la base militar de Manises, un puesto de información avanzada de la ONU: radares de comunicaciones y escucha avanzada para el Mediterráneo occidental y el sur de Europa. Debes saber que ese lugar es una tapadera, realmente es un Checkpoint que rastrea cualquier movimiento aéreo en un radio de seis mil kilómetros, y funciona como puesto de observación camuflada de la OTAN, la controlan los Illuminati, el Cabal, el gobierno oculto, ¿te suenan las palabras? Bueno, ya te hablaré de eso más adelante.

    Ahora tengo cuarenta y nueve años, cuando todo empezó tenía treinta y ocho... Once años de aventuras y acción por todo lo alto, como en las películas de 007, o peor. Escucha bien. Antes de conocer la verdad, mi vida era una mierda, y después parece que todo se animó, que empezó lentamente a cobrar sentido. Al principio me gustaba, pero cuando todo empezó a ponerse serio me di cuenta de la auténtica importancia de este trabajo.

    En julio de 2002 Laura continuaba trabajando, pero a mí se me había acabado el subsidio, y no encontraba trabajo ni de barrendero. Ella salía de casa todas las mañanas a las diez, y regresaba a las ocho de la tarde con ganas de darse una ducha y dormir. Yo, en cambio, tenía todo el día libre para comerme la cabeza. Estaba harto de pasear por el barrio, y tenía cuenta en todos los bares del Cabañal. Juan el del paro, me llamaban a mis espaldas los muy hijos de puta... A más de uno le costó algún que otro puñetazo decírmelo a la cara entre bromas. Por lo menos no fumaba, de eso siempre me he librado. Cuesta una pasta, y realmente hay otras formas mucho más elegantes e inteligentes de quitarse la vida, y más rápidas. Por las mañanas, sobre las once, ya estaba sentado en la barra de cualquier bar. Primero un carajillo para desayunar, y después iba empalmando cervezas hasta la una del mediodía. Seis o siete tercios era lo habitual. Había días que comía, y otros que no. Estaba cansado, hastiado, pero no era capaz de aceptarlo. Realmente llegué a un punto, a finales de julio de ese año, en el que decidí empezar a preparar mi muerte. Decidí quitarme la vida. Quería un suicidio camuflado de accidente para que a Laura le quedase alguna indemnización y no tuviese que trabajar tanto, la pobre. Luego me enteré de que todo era una mentira, un montaje en el que el único que no sabía nada era yo. Hasta Laura, Laurita, mi Lauri, que era un pedazo de pan, estaba metida en el ajo.

    El veinticinco de julio era jueves, lo recuerdo porque ese día acabó de una puta vez el lío absurdo del ejército en la isla Perejil con Marruecos..., otra mentira. En Perejil estuvieron persiguiendo a un extraterrestre herido que había salido de la Tierra interna. No consiguieron capturarlo. ¿Qué contaron? Se inventaron un conflicto internacional con un país amigo, y mandaron a unos cuantos títeres para justificarlo. La verdad estaba ocurriendo a varios cientos de metros bajo las islas. En fin. No quiero asustarte, amigo.

    Esa tarde, cuando Laura llegó del trabajo, le dije que tenía una entrevista para un curro de guardia de seguridad en Utiel, me lo inventé. Cogí el coche y salí por la carretera en dirección a Madrid con la idea de buscar un choque frontal en cualquier lugar lo suficientemente alejado de Valencia. Laura se quedaría sin coche, pero podría comprarse otro con el dinero de la indemnización. Iluso de mí. Hacía mucho calor y aquel cacharro no tenía aire acondicionado. Decidí bajar todas las ventanillas, no me gustaba la idea de que los cristales me dejaran completamente irreconocible, ya habría bastantes con los de la luna frontal. A la altura de Loriguilla, encontré un tramo sin muro en la mediana. Sólo había una cadena, y no parecía demasiado recia. No lo pensé dos veces. Hice un giro brusco con el volante hacia la izquierda, y la reventé con el morro del coche, no venía nadie de cara, así que comencé a circular por el carril rápido del sentido contrario. Circulaba a todo lo que daba de sí aquel viejo Peugeot 205. En esos momentos no pensaba en nada, solo estaba deseando no cruzarme con ningún coche de la Guardia Civil de tráfico. Eran más o menos las nueve y cuarto de la tarde. A los pocos minutos apareció frente a mí un camión que no dejaba de hacerme las luces y pitar. Al verme cambió de carril, pero yo hice lo mismo. Luego regresó al carril de la izquierda, y yo todavía tuve tiempo para volver a colocarme frente a él, justo frente a él.

    Pude verlo todo a cámara lenta... El humo blanco que salía de sus ruedas cuando clavó los frenos... La cara desencajada del pobre conductor intentando esquivarme... Lo último que vi fue aquella enorme parrilla cromada frente a mí y las enormes letras MAN. Luego, un golpe seco y calor, oscuridad y mucho calor. Cesaron los sonidos. Una sonrisa fue mi último pensamiento. Por fin estaba poniendo un final a la mierda de vida que me había tocado vivir... Pero me equivocaba otra vez.

    Once días después me desperté en la habitación 305 del hospital de Manises. Tenía más de diez fracturas repartidas por todo el cuerpo, entre brazos y piernas. Nada en el tronco, salvo un desprendimiento parcial del hígado, la clavícula izquierda rota por el impacto contra el volante, y una profunda conmoción cerebral. Al parecer la habilidad del conductor del camión me salvó de una muerte segura. El tío, en el último momento, por lo visto dio un volantazo pasando con la rueda derecha del camión sobre el asiento del copiloto de mi coche, y al clavar los frenos sobre el coche, me arrastró varios cientos de metros hasta detenerse. Al parecer quedamos aprisionados contra el muro de la mediana. Fue él mismo quien me sacó del coche y llamó al 112. La verdad es que tuve que haber pensado que era una gilipollez intentar simular un accidente circulando en sentido contrario como un puto kamikaze. Después, nadie lo creyó.

    Cuando me dieron el alta, ya todo había cambiado, y aquel incidente no fue más que un recuerdo sin importancia, un recuerdo de una vida anterior. Antes de reconectar con mi alma llegué a sentir culpa por haber causado todo aquello. Durante los días que estuve consciente en el hospital no quería hablar demasiado, además, también decidí no hablarle nunca a mi Lauri de la visita de aquel hombre la misma noche en la que me desperté, pero no me sirvió de mucho, ella estaba completamente metida en el asunto, y sabía todo mucho antes que yo.

    Sería media noche. Yo había despertado del coma sobre las cuatro de la tarde, y Laura había estado a mi lado constantemente, las veinticuatro horas..., o al menos eso me dijo después. Nada más despertar y recuperar algo la consciencia, le pregunté cuánto tiempo había estado así. Pasadas unas horas, poco antes de la cena, le dije que me encontraba bien, y que debería marcharse a casa a dormir un poco. La encontré algo cambiada, diferente. Su mirada no era la misma, aunque no quise tenerlo muy en cuenta, quizás fuese yo, todavía conmocionado como resultado del aparatoso accidente. Tantos días fuera de juego pueden alterar la percepción de las cosas. La cabeza todavía me daba vueltas, y no era capaz de fijar la vista mucho tiempo en un solo objeto. Intenté incorporarme, pero aquello era una tarea imposible. Tenía las dos piernas escayoladas hasta las ingles, y el brazo izquierdo también; un catéter en la mano derecha, una sonda en el pene, y el tórax con un vendaje que me impedía respirar profundamente. No, no podía rascarme ni el culo. Aquella noche me sirvieron un zumo de naranja con pajita y un yogur desnatado sin azúcar. Cuando vi entrar al chico con el carrito tuve ganas de tirárselo todo a la cara, pero me fue imposible. Después me dormí, aunque no fue un sueño profundo. En la oscuridad de la habitación veía la luz que se filtraba por la ventana a través de las cortinas entreabiertas. Era una luz pesada, amarillenta y sucia, la de la típica farola de alumbrado público. Me entretuve un buen rato observando el perfil desdibujado de la televisión que había colgada en la pared. Las sombras se mezclaban con la oscuridad. Veía el límite de mi cama, el perfil del butacón en el que tantos días había estado mi Laurita... Estaba comenzando a asumir mi gilipollez, y no me atrevía a pensar qué haría con mi vida al salir de allí. Continuaba creyendo que la mejor solución era mi muerte.

    Sobre la una de la mañana, aproximadamente, apareció a los pies de mi cama un tipo alto y elegante, vestido con traje de chaqueta negro, corbata y camisa blanca. Y te digo que apareció, porque no lo vi entrar. La puerta de la habitación, que estaba bien cerrada, no sonó. Tampoco vi ninguna luz que entrase desde el pasillo, ni escuché ningún sonido de pisadas por leves que fuesen. Simplemente giré la cabeza para volver a observar la sombra de la televisión, y allí estaba, mirándome fijamente. En un principio pensé que era un puto espíritu, y que venía a por mí, pero rápidamente me di cuenta de que no iba a tener tantísima suerte. Aquel misterioso tipo era de carne y hueso.

    Parecía un hombre de negro, un puto Men in Black, como en la película de Will Smith, pero sin las gafas de sol. Se quedó mirándome con cara de pocos amigos, y me llamó por mi nombre. Puso sus dos manos a la vista, quizás para no asustarme más. En la derecha llevaba una pequeña bolsa, que levantó y depositó entre mis pies, sobre la cama. Yo, sin poder moverme mucho, y con las escayolas en brazo y piernas, no supe qué decirle. Tragué saliva, y lo miré pasmado durante unos eternos segundos. Entonces aquel tipo rodeó la cama lentamente y se sentó a mi lado, en la misma butaca en la que horas antes había estado Laura. Estuvo mirándome un par de minutos, sin decir palabra, y yo, ya algo nervioso, mantuve mi cabeza girada sin dejar de quitarle el ojo de encima, esperando cualquier cosa. A aquellas horas, y vestido así, podría ser cualquier cosa menos médico. Lo más lógico era pensar que estaba delirando, y que la alucinación desaparecería tal como apareció, pero no. Al final habló alto y claro.

    —¡Puto imbécil! ¿En qué estabas pensando? ¿Querías suicidarte, o montar un accidente en cadena?

    —¿Quién es usted? ¿Qué quiere?

    —Las cosas van a cambiar, Juan. Ya ha llegado el momento de que te pongas en marcha.

    —¡No sé de qué me está hablando!

    —Lo sé todo de ti y de Laura, desde que naciste. Incluso desde antes de que nacieras. Siempre has sido un tipo rudo y poco reflexivo, pero muy recursivo. ¡Me has sorprendido, cabrón! No pensaba que fueses a intentarlo tan pronto.

    —Si no se va inmediatamente llamaré...

    —¡Déjate de hostias y escucha, porque sólo te lo voy a decir una vez! Aquí tienes ochenta mil euros, tu placa y el disco.

    Aquel individuo cogió de nuevo la bolsa de entre mis pies y me la puso sobre el pecho. Era blanca, de papel kraft, de algo más de un palmo de ancha, y sacó de ella un magnífico fajo de billetes que volvió a meter en la bolsa. Después de buscar de nuevo, sacó lo que parecía una tarjeta de crédito o un DNI, pero dijo que era una placa de policía un tanto especial. Mi placa de policía. Me la puso frente a la cara para que la pudiese observar. Era pequeña y rectangular, como una tarjeta de crédito, y llevaba un extraño holograma que emitía unos potentes destellos azules que iluminaban la penumbra de la habitación y mi cara. Yo estaba perplejo. Me la dejó sobre la mesilla sin demasiado interés, y cuando la soltó, aquella tarjeta dejó de brillar. Aunque lo más extraño fue el disco. Aquello, de repente, me resultó familiar. Fue entonces cuando sacó de la bolsa un objeto circular, no muy grande, era muy parecido a un disco de los utilizados en las competiciones de atletismo, aunque mucho más pequeño, de cristal, cabía en la palma de la mano.

    —Aquí te dejo otra vez tu placa, no la pierdas. Y el Herdon... Sí, ya sé que no te acuerdas de nada. Laura te lo contará todo mañana. Eres un puto agente especial, y persigues a los malos. Estás en un programa secreto de olvido y reinserción. Tu vida hasta ahora ha sido la parte del olvido, triste y jodida, y a partir de esta conversación empieza la parte de reinserción. Bienvenido de nuevo. ¿Estamos?

    —¿Y la pasta?

    —El dinero es para que te compres ropa nueva, te apuntes a un gimnasio, y dejes de emborracharte. Mañana Laura te ayudará a regenerar todo tu cuerpo con el disco, y serás un hombre nuevo. Haz lo que te salga de las pelotas, pero tienes treinta días para activarte y volver al servicio activo. Eres el mejor puto agente que tengo en este planeta, y tienes que despertarte ya. Tenemos una nueva misión, y esta vez es extremadamente delicada.

    —Usted se confunde de persona, yo no soy policía...

    —Vale. Lo que tú quieras. Te guardo la bolsa en la mesita. Muy pronto te quitarán las escayolas, te darán el alta y volverás a casa. Laura ya vive en un piso en el centro de la ciudad, te va a gustar..., grande, nuevo, con ascensor... Y no me he olvidado de tu jacuzzi. Prepárate para tu nueva vida, Juan. Tendremos tiempo de hablarlo todo. Nos volveremos a ver cuando te hayas recuperado por completo, cabronazo. Espero que no hayas perdido tus habilidades, y disculpa por la crudeza, pero yo soy así de directo. Soy tu jefe. Y lo que te diga ahora te va a dar igual, todavía no te hemos reconectado, así que tranquilo y atento. A partir de ahora todo en tu vida va a dar un interesante giro.

    Aquel misterioso hombre del traje volvió a rodear mi cama, y antes de salir por la puerta, y sin apenas girarse, me dijo unas últimas palabras que todavía me desconcertaron más.

    —¡Ah! Y no te llamas Juan. Tu nombre es Argos..., recuérdalo: Argos. Empezamos de nuevo, amigo...

    Y se fue como vino, y allí me quedé, tendido en la cama, casi a oscuras, y con cara de gilipollas. A duras penas, después de unos minutos intentando comprender lo ocurido, me incorporé todo lo que pude sobre el colchón, y traté de alcanzar la bolsa de los misterios que me había traído aquel tipo. No fue fácil abrir el pequeño armario de la mesilla, el catéter de la mano me dolía cada vez que la movía, y la clavícula era un auténtico martirio, pero llegué hasta ella. La cogí, y volví a dejarla sobre mi pecho, y con la curiosidad de un niño que abre un regalo, comencé a sacarlo todo de nuevo. Me quedé loco al ver tanta pasta. Ochenta mil pavos en billetes de doscientos, cincuenta y cien. No era una alucinación. Nunca antes, en toda mi triste y jodida vida, había visto junto tanto dinero. Mientras contemplaba aquellos billetes, el nombre resonaba en mi cabeza de forma constante: Argos, Argos, Argos... Volví a guardarlos cuidadosamente en la bolsa, observando con mucha atención dónde los dejaba en la pequeña mesilla. Aquello me excitó tanto que ya no conseguí pegar ojo en toda la noche. Necesitaba custodiar mi tesoro. Mientras, una extraña emoción recorría mi dolorido cuerpo. A continuación me centré en aquella misteriosa tarjeta. Era increíble, tenía todos mis datos y mi fotografía; y colocándola de lado podían verse reflejados algunos extraños símbolos parecidos a runas antiguas..., y el holograma parecía activarse cuando le pasaba los dedos por encima... Brillaba en tonos azules, intensos, tanto que iluminaba la habitación, y no tenía ninguna batería, al menos aparentemente. ¡Dios! ¿Qué me estaba pasando? ¿Qué era todo aquello?

    Cuando cogí el disco con la mano noté una suave sacudida, fue como si estuviese vivo. En ese preciso momento comenzó a emitir calor. Cambió a un tono naranja intenso, y luego volvió a parecer cristal, transparente. Era un disco perfecto, sin ninguna marca, suave, preciso. Aquello me desconcertó hasta tal punto que llegué a pensar que estaba alucinando, pero no; el disco estaba allí, en mi mano, podía verlo y tocarlo. Lo dejé sobre la mesilla con mucho cuidado, justo al lado de la tarjeta, mi placa. ¿Era todo cierto? ¿Estaba alucinando? ¿Era un agente secreto? No comprendía nada. Pasé el resto de la noche en un duermevela muy extraño, donde el sueño y la vigilia jugaron conmigo de una forma despiadada, quizás la medicación, quizás el recelo de la pasta en la bolsa... Cada poco volvía con la mirada a la mesilla para comprobar si era una alucinación o si todo continuaba en su lugar, y allí estaba todo, igual que cuando lo dejé.

    A las nueve de la mañana, más o menos, se abrió repentinamente la puerta

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