Con la victoria republicana en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 se tambalearon los cimientos políticos en España. Dos días más tarde, el 14 de abril, con el rey Alfonso XIII camino del exilio, una muchedumbre entusiasmada celebraba en la madrileña Puerta del Sol la proclamación de la República. El objetivo era crear una nueva y moderna Constitución. Un mes después, entre el 10 y el 13 de mayo, estalló una ola de violencia comunista anticatólica con la quema de conventos, iglesias e instituciones religiosas. Los disturbios comenzaron en Madrid y rápidamente se extendieron por otras ciudades como Málaga, Valencia, Sevilla, Granada…
Ardieron cerca de cien edificios religiosos, se profanaron cementerios de conventos sacando con mofa los cadáveres a la calle, y se destruyeron cientos de objetos artísticos y litúrgicos con el expolio. En los tumultos, varias personas murieron y otras resultaron heridas. En diciembre, las Cortes aprobaron la nueva Constitución, Niceto Alcalá-Zamora fue elegido presidente de la República, y Manuel Azaña asumió el cargo de jefe del Gobierno, gracias a una coalición republicano-socialista. En esta Constitución de 1931 se establecía la separación de poderes entre el Estado y la Iglesia, la libertad de culto, la libertad de conciencia, el divorcio, el matrimonio civil y la educación laica. Azaña no dudó en proclamar: «España ha dejado de ser católica».
Desgraciadamente, se impuso el modelo anticlerical más radical de la izquierda republicana, lo que produjo una fractura político y social entre